[Misión Épica-Nuevo Mundo] De sol a sol

Las campanas le sacaron de su sueño. ¿Qué demonios ocurría? ¿Y por qué estaba en el suelo? Las puertas corredizas no tardaron en recordarle dónde se encontraba. Llevaba varios días alojándose junto a Zane en la casa de su abuelo. Los extraños sucesos que habían azotado Wano y que les habían llevado hasta allí habían visto su fin ante sus espadas, pero habían decidido quedarse allí para asegurarse de que no volviesen en cuanto desapareciesen.

Abandonó la cama de un salto, saliendo al exterior sin dejar de escuchar los ronquidos del pelirrojo. El severo hombre que les había acogido ya estaba fuera, hablando con Kanima Zao con evidente tensión tanto en su rostro como en su voz.

―¿Qué ocurre? ―preguntó Therax, llamando su atención para que se hiciesen a un lado y así poder participar en la conversación.

―¡Lo que faltaba! ―rugió Kanima, realizando amplios aspavientos mientras señalaba a ninguna parte y a todos sitios a la vez―. Nosotros viviendo de los restos y esos hijos de puta aprovechándose de nuestra miseria.

―¿Pero qué ha pasado? ―inquirió el rubio, que comenzaba a ponerse nervioso a causa del desconocimiento.

―¡Que han saqueado los graneros y almacenes donde guardamos la comida, eso ha pasado! ―exclamó el hombre, haciéndole el blanco de su furia―. Y por si no fuera suficiente parece que quieren más. Con esa maldita bombilla llevábamos semanas sin poder reponer lo que consumíamos, ¡y ahora esto!

―¿Pero tenéis más comida?

―Algo, aunque no demasiado. ¡Desde luego, no podemos permitirnos que nos quiten lo que nos queda!

―Yoshiro acaba de regresar de las montañas más próximas a la costa y se ha encontrado este panorama ―dijo el patriarca D. Kenshin en un tono más calmado―. Una vez se lo hemos explicado todo nos ha comentado que ha visto cómo un barco se desplazaba no demasiado lejos de la costa. No se alejaba, así que está seguro de que iban a buscar un lugar donde asentarse para seguir hostigándonos.

―Eso lo arreglo yo ahora mismo ―fanfarroneó el domador, haciendo el amago de introducirse de nuevo en la residencia para familiar para vestirse y tomar sus espadas. También podría despertar al pelirrojo para que protegiese su tierra. ¡Ya estaba bien de dormir!

―No ―interrumpió el abuelo al tiempo que aferraba su brazo para detenerle―. No es bueno actuar en caliente. Debemos comprobar quiénes son y averiguar a qué nos enfrentamos. Una vez lo sepamos podremos ver cómo solucionamos este problema. Al final vais a ser útiles y todo. Además, no olvidéis que prometisteis ayudar con la siembra por la mañana.

Therax miró hacia el cielo, comprobando que aún no había amanecido. Desde luego habían escogido el momento idóneo para asaltar los silos: cuando todo Wano dormía. Suspiró, resignado, antes de asentir y volver sobre sus pasos para despertar al Descamisetado y comentarle lo sucedido. Ya no podría dormir más, lo sabía a la perfección.

¿Quién le iba a decir a él que podría pasar más calor que bajo aquella condenada bombilla que habían destruido? La tarea de trabajar el campo resultaba titánica, y no por el esfuerzo físico que suponía cada gesto de agacharse o alzar peso. Aquello no representaba problema alguno para Therax. Por el contrario, la dificultad residía en tener que hacerlo de un modo tan lento y trabajoso y, al mismo tiempo, gentil y meditado. Con lo fácil que sería esparcir las semillas por toda la zona con su viento y... Bueno, realmente podría hacerlo todo sin despeinarse si el pelirrojo se lo permitiese.

―Pero no pueden pillarle ―maldijo en voz baja, recordándose una y otra vez que su futuro familiar dependía de aquello. O eso pensaba, porque toda su teoría no dejaba de ser un esbozo realizado por el mismo; sin confirmación o desmentido alguno por parte de su capitán. Pero aquél no era el principal problema. ¿Dónde demonios estaba el Descamisetado? Él, cuya única relación con Wano residía en la figura de Zane, estaba arando el campo y ayudando con la siembra por petición de Kanima Zao y su abuelo. Había ido a despertar una vez más al pelirrojo antes de partir, pero éste le había despachado con un movimiento de manos y diciendo que no tardaría en ir.

