Thyra bostezó, observando ante ella la enorme Dark Dome City. Era tan moderna y tan grande, incluso bella por la noche con todas las luces. En comparación con las islas que había visto hasta ahora, esta era la que más le gustaba. Si algún día tenía que retirarse no dudaría en permanecer aquí. No era como Bloothe ni de lejos, parecía un lugar mucho más peligroso aunque a Thyra no le convencía del todo que siempre fuese de noche. Chasqueó la lengua y comenzó a caminar, mirando hacia el cielo los enormes rascacielos que parecían acariciar el cielo anaranjado.
Antes de abandonar Pucci, Rickon le había dicho que tenía que pasar si o si por la ciudad que nunca amanecía. Al parecer aquí había un montón de mafias y delitos de los que ella podría aprovecharse. Aunque la gente que veía parecía evitarla a toda costa. Aquello le extrañaba bastante. También le extrañaba los enormes ojos de la gente cada que pasaban a su lado, es como si la juzgaran u observaran en todo momento. En el fondo debería acostumbrarse si algún día quería permanecer aquí, pero algo en su interior no estaba conforme con aquella decisión.
La cosa era que Rickon la mandó venir a la ciudad porque decía que había un señor llamado Zephyr que parecía controlar del cotarro de la mafia. Este se encontraba en el rascacielos más alto con un cartel que podía verse a kilómetros de distancia. El cartel tenía diseñado un símbolo con alas, como si se tratara de una apología revolucionaria, pero no sería más que una tapadera seguramente. Thyra avanzó por la calle, aunque no tenía ni idea de como llegar, solo guiándose por lo cerca que estuviera el edificio. Por lo que se metió por un callejón para intentar atajar, aunque algo salió mal.
Una mano negra por detrás cortó la bandolera que llevaba a su espalda, arrebatándosela. Brillante se giró, echando la mano a su látigo, pero la figura en las sombras huía hacia el exterior con gran velocidad. ¡No! Exclamó alterada la maleante. El diario de su padre, el poco dinero que tenía y las provisiones estaban allí. Si lo perdía acabaría atrapada en Dark Dome por una buena temporada. La muchacha echó a correr, con la intención de atraparlo.
-¡Eh, tu! ¡Detente! - Bramó furiosa. Si lo pillaba le explicaría que no debería haberle robado.
Antes de abandonar Pucci, Rickon le había dicho que tenía que pasar si o si por la ciudad que nunca amanecía. Al parecer aquí había un montón de mafias y delitos de los que ella podría aprovecharse. Aunque la gente que veía parecía evitarla a toda costa. Aquello le extrañaba bastante. También le extrañaba los enormes ojos de la gente cada que pasaban a su lado, es como si la juzgaran u observaran en todo momento. En el fondo debería acostumbrarse si algún día quería permanecer aquí, pero algo en su interior no estaba conforme con aquella decisión.
La cosa era que Rickon la mandó venir a la ciudad porque decía que había un señor llamado Zephyr que parecía controlar del cotarro de la mafia. Este se encontraba en el rascacielos más alto con un cartel que podía verse a kilómetros de distancia. El cartel tenía diseñado un símbolo con alas, como si se tratara de una apología revolucionaria, pero no sería más que una tapadera seguramente. Thyra avanzó por la calle, aunque no tenía ni idea de como llegar, solo guiándose por lo cerca que estuviera el edificio. Por lo que se metió por un callejón para intentar atajar, aunque algo salió mal.
Una mano negra por detrás cortó la bandolera que llevaba a su espalda, arrebatándosela. Brillante se giró, echando la mano a su látigo, pero la figura en las sombras huía hacia el exterior con gran velocidad. ¡No! Exclamó alterada la maleante. El diario de su padre, el poco dinero que tenía y las provisiones estaban allí. Si lo perdía acabaría atrapada en Dark Dome por una buena temporada. La muchacha echó a correr, con la intención de atraparlo.
-¡Eh, tu! ¡Detente! - Bramó furiosa. Si lo pillaba le explicaría que no debería haberle robado.
