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Bajé de la pasarela del barco mientras reafirmaba mi abrigo. El reino Russuam era un lugar poco frecuentado en general y muy a mi pesar, un lugar importante de los revolucionarios. Estaba actualmente como Rinoa, disfrutando de mi recién ascenso en la brigada. Escalar en los puestos de mando de aquella facción era absurdamente fácil, y simplemente con un par de buenos rumores pude lograr a tener un puesto alto. "Menuda panda de gilipollas. A lo mejor la gestión de su papeleo está perdida entre sus sueños imposibles de alcanzar." pensé mientras miraba de un lado para otro. Se habían asentado en el muelle y parecían tener cargas parecidas a las de la ruta: podía distinguir con facilidad el material y los sellos de destino. Gracias a mi intervención pude cortar un suministro que jodió enormemente a los revolucionarios, así que tras eso decidí venir para aquí y ver qué más podía joder.
—¿Por dónde queda el cuartel? —Pregunté a uno de los cadetes que pasó por mi lado—. Soy nueva por la zona, me acaban de destinar al lugar.
El chaval me respondió rápidamente, sin siquiera poner a duda el por qué no sabía dónde estaba un lugar tan secreto.
—Tienes que dirigirte hacia San Beersbug. La entrada está en la parte trasera de la tan famosa licorería que rinde homenaje a la ciudad. —Me explicó señalándome hacia un carruaje.
Eché mi bufanda hacia atrás y refunfuñé un poco. Hacía demasiado frío por la zona, llegando un nivel al cual provocaba que empezase a agobiarme. Sentía las puntas de los dedos congeladas aún con guantes y entumecimiento en los pies. A parte de que tenía la nariz y labios congelados. Ni siquiera con un gorro y pasamontañas me cubría lo suficiente el viento helado que se agitaba en Russuam. Subí al carruaje no sin antes abrir la puerta hacia el interior. Tenía un pequeño cándil con una llama que se agitaba y parecía estar a punto de apagarse. Pero por lo menos ahí dentro no chocaba el viento, ya que parecía estar bastante bien sellado. Suspiré aliviada y golpeé al cristal de delante, el que conectaba con el que llevaba los caballos.
—¿Podemos salir ya, por favor? —Le pedí mientras frotaba todo el rato mis manos.
—Hasta que no se llene el carruaje, no.
Suspiré y procedí a esperar. Solo cabía una persona más ahí, así que esperaba que no tardase mucho en llegar.
—¿Por dónde queda el cuartel? —Pregunté a uno de los cadetes que pasó por mi lado—. Soy nueva por la zona, me acaban de destinar al lugar.
El chaval me respondió rápidamente, sin siquiera poner a duda el por qué no sabía dónde estaba un lugar tan secreto.
—Tienes que dirigirte hacia San Beersbug. La entrada está en la parte trasera de la tan famosa licorería que rinde homenaje a la ciudad. —Me explicó señalándome hacia un carruaje.
Eché mi bufanda hacia atrás y refunfuñé un poco. Hacía demasiado frío por la zona, llegando un nivel al cual provocaba que empezase a agobiarme. Sentía las puntas de los dedos congeladas aún con guantes y entumecimiento en los pies. A parte de que tenía la nariz y labios congelados. Ni siquiera con un gorro y pasamontañas me cubría lo suficiente el viento helado que se agitaba en Russuam. Subí al carruaje no sin antes abrir la puerta hacia el interior. Tenía un pequeño cándil con una llama que se agitaba y parecía estar a punto de apagarse. Pero por lo menos ahí dentro no chocaba el viento, ya que parecía estar bastante bien sellado. Suspiré aliviada y golpeé al cristal de delante, el que conectaba con el que llevaba los caballos.
—¿Podemos salir ya, por favor? —Le pedí mientras frotaba todo el rato mis manos.
—Hasta que no se llene el carruaje, no.
Suspiré y procedí a esperar. Solo cabía una persona más ahí, así que esperaba que no tardase mucho en llegar.
Prometeo
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Había sido un viaje más o menos largo desde Shabaody hasta el Reino de Russuam. Durante el trayecto permaneció más callado de lo normal, mucho más serio. Se preguntaba a diario cómo estarían el comandante Alain y Katsu, dónde estarían. Desde lo más profundo de su corazón deseaba que todo hubiese salido bien. Pero sus sentimientos positivos eran opacados por la culpa que aún le quemaba por dentro. Prometeo lo sabía mejor que nadie: si hubiera sido más fuerte habría podido hacer algo para ayudarles. Habría podido hacerle frente al joven Basilio y, quién sabe, quizás lo hubiera derrotado. Sin embargo, el revolucionario no era esa clase de hombre que se deja sobrepasar por sus inquietudes. Pasó horas con las rodillas pegadas al frío suelo metálico, meditando y meditando, buscando las respuestas en su interior. Y todo parecía ser que las había encontrado.
Una fuerte ráfaga marina meció sus cabellos blancos y le hizo abrazarse a sí mismo para entrar en calor. Los paisajes fríos y nevados le parecían maravillosos, pero no tenía especial afección por el frío. A pesar de llevar guantes sentía las manos heladas. Incluso el grueso abrigo negro que pasaba su cintura no bastaba para mantenerle en calor. Cuando respiraba una nube de vapor salía desprendida de sus fosas nasales. Y lo más sorprendente era que la gente de allí parecía no tener ningún problema con el frío. Tampoco es que caminasen desnudos por la costanera nevada, pero aparentemente estaban de lo más acostumbrados.
—Te estarán esperando en la base secreta, Prome —dijo Nick tras darle toda la información necesaria al joven homúnculo—. Te deseo buena suerte, yo tengo que hacer otras cosas aquí en el reino. Tengo una pista del paradero de mi hermana… ¡Bueno, nos vemos por ahí!
Se acercó al carruaje que esperaba a pocas calles del puerto, un vehículo metálico tirado por caballos. Era completamente negro y no tenía ningún ornamento, sino más bien tenía una apariencia tosca y sencilla, pero cumplía su función a la perfección: transportar a la gente. Tiró lentamente de la manilla y entonces sus ojos se encontraron con una chica de largos cabellos anaranjados, como si fuesen el espíritu mismo del fuego. Prometeo notó de inmediato que no estaba demasiado cómoda allí, sino más bien todo lo contrario. Percibió… impaciencia.
—Permiso —dijo antes de entrar.
No pretendía ser grosero ni maleducado. La doctora Weidenberg siempre le hablaba sobre la importancia de la educación. «Si nos respetásemos entre todos, el mundo sería un lugar maravilloso», decía con mucha ilusión. Y Prometeo quería llevar hacer realidad el sueño de la doctora.
Golpeó con suavidad la ventanilla que comunicaba con el conductor.
—Me dirijo hacia San Beersbug, señor. Concretamente voy a Stolichnaya, la famosa licorería de la ciudad —anunció entonces con su típica voz rasposa y grave.
Una fuerte ráfaga marina meció sus cabellos blancos y le hizo abrazarse a sí mismo para entrar en calor. Los paisajes fríos y nevados le parecían maravillosos, pero no tenía especial afección por el frío. A pesar de llevar guantes sentía las manos heladas. Incluso el grueso abrigo negro que pasaba su cintura no bastaba para mantenerle en calor. Cuando respiraba una nube de vapor salía desprendida de sus fosas nasales. Y lo más sorprendente era que la gente de allí parecía no tener ningún problema con el frío. Tampoco es que caminasen desnudos por la costanera nevada, pero aparentemente estaban de lo más acostumbrados.
—Te estarán esperando en la base secreta, Prome —dijo Nick tras darle toda la información necesaria al joven homúnculo—. Te deseo buena suerte, yo tengo que hacer otras cosas aquí en el reino. Tengo una pista del paradero de mi hermana… ¡Bueno, nos vemos por ahí!
Se acercó al carruaje que esperaba a pocas calles del puerto, un vehículo metálico tirado por caballos. Era completamente negro y no tenía ningún ornamento, sino más bien tenía una apariencia tosca y sencilla, pero cumplía su función a la perfección: transportar a la gente. Tiró lentamente de la manilla y entonces sus ojos se encontraron con una chica de largos cabellos anaranjados, como si fuesen el espíritu mismo del fuego. Prometeo notó de inmediato que no estaba demasiado cómoda allí, sino más bien todo lo contrario. Percibió… impaciencia.
—Permiso —dijo antes de entrar.
