Mist D. Spanner
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—¡Maaaariiiiii! — dijo una mujer, que curiosamente tenía barba, corriendo hacia Spanner con un periódico en la mano.
—Ya te lo he dicho, Dolores, me llamo Spanner.
Dolores lo ignoró, como siempre. Se encontraba en las calles de Momoiro, observando todo lo rosado de su alrededor, dando un paseo después de salir de la base. Dolores vino y le tendió el periódico, en el cual podía verse en primera plana una foto de Zane, bastante grande. Ya la había vuelto a liar, seguro que había hecho alguna en el torneo aquel al que quiso apuntarse. Cogió el periódico de las manos de Dolores y lo miró, leyendo por fin el titular:
«Nuevo Emperador del Mar, la Sensación Ígnea.»
Sus manos temblaron un poco. Desdobló el periódico para poder leer el artículo en su totalidad. Delante suya Dolores bailoteaba contenta y algo irritante, pero contenta al fin y al cabo.
—El jefeee ahoraaaa es un Emperadoooor—cantaba, bastante desafinada.
—Zane D. Kenshin —leyó Spanner en voz alta—, con la astronómica suma de dosmil millones seiscientos sesenta y seis millones y un berrie, se ha hecho con el control de Yukiryu, una isla en el Nuevo Mundo. Acompañado de su tripulante, Therax Palatiard, y en un alarde de egocentrismo, Zane quiso demostrar al mundo que era una fuerza peligrosa a tener en cuenta, por lo que se ha convertido en el cuarto Emperador que faltaba gobernando el Nuevo Mundo. Rogamos a nuestros lectores que vayan con cuidado si ven a las siguientes personas:
A continuación había una larga lista, con versiones reducidas de los carteles de Se Busca, con los nombres de cada uno de los Arashi que era conocido. Spanner se avergonzó un poco de ver que su propio nombre estaba bastante bajo y que los peligros que se le atribuían no eran muy importantes. Suspiró. Supuso que aquello sería algo que a Zane le haría bastante gracia saber, pero...
—Dolores, no se lo digas a nadie. Y si alguien más lo sabe, dile que prohíbo contactar con Zane para contárselo, ¿de acuerdo?
Esperaba que el propio Zane se enterase solo. A lo mejor tardaría, pero terminaría haciéndolo. Una vez Dolores se fue, suspiró. Sabía que después de eso no iba a tener un tiempo tranquilo. Empezó a caminar hacia la tetería que solía frecuentar, para tomar una infusión caliente.
—Ya te lo he dicho, Dolores, me llamo Spanner.
Dolores lo ignoró, como siempre. Se encontraba en las calles de Momoiro, observando todo lo rosado de su alrededor, dando un paseo después de salir de la base. Dolores vino y le tendió el periódico, en el cual podía verse en primera plana una foto de Zane, bastante grande. Ya la había vuelto a liar, seguro que había hecho alguna en el torneo aquel al que quiso apuntarse. Cogió el periódico de las manos de Dolores y lo miró, leyendo por fin el titular:
«Nuevo Emperador del Mar, la Sensación Ígnea.»
Sus manos temblaron un poco. Desdobló el periódico para poder leer el artículo en su totalidad. Delante suya Dolores bailoteaba contenta y algo irritante, pero contenta al fin y al cabo.
—El jefeee ahoraaaa es un Emperadoooor—cantaba, bastante desafinada.
—Zane D. Kenshin —leyó Spanner en voz alta—, con la astronómica suma de dosmil millones seiscientos sesenta y seis millones y un berrie, se ha hecho con el control de Yukiryu, una isla en el Nuevo Mundo. Acompañado de su tripulante, Therax Palatiard, y en un alarde de egocentrismo, Zane quiso demostrar al mundo que era una fuerza peligrosa a tener en cuenta, por lo que se ha convertido en el cuarto Emperador que faltaba gobernando el Nuevo Mundo. Rogamos a nuestros lectores que vayan con cuidado si ven a las siguientes personas:
A continuación había una larga lista, con versiones reducidas de los carteles de Se Busca, con los nombres de cada uno de los Arashi que era conocido. Spanner se avergonzó un poco de ver que su propio nombre estaba bastante bajo y que los peligros que se le atribuían no eran muy importantes. Suspiró. Supuso que aquello sería algo que a Zane le haría bastante gracia saber, pero...
