Su piel se perlaba por el sudor a medida que transcurría la mañana, obligándole cada cierto tiempo a pasarse el dorso de la mano por la frente para evitar que las gotas siguieran su curso a través del rostro. Había terminado por sentarse sobre una de las mesas de trabajo, ya despejada, para contemplar con algo de distancia y perspectiva el gran proyecto de su padre; casi lo habían terminado. No era la primera vez que Sean trabajaba con aquel tipo de construcciones, pero sí que era la primera en la que el proyecto resultaba ser completamente suyo. Durante los ocho años de ausencia por parte de Ayden parecía haber estado dedicándole bastante tiempo y, de hecho, había realizado la mayor parte del trabajo en ese lapso; el ritmo se había incrementado a raíz de la llegada de su hijo, quien aportaba un par de manos extra y no poca habilidad por poco que le gustase el oficio.
—Eres un exagerado. —El mayor le señaló con tono acusador al reparar en el detalle de que se encontraba con el torso desnudo.
—Si te hubieras ocupado tú de cargar las piezas más pesadas estarías igual que yo —replicó el rubio, alzando una ceja antes de alcanzar la camiseta al vuelo, lanzada por su padre. Comenzó a ponérsela, echando un rápido vistazo a la construcción mientras tanto—. ¿Qué pretendes hacer con él? No creo que lo vayas a donar ni que pretendas usarlo como exposición.
El carpintero se quedó admirando su obra, pensativo, antes de recoger las últimas herramientas que aún se encontraban desperdigadas a lo largo del taller. Una sutil sonrisa asomó en su rostro mientras las ordenaba, sin devolverle la mirada.
—Aún no me he decidido, pero algo tengo pensado —se limitó a responder, llevando ambas manos a su propia cintura y tomando algo de aire, terminando por soltarlo en un suspiro—. Puedes tomarte el resto del día libre; solo tengo que ocuparme de un par de pequeñas chapuzas para tu madre, así que aprovecha.
El cazador sonrió ampliamente y sin disimulo alguno.
—Con mucho gusto.
Casi le faltó tiempo para recoger sus cosas. No es que despreciase el tiempo que pasaba con su padre, pero tras casi dos meses ayudándole en la carpintería necesitaba tiempo lejos del taller como el comer; eso sí, aunque no fuera a reconocerlo nunca, ver cómo avanzaba el interminable proyecto resultaba más que satisfactorio.
Sus pies se pusieron en camino, siguiendo una dirección bastante concreta y predecible a aquellas alturas. Después de todo, tan solo se estaba limitando a seguir la tranquila rutina que disfrutaba en Samia. ¿Qué hay mejor que llenar el estómago después de día de trabajo duro? Probablemente nada, salvo lo mismo con buena compañía. Por suerte para él iba a tener ambas cosas, o eso esperaba. Casi se había convertido en un ritual y es que, aunque tuviera que pagar, no estaba de más compartir la hora de la comida con sus amigos de siempre. Evan ya estaría en la taberna con toda seguridad, y es que ese mendrugo era incapaz de pasar un solo día sin ir a ver a su amorcito. A veces resultaba algo empalagoso, aunque Rumi se aseguraba de marcar ciertos límites gracias al contraste que había entre ambos. Quizá fuera la única vez que pudiera agradecerle algo a la chica —aparte de haber cuidado de Miko en su ausencia, claro—. Fuera como fuese, debía apresurarse o tan solo quedarían las sobras.
A paso ligero apenas le llevó unos quince minutos llegar desde la carpintería de su padre hasta el local, desde cuyo interior ya se escuchaba bastante jaleo. Parecían tener bastante éxito, aunque contando con las señoritas que se aseguraban de servir las comidas... ¿Quién no querría ir? Se rió ante la idea, empujando la puerta para entrar.
—¡Ayden! —sonó desde el fondo, donde un chico de cabello oscuro y rizado le saludó alzando una jarra. Parecía que Evan ya se había puesto cómodo.
Se abrió camino entre la gente, saludando con la mano a prácticamente todo el mundo. Los sitios tan pequeños implicaban que todos los rostros eran conocidos salvo, quizá, los de algunos forasteros que se habían pasado por allí.
—Veo que no has tenido la decencia de esperarme, capullo —comentó como si nada, sentándose frente a él en una mesa que constaba con un par de asientos más.
—Anda, anda, no te quejes que he guardado una para ti —contestó el moreno, empujando sobre la mesa una jarra llena de refrescante y deliciosa cerveza, algo que no rechazaría tras la paliza que se había pegado durante toda la mañana.
Dio un largo trago, ingiriendo alrededor de un tercio del contenido en apenas un instante para, después, exhalar aire con gusto. Era algo que empezaba a necesitar.
—Parece que tienen bastante ajetreo hoy —dijo, echando un rápido vistazo a la sala—. ¿Dónde está Miko?
—En las cocinas, creo. Están preparando la última tanda de comidas antes de tomarse un descanso, así que aún nos queda esperar un poco. ¿Qué tal ha ido la mañana?
Mientras esperaban, Ayden se dedicó a hablar sobre los avances del proyecto de Sean. Todo el pueblo parecía expectante por saber en qué estaba trabajando el viejo carpintero, y es que tan solo Ayda, Miko y Ayden parecían conocer de qué se trataba. No reveló demasiados detalles, claro, pero se aseguró de dejarle con la miel en los labios; lo suficiente como para que la intriga incrementase. Era una buena forma de distraerse y no pensar en que su estómago rugía por algo de comida. ¿Cuánto les quedaría?
—Eres un exagerado. —El mayor le señaló con tono acusador al reparar en el detalle de que se encontraba con el torso desnudo.