No pretendía ser grosero ni maleducado. La doctora Weidenberg siempre le hablaba sobre la importancia de la educación. «Si nos respetásemos entre todos, el mundo sería un lugar maravilloso», decía con mucha ilusión. Y Prometeo quería llevar hacer realidad el sueño de la doctora.
Golpeó con suavidad la ventanilla que comunicaba con el conductor.
—Me dirijo hacia San Beersbug, señor. Concretamente voy a Stolichnaya, la famosa licorería de la ciudad —anunció entonces con su típica voz rasposa y grave.
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Me alarmé por un segundo cuando la puerta se abrió. Perdida en mis pensamientos, el frío recorriendo cada ápice de mi cuerpo... Entonces entró él. Dejé todo lo que estaba haciendo e incliné parte de mi cuerpo hacia delante para mostrarle respeto. No era una persona extremadamente famosa, pero sabía que era un teniente. Y aquello más que ser un problema era la llave que iba a abrirme las puertas hasta el lugar que él mismo citó. Relajé los hombros, acomodé brevemente mi bufanda y solté una pequeña sonrisa al verle. No debería poderla ver desde el ángulo en el que estaba, debido a mi pasamontañas, pero por lo menos podría verse parte de mi mandíbula subir y las cejas arquearse. Eché la mano hacia delante sutilmente y se la ofrecí.
—Estoy muy encantada de conocerle, Teniente Prometeo. —Exclamé mientras seguía tendiendo la mano—. Admiro parte de su trabajo en la "carrera". Yo soy Rinoa Leonhart, encargada en la infantería. Del rango de la brigada. Es un placer para mí poder compartir carruaje con alguien con una causa tan justa.
Por dentro no me sentía igual. Agarraría parte de su corazón y se lo atravesaría ahí mismo. O por lo menos le pegaría una paliza hasta apresarlo. Por culpa de personas como él no pudimos ganar del todo en la carrera. Y sentía que habíamos logrado mucho, pero quedaba por hacer mucho más. Le observaría atentamente y estudiaría todo lo que pudiese sobre aquella base. No tenía que hacer más que fingir ser la típica interesada por ascender. Al fin y al cabo, era una experta en la mentira. Muy por si acaso, entrecerré un poco los ojos e intenté notar la voz de aquel hombre. No sabía exactamente la fuerza que desprendía, pero tenía toda la pinta de que no podía enfrentarme a él. Así que volví a abrirlos y sonreír. El carruaje empezaba a moverse y no sabía lo que tardaríamos, así que me llevé las manos al torso y los entrecrucé, apoyándome en el respaldo del asiento y soltando baho por la boca.
—Nee, ¿menudo frío, eh?
—Estoy muy encantada de conocerle, Teniente Prometeo. —Exclamé mientras seguía tendiendo la mano—. Admiro parte de su trabajo en la "carrera". Yo soy Rinoa Leonhart, encargada en la infantería. Del rango de la brigada. Es un placer para mí poder compartir carruaje con alguien con una causa tan justa.
Por dentro no me sentía igual. Agarraría parte de su corazón y se lo atravesaría ahí mismo. O por lo menos le pegaría una paliza hasta apresarlo. Por culpa de personas como él no pudimos ganar del todo en la carrera. Y sentía que habíamos logrado mucho, pero quedaba por hacer mucho más. Le observaría atentamente y estudiaría todo lo que pudiese sobre aquella base. No tenía que hacer más que fingir ser la típica interesada por ascender. Al fin y al cabo, era una experta en la mentira. Muy por si acaso, entrecerré un poco los ojos e intenté notar la voz de aquel hombre. No sabía exactamente la fuerza que desprendía, pero tenía toda la pinta de que no podía enfrentarme a él. Así que volví a abrirlos y sonreír. El carruaje empezaba a moverse y no sabía lo que tardaríamos, así que me llevé las manos al torso y los entrecrucé, apoyándome en el respaldo del asiento y soltando baho por la boca.
—Nee, ¿menudo frío, eh?
Prometeo
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Parpadeó dos veces, sorprendido. Jamás había imaginado que se encontraría tan pronto con una compañera del Ejército Revolucionario, y mucho menos dentro del carruaje que había tomado para dirigirse a San Beersburg. La señorita Leonhart incluso le conocía. «He llamado demasiado la atención… El Gobierno Mundial hasta ha emitido una recompensa por mí», se dijo a sí mismo luego de escuchar las palabras de su compañera. Todo estaba bien justificado, en realidad. Había participado directamente en el robo de los barcos apostados en Water Seven, luchó cara a cara contra una tripulación pirata y luego se infiltró en la fábrica de armas del Shichibukai Nemo D. Armonia. Y recordaba con cierto amargor aquel último suceso.
Recibió con gusto la mano de la señorita Leonhart, dándole un suave apretón.
—El gusto es mío, señorita Leonhart. Agradecería que solo me llamase Prometeo, aún no me acostumbro al título de teniente —confesó con una sonrisa torpe en el rostro, mirándole a los ojos—. ¿Mi trabajo en la carrera…? —Los rostros del comandante y Katsu aparecieron fugazmente en su cabeza—. Se equivoca, señorita, la verdad es que yo… Pude haber hecho mucho más —añadió enseguida con cierto dejo de tristeza. Se sentía avergonzado por haber abandonado a un compañero en la fábrica, a un amigo.
«Por eso estoy aquí». Se volvería mucho más fuerte, al menos lo suficiente para poder proteger a sus compañeros. Y a la humanidad en general.
—A pesar del frío las vistas son maravillosas —comentó con la mirada puesta ya en la ventanilla, observando el gélido paisaje urbano que se dibujaba más allá del cristal—. ¿Usted también participó en la carrera, señorita?
La carreta llegaría a la licorería dentro de poco tiempo, aunque el suficiente para conocer un poco más a la revolucionaria. Parecía una buena persona. Bueno, en realidad era algo que Prometeo pensaba de todo el mundo.
Recibió con gusto la mano de la señorita Leonhart, dándole un suave apretón.
—El gusto es mío, señorita Leonhart. Agradecería que solo me llamase Prometeo, aún no me acostumbro al título de teniente —confesó con una sonrisa torpe en el rostro, mirándole a los ojos—. ¿Mi trabajo en la carrera…? —Los rostros del comandante y Katsu aparecieron fugazmente en su cabeza—. Se equivoca, señorita, la verdad es que yo… Pude haber hecho mucho más —añadió enseguida con cierto dejo de tristeza. Se sentía avergonzado por haber abandonado a un compañero en la fábrica, a un amigo.
«Por eso estoy aquí». Se volvería mucho más fuerte, al menos lo suficiente para poder proteger a sus compañeros. Y a la humanidad en general.
—A pesar del frío las vistas son maravillosas —comentó con la mirada puesta ya en la ventanilla, observando el gélido paisaje urbano que se dibujaba más allá del cristal—. ¿Usted también participó en la carrera, señorita?
La carreta llegaría a la licorería dentro de poco tiempo, aunque el suficiente para conocer un poco más a la revolucionaria. Parecía una buena persona. Bueno, en realidad era algo que Prometeo pensaba de todo el mundo.
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Gente como este chico eran los que realmente me encrispaban. Era demasiado ingenuo y humilde, cualidades que no servían para ayudar al mundo. Si realmente estaba metido en su causa para cambiar algo, con esa actitud no llegaría lejos. Le devorarían por dentro a la mínima oportunidad y lo sabía de sobras porque fue lo mismo que me pasó a mí con Claudia. Y con las demás personas que habían pasado por mi vida en general. Yo también era ingenua y humilde, pero aquello solo me provocó vacío y malestar a la larga. Así que tocaba coger la misma actitud que él y fingir. Cuando me ponía la máscara yo no era Rayne, era una revolucionaria con los mismos sueños estúpidos que los demás. Así que tocaba tragarme mi orgullo e ideales para poder seguir haciendo daño a esa organización.
—No sea tan humilde, Prometeo-san —le dije torciendo un poco la cabeza y soltando una pequeña carcajada—. Estoy segura de que sin usted las cosas no habrían ido igual —le expliqué mientras me apoyaba en la ventana, pero seguía mirándole—. Sí, las vistas son maravillosas. Es sorprendente que Russuam sea tan desconocido. Y no, no participé en la carrera —le mentí mientras recordaba lo bien que me sentó joderle su armamento—. Me hubiese gustado ayudar, pero estaba liada con otros asuntos.