—Dolores, no se lo digas a nadie. Y si alguien más lo sabe, dile que prohíbo contactar con Zane para contárselo, ¿de acuerdo?
Esperaba que el propio Zane se enterase solo. A lo mejor tardaría, pero terminaría haciéndolo. Una vez Dolores se fue, suspiró. Sabía que después de eso no iba a tener un tiempo tranquilo. Empezó a caminar hacia la tetería que solía frecuentar, para tomar una infusión caliente.
Dark Satou
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Dark se había pegado la borrachera de su vida. Sabía que el whisky no le hacía efecto, así que probó con otro tipo de licor. Aquello encadenó a un sinfín de bebidas que acabó tragando para poder sentirse totalmente ebrio. Era una persona a la que le gustaba tener nuevas experiencias, y aún no había logrado la de ser dominado por el alcohol. Aquello le llevó, entre pequeñas lagunas y acciones hasta un armario de la nave. Ahí había varias de sus posesiones que Xiba guardaba antes de que perdiese la memoria, y entre una de ellas se encontraba un bote de pastillas. No recordó demasiado aquella escena, pero sí sabía que estaban especialmente guardadas. Al día siguiente se levantó, con una resaca increíble. La cabeza le daba tumbos y no podía soportar ningún tipo de luz. Se fue hasta el lavabo y se lavó la cara, apartando un mechón de pelo de la pica. Lo miró extrañado; no tenía el pelo tan largo, pero aquello no fue la sorpresa final. Al apartar el mechón, se fijó en su busto. Solía dormir sin camiseta y lo que vio le abrió la boca de cabo a rabo. ¿Por qué tenía senos de mujer? Levantó la cabeza y se miró al espejo, acabando en un grito ahogado que recorrió todo su camarote, el pasillo y el exterior de la nave.
—¡¿Por qué mierda soy una mujer?! —gritó mientras se ponía rojo como un tomate, tapándose él mismo su pecho para no vérselo—. ¡¿Qué mierda hice ayer?!
Incluso su voz estaba totalmente cambiada. Fue corriendo hasta la pared y se tapó el torso, para después caminar sin parar de un lado para otro. Tenía que encontrar por qué se había transformado en una mujer, y descartaría de primera opción los efectos de una akuma no mi. En la nave no había nadie más que él y Xiba. Se tiró al suelo y se quedó de rodillas, empezando a llorar. Dark no era una persona que llorase a la mínima, pero la confusión de la escena y lo mal que se sentía por sus nuevos atributos lo derrumbaron. Fue hasta el armario y sacó uno de los mapas de la grand line, donde empezó a recorrer con el dedo buscando el nombre de una isla en particular: Momoiro. Era una de las islas del nuevo emperador del mar, Zane. Pero no necesitaba al yonkou ni quería acercarse a uno. Tenía que ir hasta allí para poder hablar con okamas y reunir información de su estado. Así que empezó a recorrer los camarotes yendo semidesnuda hasta encontrar algo que pudiese usar como ropa. Al final encontró un kimono que le había regalado una mujer en una aventura anterior, junto con varios accesorios. Agarró el guantelete que le había hecho Bri y se lo colocó; por suerte el brazo no había cambiado de tamaño —no como su busto y caderas— y podría usarlo para no ir asustando a la gente con su nueva figura. Se cambió como pudo y agarró a Haruno Ro y Perseverantia, para que tampoco pudiesen confundirle por su arma principal. No solía ir con las katanas, así que aquello le ayudaría a pasar desapercibido. Tenía miedo de que le intentase atacar algún cazarecompensas o marine, al tener su primera recompensa… Doscientos cincuenta millones. Había atacado a un tenryubito y parecía sentarle mal al gobierno. Suspiró y tomó rumbo hacia Momoiro.
