Página 1 de 2. • 1, 2
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Ya era tiempo de las fiesta pagana conocida como Navidad. La gente se hacían regalos y pasaban el día en familia. Meh, aburrido en mi opinión. Lo bueno de este período del año era que subían los índices de criminalidad y eso significaba dinero. Y así fue como acabé en la isla de Sakura. En tiempos antiguos, mis antepasados habían invadido aquellas tierras para robarles dinero y comida. El frío invierno no perdonaba y había que hacer lo necesario para sobrevivir. Me hallaba dando vueltas por un pueblo de la isla llamado... ¿Bighorn? Sakura tenía nombres raros para sus pueblos. El pueblo no era muy grande, eso era perfecto para un saqueo y encima el puerto estaba cerca. Buscaba algo que hacer, pues la gente parecía estar a sus cosas. Había algunos que estaban comprando ingredientes para las cenas familiares y otros comprando regalos. Me quedé sentada en un pequeño parque y me limité a ver como caían los copos de nieve. Que aburrimiento de pueblo, nada para hacer. O eso pensaba yo.
Oí a unos hombres que pasaban hablando acerca de que la población de unos bichos llamados Lapahns estaba disminuyendo poco a poco. Y los Lapahns se mostraban más peligrosos de lo normal, como si alguien o algo los estuviera cazando. De todas formas, aquello sonaba a recompensa por las molestias. ¿Donde comenzar a buscar esos aparentemente conejos grandes y tochos? Pues al mismo bosque. Sin más, salí del pueblo y me adentré en la maleza. Me preguntaba que estaba haciendo desaparecer a los animales. Cuando estaba más adentro del bosque, comencé a inspeccionar las huellas. No podía ser tan difícil, eran animales grandes y no creía que hubieran más de ese tamaño. O eso creía.
Oí a unos hombres que pasaban hablando acerca de que la población de unos bichos llamados Lapahns estaba disminuyendo poco a poco. Y los Lapahns se mostraban más peligrosos de lo normal, como si alguien o algo los estuviera cazando. De todas formas, aquello sonaba a recompensa por las molestias. ¿Donde comenzar a buscar esos aparentemente conejos grandes y tochos? Pues al mismo bosque. Sin más, salí del pueblo y me adentré en la maleza. Me preguntaba que estaba haciendo desaparecer a los animales. Cuando estaba más adentro del bosque, comencé a inspeccionar las huellas. No podía ser tan difícil, eran animales grandes y no creía que hubieran más de ese tamaño. O eso creía.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La última vez que Sam se había puesto al timón de un barco, acabó perdido en mitad del mar, y aquello había sido en uno de los Blues. Allí en Grand Line, las repercusiones porque alguien con su sentido de la orientación se hubiera encargado de dirigir el barco podrían haber sido mortales, pero afortunadamente avistó tierra. Un pedazo de roca cubierto de blanco, como una tarta cubierta por azúcar glass, aunque seguía siendo tierra.
Lo primero que notó Samvel al adentrarse en la isla es que le costaba mover su cuerpo mecánico. El frío afectaba a los circuitos de su cuerpo, notando cómo se movía con menor agilidad de lo habitual. No le importaba; en aquel momento solo estaba preocupado en encontrar algo de comer. El resto era secundario.
Se adentró en una suerte de bosque con pinos, donde el viento era menos violento, aunque no sabía hacia dónde dirigirse. No había encontrado carteles ni señales, y ni siquiera tenía indicios de que hubiera gente en la isla, pero no podía detenerse. Si lo hacía, su cuerpo se congelaría y sería imposible para él seguir moviéndose. Quedarse quiero suponía una muerte segura.
Continuó andando sin detenerse, buscando cualquier signo de vida en aquel páramo. Si había animales, no era capaz de encontrar sus huellas debido a la nieve que caía copiosamente, y lo mismo ocurría en el caso de otras personas. Se encontraba perdido, pero extrañamente no estaba preocupado. Hacía mucho que había abandonado el miedo, y aún se notaba con fuerzas para continuar. Siguió así un largo rato, hasta que escuchó un extraño sonido. No supo de donde provenía hasta que vio enfrente suyo, muy cerca, dos puntos rojos que se movían movían velozmente.
Su cuerpo congelado le impedía actuar con normalidad, siendo incapaz de protegerse como era debido. El choque le hizo caer de culo, quedando sentado sobre el suelo cubierto de nieve. De su brazo colgaba un conejo, tan blanco como los alrededores. Su mandíbula de dientes afilados como los de un tiburón se cerraba en torno al antebrazo, y su rostro mostraba incomprensión ante el hecho de no haber arrancado un cacho de carne.
—Vaya, vaya, ¿y tú quién eres amiguito? —preguntó amistosamente.
Lo primero que notó Samvel al adentrarse en la isla es que le costaba mover su cuerpo mecánico. El frío afectaba a los circuitos de su cuerpo, notando cómo se movía con menor agilidad de lo habitual. No le importaba; en aquel momento solo estaba preocupado en encontrar algo de comer. El resto era secundario.
Se adentró en una suerte de bosque con pinos, donde el viento era menos violento, aunque no sabía hacia dónde dirigirse. No había encontrado carteles ni señales, y ni siquiera tenía indicios de que hubiera gente en la isla, pero no podía detenerse. Si lo hacía, su cuerpo se congelaría y sería imposible para él seguir moviéndose. Quedarse quiero suponía una muerte segura.
Continuó andando sin detenerse, buscando cualquier signo de vida en aquel páramo. Si había animales, no era capaz de encontrar sus huellas debido a la nieve que caía copiosamente, y lo mismo ocurría en el caso de otras personas. Se encontraba perdido, pero extrañamente no estaba preocupado. Hacía mucho que había abandonado el miedo, y aún se notaba con fuerzas para continuar. Siguió así un largo rato, hasta que escuchó un extraño sonido. No supo de donde provenía hasta que vio enfrente suyo, muy cerca, dos puntos rojos que se movían movían velozmente.
Su cuerpo congelado le impedía actuar con normalidad, siendo incapaz de protegerse como era debido. El choque le hizo caer de culo, quedando sentado sobre el suelo cubierto de nieve. De su brazo colgaba un conejo, tan blanco como los alrededores. Su mandíbula de dientes afilados como los de un tiburón se cerraba en torno al antebrazo, y su rostro mostraba incomprensión ante el hecho de no haber arrancado un cacho de carne.
—Vaya, vaya, ¿y tú quién eres amiguito? —preguntó amistosamente.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Continué andando por el bosque , buscando algo que me llevara a alguna pista del paradero de los animalejos. Aún no tenía muchos conocimientos de reconocer huellas, pero si por lo que oído de los monstruos esos, sus huellas difícilmente se podrían confundir con las de un ciervo. La nieve no paraba de caer y comenzaba a helarme de veras. Era irónico. Yo venía de una isla en el mismo mar donde eran muy frecuentes las lluvias, la nieve y el frío. Pero supongo que como cambiaba mucho de ambiente cuando viajaba, había perdido la costumbre. Decidí parar un rato y comencé a recolectar ramas. Mi idea era hacer una pequeña fogata para recuperar un poco de calor y continuar con mi empresa. El bosque era precioso, tenía algunas plantas que nunca había visto. Cuando por fin acabé la recolecta, puse todo en un montón lejos de los árboles para no empezar un incendio.
Usé dos ramas para frotarlas y crear fuego. Por fin pude relajarme un rato y sentir como mi cuerpo iba volviendo a ganar calor a la vez que color. En aquel momento hubiese dado lo que fuera por una jarra de aguamiel. Me quedé mirando a las llamas, pensando en que me podrían dar de recompensa por encontrar el motivo de los animales desaparecidos. ¿Un depredador nuevo? ¿Qué clase de animal sería más peligroso que un conejo monstruoso? Bueno, aquello serviría para entrar en calor con una buena pelea. Pasado un rato, arrastré un pedazo de nieve con el pie para apagar las llamas y me puse en marcha. Caminé por una cuesta y me adentré aún más por el bosque hasta llegar a un claro nevado.
Encontré un rastro de sangre por el suelo y como si algo pesado hubiese sido arrastrado. Aquello no me gustaba, no tenía pinta de ser un animal la causa de todo.
Usé dos ramas para frotarlas y crear fuego. Por fin pude relajarme un rato y sentir como mi cuerpo iba volviendo a ganar calor a la vez que color. En aquel momento hubiese dado lo que fuera por una jarra de aguamiel. Me quedé mirando a las llamas, pensando en que me podrían dar de recompensa por encontrar el motivo de los animales desaparecidos. ¿Un depredador nuevo? ¿Qué clase de animal sería más peligroso que un conejo monstruoso? Bueno, aquello serviría para entrar en calor con una buena pelea. Pasado un rato, arrastré un pedazo de nieve con el pie para apagar las llamas y me puse en marcha. Caminé por una cuesta y me adentré aún más por el bosque hasta llegar a un claro nevado.
Encontré un rastro de sangre por el suelo y como si algo pesado hubiese sido arrastrado. Aquello no me gustaba, no tenía pinta de ser un animal la causa de todo.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El conejo se aferró aún más fuerte a su brazo, extrañado por no poder atravesar la extremidad del rubio. Sam, por su parte, estaba un tanto sorprendido. El conejo tenía el tamaño de un perro, y él nunca había visto a uno tan grande, al igual que nunca había visto que fueran tan agresivos.
—En fin, esto es Grand Line —se dijo—. Aquí las cosas funcionan de otra manera.
Cansado de esperar a que el animal se soltase, agitó con suavidad su brazo para librar del agarre, sin éxito. Comenzó a hacer un ritmo más rápido, con más fuerza, hasta que el conejo pareció marearse, relajando su mandíbula y separándose del cyborg. Cayó sobre la nieve, que amortiguó su caída, y cuando se hubo despejado encaró a Sam nuevamente. Este sonrió como respuesta.
—No soy tu enemigo, pequeño, y tampoco puedes comerme —explicó, sin estar seguro de que el animal fuera capaz de comprenderle—. ¿Por qué no hacemos una pequeña tregua?
El conejo, que había estado todo el rato en una posición defensiva, se relajó. Mirando nerviosamente hacia los lados, se acercó lentamente hacia el rubio. Sam se agachó y estiró la mano. El conejo se dejó acariciar, y Sam lo consideró una pequeña victoria.
Más tarde, al levantar la vista, encontró una pequeña cortina de humo, casi imperceptible con la nevada. «Fuego» pensó, e inmediatamente comenzó a caminar en aquella dirección. Si había fuego, habían personas, y si habían personas, habría comida. No podía dejar pasar aquella oportunidad.
Sus pasos dejaban profundas pisadas en la nieve, propias de un cuerpo metálico, y justo al lado, menos profundas, se encontraban las del conejo, que había empezado a seguirle.
—¿No tienes familia? —preguntó. El conejo pareció no comprender la pregunta, o simplemente le ignoró, pero se mantuvo caminando a su lado. Sam estaba bien con aquello— Seguro que tienes hambre. Intentaré buscar un poco de comida para ti también.
No tardó mucho en encontrar el pequeño fuego. A su lado, un mujer, de espesa cabellera pelirroja, que lo estaba alimentando con ramas. A Sam le resultó familiar, pero el crujido de una rama a su lado llamó su atención.
—¿Ves, Dancer? Te lo dije, eso eran las huellas de otro. El jefe estará contento, ¿no crees? —dijo un hombre, ataviado con marrones pieles de animal.
—Tal vez, tal vez —dijo su compañero—. Oye, tú, rubio. ¿Te importa entregarnos ese conejo? Mi amigo Dasher y yo te lo agradeceríamos —dijo, con una sonrisa maliciosa.
El conejo de repente se asustó, corriendo a esconderse tras las piernas de Sam. Este, que sentía que había algo que no encajaba, adoptó una pose casi maternal, ocultando al pobre animal.
—¿Y por qué debería hacer eso? Justo ahora nos dirigíamos al fuego para comer y pasar esta nevada refugiados, y no me gustaría cambiar los planes.
—Joder macho, el chico este nos lo quiere poner difícil —comentó Dasher, escupiendo al suelo—. A ver, chico, o nos lo das o te rompemos la cara y nos lo das. Tú decides.
—Cuidado Dasher —avisó su compañero—, ese chico tiene un cuerpo extraño.
Sam, viendo que se había metido en una pelea sin quererlo, llevó la mano lenta y discretamente hacia la funda de su pistola. Prefería evitar combatir, pero aquellos no parecían dejarle más opciones.
—En fin, esto es Grand Line —se dijo—. Aquí las cosas funcionan de otra manera.
Cansado de esperar a que el animal se soltase, agitó con suavidad su brazo para librar del agarre, sin éxito. Comenzó a hacer un ritmo más rápido, con más fuerza, hasta que el conejo pareció marearse, relajando su mandíbula y separándose del cyborg. Cayó sobre la nieve, que amortiguó su caída, y cuando se hubo despejado encaró a Sam nuevamente. Este sonrió como respuesta.