No estaba realmente segura si el gobierno mundial tenía fotos o una explicación del lugar, pero me iba quedando con todo lo que pasaba y veía para redactarlo en un informe después. Si realmente no tenían más bases por la isla que la de la licorería, quizás podríamos sepultarles vivos o hacerles una encerrona para apresarlos. Saqué una pequeña libreta y empecé a escribir mientras dirigía la mirada hacia los páramos helados. La verdad es que sí, Russuam era bonita de verdad. Y no le faltaba mucho para arrancar la garrapata que eran los revolucionarios. Me quedaría una temporada por la isla y planificaría un golpe para erradicarlos. Al fin y al cabo, lo primero sería destruir los cargamentos de armas y encima, con total confianza. Podría echarle la culpa a otro sin más o hacerme la loca.
—Nee, Prometeo-san, estamos llegando —le dije mientras señalaba hacia la lejanía, donde estaba el palacio real—. Si no le importa, iré con usted. Estoy segura de que vamos al mismo lugar —acabé diciendo con una amplia sonrisa—. Me tienen que asignar dos personas para que las dirija.
Si no le seguía podía estar hasta jodida. Me abriría todas las puertas hasta lo más hondo de la base y una vez ahí podría empezar a hacer de las mías. No tenía licencia para matar pero no dudaría en hacerlo si realmente se me daba la ocasión. Por ahora necesitaba agarrar los individuos que me pertenecían debido a mi rango y sacarles toda la información posible. Una vez bajamos del carruaje volví a colocarme bien el abrigo y me llevé las manos a las axilas, intentando acumular el máximo calor posible. Si fuese por mí llegaría a base de sorus a la licorería, pero no sabía dónde estaba y a su vez me metería en un lío. Así que me limité a quedarme detrás de Prometeo y observar el paisaje nevado. La arquitectura de la ciudad era un tanto peculiar, compuesta más por casas unificadas en los laterales con fachadas de color granate. Además de que las calles estaban bastante vacías y con una capa de nieve de por lo menos diez o quince centímetros. Costaba andar, pero era mucho más fuerte que eso.
—No sea tan humilde, Prometeo-san —le dije torciendo un poco la cabeza y soltando una pequeña carcajada—. Estoy segura de que sin usted las cosas no habrían ido igual —le expliqué mientras me apoyaba en la ventana, pero seguía mirándole—. Sí, las vistas son maravillosas. Es sorprendente que Russuam sea tan desconocido. Y no, no participé en la carrera —le mentí mientras recordaba lo bien que me sentó joderle su armamento—. Me hubiese gustado ayudar, pero estaba liada con otros asuntos.
No estaba realmente segura si el gobierno mundial tenía fotos o una explicación del lugar, pero me iba quedando con todo lo que pasaba y veía para redactarlo en un informe después. Si realmente no tenían más bases por la isla que la de la licorería, quizás podríamos sepultarles vivos o hacerles una encerrona para apresarlos. Saqué una pequeña libreta y empecé a escribir mientras dirigía la mirada hacia los páramos helados. La verdad es que sí, Russuam era bonita de verdad. Y no le faltaba mucho para arrancar la garrapata que eran los revolucionarios. Me quedaría una temporada por la isla y planificaría un golpe para erradicarlos. Al fin y al cabo, lo primero sería destruir los cargamentos de armas y encima, con total confianza. Podría echarle la culpa a otro sin más o hacerme la loca.
—Nee, Prometeo-san, estamos llegando —le dije mientras señalaba hacia la lejanía, donde estaba el palacio real—. Si no le importa, iré con usted. Estoy segura de que vamos al mismo lugar —acabé diciendo con una amplia sonrisa—. Me tienen que asignar dos personas para que las dirija.
Si no le seguía podía estar hasta jodida. Me abriría todas las puertas hasta lo más hondo de la base y una vez ahí podría empezar a hacer de las mías. No tenía licencia para matar pero no dudaría en hacerlo si realmente se me daba la ocasión. Por ahora necesitaba agarrar los individuos que me pertenecían debido a mi rango y sacarles toda la información posible. Una vez bajamos del carruaje volví a colocarme bien el abrigo y me llevé las manos a las axilas, intentando acumular el máximo calor posible. Si fuese por mí llegaría a base de sorus a la licorería, pero no sabía dónde estaba y a su vez me metería en un lío. Así que me limité a quedarme detrás de Prometeo y observar el paisaje nevado. La arquitectura de la ciudad era un tanto peculiar, compuesta más por casas unificadas en los laterales con fachadas de color granate. Además de que las calles estaban bastante vacías y con una capa de nieve de por lo menos diez o quince centímetros. Costaba andar, pero era mucho más fuerte que eso.
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No es que estuviera siendo humilde, se trataba de un análisis completamente justo. Debió haber luchado con más fuerza contra Basilio, debió haberle insistido al comandante para acompañarles, debió haber hecho mucho más… La misión, sin embargo, fue llevada a cabo a la perfección y el equipo revolucionario consiguió hacerle un gran daño a la fábrica de armas. Ahora, la verdadera pregunta era qué seguiría luego de ello. ¿Era necesario librar una guerra armamentística donde cientos, si es que no miles, de vidas serían desperdiciadas? Prometeo quería creer que no, quería creer que había otra forma de hacer las cosas. ¿Por qué no dialogar y comenzar por los puntos en común en vez de recalcar las diferencias? Todos querían un mejor mundo, ¿no?
Se mantuvo absorto en sus pensamientos la gran parte del trayecto, contemplando las gélidas vistas a través de la ventanilla del carruaje. Y entonces, de camino a la licorería, los primeros copos de nieve comenzaron a caer. Si bien no era la primera vez que veía caer la nieve, se mostró sorprendido como si lo fuera. Y sonrió. Había un mundo por el que valía la pena pelear, por el que valía hasta la última gota de sudor.
—Por supuesto que no, siéntase libre de acompañarme —dijo tras estar un largo rato callado.
El hombre del carruaje fue muy amable al indicarles cómo llegar a la licorería, la cual estaba solo a dos cuadras. Ni siquiera Prometeo se perdería, ¿verdad? Caminó con paso lento y seguro por las completamente blancas calles del reino. A pesar de que los copos de nieve caían y caían, aún había un montón de gente bajo el cielo gris de la isla. «Estarán acostumbrados», pensó el homúnculo.
Luego de una corta caminata acabó frente a un edificio de piedra que se alzaba entre los demás, portando el logo de la licorería más importante del reino: un trébol de cinco hojas. Le pareció muy interesante el enano hecho de madera que les invitaba a su interior. Cogió la manilla de la puerta y abrió esta para que la señorita Leonhart entrase primero. Ante todo, debía comportarse como un caballero. Y entonces entró él. El interior estaba muchísimo más cálido que allá fuera. El suelo era de madera, encontrándose perfectamente lustrado y tan limpio que podía ver su propio reflejo en este. Había muchísima gente bebiendo todo tipo de licores. Justo detrás de la barra, la cual era atendida por varios hombres, había una infinidad de barriles. «Este debe ser el bar de la licorería, entonces…».
—Sígame, por favor.
Prometeo avanzó silenciosamente hasta acercarse a la barra y luego saludó a los chicos con gesto serio. De acuerdo a las palabras de Nick, debía presentarse ante ellos para que anunciasen su llegada.
—¡Pero si es el Teniente Prometeo! —susurró uno muy asombrado.
—¡Calla, tarado! ¡Se supone que esto es solo una tapadera! —respondió otro de ellos—. Por aquí, Teniente.
Se mantuvo absorto en sus pensamientos la gran parte del trayecto, contemplando las gélidas vistas a través de la ventanilla del carruaje. Y entonces, de camino a la licorería, los primeros copos de nieve comenzaron a caer. Si bien no era la primera vez que veía caer la nieve, se mostró sorprendido como si lo fuera. Y sonrió. Había un mundo por el que valía la pena pelear, por el que valía hasta la última gota de sudor.
—Por supuesto que no, siéntase libre de acompañarme —dijo tras estar un largo rato callado.
El hombre del carruaje fue muy amable al indicarles cómo llegar a la licorería, la cual estaba solo a dos cuadras. Ni siquiera Prometeo se perdería, ¿verdad? Caminó con paso lento y seguro por las completamente blancas calles del reino. A pesar de que los copos de nieve caían y caían, aún había un montón de gente bajo el cielo gris de la isla. «Estarán acostumbrados», pensó el homúnculo.
