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No os ha costado demasiado llegar al lugar que menciona la carta. En la capital de San Beersburg es donde todo el mundo va para evitar el frío, tomar un par de copas de más y hacer todo el ruido que puedan y más.
Es un lugar bastante pintoresco, como toda la capital. Es un salón amplio de concepto abierto con una barra grande al final donde hombres y mujeres sirven a los hombres sedientos. En las mesas hay gente de todo tipo, pero predominan los hombres con las caras rojas por el alcohol y la risa floja y estridente.
Entre esa marea de gente grande, pintoresca y algo loca, destaca un hombre que os saluda con un simple gesto de su mano. La capucha negra cubre todo su cuerpo, el sol en la solapa deja claro que es vuestro contacto pero tal vez no os esperabais algo así exactamente.
Joven, al menos para el cargo que tiene, os hace pensar que es excelente en su trabajo para haber llegado tan alto sin apenas complicaciones. Alto, mide el metro noventa, ojos dispares, uno blanco con el iris negro y otro rojo, como el cabello que se le escapa entre la capucha.
Os sonríe, de manera amplia, tranquila, enseña un par de colmillos que traviesos mientras os sigue saludando enérgicamente. Siempre se ha dicho que en el gobierno hay de todo y sin duda aquel hombre era la muestra de aquello.- Espero no os costara mucho encontrar el lugar, soy Luciel- En caso de que no os hayáis acercado a él, acabará por hacerlo para adelantar un poco las cosas. Tiene pinta de tener todo perfectamente organizado y listo para no pasar mucho tiempo en aquel lugar.
Es consciente de que cosas peores pueden pasar si estáis allí demasiado tiempo.
Os indicará entonces un camino hasta una zona reservada, mesas aisladas, paredes gruesas, mantas calientes.- Pedid lo que queráis, invito yo.- Con un gesto tranquilo de la mano le indica a la camarera que se acerque y os atienda.- Perdonad mi brusquedad, nunca me ha gustado andar con rodeos y se que todos estamos ansiosos porque esto salga bien.- Una sonrisa amplia, casi infantil y sigue pendiente de cómo os encontráis, vuestras reacciones y de lo que pasa alrededor suya.
Es fácil darse cuenta, solo tenéis que mirarle un par de veces para notarlo. Sus apariencias pueden ser confusas, extrañas y a la vez una pista, es como si el hombre fuera tan complicado e infantil a la vez como brusco y sofisticado. Pero quizás debido a su cargo, la gente importante en el CP tiene que ser siempre difícil de leer, de otra forma su trabajo no dudará demasiado.
Es un lugar bastante pintoresco, como toda la capital. Es un salón amplio de concepto abierto con una barra grande al final donde hombres y mujeres sirven a los hombres sedientos. En las mesas hay gente de todo tipo, pero predominan los hombres con las caras rojas por el alcohol y la risa floja y estridente.
Entre esa marea de gente grande, pintoresca y algo loca, destaca un hombre que os saluda con un simple gesto de su mano. La capucha negra cubre todo su cuerpo, el sol en la solapa deja claro que es vuestro contacto pero tal vez no os esperabais algo así exactamente.
Joven, al menos para el cargo que tiene, os hace pensar que es excelente en su trabajo para haber llegado tan alto sin apenas complicaciones. Alto, mide el metro noventa, ojos dispares, uno blanco con el iris negro y otro rojo, como el cabello que se le escapa entre la capucha.
Os sonríe, de manera amplia, tranquila, enseña un par de colmillos que traviesos mientras os sigue saludando enérgicamente. Siempre se ha dicho que en el gobierno hay de todo y sin duda aquel hombre era la muestra de aquello.- Espero no os costara mucho encontrar el lugar, soy Luciel- En caso de que no os hayáis acercado a él, acabará por hacerlo para adelantar un poco las cosas. Tiene pinta de tener todo perfectamente organizado y listo para no pasar mucho tiempo en aquel lugar.
Es consciente de que cosas peores pueden pasar si estáis allí demasiado tiempo.
Os indicará entonces un camino hasta una zona reservada, mesas aisladas, paredes gruesas, mantas calientes.- Pedid lo que queráis, invito yo.- Con un gesto tranquilo de la mano le indica a la camarera que se acerque y os atienda.- Perdonad mi brusquedad, nunca me ha gustado andar con rodeos y se que todos estamos ansiosos porque esto salga bien.- Una sonrisa amplia, casi infantil y sigue pendiente de cómo os encontráis, vuestras reacciones y de lo que pasa alrededor suya.
Es fácil darse cuenta, solo tenéis que mirarle un par de veces para notarlo. Sus apariencias pueden ser confusas, extrañas y a la vez una pista, es como si el hombre fuera tan complicado e infantil a la vez como brusco y sofisticado. Pero quizás debido a su cargo, la gente importante en el CP tiene que ser siempre difícil de leer, de otra forma su trabajo no dudará demasiado.
Roland Oppenheimer
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~ Hace 3 días ~
Lo único de lo que estaba completamente seguro el mink él era el destinatario de aquel mensaje. «¿Cómo me habrán encontrado?» se preguntaba mientras leía la carta que había aparecido misteriosamente en su mano. Al leerla, un sinfín de sentimientos y emociones cruzaron por su mente. Un sabor amargo recorrió su boca cuando recordó como el Gobierno le había tachado de traidor, cuando el único traicionado había sido él, aunque un gesto de arrogancia asomó en su rostro cuando comprobó que todavía quedaba alguien que le valoraba, y una pizca de ira asomó en su mirada cuando leyó que seguían dudando de su capacidad cuando leyó que tal vez no lo consiguiera, pese a que se esfumó con rapidez.
Había abierto el sobre para leer su contenido en el lugar más seguro que conocía: su Dimensión Reflejo. Al hacerlo barajó distintas opciones, entre ellas no asistir al encuentro, pero la oportunidad de volver a las filas del Cipher Pol como un héroe no la iba a dejar escapar. Al parecer resultaba ser una tarea sencilla: encontrarse con Luthiel Brathar, el aparente escritor del mensaje y Jefe de Operaciones del Cipher Pol y seguir sus instrucciones para destapar la tapadera del Rey de Russuam y asestar un duro golpe a la Revolución. Comprendía por qué recurrían a él para realizar dicha misión; no hacía falta más que verle para saber que se trataba de un consumado agente capaz de realizar cualquier misión sin el menor de los problemas, aunque no llegaba a comprender el por qué usar a un "criminal". Tendría que andar con pies de plomos a lo largo de la misión; todo aquello olía a gato encerrado.
~ Actualmente ~
Tardó justo tres días en llegar al Reino de Russuam, ni antes ni después. Sin detenerse a nada que no fuera imprescindible, como informarse de la ubicación de la Taberna Iceberg, llegó al lugar acordado. En vez de entrar, tomó medidas de precaución; usando sus poderes del diablo creó a su Doble Real, un clon idéntico al ex-agente, para evitar cualquier molestia en el interior del lugar. Aquel día iba ataviado con la ropa de su identidad secreta, Dnalor Remiehneppo, para evitar llamar la atención, aunque a juzgar por la cantidad de gente borracha de la zona, tampoco sería demasiado difícil.
Cuando el clon entró al local, la sorpresa de este fue tal que por poco deshace la técnica. «No me jodas, no puede ser coincidencia. ¿A esto se refería con "pedir algo de ayuda"?» pensó, en parte enojado, en parte desconcertado. Empezó a observar la taberna, ignorando al pulpo por completo salvo por un extraño brillo que surgió de sus ojos cuando se encontraron con los del cefalópodo, para buscar al hombre que le había llamado. La capucha negra con el sol lo identificaba, haciéndose destacar con un vigoroso saludo.
—Aquí todos sabemos quiénes somos —dijo, sin mencionar su nombre a propósito—. Vamos al grano.
Su experiencia con los altos cargos del Cipher Pol le habían hecho escarmentar. Al principio casi admiraba al agente Pierrot, hasta que resultó ser un jefe desagradable, obtuso y con poca visión para el talento. Ahora desconfiaba más de las primeras impresiones, por buenas que fueran, aunque en esta ocasión no le resultó del todo reconfortante. El hombre tenía unos ojos heterocromáticos que daban repelús y una mirada perdida perdida, como si estuviera en las nubes. Eso sí, yendo al grano, cosa que apreció Roland. Al poco acabaron sentados en un reservado donde el mink se retiró la capucha de la cabeza para hablar mejor.
—Para mí un vaso de leche frío. Removido, no agitado —pidió a la camarera. Ya que invitaban, no iba a perder la oportunidad—. Y al pulpo le puedes dar la pierna de un indigente, o un vaso de sangre fresca —terminó, diciendo la última frase con un tono burlón.
Se paró a estudiar el rostro del pelirrojo, en busca de algo, no sabía decir qué, pero en vano. Su expresión no delataba ningún pensamiento. Tenía una buena cara de póker.
—Si, si. Que todo salga bien y bla bla bla. Antes que nada, quiero dejar clara una cosa: yo te estoy haciendo un favor a ti, y no tú a mí —dijo, expresando lo que pensaba sin rodeos—. Si quieres que te ayude, ya puedes convencerme de que eres quién dices ser. No sé que opinará el pulpo, pero una vez hecho, hablamos del tema en cuestión.
Se quedó escrutando su rostro y escuchando su respuesta, teniendo la certeza de que sería capaz de descubrir si decía la verdad o no.
- Técnica especial de interrogatorio (Oficio):
- Sabe más por diablo que por viejo: Roland es una persona muy interesada, usando mentiras a menudo para sus propios beneficios. Tras tanto tiempo mintiendo y fingiendo, sabe identificar a los mentirosos, siempre que no le superen en rango en Espía Infiltrado o en Médico Psicólogo
Kaito Takumi
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Tres días eran más que suficientes para que Kaito elaborase un complicado plan con más caras que los infinitos reflejos entre dos espejos. Picoteando aquí y allá de sus subalternos y amigos sin dejar de moverse en ningún momento, el pulpo encontró una ruta ideal y gastó sus berries en proporcionarse un cómodo trayecto a juego con el pesado abrigo de piel de oso polar. Quién lo hubiera dicho, él, el avaro profeta de las profundidades, gastando dinero en caprichos y lujos impropios para sus costumbres de ermitaño.
Mas todo aquello eran necesarias distracciones para las emociones que se asentaban en su alma, imperturbables en capas negras que se apelmazaban al fondo de la fosa. De un despecho a recordar otro, pobre niño pulpo. Y por si fuera poco, con todo lo que había hecho no solo por él, si no por sí mismo, ahora el gobierno le relacionaba poniendo en peligro lo único que había aprendido que importaba: su tranquila supervivencia.
—Jodido gato tocapelotas. Primero Guillermo y ahora el tonto este. Tan fácil no es ser legal, digo yo; pero no —rumió amargamente el octópodo encapotado en el abrigo de piel blanca, lanzándose entre queja y gruñido algún que otro trago del vodka comprado aquella misma mañana.
Se había dado prisa en llegar, y ello le había permitido hacerse una mejor idea del frío infierno de Russuam más allá de las directrices de su amiga historiadora. ¡Ah, otro amor no correspondido! ¡Pobre Kaito, incapaz de tener las relaciones que tanto desea por cosas tan nimias como las decisiones de otros! Y allí estaba, solo, sin compañía de ninguna de sus mascotas que sufriría tanto o más que él las bajas temperaturas de la isla invernal. Cargado de trastos, esos que no pueden abandonarle, el pelirrojo entró silenciosamente en la posada que le pillaba demasiado lejos del hotel en el que se había alojado.
Con la mochila a su espalda, esa que pronto quería llenar con muestras de su estudioso interés, el ningyo fue esquivando borrachos buscando entre las sombras de las copas y los apestosos alientos de los beodos al culpable de su presencia en aquella inhóspita tierra. Mas su frío enfado pronto se torna en un delicado análisis, aquel que solo se les otorga a las más preciadas de las criaturas. En su mente aparece una palabra que retumba en su cráneo y en su pecho, una que hace estremecerse a sus miles de ventosas de impaciencia.
—Quimera.
Pero esa oleada de estímulos no le hace soltar las armas ocultas bajo su manto. Usando el arma del mar como bastón -y como muy necesario apoyo para la fiambrera de metal que le ocupa toda la espalda- el pelirrojo espera unos momentos buscando oculto en la atmósfera del bar al otro menú del día.
Se había preparado para verle. Sabía que iba a estar allí. Había trazado mil y unas maneras de cómo iba a encontrarle y cómo iba a responder, más la realidad fue simplemente… Decepcionante. Ahí estaba el resquemor, el odio y la falsa indiferencia ante a quien había dado tanto y del que había obtenido tan poco. Ahí estaba la tristeza, rumiada, fermentada, por todas sus vivencias. Y ahí estaba la mínima ilusión de que las cosas, por esta vez, esta última vez, fuesen diferentes. Fuesen justas. Mas Kaito sabía demasiado bien que la Justicia no existía en el mundo.
Se acercó a aquella cita con el destino y al llegar vació el último trago de la botella.
—Es curioso como a la gente le gusta beber con el frío. El alcohol es un vasodilatador, por lo que contribuye irremediablemente a la muerte por hipotermia —dijo aquel hecho científico sin pizca de la gracia propia de los borrachos. Lo había dicho como un padre seco e hiriente, como un alcohólico frío y despiadado que no encontraba consuelo al fondo de ninguna botella.
Los acompañó en silencio, con la boca arqueada en una mueca de serio disgusto, impermeable al contento de tintinear un ritmillo con las garras que aguantaban la botella vacía. Al llegar al reservado simplemente se dejó caer en las montañas de mantas, siendo consciente demasiado tarde de que arrojarse a ellas con una mochila que era más una carcasa metálica no era nada bueno para la espalda. Amoldada su flexible columna a su nueva forma de alcayata, Kaito dio un exasperado suspiro mientras se libraba de las agarraderas y se deslizaba hacia un lado como una gelatinosa medusa demasiado cansada para mantener su turgente homeostasis.
La turbia mochila-fiambrera de Kaito estaba de parapeto entre él y el gato, pero ello no impidió que sus ojos trazasen la trayectoria para acuchillarlo con la mirada por el comentario. Ser un antropófago, a pesar de todos sus razonamientos, seguía sin estar nada bien visto.
—Me vale cualquier plato local. Algo calentito y con carne, si no es mucho pedir.
Poco a poco el ningyo se reincorporó y se fue a sentar sobre el improvisado taburete de cuarenta centímetros cúbicos que coronaba la pequeña pila de mantas. Sus pupilas rodaron por toda su órbita ocular con descontento.
—Y ahí está Oppen, creyéndose algo más importante de lo que es. No sé qué puñetas hago aquí, cuando va a pasar lo de siempre —se quejó con el desdén de una experta maruja—. Vas a creerte muy guay trazando un plan que tu ego no te deja ver que es una puta mierda y fracasarás. Tu recompensa no habrá sido ni por delitos, sino por vergüenza. ¿Cómo puñetas se te ocurre robarles? Aunque claro, tu tomarías algo prestado porque, obviamente, iba todo a salir a pedir de Oppen y siempre tienes esa actitud de que el fin justifica los medios. Y no me malinterpretes, lo hace, si la gente es competente y hace las cosas bien —increpó con crueldad—. Que sepáis que he venido porque me parece particularmente interesante tanto bombo e interés con el gato, no me parece tan importante ni con tanto potencial como para tomarse tantísimas molestias con él.
Mas todo aquello eran necesarias distracciones para las emociones que se asentaban en su alma, imperturbables en capas negras que se apelmazaban al fondo de la fosa. De un despecho a recordar otro, pobre niño pulpo. Y por si fuera poco, con todo lo que había hecho no solo por él, si no por sí mismo, ahora el gobierno le relacionaba poniendo en peligro lo único que había aprendido que importaba: su tranquila supervivencia.
