Hitsugaya Toshiro
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—Joder, que frío. Se me va a congelar el maldito cerebro —refunfuñó el peliblanco.
—¿Acaso tienes uno? —bromeó Aysel mientras bebía de su café.
—Mira, parece que se te ha caído esto en mi espalda —dijo el peliblanco mientras gesticulaba que se sacaba un cuchillo de esta.
—Si te hubiera querido apuñalar, ni siquiera lo hubieras sentido.
—A veces me das miedo —replicó el joven cazador. —En fin, saldré y veré si hay algo interesante. ¿Quieres ir?
—¿Acaso no te puedes quedar quieto? Ve, yo me quedaré cuidando todo. Es el único barco que tenemos y tenemos que protegerlo.
Toshiro asintió y salió de la pequeña habitación en donde estaban. Estaba abrigado, demasiado. Portaba un gran abrigo de piel de oso y este estaba forrado, por dentro, con polar. Bajo este, llevaba una camiseta de mangas largas. Afirmó su espadón a su espalda y saltó del barco. Estaban en el reino de Sakura, una isla de clima invernal y la nieve era lo más que se veía. Observaba también tres grandes picos. Habían llegado hace poco, así que no sabía que existía ahí arriba, pero tampoco le interesaba. Solo quería estirar un poco las piernas y ver si es que pasaba algo curioso. Colocó sus manos en los bolsillos de su abrigo y empezó a caminar dejando atrás el barco. No tenía muy claro hacia dónde ir, pero seguramente llegaba a algún sitio. Por suerte el puerto y el primer pueblo que se veía, no estaban lejos. Unos diez o quince minutos caminando.
Si bien el cielo estaba despejado, podía verse a la lejanía un par de nubes que no daban muy buenas noticias. Estaba helado y aun con todo lo que se colocó para abrigarse, podía sentir como es que su piel estaba entumecida. No era una persona muy fanática de los climas fríos, pero el Log Pose los había llevado a esa isla y no podían evadirla. Tenían que estar un par de días ahí hasta que reconociera la siguiente isla y así poder partir de nuevo en su viaje. El Grand Line era un lugar con inmensas sorpresas y estaba bastante claro que no podía imaginarse lo que podría llegar a pasar en un futuro, pero estaba confiado… No sabía muy bien la razón, pero se sentía como si nada malo pudiera ocurrir. La carrera había sido un antes y un después para él. ¿Qué tipo de aventuras le faltaban por ver? ¿Qué mundos le tocaba descubrir? Estaba ansioso y con ganas de volver a zarpar lo más pronto posible.
No se había dado cuenta, pero ya estaba en el pueblo. La gente que pasaba por el lugar estaba bastante feliz y tranquila, como si nada les estuviera molestando. Se podía respirar la paz que se emanaba de estos. Suspiró con calma y se dirigió a un lugar que sabía que no le fallaría, un lugar donde todos los chismes, rumores e información se podían encontrar todo en uno. Una taberna, específicamente, una que se llamaba “Picos Helados”. No dudó en entrar y estaba bastante llena de gente, casi no había mucho espacio en las mesas y en la barra apenas si sobraban espacios. En el centro de esta, había una muy grande chimenea y el ambiente estaba bastante agradable. Se sentó en la barra y se quedó ahí esperando que le atendieran mientras afinaba sus oídos por si escuchaba algo interesante. ¿Habría alguien con recompensa en esa isla? Era una posibilidad, quizás, no muy remota. De todos modos, solo se quedó ahí. A la espera de que algo pasara.
—¿Acaso tienes uno? —bromeó Aysel mientras bebía de su café.
—Mira, parece que se te ha caído esto en mi espalda —dijo el peliblanco mientras gesticulaba que se sacaba un cuchillo de esta.
—Si te hubiera querido apuñalar, ni siquiera lo hubieras sentido.
—A veces me das miedo —replicó el joven cazador. —En fin, saldré y veré si hay algo interesante. ¿Quieres ir?