Illje Landvik
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Era el momento ideal para marcharse. Siempre prefería irse de Dark Dome de noche, cuando el mundo exterior todavía se encontraba sumido en la misma oscuridad. La transición era impecable y tras unas horas de navegación calmada, podría disfrutar de un sosegado amanecer. Sus ojitos agradecerían que no fuera un cambio brusco, al fin y al cabo llevaba bastante sin ver la luz del sol. Aunque bueno, siendo sincera la luz de las bombillas y los fluorescentes era un pelín más agresiva para la vista que la natural pero… se trabaja con lo que se tiene.
Luces apagadas, puerta cerrada y todo lo necesario en los bolsillos. Perfecto.
Echó a caminar hacia el puerto con calma, deslizándose en sus patines. Hacía relativamente poco que había terminado de ponerlos a punto y ahora las ruedas finas que utilizaba para trasladarse por ciudad se movían como la seda, completamente silenciosas sin importar qué terreno tuvieran debajo. Decidió atajar por una zona de callejones cerca de la parte baja de la ciudad. Solía haber matones por ahí, pero llevaba a Kamar y Budur a mano. Si alguien era lo bastante idiota como para intentar quitarle algo se toparía con su acero. Además, era el camino más rápido para llegar al puerto y todavía tenía que sobornar a un navegante para que se fuera con ella. Podía utilizar el tiempo extra.
Por el camino, sin embargo, todo se torció. No es que fuera algo malo, pero en cuanto vio al hombre que había a lo lejos correr hacia ella y escuchó el ¡Detente! Proveniente del otro lado del callejón, supo que sus planes iban a cambiar, por lo menos por el momento. Oh, en fin.
Tuvo que calcular bien el momento y no negaremos que hubo algo de suerte por el medio, pero en cualquier caso fue precioso observarlo. Como en una coreografía bien ensayada, alzó el pie y lo dirigió hacia delante justo cuando el hombre pasaba a su lado. El patín se estrelló contra su estómago, cortándole la respiración y haciendo que cayera de espaldas y soltara una bandolera. Illje la agarró al vuelo y se apresuró a cambiar la suela de su patín a un afilado tacón que le puso en el pecho al hombre para que no fuera a ningún lado.
Aguardó unos segundos y, efectivamente, en seguida apareció una muchacha con cara de bastante cabreo. La conejita sonrió y le tendió la bandolera.
-Algo me dice que tanto esto como el señor al que acabo de atizar son tuyos. Si quieres, cerca de aquí hay un contenedor especialmente apestoso al que puedo ayudarte a meterlo.
No iba a juzgar al hombre por intentar robar, sus motivos tendría, pero había fallado y le tocaría apandar con las consecuencias. Le tendió la mano a la joven sin más preguntas.
-Illje Landvik, para servirte. Un placer.
Luces apagadas, puerta cerrada y todo lo necesario en los bolsillos. Perfecto.
Echó a caminar hacia el puerto con calma, deslizándose en sus patines. Hacía relativamente poco que había terminado de ponerlos a punto y ahora las ruedas finas que utilizaba para trasladarse por ciudad se movían como la seda, completamente silenciosas sin importar qué terreno tuvieran debajo. Decidió atajar por una zona de callejones cerca de la parte baja de la ciudad. Solía haber matones por ahí, pero llevaba a Kamar y Budur a mano. Si alguien era lo bastante idiota como para intentar quitarle algo se toparía con su acero. Además, era el camino más rápido para llegar al puerto y todavía tenía que sobornar a un navegante para que se fuera con ella. Podía utilizar el tiempo extra.
Por el camino, sin embargo, todo se torció. No es que fuera algo malo, pero en cuanto vio al hombre que había a lo lejos correr hacia ella y escuchó el ¡Detente! Proveniente del otro lado del callejón, supo que sus planes iban a cambiar, por lo menos por el momento. Oh, en fin.