Llegó por fin a la isla de rosa, y pudo ver de lejos a okamas andando por ahí. El hecho de que todo tuviera un color tan abstracto le distraía, pero no le importaba eso en absoluto. Tenía que buscar un buen punto donde empezar a preguntar, así que tras preguntar a varias personas llegó hasta una tetería; la peliblanca suponía que aquello sería lo más parecido a una taberna para poder recaudar información. Así se encaminó hacia dentro, echando una ojeada al interior. Y pudo ver lo que más le interesó: un moreno del cual había visto un wanted en más de una isla: Spanner. Se acercó a él y lo miró de arriba hacia abajo, intentando no confundirle con otra persona. La bandana, la altura… Sí, tenía que concordar con lo que había oído sobre él. Levantó la mano como pudo y se puso tiesa, no sabiendo demasiado bien qué decir. Pero improvisó, como siempre hacía.
—Nee, me presento. Soy… —era irónico, ni siquiera había pensado cómo se llamaría. Se quedó en blanco y después recordó el nombre del casete—. ¿Ki-Kiseki…? Encantada. Tengo un problema y me parece que tú tienes suficiente autoridad por aquí como para ayudarme. ¿Tendrías un momento? —acabó diciendo mientras se apoyaba en la barra y tapaba su pecho al momento. La forma que tenía de andar o apoyarse no era la de una mujer normal.
—¡¿Por qué mierda soy una mujer?! —gritó mientras se ponía rojo como un tomate, tapándose él mismo su pecho para no vérselo—. ¡¿Qué mierda hice ayer?!
Incluso su voz estaba totalmente cambiada. Fue corriendo hasta la pared y se tapó el torso, para después caminar sin parar de un lado para otro. Tenía que encontrar por qué se había transformado en una mujer, y descartaría de primera opción los efectos de una akuma no mi. En la nave no había nadie más que él y Xiba. Se tiró al suelo y se quedó de rodillas, empezando a llorar. Dark no era una persona que llorase a la mínima, pero la confusión de la escena y lo mal que se sentía por sus nuevos atributos lo derrumbaron. Fue hasta el armario y sacó uno de los mapas de la grand line, donde empezó a recorrer con el dedo buscando el nombre de una isla en particular: Momoiro. Era una de las islas del nuevo emperador del mar, Zane. Pero no necesitaba al yonkou ni quería acercarse a uno. Tenía que ir hasta allí para poder hablar con okamas y reunir información de su estado. Así que empezó a recorrer los camarotes yendo semidesnuda hasta encontrar algo que pudiese usar como ropa. Al final encontró un kimono que le había regalado una mujer en una aventura anterior, junto con varios accesorios. Agarró el guantelete que le había hecho Bri y se lo colocó; por suerte el brazo no había cambiado de tamaño —no como su busto y caderas— y podría usarlo para no ir asustando a la gente con su nueva figura. Se cambió como pudo y agarró a Haruno Ro y Perseverantia, para que tampoco pudiesen confundirle por su arma principal. No solía ir con las katanas, así que aquello le ayudaría a pasar desapercibido. Tenía miedo de que le intentase atacar algún cazarecompensas o marine, al tener su primera recompensa… Doscientos cincuenta millones. Había atacado a un tenryubito y parecía sentarle mal al gobierno. Suspiró y tomó rumbo hacia Momoiro.