El rubio no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí, pero cuando el cuerpo de su capitán apareció no se lo pensó ni un instante. Abandonó su posición, dirigiéndose hacia él al tiempo que se desprendía de todos los útiles que había tenido que usar hasta el momento. Sin meditar demasiado lo que hacía, los arrojó al regazo del rey de los gañanes y se sentó bajo un árbol a beber agua. No habló hasta que hubo dado dos largos tragos y la aspereza de su garganta hubo sido mitigada considerablemente:

―Te toca a ti, y yo no me muevo de aquí hasta que hayas trabajado por lo menos lo mismo que yo ―le amenazó, volviendo a beber antes de pararse a contemplar cómo el resto de agricultores trabajaba. No se le ocurrían muchas labores más dignas y merecedoras de respeto y gratitud que aquélla, aunque nunca se había parado a contemplar aquel oficio de ese modo.

Y cayeron. Muchos de ellos, al menos. Aquella molesta sensación volvió a apoderarse de Therax mientras Zane seguía hablando. Ocurría siempre que el pelirrojo desataba su voluntad en las cercanías, por muy dirigida que estuviese. Como de costumbre, la náusea finalizó cuando una ventosidad escapó entre las nalgas del rubio. Era muy molesto, pero debía reconocer la indudable utilidad de la habilidad de su capitán.

―Esos sí, ¿no? ―sonrió―. Entonces supongo que no es necesario que hagáis nada ―añadió, dirigiéndose a las defensas locales. Sin mediar palabra se abalanzó a por los sujetos, que hicieron gala de una habilidad superior a la de sus compañeros caídos. No obstante, no dejaban de representar una mínima amenaza para el espadachín. Con los sujetos derrotados, aunque vivos, el contramaestre envainó sus sables y se dirigió a su capitán―. Miedo me da lo que puedas estar tramando.


Habían pasado varios días de la incursión frustrada de los corsarios y, por el momento, ninguno de ellos se había mostrado demasiado dispuesto a revelar información sobre su identidad o motivaciones. Conocer si querían algo más que los alimentos de los lugareños se antojaba de vital importancia, pero tampoco podían ser demasiado rudos. Bueno, podían, pero se habían revelado como una extraordinaria mano de obra que libraba a los Hermanos de la Tormenta y buena parte de la población local de doblar el lomo. Habían podido establecer turnos rotatorios en los que los bandidos eran los únicos que no descansaban. De cualquier modo, la inexperiencia era evidente y avanzaban más lento de lo que les gustaría.

―¡Ay, patrón! Las eran no fueron labradas adecuadamente por estos chamacos. Malditos pinche gringos ―dijo el rubio al tiempo que se dirigía al burro que cargaba al sucedáneo de terrateniente. Therax había pasado mucho tiempo junto a Marty, un sujeto cuya familia llevaba allí varias generaciones. Era natal de Wano, mas su ascendencia provenía de una tierra lejana llamada Allapulpo. De cualquier modo, no se había podido desprender del acento familiar y se lo había transferido en parte al rubio.

Se volteó para observar a los presentes. El cansancio se reflejaba a la perfección en las facciones de los presos. Se les proporcionaba agua y comida para que no desfalleciesen, pero pasaban allí tantas horas que se antojaba incluso absurdo. Se lo merecían, de eso no cabía duda.

Pasó un buen rato hasta que Kanima Zao acudió a ver el progreso de los cultivos. Se detuvo durante unos minutos a ver cómo araban la tierra, pero no tardó en dirigirse a los dos piratas:

―Ha habido un nuevo ataque. Esta vez ha sido en los silos situados en la otra punta de Wano. Imagino que supondrían que estarían menos vigilados al haber atacado siempre por el mismo sitio hasta el momento, y no se han equivocado. Tener a toda esta gente aquí nos viene muy bien, pero si siguen saqueándonos ni siquiera llegará a ser lo comido por lo servido... Tenemos que librarnos de ellos cuanto antes, pero no sabemos dónde se esconden.