Tuvo que calcular bien el momento y no negaremos que hubo algo de suerte por el medio, pero en cualquier caso fue precioso observarlo. Como en una coreografía bien ensayada, alzó el pie y lo dirigió hacia delante justo cuando el hombre pasaba a su lado. El patín se estrelló contra su estómago, cortándole la respiración y haciendo que cayera de espaldas y soltara una bandolera. Illje la agarró al vuelo y se apresuró a cambiar la suela de su patín a un afilado tacón que le puso en el pecho al hombre para que no fuera a ningún lado.
Aguardó unos segundos y, efectivamente, en seguida apareció una muchacha con cara de bastante cabreo. La conejita sonrió y le tendió la bandolera.
-Algo me dice que tanto esto como el señor al que acabo de atizar son tuyos. Si quieres, cerca de aquí hay un contenedor especialmente apestoso al que puedo ayudarte a meterlo.
No iba a juzgar al hombre por intentar robar, sus motivos tendría, pero había fallado y le tocaría apandar con las consecuencias. Le tendió la mano a la joven sin más preguntas.
-Illje Landvik, para servirte. Un placer.
Thyra vio al hombre marcharse corriendo con su bolsa, con su tesoro, con las cosas de su padre y lo más importante, su diario. No. No podía permitirlo, podían llevarse todo lo que quisiera de ahí dentro menos su diario. En él, estaban todos sus contactos para poder limpiar su reputación. Echó a correr tras el hombre hasta que alguien en especial lo intervino.
Thyra se detuvo asombrada, pero no dudó en sacar su látigo para golpear al hombre que se encontraba tirado en el suelo. Esperó a que la muchacha, la cual tenía una característica peculiar y eran aquellas enormes orejas. Brillante nunca había tenido la oportunidad de ver a alguien diferente de sus especies hasta el momento, a excepción de un gyojin amigo de su padre, el cual también era pirata.
Brillante recogió su bandolera y se la puso al hombro, esbozando una sonrisa y agradeciendo a la muchacha por el acto contra el maleante, extendiendo ella también su mano. Se llamaba Ilje, Ilje Landvik y en el fondo, estaba en deuda con ella por haberla ayudado. Thyra no era de pedir ayuda nunca, pero tampoco era tonta como para rechazar la ayuda que le brindaban. No tenía ni idea de cómo agradecérselo, pero estaba que alguna manera encontraría.
-Thyra Astraie - Musitó agachándose para quedarse en frente al maleante -. Te vas a arrepentir de haberme robado.
Brillante no solía tener paciencia con ese tipo de gente, por lo que con el látigo en mano no dudó en darle varios golpes en la espalda al hombre hasta que este suplicó que parase. Abrió su bolsa y sacó unos cuantos cordones que solía llevar de repuesto. Se agachó de nuevo, agarrando las dos manos del hombre por su espalda y atándolas para que no escapara.
-Me parece buena idea, así tendrá que intentar salir él solo de allí como castigo - esbozó una sonrisa mientras miraba a Ilje, pero su rostro cambió totalmente al dirigirse al hombre -. Ponte en pie y no intentes escapar, o te asfixiaré aquí mismo.
El maleante obedeció sin rechistar y Thyra, en ningún momento guardó su látigo para seguir en guardia. Tenía curiosidad sobre la muchacha con aquellas peculiares orejas. Comenzó a caminar con parsimonia mientras contaba que Ilje la siguiera al contenedor que decía.
-¿Eres de aquí? Yo no tengo ni idea de dónde está eso, la verdad es que mi orientación... es inexistente - comentó encogiéndose de hombros -. Por cierto, nunca he visto a nadie con esas orejas. ¿Son de verdad? - Quizás la pregunta la ofendía, pero Thyra tenía bastante curiosidad -. Mi padre me contó historias sobre una raza de seres peludos, pero nunca he visto a uno en persona y tu no pareces de ellos.
Thyra se detuvo asombrada, pero no dudó en sacar su látigo para golpear al hombre que se encontraba tirado en el suelo. Esperó a que la muchacha, la cual tenía una característica peculiar y eran aquellas enormes orejas. Brillante nunca había tenido la oportunidad de ver a alguien diferente de sus especies hasta el momento, a excepción de un gyojin amigo de su padre, el cual también era pirata.