—No soy tu enemigo, pequeño, y tampoco puedes comerme —explicó, sin estar seguro de que el animal fuera capaz de comprenderle—. ¿Por qué no hacemos una pequeña tregua?
El conejo, que había estado todo el rato en una posición defensiva, se relajó. Mirando nerviosamente hacia los lados, se acercó lentamente hacia el rubio. Sam se agachó y estiró la mano. El conejo se dejó acariciar, y Sam lo consideró una pequeña victoria.
Más tarde, al levantar la vista, encontró una pequeña cortina de humo, casi imperceptible con la nevada. «Fuego» pensó, e inmediatamente comenzó a caminar en aquella dirección. Si había fuego, habían personas, y si habían personas, habría comida. No podía dejar pasar aquella oportunidad.
Sus pasos dejaban profundas pisadas en la nieve, propias de un cuerpo metálico, y justo al lado, menos profundas, se encontraban las del conejo, que había empezado a seguirle.
—¿No tienes familia? —preguntó. El conejo pareció no comprender la pregunta, o simplemente le ignoró, pero se mantuvo caminando a su lado. Sam estaba bien con aquello— Seguro que tienes hambre. Intentaré buscar un poco de comida para ti también.
No tardó mucho en encontrar el pequeño fuego. A su lado, un mujer, de espesa cabellera pelirroja, que lo estaba alimentando con ramas. A Sam le resultó familiar, pero el crujido de una rama a su lado llamó su atención.
—¿Ves, Dancer? Te lo dije, eso eran las huellas de otro. El jefe estará contento, ¿no crees? —dijo un hombre, ataviado con marrones pieles de animal.
—Tal vez, tal vez —dijo su compañero—. Oye, tú, rubio. ¿Te importa entregarnos ese conejo? Mi amigo Dasher y yo te lo agradeceríamos —dijo, con una sonrisa maliciosa.
El conejo de repente se asustó, corriendo a esconderse tras las piernas de Sam. Este, que sentía que había algo que no encajaba, adoptó una pose casi maternal, ocultando al pobre animal.
—¿Y por qué debería hacer eso? Justo ahora nos dirigíamos al fuego para comer y pasar esta nevada refugiados, y no me gustaría cambiar los planes.
—Joder macho, el chico este nos lo quiere poner difícil —comentó Dasher, escupiendo al suelo—. A ver, chico, o nos lo das o te rompemos la cara y nos lo das. Tú decides.
—Cuidado Dasher —avisó su compañero—, ese chico tiene un cuerpo extraño.
Sam, viendo que se había metido en una pelea sin quererlo, llevó la mano lenta y discretamente hacia la funda de su pistola. Prefería evitar combatir, pero aquellos no parecían dejarle más opciones.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El rastro de sangre se adentraba más y más en el blanco bosque. No creía que fuera un animal. Y mis sospechas se desvanecieron cuando encontré una trampa para osos en el suelo. Tenía aún manchas de sangre. Tuve cuidado de no activar la trampa y quedarme sin mano para comprobar si la sangre era reciente. Al tocarla, estaba húmeda. Probablemente no había pasado mucho desde que recogieron lo que fuera que había caído en la trampa. Continúe caminando, encontrándome por el camino varias trampas de distinto tipo. Hasta que al pie de una montaña, encontré una pequeña cueva, de la cual, se podían escuchar ruidos de animales desde fuera. Con curiosidad, me lancé hacia dentro esperando encontrarme cualquier cosa.
Con una hoguera iluminando la estancia, habían unas cuatro jaulas con cuatro animales blancos de ojos rojos que parecían estar malheridos. También habían algunos sacos de dormir y algunas mesas de madera. Alguien estaba de caza. Me acerqué con cuidado a examinar a los animales. Los lugares donde estaban dañados, las patas traseras, el costado, etc... Coincidían con las trampas de antes.
Al verme, los animales comenzaron a ponerse agresivos y a intentar romper las jaulas. Intenté tranquilizarlos, explicándoles que no les iba a hacer nada. Los animales no eran tontos, aunque se mostraban agresivos, comprendieron que yo no estaba con la gente que los había cazado. Me iba a disponer a liberarlos cuando escuché unas voces de fuera. Por las voces eran dos. Me di la vuelta y me quedé esperando a verlos mejor.
- ¿Que carajos haces aquí ,mujer? Esto es propiedad privada. Vete echando hostias o te vamos a dar tantas trompadas que no vas a diferenciar con que mano te voy a meter - Dijo un hombre grande de dos metros con una nariz chata y un pelo que recordaba al de un monje.
- Díselo, Donner. Esto es de nuestro jefe. Asi que vete ya, chatita. Que te puedo arañar con mis garras de gata - Comentó otro hombre haciendo una pose un tanto extraña. Era más bajito que el otro, y tenía el pelo como una fregona y unas orejas que parecían abanicos.
- Cállate, Vixxen. Me pones de los nervios con tu voz, la tienes demasiado aguda - Protestó Donner
- Me trae sin cuidado lo que digáis panda de burros, parecéis sacados de un cuento de niños con esos caretos - Dije sacando mi hacha - Hora de las tortas, a ver si sabéis bailar -
Con una hoguera iluminando la estancia, habían unas cuatro jaulas con cuatro animales blancos de ojos rojos que parecían estar malheridos. También habían algunos sacos de dormir y algunas mesas de madera. Alguien estaba de caza. Me acerqué con cuidado a examinar a los animales. Los lugares donde estaban dañados, las patas traseras, el costado, etc... Coincidían con las trampas de antes.
Al verme, los animales comenzaron a ponerse agresivos y a intentar romper las jaulas. Intenté tranquilizarlos, explicándoles que no les iba a hacer nada. Los animales no eran tontos, aunque se mostraban agresivos, comprendieron que yo no estaba con la gente que los había cazado. Me iba a disponer a liberarlos cuando escuché unas voces de fuera. Por las voces eran dos. Me di la vuelta y me quedé esperando a verlos mejor.
- ¿Que carajos haces aquí ,mujer? Esto es propiedad privada. Vete echando hostias o te vamos a dar tantas trompadas que no vas a diferenciar con que mano te voy a meter - Dijo un hombre grande de dos metros con una nariz chata y un pelo que recordaba al de un monje.
- Díselo, Donner. Esto es de nuestro jefe. Asi que vete ya, chatita. Que te puedo arañar con mis garras de gata - Comentó otro hombre haciendo una pose un tanto extraña. Era más bajito que el otro, y tenía el pelo como una fregona y unas orejas que parecían abanicos.
- Cállate, Vixxen. Me pones de los nervios con tu voz, la tienes demasiado aguda - Protestó Donner
- Me trae sin cuidado lo que digáis panda de burros, parecéis sacados de un cuento de niños con esos caretos - Dije sacando mi hacha - Hora de las tortas, a ver si sabéis bailar -
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Con gesto protector, mantuvo al conejo detrás suyo. No sabía qué intenciones tendrían aquellos hombres, pero su intuición le decía que no eran buenas. Y su intuición no solía fallar. Con destreza, desenfundó la pistola para lanzar un disparo al aire.
—Primer aviso —dijo tras los primeros pasos de aquellos hombres, que se detuvieron en el acto—. Dejad al conejo y que cada uno se vaya por su cuenta. No vale la pena.
Los hombres se miraron, inseguros. Uno de ellos, Dasher, sacó su arma de la funda que le colgaba del hombro; una escopeta con aspecto peligroso. Apuntó a Sam con ella, frunciendo el ceño.
—Ni vili li pini —dijo, burlón—. Mira chico, lárgate si no quieres que te llene el pecho de metralla. Tienes tres segundos.
Sam lo observó, nervioso. Mientras tanto, el otro hombre empezó a correr hasta el conejo, con un cuchillo de cazador que había desenfundado previamente. Sam se percató de ello y volvió a disparar, a sus pies. El disparo hizo estremecer al conejo, que se encontraba asustado tras la pierna del cyborg.
—No quiero problemas, pero no voy a dejar que os llevéis al conejo. No me cabe la menor duda de que sois cazadores furtivos.
—¿Y qué si es así? —respondió Dancer—. ¿Nosotros te decimos a ti como debes ganarte la vida? Quítate del medio y no saldrás herido —insistió.
—No lo haré —mantuvo Sam, firme.
—Tú lo has querido, chico —dijo Dasher, apretando el gatillo de la escopeta.
El impacto tumbó a Sam sobre la nieve. No sintió dolor, pero la cabeza le dio mil vueltas. Al mirar la zona en la que colisionó el disparo, encontró un hueco ancho en su ropa, a la altura del esternón. Debajo, metal ennegrecido por el reciente impacto. Los hombres se quedaron quietos sorprendidos porque aún siguiera con vida. Sam aprovechó ese momento para reponerse y volver a colocarse en pie.
Buscó su arma, sin encontrarla. Se le debía haber caído. Los cazadores finalmente salieron de su trance, abalanzándose sobre él. Dancer fue el primero. Saltó ágilmente con el cuchillo en su mano, pero cuando intentó atravesar el cuerpo del rubio se encontró con su frío brazo de metal, impidiéndolo. Entonces llegó Dasher, usando la escopeta como un garrote. Sam se agachó y dejó que golpeara accidentalmente a su compañero, librándose de la amenaza del cuchillo.
El conejo empezó a chillar, angustiado. Observar aquel encuentro parecía alterarle, pero decidió buscar con sus dientes la pierna del cazador con la escopeta. El hombre gritó y arremetió contra el conejo, golpeándole en la cabeza con la culata del arma. Sam, indignado, levantó sus brazos decidido. Alzando ambas manos, lanzó redes desde ambas que atraparon a los cazadores. Los hombres cayeron al suelo, debatiéndose con las redes.
Sam corrió hasta situarse al lado del conejo, a quién sostuvo con cariño. Examinó el golpe y determinó que no era grave, pero lo cogió con el brazo izquierdo y lo mantuvo apoyado en este todo el rato. Se acercó a los cazadores para recoger sus armas antes de que decidieran hacer alguna estupidez y los arrastró al lado de la hoguera. La mujer pelirroja había desaparecido, pero el fuego seguía ardiendo, tan vivo que parecía casi increíble. En aquellas tierras, un fuego marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.
Acto seguido golpeó a los dos cazadores hasta dejarlos inconscientes. No quería que intentaran librarse de las ataduras y le dieran problemas. Tras eso encontró un rastro de sangre y se preparó para lo peor.
—Bueno, pequeño, parece que esto no acaba aquí. ¿Sigues conmigo un rato más?
—Primer aviso —dijo tras los primeros pasos de aquellos hombres, que se detuvieron en el acto—. Dejad al conejo y que cada uno se vaya por su cuenta. No vale la pena.
Los hombres se miraron, inseguros. Uno de ellos, Dasher, sacó su arma de la funda que le colgaba del hombro; una escopeta con aspecto peligroso. Apuntó a Sam con ella, frunciendo el ceño.
—Ni vili li pini —dijo, burlón—. Mira chico, lárgate si no quieres que te llene el pecho de metralla. Tienes tres segundos.
Sam lo observó, nervioso. Mientras tanto, el otro hombre empezó a correr hasta el conejo, con un cuchillo de cazador que había desenfundado previamente. Sam se percató de ello y volvió a disparar, a sus pies. El disparo hizo estremecer al conejo, que se encontraba asustado tras la pierna del cyborg.
—No quiero problemas, pero no voy a dejar que os llevéis al conejo. No me cabe la menor duda de que sois cazadores furtivos.
—¿Y qué si es así? —respondió Dancer—. ¿Nosotros te decimos a ti como debes ganarte la vida? Quítate del medio y no saldrás herido —insistió.
—No lo haré —mantuvo Sam, firme.
—Tú lo has querido, chico —dijo Dasher, apretando el gatillo de la escopeta.
El impacto tumbó a Sam sobre la nieve. No sintió dolor, pero la cabeza le dio mil vueltas. Al mirar la zona en la que colisionó el disparo, encontró un hueco ancho en su ropa, a la altura del esternón. Debajo, metal ennegrecido por el reciente impacto. Los hombres se quedaron quietos sorprendidos porque aún siguiera con vida. Sam aprovechó ese momento para reponerse y volver a colocarse en pie.
Buscó su arma, sin encontrarla. Se le debía haber caído. Los cazadores finalmente salieron de su trance, abalanzándose sobre él. Dancer fue el primero. Saltó ágilmente con el cuchillo en su mano, pero cuando intentó atravesar el cuerpo del rubio se encontró con su frío brazo de metal, impidiéndolo. Entonces llegó Dasher, usando la escopeta como un garrote. Sam se agachó y dejó que golpeara accidentalmente a su compañero, librándose de la amenaza del cuchillo.