—Si te hubieras ocupado tú de cargar las piezas más pesadas estarías igual que yo —replicó el rubio, alzando una ceja antes de alcanzar la camiseta al vuelo, lanzada por su padre. Comenzó a ponérsela, echando un rápido vistazo a la construcción mientras tanto—. ¿Qué pretendes hacer con él? No creo que lo vayas a donar ni que pretendas usarlo como exposición.
El carpintero se quedó admirando su obra, pensativo, antes de recoger las últimas herramientas que aún se encontraban desperdigadas a lo largo del taller. Una sutil sonrisa asomó en su rostro mientras las ordenaba, sin devolverle la mirada.
—Aún no me he decidido, pero algo tengo pensado —se limitó a responder, llevando ambas manos a su propia cintura y tomando algo de aire, terminando por soltarlo en un suspiro—. Puedes tomarte el resto del día libre; solo tengo que ocuparme de un par de pequeñas chapuzas para tu madre, así que aprovecha.
El cazador sonrió ampliamente y sin disimulo alguno.
—Con mucho gusto.
Casi le faltó tiempo para recoger sus cosas. No es que despreciase el tiempo que pasaba con su padre, pero tras casi dos meses ayudándole en la carpintería necesitaba tiempo lejos del taller como el comer; eso sí, aunque no fuera a reconocerlo nunca, ver cómo avanzaba el interminable proyecto resultaba más que satisfactorio.
Sus pies se pusieron en camino, siguiendo una dirección bastante concreta y predecible a aquellas alturas. Después de todo, tan solo se estaba limitando a seguir la tranquila rutina que disfrutaba en Samia. ¿Qué hay mejor que llenar el estómago después de día de trabajo duro? Probablemente nada, salvo lo mismo con buena compañía. Por suerte para él iba a tener ambas cosas, o eso esperaba. Casi se había convertido en un ritual y es que, aunque tuviera que pagar, no estaba de más compartir la hora de la comida con sus amigos de siempre. Evan ya estaría en la taberna con toda seguridad, y es que ese mendrugo era incapaz de pasar un solo día sin ir a ver a su amorcito. A veces resultaba algo empalagoso, aunque Rumi se aseguraba de marcar ciertos límites gracias al contraste que había entre ambos. Quizá fuera la única vez que pudiera agradecerle algo a la chica —aparte de haber cuidado de Miko en su ausencia, claro—. Fuera como fuese, debía apresurarse o tan solo quedarían las sobras.
A paso ligero apenas le llevó unos quince minutos llegar desde la carpintería de su padre hasta el local, desde cuyo interior ya se escuchaba bastante jaleo. Parecían tener bastante éxito, aunque contando con las señoritas que se aseguraban de servir las comidas... ¿Quién no querría ir? Se rió ante la idea, empujando la puerta para entrar.
—¡Ayden! —sonó desde el fondo, donde un chico de cabello oscuro y rizado le saludó alzando una jarra. Parecía que Evan ya se había puesto cómodo.
Se abrió camino entre la gente, saludando con la mano a prácticamente todo el mundo. Los sitios tan pequeños implicaban que todos los rostros eran conocidos salvo, quizá, los de algunos forasteros que se habían pasado por allí.
—Veo que no has tenido la decencia de esperarme, capullo —comentó como si nada, sentándose frente a él en una mesa que constaba con un par de asientos más.
—Anda, anda, no te quejes que he guardado una para ti —contestó el moreno, empujando sobre la mesa una jarra llena de refrescante y deliciosa cerveza, algo que no rechazaría tras la paliza que se había pegado durante toda la mañana.
Dio un largo trago, ingiriendo alrededor de un tercio del contenido en apenas un instante para, después, exhalar aire con gusto. Era algo que empezaba a necesitar.
—Parece que tienen bastante ajetreo hoy —dijo, echando un rápido vistazo a la sala—. ¿Dónde está Miko?
—En las cocinas, creo. Están preparando la última tanda de comidas antes de tomarse un descanso, así que aún nos queda esperar un poco. ¿Qué tal ha ido la mañana?
Mientras esperaban, Ayden se dedicó a hablar sobre los avances del proyecto de Sean. Todo el pueblo parecía expectante por saber en qué estaba trabajando el viejo carpintero, y es que tan solo Ayda, Miko y Ayden parecían conocer de qué se trataba. No reveló demasiados detalles, claro, pero se aseguró de dejarle con la miel en los labios; lo suficiente como para que la intriga incrementase. Era una buena forma de distraerse y no pensar en que su estómago rugía por algo de comida. ¿Cuánto les quedaría?
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La vida era tranquila en Samia. Con pocos cambios, la gente solía vivir su día a día con la calma que su pequeño pueblo pesquero les brindaba. El clima no era duro y el avistamiento de barcos piratas era algo tan improbable que la mayor preocupación para muchos era cuanto pescado conseguirían capturar o que sus mujeres no se enfadasen con ellos por llegar tarde al pasar tiempo de más en la taberna de Martha, ahora rentada por su joven nieta, Miko. Aunque en esa taberna las cosas eran un poco distintas. El ambiente animado de este punto de encuentro para todo el pueblo no se podía mantener solo, al fin y al cabo. Día tras día sus hermosas encargadas se aseguraban de que la gente del pueblo pudiera disfrutar de comida recién preparada y bebida refrescante mientras hablaban de su jornada o de cualquier otra preocupación. Y, en días como aquel, era cuando más ajetreo se acumulaba.
La mañana había sido medianamente relajada ese sábado. La gente trabajaba por la mañana, así que solo los forasteros pasaban a visitarles. Algún que otro rostro desconocido —o no tanto— que tomaba cobijo en las pocas habitaciones del piso de arriba hacían compañía a Rumi y Miko sentados frente a la barra mientras estas limpiaban la encimera o comenzaban a pelar patatas, cortar cebollas y preparar las carnes para dejar a cocer los primeros platos, ya que según el tipo de comida se podían tomar el lujo de dejarla ya hecha y luego solo calentarla. Un café por ahí, una jarra de cerveza por allá. Esos momentos eran de calma. De hecho, tanta calma le permitía a Miko salir a hurtadillas de la cocina por la puerta trasera y acercarse a ver a su mentor para dejarle la comida. Charlie nunca había sido bueno cocinando, lo suyo eran las infusiones.