El pelirrojo no tardó en ponerse en marcha en cuanto Kanima informó acerca de lo sucedido. Chiquitín se quedaría atrás, aunque Therax llegó a plantearse cómo se hubiese desarrollado todo si no fuese así. Zane le había cogido cariño al animal, tanto que el rubio se había cuestionado si no tomaría el relevo de Spanner como el segundo al mando, degradándole a él a oficial de cubierta —que no de mar, pues ésa era una labor que sólo la sardina podría desempeñar cuando tuviese a bien volver junto al resto—.

Pero no, Chiquitín no les acompañaría. Ambos se elevaron hacia las alturas, encaminándose hacia la dirección que Kanima Zao había revelado como origen de los problemas. Efectivamente, cuando llegaron al lugar indicado pudieron comprobar que los bandidos volvían a hacer de las suyas. Tres barcos en total, siendo uno de ellos más grande y actuando como cabeza de la incursión, flotaban a poca distancia de tierra.

La población local corría de un lado para otro, buscando esconderse de la amenaza hasta que pasase para poder lamentarse después. Ese hecho establecía dos zonas donde la población estaba más concentrada: la vanguardia de los que huían y la cabeza de los asaltantes. Sin embargo, entre ambos grupos de personas una maraña difuminada albergaba a atacantes y atacados por igual.

Una única espiración nació de la boca de Therax, inundando por completo sus oídos mientras cerraba los ojos con calma. La oscuridad debería haber sido todo lo que viese, pero no fue así. Bailarinas llamas tomaron forma frente a sus ojos, cada una de ellas salpicada con los colores de las emociones de los seres vivos que encarnaban. Se agitaban con furia, algunas presas de la sed de sangre y otras cautivas del miedo.

—La mayoría están escapando, pero los más lentos han sido alcanzados por esos desgraciados. Deben ser unos quince, justo en la zona donde se separan ambos grupos.

Abrió los ojos, consciente de cuál sería la orden de su capitán y precipitándose en picado hacia la zona cercana al muelle. Tomó tierra junto a un anciano cuya vida estaba a punto de ser segada, deteniendo la espada que estaba destinada a hacerlo y empleando a Yuki-onna para pagar al criminal con su misma moneda. Cuatro sujetos más no tardaron en sufrir el mismo destino que su compañero, obligando al grupo a detenerse para plantar cara a la amenaza que, nunca mejor dicho, había caído del cielo.

Los últimos entre los que huían se prestaron a obedecer las órdenes de Zane mientras los Hermanos de la Tormenta frenaban en seco la invasión de los bandidos. Uno tras otro caían ante los sables de Therax, que avanzaba hacia la costa algunos pasos por detrás de su capitán, pero era una distancia que no tardaría en salvar. Alcanzó su posición un instante después de que, casi con desprecio, el capitán de los asaltantes disparara un simple proyectil con su arma de fuego. ¿Acaso era aquello un mensaje? ¿Pretendía menospreciar la amenaza que suponía el pelirrojo? Eso parecía, pero no tardaría en darse cuenta de cuán equivocado estaba.

El rubio blandió a Wirapuru, generando una onda cortante que amenazó con cortar por la mitad el primer mástil de la embarcación. Sin embargo, una sombra saltó desde la cubierta y se interpuso en la trayectoria, deteniéndola y causando que se extinguiese antes de llegar a su objetivo. Tal vez hubiera oponentes dignos en el barco al fin y al cabo. Efectivamente, tras un movimiento de cabeza del líder el sujeto abandonó la embarcación, deteniéndose en tierra a varios metros de Therax.

Empleaba una larga lanza que el espadachín no había podido contemplar durante su anterior movimiento. Tal vez no hubiese estado del todo atento, pero que la hubiese movido con semejante velocidad reflejaba que sus habilidades eran dignas de ser tenidas en consideración.

—Imagino que tú eres el matón de turno —conjeturó—. ¿El segundo al mando? —Una sonrisa torcida fue toda la respuesta que obtuvo—. Realmente da igual quién seas, porque no vas a salir de Wano.

El rubio se lanzó a por él, blandiendo sus espadas para encontrar la metálica longitud de la lanza como respuesta. El sujeto no dudó en empujar para repelerle antes de tomar la iniciativa, realizando un movimiento vertical que prometía provocar un profundo tajo en su abdomen. Yuki-onna lo impidió mientras Wirapuru trazaba un tajo vertical en dirección a su torso. No obstante, empleó la base de su arma para detenerlo y girar sobre sí mismo e interponer algo de distancia.