—¿Acaso no te puedes quedar quieto? Ve, yo me quedaré cuidando todo. Es el único barco que tenemos y tenemos que protegerlo.
Toshiro asintió y salió de la pequeña habitación en donde estaban. Estaba abrigado, demasiado. Portaba un gran abrigo de piel de oso y este estaba forrado, por dentro, con polar. Bajo este, llevaba una camiseta de mangas largas. Afirmó su espadón a su espalda y saltó del barco. Estaban en el reino de Sakura, una isla de clima invernal y la nieve era lo más que se veía. Observaba también tres grandes picos. Habían llegado hace poco, así que no sabía que existía ahí arriba, pero tampoco le interesaba. Solo quería estirar un poco las piernas y ver si es que pasaba algo curioso. Colocó sus manos en los bolsillos de su abrigo y empezó a caminar dejando atrás el barco. No tenía muy claro hacia dónde ir, pero seguramente llegaba a algún sitio. Por suerte el puerto y el primer pueblo que se veía, no estaban lejos. Unos diez o quince minutos caminando.
Si bien el cielo estaba despejado, podía verse a la lejanía un par de nubes que no daban muy buenas noticias. Estaba helado y aun con todo lo que se colocó para abrigarse, podía sentir como es que su piel estaba entumecida. No era una persona muy fanática de los climas fríos, pero el Log Pose los había llevado a esa isla y no podían evadirla. Tenían que estar un par de días ahí hasta que reconociera la siguiente isla y así poder partir de nuevo en su viaje. El Grand Line era un lugar con inmensas sorpresas y estaba bastante claro que no podía imaginarse lo que podría llegar a pasar en un futuro, pero estaba confiado… No sabía muy bien la razón, pero se sentía como si nada malo pudiera ocurrir. La carrera había sido un antes y un después para él. ¿Qué tipo de aventuras le faltaban por ver? ¿Qué mundos le tocaba descubrir? Estaba ansioso y con ganas de volver a zarpar lo más pronto posible.
No se había dado cuenta, pero ya estaba en el pueblo. La gente que pasaba por el lugar estaba bastante feliz y tranquila, como si nada les estuviera molestando. Se podía respirar la paz que se emanaba de estos. Suspiró con calma y se dirigió a un lugar que sabía que no le fallaría, un lugar donde todos los chismes, rumores e información se podían encontrar todo en uno. Una taberna, específicamente, una que se llamaba “Picos Helados”. No dudó en entrar y estaba bastante llena de gente, casi no había mucho espacio en las mesas y en la barra apenas si sobraban espacios. En el centro de esta, había una muy grande chimenea y el ambiente estaba bastante agradable. Se sentó en la barra y se quedó ahí esperando que le atendieran mientras afinaba sus oídos por si escuchaba algo interesante. ¿Habría alguien con recompensa en esa isla? Era una posibilidad, quizás, no muy remota. De todos modos, solo se quedó ahí. A la espera de que algo pasara.
Kohaku Sato
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Kohaku llevaba ya diez días en Drum, esperando que su gremio viniera a por él. Le habían informado que iban a tardar por un contratiempo, ¿cuál? Lo descubriría cuando llegasen. Durante ese tiempo había conocido a muchas personas distintas, aunque entre todos ellos destacaba un extraño y estresante cazador llamado Ayden. Un sujeto curioso, pero buena gente. Olía a limpio, aunque su aspecto decía lo contrario.
El camino le llevo a la capital de las flores, pues a sus oídos había llegado que una pequeña banda pirata estaba deambulando por aquellos lares. No había habido ningún altercado, así que seguramente fueran rumores de gente que se aburría, pues no le habían dado nombre alguno.
Era un día precioso, sin ninguna nube, mas la temperatura no superaba los cinco grados centígrados. Hacía mucho frío, y eso le disgustaba. Él era más de climas cálidos, aunque tampoco mucho. Si tuviera que elegir prefería los climas primaverales, con brisa refrescante y sol cálido. Un poco de cada.