El problema llegaba al tocar las campanas del medio día. El primer sonido de la puerta abriéndose marcaba el inició del ajetreo que duraba unas tres, cuatro, horas cada vez. Miko en la cocina, se centraba en cortar verduras, sofreír, sellar la carne, dar vuelta y vuelta la comida, sazonar… Todo a un ritmo pasmoso. Y Rumi no se quedaba atrás tratando con los clientes, ofreciéndoles asiento, tomando nota, e incluso dándoles conversación con su simpático carácter —el cual mostraba con cualquiera que no fuera Ayden— pero siempre asegurándose de que ningún chico de su quinta o cercana intentase que se le fuera la mano.
—Miko —La voz de la castaña se escuchó desde la puerta que daba a la taberna desde la cocina, viéndose amortiguada por el ruido de fondo—. Miiiiko —repitió para lograr llamar la atención de la albina justo en el momento en que iba de un lado a otro con una cesta de manzanas en las manos, consiguiendo que se sobresaltara y que a punto estuviera de caérsele varias de la cesta, salvándolas de puro milagro. La albina suspiró pesadamente, antes de dejar la cesta en un lado.
—¿Más pedidos? —preguntó la albina. Con su pelo recogido en un moño alto, su delantal manchado de harina, al igual que su cara, y la piel decorada con gotitas de sudor por llevar ya dos horas sin apenas apartarse de los fogones.
—Noup —se apresuró en negar la contraria, que no estaba en mejor estado, yendo y viniendo de un lado a otro—. Ninguno que no hubieras contado ya, vaya. En cuanto acabes eso y recojamos podremos ir a comer con los chicos. Aunque me da pena que Evan me tenga que ver así… —Rumi suspiro, antes de mirar a su amiga—. Al menos no soy la que peor está. Aunque quizás sea bueno para evitar ver como Ayden y tú os tiráis los tejos —dijo con tono burlón, consiguiendo poner nerviosa a su amiga, quien se ruborizó levemente.
—Sabes que eso no es verdad. Ayden y yo solo somos muy buenos amigos. Como familia, Rumi. No hay nada de eso —resopló, volviendo a coger el cesto de manzanas para dejarlo en su sitio correspondiente de la despensa. Al volver, apagó los últimos fogones que quedaban encendidos a fuego lento.
—Ya lo sé. Y gracias al cielo. No podría soportar tener que lidiar con él por el resto de mi vida porque acabaseis juntos. Es decir, ya le tengo que aguantar por Evan… Pero al menos el y Evan se pueden ir por ahí y no estamos siempre juntos. Si encima de mi novio, estuviera con mi mejor amiga… Creo que me moriría del disgusto.
—Estás exagerando —le reprochó, no pudiendo contener una sonrisa burlona ante la actuación dramática de su amiga.
—Que no, lo digo totalmente enserio.
—Entonces quizás deba pedirle salir para que tengas motivos por los que quejarte —bromeó la albina.
—Si lo hicieras, me sorprenderías, la verdad. Pero sabes que no va a pasar. Anda, límpiate la cara y quítate el delantal, que nos esperan los chicos.
—Ya voy, ya… —dijo tirando su delantal por ahí y soltándose el pelo, antes de coger las dos bandejas de comida que llevarían—. A ti te toca llevar la bebida.
Rumi asintió y abrió la puerta de la cocina, haciendo un gesto para indicar a la albina que pasase. Esta lo hizo y tardó escasos segundos en divisar «su sitio» donde ambos hombres conversaban. El de cabellos oscuros parecía estar intentando tirar de la lengua al rubio para que le contara algo mientras este se negaba o le proponía tratos absurdos a cambio. Miko sonrió. Apenas hacía dos meses que Ayden había vuelto, pero la albina sentía esos ocho años sin el chico como si nunca hubieran pasado y se tratase solo de una mala pesadilla que tuviera tiempo atrás.
—Parece que os lo pasáis bien —comentó la albina, dejando primero una de las bandejas sobre la mesa para quitar los platos de encima, ofreciéndole uno a Evan y otro, con una ración más grande, para Ayden—. ¿Qué tal ha ido la mañana? No habrás sacado mucho de quicio a tío Sean, ¿verdad? —inquirió la muchacha antes de terminar de poner la mesa, llevándose las bandejas justo cuando Rumi llegaba a la mesa con cuatro jarras frías. Miko se limitó a dejar las bandejas sobre la barra y volvió al momento con ellos, sentándose al lado de su amigo para dejar a Rumi el hueco junto a su novio.
—Esperamos que sea de vuestro agrado la comida —añadió la castaña antes de tomar del brazo a Evan y tirar de su brazo, consiguiendo que se agachase lo justo para besarle, celebrando así su descanso. Miko asintió, secundándola mientras miraba a ambos con una sonrisa, y luego a Ayden.
—Buen provecho.
La mañana había sido medianamente relajada ese sábado. La gente trabajaba por la mañana, así que solo los forasteros pasaban a visitarles. Algún que otro rostro desconocido —o no tanto— que tomaba cobijo en las pocas habitaciones del piso de arriba hacían compañía a Rumi y Miko sentados frente a la barra mientras estas limpiaban la encimera o comenzaban a pelar patatas, cortar cebollas y preparar las carnes para dejar a cocer los primeros platos, ya que según el tipo de comida se podían tomar el lujo de dejarla ya hecha y luego solo calentarla. Un café por ahí, una jarra de cerveza por allá. Esos momentos eran de calma. De hecho, tanta calma le permitía a Miko salir a hurtadillas de la cocina por la puerta trasera y acercarse a ver a su mentor para dejarle la comida. Charlie nunca había sido bueno cocinando, lo suyo eran las infusiones.