—Hacía mucho que no encontraba a nadie que me aguantase más de un par de lances —comentó el tipo mientras, haciendo girar su lanza, comenzaba a dar vueltas en tordo al contramaestre—. Tal vez esta sea una buena oportunidad para comprobar si los Hermanos de la Tormenta son tan poderosos como dicen por ahí, si está justificado que Zane D. Kenshin sea considerado como uno de los Emperadores del Mar. —Soltó una carcajada antes de lanzarse al ataque de nuevo.

Su lanza trazó un corte oblicuo descendente que Therax bloqueó usando ambos sables. El tipo había transmitido todo su peso al golpe y el rubio vio cómo sus sables cedían algo de terreno antes de detenerse por completo. La confianza de su oponente saltaba a la vista sólo con contemplar sus facciones, que transmitían la seguridad de quien está acostumbrado a afrontar a un sinfín de enemigos de todas las clases. Aquel individuo se ajustaba más al perfil de alguien capaz de causar tantos problemas en una tierra poblada por diestros samuráis.

De cualquier modo no era momento para detenerse a pensar en nimiedades como aquélla. Tal vez resultase más productivo cuestionarse por qué los problemas habían comenzado a acuciar de semejante modo aquella tierra. No podía deberse al simple azar, porque a fin de cuentas una bombilla gigante y una tripulación como aquélla escapaba a cualquier tipo de casualidad.

―Me toca ―musitó el contramaestre, disolviendo el contacto del acero y alejándose para evitar que los restos de la acometida le hiriesen. Realizó dos cortes horizontales que continuó con uno vertical, arrebatando a su rival cualquier respiro u oportunidad de contraatacar.

Por otro lado, una violenta colisión había perturbado el ambiente en los alrededores como reflejo del combate que Zane acababa de comenzado no demasiado lejos de él. El pelirrojo no era alguien de quien tuviese que preocuparse ni muchísimo menos, así que se centró por completo en su enfrentamiento y dejó que el Descamisetado hiciera lo propio con el suyo.

El lancero intentó perforar su abdomen con una poderosa lanzada que arrebató un violento silbido al aire, pero el espadachín se apartó de la trayectoria para contestar con sendos trazos oblicuos en dirección al torso de su contrincante. Pudo notar cómo la tela de su ropa era cortada y un fino hilo de sangre impregnó el aire antes de caer en el suelo. Era una pequeña victoria en cuanto al resultado del combate, pero un poderoso triunfo moral que le empujó a seguir en la lucha con ánimos renovados.

El resto de tripulantes del grupo ni siquiera se había molestado en intentar tomar parte para apoyar a su superior, consciente de que, si Therax era capaz de plantarle cara de igual a igual, ellos no tenían nada que hacer en contra del rubio. El enfrentamiento se desarrolló durante largos minutos que el contramaestre ni siquiera intentó contar. Con luchar por su vida ya tenía más que suficiente.

El sol arrebatada tímidos destellos a las gotas de sudor que perlaban los rostros de los contendientes. Los aceros habían hecho mucho más que cruzarse en el aire, de forma que tanto el espadachín como el lancero mostraban numerosos cortes distribuidos por sus cuerpos como señal de que ni siquiera empleándose a fondo podrían salir de aquélla sin los correspondientes daños.

El abuelo de Zane le había prestado un nuevo haori para que pudiese moverse por Wano sin recibir miradas curiosas, pero una vez más se había encontrado con que tendría que disculparse en cuando le volviese a ver. De un impoluto color blanco, había sido mancillado en numerosos puntos por el rojo de la sangre. Había recibido nada menos que tres lanzadas, dos de ellas superficiales y una bastante más seria. Tanto era así que creía haber notado cómo uno de sus músculos intercostales había sido lacerado. Aquello hacía de cada respiración un verdadero infierno, pero se podía permitir pararse a descansar o retirarse; tenía que vencer allí y en ese momento.

Se lanzó hacia su rival con sus sables en ristre, encadenando cuantos cortes fue capaz y apretando los dientes en un vano intento por mitigar el dolor que sentía. El adversario tampoco se encontraba en una situación mucho mejor, pues sus brazos y piernas habían sido cortados y su envidiable movilidad se había visto notablemente reducido.