El conejo empezó a chillar, angustiado. Observar aquel encuentro parecía alterarle, pero decidió buscar con sus dientes la pierna del cazador con la escopeta. El hombre gritó y arremetió contra el conejo, golpeándole en la cabeza con la culata del arma. Sam, indignado, levantó sus brazos decidido. Alzando ambas manos, lanzó redes desde ambas que atraparon a los cazadores. Los hombres cayeron al suelo, debatiéndose con las redes.
Sam corrió hasta situarse al lado del conejo, a quién sostuvo con cariño. Examinó el golpe y determinó que no era grave, pero lo cogió con el brazo izquierdo y lo mantuvo apoyado en este todo el rato. Se acercó a los cazadores para recoger sus armas antes de que decidieran hacer alguna estupidez y los arrastró al lado de la hoguera. La mujer pelirroja había desaparecido, pero el fuego seguía ardiendo, tan vivo que parecía casi increíble. En aquellas tierras, un fuego marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.
Acto seguido golpeó a los dos cazadores hasta dejarlos inconscientes. No quería que intentaran librarse de las ataduras y le dieran problemas. Tras eso encontró un rastro de sangre y se preparó para lo peor.
—Bueno, pequeño, parece que esto no acaba aquí. ¿Sigues conmigo un rato más?
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Mi comentario enfureció al tal Donner, el cual se abalanzó sobre mí con ira. Lanzó un golpe con una espada corta que llevaba consigo. Respondí con un bloqueo y le lancé un puñetazo a la cara. Escupió sangre al suelo y con una sonrisa se quedó quieto en el sitio. ¿Por qué se había detenido? La respuesta llegó a los pocos segundos. Su otro compañero se había puesto por detrás de mí y atacó con una arma con garras. Me había producido una herida en la espalda y escocía bastante. Me estaba comenzando a enfadar. Esta gente no tenía honor y hacían tácticas guarras. Me iban a obligar a usar lo que había conseguido en uno de mi viajes.
- ¿Ya no estás tan provocativa verdad, petirrojo? - Dijo Vixen lamiendo la sangre de sus garras
- Bueno, os lo habéis buscado. Vais a comer piso, panda de desgraciados - Comenté con una vena en la cabeza a punto de estallar del cabreo que andaba pillando.
Con un ligero movimiento de manos, comencé a utilizar el poder de los dioses. Donner volvió a abalanzarse con la furia de un tren esgrimiendo su espada y el bufón de Vixen también saltó amenazando con volver a rasgarme la piel. Pero, con un chasquido, formé dos escudos dorados a cada lado de mi. Lo suficientemente grandes como para bloquear sus armas. Se quedaron mirando con cara de estupefacción. No se esperaban que pasara eso. Con la habilidad que poseía, formé un puño sólido de oro en el aire que aterrizó con violencia en la cara de Donner, haciendo que perdiera el sentido además de romperle la nariz.
- ¿Co-co-como has hecho eso? ¿Eres acaso como el jefe? - Vixen cayó sentado al suelo, temblando de miedo. Parecía que no era la primera vez que veía a un usuario del poder de los dioses.
- He sido bendecida por los seres divinos. Ahora dime, ¿Quién es tu jefe y donde está? - 7
- El jefe... está en el campamento principal te puedo dar un mapa - Me tendió un mapa que marcaba algunos campamentos - Pero no tienes que hacer contra el jefe Rudolf. Es como tú pero más fuerte. Posee un poder nunca visto además de ser un pirata buscado. Por favor, ¡perdóname la vida! - Se puso de rodillas a suplicar.
- Gracias por la información pero, no me gustó para nada la herida que me acabas de hacer - Con otro movimiento de brazo cree un segundo puño de oro sólido que estrelló en su cara dejándolo K.O.
Me quedé blasfemando, quejándome por la herida. Luego, revisaría a los dos cazadores furtivos para buscar la llave de las celdas de los animales.
- Gracias por la información
- ¿Ya no estás tan provocativa verdad, petirrojo? - Dijo Vixen lamiendo la sangre de sus garras
- Bueno, os lo habéis buscado. Vais a comer piso, panda de desgraciados - Comenté con una vena en la cabeza a punto de estallar del cabreo que andaba pillando.
Con un ligero movimiento de manos, comencé a utilizar el poder de los dioses. Donner volvió a abalanzarse con la furia de un tren esgrimiendo su espada y el bufón de Vixen también saltó amenazando con volver a rasgarme la piel. Pero, con un chasquido, formé dos escudos dorados a cada lado de mi. Lo suficientemente grandes como para bloquear sus armas. Se quedaron mirando con cara de estupefacción. No se esperaban que pasara eso. Con la habilidad que poseía, formé un puño sólido de oro en el aire que aterrizó con violencia en la cara de Donner, haciendo que perdiera el sentido además de romperle la nariz.
- ¿Co-co-como has hecho eso? ¿Eres acaso como el jefe? - Vixen cayó sentado al suelo, temblando de miedo. Parecía que no era la primera vez que veía a un usuario del poder de los dioses.
- He sido bendecida por los seres divinos. Ahora dime, ¿Quién es tu jefe y donde está? - 7
- El jefe... está en el campamento principal te puedo dar un mapa - Me tendió un mapa que marcaba algunos campamentos - Pero no tienes que hacer contra el jefe Rudolf. Es como tú pero más fuerte. Posee un poder nunca visto además de ser un pirata buscado. Por favor, ¡perdóname la vida! - Se puso de rodillas a suplicar.
- Gracias por la información pero, no me gustó para nada la herida que me acabas de hacer - Con otro movimiento de brazo cree un segundo puño de oro sólido que estrelló en su cara dejándolo K.O.
Me quedé blasfemando, quejándome por la herida. Luego, revisaría a los dos cazadores furtivos para buscar la llave de las celdas de los animales.
- Gracias por la información
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El rastro de sangre acabó guiando a la extraña pareja hasta un paraje oculto. Un par de tiendas de acampar, con suministros varios, estaban situadas allí, junto a grandes jaulas metálicas. Sam se acercó a observarlas, y cuando alcanzó el lado con barrotes encontró a los conejos más grandes que había visto en su vida. Del tamaño de osos, con rostros violentos, y piernas fuertes y poderosas. Podían mantenerse sobre sus piernas fácilmente, aunque quizás solo fuera la impresión que daban al estar atrapados en un lugar tan estrecho.
—Pequeño, ¿esta es tu familia? —preguntó al conejo, quién asintió enérgicamente—. Muy bien, enseguida los vamos a liberar.
Giró la cabeza, pensando sobre dónde podría estar la llave de la cárcel animal. Entonces la vio, y la reconoció al instante. Cuando la vio al lado del fuego no había estado seguro, pero ahora no cabía ninguna duda: se trataba de Helga, su amiga con quién ya había compartido alguna que otra aventura. No sin preguntarse qué hacía por allí, se acercó hasta ella. A sus pies, dos hombres caídos en combate. Derrotados por Helga, seguramente. La vikinga era fuerte.
—Helga, hola —saludó cuando ya estaba próximo a ella—. Volvemos a encontrarnos. Ojalá fuera en mejores circunstancias, ¿me ayudas a liberar a los conejos enjaulados?
Le hubiera gustado preguntar sobre sus viajes y las aventuras que probablemente hubiera vivido, pero tenía otras prioridades. Se agachó para inspeccionar el cuerpo de los hombres, que a juzgar por sus ropajes parecían compañeros de los que él mismo había derrotado hacía poco tiempo. «¿Cuántos más habrá?» se preguntó. Suspiró, disgustado, al no encontrar ninguna llave.
—Bueno, no pasa nada, lo haremos a la antigua usanza.
Se acercó nuevamente a la jaula, donde la estudió de arriba a abajo. El conejo observaba sus vaivenes sentado, moviendo la cabeza como en un partido de tenis, siguiendo al joven cyborg. Finalmente, Sam extrajo un destornillador de sus pertenencias, y empezó a desmontar el armatoste que aprisionaba a los familiares del pequeño conejo. Tras quitar todas las partes que la sostenían, y dar un par de golpes secos en zonas concretas, las paredes de la jaula fueron cayendo una tras otra hasta dejar a los conejos libres.
—Listo, una cosa menos —dijo a su compañera, sonriendo—. Qué suerte tenerte por aquí. ¿Crees que puedan haber más animales encerrados?
—Pequeño, ¿esta es tu familia? —preguntó al conejo, quién asintió enérgicamente—. Muy bien, enseguida los vamos a liberar.
Giró la cabeza, pensando sobre dónde podría estar la llave de la cárcel animal. Entonces la vio, y la reconoció al instante. Cuando la vio al lado del fuego no había estado seguro, pero ahora no cabía ninguna duda: se trataba de Helga, su amiga con quién ya había compartido alguna que otra aventura. No sin preguntarse qué hacía por allí, se acercó hasta ella. A sus pies, dos hombres caídos en combate. Derrotados por Helga, seguramente. La vikinga era fuerte.
—Helga, hola —saludó cuando ya estaba próximo a ella—. Volvemos a encontrarnos. Ojalá fuera en mejores circunstancias, ¿me ayudas a liberar a los conejos enjaulados?
Le hubiera gustado preguntar sobre sus viajes y las aventuras que probablemente hubiera vivido, pero tenía otras prioridades. Se agachó para inspeccionar el cuerpo de los hombres, que a juzgar por sus ropajes parecían compañeros de los que él mismo había derrotado hacía poco tiempo. «¿Cuántos más habrá?» se preguntó. Suspiró, disgustado, al no encontrar ninguna llave.
—Bueno, no pasa nada, lo haremos a la antigua usanza.
Se acercó nuevamente a la jaula, donde la estudió de arriba a abajo. El conejo observaba sus vaivenes sentado, moviendo la cabeza como en un partido de tenis, siguiendo al joven cyborg. Finalmente, Sam extrajo un destornillador de sus pertenencias, y empezó a desmontar el armatoste que aprisionaba a los familiares del pequeño conejo. Tras quitar todas las partes que la sostenían, y dar un par de golpes secos en zonas concretas, las paredes de la jaula fueron cayendo una tras otra hasta dejar a los conejos libres.
—Listo, una cosa menos —dijo a su compañera, sonriendo—. Qué suerte tenerte por aquí. ¿Crees que puedan haber más animales encerrados?
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Realmente el arma del canijo me había hecho daño, de no llevar armadura seguramente me habría hecho una herida mortal. Por suerte, una buena guerrera siempre se equipa para esos sucios y pequeños cabrones. Me puse a observar el mapa de ojeada. Si no estaba equivocada, el campamento principal se encontraba más al sur, cerca de un río. Me había dado curiosidad el jefe de estos bandidos, esperaba que fuera un desafío a tomar en cuenta. Fue justo, cuando un rostro y voz conocida tomaron presencia. Se trataba de Samvel, el virgen de cuerpo extraño. Hacía tiempo que no me lo encontraba, parecía ser que donde habían problemas estaba él.
- ¡Cuánto tiempo, rubito! Y parece que una de las crías de estas criaturas te acompaña- Dije devolviéndole el saludo - Claro, ahora te ayudo. Deja que use la llave - Para cuando quise darme cuenta, mi amigo ya había empezado a desmontar una jaula que contenía a aquellos bichos.
La cría se lanzó a abrazar a uno de los grandes, el cual le devolvió la muestra de cariño. Parecían agradecidos por haberlos ayudado, el que parecía ser el alfa, ya que además de ser el más grande poseía una cicatriz en el pecho, asintió con la cabeza en señal de gratitud.
- No os preocupéis, liberaremos a los demás. Poseo un mapa que dice donde están - Dije señalando el mismo - Lo mismo digo de ti, compañero. Esta banda de criminales tienen un líder que tiene uno de los poderes de los dioses, sería buena idea asaltar el campamento principal que es donde se encuentra. Más que nada, porque habrán más de nuestros peludos animales en la zona y corren el riesgo de ser transportados -
Pensando en un plan, propuse un ataque por la retaguardia y la vanguardia. No sin antes mostrar a los conejos monstruosos donde estaban cada uno de sus compañeros. Con suerte, podrían animarse a ayudarnos. Parecían ser lo bastante inteligentes para saber que las x marcaban el lugar donde estaban las jaulas. En caso de que fueran a liberar a los otros primero, podrían caer en una trampa y volver a las jaulas, pero tendríamos más de esos monstruos y podría mejorar la cosa.
- ¿Qué te parece, compañero? Estos conejos nos podrían ayudar si no están demasiado impedidos. La cuestión es si atacar ya el campamento principal o ir liberando a los conejos de los campamentos secundarios. Cada decisión tiene su consecuencia y su lado bueno -
- ¡Cuánto tiempo, rubito! Y parece que una de las crías de estas criaturas te acompaña- Dije devolviéndole el saludo - Claro, ahora te ayudo. Deja que use la llave - Para cuando quise darme cuenta, mi amigo ya había empezado a desmontar una jaula que contenía a aquellos bichos.