—Jodido gato tocapelotas. Primero Guillermo y ahora el tonto este. Tan fácil no es ser legal, digo yo; pero no —rumió amargamente el octópodo encapotado en el abrigo de piel blanca, lanzándose entre queja y gruñido algún que otro trago del vodka comprado aquella misma mañana.
Se había dado prisa en llegar, y ello le había permitido hacerse una mejor idea del frío infierno de Russuam más allá de las directrices de su amiga historiadora. ¡Ah, otro amor no correspondido! ¡Pobre Kaito, incapaz de tener las relaciones que tanto desea por cosas tan nimias como las decisiones de otros! Y allí estaba, solo, sin compañía de ninguna de sus mascotas que sufriría tanto o más que él las bajas temperaturas de la isla invernal. Cargado de trastos, esos que no pueden abandonarle, el pelirrojo entró silenciosamente en la posada que le pillaba demasiado lejos del hotel en el que se había alojado.
Con la mochila a su espalda, esa que pronto quería llenar con muestras de su estudioso interés, el ningyo fue esquivando borrachos buscando entre las sombras de las copas y los apestosos alientos de los beodos al culpable de su presencia en aquella inhóspita tierra. Mas su frío enfado pronto se torna en un delicado análisis, aquel que solo se les otorga a las más preciadas de las criaturas. En su mente aparece una palabra que retumba en su cráneo y en su pecho, una que hace estremecerse a sus miles de ventosas de impaciencia.
—Quimera.
Pero esa oleada de estímulos no le hace soltar las armas ocultas bajo su manto. Usando el arma del mar como bastón -y como muy necesario apoyo para la fiambrera de metal que le ocupa toda la espalda- el pelirrojo espera unos momentos buscando oculto en la atmósfera del bar al otro menú del día.
Se había preparado para verle. Sabía que iba a estar allí. Había trazado mil y unas maneras de cómo iba a encontrarle y cómo iba a responder, más la realidad fue simplemente… Decepcionante. Ahí estaba el resquemor, el odio y la falsa indiferencia ante a quien había dado tanto y del que había obtenido tan poco. Ahí estaba la tristeza, rumiada, fermentada, por todas sus vivencias. Y ahí estaba la mínima ilusión de que las cosas, por esta vez, esta última vez, fuesen diferentes. Fuesen justas. Mas Kaito sabía demasiado bien que la Justicia no existía en el mundo.
Se acercó a aquella cita con el destino y al llegar vació el último trago de la botella.
—Es curioso como a la gente le gusta beber con el frío. El alcohol es un vasodilatador, por lo que contribuye irremediablemente a la muerte por hipotermia —dijo aquel hecho científico sin pizca de la gracia propia de los borrachos. Lo había dicho como un padre seco e hiriente, como un alcohólico frío y despiadado que no encontraba consuelo al fondo de ninguna botella.
Los acompañó en silencio, con la boca arqueada en una mueca de serio disgusto, impermeable al contento de tintinear un ritmillo con las garras que aguantaban la botella vacía. Al llegar al reservado simplemente se dejó caer en las montañas de mantas, siendo consciente demasiado tarde de que arrojarse a ellas con una mochila que era más una carcasa metálica no era nada bueno para la espalda. Amoldada su flexible columna a su nueva forma de alcayata, Kaito dio un exasperado suspiro mientras se libraba de las agarraderas y se deslizaba hacia un lado como una gelatinosa medusa demasiado cansada para mantener su turgente homeostasis.
La turbia mochila-fiambrera de Kaito estaba de parapeto entre él y el gato, pero ello no impidió que sus ojos trazasen la trayectoria para acuchillarlo con la mirada por el comentario. Ser un antropófago, a pesar de todos sus razonamientos, seguía sin estar nada bien visto.
—Me vale cualquier plato local. Algo calentito y con carne, si no es mucho pedir.
Poco a poco el ningyo se reincorporó y se fue a sentar sobre el improvisado taburete de cuarenta centímetros cúbicos que coronaba la pequeña pila de mantas. Sus pupilas rodaron por toda su órbita ocular con descontento.
—Y ahí está Oppen, creyéndose algo más importante de lo que es. No sé qué puñetas hago aquí, cuando va a pasar lo de siempre —se quejó con el desdén de una experta maruja—. Vas a creerte muy guay trazando un plan que tu ego no te deja ver que es una puta mierda y fracasarás. Tu recompensa no habrá sido ni por delitos, sino por vergüenza. ¿Cómo puñetas se te ocurre robarles? Aunque claro, tu tomarías algo prestado porque, obviamente, iba todo a salir a pedir de Oppen y siempre tienes esa actitud de que el fin justifica los medios. Y no me malinterpretes, lo hace, si la gente es competente y hace las cosas bien —increpó con crueldad—. Que sepáis que he venido porque me parece particularmente interesante tanto bombo e interés con el gato, no me parece tan importante ni con tanto potencial como para tomarse tantísimas molestias con él.
- Objetos:
- Llevo mi bichero mitico que tengo tranquiliza animales, que estoy buscandolo porque no se porque no está en ficha -_-, en su defecto usaré el tridente mítico que sí que está, de ahí el uso de arma del mar.
La umigatana (espada marina) cargada con agua destilada, el cuchillo alcohoilico, por buen borrachín, y la caja esta a la espalda que es la fiambrera turbia con algo de comida y hueco para tomar muestras de 100 tífico. Bueno, y dinero en mi riñonera impermeable, unos 4 millones. + El abrigo de piel blanca en lugar de la típica capucha negra que esta vez no llevo. No, no llevo teléfono ni den-den. Alguna tarjeta de empresa de MERKAITO seguramente.
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Akuma no mi
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Tranquilo, sin preocuparse demasiado por nada de lo que pudiera estar pasando. El hombre ni se inmutó ante lo que fuera que tratara el hombre gato, simplemente se os queda mirando esperando a que termine el circo que andáis montando, como si algo interesante fuera a empezar de un momento a otro. Solo sonríe al escuchar las palabras del caballero con tentaculos.- Me gusta como hablas y piensas, sinceramente creo que eres la única razón de que no me haya levantado e ido.- Asiente decidido, mientras continúa tranquilamente con sus palabras.- Primero, manda a un clon, no viene él mismo.- Está enumerando las cosas que le molestan, hablando con Kaito como si Roland no estuviera presente, y es entonces cuando ambos podéis notarlo.
Miedo, recorrer de punta a punta vuestra columna, vuestros tentáculos… Lo que sea que entendéis por huesos o cositas que mantienen unidas la carne. Hagáis lo que hagáis, intenteis lo que intentéis, teneis miedo, y nuestro querido Ex- CP puede pensar que tal vez, le están devolviendo la técnica o tal vez se ha metido con la persona equivocada. Sentis ansiedad y la urgente necesidad de decirle la verdad absoluta al hombre que tenéis delante. Como si la mirada de sus ojos dispares fuera suficiente como para aseguraros que tenéis que hacerlo si queréis seguir con vida.- Segundo, me desprecia, a mí, que he sido el único de los Jefes de Operaciones que se ha molestado en comprobar y contrastar su historia, diciéndome que lo necesito.- Tranquilamente, aunque el tono de su voz no cambia en absoluto, el siempre cambio de postura que pueda hacer os mantiene alerta.
-Tercero me pide una demostración de poder… Una para la que definitivamente no está preparado.- Su voz se vuelve más grave, durante un segundo parece expresar con su discurso y palabras tantas emociones que es como si la sintierais en la piel. Notais como si sus palabras fueran un arañazo en vuestros oídos, en vuestros corazones, este hombre tiene un don para decir las cosas que no todo el mundo comprende.- ¿Debería destrozar tu cuerpo original para que veas que estoy cansado de tus gilipolleces? Hemos venido a hablar de negocios, no a discutir.- Y lo agradeceis, claro que lo agradeceis, en el momento en el que el hombre finaliza su charla, podéis daros cuenta de una cosa.
Todo el lugar se ha quedado callado y todas las personas que estaban riendo, sonriendo, presas del alcohol han parado de pronto. Todas aquellas personas que han podido escuchar ligeramente sus palabras, han parado presas del miedo y la incomodidad.- ¡Pero bueno, que siga la fiesta! Señorita, el mejor plato para mi amigo de ocho tentáculos…¿Son ocho verdad? -Una sonrisa animada, una risa tranquila y todos vuelven a la felicidad como si él los moviera con la marea.
-¿Vas a querer participar entonces? -Alza ambas cejas de manera tranquila, bebe calmadamente de su vaso y espera a que ambos os mostréis mucho más receptivos de ahora en adelante. Después de todo aquel hombre ha dejado claro que es de los pocos CP que puede hacer algo por ti, mi querido Roland.
Miedo, recorrer de punta a punta vuestra columna, vuestros tentáculos… Lo que sea que entendéis por huesos o cositas que mantienen unidas la carne. Hagáis lo que hagáis, intenteis lo que intentéis, teneis miedo, y nuestro querido Ex- CP puede pensar que tal vez, le están devolviendo la técnica o tal vez se ha metido con la persona equivocada. Sentis ansiedad y la urgente necesidad de decirle la verdad absoluta al hombre que tenéis delante. Como si la mirada de sus ojos dispares fuera suficiente como para aseguraros que tenéis que hacerlo si queréis seguir con vida.- Segundo, me desprecia, a mí, que he sido el único de los Jefes de Operaciones que se ha molestado en comprobar y contrastar su historia, diciéndome que lo necesito.- Tranquilamente, aunque el tono de su voz no cambia en absoluto, el siempre cambio de postura que pueda hacer os mantiene alerta.
-Tercero me pide una demostración de poder… Una para la que definitivamente no está preparado.- Su voz se vuelve más grave, durante un segundo parece expresar con su discurso y palabras tantas emociones que es como si la sintierais en la piel. Notais como si sus palabras fueran un arañazo en vuestros oídos, en vuestros corazones, este hombre tiene un don para decir las cosas que no todo el mundo comprende.- ¿Debería destrozar tu cuerpo original para que veas que estoy cansado de tus gilipolleces? Hemos venido a hablar de negocios, no a discutir.- Y lo agradeceis, claro que lo agradeceis, en el momento en el que el hombre finaliza su charla, podéis daros cuenta de una cosa.
Todo el lugar se ha quedado callado y todas las personas que estaban riendo, sonriendo, presas del alcohol han parado de pronto. Todas aquellas personas que han podido escuchar ligeramente sus palabras, han parado presas del miedo y la incomodidad.- ¡Pero bueno, que siga la fiesta! Señorita, el mejor plato para mi amigo de ocho tentáculos…¿Son ocho verdad? -Una sonrisa animada, una risa tranquila y todos vuelven a la felicidad como si él los moviera con la marea.
-¿Vas a querer participar entonces? -Alza ambas cejas de manera tranquila, bebe calmadamente de su vaso y espera a que ambos os mostréis mucho más receptivos de ahora en adelante. Después de todo aquel hombre ha dejado claro que es de los pocos CP que puede hacer algo por ti, mi querido Roland.
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Cuando estaba esperando la respuesta del señor Luciel Brathar, otra voz le sorprendió. El mink se quedó escuchando aquella sarta de insensateces en silencio, pero cuanto más oía más se abrían su boca y ojos, hasta el punto de no soportar ni un segundo más. Se levantó de golpe de la silla y, mostrando en sus ojos toda la rabia acumulada de una vida de odio, se dirigió al pulpo.
—Tú, maldito molusco impertinente sin amigos, ¿cómo que a pedir de Oppen? No hables de lo que no sabes, o te juro que... —levantó el brazo amenazadoramente, a punto de perder la compostura y comenzar una pelea allí mismo, pero algo le detuvo.
Aquel hombre pelirrojo, tan misterioso e inescrutable, le ignoró por completo para ponerse a hablar con Kaito como si no pasara nada. «¿Cómo sabe lo del clon? Este tío puede ser un grano en el culo» pensaba cuando, de repente, lo sintió. Comenzó a sudar poco a poco, pasando de gotas a chorros por su rostro en cuestión de segundos, a la vez que sus rodillas comenzaron a temblar como nunca habían hecho. Apenas podía respirar y algo en su interior le decía que tenía que huir. «¿Pero qué diablos...?».
Por una vez en su vida, su instinto le insta a permanecer con la boca cerrada. Se vuelve a sentar en la silla abriendo y cerrando las manos, aún húmedas de sudor. Sus palabras cada vez se vuelven más extrañas, casi dolorosas, embotando su cabeza y anulando sus sentidos. Aquella situación le pilló por sorpresa y no supo como actuar.
—A veces, en ocasiones, escupo bolas de pelo —comentó de pasada, sin saber por qué.
«Mierda, ahora estos imbéciles se van a reír de mí. ¿Qué me está pasando? Tiene que ser fruto de alguna akuma no mi» pensó, mientras se dio cuenta de algo que podía resultar aterrador. Aquella sensación nueva e inexplicable que había sentido y no quería volver a repetir se había detenido, pero no fue lo único. La música, las risas y las charlas de borrachos también habían cesado, y todos allí, en la Taberna Iceberg, se encontraban exactamente igual que él, para volver a sus quehaceres banales con una simple frase del Jefe de Operaciones del Gobierno.
—Nunca he dicho que no quiera participar —responde, haciendo cómo que no ha ocurrido nada. Si no hablaba de ello es como si no hubiera pasado—. Dame los detalles necesarios y trato hecho.
—Tú, maldito molusco impertinente sin amigos, ¿cómo que a pedir de Oppen? No hables de lo que no sabes, o te juro que... —levantó el brazo amenazadoramente, a punto de perder la compostura y comenzar una pelea allí mismo, pero algo le detuvo.
Aquel hombre pelirrojo, tan misterioso e inescrutable, le ignoró por completo para ponerse a hablar con Kaito como si no pasara nada. «¿Cómo sabe lo del clon? Este tío puede ser un grano en el culo» pensaba cuando, de repente, lo sintió. Comenzó a sudar poco a poco, pasando de gotas a chorros por su rostro en cuestión de segundos, a la vez que sus rodillas comenzaron a temblar como nunca habían hecho. Apenas podía respirar y algo en su interior le decía que tenía que huir. «¿Pero qué diablos...?».
Por una vez en su vida, su instinto le insta a permanecer con la boca cerrada. Se vuelve a sentar en la silla abriendo y cerrando las manos, aún húmedas de sudor. Sus palabras cada vez se vuelven más extrañas, casi dolorosas, embotando su cabeza y anulando sus sentidos. Aquella situación le pilló por sorpresa y no supo como actuar.
—A veces, en ocasiones, escupo bolas de pelo —comentó de pasada, sin saber por qué.
«Mierda, ahora estos imbéciles se van a reír de mí. ¿Qué me está pasando? Tiene que ser fruto de alguna akuma no mi» pensó, mientras se dio cuenta de algo que podía resultar aterrador. Aquella sensación nueva e inexplicable que había sentido y no quería volver a repetir se había detenido, pero no fue lo único. La música, las risas y las charlas de borrachos también habían cesado, y todos allí, en la Taberna Iceberg, se encontraban exactamente igual que él, para volver a sus quehaceres banales con una simple frase del Jefe de Operaciones del Gobierno.
—Nunca he dicho que no quiera participar —responde, haciendo cómo que no ha ocurrido nada. Si no hablaba de ello es como si no hubiera pasado—. Dame los detalles necesarios y trato hecho.
Kaito Takumi
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Molusco sin amigos. Molusco. Sin. Amigos.
Esas tres palabras dieron unas cuantas vueltas por la mente de Kaito. El mar interior del pulpo se revolvió, oscuro e impetuoso como las aguas azotadas por un terrible tifón. Las corrientes fueron y vinieron, entrelazándose, chocándose y desperdigándose solo para venir aún con más fuerza… Una y otra vez se repitió esto con cada paranoico razonar limitado a las centésimas de segundo, miles y millones de veces. El ningyo había llegado a un punto en el que no necesitaba negar sus emociones, sino que simplemente había llegado a la sabiduría de aceptarlas. Dicho esto, también había aprendido que aquello que sentía no importaba en absoluto para la realidad fuera de sí mismo.