El problema llegaba al tocar las campanas del medio día. El primer sonido de la puerta abriéndose marcaba el inició del ajetreo que duraba unas tres, cuatro, horas cada vez. Miko en la cocina, se centraba en cortar verduras, sofreír, sellar la carne, dar vuelta y vuelta la comida, sazonar… Todo a un ritmo pasmoso. Y Rumi no se quedaba atrás tratando con los clientes, ofreciéndoles asiento, tomando nota, e incluso dándoles conversación con su simpático carácter —el cual mostraba con cualquiera que no fuera Ayden— pero siempre asegurándose de que ningún chico de su quinta o cercana intentase que se le fuera la mano.
—Miko —La voz de la castaña se escuchó desde la puerta que daba a la taberna desde la cocina, viéndose amortiguada por el ruido de fondo—. Miiiiko —repitió para lograr llamar la atención de la albina justo en el momento en que iba de un lado a otro con una cesta de manzanas en las manos, consiguiendo que se sobresaltara y que a punto estuviera de caérsele varias de la cesta, salvándolas de puro milagro. La albina suspiró pesadamente, antes de dejar la cesta en un lado.
—¿Más pedidos? —preguntó la albina. Con su pelo recogido en un moño alto, su delantal manchado de harina, al igual que su cara, y la piel decorada con gotitas de sudor por llevar ya dos horas sin apenas apartarse de los fogones.
—Noup —se apresuró en negar la contraria, que no estaba en mejor estado, yendo y viniendo de un lado a otro—. Ninguno que no hubieras contado ya, vaya. En cuanto acabes eso y recojamos podremos ir a comer con los chicos. Aunque me da pena que Evan me tenga que ver así… —Rumi suspiro, antes de mirar a su amiga—. Al menos no soy la que peor está. Aunque quizás sea bueno para evitar ver como Ayden y tú os tiráis los tejos —dijo con tono burlón, consiguiendo poner nerviosa a su amiga, quien se ruborizó levemente.
—Sabes que eso no es verdad. Ayden y yo solo somos muy buenos amigos. Como familia, Rumi. No hay nada de eso —resopló, volviendo a coger el cesto de manzanas para dejarlo en su sitio correspondiente de la despensa. Al volver, apagó los últimos fogones que quedaban encendidos a fuego lento.
—Ya lo sé. Y gracias al cielo. No podría soportar tener que lidiar con él por el resto de mi vida porque acabaseis juntos. Es decir, ya le tengo que aguantar por Evan… Pero al menos el y Evan se pueden ir por ahí y no estamos siempre juntos. Si encima de mi novio, estuviera con mi mejor amiga… Creo que me moriría del disgusto.
—Estás exagerando —le reprochó, no pudiendo contener una sonrisa burlona ante la actuación dramática de su amiga.
—Que no, lo digo totalmente enserio.
—Entonces quizás deba pedirle salir para que tengas motivos por los que quejarte —bromeó la albina.
—Si lo hicieras, me sorprenderías, la verdad. Pero sabes que no va a pasar. Anda, límpiate la cara y quítate el delantal, que nos esperan los chicos.
—Ya voy, ya… —dijo tirando su delantal por ahí y soltándose el pelo, antes de coger las dos bandejas de comida que llevarían—. A ti te toca llevar la bebida.
Rumi asintió y abrió la puerta de la cocina, haciendo un gesto para indicar a la albina que pasase. Esta lo hizo y tardó escasos segundos en divisar «su sitio» donde ambos hombres conversaban. El de cabellos oscuros parecía estar intentando tirar de la lengua al rubio para que le contara algo mientras este se negaba o le proponía tratos absurdos a cambio. Miko sonrió. Apenas hacía dos meses que Ayden había vuelto, pero la albina sentía esos ocho años sin el chico como si nunca hubieran pasado y se tratase solo de una mala pesadilla que tuviera tiempo atrás.
—Parece que os lo pasáis bien —comentó la albina, dejando primero una de las bandejas sobre la mesa para quitar los platos de encima, ofreciéndole uno a Evan y otro, con una ración más grande, para Ayden—. ¿Qué tal ha ido la mañana? No habrás sacado mucho de quicio a tío Sean, ¿verdad? —inquirió la muchacha antes de terminar de poner la mesa, llevándose las bandejas justo cuando Rumi llegaba a la mesa con cuatro jarras frías. Miko se limitó a dejar las bandejas sobre la barra y volvió al momento con ellos, sentándose al lado de su amigo para dejar a Rumi el hueco junto a su novio.
—Esperamos que sea de vuestro agrado la comida —añadió la castaña antes de tomar del brazo a Evan y tirar de su brazo, consiguiendo que se agachase lo justo para besarle, celebrando así su descanso. Miko asintió, secundándola mientras miraba a ambos con una sonrisa, y luego a Ayden.
—Buen provecho.
—Si aceptas casarte disfrazado de pollo te lo digo. —Alzó la mano y de su palma brotó una pluma tan amarilla como las de las aves de corral, la cual levitó hasta acariciar la nariz de Evan. El estornudo no tardó en llegar—. Yo te doy el material.
El moreno frunció el ceño, apartando aquella molestia de su rostro.
—Ni de coña. Vamos, es que me niego —protestó, mirando con reproche a su amigo.
—Pues tendrás que aguantarte hasta que el trabajo esté terminado.