Luego de una corta caminata acabó frente a un edificio de piedra que se alzaba entre los demás, portando el logo de la licorería más importante del reino: un trébol de cinco hojas. Le pareció muy interesante el enano hecho de madera que les invitaba a su interior. Cogió la manilla de la puerta y abrió esta para que la señorita Leonhart entrase primero. Ante todo, debía comportarse como un caballero. Y entonces entró él. El interior estaba muchísimo más cálido que allá fuera. El suelo era de madera, encontrándose perfectamente lustrado y tan limpio que podía ver su propio reflejo en este. Había muchísima gente bebiendo todo tipo de licores. Justo detrás de la barra, la cual era atendida por varios hombres, había una infinidad de barriles. «Este debe ser el bar de la licorería, entonces…».
—Sígame, por favor.
Prometeo avanzó silenciosamente hasta acercarse a la barra y luego saludó a los chicos con gesto serio. De acuerdo a las palabras de Nick, debía presentarse ante ellos para que anunciasen su llegada.
—¡Pero si es el Teniente Prometeo! —susurró uno muy asombrado.
—¡Calla, tarado! ¡Se supone que esto es solo una tapadera! —respondió otro de ellos—. Por aquí, Teniente.
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Sonreí por lo bajo cuando accedió a ser acompañado. Aquello iba a ser mucho más fácil de lo que creía, por lo que seguí frotando las manos de vez en cuando. La gente parecía estar tan tranquila, cosa la cual hacía que me diesen algo de envidia. Parecían estar de cuclillas algunos, haciendo la típica pose de la gente de Russuam. Otros bebían vodzka felizmente, sobretodo los que estaban delante de la licorería que acabábamos de llegar. Un trébol de cinco hojas, un enano invitándonos a pasar... Era casi patético, y tenía que darles un pequeño punto a los revolucionarios. Nadie en su sano juicio se daría cuenta de que la base fuese aquello. Por lo menos una de ellas, si es que llegaba a haber más. El problema real eran lo ingenuos que eran. Habían reconocido públicamente a Prometeo, cosa la cual me encargué personalmente de distraer la atención empezando a canturrear en alto. Una vez tuvieron su pequeña charla, se dirigieron hasta la zona de atrás.
Tenía una bodega de lo más peculiar, incluso mayor que la que estaba en exposición. Yo observaba todo atentamente para ver qué se tenía que hacer para entrar hasta ahí. Toda la información que pudiese enviar al gobierno mundial no iría de más, así que la cuestión era esperar poco a poco. La cosa es que accionaron un tapón y varios de los barriles se abrieron. Intenté no suspirar decepcionada ante lo obvio que era aquello y lo penoso que se veía el objeto moviéndose de forma tan lenta. De hecho, tardó casi un minuto para llegar hasta un punto en el que pudiesen pasar. Una cosa era tener poco presupuesto y otra hacer esperar tanto rato para poder entrar. Joder, que si tenían prisas podía llegar a liarse. Pero tampoco era mi problema. Con derrumbar la licorería bastaría para sepultarlos si no tenían otro tipo de salidas.
—Por aquí, pase, teniente —exclamó uno de los jóvenes.
Yo decidí seguirle y bajar hasta abajo. Se notaba que era un lugar quizás centenario, ya que podían verse telarañas y olía a húmedo de forma épica. Entre el frío y los candiles que casi no podían ni iluminar las escaleras tenía hasta miedo de caerme. Una vez llegamos hasta abajo el ambiente empezó a gustarme un poco más. Todo parecía de hormigón impreso y con un acabado mejor hecho. De hecho, parecía que era algún viejo búnker de guerra reformado. No me extrañaría de parte de Russuam que llegasen a tomar esa decisión, ya que había visto que en algún que otro informe llegaron a tener poder nuclear. Tuvieron que acabar desarmando ovijas de misiles y aquello arruinó al país a la larga, el cual tenía una economía basada en la guerra. Pero por aquella información que acababa de recordar me puse un poco mosca. Si realmente tenían un armamento de ese calibre podría liarse y mucho. Así que decidí seguir callada y llegar hasta el que parecía ser el oficial a cargo de esa base.
—Vaya, el recién nombrado teniente. Mis felicidades —exclamó tendiéndole la mano a Prometeo—. Y tú debes de ser Rinoa, la recién nombrada brigada en la sección de infantería. A ti te asignaré dos hombres —me señaló— y contigo hablaremos más detenidamente. Puedes llamarme Marshall. Soy un oficial y tengo bastante influencia en este camino del paraíso. ¿Qué te trae por aquí? —acabó preguntando a Prometeo mientras le miraba fijamente.
Yo seguía mirando el lugar, la zona era bastante modesta y no parecía que se hubiesen gastado casi dinero en decorarla. De hecho se notaba demasiado artificial e industrial, hasta con estanterías genéricas de metal. No tenían dinero, o por lo menos eso querían enseñar. Pero engañar a otros revolucionarios no estaba en el plan, así que decidí sonreír y aceptar con la cabeza los subalternos. Después escucharía lo que tenía que decirle Marshall a Prometeo.
Tenía una bodega de lo más peculiar, incluso mayor que la que estaba en exposición. Yo observaba todo atentamente para ver qué se tenía que hacer para entrar hasta ahí. Toda la información que pudiese enviar al gobierno mundial no iría de más, así que la cuestión era esperar poco a poco. La cosa es que accionaron un tapón y varios de los barriles se abrieron. Intenté no suspirar decepcionada ante lo obvio que era aquello y lo penoso que se veía el objeto moviéndose de forma tan lenta. De hecho, tardó casi un minuto para llegar hasta un punto en el que pudiesen pasar. Una cosa era tener poco presupuesto y otra hacer esperar tanto rato para poder entrar. Joder, que si tenían prisas podía llegar a liarse. Pero tampoco era mi problema. Con derrumbar la licorería bastaría para sepultarlos si no tenían otro tipo de salidas.
—Por aquí, pase, teniente —exclamó uno de los jóvenes.
Yo decidí seguirle y bajar hasta abajo. Se notaba que era un lugar quizás centenario, ya que podían verse telarañas y olía a húmedo de forma épica. Entre el frío y los candiles que casi no podían ni iluminar las escaleras tenía hasta miedo de caerme. Una vez llegamos hasta abajo el ambiente empezó a gustarme un poco más. Todo parecía de hormigón impreso y con un acabado mejor hecho. De hecho, parecía que era algún viejo búnker de guerra reformado. No me extrañaría de parte de Russuam que llegasen a tomar esa decisión, ya que había visto que en algún que otro informe llegaron a tener poder nuclear. Tuvieron que acabar desarmando ovijas de misiles y aquello arruinó al país a la larga, el cual tenía una economía basada en la guerra. Pero por aquella información que acababa de recordar me puse un poco mosca. Si realmente tenían un armamento de ese calibre podría liarse y mucho. Así que decidí seguir callada y llegar hasta el que parecía ser el oficial a cargo de esa base.
—Vaya, el recién nombrado teniente. Mis felicidades —exclamó tendiéndole la mano a Prometeo—. Y tú debes de ser Rinoa, la recién nombrada brigada en la sección de infantería. A ti te asignaré dos hombres —me señaló— y contigo hablaremos más detenidamente. Puedes llamarme Marshall. Soy un oficial y tengo bastante influencia en este camino del paraíso. ¿Qué te trae por aquí? —acabó preguntando a Prometeo mientras le miraba fijamente.
Yo seguía mirando el lugar, la zona era bastante modesta y no parecía que se hubiesen gastado casi dinero en decorarla. De hecho se notaba demasiado artificial e industrial, hasta con estanterías genéricas de metal. No tenían dinero, o por lo menos eso querían enseñar. Pero engañar a otros revolucionarios no estaba en el plan, así que decidí sonreír y aceptar con la cabeza los subalternos. Después escucharía lo que tenía que decirle Marshall a Prometeo.
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Hizo el saludo militar inmediatamente después de entrar a la oficina del Oficial Marshall, una habitación modesta y mal decorada. Quien le esperaba allí era un hombre de unos treinta y cinco años, barba incipiente y cabellos castaños. Llevaba una camisa holgada y unos pantalones medio sucios, como si recién hubiese terminado de limpiar las tuberías de la instalación subterránea. Los ojos marrones del hombre miraban fijamente a Prometeo mientras le invitaba a tomar asiento.
—Gracias, señor —contestó el homúnculo, recibiendo la mano del hombre y apretándosela suavemente—. Pues… Me dijeron que me estarían esperando en este lugar, señor.
Marshall se dio una palmada en la frente y luego sonrió torpemente.