[…]
Llegó por fin a la isla de rosa, y pudo ver de lejos a okamas andando por ahí. El hecho de que todo tuviera un color tan abstracto le distraía, pero no le importaba eso en absoluto. Tenía que buscar un buen punto donde empezar a preguntar, así que tras preguntar a varias personas llegó hasta una tetería; la peliblanca suponía que aquello sería lo más parecido a una taberna para poder recaudar información. Así se encaminó hacia dentro, echando una ojeada al interior. Y pudo ver lo que más le interesó: un moreno del cual había visto un wanted en más de una isla: Spanner. Se acercó a él y lo miró de arriba hacia abajo, intentando no confundirle con otra persona. La bandana, la altura… Sí, tenía que concordar con lo que había oído sobre él. Levantó la mano como pudo y se puso tiesa, no sabiendo demasiado bien qué decir. Pero improvisó, como siempre hacía.
—Nee, me presento. Soy… —era irónico, ni siquiera había pensado cómo se llamaría. Se quedó en blanco y después recordó el nombre del casete—. ¿Ki-Kiseki…? Encantada. Tengo un problema y me parece que tú tienes suficiente autoridad por aquí como para ayudarme. ¿Tendrías un momento? —acabó diciendo mientras se apoyaba en la barra y tapaba su pecho al momento. La forma que tenía de andar o apoyarse no era la de una mujer normal.
- Aspecto de Kiseki - Dark:
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Pidió un té rojo de jazmín, propio de las tierras de Hakuouki. Una receta que él mismo había traído a Momoiro y había pedido a la dueña de la tetería que aprendiese a hacerlo. Le gustaba el tono dulce y su aspecto rojizo, la suavidad de su calidez al tragar el aromatizado líquido de la infusión. No tardaron en traérselo, en la mesa grande, por supuesto. Atraía miradas, después de todo, técnicamente, era el segundo con más poder en la isla. Aunque no era algo que le gustaba. Era fan de la tranquilidad y aquello había llegado a un punto en el que casi prefería estar en el barco con el resto de los Arashi y sus locuras.
Se sobresaltó cuando alguien se acercó a él, hablándole. Durante un instante pensó que se había confundido. ¿Por qué iba a venir alguien que no conocía a hablar con él? Le parecía raro. Sin embargo, algo llamó su atención. Era una mujer, se parecía bastante a Katharina, aunque no vio rasgos que pudiesen indicar una relación familiar. Aunque lo raro no era eso, no. Si no el hecho de que era una mujer. Casi todo el mundo allí adoptaba nombres y comportamientos femeninos, pero muy pocas personas solían hacer una transición tan creíble. Por tanto, solo podían ser dos cosas. O aquella mujer era como Spanner y era una okama increíblemente dedicada a su disfraz...
...O era una mujer. Dio un sorbo al té y la observó, buscando detalles sobre su apariencia. Su kimono a simple vista parecía bien atado, pero había dobleces y estaba lo suficientemente flojo como para saber que no era una persona que solía llevarlo. No era alguien que sabía ponérselos, pero si alguien que le había dedicado bastante tiempo a intentar ponérselo bien. Se tapaba el pecho, a pesar de que su indumentaria parecía pensada para mostrar el escote. Sus movimientos eran raros, algo casi imperceptible, pero era como... Si no estuviera cómoda en ese cuerpo.
«Oh...» —pensó, en cuanto lo dedujo por fin—«... Las pastillas de Dexter Black.»
El mismo conocía los efectos que tenían esas pastillas sobre el cuerpo humano. Él mismo las había vivido, transicionando por fin a un género con el cual se sentía cómodo y no en un cuerpo ajeno. Lejos de vendas para ocultar los pechos que no debería tener. Sin embargo, parecía que en aquella mujer no era un cambio que desease.
—¿Quieres volver a ser un hombre? Puedo intentar ayudarte. Hola, me llamo Spanner.
Se sobresaltó cuando alguien se acercó a él, hablándole. Durante un instante pensó que se había confundido. ¿Por qué iba a venir alguien que no conocía a hablar con él? Le parecía raro. Sin embargo, algo llamó su atención. Era una mujer, se parecía bastante a Katharina, aunque no vio rasgos que pudiesen indicar una relación familiar. Aunque lo raro no era eso, no. Si no el hecho de que era una mujer. Casi todo el mundo allí adoptaba nombres y comportamientos femeninos, pero muy pocas personas solían hacer una transición tan creíble. Por tanto, solo podían ser dos cosas. O aquella mujer era como Spanner y era una okama increíblemente dedicada a su disfraz...