La cría se lanzó a abrazar a uno de los grandes, el cual le devolvió la muestra de cariño. Parecían agradecidos por haberlos ayudado, el que parecía ser el alfa, ya que además de ser el más grande poseía una cicatriz en el pecho, asintió con la cabeza en señal de gratitud.
- No os preocupéis, liberaremos a los demás. Poseo un mapa que dice donde están - Dije señalando el mismo - Lo mismo digo de ti, compañero. Esta banda de criminales tienen un líder que tiene uno de los poderes de los dioses, sería buena idea asaltar el campamento principal que es donde se encuentra. Más que nada, porque habrán más de nuestros peludos animales en la zona y corren el riesgo de ser transportados -
Pensando en un plan, propuse un ataque por la retaguardia y la vanguardia. No sin antes mostrar a los conejos monstruosos donde estaban cada uno de sus compañeros. Con suerte, podrían animarse a ayudarnos. Parecían ser lo bastante inteligentes para saber que las x marcaban el lugar donde estaban las jaulas. En caso de que fueran a liberar a los otros primero, podrían caer en una trampa y volver a las jaulas, pero tendríamos más de esos monstruos y podría mejorar la cosa.
- ¿Qué te parece, compañero? Estos conejos nos podrían ayudar si no están demasiado impedidos. La cuestión es si atacar ya el campamento principal o ir liberando a los conejos de los campamentos secundarios. Cada decisión tiene su consecuencia y su lado bueno -
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aquella muestra de afecto entre los conejos le sacó una sincera sonrisa. Se alegraba por ellos, porque al fin eran libres y porque se habían reencontrado. También se alegraba de contar con la presencia de su amiga pelirroja; era una persona confiable. Juntos seguro que conseguirían liberar al resto de los animales, devolviéndolos a su hogar y entregando a los traficantes a la justicia para que no volvieran a posar sus codiciosas manos sobre los gigantescos conejos.
—Ya veo —«Usuario de una fruta del diablo, no será fácil»—. Tenemos que liberarlos a todos, es la prioridad —declaró.
Escuchó el plan de su compañera pacientemente. Ella proponía realizar un ataque doble. El primero, frontal, como artimaña para atraerlos y pillarlos distraídos desde la retaguardia. No era un mal plan, desde luego, pero andaban cortos de personal, y la perspectiva de usar a los conejos como apoyo no le agradaba.
—No creo que sea buena idea que los conejos nos acompañen. Ya han sufrido bastante, y se estarían arriesgando a volver a ser atrapados, no podemos pedirles eso —expuso Sam.
El pequeño conejo al que había salvado un tiempo atrás se acercó, golpeando su pierna con vehemencia. Bajó la mirada, y se encontró con los ojos rojos del pequeño conejo, que parecían decididos. Detrás suyo, se acercó el que creía que era el padre de la criatura. Lo miró fijamente y casi sintió lo que pensaba. Sus ojos no vacilaban; mostraban determinación.
Sam suspiró.
—Está bien —dijo con un tono bastante optimista—. Contamos con vosotros, al igual que podéis contar con nosotros. Liberaremos a todos vuestros amigos.
Volvió la vista al mapa de Helga, buscando los campamentos donde debían estar los demás animales. No era ningún experto estratega, pero siempre había destacado más por su inteligencia que por su fuerza, y creía ser capaz de aportar algún detalle al plan de la vikinga para asegurar el éxito.
—Hay más campamentos de los que me gustaría —admitió tras estudiar detenidamente todas las opciones—, y, ni contando con los conejos, somos suficientes para dividirnos como querría. Eso sin contar con que por muy fuertes que parezcan me da que no podrían abrir las jaulas. Tampoco podemos olvidarnos de los hombres que ya hemos derrotado: en cuanto intenten contactar con ellos y no lo consigan sabrán que algo extraño pasa. Creo que deberíamos atacar directamente el campamento base. —Su rostro había sido una máscara imperturbable hasta el momento, pero un atisbo de sonrisa apareció en sus labios—. Por suerte para nosotros, estamos aquí, y ellos están aquí —decía mientras señalaba los puntos en el mapa—. Y justo en medio de nuestro camino hay otro campamente, seguramente muy parecido a este. Si nos damos prisa, podemos liberar a los conejos más cercanos y asaltar la base principal antes de que consigan salir de la isla con ninguno de ellos. ¿Qué te parece, Helga? Una vez lleguemos al campamento base, podremos realizar tu estrategia de yunque y martillo.
—Ya veo —«Usuario de una fruta del diablo, no será fácil»—. Tenemos que liberarlos a todos, es la prioridad —declaró.
Escuchó el plan de su compañera pacientemente. Ella proponía realizar un ataque doble. El primero, frontal, como artimaña para atraerlos y pillarlos distraídos desde la retaguardia. No era un mal plan, desde luego, pero andaban cortos de personal, y la perspectiva de usar a los conejos como apoyo no le agradaba.
—No creo que sea buena idea que los conejos nos acompañen. Ya han sufrido bastante, y se estarían arriesgando a volver a ser atrapados, no podemos pedirles eso —expuso Sam.
El pequeño conejo al que había salvado un tiempo atrás se acercó, golpeando su pierna con vehemencia. Bajó la mirada, y se encontró con los ojos rojos del pequeño conejo, que parecían decididos. Detrás suyo, se acercó el que creía que era el padre de la criatura. Lo miró fijamente y casi sintió lo que pensaba. Sus ojos no vacilaban; mostraban determinación.
Sam suspiró.
—Está bien —dijo con un tono bastante optimista—. Contamos con vosotros, al igual que podéis contar con nosotros. Liberaremos a todos vuestros amigos.
Volvió la vista al mapa de Helga, buscando los campamentos donde debían estar los demás animales. No era ningún experto estratega, pero siempre había destacado más por su inteligencia que por su fuerza, y creía ser capaz de aportar algún detalle al plan de la vikinga para asegurar el éxito.
—Hay más campamentos de los que me gustaría —admitió tras estudiar detenidamente todas las opciones—, y, ni contando con los conejos, somos suficientes para dividirnos como querría. Eso sin contar con que por muy fuertes que parezcan me da que no podrían abrir las jaulas. Tampoco podemos olvidarnos de los hombres que ya hemos derrotado: en cuanto intenten contactar con ellos y no lo consigan sabrán que algo extraño pasa. Creo que deberíamos atacar directamente el campamento base. —Su rostro había sido una máscara imperturbable hasta el momento, pero un atisbo de sonrisa apareció en sus labios—. Por suerte para nosotros, estamos aquí, y ellos están aquí —decía mientras señalaba los puntos en el mapa—. Y justo en medio de nuestro camino hay otro campamente, seguramente muy parecido a este. Si nos damos prisa, podemos liberar a los conejos más cercanos y asaltar la base principal antes de que consigan salir de la isla con ninguno de ellos. ¿Qué te parece, Helga? Una vez lleguemos al campamento base, podremos realizar tu estrategia de yunque y martillo.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Mi compañero se mostró reacio a dejar que los conejos nos acompañaran a una carga contra el campamento enemigo, entendía su punto, los pobres animales ya habían sufrido mucho. Y era mejor el liberar a los otros. Sin embargo, tanto el conejito como su padre parecían estar decididos a vengarse de los cazadores furtivos. Los animales eran duros de roer, pues habiendo pasado un calvario, en sus mirada ardían las llamas de la determinación. Sam se dio por vencido y aceptó que los conejos participaran. Propuso un plan, que consistía en liberar un campamento que estaba cerca del principal. Me pareció una buena idea, pues así tendríamos un par de conejos más en nuestro pequeño grupo y el asalto final tendrías más posibilidades de acabar en éxito.
- Me parece estupendo, así nuestros amigos se quedan un poco más tranquilos y son más numerosos para la batalla final - Dije preparándome para comenzar la fiesta - Vayamos entonces a romper un par de huesos y acabar con la caza furtiva de una vez por todas - Ante mi comentario, los conejos respondieron con patadas en el suelo, como si fuera un ritual de guerra.
Salimos de la caverna, no sin antes inmovilizar a los dos cazadores con mi poder. Les puse unos grilletes de oro sólido en las piernas y en los brazos para que no molestaran más tarde ni avisaran a los otros. De todas formas, quedarían más en otros campamentos. Lideré la marcha, dejándole el mapa a Sam y que este nos guiara por la tundra y los bosques. Después de recorrer una buena distancia, estábamos prácticamente cerca. Se oían unas risas y un grito de animal. El que parecía ser el padre del conejo pequeño montó en cólera. Parecía que aquel conejo era uno muy querido para él.
- Intenta calmarte, os vamos a ayudar. Te prometo que haré en cuanto esté en mi mano para que ninguno de tu manada sufra y castigaré a aquellos que lo haga - Mis palabras parecieron calmar un poco al líder.
Me dirigí hasta el claro donde habían cinco jaulas. Dos hombres estaban haciéndole daño a uno de los animales con una especie de herramienta eléctrica. Sus gritos de dolor eran desgarradores y lo peor, es que aquellos rufianes se estaban riendo. Uno de ellos, sintió mi presencia y se dio la vuelta.
- Vaya, vaya. Mira que tenemos aquí, parece que tenemos una heroína, Blitzen -
- Hmm, parece fuerte. A lo mejor resulta divertido enfrentarse a ella, mi espada está sedienta de sangre, Prancer -
Aquellos hombres eran también variopintos. El tal Blitzen parecía un samurái, con un pelo ridículo recogido en una trenza y vestido con un kimono amarillo. Blandía una katana negra. El otro, Prancer, era un hombre con pelo muy largo y con las piernas largas, muy largas. Aquello me dio mala espina. Portaba una vara eléctrica la cual no paraba de transmitir un calambrazo.
- Tu puedes ocuparte de la chica, Blitzen. Yo me encargaré de su amigo - Dijo mirando fijamente hacia atrás mía. Había visto a Sam. - Somos los más fuertes por debajo del capitán, los demás son unos inútiles -
- Podemos ver los movimientos del rival antes de que lo hagan - Comentó el samurái avanzando hacia mí.
- Me da igual quienes seáis, solo sé que vais a desear no haber pisado esta puta isla - Me soné los nudillos para después de lanzar un puño de oro sólido al espadachín.
- Me parece estupendo, así nuestros amigos se quedan un poco más tranquilos y son más numerosos para la batalla final - Dije preparándome para comenzar la fiesta - Vayamos entonces a romper un par de huesos y acabar con la caza furtiva de una vez por todas - Ante mi comentario, los conejos respondieron con patadas en el suelo, como si fuera un ritual de guerra.
Salimos de la caverna, no sin antes inmovilizar a los dos cazadores con mi poder. Les puse unos grilletes de oro sólido en las piernas y en los brazos para que no molestaran más tarde ni avisaran a los otros. De todas formas, quedarían más en otros campamentos. Lideré la marcha, dejándole el mapa a Sam y que este nos guiara por la tundra y los bosques. Después de recorrer una buena distancia, estábamos prácticamente cerca. Se oían unas risas y un grito de animal. El que parecía ser el padre del conejo pequeño montó en cólera. Parecía que aquel conejo era uno muy querido para él.
- Intenta calmarte, os vamos a ayudar. Te prometo que haré en cuanto esté en mi mano para que ninguno de tu manada sufra y castigaré a aquellos que lo haga - Mis palabras parecieron calmar un poco al líder.
Me dirigí hasta el claro donde habían cinco jaulas. Dos hombres estaban haciéndole daño a uno de los animales con una especie de herramienta eléctrica. Sus gritos de dolor eran desgarradores y lo peor, es que aquellos rufianes se estaban riendo. Uno de ellos, sintió mi presencia y se dio la vuelta.
- Vaya, vaya. Mira que tenemos aquí, parece que tenemos una heroína, Blitzen -
- Hmm, parece fuerte. A lo mejor resulta divertido enfrentarse a ella, mi espada está sedienta de sangre, Prancer -
Aquellos hombres eran también variopintos. El tal Blitzen parecía un samurái, con un pelo ridículo recogido en una trenza y vestido con un kimono amarillo. Blandía una katana negra. El otro, Prancer, era un hombre con pelo muy largo y con las piernas largas, muy largas. Aquello me dio mala espina. Portaba una vara eléctrica la cual no paraba de transmitir un calambrazo.
- Tu puedes ocuparte de la chica, Blitzen. Yo me encargaré de su amigo - Dijo mirando fijamente hacia atrás mía. Había visto a Sam. - Somos los más fuertes por debajo del capitán, los demás son unos inútiles -
- Podemos ver los movimientos del rival antes de que lo hagan - Comentó el samurái avanzando hacia mí.