Bueno, casi nunca.
El miedo era una de esas sensaciones primordiales que estaba íntimamente relacionada con la supervivencia. Era un claro indicador de que algo iba mal, fuese ello o no verdad, y debía ser siempre considerado antes de ignorarlo o aceptarlo. Con los ojos abiertos, más abiertos que como los tenía durante los pausados solipsismos en los que solía vivir, Kaito quedó atento a cada palabra y cada gesto. Cualquier momento era bueno para aprender. Cualquier momento era bueno para recordar que el mundo estaba lleno de monstruos.
—Ocho, sí —dijo con un susurro tras tragar saliva—. En fin —Se puso muy recto y se aclaró la voz—. ¿En qué puedo ser de ayuda? ¿Y qué es eso de un clon?
El ningyo se había tranquilizado casi con más rapidez que el resto de la sala. De hecho su interés estaba ahora volcado en saber qué plato le traería la camarera. Esperaba que se diese prisa. En un momento miró a Oppen, y, sigiloso y grimoso como era, intentó deslizar en secreto uno de sus tentáculos para tocar su piel. Esto, por supuesto, es mucho más repugnante como narrador omnisciene al saber que lo que quería era lamerle. Por que al parecer los tentáculos de un pulpo tienen quimiorreceptores, y aunque no tragan funcionan como lenguas. ¡Qué bonito!
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-Oh es un dato de lo más interesante, no sabía que podíais hacer eso los de tu especie.- Pestañea de manera calmada, mientras una sonrisa más tranquila eleva sus labios, como si supiera de sobra que esas cosas suelen pasar. Se centró entonces en nuestro amigo pulpo, y con calma comenzó con lo verdaderamente importante.- Lamento la rudeza, pero como dije odio perder el tiempo.- Se encoge de hombros, cosas que pasan, sin embargo él sigue viendo cosas que quizás el resto parece ser incapaz.
Hace un gesto para que se acerquen , aunque sabe de sobra que todos están demasiado entretenidos como para pegar el oído a su conversación.- Puedes preguntarle a él por el clon, yo no doy explicaciones sobre problemas e inseguridades de los demás.- Le resta importancia al tema con un gesto de su mano, pero si les comienza a hablar de lo importante.- Pues vereis, creemos que el Rey está en contacto con miembros de la Revolución y que se dispone a traicionar al gobierno.- Todos saben que la seguridad de aquel lugar peligraba, que su estabilidad y su relación con el gobierno era dudosa. No sabían si eran amigos o enemigos, pero definitivamente eran algo.
-Por lo que hemos oído, en tres días un cargamento de armas saldrá de la fábrica de Vodka, tenéis que evitarlo destruyendo la misma.- Se cruza de brazos con calma, negando suavemente al pensar en todo lo que aquellas personas podrían hacer con aquellas armas.- Creemos que es una tapadera para crear armas y sacarlas del país, tenéis que evitarlo, esa es la primera misión.- Sacó calmadamente un papel de su bolsillo, un mapa de la zona de la fábrica y de los distintos puntos donde había guardias y seguridad.- Creo que es mejor un trabajo conjunto, ya que si dan la alarma estaréis en problemas… No pueden enterarse de que sabemos sus planes, si os descubren, se acabó la misión.- Reclinándose un momento en la silla, se soba la sien con algo de cuidado.- Tenéis que ir en tres días, de otra manera, sacaran el cargamento y podrán hacerlo desaparecer.
Era una misión con tiempo, precisa y algo justa, pero sabe de sobra que ambos serán capaces de realizarlas sin el mayor de los problemas.- Se que series capaces de lograrlo, luego es cuestión de seguir los demás pasos hasta la captura del Rey.- Apartando la silla de la mesa se levanta, mirandoles con calma, las manos en los bolsillos y un gesto tranquilo.- Eso es todo lo que puedo daros, si quereis saber algo más de la fábrica podeis investigarla o dar una vuelta, pero el asalto debe ser en tres dias.- Se colocó mejor el abrigo, cerrandolo hasta el cuello con tranquilidad.- Dentro de cuatro días, nos veremos aquí de nuevo.
Se despide con calma, encaminado a la salida para desaparecer por las puerta y entre las tinieblas de la noche.
Hace un gesto para que se acerquen , aunque sabe de sobra que todos están demasiado entretenidos como para pegar el oído a su conversación.- Puedes preguntarle a él por el clon, yo no doy explicaciones sobre problemas e inseguridades de los demás.- Le resta importancia al tema con un gesto de su mano, pero si les comienza a hablar de lo importante.- Pues vereis, creemos que el Rey está en contacto con miembros de la Revolución y que se dispone a traicionar al gobierno.- Todos saben que la seguridad de aquel lugar peligraba, que su estabilidad y su relación con el gobierno era dudosa. No sabían si eran amigos o enemigos, pero definitivamente eran algo.
-Por lo que hemos oído, en tres días un cargamento de armas saldrá de la fábrica de Vodka, tenéis que evitarlo destruyendo la misma.- Se cruza de brazos con calma, negando suavemente al pensar en todo lo que aquellas personas podrían hacer con aquellas armas.- Creemos que es una tapadera para crear armas y sacarlas del país, tenéis que evitarlo, esa es la primera misión.- Sacó calmadamente un papel de su bolsillo, un mapa de la zona de la fábrica y de los distintos puntos donde había guardias y seguridad.- Creo que es mejor un trabajo conjunto, ya que si dan la alarma estaréis en problemas… No pueden enterarse de que sabemos sus planes, si os descubren, se acabó la misión.- Reclinándose un momento en la silla, se soba la sien con algo de cuidado.- Tenéis que ir en tres días, de otra manera, sacaran el cargamento y podrán hacerlo desaparecer.
Era una misión con tiempo, precisa y algo justa, pero sabe de sobra que ambos serán capaces de realizarlas sin el mayor de los problemas.- Se que series capaces de lograrlo, luego es cuestión de seguir los demás pasos hasta la captura del Rey.- Apartando la silla de la mesa se levanta, mirandoles con calma, las manos en los bolsillos y un gesto tranquilo.- Eso es todo lo que puedo daros, si quereis saber algo más de la fábrica podeis investigarla o dar una vuelta, pero el asalto debe ser en tres dias.- Se colocó mejor el abrigo, cerrandolo hasta el cuello con tranquilidad.- Dentro de cuatro días, nos veremos aquí de nuevo.
Se despide con calma, encaminado a la salida para desaparecer por las puerta y entre las tinieblas de la noche.
Roland Oppenheimer
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«Maldito pelagatos, deja de hacer chistes a mi costa» se dijo, evitando mencionarlo en voz alta. No quería volver a sentir otra vez en sus carnes aquella desapacible sensación, y menos aún soltar otro comentario estúpido. Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad se obligó a no hacer ningún comentario grotesco, incluso cuando habló de inseguridades. «Otro bastardo, como Pierrot —el líder del Cipher Pol 6 había sido bastante desagradable con Roland hacía tiempo, favoreciendo a su ex-compañero y rival, el agente Omega—. Les bailaré el agua a todos para volver a donde estaba. Subiré a lo más alto y acabaré con ellos desde allí» pensó, conteniendo toda su furia. Le resultaba tan difícil que alguna venas habían empezado a hincharse en su frente.
En cambio, cuando les facilitó la información, la situación dio un giro.
— ¿Eso es todo? En tres días esa fábrica quedará derruida, dalo por hecho —dijo tras terminar la explicación y memorizar el mapa que les había enseñado. Parecía una tarea muy sencilla, quizás demasiado—. En cuatro días, muy bien. Adiós.
Había hecho el mayor esfuerzo de su vida al no soltar ningún insulto ni blasfemar de cualquier posible, pero al haberse ido el pelirrojo sentía la urgente necesidad de liberar toda la ira contenida. Y la única persona a su alcance era el joven e ingenuo Kaito.
— Maldito pescado podrido, como vuelvas a ponerme una sola ventosa encima te la rajo. ¿Me oyes? ¡Te la rajo! —Sin darse cuenta, las rabiosas palabras empezaron a surgir por su boca, como una cascada interminable de groserías—. ¡Esperpento, engendro de la naturaleza, chupaalgas! ¡No sé para qué coño has venido, porque si es para ayudar, lo único que harías sería estorbar! ¡Pedazo de calamar sin tinta! Da gracias que tengo cosas más importantes que hacer, sino te daría la tunda que te mereces. Ahora sal de mi vista, tengo una fábrica que investigar.
Acto seguido Roland deshizo el clon, desapareciendo enfrente del desdichado pulpo. Estaba tan furioso que no quería ni salir por la misma puerta que él, y le complacía dejar con la palabra en la boca al gyojin. Una vez fuera, detrás de la taberna, golpeó con fuerza lo primero que encontró, descargando todo su enfado en aquel golpe.
Intentando dejar atrás lo ocurrido, marchó a la fábrica de Vodka, recreando en su mente el mapa que les había mostrado el Jefe de Operaciones. A pesar de lo que dijeran, seguía siendo un profesional, y sabía cumplir con su trabajo. Usando su desconocida identidad secreta, pasearía por los alrededores, evitando el contacto con los guardias que la custodiaban y buscando los lugares con mayor accesibilidad. O los puntos flacos. Lo que más le importaba era reconocer la estructura. Si debía destruir la fábrica, y esos lugares no eran pequeños, necesitaría explosivos. Muchos. Por suerte él era un experto en aquella materia.
Había llegado su momento de brillar, pero no tanto como lo haría la explosión que se llevase por delante aquel lugar.
En cambio, cuando les facilitó la información, la situación dio un giro.
— ¿Eso es todo? En tres días esa fábrica quedará derruida, dalo por hecho —dijo tras terminar la explicación y memorizar el mapa que les había enseñado. Parecía una tarea muy sencilla, quizás demasiado—. En cuatro días, muy bien. Adiós.
Había hecho el mayor esfuerzo de su vida al no soltar ningún insulto ni blasfemar de cualquier posible, pero al haberse ido el pelirrojo sentía la urgente necesidad de liberar toda la ira contenida. Y la única persona a su alcance era el joven e ingenuo Kaito.
— Maldito pescado podrido, como vuelvas a ponerme una sola ventosa encima te la rajo. ¿Me oyes? ¡Te la rajo! —Sin darse cuenta, las rabiosas palabras empezaron a surgir por su boca, como una cascada interminable de groserías—. ¡Esperpento, engendro de la naturaleza, chupaalgas! ¡No sé para qué coño has venido, porque si es para ayudar, lo único que harías sería estorbar! ¡Pedazo de calamar sin tinta! Da gracias que tengo cosas más importantes que hacer, sino te daría la tunda que te mereces. Ahora sal de mi vista, tengo una fábrica que investigar.
Acto seguido Roland deshizo el clon, desapareciendo enfrente del desdichado pulpo. Estaba tan furioso que no quería ni salir por la misma puerta que él, y le complacía dejar con la palabra en la boca al gyojin. Una vez fuera, detrás de la taberna, golpeó con fuerza lo primero que encontró, descargando todo su enfado en aquel golpe.
Intentando dejar atrás lo ocurrido, marchó a la fábrica de Vodka, recreando en su mente el mapa que les había mostrado el Jefe de Operaciones. A pesar de lo que dijeran, seguía siendo un profesional, y sabía cumplir con su trabajo. Usando su desconocida identidad secreta, pasearía por los alrededores, evitando el contacto con los guardias que la custodiaban y buscando los lugares con mayor accesibilidad. O los puntos flacos. Lo que más le importaba era reconocer la estructura. Si debía destruir la fábrica, y esos lugares no eran pequeños, necesitaría explosivos. Muchos. Por suerte él era un experto en aquella materia.
Había llegado su momento de brillar, pero no tanto como lo haría la explosión que se llevase por delante aquel lugar.
Kaito Takumi
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<>, pensó el pulpo con cierta nostalgia.
Una vez Oppen demostró su optimismo y evaluó analíticamente el mapa, Kaito se lo guardó a buen recaudo en uno de los bolsillos. Estaba bastante contento con no tener que guardar las cosas en las ventosas; algo en lo que se recreaba dado lo amargante del resto de su situación. Aquello de llevar ropa era, sin duda, una ventaja.
El anfitrión se fue, y tras él vino la camarera. Tomando la comida que le traía la muchacha aderezada con los insultos del mink, Kaito removió delicadamente la superficie del estofado deshaciendo su propio reflejo. Había aprendido a esperar a que las cosas se enfriaran antes de metérselas en la boca.
—Vaya —susurró con tranquilidad, apreciando como las útimas moléculas del sabor de Oppen se deshacían en su miembro—. Qué...—El estruendoso sonido de la frustración de Oppen hizo eco en el local—...interesante. E imbécil. Así es Oppen.
Reparó entonces el pulpo en que, quizás paralizada por, bueno, ver a alguien desaparecer de la nada, la muchacha seguía allí.
—¿Ha pagado por algo más que esto el que se ha ido, o solo ha invitado de la palabra?
Aunque aquella nimiedad le interesaba, como también lo hacía el disfrutar del plato local con el respeto que este merecía, Kaito estaba rumiando cosas mucho más importantes. Estaba tratando con el gobierno de mil naciones, y ello le merecía ser exageradamente cauto en todo cuanto hacía, decía y planeaba. Por fortuna, aún no existían los crímenes del pensamiento, por mucho que cierto sector de psicólogos del gobierno estuviesen haciendo sus avances.
Envuelto en una red de verdades que bien no podían serlo, Kaito debía andar con ojo con dónde posaba sus delicados tentáculos. La araña que los había tejido, sin duda, era un adversario temible... siempre que uno tropezara. ¿Pero cómo no hacerlo, yendo a ciegas? El ningyo sabía bien que no sería la primera vez que un comerciante respetable desaparecía, como tragado por el mar o la tierra, y aquello le hacía sentirse como una presa. Una hipotética presa a merced de un superdepredador de más de mil bocas. ¿Pero por qué él?, se preguntó, dándole vueltas a si alguna de sus acciones o amistades le hacían blanco directo, o si todo era más bien una cuestión de daños colaterales.
El siguiente paso, por supuesto, estaba claro: Encontrar a Oppen. ¿Pero era aquello un movimiento impulsivo dado por su malsana curiosidad? No lo sabía ni él.
—Señorita, he oído que el gobierno de la isla ahora tiene interés en el... bueno El Gobierno. ¿Ya hay un cuartel marine o un gremio de cazarrecompensas? Aunque supongo que si encuentro un edificio con huevos y grafittis debe ser uno de esos dos...—añadí por la historia de la ciudad.
Porque lo que hacía una ciudad era sus gentes, sus costumbres y, cómo no, su comida.
Tras obtener mis respuestas y agradecer -o pagar, porque ambas cosas de mal humor sería difícil para el pulpo- Kaito cogería sus cosas y pasearía bien abrigadito a ver si encontraba, como el que no quería la cosa, una droguería o un almacén similar. En algún sitio se tendría que abastecer el gato de productos químicos si quería derruir una fábrica. Por que aún no estaba tan fortachón, por mucho atún que comiese. Influido, quizás por la alegría del alcohol, o por la necesidad de animarse, Kaito iría canturreando en su trayecto medio bailoteado.
—Si yo fuera CP, dubidubidubidubidubidubidubidaaaam....
Una vez Oppen demostró su optimismo y evaluó analíticamente el mapa, Kaito se lo guardó a buen recaudo en uno de los bolsillos. Estaba bastante contento con no tener que guardar las cosas en las ventosas; algo en lo que se recreaba dado lo amargante del resto de su situación. Aquello de llevar ropa era, sin duda, una ventaja.
El anfitrión se fue, y tras él vino la camarera. Tomando la comida que le traía la muchacha aderezada con los insultos del mink, Kaito removió delicadamente la superficie del estofado deshaciendo su propio reflejo. Había aprendido a esperar a que las cosas se enfriaran antes de metérselas en la boca.