Therax le obligó a retroceder, yendo más allá de la posición que ocupaban Zane y el capitán de los piratas hasta conseguir que la lucha transcurriese a escasos metros del mar. Fue en ese momento cuando el rubio cambió por completo su ofensiva. Hasta el momento únicamente había empleado sus sables, pero, viendo que había conseguido acorralar a su oponente, empezó a incorporar el viento en sus ofensivas. Cada tajo iba seguido de una onda cortante y, del mismo modo, empleaba sus piernas para dirigir patadas que el sujeto evadía o bloqueaba como podía.

―Te tengo ―musitó cuando supo que la ventaja era suya y, probablemente la victoria. Wirapuru golpeó con fuerza su lanza, apartándola de la posición defensiva que ocupaba frente al torso del corsario. Yuki-onna segó el aire inmediatamente, trazando un profundo corte en su torso que salpicó de carmesí las facciones del domador. El lancero cayó irremediablemente al mar, silenciando a sus compañeros y sumergiéndose sin más―. Vosotros seréis los siguientes ―amenazó, dirigiendo sus ojos y sus palabras a los bucaneros que contemplaban el panorama desde el navío.

Pese a que el segundo de abordo acababa de ser derrotado frente a sus ojos los tripulantes que continuaban en el barco no se amedrentaron. Aquello sólo podía implicar más esfuerzo innecesario, lo que obligó a Therax a suspirar antes de que dos alas nacieran en su espalda. Hubiese sido mucho más sencillo que aceptasen que no podrían sacar más partido de la gente de Wano y que se fuesen por donde habían venido. Si pensaban que su capitán podría derrotar al pelirrojo estaban muy equivocados, pero era un hecho probado que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Se elevó hacia las alturas con un único batir de alas cuando los corsarios abrieron fuego con él como blanco. Las balas se estrellaron en la tierra sin causarle daño alguno. El contramaestre trazó un arco en el aire para precipitarse sobre la embarcación con furia, dejando a sus adversarios un tiempo a todas luces insuficiente para recargar, volver a apuntarle y disparar. Tres tiradores cayeron abatidos en cuanto puso un pie en la cubierta. Del mismo modo, sus alas se desplegaron cuan largas eran para cubrir buena parte del ancho del barco. Otros cuatro hombres cayeron, presas de la afilada naturaleza de sus plumíferas extremidades.

―He dicho que vosotros seríais los siguientes, y eso es lo que va a pasar. Deberíais haberos ido cuando aún podíais.

Se movió sobre la madera del navío con la maestría que sólo da la experiencia, la asociada a quien se ha sobrepuesto a base de tesón y constancia a cualquier adversidad que se le ha presentado. Los sables se quebraban ante su empuje. Los cañones de los rifles no llegaban a disparar en la mayoría de ocasiones y, cuando lo hacían, sus propietarios no tardaban en caer sobre la cubierta del barco tras exhalar su último suspiro.

―¿Se puede saber cómo habéis llegado hasta aquí con esto? ―se preguntó al ver las numerosas reparaciones que se habían efectuado a bordo―. Sé de una sardina y un abuelo cascarrabias que se echarían las manos a la cabeza si vieran esto.

Sus conocimientos sobre carpintería eran poco menos que nulos, pero la diferencia de color de la madera en numerosas localizaciones indicaba que muchas partes no eran originales. ¿Por qué se habrían empeñado en mantener aquel barco surcando los mares a toda costa? Tal vez fuese por un irracional apego personal por parte del capitán o algún tripulante relevante, aunque también cabía la posibilidad de que guardase algún secreto que le era completamente ajeno.

La escabechina tardó varios minutos en consumarse, de los cuales no dedicó ni un segundo a comprobar cómo se encontraba su capitán. La fama de Zane estaba más que justificada, así que sabía a la perfección que aquella banda de canallas ni siquiera podría acercarse a pararle los pies por muy fuertes que pudiesen ser.

Se llevó la mano a uno de los cortes que le había infligido el lancero, apretando los dientes y encontrando sus dedos manchados de sangre. Continuaba sangrando. Aquel condenado era muy bueno y se había asegurado de dejarle un recordatorio para que no pudiese olvidarse de él durante algunas semanas cuando todo aquello acabase.

Fuera como fuese, sobre la cubierta sólo había bucaneros muertos o inconscientes, por lo que su trabajo estaba hecho. Caminó a paso lento hasta la borda, observando cómo habían cercado a Zane y el capitán. Los piratas no parecían interesados en intervenir, pero gritaban para animar a su líder y minar la moral del pelirrojo. ¿Acaso pensaban que aquello era un patio de colegio?