- Me da igual quienes seáis, solo sé que vais a desear no haber pisado esta puta isla - Me soné los nudillos para después de lanzar un puño de oro sólido al espadachín.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El trayecto hasta el primer campamento resultó más ameno de lo que había pensado Sam. La idea de Helga de apresarlos usando su llamativo poder resultaba totalmente apropiada para la situación, aunque se había sorprendido. La última vez que había estado con ella, no tenía tales poderes. Eso, o había decidido no mostrarlos. Fuera lo que fuera, no pensaba juzgarla; sus motivos tendría.
Cuando empezaron a escuchar los inconfundibles chillidos de dolor de uno de aquellos gigantescos conejos, corrió tras la pelirroja hasta encontrar a dos hombres que estaban electrocutando a uno de los pobres animales con un arma muy similar a su porra eléctrica.
—No nos dais miedo —exclamé, con la guardia levantada—. Os capturaremos y después haremos lo mismo con vuestro capitán.
El hombre que se acercó hasta él empezó a reír, casi con desprecio. A su espalda, los conejos furiosos estaban a punto de cargar contra los piratas, pero Sam alzó un brazo para contenerlos.
—Manteneos al margen —ordenó—. Intentar evitar que escapen otros piratas cercanos y buscad la forma de liberar a vuestros compañeros. Yo me encargo.
El cyborg comenzó a fijarse en el las piernas de aquel hombre. Era alto, sin duda, pero su torso era normal, como el suyo propio, mientras las piernas eran casi el doble de unas normales. Era la primera vez que observaba a una persona del legendario clan de los Piernas Largas, pero a pesar de saber de su existencia no resultaba menos sobrecogedor. Con un rápido movimiento aquel hombre se abalanzó sobre él, golpeando con una poderoso patada lateral. Sam la bloqueó a tiempo con los brazos, lo suficiente para evitar daños graves, aunque se vio desplazado varios metros tras recibir el impacto.
—Eso ha dolido. ¿De qué coño está hecho tu cuerpo? —profirió, molesto. En su pierna desnuda hasta los muslos podía observarse una marca roja a la altura de la canilla, allí donde Sam había detenido el ataque—. Te voy a matar.
Volvió a moverse a una velocidad sorprendente, esta vez agachándose y buscando impactar con su arma en el pecho del cyborg. Haciendo uso de sus reflejos, reaccionó dando un pequeño salto hacia atrás, lo suficiente para evitar que las chispas rozaran su pecho, y por ende, su núcleo. Sin embargo, aquel hombre lo había previsto. Retiró su arma para realizar un ágil giro sobre sí mismo que acabó con una poderosa patada alta en el rostro del rubio. Voló varios metros hacia atrás y cayó sobre la nieve, que se empezó a teñir de rojo.
Se recompuso como tuvo. La cabeza le daba vueltas y le dolía, y enfrente suyo, el piernas largas se divertía. Sabía que acababa de dar con el punto débil de Sam.
«¿Cómo reaccionó tan rápido? ¿Es cierto que puede ver mis movimientos antes de yo hacerlos siquiera? Tal vez solo tenga una gran capacidad de reacción, pero... Sea lo que sea debo comprobarlo.»
—Eh, tú —le llamó, apuntando con la pistola que acababa de desenfundar—. Detente, o si no me veré obligado a disparar.
El hombre bufó y corrió rápidamente hacia Sam. Disparó, buscando sus piernas, pero esquivó con facilidad el ataque y volvió a acercarse para realizar otra patada alta. Sam, con el brazo izquierdo, sostuvo la pistola amenazante, apuntado a la cabeza, mientras con la segunda extrajo la porra eléctrica. El piernas largas, lleno de arrogancia, cerró los ojos y desvió el ataque hacia su mano derecha, desarmándolo, aprovechando el impulso para dar una vuelta en el aire y golpear con la segunda en la nuca del cyborg.
Aún en la nieve, Sam había descubierto que no mentía. No llegó a apartar el rostro de la pistola. Sabía, incluso con los ojos cerrados, lo que iba a hacer. ¿Podía leerle la mente? ¿Ver el futuro? ¿Acaso sería usuario de alguna extraña habilidad de las frutas del diablo? No lo sabía, y el dolor de su cabeza apenas le dejaba pensar. Medio rostro estaba ya cubierto de sangre, y al ponerse en pie, le costaba mantener el equilibrio. Si no acababa pronto con aquel hombre, tal vez no lo contara.
Cuando empezaron a escuchar los inconfundibles chillidos de dolor de uno de aquellos gigantescos conejos, corrió tras la pelirroja hasta encontrar a dos hombres que estaban electrocutando a uno de los pobres animales con un arma muy similar a su porra eléctrica.
—No nos dais miedo —exclamé, con la guardia levantada—. Os capturaremos y después haremos lo mismo con vuestro capitán.
El hombre que se acercó hasta él empezó a reír, casi con desprecio. A su espalda, los conejos furiosos estaban a punto de cargar contra los piratas, pero Sam alzó un brazo para contenerlos.
—Manteneos al margen —ordenó—. Intentar evitar que escapen otros piratas cercanos y buscad la forma de liberar a vuestros compañeros. Yo me encargo.
El cyborg comenzó a fijarse en el las piernas de aquel hombre. Era alto, sin duda, pero su torso era normal, como el suyo propio, mientras las piernas eran casi el doble de unas normales. Era la primera vez que observaba a una persona del legendario clan de los Piernas Largas, pero a pesar de saber de su existencia no resultaba menos sobrecogedor. Con un rápido movimiento aquel hombre se abalanzó sobre él, golpeando con una poderoso patada lateral. Sam la bloqueó a tiempo con los brazos, lo suficiente para evitar daños graves, aunque se vio desplazado varios metros tras recibir el impacto.
—Eso ha dolido. ¿De qué coño está hecho tu cuerpo? —profirió, molesto. En su pierna desnuda hasta los muslos podía observarse una marca roja a la altura de la canilla, allí donde Sam había detenido el ataque—. Te voy a matar.
Volvió a moverse a una velocidad sorprendente, esta vez agachándose y buscando impactar con su arma en el pecho del cyborg. Haciendo uso de sus reflejos, reaccionó dando un pequeño salto hacia atrás, lo suficiente para evitar que las chispas rozaran su pecho, y por ende, su núcleo. Sin embargo, aquel hombre lo había previsto. Retiró su arma para realizar un ágil giro sobre sí mismo que acabó con una poderosa patada alta en el rostro del rubio. Voló varios metros hacia atrás y cayó sobre la nieve, que se empezó a teñir de rojo.
Se recompuso como tuvo. La cabeza le daba vueltas y le dolía, y enfrente suyo, el piernas largas se divertía. Sabía que acababa de dar con el punto débil de Sam.
«¿Cómo reaccionó tan rápido? ¿Es cierto que puede ver mis movimientos antes de yo hacerlos siquiera? Tal vez solo tenga una gran capacidad de reacción, pero... Sea lo que sea debo comprobarlo.»
—Eh, tú —le llamó, apuntando con la pistola que acababa de desenfundar—. Detente, o si no me veré obligado a disparar.
El hombre bufó y corrió rápidamente hacia Sam. Disparó, buscando sus piernas, pero esquivó con facilidad el ataque y volvió a acercarse para realizar otra patada alta. Sam, con el brazo izquierdo, sostuvo la pistola amenazante, apuntado a la cabeza, mientras con la segunda extrajo la porra eléctrica. El piernas largas, lleno de arrogancia, cerró los ojos y desvió el ataque hacia su mano derecha, desarmándolo, aprovechando el impulso para dar una vuelta en el aire y golpear con la segunda en la nuca del cyborg.
Aún en la nieve, Sam había descubierto que no mentía. No llegó a apartar el rostro de la pistola. Sabía, incluso con los ojos cerrados, lo que iba a hacer. ¿Podía leerle la mente? ¿Ver el futuro? ¿Acaso sería usuario de alguna extraña habilidad de las frutas del diablo? No lo sabía, y el dolor de su cabeza apenas le dejaba pensar. Medio rostro estaba ya cubierto de sangre, y al ponerse en pie, le costaba mantener el equilibrio. Si no acababa pronto con aquel hombre, tal vez no lo contara.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El combate por fin había comenzado, sin embargo, los primeros en combatir fueron el zancudo y Sam, que se había unido al grupo. Mientras ellos se partían la cara a tortazos, el samurái me miraba con curiosidad. Su sonrisa me ponía de los nervios. Podía percibir un olor a sangre emanar de él. Mi instinto me decía que era un asesino y que había matado a muchas personas. Sus ojos carecían de brillo y su espada estaba cuidada. Comencé a caminar alrededor de él mientras me seguía observando agarrando con fuerza su katana con sus dos manos. ¿Sabía donde iba a golpear o eran imaginaciones mías? En todo caso, probé a hacer una finta. Corrí hacia él un poco para después volver atrás. No se había inmutado.
- Ese tipo de juegos no funcionarán conmigo, muchacha. Mis ojos pueden ver a través de tus actos, te aconsejo que no dependas mucho de la cabeza. Si no quieres que este combate dure menos de lo que me gustaría - Su voz poseía una calma que me helaba los huesos al escucharlo.
¿Ver a través de mis actos? ¿Acaso poseía algún fragmento de los dioses? Iba a tener más cuidado con lo que hacía porque, de ser verdad lo que decía, podría ver como iba a atacar y acabar matándome de un solo tajo. Pero aquello no me intimidaba para nada. Al contrario, me daba más valor para luchar. Un rival fuerte siempre era bueno para mejorar como guerrera. Con un paso, me lancé con hacha en mano y le intenté cortar el brazo derecho. El samurái lo vio venir y retrocedió para luego atacarme con un corte en forma de media luna hacia mi cuello. A duras penas logré esquivarlo, logró hacerme una herida pequeña en el pecho que comenzó a sangrar
- La sangre de las mujeres siempre me resulta deliciosa, contigo serán ya 20 mujeres que han conocido el suave tacto de mi pequeña... - Lamió la sangre con una lengua un tanto más larga de lo normal, aquel tipo me daba asco y acabaría con él aunque me costara sangre y sudor.
- Tu sola existencia me da furia, espadachín. Un guerrero solo debe matar en el campo de batalla y en peleas justas. Un cobarde como tú que solo mata por placer me da repugnancia - Dije con ira, me estaba comenzando a enfadar y eso no era bueno para él.
El espadachín simplemente rio y eso fue suficiente para que mi ira me comiera completa. Abandonando mi hacha, le lancé un puñetazo el cual volvió a esquivar sin apenas esfuerzo y devolviéndome el ataque con un corte hacia el brazo izquierdo. Me agaché y logré esquivar el ataque no sin antes que me cortara un par de pelos. Sin darme cuenta a tiempo, me propinó una patada a la cara que me echó para atrás. Rodé sobre la nieve y mantuve mi vista en el enemigo. Suspiré mientras me quitaba la sangre de la nariz e intentaba relajarme. Enfadarme no iba a traerme nada bueno, me iba a dejar más expuesta. Iba a tener que intentar dejar la mente en blanco y reaccionar a sus ataques por puro instinto.
- Ese tipo de juegos no funcionarán conmigo, muchacha. Mis ojos pueden ver a través de tus actos, te aconsejo que no dependas mucho de la cabeza. Si no quieres que este combate dure menos de lo que me gustaría - Su voz poseía una calma que me helaba los huesos al escucharlo.
¿Ver a través de mis actos? ¿Acaso poseía algún fragmento de los dioses? Iba a tener más cuidado con lo que hacía porque, de ser verdad lo que decía, podría ver como iba a atacar y acabar matándome de un solo tajo. Pero aquello no me intimidaba para nada. Al contrario, me daba más valor para luchar. Un rival fuerte siempre era bueno para mejorar como guerrera. Con un paso, me lancé con hacha en mano y le intenté cortar el brazo derecho. El samurái lo vio venir y retrocedió para luego atacarme con un corte en forma de media luna hacia mi cuello. A duras penas logré esquivarlo, logró hacerme una herida pequeña en el pecho que comenzó a sangrar
- La sangre de las mujeres siempre me resulta deliciosa, contigo serán ya 20 mujeres que han conocido el suave tacto de mi pequeña... - Lamió la sangre con una lengua un tanto más larga de lo normal, aquel tipo me daba asco y acabaría con él aunque me costara sangre y sudor.
- Tu sola existencia me da furia, espadachín. Un guerrero solo debe matar en el campo de batalla y en peleas justas. Un cobarde como tú que solo mata por placer me da repugnancia - Dije con ira, me estaba comenzando a enfadar y eso no era bueno para él.