—Vaya —susurró con tranquilidad, apreciando como las útimas moléculas del sabor de Oppen se deshacían en su miembro—. Qué...—El estruendoso sonido de la frustración de Oppen hizo eco en el local—...interesante. E imbécil. Así es Oppen.
Reparó entonces el pulpo en que, quizás paralizada por, bueno, ver a alguien desaparecer de la nada, la muchacha seguía allí.
—¿Ha pagado por algo más que esto el que se ha ido, o solo ha invitado de la palabra?
Aunque aquella nimiedad le interesaba, como también lo hacía el disfrutar del plato local con el respeto que este merecía, Kaito estaba rumiando cosas mucho más importantes. Estaba tratando con el gobierno de mil naciones, y ello le merecía ser exageradamente cauto en todo cuanto hacía, decía y planeaba. Por fortuna, aún no existían los crímenes del pensamiento, por mucho que cierto sector de psicólogos del gobierno estuviesen haciendo sus avances.
Envuelto en una red de verdades que bien no podían serlo, Kaito debía andar con ojo con dónde posaba sus delicados tentáculos. La araña que los había tejido, sin duda, era un adversario temible... siempre que uno tropezara. ¿Pero cómo no hacerlo, yendo a ciegas? El ningyo sabía bien que no sería la primera vez que un comerciante respetable desaparecía, como tragado por el mar o la tierra, y aquello le hacía sentirse como una presa. Una hipotética presa a merced de un superdepredador de más de mil bocas. ¿Pero por qué él?, se preguntó, dándole vueltas a si alguna de sus acciones o amistades le hacían blanco directo, o si todo era más bien una cuestión de daños colaterales.
El siguiente paso, por supuesto, estaba claro: Encontrar a Oppen. ¿Pero era aquello un movimiento impulsivo dado por su malsana curiosidad? No lo sabía ni él.
—Señorita, he oído que el gobierno de la isla ahora tiene interés en el... bueno El Gobierno. ¿Ya hay un cuartel marine o un gremio de cazarrecompensas? Aunque supongo que si encuentro un edificio con huevos y grafittis debe ser uno de esos dos...—añadí por la historia de la ciudad.
Porque lo que hacía una ciudad era sus gentes, sus costumbres y, cómo no, su comida.
Tras obtener mis respuestas y agradecer -o pagar, porque ambas cosas de mal humor sería difícil para el pulpo- Kaito cogería sus cosas y pasearía bien abrigadito a ver si encontraba, como el que no quería la cosa, una droguería o un almacén similar. En algún sitio se tendría que abastecer el gato de productos químicos si quería derruir una fábrica. Por que aún no estaba tan fortachón, por mucho atún que comiese. Influido, quizás por la alegría del alcohol, o por la necesidad de animarse, Kaito iría canturreando en su trayecto medio bailoteado.
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Reino de Russuam, 22:35 de la noche.
Tiempo: Día nublado, 5°C.
Condiciones atmosféricas: Neblina leve.
Tiempo: Día nublado, 5°C.
Condiciones atmosféricas: Neblina leve.
- Oppen:
- Un hombre, acompañado de una mujer, te queda mirando con el ceño fruncido cuando golpeas una caja de madera, haciéndola reventar. «Malditos vagabundos, sólo saben romper cosas», le oyes refunfuñar. Por culpa de la neblina no consigues distinguir a la perfección sus rasgos, pero puedes decir que es un tipo alto (de unos dos metros) y bastante delgado. El desconocido sigue caminando hacia… ¿En esa dirección no se encuentra la fábrica de vodka a la que te diriges? Menuda coincidencia, ¿eh?
Tardas cerca de media hora en llegar a las afueras de la fábrica de vodka, un complejo increíblemente grande protegido por unos muros de hormigón armado con una altura superior a los cinco metros. Sobre la muralla puedes ver cuatro cables electrificados, teniendo una separación de veinte centímetros. Podrías intentar escalar el muro y pasar por encima de la red eléctrica, tal vez funcione. Seguro que quieres continuar considerando tus posibilidades y estudiando el lugar, así que abandonas la muralla sur y te encaminas hacia el este. A medida que subes por la nevada avenida tus oídos de felino comienzan a advertir un ruido que poco a poco se vuelve distinguible: es música, y una muy alegre. También oyes gritos eufóricos, aplausos y… ¿Ruidos de golpes?
En el ala este de la fábrica puedes ver una enorme taberna que lleva el mismo nombre de la fábrica. Es mucho más grande que el bar en el que estabas, tiene tres plantas y parece un faro cuya luz atraviesa la oscuridad. Como hace frío en el exterior no sería mala idea entrar y tal vez reunir información sobre la fábrica, ¿verdad? Igual puedes pasar de la taberna, aunque no descubrirás nada importante en la muralla norte ni oeste. A menos que tengas una manera de ver a través de la neblina (poco a poco se vuelve más espesa), no podrás distinguir nada de lo que hay más allá de los muros, salvo unas figuras gigantes que probablemente corresponden a los edificios del complejo.
Oh, por último: te has dado cuenta de que no hay guardias en la zona circundante. Extraño, ¿no?
- Kaito:
- La señorita de la taberna te mira, confundida. Lleva el dedo índice a los labios, adoptando una pose pensativa y arruga ligeramente la frente, como si estuviera intentando recordar algo que le contaron hace mucho, mucho tiempo. Y luego suspira, resignada.
—Lo siento, pero no… Al menos no que yo sepa —dice ella—. La política no me interesa demasiado, así que no estoy al tanto de lo que pasa en el reino. Sin embargo, todos mis amigos hablan mucho sobre las relaciones diplomáticas entre el reino y el Gobierno Mundial. ¿En qué estará pensando el rey Vladimir…?
Puedes dejar la conversación ahí o, como mucho, hacer una pregunta más. La chica tiene mucho trabajo que hacer y no quiere que su jefe, un señor bastante grande y con cara de pocos amigos, le regañe.
Una vez fuera de la taberna te puedes dar cuenta de los trozos de madera repartidos desordenadamente en el suelo. Y, si te fijas con mayor detención, podrás ver pisadas que se dirigen hacia la fábrica de vodka. Tal vez tu buen amigo Oppen no está interesado en encontrar una droguería; igual ya ha pensado en un plan, ¿no crees? Si tu intención es encontrar a tu “compañero de trabajo”, lo suyo es dirigirse hacia el norte. En caso de que decidas marchar hacia la fábrica, pocas cuadras más adelante encontrarás una tienda donde venden medicina. Tiene un bonito letrero con luces fluorescentes, aunque tres de las letras de su nombre no están iluminadas.
Coméntame, Kaito. ¿Cuáles son tus intenciones? ¿Qué es lo que quieres hacer?
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Interesante. Sí, aquella reacción le resultó de lo más interesante al pulpo. Por un segundo hasta dudó si algo en la mente de aquella muchacha había urgado y removido sus pensamientos de tal manera que, en aquel preciso momento, no le permitía encontrar con la respuesta. Consciente de que no podría hablar más con ella, no allí, solo le propuso algo con poca probabilidad de éxito. Y el pobre ni se daba cuenta que aquello podría ser visto de otras formas, pues para él las cosas del corazón eran añejas y extrañas como para cualquiera un bioma escondido en el oscuro barro.
—¿Querrías almorzar conmigo mañana? En el hotel Ezimut.
Y fuese cual fuese la respuesta que obtendría, saldría para ver el estropicio y el rastro de su peluda presa. Mas Kaito sabía que el peludo se las iba a apañar bien solo en su empeño. De hecho sospechaba que intentaría ir cuanto antes al terreno para isnpeccionarlo y, cómo no, hacerse una idea de las armas que había allí y que sin duda quería robar para sí -y que luego excusaría que serían para el gobierno-. Kaito creía que conocía muy bien al gato, y quizás podríamos decir que así era, mas un secreto se le escapaba.
Un secreto que le hizo darse la vuelta en su dramático giro de vuelta al hotel excusándose en que "No hacía tanto frío, ni era tan tarde" como para añorar una cama caliente.
—¿Y ahora como voy a encontrar al tontopollas este?—farfulló, molesto.
Y ahí nacio una idea, de rumbo a buscarle, una tan estúpida y maravillosa que sin duda haría efecto. El pelirrojo sabía que tan escasa era la paciencia y la autoestima del ex-agente que solo hacía falta llamarle para que saliese a su encuentro. Aunque fuera a partirle la cara.
—¡Pspspspspspsps! ¡Aquí, gatito,gatito! ¡Pspspspssppssps! —fue diciendo siguiendo las pisadas enfadadas del felino.
—¿Querrías almorzar conmigo mañana? En el hotel Ezimut.
Y fuese cual fuese la respuesta que obtendría, saldría para ver el estropicio y el rastro de su peluda presa. Mas Kaito sabía que el peludo se las iba a apañar bien solo en su empeño. De hecho sospechaba que intentaría ir cuanto antes al terreno para isnpeccionarlo y, cómo no, hacerse una idea de las armas que había allí y que sin duda quería robar para sí -y que luego excusaría que serían para el gobierno-. Kaito creía que conocía muy bien al gato, y quizás podríamos decir que así era, mas un secreto se le escapaba.
Un secreto que le hizo darse la vuelta en su dramático giro de vuelta al hotel excusándose en que "No hacía tanto frío, ni era tan tarde" como para añorar una cama caliente.
—¿Y ahora como voy a encontrar al tontopollas este?—farfulló, molesto.
Y ahí nacio una idea, de rumbo a buscarle, una tan estúpida y maravillosa que sin duda haría efecto. El pelirrojo sabía que tan escasa era la paciencia y la autoestima del ex-agente que solo hacía falta llamarle para que saliese a su encuentro. Aunque fuera a partirle la cara.
—¡Pspspspspspsps! ¡Aquí, gatito,gatito! ¡Pspspspssppssps! —fue diciendo siguiendo las pisadas enfadadas del felino.
Roland Oppenheimer
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La caja estalló en mil pedazos, salpicando de astillas al mink. Se las quitó de la ropa sacudiéndosela ligeramente, se encapuchó de nuevo y se dispuso a proseguir su camino, cuando de pronto, escuchó la voz de un hombre. Intentó discernirlo bajo la niebla que, lentamente, les rodeaba e impedía ver con normalidad.
—No soy ningún vagabundo, imbécil —espetó al hombre que habló. No consiguió distinguir sus rasgos entre la niebla, y tampoco le interesaba, aunque sí que se percató de que le acompaña una mujer.
Roland se encaminó hacia la fábrica de vodka, murmurando quejas inaudibles sobre la niebla y los pulpos, cuando notó que el hombre refunfuñón estaba siguiendo su mismo camino.
—¡Dejad de perseguidme! —gritó molesto. No quería que nadie le siguiera, y menos aquella persona a la que de repente había cogido manía. Empezó a caminar más rápido, hasta coger un ritmo de trote, esperando distanciarse de la pareja —. Malditos entrometidos —murmuró.
Frente a él se alzaba un enorme muro de hormigón armado. Su fealdad solo se podía comparar con su longitud, ya que se extendía hacia ambos lados. Superaba por varios metros la cabeza del mink, y en lo alto estaba coronado por una especie de vaya eléctrica formada por cuatro cables, aún más fea. Superarlo sería fácil, solo tenía que dar un par de saltos con el Geppou y enseguida estaría al otro lado del muro, pero no sabía qué había detrás. Podrían tener algún sistema de alarma, o quizás una buena vigilancia. Debía andarse con ojo. Por lo que él sabía, todo podría tratarse de una trampa. Aprovechando la creciente niebla, adoptó el aspecto especular de un hombre normal y corriente a quién le había copiado el reflejo hacía mucho tiempo. Ataviado con un abrigo marrón con borlas blancas y grises y el rostro común de un hombre caucásico cuarentón, siguió explorando el muro y sus alrededores, buscando algún punto débil o algo de utilidad.
Al poco rato de andar deambulando por el paraje nevado, escuchó un melodía alegre acompañada del jolgorio propio de los clientes de un bar. Aplausos y ovaciones junto a exclamaciones alegres hacían imposible no sentir curiosidad por el local que poco a poco se hacía más grande ante los ojos del felino. No solo era mucho más bonito que el muro de la fábrica, además estaba repleto de vida y personas, quizás hasta trabajadores de la misma fábrica, que pudieran darle información. Sería tonto si desaprovechara tal oportunidad.
Entró al edificio como si estuviera andando por su casa, con la familiaridad propia de alguien que lleva frecuentando el local años años, a pesar de ser la primera vez que ponía un pie dentro. Lo primero que hizo fue a acercarse a la barra y buscar un lugar entre los asientos de la misma.
—Un vaso de leche, fría —pidió al camarero en cuanto tuvo su atención. Esperando por la bebida se dio media vuelta y observó el lugar. «Veamos que podemos sacar de aquí».
—No soy ningún vagabundo, imbécil —espetó al hombre que habló. No consiguió distinguir sus rasgos entre la niebla, y tampoco le interesaba, aunque sí que se percató de que le acompaña una mujer.
Roland se encaminó hacia la fábrica de vodka, murmurando quejas inaudibles sobre la niebla y los pulpos, cuando notó que el hombre refunfuñón estaba siguiendo su mismo camino.
—¡Dejad de perseguidme! —gritó molesto. No quería que nadie le siguiera, y menos aquella persona a la que de repente había cogido manía. Empezó a caminar más rápido, hasta coger un ritmo de trote, esperando distanciarse de la pareja —. Malditos entrometidos —murmuró.
Frente a él se alzaba un enorme muro de hormigón armado. Su fealdad solo se podía comparar con su longitud, ya que se extendía hacia ambos lados. Superaba por varios metros la cabeza del mink, y en lo alto estaba coronado por una especie de vaya eléctrica formada por cuatro cables, aún más fea. Superarlo sería fácil, solo tenía que dar un par de saltos con el Geppou y enseguida estaría al otro lado del muro, pero no sabía qué había detrás. Podrían tener algún sistema de alarma, o quizás una buena vigilancia. Debía andarse con ojo. Por lo que él sabía, todo podría tratarse de una trampa. Aprovechando la creciente niebla, adoptó el aspecto especular de un hombre normal y corriente a quién le había copiado el reflejo hacía mucho tiempo. Ataviado con un abrigo marrón con borlas blancas y grises y el rostro común de un hombre caucásico cuarentón, siguió explorando el muro y sus alrededores, buscando algún punto débil o algo de utilidad.
Al poco rato de andar deambulando por el paraje nevado, escuchó un melodía alegre acompañada del jolgorio propio de los clientes de un bar. Aplausos y ovaciones junto a exclamaciones alegres hacían imposible no sentir curiosidad por el local que poco a poco se hacía más grande ante los ojos del felino. No solo era mucho más bonito que el muro de la fábrica, además estaba repleto de vida y personas, quizás hasta trabajadores de la misma fábrica, que pudieran darle información. Sería tonto si desaprovechara tal oportunidad.
Entró al edificio como si estuviera andando por su casa, con la familiaridad propia de alguien que lleva frecuentando el local años años, a pesar de ser la primera vez que ponía un pie dentro. Lo primero que hizo fue a acercarse a la barra y buscar un lugar entre los asientos de la misma.
—Un vaso de leche, fría —pidió al camarero en cuanto tuvo su atención. Esperando por la bebida se dio media vuelta y observó el lugar. «Veamos que podemos sacar de aquí».
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Reino de Russuam, 23:15 de la noche.
Tiempo: Noche nublada, 1°C.
Condiciones atmosféricas: Neblina moderada
Tiempo: Noche nublada, 1°C.
Condiciones atmosféricas: Neblina moderada
- Oppen:
- La taberna es un lugar impresionante, rebosante de vida. La madera resplandece ante el brillo de las linternas, la chimenea mantiene caliente el ambiente y el olor a vodka y cerveza inunda el lugar. Incluso tú, un señor muy arisco, puede llegar a sentirse alegre en un sitio como este. Nadie repara en ti cuando entras, aunque al parecer le has llamado la atención a una señora de metro ochenta entrada en carne. Muy entrada en carne. Mucho. Te paras frente al tabernero y le pides un vaso de leche. El hombre te mira extrañado y luego echa a reír.