Brillante recogió su bandolera y se la puso al hombro, esbozando una sonrisa y agradeciendo a la muchacha por el acto contra el maleante, extendiendo ella también su mano. Se llamaba Ilje, Ilje Landvik y en el fondo, estaba en deuda con ella por haberla ayudado. Thyra no era de pedir ayuda nunca, pero tampoco era tonta como para rechazar la ayuda que le brindaban. No tenía ni idea de cómo agradecérselo, pero estaba que alguna manera encontraría.
-Thyra Astraie - Musitó agachándose para quedarse en frente al maleante -. Te vas a arrepentir de haberme robado.
Brillante no solía tener paciencia con ese tipo de gente, por lo que con el látigo en mano no dudó en darle varios golpes en la espalda al hombre hasta que este suplicó que parase. Abrió su bolsa y sacó unos cuantos cordones que solía llevar de repuesto. Se agachó de nuevo, agarrando las dos manos del hombre por su espalda y atándolas para que no escapara.
-Me parece buena idea, así tendrá que intentar salir él solo de allí como castigo - esbozó una sonrisa mientras miraba a Ilje, pero su rostro cambió totalmente al dirigirse al hombre -. Ponte en pie y no intentes escapar, o te asfixiaré aquí mismo.
El maleante obedeció sin rechistar y Thyra, en ningún momento guardó su látigo para seguir en guardia. Tenía curiosidad sobre la muchacha con aquellas peculiares orejas. Comenzó a caminar con parsimonia mientras contaba que Ilje la siguiera al contenedor que decía.
-¿Eres de aquí? Yo no tengo ni idea de dónde está eso, la verdad es que mi orientación... es inexistente - comentó encogiéndose de hombros -. Por cierto, nunca he visto a nadie con esas orejas. ¿Son de verdad? - Quizás la pregunta la ofendía, pero Thyra tenía bastante curiosidad -. Mi padre me contó historias sobre una raza de seres peludos, pero nunca he visto a uno en persona y tu no pareces de ellos.
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-¡Qué apellido tan bonito!
A juego con el látigo. Pensó. No conocía a la chica, pero tenía que admitir que tenía un gusto impecable para las armas. Incluso en la oscuridad, podía apreciar que era cuero de buena calidad, hecho para utilizarse a diario. La mayoría de esas herramientas, a no ser que se destinasen a animales, solían sacrificar utilidad por estética, pero no era el caso de esta y eso merecía su admiración. No es que ella tuviera mucha práctica utilizando un látigo, no más allá de ciertas ocasiones especiales, pero distinguía uno bueno cuando lo veía. Iba a dejarle unos bonitos verdugones al hombre, también. Se los merecía, para qué mentir. Por torpe.
Dejó que le atara y lo amenazara ella sola, al fin y al cabo era su ladrón. Le siguió rodando tranquilamente en sus patines, indicándole dónde girar para llegar hasta el callejón que conocía. En sus trabajos anteriores había tenido que pasar por rincones bastante oscuros y apestosos de la ciudad y aunque no había sido una experiencia bonita, ahora los conocía como la palma de su mano. Y mira, ¡ya estaban siendo de utilidad! Si es que no hay mal que por bien no venga.
Llegaron hasta el lugar y le sujetó abierto el contenedor con una sonrisa, para que pudiera echar al hombre. Si intentaba escapar, le caería otra patada de acero en el estómago.
-No realmente, pero sí que llevo aquí un par de años. Terminas por acostumbrarte, Dark Dome tiene su encanto. Si necesitas ir a algún otro lado, seguramente pueda decirte por donde llegar. Esta no es exactamente la parte más segura de la ciudad y quizá quieras ahorrarte otro viajecito hasta este contenedor.
Sonriendo, remató la faena dejando caer una bolsa de basura extrañamente húmeda sobre la cara del hombre y cerrando la tapa. Ale. Un problema menos. Al escuchar la pregunta de la chica, se acercó a ella e inclinó un poco la cabeza.
