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Claude von Appetit
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El agua de este cubo está tan sucia que podría cobrar vida. Es más, estoy seguro de que tiene algas en su interior, así que lo vacío en una pileta con cuidado de no vomitar y lo lleno de agua, preparándome para limpiar. Esta cocina está hecha un asco, la verdad, y no tengo tiempo de limpiarla. Mucho menos ganas, pero tampoco puedo dejar que alguien se resbale cuando venga a limpiar lo gordo. Ah, además apago la freidora. La carne y piel quemadas no huelen bien, mucho menos cuando llevan un rato en aceite.
Busco el limpiasuelos, pero acabo teniendo que conformarme con detergente. Por lo menos es quitagrasas, aunque me llama la atención que esté sin abrir y el año de envasado tenga una referencia de hace diez años. ¿Se puede ser más guarro? De verdad, es que hay que ser un puto cerdo para no limpiar ni siquiera los platos, y está claro que si lo hiciesen esto no estaba intacto. ¡Que es la primera, joder! Tengo que resistirme las ganas de pegarle una nueva patada al chef inconsciente, pero en el último momento escucho un ruido que me llama mucho la atención. Es fuera, dónde si no, y estoy seguro de que tiene que ver con Kia. Esta chica ha resultado ser un poco bruta cuando quiere, y trago duro al pensar que tengo que compartir habitación con ella. Capaz me espera despierta, o peor, me arrastra a la cama antes de dormir. En fin, ya me buscaré una excusa.
De todos modos, recojo el cuchillo del suelo antes de que se manche y trato de acercarme a la ventanita para ver qué sucede, pero el destino tiene otros planes para mí. Me resbalo con el aceite, y aunque logro estabilizarme sigo avanzando hacia delante sin frenos, por lo que teniendo la fregona opto por la solución más cauta que cualquiera tomaría: Uso con una mano de pértiga el palo para evitar comerme la encimera e inclino el torso para no comerme la pared, sucediendo así la magia y convirtiéndose el ventanuco en la puerta de mi espectáculo.
Salgo volando por el agujero y abro los brazos como si desplegase unas alas que, ahora mismo, no pretendo desplegar, dando una voltereta en el aire tras unos metros de viaje y cayendo de pie, aunque me percato de que el cuchillo está ensangrentado. Qué raro, si no lo he utilizado. Entonces miro al suelo, y el pirata yace degollado. Su sangre me mancha las botas, pero lo que más me perturba es la mirada que me dedica Kia... O su sonrisa. O ambas cosas.
- Primero tendrás que comerte lo que he preparado para ti -respondo, guiñándole un ojo. Sí, así respondo al peligro: Con imprudencia.
Pero todo parece ir bien. La noche llega y la taberna se llena. Ella canta, yo limpio, la gente disfruta. El chef despierta, el chef grita, el chef cae inconsciente... Y al final de la velada llego a dos conclusiones: A ella le encantan mis comidas y su canción es mucho más bonita escuchada desde cerca.
Busco el limpiasuelos, pero acabo teniendo que conformarme con detergente. Por lo menos es quitagrasas, aunque me llama la atención que esté sin abrir y el año de envasado tenga una referencia de hace diez años. ¿Se puede ser más guarro? De verdad, es que hay que ser un puto cerdo para no limpiar ni siquiera los platos, y está claro que si lo hiciesen esto no estaba intacto. ¡Que es la primera, joder! Tengo que resistirme las ganas de pegarle una nueva patada al chef inconsciente, pero en el último momento escucho un ruido que me llama mucho la atención. Es fuera, dónde si no, y estoy seguro de que tiene que ver con Kia. Esta chica ha resultado ser un poco bruta cuando quiere, y trago duro al pensar que tengo que compartir habitación con ella. Capaz me espera despierta, o peor, me arrastra a la cama antes de dormir. En fin, ya me buscaré una excusa.
De todos modos, recojo el cuchillo del suelo antes de que se manche y trato de acercarme a la ventanita para ver qué sucede, pero el destino tiene otros planes para mí. Me resbalo con el aceite, y aunque logro estabilizarme sigo avanzando hacia delante sin frenos, por lo que teniendo la fregona opto por la solución más cauta que cualquiera tomaría: Uso con una mano de pértiga el palo para evitar comerme la encimera e inclino el torso para no comerme la pared, sucediendo así la magia y convirtiéndose el ventanuco en la puerta de mi espectáculo.
Salgo volando por el agujero y abro los brazos como si desplegase unas alas que, ahora mismo, no pretendo desplegar, dando una voltereta en el aire tras unos metros de viaje y cayendo de pie, aunque me percato de que el cuchillo está ensangrentado. Qué raro, si no lo he utilizado. Entonces miro al suelo, y el pirata yace degollado. Su sangre me mancha las botas, pero lo que más me perturba es la mirada que me dedica Kia... O su sonrisa. O ambas cosas.
- Primero tendrás que comerte lo que he preparado para ti -respondo, guiñándole un ojo. Sí, así respondo al peligro: Con imprudencia.
Pero todo parece ir bien. La noche llega y la taberna se llena. Ella canta, yo limpio, la gente disfruta. El chef despierta, el chef grita, el chef cae inconsciente... Y al final de la velada llego a dos conclusiones: A ella le encantan mis comidas y su canción es mucho más bonita escuchada desde cerca.
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