—In visi di lichi, frii —se burla, llamando la atención de los presentes—. ¡Eh, chicos! ¡El maricón este quiere un vaso de leche! —Ya no es el único que se echa a reír a carcajadas, enseguida le siguen los demás. Y poco a poco la gente se reúne a tu lado.
—¿Qué pasa, amigo? ¿Aún no dejas la teta de tu mami? —te pregunta uno, un hombre con mostacho.
—¡Ten, compañero! Este lo invita la casa pa’ que te hagas hombre —dice el tabernero, ofreciéndote un vaso de vodka con tres hielos—. No puedes rechazarlo.
Igual pedir leche en la taberna de la fábrica de vodka no ha sido lo más inteligente. Espero que estés de acuerdo conmigo. El caso es que, entre la fiesta y el alboroto montado en el lugar, puedes ver a un hombre acompañado de una mujer. Se trata de un sujeto alto que va bien vestido con una chaqueta elegante y un colgante de oro en la oreja derecha. Cabello negro y ojos heterocromáticos (uno amarillo y otro azul). Va acompañado de una mujer de rostro angelical, cabellos esmeraldas y ojos amatistas; sumamente atractiva. Lo has notado, ¿verdad? Es la pareja que te encontraste saliendo de la taberna anterior.
Bien, ¿qué harás? Se han burlado de ti, la señora gorda te sigue echando el ojo y todo indica que seguirás siendo el objeto de burla a menos que demuestres ser un verdadero hombre.
- Kaito:
- La mesera te queda mirando sin saber qué responder. Desde luego no es la primera vez que le invitan a almorzar ni tampoco será la última. Mira hacia los lados, nerviosa, como si estuviera pidiendo a gritos “socorro, sáquenme de aquí”. ¿Estás seguro de que no hueles a pescado? Quizás eso la ha espantado un poco.
—¡Lo si-siento, pero no te-tengo permitido salir con clientes! —te dice y luego se marcha. Bueno, por intentar tampoco pasa nada. La próxima vez saldrá mejor, ¿verdad?
Tú deambulas por la calle, haciéndote preguntas que son muy fáciles de responder. Recuerda que conoces el objetivo de Oppen, estuviste ahí cuando Luciel habló sobre el trabajo. Igual tu compañero está muy lejos para escuchar tu llamada, pero has conseguido atraer la atención de una silueta que aparece entre la bruma. Se trata de una jovencita de cabellos esmeraldas, ojos amatistas y una sonrisa de lo más tierna. Te queda mirando, confundida, es como si le sorprendiera el hecho de que estuvieras ahí y no en otro sitio. La niña es pequeña, quizás un metro con cuarenta centímetros, y se te acerca sin levantar el más mínimo ruido. Sabes lo que eso significa, ¿no?
—Oh, debes ser tú. Me han dicho que te diga que no pierdas el tiempo, tienes un trabajo importante entre manos —te comenta, mirando hacia el cielo y con un dedo en los labios, haciendo un esfuerzo por recordar lo que le dijeron—. Bueno, eso es todo. ¡Buena suerte!
La niña desaparece entre la neblina sin darte tiempo a responder. Puedes intentar detenerla, aunque te aseguro que eso no saldrá bien. Entonces, ¿qué harás?
Roland Oppenheimer
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El lugar había resultado mucho más agradable de lo que había esperado en un principio. No solo se habían esforzado en volverlo un sitio cálido gracias a la chimenea, cuyo fuego ardía alegremente, sino que el ambiente invitaba a uno a relajarse. Durante unos segundos Roland se sintió en calma, sosegado y tranquilo, hasta que el puñetero camarero se le ocurrió abrir la boca de palurdo. «No los puedes matar; estás en la misión más importante de tu vida, de incógnito. Además, ellos no saben lo que están diciendo. Son unos pobres ignorantes» decía la parte racional de su cabeza. De haberse encontrado en otras circunstancias, el mink hubiera acallado las risas, los comentarios humillantes y las burlas a base de fuerza bruta, pero en aquella ocasión debería hacerlo de otra forma distinta: demostrando que era más hombre que cualquiera del lugar.
—¿Qué has dicho, bigotitos? —exclamó furioso. Se giró hacia ese hombre, dejando la barra a un lado y dándole la espalda a la señora que no había dejado de mirarle desde que había entrado; le daba grima—. Dame ese vaso, coño. —Le arrebató el vaso de la mano al camarero y se lo bebió todo de un solo trago.
¿Pero qué coño llevaba aquel licor? Al principio resultó agradable; le calentaba la garganta y bajaba fácil. Pero en un instante el largo trago de frío líquido se convirtió en un riachuelo de lava que descendía por su garganta y parecía no tener fin. La espantosa sensación de ardor le recorrió todo el tracto digestivo, dejándole un sabor amargo y desagradable en la boca. Sus ojos se volvieron piscinas acuosas y su rostro adoptó un tono más rojizo. Sí, era la primera vez que bebía vodka. Roland no era ameno a las bebidas alcohólicas, pero rara vez pasaba de una cerveza, y aquello le había pillado por sorpresa.
—¡AHHHHHHHHHHH! —gritó por necesidad—. ¡Tomad esa, cabrones! ¿Quién no es un hombre? ¿Eh, eh?
Tras el espectáculo que habían montado por un puñetero vaso de leche, Roland se percató de la presencia de una pareja que había entrado al local. Aquel hombre le sonaba de algo... ¿Pero de qué? Iba bien vestido, casi se podía decir que desentonaba en aquel lugar repleto de borrachos y juerguistas. Y encima tenía el mismo problema en los ojos que el enigmático de Luciel: heterocromía. Solo que en su caso los ojos eran azul y amarillo. «¿Cuanta gente puede poseer esa malformación en los ojos? ¿Y cuál es la probabilidad de que me encuentre con dos de esas personas en un mismo día?» se preguntó antes de que el alcohol pudiera afectarle al cerebro. Aquello no le gustaba. Para colmo, al fijarse en la estatura del hombre y en su también llamativa compañera, se dio cuenta de que eran las mismas personas que se había encontrado al separarse del maldito pulpo. Aquello le gustaba menos. «¿Me estarán siguiendo? No puede ser, ¿no?»
Rápidamente se movió al lado del gilipollas con mostacho. Le pasó el brazo por los hombros y fingió una conversación casual y amistosa. Su objetivo real era disimular mientras ponía la oreja para escuchar a la pareja recién llegada, además de vigilarlos por el rabillo del ojo por si realizaban alguna acción sospechosa.
—Oye, amigo. La noche se está animando y hace frío ahí fuera —diría como si se tratara de un amigo de toda la vida—. ¿Por qué no invitamos a los guardias de la fábrica? Deben de tener las pelotas congeladas.—. Se rio de su propio chiste, aunque únicamente lo hizo por interpretar su papel. Sabía que afuera no había guardias, pero resultaba tan sospechoso como la propia presencia del hombre del ojos dispares. Si se hacía el tonto, tal vez pudiera conseguir respuestas. Tal vez.
—¿Qué has dicho, bigotitos? —exclamó furioso. Se giró hacia ese hombre, dejando la barra a un lado y dándole la espalda a la señora que no había dejado de mirarle desde que había entrado; le daba grima—. Dame ese vaso, coño. —Le arrebató el vaso de la mano al camarero y se lo bebió todo de un solo trago.
¿Pero qué coño llevaba aquel licor? Al principio resultó agradable; le calentaba la garganta y bajaba fácil. Pero en un instante el largo trago de frío líquido se convirtió en un riachuelo de lava que descendía por su garganta y parecía no tener fin. La espantosa sensación de ardor le recorrió todo el tracto digestivo, dejándole un sabor amargo y desagradable en la boca. Sus ojos se volvieron piscinas acuosas y su rostro adoptó un tono más rojizo. Sí, era la primera vez que bebía vodka. Roland no era ameno a las bebidas alcohólicas, pero rara vez pasaba de una cerveza, y aquello le había pillado por sorpresa.
—¡AHHHHHHHHHHH! —gritó por necesidad—. ¡Tomad esa, cabrones! ¿Quién no es un hombre? ¿Eh, eh?
Tras el espectáculo que habían montado por un puñetero vaso de leche, Roland se percató de la presencia de una pareja que había entrado al local. Aquel hombre le sonaba de algo... ¿Pero de qué? Iba bien vestido, casi se podía decir que desentonaba en aquel lugar repleto de borrachos y juerguistas. Y encima tenía el mismo problema en los ojos que el enigmático de Luciel: heterocromía. Solo que en su caso los ojos eran azul y amarillo. «¿Cuanta gente puede poseer esa malformación en los ojos? ¿Y cuál es la probabilidad de que me encuentre con dos de esas personas en un mismo día?» se preguntó antes de que el alcohol pudiera afectarle al cerebro. Aquello no le gustaba. Para colmo, al fijarse en la estatura del hombre y en su también llamativa compañera, se dio cuenta de que eran las mismas personas que se había encontrado al separarse del maldito pulpo. Aquello le gustaba menos. «¿Me estarán siguiendo? No puede ser, ¿no?»
Rápidamente se movió al lado del gilipollas con mostacho. Le pasó el brazo por los hombros y fingió una conversación casual y amistosa. Su objetivo real era disimular mientras ponía la oreja para escuchar a la pareja recién llegada, además de vigilarlos por el rabillo del ojo por si realizaban alguna acción sospechosa.
—Oye, amigo. La noche se está animando y hace frío ahí fuera —diría como si se tratara de un amigo de toda la vida—. ¿Por qué no invitamos a los guardias de la fábrica? Deben de tener las pelotas congeladas.—. Se rio de su propio chiste, aunque únicamente lo hizo por interpretar su papel. Sabía que afuera no había guardias, pero resultaba tan sospechoso como la propia presencia del hombre del ojos dispares. Si se hacía el tonto, tal vez pudiera conseguir respuestas. Tal vez.
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Rechazado, algo nada nuevo para el pulpo. Acostumbrado al frío emocional, Kaito deambuló siguiendo las huellas del felino en la nieve. Afortunadamente para él no nevaba, pero pronto el clima se tornó brumoso y el rastrear las marcas tras el manto de niebla se volvió una tarea más complicada, una que requería más tiempo. Un tiempo ideal para pensar.
Mas la pequeña mujer, quizás demasido pequeña para incluso ser llamada así, le sacó de su ensimismamiento y le hizo deslizar sus ventosas impacientes sobre el gatillo del arma. La edad de aquella muchacha la dejaba en un pequeño limbo sobre las razones por las que podía estar o no en la calle, pero sus habilidades hablaban por sí solas. Mentiríamos si dijeramos que no pensó en matarla, pero por razones que no importaban mucho pese a que le definieran como un burdo cobarde. Mas fueron las mismas las que le hicieron cambiar de opinión, el tiempo suficiente para escuchar lo que tenía que decir.
—¿Perdiendo el tiempo? —masculló nada más se da la vuelta, casi nunca había sido capaz de silenciar lo que pensaba pese a que, seguramente, pudiera aún escucharle—. La cría debiendo estar en la cama y yo queriendo estarlo. Manda narices la cosa.
Pero no la siguió, ni le pegó una colleja por muchas ganas que tuviera de hacerlo. Aquello, por supuesto, no se debía a los colores casi venenosos de su aspecto, ni a la lindeza que en su mente se tornaba en un profundo asco, si no porque aquella cría estaba al cuidado de una bestia que, si bien seguro no le importaba mucho, no dudaría en vengar cualquier daño que -en verdad- era un desprestigio imperdonable.
Con ello el pulpo volvió a lo suyo, pues pese a la advertencia no iba a poner un pie -y por ende un rastro- en la nieve que rodeaba la fábrica sin usar los huecos que ya habían dejado los del gato. ¿Responsabilidad de algo que hiciera el minino? No, gracias.
Mas la pequeña mujer, quizás demasido pequeña para incluso ser llamada así, le sacó de su ensimismamiento y le hizo deslizar sus ventosas impacientes sobre el gatillo del arma. La edad de aquella muchacha la dejaba en un pequeño limbo sobre las razones por las que podía estar o no en la calle, pero sus habilidades hablaban por sí solas. Mentiríamos si dijeramos que no pensó en matarla, pero por razones que no importaban mucho pese a que le definieran como un burdo cobarde. Mas fueron las mismas las que le hicieron cambiar de opinión, el tiempo suficiente para escuchar lo que tenía que decir.
—¿Perdiendo el tiempo? —masculló nada más se da la vuelta, casi nunca había sido capaz de silenciar lo que pensaba pese a que, seguramente, pudiera aún escucharle—. La cría debiendo estar en la cama y yo queriendo estarlo. Manda narices la cosa.
Pero no la siguió, ni le pegó una colleja por muchas ganas que tuviera de hacerlo. Aquello, por supuesto, no se debía a los colores casi venenosos de su aspecto, ni a la lindeza que en su mente se tornaba en un profundo asco, si no porque aquella cría estaba al cuidado de una bestia que, si bien seguro no le importaba mucho, no dudaría en vengar cualquier daño que -en verdad- era un desprestigio imperdonable.
Con ello el pulpo volvió a lo suyo, pues pese a la advertencia no iba a poner un pie -y por ende un rastro- en la nieve que rodeaba la fábrica sin usar los huecos que ya habían dejado los del gato. ¿Responsabilidad de algo que hiciera el minino? No, gracias.
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Reino de Russuam. Es de noche.
Tiempo: Noche nublada, 1°C.
Condiciones atmosféricas: Neblina moderada
Tiempo: Noche nublada, 1°C.
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- Oppen:
- Estás borracho.
Eres una de esas personas que jamás bebe, sino que pide leche en una jodida taberna. El chupito de vodka puro te ha pegado más de lo que tú crees. Sientes que se te afloja la sonrisa y todo parece más divertido que antes. Todavía no estás mareado ni tienes los sentidos distorsionados, pero por algo se empieza. Al menos has conseguido alegrar a los hombres que se amontonan a tu alrededor. Unos van hasta arriba, otros tienen los ojos rojos y otros… Bueno, huelen a vómito. “Bigotitos” te ofrece otro trago y estaría mal rechazarlo.
—¿Guardias? ¡Ja, pero si estamos todos aquí, hermano! —te responde uno de ellos con una amplia sonrisa—. Siempre nos pasamos después del trabajo. Además, ¿quién va a querer entrar a la fábrica?
Puedes hacer más preguntas, reunir información o encontrar una manera de infiltrarte en la fábrica, aprovechando que los guardias están bebiendo en la taberna. En cualquier caso, puedes ver de reojo que la pareja abandona su lugar y atraviesa la puerta trasera. ¿Serán trabajadores del lugar…? Igual a ti no te importa porque tú lo que quieres es… ¡Boom! ¡Explosiones! ¿Verdad?
—¿Crees que la señorita Milena por fin se case con el señor Raymond! ¡Hacen tan buena pareja! Es lo que necesita el-
—¡Oye! No hables tan fuerte. Como sea, hacen una buena pareja… ¡Ay, quiero que se casen! ¿Crees que nos inviten?
Menuda conversación, ¿eh? Igual la señorita Milena y el señor Raymond te importan lo mismo que un mono. Ya me contarás cuánto te gustan los monos.
- Kaito:
- Te ha llegado un aviso para que comiences a trabajar, por lo que yo te aconsejaría que lo comenzaras a hacer. ¿Crees que esta gente te ha convocado porque les caes bien? Recuerda tu posición, amigo mío, recuérdala porque no habrá un segundo aviso. Y, si algo tienes que saber de Luciel, es que en ocasiones contadas con los dedos de una mano otorga segundas oportunidades.