—¡Oye, chico! —Llamó su atención un hombre entrado en años, con la azotea con nevada como las cúspides de las montañas de Drum. Perfectamente podía tener setenta años, de postura ligeramente encorvada y brazos fuertes. Sus ojos eran azules y tenía una frondosa barba gris—. ¿Me echas una mano a despejar la entrada de la nevada de anoche? Luego te invito a lo que quieras.
Era cierto. La noche anterior había caído una gran nevada que habían colapsado la mayoría de los caminos. Kohaku se acercó a él, presentándose y tendiéndole la mano.
—Le ayudaré encantado —le dijo—. Mi nombre es Kohaku.
—Muchas gracias —le respondió, dándole un fuerte apretón de manos—. Mi nombre es Bernardo.
Era el dueño de un pequeño restaurante que tenía buffet libre de comida casera los domingos, pero ese día era miércoles así que no iba a poder deleitarse con todos y cada uno de los manjares de aquel lugar.
Cogió una pala y comenzó a quitar nieve como le indicaba el hombre, que dejó de trabajar para ponerse a dar órdenes, dejando de lado la amabilidad con la que se había presentado para parecer un coronel. «Lo llego a saber y no le ayudo», se dijo el cazador, quitando la nieve de la entrada.
—Pues ya estaría —le dijo el anciano, subiendo los cinco peldaños de escaleras que llevaba a la entrada de su local—. Vamos, entra y pídeme lo que quieras, que te lo has ganado. Eso sí… la cocina aun no esta funcionando. Tiene que venir mis hijos del pueblo vecino para traer los ingredientes para la comida. ¡Eso sí! Tenemos una cecina de ternera y un vino templado que está exquisito, cosecha propia ambas cosas.
—¿Cecina? —preguntó Kohaku.
—¿Nunca lo has probado? —se sorprendió el anciano—. ¿Qué clase de blasfemia a la vida es esa? Entra y pruébala. Por dios…, que juventud..., que solo come porquerías.
El camino le llevo a la capital de las flores, pues a sus oídos había llegado que una pequeña banda pirata estaba deambulando por aquellos lares. No había habido ningún altercado, así que seguramente fueran rumores de gente que se aburría, pues no le habían dado nombre alguno.
Era un día precioso, sin ninguna nube, mas la temperatura no superaba los cinco grados centígrados. Hacía mucho frío, y eso le disgustaba. Él era más de climas cálidos, aunque tampoco mucho. Si tuviera que elegir prefería los climas primaverales, con brisa refrescante y sol cálido. Un poco de cada.
—¡Oye, chico! —Llamó su atención un hombre entrado en años, con la azotea con nevada como las cúspides de las montañas de Drum. Perfectamente podía tener setenta años, de postura ligeramente encorvada y brazos fuertes. Sus ojos eran azules y tenía una frondosa barba gris—. ¿Me echas una mano a despejar la entrada de la nevada de anoche? Luego te invito a lo que quieras.
Era cierto. La noche anterior había caído una gran nevada que habían colapsado la mayoría de los caminos. Kohaku se acercó a él, presentándose y tendiéndole la mano.
—Le ayudaré encantado —le dijo—. Mi nombre es Kohaku.
—Muchas gracias —le respondió, dándole un fuerte apretón de manos—. Mi nombre es Bernardo.
Era el dueño de un pequeño restaurante que tenía buffet libre de comida casera los domingos, pero ese día era miércoles así que no iba a poder deleitarse con todos y cada uno de los manjares de aquel lugar.
Cogió una pala y comenzó a quitar nieve como le indicaba el hombre, que dejó de trabajar para ponerse a dar órdenes, dejando de lado la amabilidad con la que se había presentado para parecer un coronel. «Lo llego a saber y no le ayudo», se dijo el cazador, quitando la nieve de la entrada.