...O era una mujer. Dio un sorbo al té y la observó, buscando detalles sobre su apariencia. Su kimono a simple vista parecía bien atado, pero había dobleces y estaba lo suficientemente flojo como para saber que no era una persona que solía llevarlo. No era alguien que sabía ponérselos, pero si alguien que le había dedicado bastante tiempo a intentar ponérselo bien. Se tapaba el pecho, a pesar de que su indumentaria parecía pensada para mostrar el escote. Sus movimientos eran raros, algo casi imperceptible, pero era como... Si no estuviera cómoda en ese cuerpo.
«Oh...» —pensó, en cuanto lo dedujo por fin—«... Las pastillas de Dexter Black.»
El mismo conocía los efectos que tenían esas pastillas sobre el cuerpo humano. Él mismo las había vivido, transicionando por fin a un género con el cual se sentía cómodo y no en un cuerpo ajeno. Lejos de vendas para ocultar los pechos que no debería tener. Sin embargo, parecía que en aquella mujer no era un cambio que desease.
—¿Quieres volver a ser un hombre? Puedo intentar ayudarte. Hola, me llamo Spanner.
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Pareció sobresaltar al hombre, quizás no estaba demasiado atento como para que alguien se le presentase por la espalda. Después se sintió observada, y quizás algo analizada. Pero aquello no era una mirada con intenciones... ¿sexuales? Si no, más bien, era un pequeño gesto de observación. Después pareció que rumiaba algo; casi quizás como si estuviera pensando durante un pequeño rato, pero al final acabó presentándose y dándole la pista que necesitaba.
—¿Quieres volver a ser un hombre? Puedo intentar ayudarte. Hola, me llamo Spanner.
—Nee, ¿en serio? —Exclamó sorprendida—. ¿Tan rápido has pillado de que no soy una verdadera mujer?
El rostro se le cambió completamente; antes lo tenía algo molesto, quizás rozando una expresión algo depresiva. Pero ahora se encontraba feliz de golpe. Que no tuviera que hacer nada raro para explicar su situación —la cual ni ella sabía cuál era— le reconfortaba en cierta parte. Tendió su mano en alto y se inclinó haciendo una pequeña reverencia formal. Después se sentó a su lado, no sin antes pedir permiso, para pedir una bebida. No había una carta espectacular, pero suponía que algún té verde le serviría por ahora. Una vez hizo su pedido, se giró hacia él y se cruzó de piernas de la forma más delicada posible. Dejaba sin querer las piernas en un ángulo totalmente abierto y aquello no era para nada feminino.
—Gracias a dios, Spanner-san. Te explicaré así por encima lo que pasó. Hace unos días me pegué una buena fiesta, quizás demasiado increíble. Después recuerdo haber juntado la bebida con algo, y caerme quizás desplomada al suelo. —Movió la mano mientras hablaba para imitar una caída con un gesto—. A partir de ahí, recuerdo que me desperté con esta forma. Y no es que no me guste como estoy ahora, por dios, me encanta... —Suspiró algo triste—. Pero no soy yo. Y me cuesta hasta coger mi espada por esto —Se señaló hacia los pechos—. Entonces, ¿qué debería de hacer? Haré lo que necesites, te lo prometo.
Su bebida llegó y aprovechó para darle un sorbo largo; aunque estuviera muy caliente no parecía afectarle demasiado. De hecho le gustaban las bebidas ardiendo, por muy inusual que fuese. Dejó la taza medio llena en la barra y volvió a dirigirle la mirada, esperando alguna clase de respuesta.
—¿Quieres volver a ser un hombre? Puedo intentar ayudarte. Hola, me llamo Spanner.