Si sabes hacia dónde se dirige el minino, ¿por qué no vas a buscarle? Oh, espera. ¿Cómo pretendes hacer lo que sea que quieres hacer si es que no te acercas a la fábrica? Porque, si mal no recuerdo, a ti y a Oppenheimer se les ha dado una instrucción bastante clara. ¿No puedes seguir unas simples órdenes? ¿O no quieres? Permíteme hacerte un recordatorio: dentro de tres días un cargamento de armas saldrá de la fábrica de vodka. En principio, tu objetivo es destruir esta o impedir que salga de la ciudad. Sin embargo, no lo harás si continúas tomando precauciones donde no las hay que tomar.
Dime, ¿qué pretendes hacer? Permíteme ayudarte en tu camino.
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—Jodida niebla—se quejó el pulpo.
Estaba tardando demasiado en seguir el rastro de su presa, y con otra aún mayor mordiéndole los talones con dientes que bien podrían ser de leche, finalmente se vio obligado a tomar una horrorosa decisión. Las huellas iban para la fábrica, claro, y eso estaba más que impertérrito desde el principio teniendo en cuenta la impulsividad del gato, y aunque él no quería adelantarse debía distanciarse de la sombra que ya le había amenazado. Así pues, Kaito puso rumbo a la fábrica no sin antes echar la mano al bolsillo para comprobar que su mente no le traicionaba. Tras refrescar su plan con el dibujo que volvió a quedar guardado en su lugar, el pelirrojo deambuló por la zona buscando pistas sobre el paradero del felino y sobre las verdaderas defensas -y no aquellas que quedaban simplemente en papel- del lugar que guardaba el secreto de uno de los mejores licores que había probado.
—Ojalá hagan visitas guiadas.
Estaba tardando demasiado en seguir el rastro de su presa, y con otra aún mayor mordiéndole los talones con dientes que bien podrían ser de leche, finalmente se vio obligado a tomar una horrorosa decisión. Las huellas iban para la fábrica, claro, y eso estaba más que impertérrito desde el principio teniendo en cuenta la impulsividad del gato, y aunque él no quería adelantarse debía distanciarse de la sombra que ya le había amenazado. Así pues, Kaito puso rumbo a la fábrica no sin antes echar la mano al bolsillo para comprobar que su mente no le traicionaba. Tras refrescar su plan con el dibujo que volvió a quedar guardado en su lugar, el pelirrojo deambuló por la zona buscando pistas sobre el paradero del felino y sobre las verdaderas defensas -y no aquellas que quedaban simplemente en papel- del lugar que guardaba el secreto de uno de los mejores licores que había probado.
—Ojalá hagan visitas guiadas.
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—¡Pues claro que sí, compadre! —dijo Roland aceptando otra invitación entre carcajadas.
El calor invadía su cuerpo, haciendo que el frío pareciera cada vez más un sueño. La taberna parecía volverse cada vez más agradable; las risas, sus amigas de toda la vida. Los hombres que no paraban de beber eran amables, considerados y graciosos. De haber sabido lo que significaba tener un hogar, se habría sentido como en casa. Tal vez la bebida hubiera tenido algo que ver, tal vez no, pero aquel lugar apacible resultaba tan acogedor que el ex-agente casi tenía ganas de quedarse allí a vivir. Casi.
Cada vez que le invitaban a un trago, bebía. En parte para demostrar que era un hombre, en parte porque comenzaba a pillarle el gusto a aquella sensación y en parte para integrarse. Descubrir que cada noche todos los guardias se reunían allí había resultado algo realmente útil, y no pensaba dejar escapar aquella oportunidad. Todo parecía ir sobre ruedas, y se sentía mejor que nunca.
—Oh, yo que sé —respondió al guardia—. Si es un fábrica de vodka, cualquier borrachuzo, digo yo. Aunque supongo que tendréis un buen sistema de seguridad para evitar eso. Es muy importante proteger el vodka, ¿no? —dijo, levantando un vaso que no sabía de donde había salido y dando un largo trago para echar una sonora carcajada.
De reojo pudo observar cómo la extraña pareja salía por una puerta trasera, que seguramente comunicaba con la cocina o algún almacén. Quizás no le estaban siguiendo y todo resultaba ser una simple casualidad. Si así era, mejor. Un motivo menos para preocuparse. Prefería centrarse en la conversación con los guardias. Hablaban de dos personas que hacían buena pareja, pero parecía reservarse detalles. Aquello olía a secreto, y aunque Roland no era muy dado a los cotilleos, sí que odiaba que le excluyeran de ellos.
—¡Camarero! —exclamó por lo alto, pasando los brazos por los hombres que estaban chismorreando—. Dos vasos más de esa mierda para mis colegas aquí presentes. Y otra para mí. —Esperaba que con la bebida se les soltase la lengua—. Y qué, ¿qué pasa con esa parejita, mis compas?
Respondieran o no, seguiría bebiendo con esa gente, intentando obtener toda la información posible. Hizo preguntas inocentes entre risas y fiestas, como si fuera un forastero curioso que no supiera nada de nada pero quisiera aprender. Invitó a más de una ronda para ganarse la confianza de aquel grupo y reía todas sus gracias buscando que bajaran la guardia. A ratos, preguntaba cosas tales cómo "¿Y estos son todos los guardias?" o "Tiene que ser un trabajo apasionante, ¿verdad que sí?". Toda información era más que bienvenida.
—Oye —dijo mientras hablaba con Bigotitos en un punto de la noche—, ¿crees que sería posible que entrara a trabajar en esa fábrica? —No sabía de dónde había salido aquella idea, quizás fuera causa del alcohol, pero le pareció una buena idea—. Llevo poco en la isla y encontrar trabajo no es fácil. ¿Qué me dices?
El calor invadía su cuerpo, haciendo que el frío pareciera cada vez más un sueño. La taberna parecía volverse cada vez más agradable; las risas, sus amigas de toda la vida. Los hombres que no paraban de beber eran amables, considerados y graciosos. De haber sabido lo que significaba tener un hogar, se habría sentido como en casa. Tal vez la bebida hubiera tenido algo que ver, tal vez no, pero aquel lugar apacible resultaba tan acogedor que el ex-agente casi tenía ganas de quedarse allí a vivir. Casi.
Cada vez que le invitaban a un trago, bebía. En parte para demostrar que era un hombre, en parte porque comenzaba a pillarle el gusto a aquella sensación y en parte para integrarse. Descubrir que cada noche todos los guardias se reunían allí había resultado algo realmente útil, y no pensaba dejar escapar aquella oportunidad. Todo parecía ir sobre ruedas, y se sentía mejor que nunca.
—Oh, yo que sé —respondió al guardia—. Si es un fábrica de vodka, cualquier borrachuzo, digo yo. Aunque supongo que tendréis un buen sistema de seguridad para evitar eso. Es muy importante proteger el vodka, ¿no? —dijo, levantando un vaso que no sabía de donde había salido y dando un largo trago para echar una sonora carcajada.
De reojo pudo observar cómo la extraña pareja salía por una puerta trasera, que seguramente comunicaba con la cocina o algún almacén. Quizás no le estaban siguiendo y todo resultaba ser una simple casualidad. Si así era, mejor. Un motivo menos para preocuparse. Prefería centrarse en la conversación con los guardias. Hablaban de dos personas que hacían buena pareja, pero parecía reservarse detalles. Aquello olía a secreto, y aunque Roland no era muy dado a los cotilleos, sí que odiaba que le excluyeran de ellos.
—¡Camarero! —exclamó por lo alto, pasando los brazos por los hombres que estaban chismorreando—. Dos vasos más de esa mierda para mis colegas aquí presentes. Y otra para mí. —Esperaba que con la bebida se les soltase la lengua—. Y qué, ¿qué pasa con esa parejita, mis compas?
Respondieran o no, seguiría bebiendo con esa gente, intentando obtener toda la información posible. Hizo preguntas inocentes entre risas y fiestas, como si fuera un forastero curioso que no supiera nada de nada pero quisiera aprender. Invitó a más de una ronda para ganarse la confianza de aquel grupo y reía todas sus gracias buscando que bajaran la guardia. A ratos, preguntaba cosas tales cómo "¿Y estos son todos los guardias?" o "Tiene que ser un trabajo apasionante, ¿verdad que sí?". Toda información era más que bienvenida.
—Oye —dijo mientras hablaba con Bigotitos en un punto de la noche—, ¿crees que sería posible que entrara a trabajar en esa fábrica? —No sabía de dónde había salido aquella idea, quizás fuera causa del alcohol, pero le pareció una buena idea—. Llevo poco en la isla y encontrar trabajo no es fácil. ¿Qué me dices?
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- Seños Huellas:
- A pesar de la niebla, sigues el rastro de Oppenheimer y efectivamente te conducen a la fábrica. Puedes ver una enorme pared con un peligroso cerco eléctrico. Puedes echar un vistazo si asomas la cabeza, descubriendo un montón de edificios del cual, como poco, deducirás que uno es el almacén y otro la destilería. Incluso puede que uno sea el edificio administrativo. Para saber más tendrás que encontrar la manera de entrar. Por cierto, ¿no notas que el interior de la fábrica está muy… silencioso? Vale, es de noche, hace frío y hay niebla, pero ninguna conversación interrumpe tus pensamientos. Si sigues las huellas del gato, acabarás frente a una taberna que desprende un ambiente cálido. Y no es cualquier taberna, sino la de la propia fábrica. Sin embargo, antes de que decidas entrar o no…
—¿Estás perdido, muchacho?
Si llegas a darte vuelta tras escuchar esa poderosa y profunda voz, verás a un hombre gigantesco de por lo menos unos tres metros. Cabellos negros y ojos celestes, nariz gruesa y expresión severa como si nunca se hubiera reído en la vida. Lleva una armadura plateada con una capa roja, así que no te cuesta deducir que es un soldado del reino. Espada envainada a la altura de la cintura y, lo más importante, va encima de un oso con armadura. No es que hayas consumido alguna droga o algo, estás viendo a un hombre montado encima de un oso blanco y tan imponente que a cualquiera le darían ganas de salir corriendo.
—A pesar de la neblina te he visto un poco desorientado. Eres nuevo en la ciudad, ¿verdad? —El hombre se baja del oso y camina hacia ti—. Soy Draco y este es Vodgor. Puede dar un poco de miedo, pero es amable. —Si intentas acariciarle, probablemente te arranque la mano. Igual los de Russuam tienen un concepto distinto de amabilidad—. Si estás buscando un lugar donde quedarte, conozco uno muy bueno. Además, la comida de Lara es la mejor de todo el reino.
Draco es… Bueno, parece un hombre peligroso, pero ha resultado ser muy amable y, si usas mantra en él para ver sus intenciones, descubrirás que te está ayudando porque es buenito. Ahora, no estás obligado a acompañarle y frente a ti se encuentra una taberna ruidosa en donde podrías conseguir información.
- El Copas:
- Pronto sabrás lo que es bueno, estimado, pronto lo sabrás… Por el momento, te dedicas a emborracharte con tus nuevos camaradas. Si cierras los ojos, verás la nada. Eso es tu vida sin tus camaradas. Uno de ellos coge el acordeón y otro el tambor, incluso puedes ver uno que tiene unos platillos. No tardan en montar tremendo festival mientras cantan un himno que enaltece tu corazón. Por culpa de la música ahora quieres salir a la calle, levantar una barricada y beber vodka mientras peleas por la Revolución.
—¡Se nota que… hic… eres extranjero, camarada! Tú… hic… abre el grifo de cualquier casa y… hic… ¡Puto hipo de mierda! Hic… Abre el grifo y saldrá… hic… vodka.
Apenas el hombre termina de hablar, se vomita los pantalones. Tiene los ojos desorbitados y huele mal, pero nada le importa porque coge la botella y se la echa a la boca mientras sus compañeros le celebran todo. Hasta se ponen a bailar un típico baile del reino. Aquí no importa la gravedad, los hombres todo lo pueden con sus maravillosos movimientos de pierna que hasta te dan ganas de intentarlo. Dudo que lo quieras hacer porque, bueno, parece mejor idea preguntarle qué pasa a esos dos de ahí.
Sonríen contentos cuando ven las copas llegar y te miran, medio desorientados.
—La señorita que acaba de entrar a esa habitación —el hombre te señala una puerta entreabierta— es Milena, ¡la más guapa de todo el reino! Es la única que sabe cómo llevar el carácter del jefe.
—¡Oye! No hables más del señor Raymond. Es buena persona, pero a veces es un poco agresivo —te dice el otro y luego le da un sorbo al vaso.
Tampoco dirán demasiado. O bien no saben, o bien solo son unas cotorras asquerosas. De pronto, se te acerca el que se vomitó en los pantalones y pasa su brazo sobre tu hombro. Está demasiado cerca tuyo y puedes olerlo, aunque como vas borracho te da igual. Derrama un poco de vodka en tus pantalones y sonríe, medio tonto.
—Camarada, ¿cómo te llamas? —te pregunta—. Ellos creen que te llamas Branko. Yo les dije que no, que eres Yenko.
—Pero qué dices, cara culo, si tú eres Yenko —interviene al que le preguntaste sobre la parejita.
—¡Pero puede haber dos Yenko!
—No le veo fallos a su lógica —termina respondiendo y se encoge de hombros. De pronto, la música se vuelve aún más frenética—. ¡Bailemos!
Los hombres se levantan de sus asientos y forman un círculo en la taberna para ponerse a bailar. Si no te resistes, acabarán involucrándote y pronto terminarás en el centro. O bien bailas, o pasas la vergüenza de tu vida. Lo bueno es que te fijas que la puerta de la habitación a la que entró la pareja está entreabierta. La gente está muy distraída, igual es un buen momento para colarse.
—¿Quieres trabajar? ¡Venga, mañana te recomiendo al jefe! —te dice Yenko, bailando como un loco.
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Kaito frunció el ceño ante el tiempo perdido. Aunque claro, aquello fue antes de reconsiderar que, efectivamente, las huellas que habiá empezado a seguir eran las mismas que habían llegado hasta allí. Contentándose con aquel poco contento, aunque en cierta manera la dosis lo hacía un manjar, el pulpo que había conseguido identificar al menos la destileria por su cañería exterior se quedó frente a la taberna.
Por su mente pasaban todo tipo de preguntas, pero entre ellas la más clave era la de "¿Por qué hay un bar en la fábrica?" a la cual, desde luego, le asignaba sin seguridad alguna toda clase de respuestas posibles. Que sí, que tener adictos trabajando para uno era una buena base de todo trabajo de drogas, pero la fiabilidad de estos... Bueno, quizás solo bebieran fuera de las horas de trabajo.
Cuando la potente voz habló a su espalda, recorriéndole, no sabía si antes o al mismo tiempo, un escalofrío, Kaito usó su sentido de las corrientes para hacerse a la idea de qué estaba tras de él antes de girarse. Los aromas de sus almas, afortunadamente, no le incitaron a hacerlo cortando todo tras él.
—No, no creo —dijo con los ojos entrecerrados de amabilidad. Un gesto que no tardó en abrirse con un increíble asombro—. ¡La mar, un oso del hielo!
Si bien sus ojos recorrieron al dúo, el guerrero no le pareció tan interesante. Agachándose algo, o, mejor dicho, enrollando algo más sus tentáculos para quedar a la altura del inmenso animal, Kaito se quedó observándolo mientras escuchaba, miraba y olía.
—Sí que soy un extranjero, Señor Draco, mi nombre es Kaito, aunque me conocen por muchos nombres más. Soy un empresario... ¿empresario? Bueno, un viajero de provecho ambulante —dijo, mirándole momentaneamente para extenderle una mano en gesto cordial antes de volverse su interés de nuevo a la criatura—. Así estás mejor, ¿eh? Si es que pesa mucho, ¿no? —le preguntó a la bestia sin necesidad de recibir contestación—. Siento llevar a uno de tus primos, pero tengo frío—añadió, extendiendo su palma hacia arriba, sin acercársela pero ofreciéndole esta posibilidad al animal—. Agradezco su ofrecimiento, señor Draco, pero estoy persiguiendo a un criminal... O bueno, supogno que alguien que golpea la propiedad del estado tiende a ser un criminal. Caminaba demasiado recto para ser un borracho, pero ha ido a otro bar, asi que... bien podría seguir siéndolo, y no estarlo. Antes empecé a pensar que quizás solo hubiera tenido una mala partida de cartas... pero... Hm.