—Pues ya estaría —le dijo el anciano, subiendo los cinco peldaños de escaleras que llevaba a la entrada de su local—. Vamos, entra y pídeme lo que quieras, que te lo has ganado. Eso sí… la cocina aun no esta funcionando. Tiene que venir mis hijos del pueblo vecino para traer los ingredientes para la comida. ¡Eso sí! Tenemos una cecina de ternera y un vino templado que está exquisito, cosecha propia ambas cosas.
—¿Cecina? —preguntó Kohaku.
—¿Nunca lo has probado? —se sorprendió el anciano—. ¿Qué clase de blasfemia a la vida es esa? Entra y pruébala. Por dios…, que juventud..., que solo come porquerías.
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Las conversaciones en el pequeño restaurant eran las típicas. Gente comentando los sucesos más importantes del mundo, dando opiniones o solo criticando algunas cosas. También escuchaba otras sobre el estado de la isla y el futuro de esta misma. Tampoco podía olvidar las clásicas de la gente ebria y una le había causado gracia. Debatían sobre si era mejor tener un león de mascota o un oso de las nieves. Uno de ellos decía que el león solo era un gato más grande y que podía domesticarlo, el otro, en cambio, prefería al oso porque era más fuerte y sería una buena ayuda para defender su casa. Suspiró con desgana mientras veía que no estaba pasando nada realmente interesante en la isla o nada de lo que pudiera escuchar. Era difícil prestar atención a lo que decían todos debido al sonido, risas y alegatos de los que estaban ahí presentes.
Un hombre bastante entrado en años entró regañando a alguien de menor edad por no haber comido cecina. Debía rondar los setenta años y tenía la postura ligeramente encorvada, pero sus brazos aparentaban tener mucha fuerza. El otro, en cambio, debía tener unos veinte y tantos. Su rostro era bastante serio y su cuerpo se notaba que había recibido mucho entrenamiento. Su cabello era de un castaño oscuro, pero lo que más destacaba era que tenía una cicatriz de una garra en su mejilla izquierda. Aunque no era por su eso que había llamado su atención, era diferente a la gente que estaba en la barra. —Es fuerte. —Pensó mientras dejaba que el anciano y, que muy seguramente era el dueño de aquel restaurante, lo atendiera primero.
—Oye, anciano —dijo —. Quiero lo mismo que él —comentó mientras apuntaba al plato que ya le estaba dejando en su lugar. No iba a mentir, se veía bastante delicioso y el vapor que salía de la cecina, que poco a poco, debido a la poca distancia entre ambos, iba llegando a sus fosas nasales y solo aumentaba más su apetito. Vio al viejo asentir y entró de nuevo en la cocina.
La espera fue bastante escasa, de hecho, ni siquiera tuvo tiempo a parpadear cuando veía exactamente el mismo plato en frente suyo. El anciano se quedó ahí, de brazos cruzados, esperando que, al parecer, ambos dieran su opinión respecto a aquel plato. ¿Tan exigente era consigo mismo? ¿O estaba sobrado de confianza de sus habilidades? ¿Alguna mezcla de ambos? Le dedicó una sonrisa al anciano y empezó a comer. Al ser una comida que nunca había comido, solo puso un poco en el tenedor y se lo llevó a la boca. No podía creer lo que sus papilas gustativas estaban saboreando, era una verdadera delicia y sin darse cuenta, ya estaba pidiendo más. El anciano le llevó otro plato y sonrió con satisfacción, a lo que el peliblanco solo respondió haciendo el mismo gesto.
—Oye, anciano —dijo Toshiro llamando su atención —. Imagino que ya habrás dado cuenta, pero soy un forastero. Mi nombre es Toshiro Hitsugaya, cazador de recompensas. ¿Sabes si hay alguna banda pirata o uno que vaya en solitario por este lugar? —preguntó mientras terminaba su segundo plato y daba un ligero trago a su vaso de agua. El viejo lo miró un poco sorprendido y soltó una ligera risa, pero aún así, parecía que sabía algo.