-¡Claro! Toca si quieres, pero ten cuidado; son un poco sensibles. También tengo cola de coneja, pero nada más. Eso es porque solo soy un cuarto de mink. Mi abuelo era un puraraza, pero tanto mi padre como yo somos bastardos. Aunque a mí me gustan, así que no es un problema.
Dejó que le acariciara si quería. Entendía la curiosidad y si estuviera en su lugar, estaría deseando comprobar qué tacto tenían. Además, estaba orgullosa de lo suave que tenía el pelaje; se esforzaba en cuidarlo y solo utilizaba productos con ingredientes de calidad, para que siempre estuviera bonito y brillante. Al fin y al cabo, se merecía lo mejor de lo mejor.
A juego con el látigo. Pensó. No conocía a la chica, pero tenía que admitir que tenía un gusto impecable para las armas. Incluso en la oscuridad, podía apreciar que era cuero de buena calidad, hecho para utilizarse a diario. La mayoría de esas herramientas, a no ser que se destinasen a animales, solían sacrificar utilidad por estética, pero no era el caso de esta y eso merecía su admiración. No es que ella tuviera mucha práctica utilizando un látigo, no más allá de ciertas ocasiones especiales, pero distinguía uno bueno cuando lo veía. Iba a dejarle unos bonitos verdugones al hombre, también. Se los merecía, para qué mentir. Por torpe.
Dejó que le atara y lo amenazara ella sola, al fin y al cabo era su ladrón. Le siguió rodando tranquilamente en sus patines, indicándole dónde girar para llegar hasta el callejón que conocía. En sus trabajos anteriores había tenido que pasar por rincones bastante oscuros y apestosos de la ciudad y aunque no había sido una experiencia bonita, ahora los conocía como la palma de su mano. Y mira, ¡ya estaban siendo de utilidad! Si es que no hay mal que por bien no venga.
Llegaron hasta el lugar y le sujetó abierto el contenedor con una sonrisa, para que pudiera echar al hombre. Si intentaba escapar, le caería otra patada de acero en el estómago.
-No realmente, pero sí que llevo aquí un par de años. Terminas por acostumbrarte, Dark Dome tiene su encanto. Si necesitas ir a algún otro lado, seguramente pueda decirte por donde llegar. Esta no es exactamente la parte más segura de la ciudad y quizá quieras ahorrarte otro viajecito hasta este contenedor.
Sonriendo, remató la faena dejando caer una bolsa de basura extrañamente húmeda sobre la cara del hombre y cerrando la tapa. Ale. Un problema menos. Al escuchar la pregunta de la chica, se acercó a ella e inclinó un poco la cabeza.
-¡Claro! Toca si quieres, pero ten cuidado; son un poco sensibles. También tengo cola de coneja, pero nada más. Eso es porque solo soy un cuarto de mink. Mi abuelo era un puraraza, pero tanto mi padre como yo somos bastardos. Aunque a mí me gustan, así que no es un problema.
Dejó que le acariciara si quería. Entendía la curiosidad y si estuviera en su lugar, estaría deseando comprobar qué tacto tenían. Además, estaba orgullosa de lo suave que tenía el pelaje; se esforzaba en cuidarlo y solo utilizaba productos con ingredientes de calidad, para que siempre estuviera bonito y brillante. Al fin y al cabo, se merecía lo mejor de lo mejor.
Thyra sonrió cuando la muchacha le dijo que podía tocar sus orejas de conejo para saber que tacto tenían. Al principio dudó un poco, pues no sabía si aquello estaba bien o que pensaría la joven, pero era ella quién la había incitado así que estiró su mano y las acarició con cuidado, sintiendo la suavidad de aquel cabello en sus tersas manos. Eran cálidas y esponjosas, pero enseguida apartó su mano por educación.
-Vaya, ahora puedo decir que le he tocado las orejas a una mink - esbozó una sonrisa mientras se encogía de hombros -. Estoy segura de que no todo el mundo puede presumir de ello.