Therax se elevó una vez más en el aire y trazó dos cortes verticales con sus sables. Sendas ondas cortantes nacieron y se dirigieron al círculo que cercaba a los combatientes. Los situados a espaldas de los luchadores se libraron, pero los demás salieron despedidos para aterrizar sobre la tierra a varios metros de distancia. Así estaba mucho mejor. Tanto escándalo podía distraer del enfrentamiento.

Pudo escuchar los rugidos cuando, bajo él, Zane se introdujo por accidente en las profundidades del navío. Se preguntó qué clase de criaturas habría allí abajo, pero una familiar sensación molesta en el abdomen le indicó que no había de qué preocuparse. Descendió lentamente hasta posarse una vez más en la cubierta del barco. Su barriga volvió a rugir y una ventosidad escapó en cuanto el pelirrojo se posicionó junto a él.

―Y tú con usar esa cosa ―se quejó―. ¿Cuándo vas a empezar a avisar antes de hacerlo? Es muy molesto, ¿sabes?

De cualquier modo aquella conversación tendría que esperar a un momento menos tenso. El capitán de los piratas que habían estado azotando Wano durante los últimos días se encontraba frente ellos, aunque su rostro dejaba ver que no le gustaba para nada la situación que le estaba tocando vivir.

Cuando quiso darse cuenta Zane había abandonado su lugar y había aprisionado al corsario, llevándolo fuera del navío y arrojándolo sobre la arena. Hacía gala de su habitual actitud altanera y arrogante, lo que no extrañó para nada al contramaestre. Él también tenía trabajo que hacer si se querían asegurar de enviar un mensaje claro al mundo: cualquiera que osase convertir Wano en su objetivo tendría que vérselas con ellos. Tal vez así dejasen de asediar un territorio tan hostigado por la desdicha.

Se elevó de nuevo hacia las alturas. Lo hizo hasta unos diez metros, momento en que se detuvo para contemplar la inmensidad azul que limitaba con la costa, así como el cúmulo de madera que se situaba como un punto entre ambas. Blandió a Wirapuru y a Yuki-onna con furia. Una tras otro, los cortes lanzados al aire servían de nacimiento para poderosas ondas cortantes que crecían sin descanso como una amenaza enviada desde las mismísimas nubes.

Todas y cada una de ellas fueron incidiendo sobre la estructura de la embarcación. El mástil central fue el primero en quebrarse, pero la borda, la cubierta y los demás mástiles no tardaron en imitarlo. La madera se astillaba y los tablones saltaban por los aires para aterrizar con estrépito sobre el mar. Continuó hasta que estuvo seguro de que nadie podría volver a utilizar aquel medio de transporte. El futuro de sus antiguos ocupantes era algo que la gente de Wano tendría que decidir por los medios que tuviese para hacerlo.

Una vez estuvo satisfecho con su trabajo se dirigió hacia su capitán y su reo. El segundo seguía en el suelo cuando el rubio aterrizó, guardando silencio y asistiendo como un mero espectador al espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos. Sus hombres se encontraban arando el campo en aquellos instantes bajo la supervisión de, entre otros, el abuelo de Zane y Kanima. Tal vez ése pudiese ser un buen castigo para aquel señor, cuyo nombre, por cierto, desconocía. Claro que, ¿tendría algún desesperado truco bajo la manga?

―Después de eso sólo nos quedaría llevar a los niños con sus madres envueltos en una sábana ―bromeó Therax al tiempo que guardaba sus sables. No sabía muy bien de dónde provenía aquel cuento ni recordaba dónde había oído hablar de él por primera vez, pero sabía que era una mentira que se contaba a los pequeños para evitar la fatal pregunta: "Papá, mamá, ¿de dónde vienen los niños?"

De cualquier modo, los refuerzos acababan de llegar y se afanaban por apresar a todos y cada uno de los bandidos que tantos males les habían causado recientemente. La situación con el capitán pirata parecía completamente controlada por el pelirrojo, de modo que el rubio se limitó a incorporarse a las labores de detención y reducción de los pocos que aún oponían resistencia.