Ayden se encogió de hombros, con una sonrisa triunfal, mientras que su compañero resoplaba y se cruzaba de brazos, derrotado. Sabía de antemano que no aceptaría ninguna de sus propuestas, aunque no era para menos: desde correr desnudo delante de todos los hombres y mujeres de la isla hasta decirle cosas a Rumi que probablemente le granjeasen más de una bronca con la castaña. ¿Que lo hacía para evitar tener que responderle? Está claro. ¿Que de paso aprovechaba para meterse un poco con él? Por supuesto. La bebida había bajado ya hasta la mitad del recipiente, así que decidió empezar a tomárselo con algo más de calma; era demasiado temprano como para pillarse una cogorza. Además, le había prometido a Miko acompañarla durante sus ejercicios aquel día, así que mejor que estuviera en plenas condiciones. Nada tenía que ver que su maestro fuera un ex–marine.
Cuando la albina apareció con las dos bandejas, seguida de cerca por su amiga, la impaciencia le hizo erguirse ligeramente para ver lo que llevaba.
—Eso huele bien —dijo, con cierta ansia, antes de tener el plato frente a él. Tras tirarse toda la mañana cargando tablones, martilleando, serrando y puliendo madera tenía un hambre de perros.
—De eso nada —se le quejó Evan a la chica, después de los arrumacos con su novia—. Tu amigo —y esto lo dijo con despecho— se dedica a molestarme sistemáticamente.
—Ah, ¿que no lo hace con todos siempre? —añadió Rumi, dedicándole una sonrisa cargada de malicia al rubio, quien se limitó a ignorarla. Parecía demasiado concentrado en su comida.
No tardó en llenarse la boca, casi engullendo lo que les habían traído sin el menor pudor. No se le había pasado el detalle de que su ración era sensiblemente más abundante que la del resto, y estaba bastante seguro de que lo era por cortesía de quien se sentaba a su lado. En el fondo y aunque no lo fuera a reconocer, le trataba con bastante favoritismo; nada de lo que quejarse.
—Tan solo le he dicho que tendrá que esperar si quiere saber algo del proyecto de mi padre —comentó, aún con algo de comida en la boca, cubriéndosela con la mano para no mostrar una imagen desagradable. Se encogió de hombros—. Tendrá que esperar, como el resto. —Aprovechó para echar un rápido vistazo a la sala—. ¿No hay más gente que de costumbre?
Al parecer aquél día era un tanto diferente, y es que debían haber llegado varias naves al nuevo puerto comercial de Samia. Comerciantes del North Blue, aparentemente. Era raro que aquella gente saliera de Asima, pues todo cuanto pudiera interesarles se encontraba en la ciudad portuaria, pero de vez en cuando algunos grupos aprovechaban para hacer algo de turismo y terminaban visitando el pueblo. La mayoría de los presentes eran conocidos de los chicos, gente que había vivido allí toda la vida, pero no fue hasta ese momento en el que reparó en algunas caras que no le eran familiares. Le era indiferente, aunque no podía negar que el ambiente resultaba ser algo más animado que de costumbre. ¿Tendrían noticias del mar? Llevaba ya dos meses en la isla y temía que, cuando se marchase, pudiera haber quedado algo desfasado; había criminales que perseguir y recompensas que cobrar.
El descanso de las chicas se hizo bastante breve, y es que cualquier rato con tan buena compañía tendía a pasar con rapidez. Tanto Evan como Ayden decidieron quedarse y esperar a que terminasen la jornada; tampoco es que hubiera mucho que hacer en el pueblo. El moreno tenía pensado algún plan romántico que el rubio trató de evadir, prefiriendo no saber los empalagosos detalles, mientras que él tenía esperaría a Miko. No iba a ser la primera vez que asistía a sus entrenamientos con Charlie, aunque esperaba poder seguir vagueando. El hombre era... disciplinado, por decirlo de alguna manera, y no parecía muy cómodo con tener holgazanes por allí. «Aunque está claro que es así porque no se pasa las mañanas en la carpintería con padre», farfulló para sus adentros, apurando la que debía ser su tercera jarra en lo que llevaba de día. Estaba algo chispa, pero nada que mermase sus capacidades.
Las horas pasaron y el cazador esperó los últimos minutos fuera, apoyado en la pared de la taberna con la mirada perdida en las nubes. Tan solo cuando escuchase la puerta abrirse se despegaría.
—¿Vamos entonces? —le preguntó, sonriendo de aquella forma que tan solo él sabía, como si nunca hubiera roto un plato—. Tienes que ayudarme a que el señor teniente me deje gandulear... ha sido un día demoledor.
Y tras estas palabras se puso a andar. Ya se sabía el camino hasta la casa del ex–marine, así que no necesitaba que la chica guiase. Mientras caminaban miró a su amiga de reojo, sonriendo levemente.
—No se lo digas a Rumi, pero hacen buena pareja —dijo, terminando por suspirar—. Evan está loquito por sus huesos... hasta límites que ni te imaginas. Creo que nunca he escuchado tanto azúcar en tan pocas frases...
El moreno frunció el ceño, apartando aquella molestia de su rostro.
—Ni de coña. Vamos, es que me niego —protestó, mirando con reproche a su amigo.
—Pues tendrás que aguantarte hasta que el trabajo esté terminado.
Ayden se encogió de hombros, con una sonrisa triunfal, mientras que su compañero resoplaba y se cruzaba de brazos, derrotado. Sabía de antemano que no aceptaría ninguna de sus propuestas, aunque no era para menos: desde correr desnudo delante de todos los hombres y mujeres de la isla hasta decirle cosas a Rumi que probablemente le granjeasen más de una bronca con la castaña. ¿Que lo hacía para evitar tener que responderle? Está claro. ¿Que de paso aprovechaba para meterse un poco con él? Por supuesto. La bebida había bajado ya hasta la mitad del recipiente, así que decidió empezar a tomárselo con algo más de calma; era demasiado temprano como para pillarse una cogorza. Además, le había prometido a Miko acompañarla durante sus ejercicios aquel día, así que mejor que estuviera en plenas condiciones. Nada tenía que ver que su maestro fuera un ex–marine.