—Lo siento, lo siento, ya ni sé dónde tengo la cabeza este último tiempo… Han pasado muchas cosas, ¿sabes? Al parecer la gente vuelve a confiar poco a poco en nosotros, y esas son muy buenas noticias —comentó el paramilitar—. Esto te lo debemos a ti y a los valientes hombres que te acompañaron en esa misión, así que siéntete orgulloso. El Alto Mando tiene sus ojos puestos en ti, Prometeo. —Marshall hizo una breve pausa para lubricar la garganta, dándole un sorbo al tazón de café—. Ya todos nos hemos dado cuenta de que eres bastante prometedor, basta con ver tu primera recompensa. No muchos alcanzan esa cifra de primeras, ¿eh?
Prometeo cogió el periódico que estaba sobre el escritorio y miró con indiferencia el retrato suyo impreso en el papel. En este se le veía con una expresión fría y distante, pero lo más importante eran los sesenta y cinco millones de berries que el Gobierno Mundial ofrecía por él. Quizás nada de él delatase molestia, pero por dentro cuestionaba profundamente el actuar del país más poderoso del mundo. ¿Cómo podía ofrecer recompensas tan cuantiosas cuando había gente desesperada muriendo de hambre? Ese dinero podía ser empleado en obras mucho más constructivas en vez de intentar darle caza a un hombre que ni siquiera valía esa suma.
—En fin, que me estoy alargando mucho… Tú y Rinoa recibirán un entrenamiento especial auspiciado por el Ejército Revolucionario. Ya les hemos asignado sus mentores, de hecho, podría decir que están muy ansiosos por conocerles —dijo Marshall con una sonrisa maliciosa en el rostro—. Será bastante… duro, se los advierto.
«Un entrenamiento especial, ¿eh?». Era justo lo que Prometeo buscaba: la fuerza para proteger a sus amigos. No quería volver a darle la espalda a nadie nunca más, daba igual cuán duro fuese el entrenamiento a realizar, lo haría sin una sola queja. Si a Prometeo le importasen la gloria y las recompensas, los honores y la jerarquía, jamás se habría unido al Ejército Revolucionario. Alzaba el puño para luchar por un mundo mejor para todos, por un mundo más justo y amable, no para vanagloriarse ni pisotear a los demás.
—Procuraré estar a la altura de la situación, señor. Muchas gracias por esta oportunidad.
—De nada, hombre, eres demasiado amable. Venga, chicos, síganme. Les presentaré a sus mentores y tú, Rinoa, aún debes conocer a tus subordinados, ¿verdad?
—Gracias, señor —contestó el homúnculo, recibiendo la mano del hombre y apretándosela suavemente—. Pues… Me dijeron que me estarían esperando en este lugar, señor.
Marshall se dio una palmada en la frente y luego sonrió torpemente.
—Lo siento, lo siento, ya ni sé dónde tengo la cabeza este último tiempo… Han pasado muchas cosas, ¿sabes? Al parecer la gente vuelve a confiar poco a poco en nosotros, y esas son muy buenas noticias —comentó el paramilitar—. Esto te lo debemos a ti y a los valientes hombres que te acompañaron en esa misión, así que siéntete orgulloso. El Alto Mando tiene sus ojos puestos en ti, Prometeo. —Marshall hizo una breve pausa para lubricar la garganta, dándole un sorbo al tazón de café—. Ya todos nos hemos dado cuenta de que eres bastante prometedor, basta con ver tu primera recompensa. No muchos alcanzan esa cifra de primeras, ¿eh?
Prometeo cogió el periódico que estaba sobre el escritorio y miró con indiferencia el retrato suyo impreso en el papel. En este se le veía con una expresión fría y distante, pero lo más importante eran los sesenta y cinco millones de berries que el Gobierno Mundial ofrecía por él. Quizás nada de él delatase molestia, pero por dentro cuestionaba profundamente el actuar del país más poderoso del mundo. ¿Cómo podía ofrecer recompensas tan cuantiosas cuando había gente desesperada muriendo de hambre? Ese dinero podía ser empleado en obras mucho más constructivas en vez de intentar darle caza a un hombre que ni siquiera valía esa suma.
—En fin, que me estoy alargando mucho… Tú y Rinoa recibirán un entrenamiento especial auspiciado por el Ejército Revolucionario. Ya les hemos asignado sus mentores, de hecho, podría decir que están muy ansiosos por conocerles —dijo Marshall con una sonrisa maliciosa en el rostro—. Será bastante… duro, se los advierto.
«Un entrenamiento especial, ¿eh?». Era justo lo que Prometeo buscaba: la fuerza para proteger a sus amigos. No quería volver a darle la espalda a nadie nunca más, daba igual cuán duro fuese el entrenamiento a realizar, lo haría sin una sola queja. Si a Prometeo le importasen la gloria y las recompensas, los honores y la jerarquía, jamás se habría unido al Ejército Revolucionario. Alzaba el puño para luchar por un mundo mejor para todos, por un mundo más justo y amable, no para vanagloriarse ni pisotear a los demás.
—Procuraré estar a la altura de la situación, señor. Muchas gracias por esta oportunidad.
—De nada, hombre, eres demasiado amable. Venga, chicos, síganme. Les presentaré a sus mentores y tú, Rinoa, aún debes conocer a tus subordinados, ¿verdad?
Rayne Von Valliere
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«Hm... Un entrenamiento especial... Podré usar eso para ver qué entrenan exactamente e informar al cuartel.» pensé mientras asentía con la cabeza de forma bastante modesta. No solo me había colado, sino que podría ver si tenían alguna operación activa, entrenar con ellos y ver qué hacían para ser más fuertes... Era perfecto. Me limité a seguir y escuchar sin intervenir hasta que realmente me cediesen un turno de palabra. Y tras hablar con mi compi revolucionario lo acabaron haciendo, así que me coloqué recta y llevé la mano a mi cabeza para hacer una pequeña reverencia militar.
—Será un honor. Pero primero estoy más interesada en el entrenamiento, si me permite darle mi opinión —le comenté con una sonrisa de lo más profunda.
—Claro, tampoco hay prisa. Pasad por aquí y os explicaré.
Empezamos a seguirle, por lo menos yo y acabamos pasando una sala. Hasta que llegamos a lo que parecía ser la guinda del pastel: una especie de jardín interior cuya altura engañaba bastante al ojo para lo adentrados que estábamos. Cuando pude darme cuenta vi que el techo estaba perfectamente pintado, de tal forma que parecía tener más fondo de lo que realmente tenía. Fruncí el ceño sin entender demasiado la necesidad del efecto óptico y esperé a las instrucciones del jefe del cuartel, el cual se encontraba ordenando sus pensamientos de forma activa.
—Bueno, la verdad es que vamos escasos de personal para luchar de frente. Hemos tenido bajas considerables esta última temporada y todo por una sencilla razón: el haki —exclamó algo molesto mientras endurecía sus puños—. Así que lo especial de esto es que os dejo la sala para que lo practiquéis como deseéis. Si necesitáis los subalternos, pues los llamáis. ¿Entendido?
Volví a colocarme firme con otra reverencia militar y el hombre acabó yéndose con las manos en los bolsillos. Me giré y miré a Prometeo algo entusiasmada: no por el entrenamiento, sino porque iba a poder pegarle. La verdad es que estar rodeada de tantos revolucionarios me estaba poniendo enferma, por lo que aproveché para crear una armadura invisible en mis puños y, sin decirle mucho más, soltarle un directo de derecha a la altura del estómago.
—Será un honor. Pero primero estoy más interesada en el entrenamiento, si me permite darle mi opinión —le comenté con una sonrisa de lo más profunda.
—Claro, tampoco hay prisa. Pasad por aquí y os explicaré.
Empezamos a seguirle, por lo menos yo y acabamos pasando una sala. Hasta que llegamos a lo que parecía ser la guinda del pastel: una especie de jardín interior cuya altura engañaba bastante al ojo para lo adentrados que estábamos. Cuando pude darme cuenta vi que el techo estaba perfectamente pintado, de tal forma que parecía tener más fondo de lo que realmente tenía. Fruncí el ceño sin entender demasiado la necesidad del efecto óptico y esperé a las instrucciones del jefe del cuartel, el cual se encontraba ordenando sus pensamientos de forma activa.
—Bueno, la verdad es que vamos escasos de personal para luchar de frente. Hemos tenido bajas considerables esta última temporada y todo por una sencilla razón: el haki —exclamó algo molesto mientras endurecía sus puños—. Así que lo especial de esto es que os dejo la sala para que lo practiquéis como deseéis. Si necesitáis los subalternos, pues los llamáis. ¿Entendido?