Tras decir aquello y ver la actitud del animal para terminar de decidir si debiera fiarse de él o no, voltearía su cabeza hacia el enorme espadachín.
—¿Es usted un humano muy grande o un semigigante muy pequeño? Si no es molestia que le pregunte, claro. ¿Es soldado? Porque va de uniforme, ¿no? —Y tras una pausa en la que esperaba adueñarse de su atención por su anterior silencio en el que claramente omitía alguna información, continuaría—. ¿Y si entramos? Tengo un montonaco de frío.
Por su mente pasaban todo tipo de preguntas, pero entre ellas la más clave era la de "¿Por qué hay un bar en la fábrica?" a la cual, desde luego, le asignaba sin seguridad alguna toda clase de respuestas posibles. Que sí, que tener adictos trabajando para uno era una buena base de todo trabajo de drogas, pero la fiabilidad de estos... Bueno, quizás solo bebieran fuera de las horas de trabajo.
Cuando la potente voz habló a su espalda, recorriéndole, no sabía si antes o al mismo tiempo, un escalofrío, Kaito usó su sentido de las corrientes para hacerse a la idea de qué estaba tras de él antes de girarse. Los aromas de sus almas, afortunadamente, no le incitaron a hacerlo cortando todo tras él.
—No, no creo —dijo con los ojos entrecerrados de amabilidad. Un gesto que no tardó en abrirse con un increíble asombro—. ¡La mar, un oso del hielo!
Si bien sus ojos recorrieron al dúo, el guerrero no le pareció tan interesante. Agachándose algo, o, mejor dicho, enrollando algo más sus tentáculos para quedar a la altura del inmenso animal, Kaito se quedó observándolo mientras escuchaba, miraba y olía.
—Sí que soy un extranjero, Señor Draco, mi nombre es Kaito, aunque me conocen por muchos nombres más. Soy un empresario... ¿empresario? Bueno, un viajero de provecho ambulante —dijo, mirándole momentaneamente para extenderle una mano en gesto cordial antes de volverse su interés de nuevo a la criatura—. Así estás mejor, ¿eh? Si es que pesa mucho, ¿no? —le preguntó a la bestia sin necesidad de recibir contestación—. Siento llevar a uno de tus primos, pero tengo frío—añadió, extendiendo su palma hacia arriba, sin acercársela pero ofreciéndole esta posibilidad al animal—. Agradezco su ofrecimiento, señor Draco, pero estoy persiguiendo a un criminal... O bueno, supogno que alguien que golpea la propiedad del estado tiende a ser un criminal. Caminaba demasiado recto para ser un borracho, pero ha ido a otro bar, asi que... bien podría seguir siéndolo, y no estarlo. Antes empecé a pensar que quizás solo hubiera tenido una mala partida de cartas... pero... Hm.
Tras decir aquello y ver la actitud del animal para terminar de decidir si debiera fiarse de él o no, voltearía su cabeza hacia el enorme espadachín.
—¿Es usted un humano muy grande o un semigigante muy pequeño? Si no es molestia que le pregunte, claro. ¿Es soldado? Porque va de uniforme, ¿no? —Y tras una pausa en la que esperaba adueñarse de su atención por su anterior silencio en el que claramente omitía alguna información, continuaría—. ¿Y si entramos? Tengo un montonaco de frío.
Roland Oppenheimer
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¿Qué era aquello? No estaba seguro, no le sonaba de nada. Se sentía en armonía, en paz, y a la vez estaba en éxtasis. Su boca se torcía extrañamente formando una mueca poco habitual en sus labios. ¿Estaba sonriendo? ¿Estaba sonriendo de felicidad? No... ¿realmente estaba feliz? Sentía un agradable calor en el pecho y no era capaz de dejar de reír y sonreír. Una música extraña, desconocida para él hasta aquel instante, invadió su mente como el aire caliente que llena un globo aerostático. No sabía por qué, pero estaba disfrutando soberanamente al dejarse llevar por el acogedor ambiente, y en ese momento hubiera sido capaz de matar por cualquiera de sus compañeros de juerga.
—En ese caso —respondió a su compañero del hipo—, ¡abramos los grifos y brindemos por la amistad!
¿De verdad había dicho eso? Una parte de su cabeza seguía sin comprender qué estaba sucediendo, pero esta se hacía cada vez más pequeña, siendo opacada por una faceta de embriaguez y alcoholismo. Dejó de plantearse qué estaba pasando, qué estaba haciendo allí, y comenzó a disfrutar de verdad. Tal era la sensación de bienestar de aquel momento, que de encontrarse al pulpo le hubiera dado un abrazo y le hubiera pedido que le acompañara en la juerga.
—Ese es el espíritu —dijo, animando a su compañero tras vomitarse—, sigue así, ¡dalo todo en la pista de baile!
De no haber sido por la conversación con sus nuevos amigos, hubiera salido a bailar junto a Hipo Vomitivo y compañía. Al fin y al cabo ese baile no sería nada para alguien tan prodigioso como él. Pero se quedó bebiendo junto a los otros dos hombres, degustando el saber del vodka que se volvía más dulce con cada trago, y cotilleando. Los chismes se volvían más jugosos con un par de copas encima, y Oppen ya ni recordaba cuánto había bebido.
—Espera, espera, espera... —Detuvo la cháchara de sus compañeros alzando una mano. Aquella conversación le había hecho recordar el motivo de su visita al local, motivo que había ido olvidando con cada trago—. ¿Me estáis diciendo que ese hombre de ojos heteroloquesea es el jefe de la fábrica?
Le respondieran o no, se vio interrumpido por Hipo Vomitivo. De no haberse encontrado en aquel estado de felicidad ya le habría partido los dientes de un piñazo, pero en aquel momento le devolvió la sonrisa y le abrazó como si fuera su hermano.
—¡Pues claro! ¡Soy Yenko! ¡Yenko el Gentil! —«¿Pero qué cojones estoy diciendo?» se preguntaba la voz silenciosa de su cabeza—. Y también soy Yenko el Meneitos. !A bailar se ha dicho, mi gente!
Roland se dejó llevar. En sus veinticuatro años de vida no recordaba haber bailado canción alguna más allá de la danza de acero mortal, cuando entrenaba en el noble arte de la esgrima, pero en aquel instante siguió a sus camaradas hasta la pista de baile para convertirse en el alma de la fiesta. Sin darse cuenta, había acabado en el centro de de un corro formado por borrachos cantores y gente que apestaba a vómito y alcohol por igual, pero no le importaba. Se sentía acogido, e intentó imitarles usando los mismo movimientos de baile que había observado anteriormente. Su cuerpo poseía una agilidad portentosa, pero el alcohol había causado sus estragos y le hacía desequilibrarse. Aquel era un baile endemoniado, y si no se andaba con ojo perecería bajos sus garras.
Finalmente, hubiera hecho el ridículo o no, se fijó nuevamente en la puerta que había cruzado el jefe de la fábrica. Entonces pensó que podía ser una oportunidad ideal para cumplir su cometido. Lentamente se acercó a la puerta, aunque antes de llegar a esta se topó a Yenko de frente, bailando.
—¿En serio, camarada? —«¿No te detengas, atraviesa la puerta» ordenaba la poca racionalidad que le quedaba—. ¡Eso es fantástico! ¡Tómate otra a mi salud! —«QUE SIGAS AL PUÑETERO JEFE DE UNA VEZ, JODER» insistió su cabeza con dureza—. Enseguida te acompaño, tengo que hacer una cosa antes —dijo, haciendo caso a su racionalidad por primera vez en toda la noche.
Entonces, cuando hubo despachado a Yenko, se vio libre para ir detrás del tal señor Raymond. No sabía qué se encontraría tras la puerta, pero la atravesó tambaleante, intentando no hacer mucho ruido para no llamar la atención. Al cruzarla, buscaría con la mirada al jefe de la fábrica. Su objetivo en esta ocasión era muy simple: aprovechar su nueva faceta de borracho simpático para acercarse al dueño de la destilería e intentar usar sus habilidades como ladrón para robarle cualquier cosa que pudiera tener de utilidad, como las llaves de su fábrica. Eso si conseguía acercarse hasta él.
—Holaa —saludaría alegremente—. ¿Saben dónde está el baño? —preguntaría con total inocencia.
—En ese caso —respondió a su compañero del hipo—, ¡abramos los grifos y brindemos por la amistad!
¿De verdad había dicho eso? Una parte de su cabeza seguía sin comprender qué estaba sucediendo, pero esta se hacía cada vez más pequeña, siendo opacada por una faceta de embriaguez y alcoholismo. Dejó de plantearse qué estaba pasando, qué estaba haciendo allí, y comenzó a disfrutar de verdad. Tal era la sensación de bienestar de aquel momento, que de encontrarse al pulpo le hubiera dado un abrazo y le hubiera pedido que le acompañara en la juerga.
—Ese es el espíritu —dijo, animando a su compañero tras vomitarse—, sigue así, ¡dalo todo en la pista de baile!
De no haber sido por la conversación con sus nuevos amigos, hubiera salido a bailar junto a Hipo Vomitivo y compañía. Al fin y al cabo ese baile no sería nada para alguien tan prodigioso como él. Pero se quedó bebiendo junto a los otros dos hombres, degustando el saber del vodka que se volvía más dulce con cada trago, y cotilleando. Los chismes se volvían más jugosos con un par de copas encima, y Oppen ya ni recordaba cuánto había bebido.
—Espera, espera, espera... —Detuvo la cháchara de sus compañeros alzando una mano. Aquella conversación le había hecho recordar el motivo de su visita al local, motivo que había ido olvidando con cada trago—. ¿Me estáis diciendo que ese hombre de ojos heteroloquesea es el jefe de la fábrica?
Le respondieran o no, se vio interrumpido por Hipo Vomitivo. De no haberse encontrado en aquel estado de felicidad ya le habría partido los dientes de un piñazo, pero en aquel momento le devolvió la sonrisa y le abrazó como si fuera su hermano.
—¡Pues claro! ¡Soy Yenko! ¡Yenko el Gentil! —«¿Pero qué cojones estoy diciendo?» se preguntaba la voz silenciosa de su cabeza—. Y también soy Yenko el Meneitos. !A bailar se ha dicho, mi gente!
Roland se dejó llevar. En sus veinticuatro años de vida no recordaba haber bailado canción alguna más allá de la danza de acero mortal, cuando entrenaba en el noble arte de la esgrima, pero en aquel instante siguió a sus camaradas hasta la pista de baile para convertirse en el alma de la fiesta. Sin darse cuenta, había acabado en el centro de de un corro formado por borrachos cantores y gente que apestaba a vómito y alcohol por igual, pero no le importaba. Se sentía acogido, e intentó imitarles usando los mismo movimientos de baile que había observado anteriormente. Su cuerpo poseía una agilidad portentosa, pero el alcohol había causado sus estragos y le hacía desequilibrarse. Aquel era un baile endemoniado, y si no se andaba con ojo perecería bajos sus garras.
Finalmente, hubiera hecho el ridículo o no, se fijó nuevamente en la puerta que había cruzado el jefe de la fábrica. Entonces pensó que podía ser una oportunidad ideal para cumplir su cometido. Lentamente se acercó a la puerta, aunque antes de llegar a esta se topó a Yenko de frente, bailando.
—¿En serio, camarada? —«¿No te detengas, atraviesa la puerta» ordenaba la poca racionalidad que le quedaba—. ¡Eso es fantástico! ¡Tómate otra a mi salud! —«QUE SIGAS AL PUÑETERO JEFE DE UNA VEZ, JODER» insistió su cabeza con dureza—. Enseguida te acompaño, tengo que hacer una cosa antes —dijo, haciendo caso a su racionalidad por primera vez en toda la noche.
Entonces, cuando hubo despachado a Yenko, se vio libre para ir detrás del tal señor Raymond. No sabía qué se encontraría tras la puerta, pero la atravesó tambaleante, intentando no hacer mucho ruido para no llamar la atención. Al cruzarla, buscaría con la mirada al jefe de la fábrica. Su objetivo en esta ocasión era muy simple: aprovechar su nueva faceta de borracho simpático para acercarse al dueño de la destilería e intentar usar sus habilidades como ladrón para robarle cualquier cosa que pudiera tener de utilidad, como las llaves de su fábrica. Eso si conseguía acercarse hasta él.
—Holaa —saludaría alegremente—. ¿Saben dónde está el baño? —preguntaría con total inocencia.
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- El fan del oso de cocacola:
- —Soy un hombre que bebe leche todas las mañanas —responde y luego echa a reír—. Así que estás buscando a un criminal, ¿eh? Veo que te has embarcado en una noble misión, Kaito. Se suponía que esta noche jugaría con mi hermano, pero no puedo no ayudar a una persona que intenta hacer el bien. ¡Vamos, Vodgor, echémosle una mano!
Draco te da una palmadita en la espalda que de palmadita tiene poco y camina hacia la entrada de la taberna. El oso refunfuña y se echa ahí en la nieve a esperar a su maestro. Se le nota contento: por fin puede descansar un poco. En cualquier caso, el enorme hombre abre la puerta y te invita a pasar como a una damisela. No piensa que eres una, solo es que Draco tiene muy buenos modales.
El ambiente dentro de la taberna es alegre. Puedes ver a los humanos bailar y comer, sonreír y cantar. Unos beben en la barra y otros disfrutan del círculo del baile. Puedes tomar asiento donde tú quieras, aunque igual estaría bien que esperaras a tu acompañante. Si te giras, verás que Draco tiene que encorvarse para poder entrar. Y cuando lo hace la música se detiene, los hombres dejan de beber y las meseras corren hacia la barra. Es un momento de silencio absoluto, un momento de tensión y suspenso. ¿Por qué se han detenido? ¿Cómo es que se le quedan mirando como unos tontos? ¿Quién es este hombre? ¿Y qué hace masticando un trozo de charqui?
—Buenas noches, chicos, sigan en lo suyo —dice tras masticar y sin preocuparse lo más mínimo.
Entonces, los presentes hacen una reverencia y todos gritan al unísono:
—¡Buenas noches, príncipe Draco!
Tú eliges dónde sentarte y tu acompañante, el príncipe, parece un hombre dispuesto a hablar. Una vez elijas el asiento te preguntará cómo es el criminal al que estás buscando y por qué haces lo que haces. Por tu lado… Bueno, tener a un príncipe dispuesto a responder preguntas podría ser un punto a favor para ti.
- Yenko el notas:
- —¿Raymond? No, no, él no es el jefe de la fábrica, es el jefe de…
—¡Oye, que nos dijo el otro día que no lo dijéramos! Es un secreto, cállate la puta boca —le interrumpe el compañero. Si tienes intenciones de continuar tirando por aquí, no conseguirás mucho. Lo único que sabrás es que Raymond es un jefe, pero no sabes exactamente de qué ni lo que hace ahí.
Todo parece ir de maravillas, en serio. Jamás he visto a un gato borracho ni soy consciente de su tolerancia al alcohol, pero algo me dice que pronto terminarás deseando como nunca un excusado donde vomitar. En fin, vamos a lo que nos interesa: el almacén. Nadie te detiene cuando entras, de hecho, no hay nadie pendiente de ti ahora mismo. Tus palabras son bien recibidas por un absoluto silencio: no hay nadie en la habitación. A tu izquierda puedes ver que hay estanterías con cajas de cartón y otras de madera. Hay una escalera de metal apoyada en una de estas, varias botellas cerradas y una alfombra arrugada en el suelo. Frente a ti hay una pared con el suelo desgastado.
Bien, bien, ¿qué es lo que harás? Ten en cuenta que podrás revisar la estantería, la muralla, la escalera o la alfombra, pero solo dos cosas en un mismo post. ¿Y bien? ¿Descubrirás cómo Raymond y compañía han desaparecido sin dejar rastro?