Cuando la albina apareció con las dos bandejas, seguida de cerca por su amiga, la impaciencia le hizo erguirse ligeramente para ver lo que llevaba.
—Eso huele bien —dijo, con cierta ansia, antes de tener el plato frente a él. Tras tirarse toda la mañana cargando tablones, martilleando, serrando y puliendo madera tenía un hambre de perros.
—De eso nada —se le quejó Evan a la chica, después de los arrumacos con su novia—. Tu amigo —y esto lo dijo con despecho— se dedica a molestarme sistemáticamente.
—Ah, ¿que no lo hace con todos siempre? —añadió Rumi, dedicándole una sonrisa cargada de malicia al rubio, quien se limitó a ignorarla. Parecía demasiado concentrado en su comida.
No tardó en llenarse la boca, casi engullendo lo que les habían traído sin el menor pudor. No se le había pasado el detalle de que su ración era sensiblemente más abundante que la del resto, y estaba bastante seguro de que lo era por cortesía de quien se sentaba a su lado. En el fondo y aunque no lo fuera a reconocer, le trataba con bastante favoritismo; nada de lo que quejarse.
—Tan solo le he dicho que tendrá que esperar si quiere saber algo del proyecto de mi padre —comentó, aún con algo de comida en la boca, cubriéndosela con la mano para no mostrar una imagen desagradable. Se encogió de hombros—. Tendrá que esperar, como el resto. —Aprovechó para echar un rápido vistazo a la sala—. ¿No hay más gente que de costumbre?
Al parecer aquél día era un tanto diferente, y es que debían haber llegado varias naves al nuevo puerto comercial de Samia. Comerciantes del North Blue, aparentemente. Era raro que aquella gente saliera de Asima, pues todo cuanto pudiera interesarles se encontraba en la ciudad portuaria, pero de vez en cuando algunos grupos aprovechaban para hacer algo de turismo y terminaban visitando el pueblo. La mayoría de los presentes eran conocidos de los chicos, gente que había vivido allí toda la vida, pero no fue hasta ese momento en el que reparó en algunas caras que no le eran familiares. Le era indiferente, aunque no podía negar que el ambiente resultaba ser algo más animado que de costumbre. ¿Tendrían noticias del mar? Llevaba ya dos meses en la isla y temía que, cuando se marchase, pudiera haber quedado algo desfasado; había criminales que perseguir y recompensas que cobrar.
El descanso de las chicas se hizo bastante breve, y es que cualquier rato con tan buena compañía tendía a pasar con rapidez. Tanto Evan como Ayden decidieron quedarse y esperar a que terminasen la jornada; tampoco es que hubiera mucho que hacer en el pueblo. El moreno tenía pensado algún plan romántico que el rubio trató de evadir, prefiriendo no saber los empalagosos detalles, mientras que él tenía esperaría a Miko. No iba a ser la primera vez que asistía a sus entrenamientos con Charlie, aunque esperaba poder seguir vagueando. El hombre era... disciplinado, por decirlo de alguna manera, y no parecía muy cómodo con tener holgazanes por allí. «Aunque está claro que es así porque no se pasa las mañanas en la carpintería con padre», farfulló para sus adentros, apurando la que debía ser su tercera jarra en lo que llevaba de día. Estaba algo chispa, pero nada que mermase sus capacidades.
Las horas pasaron y el cazador esperó los últimos minutos fuera, apoyado en la pared de la taberna con la mirada perdida en las nubes. Tan solo cuando escuchase la puerta abrirse se despegaría.
—¿Vamos entonces? —le preguntó, sonriendo de aquella forma que tan solo él sabía, como si nunca hubiera roto un plato—. Tienes que ayudarme a que el señor teniente me deje gandulear... ha sido un día demoledor.
Y tras estas palabras se puso a andar. Ya se sabía el camino hasta la casa del ex–marine, así que no necesitaba que la chica guiase. Mientras caminaban miró a su amiga de reojo, sonriendo levemente.
—No se lo digas a Rumi, pero hacen buena pareja —dijo, terminando por suspirar—. Evan está loquito por sus huesos... hasta límites que ni te imaginas. Creo que nunca he escuchado tanto azúcar en tan pocas frases...
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Miko no pudo evitar una carcajada ante el comentario de su amiga, deteniendo el recorrido del tenedor a su boca, para evitar un desastre. Al contrario que con los demás platos en la mesa, el suyo estaba exento de carne, por lo que solo había preparado una ración para no gastar ingredientes a lo tonto, así que si lo desperdiciaba se quedaría sin comer.
—No te enfades mucho con él, Evan. Sabes que es su forma de demostrar que te tiene cariño —dijo una vez pararon sus carcajadas, antes de dar el primer bocado. No había sido hasta ese momento que se percató del hambre que tenía. Miró su plato. Era una buena ración, pero ella había gastado mucha energía en la cocina ese día. Quizás hubiera sido buena idea preparar más de su ración para poder repetir. Hizo una mueca y siguió comiendo. Al contrario que los tortolitos y que Ayden, ella no era tan habladora a la hora de comer por lo general. Así que dejó la parte de animar la mesa a ellos mientras disfrutaba su merecida recompensa. Ya se les uniría al terminar.
La pena era que, una vez los platos vacíos y la conversación finiquitada, les tocaba volver al trabajo, que duraría otras cuatro horas, hasta las seis de la tarde. Al menos los comensales empezaron a disminuir de forma notable a partir de las tres. Y es que muchos iban a Samia solo para probar la afamada comida de la taberna de Miko. Afamada por la publicidad innecesaria que recibía en Asima. Pero bueno, la gente siempre se iba contenta del local y Miko no podía sino alegrarse por ello. Cuando la hora de cerrar llegó, los únicos que quedaban eran los chicos, esperando cada quien por su acompañante. Rumi se adelantó con Evan, como era típico en ellos, pues la albina se sentía mal cuando al chico le tocaba esperar para que su novia y ella terminaran de recoger, así que siempre le decía que se fuera antes. Ayden salió por la puerta a la vez y ella aprovechó para ducharse y cambiar de ropa antes de irse a entrenar. El trabajo de la cocina hacía que saliera oliendo a comida y no le gustaba. Si encima el olor se iba a mezclar con el de su sudor… Simplemente no. La albina prefería darse dos duchas diarias a aguantar olores fuertes sobre su piel.
