¿Quién puede comer más? Estoy seguro de que yo no || Privado Dark, Sarah

Isla vacaciones, donde, literalmente, uno podía tomar un buen tiempo y disfrutar del ambiente. El moreno no era una persona que disfrutase especialmente el descanso, pero de vez en cuando no le iba mal. Siempre había querido pisar aquel lugar y era el momento oportuno, unos días antes del juicio. Había pasado por bastante, por lo que ir relajado para representarse a sí mismo sería lo ideal. Tenía una lista de tareas de lo más increíble: todo lo que quería hacer antes del posible ingreso a Impel Down, y una de las primeras era asistir a una cafetería famosa de la zona central, donde vendían todo tipo de dulces de lo más increíbles. Desde pastas a repostería: no había nada que se escapase al talento de aquellos reposteros.

La fachada del pequeño edificio era de lo más interesante: estaba pintada de diversos colores y recorrían un arcoíris hasta un logo, el cual ponía claramente «Dulcilandia». Le parecía un título un tanto empalagoso, pero si los rumores eran ciertos se iba a poner hasta arriba de dulces. Entró apartando lo que parecía ser una persiana de bolas y vio el interior: de unos exquisito mobiliario barnizado también en colores muy vivos. Las paredes formaban una vez más un arcoíris y la barra tenía adornos con nubes. Se llevó la mano a la boca y no supo cómo sentirse exactamente. ¿Debía apostar por un café, como solía hacer, o llenarse la mesa de dulces?

Y bueno, aquí lo teníamos tras pasar un buen rato. En la mesa más grande, que era para cuatro personas mínimo, sentado en un taburete y con un festín de todo tipo de pastas. Podía verse el chocolate, tanto blanco como negro relucir por todos los lados. Sus ojos se iluminaron y empezó a comer, quitándose la parte de arriba del kimono y quedándose simplemente con la camiseta de tirantes. Se había dejado cien mil berries en repostería, pero estaba seguro de que iba a disfrutarla. De hecho, en un grito con la boca medio llena, dijo:

—¡Estáis todos invitados a mi mesa a comer!

¿Suertuda? Si que lo era, había terminado pisando isla de Vacaciones por primera vez en su vida por seguir a unos superiores, no parecía que ocurriera nada en particular sólo debían resguardar, un patrullan pasivo para los nuevos cadetes que comenzaban a formar carrera en la institución. Se les dio la libertad de poder moverse como les placiera mientras no hicieran el vago, por lo que la joven de cabellos morados eligió moverse por la zona de restaurantes, un poco tentada a consumir alimentos mientras daba una vuelta por el lugar. El problema era que todo tenía un precio elevado, como tenía que sobrevivir con lo poco que les daban al mes y además ayudar a sus padres sólo podía conformarse con el aroma que desprendían los locales.

Un hilo de saliva asomaba por sus comisuras, era un festín para su nariz pero su estómago empezaba a rugir con locura, no podía saciar nada solo olfateando, al contrario terminaría con más hambre y deseos de golpearse la cabeza por no poder dar bocado a nada de lo que allí estuvieran cocinando. Entonces a lo lejos vio un lugar extremadamente llamativo, era tan colorido como un parque de atracciones infantiles, poco le faltaba para tener un unicornio en el techo. Ella quien nunca estuvo en un lugar así de niña estaba realmente emocionada, era un lugar lleno de postres y pegaría su rostro a la vitrina de fuera. Todo se veía tan esponjoso, tan lindo que daba pena comerlo, las decoraciones eran de otro mundo. Como si hubiera sido hipnotizada comenzó a entrar al lugar, miraba todo con brillo en sus ojos, el subidón de azúcar de quienes comían allí se notaba por sus risas.

Pero no podía comer, que mala jugada del destino, con un poco de suerte alguien dejaría un dulce sin mordisquear pero ella era Marine, ¿eso contaría como robo?, probablemente sí, lo mejor sería huir cuanto antes para no terminar cometiendo un delito de robar sobras. Pero una voz masculina un poco inentendible por tener comida en la boca invitaría a comer a su mesa a quien quisiera, ¿Dios estaba allí escuchando sus plegarias por comer?, extraño pues ella no rezó ni tampoco creía en un Dios pero como perder tal oportunidad. -¡Yo quiero!- Gritaría corriendo al lugar donde el hombre había invitado a comer. No probaría bocado sin antes hacer una leve reverencia. -Muchas gracias señor bondadoso, no imagina lo mucho que significa esto para mi.- Y no esperó mucho más para meterse tres dulces en la boca y que el azúcar se derritiera en su paladar. -Que llico eshta.- La boca llena y el corazón contento.

Partió una tabla de chocolate de un solo mordisco y se derritió por dentro, literalmente. Solía comportarse con compostura y tener un porte serio, pero es que cuando comía cosas que le gustaban tanto no había quien lo parase. Se sentía con un toque amargo: parecía ser un chocolate muy puro, ya que a parte del sabor el color era casi negro. Fue a agarrar otra cosa con la mano izquierda y se fijó en que una chica se había sentado delante de él. Arqueó una ceja y no se sorprendió, al fin y al cabo había invitado a todos los presentes a la mesa. Cuando le echó una ojeada por encima, volvió a lo suyo y le dirigió la palabra una vez tragó lo que ya tenía en la boca.

—Tampoco es para llamarme bondadoso —empezó a explicarle mientras dejaba reposar las manos sobre la mesa—. Cuando uno tiene dinero, hay que compartir. Son un poquete careros por aquí, por lo que voy invitando a todos para que nadie se pueda perder esta dulzura de comida. ¿Tú has visto lo buena que está? —Inquirió con brillos en los ojos—. Y veo que también te gusta, por lo que... ¡Compro toda la tienda, ahora es mía!

Un camarero se acercó algo nervioso, casi dudando de la palabra del moreno.

—Pero eso es imposible... Vale como treinta millones mínimo —le explicó mientras se acercaba.

Dark sacó cuarenta y se los tiró al pecho. Después apuntó hacia todos y levantó el dedo.

—¡Ahora sí que sí nos vamos a poner cerdis! —Gritó otra vez más, mientras todos los presentes agarraban dulces—. Soy Dark E. Satou, ¿y tú, muchacha?