Volví a colocarme firme con otra reverencia militar y el hombre acabó yéndose con las manos en los bolsillos. Me giré y miré a Prometeo algo entusiasmada: no por el entrenamiento, sino porque iba a poder pegarle. La verdad es que estar rodeada de tantos revolucionarios me estaba poniendo enferma, por lo que aproveché para crear una armadura invisible en mis puños y, sin decirle mucho más, soltarle un directo de derecha a la altura del estómago.
Prometeo
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Había perdido las palabras para decir lo impresionado que estaba ante la presencia de tan increíble jardín. Se hallaba en una especie de caverna de calizas con unas cuantas estalagmitas creciendo del suelo. Incluso la unión entre estas y las estalactitas formaba columnas calcáreas. La hierba crecía hasta los tobillos de Prometeo y había un sinfín de flores, un espectáculo de distintos colores y formas. ¡Era increíble que hubiera un microclima en un espacio tan reducido! Quizás se lo debían al manantial de aguas cristalinas que se veía al fondo. El techo pintado producía un clarísimo efecto de profundidad, retratando un vasto cielo azulado y con unas pocas nubes. A pesar de que hacía muchísimo frío allá fuera y la nieve se acumulaba por montones, dentro de la caverna parecía ser un paraíso.
El Oficial Marshall habló de algo desconocido para Prometeo: el haki. Era la primera vez que escuchaba la palabra. Ninguno de los tantísimos libros que leyó en la Jaula de Cristal hacía mención a ella. Supuso que se trataba de una especie de poder, habilidad o incluso un tipo de arma, pero era muy difícil saberlo a ciencia exacta teniendo tan poca información. Ya se lo preguntaría a su mentor cuando llegase… ¿Por qué, si el Oficial les había dicho que estaban tan impacientes por conocerles, no estaban allí en el jardín?
—Tendremos que esperar a nuestros-
Reconoció de inmediato la mirada de su compañera y cortó sus palabras; jamás olvidaría el fulgor en los ojos de alguien que deseaba pelear. Una sensación extraña, parecida a la que vivió en la casa del lanista, recorrió la punta de su espalda como un suspiro helado. Si Rinoa hubiese estado más cerca, si tan solo su puñetazo hubiera sido más rápido, ahora mismo Prometeo sentiría un agudo dolor en el estómago. Sin embargo, era un artista marcial experimentado con unos reflejos increíbles. Más por instinto que por otra cosa, como si no fuera consciente de ello, su cuerpo dio un salto hacia atrás y, luego de caer, se alejó todavía más.
—¿De qué va esto? —preguntó con el ceño fruncido—. De acuerdo a las palabras del señor Marshall, los mentores asignados por el Ejército Revolucionario se encargarán de nuestro entrenamiento. No está bien atacar a un compañero sin previo aviso.
Si se hubiera tratado de cualquier otro superior, la señorita Rinoa ahora mismo tendría unas cuantas explicaciones que dar. «Os dejo la sala para que practiquéis como deseéis», había dicho el oficial, pero no justificaba un ataque sorpresa con una fuerte intención de hacer daño. Y muy afortunadamente, los mentores no tardaron en aparecer en la habitación. Prometeo se fijó en la mujer casi tan alta como él y de largos cabellos anaranjados, ojos azules y aspecto fiero.
El Oficial Marshall habló de algo desconocido para Prometeo: el haki. Era la primera vez que escuchaba la palabra. Ninguno de los tantísimos libros que leyó en la Jaula de Cristal hacía mención a ella. Supuso que se trataba de una especie de poder, habilidad o incluso un tipo de arma, pero era muy difícil saberlo a ciencia exacta teniendo tan poca información. Ya se lo preguntaría a su mentor cuando llegase… ¿Por qué, si el Oficial les había dicho que estaban tan impacientes por conocerles, no estaban allí en el jardín?
—Tendremos que esperar a nuestros-
Reconoció de inmediato la mirada de su compañera y cortó sus palabras; jamás olvidaría el fulgor en los ojos de alguien que deseaba pelear. Una sensación extraña, parecida a la que vivió en la casa del lanista, recorrió la punta de su espalda como un suspiro helado. Si Rinoa hubiese estado más cerca, si tan solo su puñetazo hubiera sido más rápido, ahora mismo Prometeo sentiría un agudo dolor en el estómago. Sin embargo, era un artista marcial experimentado con unos reflejos increíbles. Más por instinto que por otra cosa, como si no fuera consciente de ello, su cuerpo dio un salto hacia atrás y, luego de caer, se alejó todavía más.
—¿De qué va esto? —preguntó con el ceño fruncido—. De acuerdo a las palabras del señor Marshall, los mentores asignados por el Ejército Revolucionario se encargarán de nuestro entrenamiento. No está bien atacar a un compañero sin previo aviso.
Si se hubiera tratado de cualquier otro superior, la señorita Rinoa ahora mismo tendría unas cuantas explicaciones que dar. «Os dejo la sala para que practiquéis como deseéis», había dicho el oficial, pero no justificaba un ataque sorpresa con una fuerte intención de hacer daño. Y muy afortunadamente, los mentores no tardaron en aparecer en la habitación. Prometeo se fijó en la mujer casi tan alta como él y de largos cabellos anaranjados, ojos azules y aspecto fiero.
Rayne Von Valliere
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¿Un solo salto hacia atrás? Previsible. Pero tampoco podía llamar la atención de más. Me llevé la mano a la nuca y sonrié plenamente, mostrándome energética y decidida. Conforme entraban las personas algo alarmadas, me puse firme y empecé a explicar con un tono de lo más jovial. Parecían tensos pero conforme me escuchaban iban relajando la postura.
—Si su rango hace gala a su fuerza, estaba segurísima de que lo esquivaría —expliqué mientras le hacía una pequeña reverencia—. Ardo en deseos de mejorar y que me pongan delante a alguien de su nivel hace que me hierva la sangre. Había supuesto que lo esquivaría y por eso lo hice. Sin lugar a dudas, tiene unos reflejos increíbles. Estoy seguro que podré aprender de usted muchísimo —acabé explicándole.
Uno de los generales se acercó a mí y me puso una mano en el hombro. Mascullé algo que no podía entenderse y después lo miré fijamente.
—Rinoa, necesitamos gente tan energética como tú. Si crees que esto es la clase de entrenamiento que necesitáis, adelante. Mostrar convicción y coraje es una de las facciones que debería tener cualquier soldado —dijo en voz alta mientras miraba a todos de un lado para otro—. Así que aprended de Rinoa. No dudéis nunca en luchar contra alguien si es por vuestra causa. Ahora, ¡a entrenar!
Me acerqué lentamente hacia Prometeo y me coloqué los mitones de kairoseki. Sabía por su fama que era usuario, así que si lograba agarrarle le ganaría automáticamente. La sala era grande, pero no lo suficiente como para esquivarme todo el rato. Si se echaba hacia atrás una y otra vez acabaría alcanzándolo. Y si no, me daba igual. La cuestión era reunir información y estaba viendo de qué iba la cosa. Volví a hacer aparecer la armadura invisible y me abalancé hacia él para hacer un amago de derecha, acabando fulminado en una patada en diagonal.
—Si su rango hace gala a su fuerza, estaba segurísima de que lo esquivaría —expliqué mientras le hacía una pequeña reverencia—. Ardo en deseos de mejorar y que me pongan delante a alguien de su nivel hace que me hierva la sangre. Había supuesto que lo esquivaría y por eso lo hice. Sin lugar a dudas, tiene unos reflejos increíbles. Estoy seguro que podré aprender de usted muchísimo —acabé explicándole.
Uno de los generales se acercó a mí y me puso una mano en el hombro. Mascullé algo que no podía entenderse y después lo miré fijamente.
—Rinoa, necesitamos gente tan energética como tú. Si crees que esto es la clase de entrenamiento que necesitáis, adelante. Mostrar convicción y coraje es una de las facciones que debería tener cualquier soldado —dijo en voz alta mientras miraba a todos de un lado para otro—. Así que aprended de Rinoa. No dudéis nunca en luchar contra alguien si es por vuestra causa. Ahora, ¡a entrenar!
Me acerqué lentamente hacia Prometeo y me coloqué los mitones de kairoseki. Sabía por su fama que era usuario, así que si lograba agarrarle le ganaría automáticamente. La sala era grande, pero no lo suficiente como para esquivarme todo el rato. Si se echaba hacia atrás una y otra vez acabaría alcanzándolo. Y si no, me daba igual. La cuestión era reunir información y estaba viendo de qué iba la cosa. Volví a hacer aparecer la armadura invisible y me abalancé hacia él para hacer un amago de derecha, acabando fulminado en una patada en diagonal.