Kaito Takumi
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Considerando que aquella respuesta le categorizaba como un hombre, aunque no uno nada común, Kaito zanjó aquel detalle del que se extendían mil y una preguntas sobre la condición genética humana. Lo cierto es que no le importaba en absoluto la quedada que había fastidiado, aunque sí lamentaba no conocer a qué maldito juego se jugaba tan tarde y con tanto puñetero frío.
Recibiendo el amistoso castañazo en su espalda, Kaito bendijo que tuviera suficientes patas como para haber frenado su inminente caída y se quejó por lo bajo de lo bruto de su acompañante.
—Lo que me faltaba a mí, otro como los gyojines. La mar...—refunfuñó presa del daño—. Te compadezco, Vogdor —terminó diciéndole de corazón al úrsido echado antes de seguir la invitación del hombretón—. Gracias, pero para otra vez casi que preferiría que dejaras en paz mi columna...—dijo el amargado del pelirrojo con molestia, observando el festivo paronama tras el umbral a medida que continuaba su frase.
La fiesta se fue apagando tras hacerlo su voz, ahogándose con la misma presión que el ningyo ya casi notaba en la garganta como un desagradable nudo. Sólo alguien tan bocazas como él, que no malintencionado, podría haberle hablado así a un príncipe. A uno capaz de borrar el jolgorio del rostro de los borrachos, no menos, sacándoles del pecho a todos y cada uno de los presentes un formal saludo.
—Puto frío...—maldijo el sireno, arrastrándose hasta un lugar libre cerca del fuego en el que sus penas fueran menores en número.
Al llegar se desembarazó con cuidado de su pesada carga y abrió el abrigo de cara al fuego para abrazar con todo su extraño ser aquel bendito calor. Con la vista fija en el crepitar de las llamas escondidas en la lumbre, escuchó las rápidas e importantes preguntas del príncipe Draco. Aquel peludo hombretón, pese a la cantidad que cubría su cuerpo, no tenía ni uno de tonto... o quizás demasiados. Cauto, sobretodo tras una metedura de tentáculo, Kaito cerró su abrigo tomando la bocanada de calor bajo su manto antes de tomar asiento.
—Pues debe ser alguien más o menos normal, y eso es lo peligroso. Huellas de tamaño estándard para alguien capaz de doblar una farola de un golpe... Claro que hay muchos tiarrones que tienen los pies pequeños...—comentó mientras giraba la silla, poniéndola al revés y inclinándola sobre la mesa para tumbar su vientre sobre esta como una sobre la mar—. La segunda pregunta no sé bien cómo contestarla...—dijo, con la mirada perdida y los ojos cerrándose para permitirse disfrutar aún mas del calor que había robado—. Supongo que estoy enfadado y quiero pagar con alguien mis frustraciones, ¿con quién mejor que alguien que se lo merezca?
Pura verdad, toda ella. Y vaya si se lo merecía...
—¿Cuáles crees que son las posibilidades de que estemos los dos aquí, Draco? Dos príncipes sentados uno frente al otro, tan, pero tan diferentes. La gracia es que hace más bien poco que lo soy, o que sé que lo soy dado lo vano del título, y no deja de hacérseme raro. ¿Tu hermano no será gemelo, no? Porque ya sería el colmo del colmo. ¿Y a qué puñetas se juega tan tarde con tantísimo puto frío? Y a todo esto, ¿estáis con el ejército revolucionario o con el gobierno? A cada quién que pregunto me dice una cosa, o peor, no me dicen nada.
Recibiendo el amistoso castañazo en su espalda, Kaito bendijo que tuviera suficientes patas como para haber frenado su inminente caída y se quejó por lo bajo de lo bruto de su acompañante.
—Lo que me faltaba a mí, otro como los gyojines. La mar...—refunfuñó presa del daño—. Te compadezco, Vogdor —terminó diciéndole de corazón al úrsido echado antes de seguir la invitación del hombretón—. Gracias, pero para otra vez casi que preferiría que dejaras en paz mi columna...—dijo el amargado del pelirrojo con molestia, observando el festivo paronama tras el umbral a medida que continuaba su frase.
La fiesta se fue apagando tras hacerlo su voz, ahogándose con la misma presión que el ningyo ya casi notaba en la garganta como un desagradable nudo. Sólo alguien tan bocazas como él, que no malintencionado, podría haberle hablado así a un príncipe. A uno capaz de borrar el jolgorio del rostro de los borrachos, no menos, sacándoles del pecho a todos y cada uno de los presentes un formal saludo.
—Puto frío...—maldijo el sireno, arrastrándose hasta un lugar libre cerca del fuego en el que sus penas fueran menores en número.
Al llegar se desembarazó con cuidado de su pesada carga y abrió el abrigo de cara al fuego para abrazar con todo su extraño ser aquel bendito calor. Con la vista fija en el crepitar de las llamas escondidas en la lumbre, escuchó las rápidas e importantes preguntas del príncipe Draco. Aquel peludo hombretón, pese a la cantidad que cubría su cuerpo, no tenía ni uno de tonto... o quizás demasiados. Cauto, sobretodo tras una metedura de tentáculo, Kaito cerró su abrigo tomando la bocanada de calor bajo su manto antes de tomar asiento.
—Pues debe ser alguien más o menos normal, y eso es lo peligroso. Huellas de tamaño estándard para alguien capaz de doblar una farola de un golpe... Claro que hay muchos tiarrones que tienen los pies pequeños...—comentó mientras giraba la silla, poniéndola al revés y inclinándola sobre la mesa para tumbar su vientre sobre esta como una sobre la mar—. La segunda pregunta no sé bien cómo contestarla...—dijo, con la mirada perdida y los ojos cerrándose para permitirse disfrutar aún mas del calor que había robado—. Supongo que estoy enfadado y quiero pagar con alguien mis frustraciones, ¿con quién mejor que alguien que se lo merezca?
Pura verdad, toda ella. Y vaya si se lo merecía...
—¿Cuáles crees que son las posibilidades de que estemos los dos aquí, Draco? Dos príncipes sentados uno frente al otro, tan, pero tan diferentes. La gracia es que hace más bien poco que lo soy, o que sé que lo soy dado lo vano del título, y no deja de hacérseme raro. ¿Tu hermano no será gemelo, no? Porque ya sería el colmo del colmo. ¿Y a qué puñetas se juega tan tarde con tantísimo puto frío? Y a todo esto, ¿estáis con el ejército revolucionario o con el gobierno? A cada quién que pregunto me dice una cosa, o peor, no me dicen nada.
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Nunca había bebido tanto como aquella noche, y no estaba seguro de lo que podría ocurrir, pero se dio cuenta de que algo no iba bien cuando se quedó hablando solo en aquella habitación vacía. Se trataba de un almacén lleno de trastos inútiles, pero su mente no estaba tan borrosa como para no percatarse de que allí había gato encerrado. ¿Ninguna salida y el suelo desgastado al lado de una pared? Hasta el tonto de Omega sabría que significaba aquello. O tal vez no, pero el tarado de Kaito seguro que sí.
Se paró un momento a observar a su alrededor. Si tenía enfrente suyo un pasadizo secreto, tendría que haber algún mecanismo que lo activase. Así, con paso torpe y tambaleante se dirigió a su izquierda, realizando movimientos abruptos e innecesarios.
—Bueno, si yo fuera la llave de un pasadizo secreto, ¿dónde me escondería? —se preguntó en voz alta—. Vaya mierda todo, más vale que esto valga la pena...
Empezó a rebuscar en el lugar más obvio: la estantería. Gracias a su conocimientos como espía, sabía que los pasadizos más comunes solían activarse al mover los objetos de las baldas. Normalmente eran libros, las cajas de las estanterías podían realizar la misma función.
Mientras rebuscaba entre las cajas, se le ocurrió una idea. Activó el haki de observación, intentando localizar a la pareja que se había internado en el pasadizo, para intentar calcular a qué distancia se encontraban. Aquello tal vez le diera alguna pista sobre el túnel secreto que le ayudara a encontrar el mecanismo de apertura.
Finalmente, si entre las estanterías, después de haber movido y rebuscado entre todas las cajas no encontraba nada, posaría la mirada sobre la alfombra. Estaba arrugada, lo cuál podía significar que alguien la había movido y, con las prisas, no había vuelto a colocarla como debía. ¿Y si debajo de la tela se ocultaba algo? No perdía nada por comprobarlo.
Finalmente, entre búsquedas y vaivenes, Roland comenzó a sentirse maltrecho y alicaído. La cabeza le daba vueltas y le costaba centrarse en sus actos. El sonido de fondo de la taberna le llegaba distorsionado a los oídos, y tenía claro que algo en su estómago no iba bien. La sensación era similar a cuando sentía las bolas de pelo, pero aún peor. Cuando terminara de investigar el lugar, se adentraría en su Dimensión Reflejo a echar una pequeña cabezada. Hasta los mejores necesitaban hacerlo de vez en cuando.
Se paró un momento a observar a su alrededor. Si tenía enfrente suyo un pasadizo secreto, tendría que haber algún mecanismo que lo activase. Así, con paso torpe y tambaleante se dirigió a su izquierda, realizando movimientos abruptos e innecesarios.
—Bueno, si yo fuera la llave de un pasadizo secreto, ¿dónde me escondería? —se preguntó en voz alta—. Vaya mierda todo, más vale que esto valga la pena...
Empezó a rebuscar en el lugar más obvio: la estantería. Gracias a su conocimientos como espía, sabía que los pasadizos más comunes solían activarse al mover los objetos de las baldas. Normalmente eran libros, las cajas de las estanterías podían realizar la misma función.
Mientras rebuscaba entre las cajas, se le ocurrió una idea. Activó el haki de observación, intentando localizar a la pareja que se había internado en el pasadizo, para intentar calcular a qué distancia se encontraban. Aquello tal vez le diera alguna pista sobre el túnel secreto que le ayudara a encontrar el mecanismo de apertura.
Finalmente, si entre las estanterías, después de haber movido y rebuscado entre todas las cajas no encontraba nada, posaría la mirada sobre la alfombra. Estaba arrugada, lo cuál podía significar que alguien la había movido y, con las prisas, no había vuelto a colocarla como debía. ¿Y si debajo de la tela se ocultaba algo? No perdía nada por comprobarlo.
Finalmente, entre búsquedas y vaivenes, Roland comenzó a sentirse maltrecho y alicaído. La cabeza le daba vueltas y le costaba centrarse en sus actos. El sonido de fondo de la taberna le llegaba distorsionado a los oídos, y tenía claro que algo en su estómago no iba bien. La sensación era similar a cuando sentía las bolas de pelo, pero aún peor. Cuando terminara de investigar el lugar, se adentraría en su Dimensión Reflejo a echar una pequeña cabezada. Hasta los mejores necesitaban hacerlo de vez en cuando.
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- Minino de pedo:
- Siento decirte que ninguna pared se mueve. Bueno, sí, se mueven todas, pero eso es por tu tasa de alcohol en sangre. Aun así, nunca está de más dejar el despacho del enemigo lleno de libros tirados y pisoteados. No les des tregua, amigo.
Mientras estás trasteando por ahí, oyes algo a tus espaldas. ¡Dios mío, ¿qué es eso?! Ah, nada, es la puerta. La puerta del despacho en el que te has colado. Por segunda vez en cinco minutos, un tío feo, peludo y borracho entra en la habitación. Lleva puesto su mono de trabajo, todo suciedad sobre un fondo azul, pero con la parte superior desabrochada y dejada caer sobre su cintura. Se cubre el torso con una camiseta blanca, lo más sencillo de lo sencillo, y una cadena de la que cuelgan un montón de chapitas de metal. Aunque vas demasiado pedo para distinguir lo que dicen.
Oh, sí, y tiene una pata de palo.
-Mierda, está ocupado -balbucea con el acento típico de Vodkalandia-. ¿Vas para largo, amigo?
Parece que le da igual, porque el tío se acerca a una papelera y empieza a mear ahí. Y no veas qué chorro. Es potente, ruidoso y continuo, como de un hombre veinte años más joven. Después de orinar, el señor Próstata de Hierro busca donde lavarse las manos, y al no encontrarlo se echa a reír. Las restriega sobre la puerta, sobre varios de los libros y, al final, en la alfombra. Luego parece darse cuenta de dónde está.
-No me jodas... ¿No es esto el meadero? ¡Eh, tú eres el nuevo! Me acuerdo de ti. Mi prima tiene las orejas también así como tú. No te ofendas, la verdad es que me ponen. En ella, en ella. -El cojo se cimbrea hasta la mesa y se acomoda en la butaca como si fuese suya. Parece que va a amodorrarse ahí, pero en vez de eso sube la pierna mala a la mesa. El hombre empieza a desenroscarse la pata de palo de una pieza de plástico unida a su muñón por unas correas-. Siempre me duele cuando va a haber ventisca, ¿sabes? Uff, vaya nochecita me espera. Pero sí, me acuerdo de ti, aunque no me ha quedado claro quién eres. ¿Trabajas aquí? Igual por eso haces tantas preguntas. -Sonríe, dejando a la vista más de un diente de plata-. ¡Un hombre curioso, coño, sí señor! Me gustan esos.
Exclama con tanto ímpetu que da una palmada a la mesa. Entonces pasa algo: de cada uno de los lugares donde ha tocado, tres de los libros caídos, la puerta, la alfombra y la propia mesa, surge un cepo dentado atado a una cadena, buscando cerrar sobre ti tus fauces de acero.
- El principito:
- Draco queda en silencio. Te dedica una mirada extrañada, con un ápice de preocupación asomando a través de su expresión y traicionando su no tan buena cara de póker. Al cabo de un rato asiente.
-No son preguntas que puedan hacerse a la ligera. Hemos tenido muchos problemas por aquí con gente que los buscaba. -De nuevo, silencio, pero esta vez recibe encantado una jarra de cerveza tras la que esconder su rostro mientras bebe. Draco levanta la mano hacia alguien detrás de ti, seguramente para pedir otra-. Mi pueblo es diverso, pero sabemos en qué lado estamos.
Ahí acaba. Da un largo trago para apurar la bebida y deja el vaso en la mesa con un sonoro golpe. Parece otro, totalmente relajado hasta el punto de pasar a otro punto de lo que has dicho.
-¿Así que tú también eres un príncipe? Osea, ¿vos? Vaya, es realmente interesante. No suelo conocer a miembros de otras familias reales. Hay poco de eso por aquí. ¿De dónde sois?
Mientras habla, Draco encarga algo de comer, y un rato después una camarera aparece con una pata de cordero jugosa y grasienta, servida sobre una alfombra de verduras variadas. El gigantón se acerca al plato y lo huele. Lo huele... intensamente. Lo huele tan monstruosamente fuerte que aspira todo el jugo de la comida y la deja seca en el plato.
-Perdí el sentido del gusto hace años, en un incendio -explica-. Menos mal que tengo una buena nariz.
De repente, comienza una canción en algún lugar del local. La letra se va extendiendo entre los trabajadores, que la corean como si lo hubiesen hecho cien veces. Probablemente así sea. Draco no se une. De hecho, no debe de gustarle demasiado a juzgar por su rostro. Permanece callado y vuelve a ocultarse tras su jarra, aunque sea solo para apurar las últimas gotas. No es el único, pues varias personas más deciden no unirse a la fiesta y clavar la mirada en sus mesas.
Las voces llenan la taberna con un calor similar al del fuego. Y un estrépito considerable. Palmas y pisotones acompasados proporcionan una base musical que no hace sino añadir decibelios a la noche invernal. La canción sube de volumen con cada estrofa. El ruido alcanza unas cotas en las que no oirías ni tus propias palmadas si decidieras unirte a la algarada. En ese momento, cuando la multitud corea el estribillo, Draco se levanta de golpe, derriba la mesa a un lado y lanza su enorme puño hacia tu cara.
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