Para cuando salió, Ayden seguía ahí parado con la espalda apoyada en la pared. Al cerrar la puerta, este se giró y ella le dedicó una amplia sonrisa. Llevaba el pelo suelto, aún húmedo por la ducha que acababa de pegarse y un atuendo casual, cómodo para ejercitarse: pantalón de chándal corto y una camiseta de tirantes. Su pecho se veía asegurado con un top deportivo y en su muñeca llevaba una goma de pelo para cuando le tocase recoger su larga cabellera. Alguna que otra vez se había planteado cortárselo, pero Rumi se había negado en rotundo a la idea, diciendo que estaba mucho más guapa así, así que a la larga se había resignado a tenerlo increíblemente largo. Al hombro llevaba una bolsa con su ropa de trabajo y otra muda par cuando terminaran sus prácticas.
—Sí, siento la espera. Y procuraré que no se meta mucho contigo—contestó ante la pregunta de su amigo, empezando a caminar a su lado, y no pudo evitar que esta se ensanchara cuando sacó el tema sobre sus amigos, asintiendo repetidas veces. —¿Verdad que sí? Aunque cuando empezaron Evan era mucho más cortado al expresar sus sentimientos en público. Más… ¿reservado? Creo que tímido más bien. Pero Rumi es una chica con suerte —afirmó antes de apoyar sus manos sobre las mejillas, cerrando los ojos como quien fantasía—. La verdad es que me da algo de envidia. Debe ser genial que alguien te mire como lo hace él con ella. Y que te traten así de bien. Me recuerdan un poco a mis padres cuando era pequeña. —Y, tras decir eso, pasó sus manos por detrás de su cabeza, dejando su nuca apoyada sobre ellas.
El paseo se hizo corto para la morena. La casa de Charlie tampoco estaba lejos, pero hasta ella alguna vez prefería el atrasar el entrenamiento. Estaba cansada tras su jornada completa en la taberna y tras pelar patatas y cortar kilos y kilos de vegetales lo último que quería era ponerse a saltar mientras esquivaba golpes en un, aparentemente, nefasto intento de mejorar su percepción. Le frustraba admitir que no había hecho muchos avances en los últimos años después del primero. Quizás el problema era que estaba en un intermedio: demasiado rápida para evitar los golpes como para que necesite más que sus reflejos, pero no lo suficientemente fuerte como para que Charlie pudiera ponerse serio sin lastimarla. Cuando llegaron a la puerta, se quedó unos segundos mirándola con desgana, antes de clavar sus ojos rubí en los de su acompañante.
—La verdad es que no me apetece mucho entrenar hoy… —Se quejó. Eso no significaba que fuera a hacer novillos, claro. Si Ayden se lo proponía se negaría en rotundo, aunque la idea fuera tentadora. —Cuanto antes acabemos antes podremos cenar —sentenció y dio un par de golpes a la puerta. La respuesta no tardó en escucharse y la puerta se abrió segundos después, con el gesto del marine cambiando ligeramente al ver al rubio.
—Vaya, no pensé que traerías a tu amigo hoy, Miko.
—Bueno, dijo que quería acompañarme, y me ayudará a motivarme que esté delante viendo mis progresos —replicó la chica con una sonrisa deslumbrante mientras agarraba a su amigo del brazo, para dejar claro que no iba a dejar que le echara. Sabía que Charlie a veces era un poco reacio a que le trajera, sobretodo porque no solía dar palo al agua al no ser su entrenamiento, sino el de ella. El marine suspiró.
—Está bien… Aunque ya podrías traerle para que entrenara también y no solo mirase —dijo, mirándole de reojo antes de dejarles pasar.
Una vez dentro, tendrían que recorrer la casa hasta el salón, que contaba con la peculiaridad de una puerta corredera que daba al jardín. Una petición especial que hizo cuando se mudó a Samia y construyeron su casa. El jardín no tenía la gran cosa. Algunos árboles y por lo demás una alfombra de césped bien cuidado que les servía para entrenar.
—Bien, Miko, hoy quiero que intentes esquivar todos mis ataques con ese movimiento en Zigzag de la otra vez. Iré más fuerte que de costumbre, así que puede que te lleves un buen golpe si no esquivas. La última vez casi acabas elevándote haciendo eso, así que a ver si esta vez lo consigues. Puedes convertir tus piernas en las de un conejo si quieres.
La menor asintió, recogiéndose el pelo en una coleta alta. Esta vez no habría calentamiento previo al parecer. Una vez estuvo lista, esperó a que el ex-teniente diera su señal en forma defensiva y se cubrió de su primera ofensiva. La segunda la esquivó con bastante soltura, pero el tercero ya no fue tan sencillo. Y solo acababan de empezar.
—No te enfades mucho con él, Evan. Sabes que es su forma de demostrar que te tiene cariño —dijo una vez pararon sus carcajadas, antes de dar el primer bocado. No había sido hasta ese momento que se percató del hambre que tenía. Miró su plato. Era una buena ración, pero ella había gastado mucha energía en la cocina ese día. Quizás hubiera sido buena idea preparar más de su ración para poder repetir. Hizo una mueca y siguió comiendo. Al contrario que los tortolitos y que Ayden, ella no era tan habladora a la hora de comer por lo general. Así que dejó la parte de animar la mesa a ellos mientras disfrutaba su merecida recompensa. Ya se les uniría al terminar.