—Nee, ¿en serio? —Exclamó sorprendida—. ¿Tan rápido has pillado de que no soy una verdadera mujer?
El rostro se le cambió completamente; antes lo tenía algo molesto, quizás rozando una expresión algo depresiva. Pero ahora se encontraba feliz de golpe. Que no tuviera que hacer nada raro para explicar su situación —la cual ni ella sabía cuál era— le reconfortaba en cierta parte. Tendió su mano en alto y se inclinó haciendo una pequeña reverencia formal. Después se sentó a su lado, no sin antes pedir permiso, para pedir una bebida. No había una carta espectacular, pero suponía que algún té verde le serviría por ahora. Una vez hizo su pedido, se giró hacia él y se cruzó de piernas de la forma más delicada posible. Dejaba sin querer las piernas en un ángulo totalmente abierto y aquello no era para nada feminino.
—Gracias a dios, Spanner-san. Te explicaré así por encima lo que pasó. Hace unos días me pegué una buena fiesta, quizás demasiado increíble. Después recuerdo haber juntado la bebida con algo, y caerme quizás desplomada al suelo. —Movió la mano mientras hablaba para imitar una caída con un gesto—. A partir de ahí, recuerdo que me desperté con esta forma. Y no es que no me guste como estoy ahora, por dios, me encanta... —Suspiró algo triste—. Pero no soy yo. Y me cuesta hasta coger mi espada por esto —Se señaló hacia los pechos—. Entonces, ¿qué debería de hacer? Haré lo que necesites, te lo prometo.
Su bebida llegó y aprovechó para darle un sorbo largo; aunque estuviera muy caliente no parecía afectarle demasiado. De hecho le gustaban las bebidas ardiendo, por muy inusual que fuese. Dejó la taza medio llena en la barra y volvió a dirigirle la mirada, esperando alguna clase de respuesta.
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Parecía haber acertado de lleno en su teoría y, por lo que había dicho, parecía que también había acertado en el origen. Si había mezclado la bebida con algo era muy probable que dicho algo fuese una de las pastillas de Dexter Black. El pirata lo escuchó sin problemas, después de todo no tenía nada que hacer en ese momento. Decía que si bien no le disgustaba esa forma, de una forma algo lasciva, cierto era que no se sentía cómodo y quería volver a su cuerpo original. Aquello era algo con lo que Spanner podía estar de acuerdo, habiendo vivido durante diecisiete años en el cuerpo equivocado.
—Vale, te ayudaré, no tengo nada que hacer tampoco —dijo levantándose y luego dirigiéndose al okama camarero—. Ella no paga, viene conmigo.
El camarero aceptó encantado. Después de todo, no iban a cobrarle al segundo de abordo del dueño de la isla. Era prácticamente su jefe. Se dirigió al exterior de la tetería esperando que Kiseki lo siguiera. Spanner entonces miraría a todos lados, tal vez esperando ver a Dexter Black por allí, después de haber hecho una travesura convirtiendo a ese pobre hombre en una mujer. Sin embargo, según las noticias oficiales, el emperador había muerto. Aunque de él se lo esperaba todo, ciertamente.
—Vale, sé que esta pregunta va a sonar rara, pero... ¿Has tenido contacto con el fallecido Dexter Black antes de su muerte? Estaba en posesión de unas pastillas especiales que podían modificar tus hormonas, aumentar tu nivel de estrógenos si eres hombre o de testosterona si eres mujer, resultando en un cambio de sexo. Tal vez eso que tomaste con la bebida era una de estas.
—Vale, te ayudaré, no tengo nada que hacer tampoco —dijo levantándose y luego dirigiéndose al okama camarero—. Ella no paga, viene conmigo.