Prometeo
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La encargada de su entrenamiento era una mujer de nombre Sabina Blast, una comandante del mismo rango que el señor Gelatina. Se había mostrado de acuerdo con su compañero y ver qué podían hacer las nuevas promesas del Ejército Revolucionario, dando el visto bueno para que luchasen. Prometeo, en su opinión, creía que era innecesario una demostración como esa, pero tampoco desobedecería a sus superiores. Tendría cuidado de no lastimar demasiado a la señorita Rinoa, quien se mostraba tan enérgica como ansiosa. Por mucho que intentase golpearle, el revolucionario mantendría la calma en todo momento, tal y como se le había enseñado.
—Quiero ver todo tu potencial, teniente Prometeo —dijo Sabina—. No quiero arrepentirme de haber venido.
El homúnculo se limitó a guardar silencio y entonces se fijó en su oponente. Era más pequeña, cuarenta centímetros por lo bajo, lo cual se traducía en un menor rango de alcance. Los guantes indicaban que era una luchadora cuerpo a cuerpo, pero estaba en desventaja a la hora de enfrentarse a Prometeo. No solo sus brazos eran más largos, sino que también él era más rápido. Lo había comprobado cuando esquivó el primer golpe de la señorita Rinoa. Pero como era solo un entrenamiento no se pasaría con la fuerza.
Prometeo se fijó en los músculos de su compañera de entrenamiento, el ángulo en que estaban inclinados y así consiguió una aproximación de lo que haría. Sabía de anatomía y encima tenía experiencia como artista marcial; podía reconocer la dirección de un golpe basándose en la postura del contrincante. Así que ladeó el cuerpo cuando vio el derechazo, pero la patada en diagonal le tomó por sorpresa. Formó una equis con ambos brazos y resistió el golpe, dejando escapar una mueca de dolor. Era su momento; aprovecharía la distancia que había entre los dos.
Recordó la sensación que sintió en el momento que se enfrentó a doce piratas, cuando sus compañeros corrían peligro enfrentándose al Capitán Hojalata, e intentó replicarlo en sus puños. Revivió ese extraño sentimiento de fortaleza que sintió por primera vez cuando luchó contra un mafioso junto al señor Gelatina. Y, sin saber siquiera lo que era ni cómo hacerlo, sus puños se envolvieron en una armadura invisible que Prometeo no sabía que existía. Lanzó un veloz golpe de palma al plexo solar con la intención de cortar la principal fuente de combustible del cuerpo humano. No perdería el tiempo y enseguida desataría un golpe de dedo a la zona baja del bíceps derecho para reducir la movilidad del mismo. Y terminaría esa simple combinación con un doble golpe de puño, a modo de martillo, dirigido al estómago.
—Quiero ver todo tu potencial, teniente Prometeo —dijo Sabina—. No quiero arrepentirme de haber venido.
El homúnculo se limitó a guardar silencio y entonces se fijó en su oponente. Era más pequeña, cuarenta centímetros por lo bajo, lo cual se traducía en un menor rango de alcance. Los guantes indicaban que era una luchadora cuerpo a cuerpo, pero estaba en desventaja a la hora de enfrentarse a Prometeo. No solo sus brazos eran más largos, sino que también él era más rápido. Lo había comprobado cuando esquivó el primer golpe de la señorita Rinoa. Pero como era solo un entrenamiento no se pasaría con la fuerza.
Prometeo se fijó en los músculos de su compañera de entrenamiento, el ángulo en que estaban inclinados y así consiguió una aproximación de lo que haría. Sabía de anatomía y encima tenía experiencia como artista marcial; podía reconocer la dirección de un golpe basándose en la postura del contrincante. Así que ladeó el cuerpo cuando vio el derechazo, pero la patada en diagonal le tomó por sorpresa. Formó una equis con ambos brazos y resistió el golpe, dejando escapar una mueca de dolor. Era su momento; aprovecharía la distancia que había entre los dos.
Recordó la sensación que sintió en el momento que se enfrentó a doce piratas, cuando sus compañeros corrían peligro enfrentándose al Capitán Hojalata, e intentó replicarlo en sus puños. Revivió ese extraño sentimiento de fortaleza que sintió por primera vez cuando luchó contra un mafioso junto al señor Gelatina. Y, sin saber siquiera lo que era ni cómo hacerlo, sus puños se envolvieron en una armadura invisible que Prometeo no sabía que existía. Lanzó un veloz golpe de palma al plexo solar con la intención de cortar la principal fuente de combustible del cuerpo humano. No perdería el tiempo y enseguida desataría un golpe de dedo a la zona baja del bíceps derecho para reducir la movilidad del mismo. Y terminaría esa simple combinación con un doble golpe de puño, a modo de martillo, dirigido al estómago.
Prometeo
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Sabina Blast era una mujer seria y delgada que siempre iba de traje. Su rostro era una rara combinación entre una expresión severa y unos rasgos delicados y femeninos, aunque lo más curioso era la venda negra que tapaba sus ojos. El cabello color avellana le caía por encima del hombro y acababa en su pecho. Jamás se olvidaba del maletín de cuero, y solo unos pocos sabían lo que llevaba dentro. A pesar de que solo fuera un puñado de hombres el que hubiera visto pelear a Blast, todo el mundo sabía que era fuerte. Y ella era la encargada del entrenamiento de Prometeo.
—Para el resto puedes ser un revolucionario prometedor por tus actos en Sabaody, pero para mí sólo eres un niño —dijo Sabina una vez el combate de entrenamiento finalizó, quedándose sola con Prometeo—. No necesito quitarme la venda para ver que ni siquiera sabes por qué estás donde estás. Estás perdido sin saber lo que quieres, ¿verdad, niño?
El teniente solo guardó silencio: no sabía qué decir.
—Bien, al menos lo admites: eso es bueno. ¿Sabes lo que es el haki? —preguntó de pronto. Prometeo negó con la cabeza—. Es una fuerza que vive en todos nosotros, aunque solo unos pocos conseguimos despertarla. Por fortuna, al menos uno de los tuyos está despierto, así que podemos saltarnos la parte complicada. —Sabina sacó una vara de metal unida a un cable del bolsillo de su chaqueta y se la entregó al teniente, continuó buscando y retiró una caja que claramente no debía caber allí dentro—. Como te habrás dado cuenta, solo es una vara de metal unida a un cable. Yo misma la he creado —rectificó como esperando que Prometeo se mostrara impresionado—. En principio puede no parecer interesante, pero mira esto.
Sabina le quitó la vara y conectó el cable a la caja de metal, que más bien parecía una especie de… amplificador. Como si fuera cierto gato de cierta serie televisiva, de un bolsillo mágico sacó una ampolleta y la instaló en la tapa superior. Acomodó la mano en la vara de metal, que parecía casi amoldarse a esta, y entonces sucedió: la ampolleta comenzó a brillar; primero débil y luego con la intensidad suficiente para espantar algunas sombras cercanas.
—El haki canalizado por la vara es convertido en energía eléctrica por el transformador. Puedes canalizar con mucha fuerza —la ampolleta empezó a brillar con mayor intensidad—, o con suavidad —y la misma decreció hasta ser solo un diminuto destello—. Si miras con atención te darás cuenta de que lo importante no es cuánto brilla la ampolleta, sino la forma en que lo hace. —De pronto, la bombilla comenzó a desprender luces de distintos colores a distintos ritmos y distintas velocidades—. El haki se mostrará de una o de otra forma dependiendo de cómo lo canalizas, ¿entendido? Perfecto, en esto consistirá la primera etapa de tu entrenamiento: harás brillar la bombilla durante diez minutos sin que estalle ni se apague.
El homúnculo asintió, sólo un poco confundido. Jamás imaginó que acabaría convertido en un generador de energía humano-artificial. En principio no debía ser complicado: bastaría con canalizar el mismo sentimiento que canalizó durante su encuentro con la señorita Rinoa, el mismo que había sentido cuando luchó contra una decena de piratas en alta mar. Así que tomó la vara de metal y con toda la confianza del mundo dejó fluir su propio haki. La ampolleta comenzó a brillar cada vez con mayor intensidad hasta que, pasado los treinta segundos, estalló.
La rodilla de Prometeo encontró el suelo. Respiraba a ritmo acelerado y con el corazón latiéndole como si hubiera corrido una maratón. ¿Cómo se había cansado tan deprisa…? Intentó ponerse en pie, pero falló y cayó de culo.