—Se dice que una banda pirata esta cerca de las tres montañas de la isla, pero no es nada seguro. Pueden ser rumores de gente que se aburre mucho y solo quiere causar pánico innecesario en el resto —comentó algo decepcionado. —. Es lo único que te podría decir, no se nada más al respecto. Si quieres puedes investigarlo o no, me da igual.
—No pierdo nada investigando. Vine aquí solo siguiendo el Log Pose y no tengo mucho que hacer, gracias —dijo con tranquilidad y sonriendo. Era una buena pista y manera de no aburrirse mientras esperaban los días para que la brújula reconociera su siguiente destino.
Un hombre bastante entrado en años entró regañando a alguien de menor edad por no haber comido cecina. Debía rondar los setenta años y tenía la postura ligeramente encorvada, pero sus brazos aparentaban tener mucha fuerza. El otro, en cambio, debía tener unos veinte y tantos. Su rostro era bastante serio y su cuerpo se notaba que había recibido mucho entrenamiento. Su cabello era de un castaño oscuro, pero lo que más destacaba era que tenía una cicatriz de una garra en su mejilla izquierda. Aunque no era por su eso que había llamado su atención, era diferente a la gente que estaba en la barra. —Es fuerte. —Pensó mientras dejaba que el anciano y, que muy seguramente era el dueño de aquel restaurante, lo atendiera primero.
—Oye, anciano —dijo —. Quiero lo mismo que él —comentó mientras apuntaba al plato que ya le estaba dejando en su lugar. No iba a mentir, se veía bastante delicioso y el vapor que salía de la cecina, que poco a poco, debido a la poca distancia entre ambos, iba llegando a sus fosas nasales y solo aumentaba más su apetito. Vio al viejo asentir y entró de nuevo en la cocina.
La espera fue bastante escasa, de hecho, ni siquiera tuvo tiempo a parpadear cuando veía exactamente el mismo plato en frente suyo. El anciano se quedó ahí, de brazos cruzados, esperando que, al parecer, ambos dieran su opinión respecto a aquel plato. ¿Tan exigente era consigo mismo? ¿O estaba sobrado de confianza de sus habilidades? ¿Alguna mezcla de ambos? Le dedicó una sonrisa al anciano y empezó a comer. Al ser una comida que nunca había comido, solo puso un poco en el tenedor y se lo llevó a la boca. No podía creer lo que sus papilas gustativas estaban saboreando, era una verdadera delicia y sin darse cuenta, ya estaba pidiendo más. El anciano le llevó otro plato y sonrió con satisfacción, a lo que el peliblanco solo respondió haciendo el mismo gesto.
—Oye, anciano —dijo Toshiro llamando su atención —. Imagino que ya habrás dado cuenta, pero soy un forastero. Mi nombre es Toshiro Hitsugaya, cazador de recompensas. ¿Sabes si hay alguna banda pirata o uno que vaya en solitario por este lugar? —preguntó mientras terminaba su segundo plato y daba un ligero trago a su vaso de agua. El viejo lo miró un poco sorprendido y soltó una ligera risa, pero aún así, parecía que sabía algo.
—Se dice que una banda pirata esta cerca de las tres montañas de la isla, pero no es nada seguro. Pueden ser rumores de gente que se aburre mucho y solo quiere causar pánico innecesario en el resto —comentó algo decepcionado. —. Es lo único que te podría decir, no se nada más al respecto. Si quieres puedes investigarlo o no, me da igual.
—No pierdo nada investigando. Vine aquí solo siguiendo el Log Pose y no tengo mucho que hacer, gracias —dijo con tranquilidad y sonriendo. Era una buena pista y manera de no aburrirse mientras esperaban los días para que la brújula reconociera su siguiente destino.
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