El espadachín simplemente rio y eso fue suficiente para que mi ira me comiera completa. Abandonando mi hacha, le lancé un puñetazo el cual volvió a esquivar sin apenas esfuerzo y devolviéndome el ataque con un corte hacia el brazo izquierdo. Me agaché y logré esquivar el ataque no sin antes que me cortara un par de pelos. Sin darme cuenta a tiempo, me propinó una patada a la cara que me echó para atrás. Rodé sobre la nieve y mantuve mi vista en el enemigo. Suspiré mientras me quitaba la sangre de la nariz e intentaba relajarme. Enfadarme no iba a traerme nada bueno, me iba a dejar más expuesta. Iba a tener que intentar dejar la mente en blanco y reaccionar a sus ataques por puro instinto.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Sam comenzó a correr hacia la derecha, disparando a su rival para intentar, al menos, debilitarlo. En balde. Aquel sujeto seguía siendo capaz de predecir todos sus ataques, y las balas las esquivó con una facilidad pasmosa, casi como si estuviera danzando. Y parecía estar disfrutando.
—Qué caramelito más rico eres —dijo en cierto momento. El rubio se estremecía con aquellas palabras.
El piernas largas volvió a perseguir a Sam, corriendo también a través de la nieve. No tardó mucho en estar a su altura y lanzar otra poderosa patada hacia su cara, pero en aquel momento Sam, que se encontraba ya débil, se tropezó con una raíz bajo la nieve y cayó sobre ella, evitando el fatídico golpe. Había tenido suerte, pero seguía tirado en el suelo. Su cuerpo ya no le respondía como antes, y su enemigo seguía ileso. Y a pesar de todo seguía negándose a rendirse.
Tumbado, extendió un brazo hacia atrás y lanzó un chorro de fuego desde el agujero de la palma de su mano. El pirata, que estaba realizando otro ataque, esta vez descendente, para aplastar el cráneo del rubio, se vio desprotegido ante la llamarada. Cedió ante el dolor y la sorpresa, fallando el golpe y lanzándose sobre la nieve para revolcarse en ella y apagar el fuego que había prendido su ropa. Sam obtuvo al fin un pequeño momento para respirar, pero más importante: obtuvo una pista sobre la habilidad de su rival. Como pudo, volvió a ponerse en pie, tambaleante. La sangre goteante tenía la nieve del suelo de un rojo carmesí.
—¡Ajá! —exclamó, confiado, señalando con un dedo al pirata que había terminado de apagar el fuego—. Ya sé como funciona tu molesta habilidad. ¡Ya no puedes derrotarme!
La cara del piernas largas, que hasta ahora había estado disfrutando, se tornó en una muesca de desagrado. No parecía hacerle gracia el comentario confiado del cyborg, y mucho menos que le hubiera quemado. Su pierna derecha se había enrojecido, estaba hinchada y presentaba varias ampollas con muy mal aspecto.
—¿De verdad piensas así con la paliza que te he dado? —espetó—. Estás a un golpe de caer muerto. Este lugar será tu tumba, desgraciado.
Volvió a realizar otro ataque, buscando el mismo punto débil de Sam. Aunque lo hubiera intentado, el cazarrecompensas no hubiera podido reaccionar a tiempo para protegerse; aquel combate le había pasado factura, y si en algún momento era capaz de reaccionar por completo a los ataques repentinos del pirata, esa capacidad había ido menguando con cada golpe. Pero su objetivo no era defenderse, sino contraatacar.
La patada alcanzó de pleno el perfil de Sam, haciéndole perder la consciencia por un instante. Se encontraba mal, estaba a punto de caer, pero apretó los dientes, pisó con fuerza y extendió los brazos para sujetar la pierna de aquel individuo con todas sus fuerzas.
—Tal vez... puedas predecirme... —Le costaba hablar—. Pero cuando atacas... no puedes...
El pirata se mostró perplejo por primera vez en todo el combate. Intentó zafarse del agarre de Sam, pero no lo logró, y este, a sabiendas de lo que ocurriría si lo dejaba escapar, activó los propulsores de sus pies. En un instante se encontraba volando el frío cielo de Sakura, arrastrando al piernas que no dejaba de gritar, aterrado. ¿Miedo a las altura? ¿O miedo a caer desde una gran altura? Fuera lo que fuera, su destino estaba decidido. «Por favor, que esto salga bien» pensaba, casi como una plegaria.
Comenzó a dar vueltas en el aire, trazando un círculo. Poco a poco fue ganando más y más velocidad, hasta que consideró que iba lo suficientemente rápido como para acabar con aquello. Sin pensarlo dos veces para no caer en la tentación de echarse atrás, giró abruptamente en medio del aire y comenzó a volar... hacia abajo.
—Para, para, por favor, para. ¡Paraaaaa! —gritaba el pirata.
Poco antes de alcanzar el suelo, Sam soltó a su rival, que cayó en picado contra la nieve, haciendo que esta salpicase en todas direcciones. Maniobró como pudo para enderezarse antes de impactar él también, y lo logró inclinarse lo suficiente para acabar revotando como una piedra sobre las aguas en calma varias veces antes de caer rendido.
—Qué caramelito más rico eres —dijo en cierto momento. El rubio se estremecía con aquellas palabras.
El piernas largas volvió a perseguir a Sam, corriendo también a través de la nieve. No tardó mucho en estar a su altura y lanzar otra poderosa patada hacia su cara, pero en aquel momento Sam, que se encontraba ya débil, se tropezó con una raíz bajo la nieve y cayó sobre ella, evitando el fatídico golpe. Había tenido suerte, pero seguía tirado en el suelo. Su cuerpo ya no le respondía como antes, y su enemigo seguía ileso. Y a pesar de todo seguía negándose a rendirse.
Tumbado, extendió un brazo hacia atrás y lanzó un chorro de fuego desde el agujero de la palma de su mano. El pirata, que estaba realizando otro ataque, esta vez descendente, para aplastar el cráneo del rubio, se vio desprotegido ante la llamarada. Cedió ante el dolor y la sorpresa, fallando el golpe y lanzándose sobre la nieve para revolcarse en ella y apagar el fuego que había prendido su ropa. Sam obtuvo al fin un pequeño momento para respirar, pero más importante: obtuvo una pista sobre la habilidad de su rival. Como pudo, volvió a ponerse en pie, tambaleante. La sangre goteante tenía la nieve del suelo de un rojo carmesí.
—¡Ajá! —exclamó, confiado, señalando con un dedo al pirata que había terminado de apagar el fuego—. Ya sé como funciona tu molesta habilidad. ¡Ya no puedes derrotarme!
La cara del piernas largas, que hasta ahora había estado disfrutando, se tornó en una muesca de desagrado. No parecía hacerle gracia el comentario confiado del cyborg, y mucho menos que le hubiera quemado. Su pierna derecha se había enrojecido, estaba hinchada y presentaba varias ampollas con muy mal aspecto.
—¿De verdad piensas así con la paliza que te he dado? —espetó—. Estás a un golpe de caer muerto. Este lugar será tu tumba, desgraciado.
Volvió a realizar otro ataque, buscando el mismo punto débil de Sam. Aunque lo hubiera intentado, el cazarrecompensas no hubiera podido reaccionar a tiempo para protegerse; aquel combate le había pasado factura, y si en algún momento era capaz de reaccionar por completo a los ataques repentinos del pirata, esa capacidad había ido menguando con cada golpe. Pero su objetivo no era defenderse, sino contraatacar.
La patada alcanzó de pleno el perfil de Sam, haciéndole perder la consciencia por un instante. Se encontraba mal, estaba a punto de caer, pero apretó los dientes, pisó con fuerza y extendió los brazos para sujetar la pierna de aquel individuo con todas sus fuerzas.
—Tal vez... puedas predecirme... —Le costaba hablar—. Pero cuando atacas... no puedes...
El pirata se mostró perplejo por primera vez en todo el combate. Intentó zafarse del agarre de Sam, pero no lo logró, y este, a sabiendas de lo que ocurriría si lo dejaba escapar, activó los propulsores de sus pies. En un instante se encontraba volando el frío cielo de Sakura, arrastrando al piernas que no dejaba de gritar, aterrado. ¿Miedo a las altura? ¿O miedo a caer desde una gran altura? Fuera lo que fuera, su destino estaba decidido. «Por favor, que esto salga bien» pensaba, casi como una plegaria.
Comenzó a dar vueltas en el aire, trazando un círculo. Poco a poco fue ganando más y más velocidad, hasta que consideró que iba lo suficientemente rápido como para acabar con aquello. Sin pensarlo dos veces para no caer en la tentación de echarse atrás, giró abruptamente en medio del aire y comenzó a volar... hacia abajo.
—Para, para, por favor, para. ¡Paraaaaa! —gritaba el pirata.
Poco antes de alcanzar el suelo, Sam soltó a su rival, que cayó en picado contra la nieve, haciendo que esta salpicase en todas direcciones. Maniobró como pudo para enderezarse antes de impactar él también, y lo logró inclinarse lo suficiente para acabar revotando como una piedra sobre las aguas en calma varias veces antes de caer rendido.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El combate proseguía, mi compañero por el ruido que hacía parecía pasarlo mal, pero no podía permitirme el lujo de voltearme a ver que le pasaba. El samurái seguía en la misma postura con su espada apuntándome a mí. Mi sangre salpicaba en la nieve y el tiempo parecía haberse detenido en esa escena eterna. Un infierno blanco donde solo existíamos dos adversarios. Pero eso no me impedía continuar embistiendo. Peros siempre acababa fallando y llevándome otro corte que acababa con una herida nueva en mi cuerpo. Me estaba cansando de que mis ataques no servían de nada. Intenté usar el poder de los dioses para intentar despistarle, pero era en vano. Esquivaba mi oro con movimientos gráciles. Di una patada fuerte al aire y acabé recibiendo un corte superficial en el muslo. Escocía como la mierda.
- Puedes intentarlo las veces que quieras, pelirroja. Como ya te he dicho, nada sirve ante estos ojos. Dentro de poco no podrás evitar que las heridas vayan a peor. Acabarás encontrando realmente mi filo en tus entrañas - Dijo mientras reía malévolamente.
Suspiré y me mordí la lengua ante el dolor de las heridas frescas. Escuché un gran golpe pero no podía darme la vuelta, el samurái podría acabar conmigo desde el momento en que le quitara los ojos de encima. Esperaba que Sam se encontrara bien. Aunque el rostro del asesino me decía que algo había pasado. Pues su mirada reflejaba incredulez.
- Tu amigo es sorprendente, se ha sacrificado a sí mismo para poder derrotar al patas largas. Desearía haber combatido con él al menos una vez - Comentó con un silbido.
- No se ha sacrificado, sigue vivo, estoy segura. Es un gran tío y no va a acabar en esta tierra nevada. Ni yo - Con un gesto, vuelvo a preparar mas puños de oro que salen disparados hacia el samurái.
Pero no acabaría ahí, pues correría hacia él para golpearle la cara con un derechazo el cual volvió a esquivar y , con un movimiento de giro, logra hacerme un tajo en la espalda que mi armadura logra mitigar un poco el impacto. Acabo de rodillas, con la cabeza gacha y el puño derecho aguantando mi peso. Pero poseía una sonrisa amplia en mi boca. El asesino se mostró curioso del por qué mi sonrisa. Comencé a reír en voz alta. Lo tenía justo donde quería.
- Verás... está muy bien eso de poder anticipar mis ataques. Pero... deberías observar tus alrededores primero antes de moverte - Señalé a sus pierna derecha donde una mano de oro sólida apareció de un charco de oro y la agarró con fuerza.
La cara del samurái se puso blanca del horro. De nada servía predecir los ataques si no podías moverte. Apreté mis puños y con una ira ciega, comencé a golpear su rostro con ganas. Mis golpes eran tan duros, que se podían escuchar el eco de ellos. Me había mordido los labios y la sangre brotaba de ellos de la ira. El cuerpo del rival acabó en el suelo y seguí golpeando hasta dejarle la cara irreconocible y que perdiera la consciencia.
- Eso... te enseñará a no tocarme los ovarios, maldito esperpento - Jadee mientras me intentaba recomponer e ir a buscar a Sam.
Tras unos minutos, le encontré hecho una mierda a varios metros. Bueno, el estaba peor que yo. Pero al menos su cuerpo parecía poder arreglarse con maña. El mío debía esperar a sanarse. Los conejos aparecieron y miraron el cuerpo de Sam con pena. Se me acercó la cría por detrás y me lamió la herida. Me dolía un cojón y medio. Pero comprendía que lo hacía para intentar cerrarla. Estaba muy mareada por la perdida de sangre por las heridas. No pude evitar caerme a la nieve y descansar un poco. Nos lo habíamos ganado un poco. Después de descansar un poco e intentar hacer un apaño con las heridas, buscaría la llave de las celdas y liberaría a los demás animales que andaban expectantes a ser liberados.