—No es tan fácil, ¿ves? Descansa un poco y vuelve a intentarlo, pero esta vez con más calma: cada bombilla rota te costará cien berries.
—Para el resto puedes ser un revolucionario prometedor por tus actos en Sabaody, pero para mí sólo eres un niño —dijo Sabina una vez el combate de entrenamiento finalizó, quedándose sola con Prometeo—. No necesito quitarme la venda para ver que ni siquiera sabes por qué estás donde estás. Estás perdido sin saber lo que quieres, ¿verdad, niño?
El teniente solo guardó silencio: no sabía qué decir.
—Bien, al menos lo admites: eso es bueno. ¿Sabes lo que es el haki? —preguntó de pronto. Prometeo negó con la cabeza—. Es una fuerza que vive en todos nosotros, aunque solo unos pocos conseguimos despertarla. Por fortuna, al menos uno de los tuyos está despierto, así que podemos saltarnos la parte complicada. —Sabina sacó una vara de metal unida a un cable del bolsillo de su chaqueta y se la entregó al teniente, continuó buscando y retiró una caja que claramente no debía caber allí dentro—. Como te habrás dado cuenta, solo es una vara de metal unida a un cable. Yo misma la he creado —rectificó como esperando que Prometeo se mostrara impresionado—. En principio puede no parecer interesante, pero mira esto.
Sabina le quitó la vara y conectó el cable a la caja de metal, que más bien parecía una especie de… amplificador. Como si fuera cierto gato de cierta serie televisiva, de un bolsillo mágico sacó una ampolleta y la instaló en la tapa superior. Acomodó la mano en la vara de metal, que parecía casi amoldarse a esta, y entonces sucedió: la ampolleta comenzó a brillar; primero débil y luego con la intensidad suficiente para espantar algunas sombras cercanas.
—El haki canalizado por la vara es convertido en energía eléctrica por el transformador. Puedes canalizar con mucha fuerza —la ampolleta empezó a brillar con mayor intensidad—, o con suavidad —y la misma decreció hasta ser solo un diminuto destello—. Si miras con atención te darás cuenta de que lo importante no es cuánto brilla la ampolleta, sino la forma en que lo hace. —De pronto, la bombilla comenzó a desprender luces de distintos colores a distintos ritmos y distintas velocidades—. El haki se mostrará de una o de otra forma dependiendo de cómo lo canalizas, ¿entendido? Perfecto, en esto consistirá la primera etapa de tu entrenamiento: harás brillar la bombilla durante diez minutos sin que estalle ni se apague.
El homúnculo asintió, sólo un poco confundido. Jamás imaginó que acabaría convertido en un generador de energía humano-artificial. En principio no debía ser complicado: bastaría con canalizar el mismo sentimiento que canalizó durante su encuentro con la señorita Rinoa, el mismo que había sentido cuando luchó contra una decena de piratas en alta mar. Así que tomó la vara de metal y con toda la confianza del mundo dejó fluir su propio haki. La ampolleta comenzó a brillar cada vez con mayor intensidad hasta que, pasado los treinta segundos, estalló.
La rodilla de Prometeo encontró el suelo. Respiraba a ritmo acelerado y con el corazón latiéndole como si hubiera corrido una maratón. ¿Cómo se había cansado tan deprisa…? Intentó ponerse en pie, pero falló y cayó de culo.
—No es tan fácil, ¿ves? Descansa un poco y vuelve a intentarlo, pero esta vez con más calma: cada bombilla rota te costará cien berries.
- Off:
- Como el usuario de Rayne ha abandonado el foro continuaré este tema para finalizar el entrenamiento de Prometeo.
Prometeo
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Prometeo pasó los próximos días entrenando muy duro. Al comienzo no podía mantener un flujo estable de energía, provocando que la bombilla explotara o simplemente no alumbrase nada. La tarea parecía muy sencilla a simple vista, sin embargo, guardaba distintos principios que el revolucionario debía dominar. Por un lado, estaba la cantidad de energía transferida a la varilla de metal y, por otro, la velocidad a la que transmitía esta. Prometeo pensaba que un concepto como ese no tendría lugar en el campo de batalla, no obstante, se dio cuenta de lo equivocado que estaba cuando comenzaron las sesiones de lucha.
El hecho de que tuviera que pagar cien berries por cada bombilla rota le obligaba a esforzarse aún más. Por su condición de humano artificial Prometeo era muy talentoso, pero aun así ya acumulaba una deuda de más de setecientos mil berries. Pensaba invertir el poco dinero que llevaba en encontrar el tratamiento adecuado a su enfermedad, sin embargo, pagar una deuda era casi igual de importante. ¿Qué clase de ser humano no pagaría lo que debe? En el ideal de hombre de Prometeo algo así no tenía lugar.
—Has logrado grandes avances en poco tiempo, niño. La armadura que creas cada vez es más estable —le comentó la comandante Blast una semana después de que comenzara el entrenamiento. A pesar de mostrarse como una mujer un tanto seria, era muy amable y preocupada por sus subordinados—. No obstante, es muy pronto para cantar victoria: esfuérzate.
Esos pequeños comentarios le animaban a seguir esforzándose y a dar lo máximo de sí mismo. Las extensas jornadas poco a poco se volvían más amenas, aunque no cambiaba el hecho de que el homúnculo terminara exhausto. La parte buena era que le encantaba entrenar, pues sentía que tenía un gran desafío en frente. En la Jaula de Cristal todo le parecía… fácil, por decirlo de algún modo. La única prueba que tuvo cierta dificultad fue para conseguir la aprobación del señor Morello. Desde ese día que no había tomado ningún arma, y esperaba no volver a hacerlo.
Había pasado ya una semana y media desde que Prometeo comenzó a entrenar con la comandante Blast, y era el momento de mostrarle lo mucho que había progresado. Durante diez minutos tendría que hacer brillar la bombilla. ¿Se sentía preparado? No. ¿Lo intentaría? Sin lugar a duda. Todo el cansancio que había sentido durante más de una semana daría buenos frutos, o eso esperaba. Creía que estaba cerca de alcanzar cierta maestría en los principios expuestos por la comandante: control, intensidad y forma.
—Sabes lo que tienes que hacer —le dijo la mujer, cruzándose de brazos.
Lo único que queda decir es que ese día la habitación oscura se mantuvo iluminada por casi media hora.
El hecho de que tuviera que pagar cien berries por cada bombilla rota le obligaba a esforzarse aún más. Por su condición de humano artificial Prometeo era muy talentoso, pero aun así ya acumulaba una deuda de más de setecientos mil berries. Pensaba invertir el poco dinero que llevaba en encontrar el tratamiento adecuado a su enfermedad, sin embargo, pagar una deuda era casi igual de importante. ¿Qué clase de ser humano no pagaría lo que debe? En el ideal de hombre de Prometeo algo así no tenía lugar.
—Has logrado grandes avances en poco tiempo, niño. La armadura que creas cada vez es más estable —le comentó la comandante Blast una semana después de que comenzara el entrenamiento. A pesar de mostrarse como una mujer un tanto seria, era muy amable y preocupada por sus subordinados—. No obstante, es muy pronto para cantar victoria: esfuérzate.
Esos pequeños comentarios le animaban a seguir esforzándose y a dar lo máximo de sí mismo. Las extensas jornadas poco a poco se volvían más amenas, aunque no cambiaba el hecho de que el homúnculo terminara exhausto. La parte buena era que le encantaba entrenar, pues sentía que tenía un gran desafío en frente. En la Jaula de Cristal todo le parecía… fácil, por decirlo de algún modo. La única prueba que tuvo cierta dificultad fue para conseguir la aprobación del señor Morello. Desde ese día que no había tomado ningún arma, y esperaba no volver a hacerlo.
Había pasado ya una semana y media desde que Prometeo comenzó a entrenar con la comandante Blast, y era el momento de mostrarle lo mucho que había progresado. Durante diez minutos tendría que hacer brillar la bombilla. ¿Se sentía preparado? No. ¿Lo intentaría? Sin lugar a duda. Todo el cansancio que había sentido durante más de una semana daría buenos frutos, o eso esperaba. Creía que estaba cerca de alcanzar cierta maestría en los principios expuestos por la comandante: control, intensidad y forma.
—Sabes lo que tienes que hacer —le dijo la mujer, cruzándose de brazos.
Lo único que queda decir es que ese día la habitación oscura se mantuvo iluminada por casi media hora.
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