No obstante, un último grito del líder del grupo atrajo su atención durante unos instantes. ¿Arenas movedizas? Aquella habilidad se antojaba bastante útil siempre y cuando el oponente no fuese capaz de combatir en el aire y, por desgracia, en aquella mitad del mundo no eran pocos lo que podían hacerlo. De cualquier modo, probablemente hubiese sido interesante comprobar qué habría pasado si el Descamisetado se hubiese enfrentado a él en tierra y sin posibilidad de emplear sus alas.

La extremidad del sujeto, cuyo largo nombre no paraba de pronunciar sin descanso en un excepcional alarde de ego, quedó atrás mientras el resto de su cuerpo se veía desplazado por la ofensiva de Zane. El contramaestre suspiró, preguntándose en qué momento se daría cuenta aquel hombre de que había perdido y no había nada que pudiera hacer. Tal vez con un brazo menos fuese capaz de recapacitar y darse cuenta de la realidad. Aun así había comentado que tenía un jefe, por lo que tal vez aquello no fuese más que el detonante de un problema mucho mayor.

Lo cierto era que ya no sabía si la vorágine de conflictos en la que su capitán siempre se veía envuelto era buscada premeditadamente, venía en los genes o emanaba de su lugar de procedencia. ¿Cómo podían surgir tantos inconvenientes en un lugar al que era tan difícil acceder? Fuera como fuese, había mucho campo que arar, mucho cultivo que cosechar y mucho arroz que recoger.

―Atadlos bien y no dejéis que estén demasiado cerca unos de otros ―ordenó―. Ya han dado suficientes problemas y no quiero que se vengan arriba por ver que están en grupo. Cuando acabéis llevadlos a los campos de cultivo y que Kanima los vaya repartiendo. Nosotros nos ocuparemos de vigilar que no escapen. En cuanto al capitán... pues no sé; Zane verá ahora qué hacer con él.

La percepción de aquellos hombres en lo referente a la vida que habían llevado hasta entonces distaba mucho de lo que Therax había esperado. Muchos de ellos mostraban ciertos remordimientos o, por el contrario, buscaban huir de una persecución constante a la que se habían visto sometidos involuntariamente. Aquello le extrañó, pero decidió no cuestionar en voz alta sus motivaciones y dejar que los habitantes de Wano hiciesen con ellos lo que creyesen oportuno.

La prisión se antojaba como un buen lugar para que expiasen sus penas, pero por desgracia el líder del grupo no podría unirse a ellos en su impuesta penitencia. El muy condenado había desaparecido tras recibir el ataque de Zane. El rubio no había podido ver cómo lo había hecho, aunque algo le decía que el control que había afirmado poseer sobre las arenas movedizas tenía algo que ver.


El sol había salido hacía ya varias horas y Therax aguardaba junto a su capitán en el puerto desde el que partiría parte de los bandidos. Muchos de ellos no habían renegado de sus actos y la gente de allí, desechando la posibilidad de darles muerte, había terminado por condenarles al destierro. No sabía hasta qué punto significaría un castigo para los malhechores, pero desde luego se asegurarían de que no volviesen a importunarles con sus saqueos.

De pie junto al barco, observó cómo los prisioneros subían uno a uno a uno de los barcos que el contramaestre no había destruido. Aguardó a que no quedase ni uno en tierra y, una vez las fuerzas del orden de la tierra de los samuráis se hubieron asegurado de que nadie quedaba atrás, el barco zarpó. Kanima acompañaría al capitán y al tercero al mando de los Hermanos de la Tormenta en la escolta, pero el espadachín desconocía si lo haría a bordo o sobre el lomo de su capitán.

De cualquier modo, la relación que el pelirrojo tenía con él era mucho más estrecha, por lo que supuso que en el segundo caso él sería el encargado de transportarle. Su figura mutó hasta adquirir la forma de una colosal águila de plumaje azulado y se elevó hacia los cielos, trazando círculos en torno al navío como señal de que no dejaría que nadie se saliese del plan establecido.

Era cuestión de tiempo que aquella gente desapareciese para no volver a cruzarse en su camino, por lo que se limitó a perderse en la lejanía como una imponente sombra que vigilaba todo lo que sucedía bajo sus alas. Aún no abandonarían Wano, ya que había quedado claro que su elección de permanecer allí tras acabar con la gigantesca bombilla había sido acertada. ¿Quién sabía si algún nuevo mal intentaría acechar a la gente de la recóndita isla?