- Puedes intentarlo las veces que quieras, pelirroja. Como ya te he dicho, nada sirve ante estos ojos. Dentro de poco no podrás evitar que las heridas vayan a peor. Acabarás encontrando realmente mi filo en tus entrañas - Dijo mientras reía malévolamente.
Suspiré y me mordí la lengua ante el dolor de las heridas frescas. Escuché un gran golpe pero no podía darme la vuelta, el samurái podría acabar conmigo desde el momento en que le quitara los ojos de encima. Esperaba que Sam se encontrara bien. Aunque el rostro del asesino me decía que algo había pasado. Pues su mirada reflejaba incredulez.
- Tu amigo es sorprendente, se ha sacrificado a sí mismo para poder derrotar al patas largas. Desearía haber combatido con él al menos una vez - Comentó con un silbido.
- No se ha sacrificado, sigue vivo, estoy segura. Es un gran tío y no va a acabar en esta tierra nevada. Ni yo - Con un gesto, vuelvo a preparar mas puños de oro que salen disparados hacia el samurái.
Pero no acabaría ahí, pues correría hacia él para golpearle la cara con un derechazo el cual volvió a esquivar y , con un movimiento de giro, logra hacerme un tajo en la espalda que mi armadura logra mitigar un poco el impacto. Acabo de rodillas, con la cabeza gacha y el puño derecho aguantando mi peso. Pero poseía una sonrisa amplia en mi boca. El asesino se mostró curioso del por qué mi sonrisa. Comencé a reír en voz alta. Lo tenía justo donde quería.
- Verás... está muy bien eso de poder anticipar mis ataques. Pero... deberías observar tus alrededores primero antes de moverte - Señalé a sus pierna derecha donde una mano de oro sólida apareció de un charco de oro y la agarró con fuerza.
La cara del samurái se puso blanca del horro. De nada servía predecir los ataques si no podías moverte. Apreté mis puños y con una ira ciega, comencé a golpear su rostro con ganas. Mis golpes eran tan duros, que se podían escuchar el eco de ellos. Me había mordido los labios y la sangre brotaba de ellos de la ira. El cuerpo del rival acabó en el suelo y seguí golpeando hasta dejarle la cara irreconocible y que perdiera la consciencia.
- Eso... te enseñará a no tocarme los ovarios, maldito esperpento - Jadee mientras me intentaba recomponer e ir a buscar a Sam.
Tras unos minutos, le encontré hecho una mierda a varios metros. Bueno, el estaba peor que yo. Pero al menos su cuerpo parecía poder arreglarse con maña. El mío debía esperar a sanarse. Los conejos aparecieron y miraron el cuerpo de Sam con pena. Se me acercó la cría por detrás y me lamió la herida. Me dolía un cojón y medio. Pero comprendía que lo hacía para intentar cerrarla. Estaba muy mareada por la perdida de sangre por las heridas. No pude evitar caerme a la nieve y descansar un poco. Nos lo habíamos ganado un poco. Después de descansar un poco e intentar hacer un apaño con las heridas, buscaría la llave de las celdas y liberaría a los demás animales que andaban expectantes a ser liberados.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Sintió su mejilla húmeda. Estaba profundamente cansado, agotado, pero se esforzó para abrir los ojos. Lo primero que vio fue a un grupo de conejos que le habían rodeado. Sobre ellos, el cielo brillaba azul, pero transmitía una sensación gélida, como si fuera un gigantesco bloque de hielo.
Giró la cabeza. Llevaba ya un rato notando cómo le daban pequeños golpecitos. Uno de los conejos no paraba de lamerle las heridas. Sonrió, hizo un gesto con la mano para que los conejos se apartaran y se incorporó a duras penas. La cabeza le dolía horrores; había recibido demasiados golpes. De pronto notó un silencio extendido. «¿Y Helga?» recordó.
Giró la cabeza demasiado rápido, soportando el dolor, para buscar a su amiga. La encontró cerca suyo, desmayada en el suelo. A lo lejos, el samurái contra el que había peleado también parecía haber caído en combate.
—Bien hecho —murmuró para sí mismo.
Aprovechó la presencia de los conejos para pedirles ayuda. Se apoyó en uno de ellos para caminar y avanzó hacia su compañera. No era ningún experto en materia de medicina, pero estaba seguro de que dejarla más tiempo tirada en la nieve no era buena idea. Él mismo había empezado a notar como el frío de aquella isla entumecía los cuerpos, fueran de carne o de metal.
—Quito ahí, pedazo de chatarra —ordenó una voz.
Sam se giró y se encontró con el mismo hombre al que había creído derrotar. «Ha resistido el golpe... No puede ser. Esto es malo». Con Helga inconsciente y él hecho polvo, solo los conejos podían detener a aquel hombre. Pero la mayoría de los animales se encontraban sentados sobre los hombres del campamento, aplastándolos con sus enormes cuerpos para impedir que escapasen, y Sam no quería poner en riesgo sus vidas. El piernas largas era demasiado fuerte para los conejos, además de que estaban haciendo todo aquello por ellos. No podía dejarlos sacrificarse por él.
—Proteged a Helga —ordenó a los conejos. Se soltó el hombro del que le había ayudado y se acercó al pirata hasta encararlo.
A pesar de tener todavía energías para mantenerse en pie, el pirata se encontraba bastante herido. Tenía un brazo completamente roto, que probablemente había usado para amortiguar la caída, y también parecía haberse golpeado la cabeza. Tal vez, y solo tal vez, no estuviera todo perdido. Pero a Sam le costaba ser positivo. Su cuerpo estaba en buenas condiciones, pero debido al dolor de la cabeza apenas podía sostenerse en pie. El único motivo por el se había plantado enfrente del pirata era, porque si no lo hacía él, la vikinga y los conejos estarían perdidos.
—¿Cómo te llamas? —inquirió no sin cierto respeto.
—Samvel Legacy —respondió inmediatamente Sam.
—Bien, Samvel Legacy. Yo soy Prancer. Has demostrado ser algo más que un niñato entrometido, tienes mi respeto. Pero ahora, tengo que derrotarte.
Sam se sintió confuso. No podía negar que sentía una pizca de orgullo por haberse ganado el respeto de su rival, pero le costaba comprender por qué aquel cambio. Minutos atrás solo quería matarlo. Aunque realmente ahora también quería matarle, solo que lo respetaba. «Si muero, estamos acabados» pensó. Alzó los brazos y se preparó para recibir a su rival.
El ambiente había cambiado. Sabía que su vida corría el mismo peligro que al iniciar el combate, pero se sentía distinto. Quizás, y solo quizás, estuviera empezando a comprender en qué consistía un combate con honor. Con honor y respeto.
El piernas largas corrió hacia Sam, lanzando otra patada lateral directa a la cabeza. Su estrategia no había cambiado. Pero esta vez Sam, incluso antes de ver venir el movimiento, se descubrió a sí mismo moviendo los brazos para agarrar la pierna del pirata antes de que le golpeara. Bloqueó el golpe con las manos abiertas y sujetó con fuerza la extremidad. No sabía cómo, pero logró sentir cómo se aproximaba el ataque y reaccionó a tiempo de contrarrestarlo.
No terminó ahí. Sabía que era su única y mejor oportunidad, así que no la desaprovechó. Levantó al hombre por encima de su cabeza al sujetarlo por la pierna y, en medio del aire, antes de estamparlo contra el suelo, le propinó un pesado puñetazo metálico en el rostro. El pirata acabó desmayado, pero Sam habría jurado ver una sonrisa en su cara antes de desfallecer.
Al final, los conejos volvieron a ayudar a Sam. Se refugió junto con su exhausta compañera en una de las tiendas de los cazadores, resguardándose del frío. Inspeccionó su cuerpo, pero no necesitaba ninguna reparación inmediata. Tan solo debía descansar y recuperarse de las heridas de su cabeza mientras esperaba a que su amiga despertase.
Giró la cabeza. Llevaba ya un rato notando cómo le daban pequeños golpecitos. Uno de los conejos no paraba de lamerle las heridas. Sonrió, hizo un gesto con la mano para que los conejos se apartaran y se incorporó a duras penas. La cabeza le dolía horrores; había recibido demasiados golpes. De pronto notó un silencio extendido. «¿Y Helga?» recordó.
Giró la cabeza demasiado rápido, soportando el dolor, para buscar a su amiga. La encontró cerca suyo, desmayada en el suelo. A lo lejos, el samurái contra el que había peleado también parecía haber caído en combate.
—Bien hecho —murmuró para sí mismo.
Aprovechó la presencia de los conejos para pedirles ayuda. Se apoyó en uno de ellos para caminar y avanzó hacia su compañera. No era ningún experto en materia de medicina, pero estaba seguro de que dejarla más tiempo tirada en la nieve no era buena idea. Él mismo había empezado a notar como el frío de aquella isla entumecía los cuerpos, fueran de carne o de metal.
—Quito ahí, pedazo de chatarra —ordenó una voz.
Sam se giró y se encontró con el mismo hombre al que había creído derrotar. «Ha resistido el golpe... No puede ser. Esto es malo». Con Helga inconsciente y él hecho polvo, solo los conejos podían detener a aquel hombre. Pero la mayoría de los animales se encontraban sentados sobre los hombres del campamento, aplastándolos con sus enormes cuerpos para impedir que escapasen, y Sam no quería poner en riesgo sus vidas. El piernas largas era demasiado fuerte para los conejos, además de que estaban haciendo todo aquello por ellos. No podía dejarlos sacrificarse por él.
—Proteged a Helga —ordenó a los conejos. Se soltó el hombro del que le había ayudado y se acercó al pirata hasta encararlo.
A pesar de tener todavía energías para mantenerse en pie, el pirata se encontraba bastante herido. Tenía un brazo completamente roto, que probablemente había usado para amortiguar la caída, y también parecía haberse golpeado la cabeza. Tal vez, y solo tal vez, no estuviera todo perdido. Pero a Sam le costaba ser positivo. Su cuerpo estaba en buenas condiciones, pero debido al dolor de la cabeza apenas podía sostenerse en pie. El único motivo por el se había plantado enfrente del pirata era, porque si no lo hacía él, la vikinga y los conejos estarían perdidos.
—¿Cómo te llamas? —inquirió no sin cierto respeto.
—Samvel Legacy —respondió inmediatamente Sam.
—Bien, Samvel Legacy. Yo soy Prancer. Has demostrado ser algo más que un niñato entrometido, tienes mi respeto. Pero ahora, tengo que derrotarte.
Sam se sintió confuso. No podía negar que sentía una pizca de orgullo por haberse ganado el respeto de su rival, pero le costaba comprender por qué aquel cambio. Minutos atrás solo quería matarlo. Aunque realmente ahora también quería matarle, solo que lo respetaba. «Si muero, estamos acabados» pensó. Alzó los brazos y se preparó para recibir a su rival.
El ambiente había cambiado. Sabía que su vida corría el mismo peligro que al iniciar el combate, pero se sentía distinto. Quizás, y solo quizás, estuviera empezando a comprender en qué consistía un combate con honor. Con honor y respeto.
El piernas largas corrió hacia Sam, lanzando otra patada lateral directa a la cabeza. Su estrategia no había cambiado. Pero esta vez Sam, incluso antes de ver venir el movimiento, se descubrió a sí mismo moviendo los brazos para agarrar la pierna del pirata antes de que le golpeara. Bloqueó el golpe con las manos abiertas y sujetó con fuerza la extremidad. No sabía cómo, pero logró sentir cómo se aproximaba el ataque y reaccionó a tiempo de contrarrestarlo.
No terminó ahí. Sabía que era su única y mejor oportunidad, así que no la desaprovechó. Levantó al hombre por encima de su cabeza al sujetarlo por la pierna y, en medio del aire, antes de estamparlo contra el suelo, le propinó un pesado puñetazo metálico en el rostro. El pirata acabó desmayado, pero Sam habría jurado ver una sonrisa en su cara antes de desfallecer.
Al final, los conejos volvieron a ayudar a Sam. Se refugió junto con su exhausta compañera en una de las tiendas de los cazadores, resguardándose del frío. Inspeccionó su cuerpo, pero no necesitaba ninguna reparación inmediata. Tan solo debía descansar y recuperarse de las heridas de su cabeza mientras esperaba a que su amiga despertase.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Después de liberar a los conejos apresados, solo recordaba intentar volver a donde Sam. Mi visión se emborronaba, sentía mi cuerpo débil. Llegado el momento, acabé perdiendo el conocimiento y mi cuerpo colapsó en la fría nieve. Durante el tiempo en que desconecté del mundo, tuve un sueño de recuerdos pasados. Me veía a mi misma de niña, jugando con mi madre. Una hermosa mujer con un pelo rojo más ardiente que el mío y una mirada en la que parecía reflejar el mismo cielo. Nunca podría olvidarme de sus pecas y de sus labios finos. En mi sueño, jugábamos en la cala al pilla pilla. Hasta que se alejó de mí. Me miró con una mirada triste y su cuerpo se transformó en mariposas que se alejaron en el horizonte. Corrí hacia ella, intentando que no se fuera. Pero era un sueño. Un sueño agridulce.