Le caía bien Ilje, y además era bastante mona. En comparación, parecía mucho más delicada que Thyra. La muchacha se apartó del contenedor, bajando la puerta de golpe mientras causaba un gran estruendo, para después sacudirse las manos. Aquel maleante ya no volvería a dar problemas y eso la aliviaba, pero ahora, se sentía un poco más perdida en Dark Dome. A pesar de que Ilje dijera que no era un lugar tan malo, Thyra seguía sin encontrarle el gusto a una ciudad tan extraña.
No era la delincuencia lo que la preocupaba ya que ella misma había crecido en una isla de piratas, conocía bien las costumbres y la brutalidad de las gentes del mar, pero Dark Dome era diferente. Nada le inspiraba confianza allí. Colocó su bolsa, la cual pesaba un poco más de lo normal y se dirigió de nuevo a su compañera con grandes orejas.
-Suelo devolver los favores cuando me ayudan y de no ser por ti no habría recuperado algunos recuerdos de mi padre que llevo aquí. - comentó palpando la bolsa -. Si hay alguna manera en lo que pueda agradecértelo... tan solo dímelo, no tengo gran cosa ya que solo soy una viajera que busca cambiar su vida, pero siempre cumplo - sonrió de nuevo.
Brillante no quería revelar más detalles sobre la vida que quería cambiar. Una vida fría, sanguinaria, con muertes y traiciones. Una vida que nadie querría y por la que ella no tuvo opción a elegir. Ya se había acostumbrado a tener las manos manchadas de sangre más de una vez, y si no mató al maleante fue porque estaba Ilje delante y tampoco quería dar la impresión errónea.
-Planeo estar aquí por lo menos una semana, ¿sabes de algún sitio discreto dónde podría quedarme? - Inquirió cruzándose de brazos mientras caminaba hasta las afueras del callejón, a la espera de que la muchacha la acompañara.
-Vaya, ahora puedo decir que le he tocado las orejas a una mink - esbozó una sonrisa mientras se encogía de hombros -. Estoy segura de que no todo el mundo puede presumir de ello.
Le caía bien Ilje, y además era bastante mona. En comparación, parecía mucho más delicada que Thyra. La muchacha se apartó del contenedor, bajando la puerta de golpe mientras causaba un gran estruendo, para después sacudirse las manos. Aquel maleante ya no volvería a dar problemas y eso la aliviaba, pero ahora, se sentía un poco más perdida en Dark Dome. A pesar de que Ilje dijera que no era un lugar tan malo, Thyra seguía sin encontrarle el gusto a una ciudad tan extraña.
No era la delincuencia lo que la preocupaba ya que ella misma había crecido en una isla de piratas, conocía bien las costumbres y la brutalidad de las gentes del mar, pero Dark Dome era diferente. Nada le inspiraba confianza allí. Colocó su bolsa, la cual pesaba un poco más de lo normal y se dirigió de nuevo a su compañera con grandes orejas.
-Suelo devolver los favores cuando me ayudan y de no ser por ti no habría recuperado algunos recuerdos de mi padre que llevo aquí. - comentó palpando la bolsa -. Si hay alguna manera en lo que pueda agradecértelo... tan solo dímelo, no tengo gran cosa ya que solo soy una viajera que busca cambiar su vida, pero siempre cumplo - sonrió de nuevo.
Brillante no quería revelar más detalles sobre la vida que quería cambiar. Una vida fría, sanguinaria, con muertes y traiciones. Una vida que nadie querría y por la que ella no tuvo opción a elegir. Ya se había acostumbrado a tener las manos manchadas de sangre más de una vez, y si no mató al maleante fue porque estaba Ilje delante y tampoco quería dar la impresión errónea.
-Planeo estar aquí por lo menos una semana, ¿sabes de algún sitio discreto dónde podría quedarme? - Inquirió cruzándose de brazos mientras caminaba hasta las afueras del callejón, a la espera de que la muchacha la acompañara.
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