El camarero aceptó encantado. Después de todo, no iban a cobrarle al segundo de abordo del dueño de la isla. Era prácticamente su jefe. Se dirigió al exterior de la tetería esperando que Kiseki lo siguiera. Spanner entonces miraría a todos lados, tal vez esperando ver a Dexter Black por allí, después de haber hecho una travesura convirtiendo a ese pobre hombre en una mujer. Sin embargo, según las noticias oficiales, el emperador había muerto. Aunque de él se lo esperaba todo, ciertamente.
—Vale, sé que esta pregunta va a sonar rara, pero... ¿Has tenido contacto con el fallecido Dexter Black antes de su muerte? Estaba en posesión de unas pastillas especiales que podían modificar tus hormonas, aumentar tu nivel de estrógenos si eres hombre o de testosterona si eres mujer, resultando en un cambio de sexo. Tal vez eso que tomaste con la bebida era una de estas.
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Aquel hombre parecía extrañamente amable. De hecho hasta invitó a la chica con la cuenta. Sonrió brevemente en señal de agradecimiento y se llevó las manos a la espalda, intentando adoptar una postura lo más femenina posible. Observó cómo miraba hacia todos los lados, quizás intentando identificar a algún individuo, pero volvió a centrar su vista en ella para comentarle sobre un sujeto. Cuando acabó de hacerlo, la peliblanca se llevó la mano a la sien. Sí, era normal que reconociese el nombre, pero podía imaginarse la voz del hombre en su cabeza. Suspiró y procedió a hablar.
—¿Dexter Black? Qué raro. Sé que es súper famoso, y tal, pero me da en la punta de la lengua de que lo he conocido alguna vez. A lo mejor me daría las pastillas, quién sabe —dijo mientras se llevaba la mano al mentón y pensaba las posibles opciones.
Antes de que pudiese seguir jugando a ser detective, se alarmó por un momento. Miró tras la puerta: un potente sonido había salido a través de ella. Se puso la mano encima de la katana y salió hacia afuera instantáneamente. En medio de la calle, parecían haber tres o cuatro Okamas peleándose entre ellos. La peliblanca se giró ante Spanner y lo miró fijamente. No sabía demasiado de las costumbres de Momoiro, ya que no había estudiado casi sobre la isla, pero algo podría hacer él al estar relacionado con Zane.
—Nee, ¿crees que puedes calmarlos o algo? —Le preguntó mientras se apoyaba en el marco de la puerta—. Si no, les lanzo una onda de haoshoku y ale, pero no me gustaría pelearme o hacer algo así en la isla de un yonkou.
Después levantó la vista y vio que uno de los individuos tenía una pancarta de peleas ilegales callejeras. Se llevó la mano a la cara e intentó no reírse; aquella situación era realmente patética, y no podía ver de una forma seria un torneo ilegal de Okamas.
—¿Dexter Black? Qué raro. Sé que es súper famoso, y tal, pero me da en la punta de la lengua de que lo he conocido alguna vez. A lo mejor me daría las pastillas, quién sabe —dijo mientras se llevaba la mano al mentón y pensaba las posibles opciones.
Antes de que pudiese seguir jugando a ser detective, se alarmó por un momento. Miró tras la puerta: un potente sonido había salido a través de ella. Se puso la mano encima de la katana y salió hacia afuera instantáneamente. En medio de la calle, parecían haber tres o cuatro Okamas peleándose entre ellos. La peliblanca se giró ante Spanner y lo miró fijamente. No sabía demasiado de las costumbres de Momoiro, ya que no había estudiado casi sobre la isla, pero algo podría hacer él al estar relacionado con Zane.
—Nee, ¿crees que puedes calmarlos o algo? —Le preguntó mientras se apoyaba en el marco de la puerta—. Si no, les lanzo una onda de haoshoku y ale, pero no me gustaría pelearme o hacer algo así en la isla de un yonkou.
Después levantó la vista y vio que uno de los individuos tenía una pancarta de peleas ilegales callejeras. Se llevó la mano a la cara e intentó no reírse; aquella situación era realmente patética, y no podía ver de una forma seria un torneo ilegal de Okamas.
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