La pena era que, una vez los platos vacíos y la conversación finiquitada, les tocaba volver al trabajo, que duraría otras cuatro horas, hasta las seis de la tarde. Al menos los comensales empezaron a disminuir de forma notable a partir de las tres. Y es que muchos iban a Samia solo para probar la afamada comida de la taberna de Miko. Afamada por la publicidad innecesaria que recibía en Asima. Pero bueno, la gente siempre se iba contenta del local y Miko no podía sino alegrarse por ello. Cuando la hora de cerrar llegó, los únicos que quedaban eran los chicos, esperando cada quien por su acompañante. Rumi se adelantó con Evan, como era típico en ellos, pues la albina se sentía mal cuando al chico le tocaba esperar para que su novia y ella terminaran de recoger, así que siempre le decía que se fuera antes. Ayden salió por la puerta a la vez y ella aprovechó para ducharse y cambiar de ropa antes de irse a entrenar. El trabajo de la cocina hacía que saliera oliendo a comida y no le gustaba. Si encima el olor se iba a mezclar con el de su sudor… Simplemente no. La albina prefería darse dos duchas diarias a aguantar olores fuertes sobre su piel.
Para cuando salió, Ayden seguía ahí parado con la espalda apoyada en la pared. Al cerrar la puerta, este se giró y ella le dedicó una amplia sonrisa. Llevaba el pelo suelto, aún húmedo por la ducha que acababa de pegarse y un atuendo casual, cómodo para ejercitarse: pantalón de chándal corto y una camiseta de tirantes. Su pecho se veía asegurado con un top deportivo y en su muñeca llevaba una goma de pelo para cuando le tocase recoger su larga cabellera. Alguna que otra vez se había planteado cortárselo, pero Rumi se había negado en rotundo a la idea, diciendo que estaba mucho más guapa así, así que a la larga se había resignado a tenerlo increíblemente largo. Al hombro llevaba una bolsa con su ropa de trabajo y otra muda par cuando terminaran sus prácticas.
—Sí, siento la espera. Y procuraré que no se meta mucho contigo—contestó ante la pregunta de su amigo, empezando a caminar a su lado, y no pudo evitar que esta se ensanchara cuando sacó el tema sobre sus amigos, asintiendo repetidas veces. —¿Verdad que sí? Aunque cuando empezaron Evan era mucho más cortado al expresar sus sentimientos en público. Más… ¿reservado? Creo que tímido más bien. Pero Rumi es una chica con suerte —afirmó antes de apoyar sus manos sobre las mejillas, cerrando los ojos como quien fantasía—. La verdad es que me da algo de envidia. Debe ser genial que alguien te mire como lo hace él con ella. Y que te traten así de bien. Me recuerdan un poco a mis padres cuando era pequeña. —Y, tras decir eso, pasó sus manos por detrás de su cabeza, dejando su nuca apoyada sobre ellas.
El paseo se hizo corto para la morena. La casa de Charlie tampoco estaba lejos, pero hasta ella alguna vez prefería el atrasar el entrenamiento. Estaba cansada tras su jornada completa en la taberna y tras pelar patatas y cortar kilos y kilos de vegetales lo último que quería era ponerse a saltar mientras esquivaba golpes en un, aparentemente, nefasto intento de mejorar su percepción. Le frustraba admitir que no había hecho muchos avances en los últimos años después del primero. Quizás el problema era que estaba en un intermedio: demasiado rápida para evitar los golpes como para que necesite más que sus reflejos, pero no lo suficientemente fuerte como para que Charlie pudiera ponerse serio sin lastimarla. Cuando llegaron a la puerta, se quedó unos segundos mirándola con desgana, antes de clavar sus ojos rubí en los de su acompañante.
—La verdad es que no me apetece mucho entrenar hoy… —Se quejó. Eso no significaba que fuera a hacer novillos, claro. Si Ayden se lo proponía se negaría en rotundo, aunque la idea fuera tentadora. —Cuanto antes acabemos antes podremos cenar —sentenció y dio un par de golpes a la puerta. La respuesta no tardó en escucharse y la puerta se abrió segundos después, con el gesto del marine cambiando ligeramente al ver al rubio.
—Vaya, no pensé que traerías a tu amigo hoy, Miko.
—Bueno, dijo que quería acompañarme, y me ayudará a motivarme que esté delante viendo mis progresos —replicó la chica con una sonrisa deslumbrante mientras agarraba a su amigo del brazo, para dejar claro que no iba a dejar que le echara. Sabía que Charlie a veces era un poco reacio a que le trajera, sobretodo porque no solía dar palo al agua al no ser su entrenamiento, sino el de ella. El marine suspiró.
—Está bien… Aunque ya podrías traerle para que entrenara también y no solo mirase —dijo, mirándole de reojo antes de dejarles pasar.
Una vez dentro, tendrían que recorrer la casa hasta el salón, que contaba con la peculiaridad de una puerta corredera que daba al jardín. Una petición especial que hizo cuando se mudó a Samia y construyeron su casa. El jardín no tenía la gran cosa. Algunos árboles y por lo demás una alfombra de césped bien cuidado que les servía para entrenar.
—Bien, Miko, hoy quiero que intentes esquivar todos mis ataques con ese movimiento en Zigzag de la otra vez. Iré más fuerte que de costumbre, así que puede que te lleves un buen golpe si no esquivas. La última vez casi acabas elevándote haciendo eso, así que a ver si esta vez lo consigues. Puedes convertir tus piernas en las de un conejo si quieres.
La menor asintió, recogiéndose el pelo en una coleta alta. Esta vez no habría calentamiento previo al parecer. Una vez estuvo lista, esperó a que el ex-teniente diera su señal en forma defensiva y se cubrió de su primera ofensiva. La segunda la esquivó con bastante soltura, pero el tercero ya no fue tan sencillo. Y solo acababan de empezar.
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