Me desperté con una lágrima recorriendo mi mejilla derecha. Realmente echaba de menos a mi madre. No era la primera vez que tenía tales sueños de ella. Cuando quise darme cuenta, me cubría un techo de tela o pieles, no sabía lo que era, pero al menos se sentía algo cálido. Intenté moverme, pero aún me escocían algo mis heridas, sobre todo la de la espalda. Cuando salí, me encontré con que los conejos estaban interactuando entre ellos. Parecían estar muy felices, sobre todo el pequeño. Uno de ellos que estaban en las jaulas, resultó ser su madre. Pues el jefe y ellos estaban actuando como una familia. Cuando se percataron de mi presencia, el líder me apuntó con sus zarpas una tienda que estaba al lado de la mía. Ahí es donde estaría descansando Sam.
Me moví lentamente y alcé un poco la voz.
- ¿Estás despierto Sam? ¿Cómo te encuentras de tus heridas? Yo ando un poco débil aún. Pero por el bienestar de estos amiguitos no podemos demorar demasiado. Se podrían reagrupar - Dije mientras observaba a los cazadores caídos y con un ligero movimiento de dedos, volví a crear unas esposas de oro sólido en sus extremidades para evitar que volviesen a la carga.
Me desperté con una lágrima recorriendo mi mejilla derecha. Realmente echaba de menos a mi madre. No era la primera vez que tenía tales sueños de ella. Cuando quise darme cuenta, me cubría un techo de tela o pieles, no sabía lo que era, pero al menos se sentía algo cálido. Intenté moverme, pero aún me escocían algo mis heridas, sobre todo la de la espalda. Cuando salí, me encontré con que los conejos estaban interactuando entre ellos. Parecían estar muy felices, sobre todo el pequeño. Uno de ellos que estaban en las jaulas, resultó ser su madre. Pues el jefe y ellos estaban actuando como una familia. Cuando se percataron de mi presencia, el líder me apuntó con sus zarpas una tienda que estaba al lado de la mía. Ahí es donde estaría descansando Sam.
Me moví lentamente y alcé un poco la voz.
- ¿Estás despierto Sam? ¿Cómo te encuentras de tus heridas? Yo ando un poco débil aún. Pero por el bienestar de estos amiguitos no podemos demorar demasiado. Se podrían reagrupar - Dije mientras observaba a los cazadores caídos y con un ligero movimiento de dedos, volví a crear unas esposas de oro sólido en sus extremidades para evitar que volviesen a la carga.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
—Me duele un poco la cabeza —dijo, con una sonrisa tonta para que no se preocupara—. Pero aún puedo seguir.
Al poco rato empezamos a movernos al siguiente campamento, con un grupo aún mayor de conejos. Los que habíamos liberado se habían unido a nuestro grupo, y muchos de ellos, si no todos, quería recuperar al resto de sus amigos y familiares. Por su parte, Sam se encontraba mejor. No podía considerarse que estaba bien, y seguramente ningún médico le hubiese dejado moverse, pero el haber descansado hacía que se encontrara en mejor estado. Ahora podía caminar y mantenerse en pie sin ayuda, y la sangre de su frente había dejado de manar.
No tardaron mucho en alcanzar el siguiente campamento, muy similar al anterior. Jaulas y tiendas por igual repartidas por un extenso claro cercado por árboles invernales cubiertos de nieve, al igual que el duro suelo de roca. Desde la tienda más grande, de un color distinto a la demás, se escuchaba una voz gutural que no paraba de proclamar improperios.
—¡Malditos bastardos! —rugía—. ¿Por qué cojones no hacen puto casos de sus caracoles de mierda, eh?
Un fuerte sonido recorrió el claro y un hombre salió volando desde la entrada de la tienda. Detrás suyo salió un hombre grande, de casi tres metros, y grueso como dos personas mas anchas que el mismo Sam. En su mano tenía una botella de ron, y tenía un aspecto pintoresco. Pantalones de cuero negro, un abrigo de piel marrón y una nariz grande y roja como un tomate eran característicos en él.
—¿Cómo osan ignorar al gran Rudolph el Rojo? —profirió para bajar la mirada y encontrar al grupo de Helga y Sam que acababa de llegar—. ¿Y vosotros? ¿Nos traéis más de esos estúpidos animales? No os pienso pagar, son nuestros.
—Soy Samvel Legacy —se adelantó el cyborg—, cazarrecompensas. Hemos venido para detenerte. Entrégate y todo acabará rápido.
—¡JA! Yo me desayuno a muchacho como tú cada día —dijo entre risas—. Detenerme dice. —Continuó riendo—. Inténtalo si te atreves.
Al poco rato empezamos a movernos al siguiente campamento, con un grupo aún mayor de conejos. Los que habíamos liberado se habían unido a nuestro grupo, y muchos de ellos, si no todos, quería recuperar al resto de sus amigos y familiares. Por su parte, Sam se encontraba mejor. No podía considerarse que estaba bien, y seguramente ningún médico le hubiese dejado moverse, pero el haber descansado hacía que se encontrara en mejor estado. Ahora podía caminar y mantenerse en pie sin ayuda, y la sangre de su frente había dejado de manar.
No tardaron mucho en alcanzar el siguiente campamento, muy similar al anterior. Jaulas y tiendas por igual repartidas por un extenso claro cercado por árboles invernales cubiertos de nieve, al igual que el duro suelo de roca. Desde la tienda más grande, de un color distinto a la demás, se escuchaba una voz gutural que no paraba de proclamar improperios.
—¡Malditos bastardos! —rugía—. ¿Por qué cojones no hacen puto casos de sus caracoles de mierda, eh?
Un fuerte sonido recorrió el claro y un hombre salió volando desde la entrada de la tienda. Detrás suyo salió un hombre grande, de casi tres metros, y grueso como dos personas mas anchas que el mismo Sam. En su mano tenía una botella de ron, y tenía un aspecto pintoresco. Pantalones de cuero negro, un abrigo de piel marrón y una nariz grande y roja como un tomate eran característicos en él.
—¿Cómo osan ignorar al gran Rudolph el Rojo? —profirió para bajar la mirada y encontrar al grupo de Helga y Sam que acababa de llegar—. ¿Y vosotros? ¿Nos traéis más de esos estúpidos animales? No os pienso pagar, son nuestros.
—Soy Samvel Legacy —se adelantó el cyborg—, cazarrecompensas. Hemos venido para detenerte. Entrégate y todo acabará rápido.
—¡JA! Yo me desayuno a muchacho como tú cada día —dijo entre risas—. Detenerme dice. —Continuó riendo—. Inténtalo si te atreves.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Afortunadamente, el estado de mi compañero era mejor de lo que esperaba. Le devolví la sonrisa y le pegué un ligero golpe en el hombro. Me había asustado de que le hubiese pasado algo malo. Pero si él decía que podía seguir, ¿quién era yo para impedirle continuar con nuestra cruzada? Reanudamos nuestra marcha con la compañía de más de aquellas bestias. El plan iba a comenzar de un momento a otro. Después de caminar un buen trecho una vez más, llegamos al campamento principal. Donde, con suerte, nuestra misión llegaría a su final y pondríamos fin a la caza ilegal. Había una tienda que era grandota y del interior una voz que parecía un trueno se extendía por el lugar. Por el tono, no parecía estar muy contento. Un hombre salió de la tienda y acabó tumbado en el suelo. Je, el jefe no parecía ser muy amigable con sus hombres.
Un gordo grande y con cara de amargado, salió al exterior con una botella de alcohol en la mano. Su nariz roja y gruesa era bastante risoria. No me pude contener la risa y comencé a dar voces. El hombre estaba enfadado. Se rió de las palabras de Sam pero al final iba a acabar en nuestras manos de una forma u otra.
- No te rías, viejo gordinflón. Tu reinado de terror sobre estas criaturas ha llegado a su final. Tus hombres no contestan porque los hemos derrotado - Dije desafiante aunque aún tuviera las heridas frescas.
-¡Cierra la boca, mujer! ¡Te voy a enseñar lo que es valer 22 millones de berries! ¡Me va a encantar romperos el cráneo con mis puños! - Gritó el tal Rudolph dando un último sorbo a su botella antes de tirarla.
Se puso a cuatro patas y entonces pasó. Su cuerpo sufrió un cambio extraño. De su piel se formó una gran mata de pelo marrón, sus manos y pies se volvieron pezuñas y de su cabeza salieron dos cuernos grandes. Se había transformado en un reno más grande de lo normal. Y con cierta velocidad, cargó hacia nosotros con ira ciega. Apenas me dio tiempo a esquivarlo. Sus cuernos eran peligrosos, podía atravesarte con ellos. Aunque había otra cosa peligrosa, su aliento apestaba a alcohol. Cree unos cuantos puños de oro sólido y me dispuse a atacarle. Los esquivó y luego corrió hacia mi y me golpeó con sus patas. El dolor era real y me estampé contra un árbol. Era fuerte el maldito condenado. Sam y yo teníamos que buscar alguna manera de derrotarle.
Un gordo grande y con cara de amargado, salió al exterior con una botella de alcohol en la mano. Su nariz roja y gruesa era bastante risoria. No me pude contener la risa y comencé a dar voces. El hombre estaba enfadado. Se rió de las palabras de Sam pero al final iba a acabar en nuestras manos de una forma u otra.
- No te rías, viejo gordinflón. Tu reinado de terror sobre estas criaturas ha llegado a su final. Tus hombres no contestan porque los hemos derrotado - Dije desafiante aunque aún tuviera las heridas frescas.
-¡Cierra la boca, mujer! ¡Te voy a enseñar lo que es valer 22 millones de berries! ¡Me va a encantar romperos el cráneo con mis puños! - Gritó el tal Rudolph dando un último sorbo a su botella antes de tirarla.
Se puso a cuatro patas y entonces pasó. Su cuerpo sufrió un cambio extraño. De su piel se formó una gran mata de pelo marrón, sus manos y pies se volvieron pezuñas y de su cabeza salieron dos cuernos grandes. Se había transformado en un reno más grande de lo normal. Y con cierta velocidad, cargó hacia nosotros con ira ciega. Apenas me dio tiempo a esquivarlo. Sus cuernos eran peligrosos, podía atravesarte con ellos. Aunque había otra cosa peligrosa, su aliento apestaba a alcohol. Cree unos cuantos puños de oro sólido y me dispuse a atacarle. Los esquivó y luego corrió hacia mi y me golpeó con sus patas. El dolor era real y me estampé contra un árbol. Era fuerte el maldito condenado. Sam y yo teníamos que buscar alguna manera de derrotarle.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Un pirata peculiar, pero pirata al fin y al cabo. Agresivo, malhablado, egoísta y que abusa de los suyos. Sin duda era la clase de criminal que no le daba ninguna pena encerrar. Más de una vez había dejado escapar a criminales tras haberlos conocido o escuchado sus historias, pues creía que eran buenas personas y que se merecían una segunda oportunidad fuera de la prisión, pero había otros criminales como aquel gigantón que sin duda estaban mejor encerrados.
Entonces el pirata comenzó a transformarse. «No, otra vez no, por favor» pensó mientras sacaba su Pacificadora. La pistola nunca le había fallado en los momentos de mayor necesidad, y en aquel momento lo necesitaba más que nunca. No era la primera vez que se encontraba con un usuario de las frutas del diablo que se convertía en animal, pero al contrario que la bruja gato del North Blue, ese hombre parecía mucho más peligroso.
El pirata, mostrando una peligrosa cornamenta y moviéndose a una velocidad sorprendente, se enfrentó a Helga. Tras un breve intercambio, se abalanzó contra Sam. El cyborg activó los propulsores de sus pies y tomó altura altes de que le alcanzara, por suerte. Tenía la sospecha de que si le alcanzaba, podría aplastar su cuerpo sin ningún problema.
En el aire, un lugar inalcanzable para el reno de nariz roja, disparó dos veces hacia el lomo. Las balas alcanzaron su objetivos, mas no causaron ningún daño. Como si hubieran chocado contra una armadura, rebotaron y se dispersaron en direcciones contrarias.
—No quería usar esto... —murmura para sí. Modificó la munición de su arma y volvió a apuntar contra el reno.
Quizás fuera más listo de lo que aparentaba, o tal vez solo fuera realmente impaciente, pero si forma animal había mutado para convertirse en un ejemplar híbrido entre reno y humano con piernas hiperdesarrolladas. En un instante, con un simple salto, se puso a la altura de Sam en mitad del aire, propiciando un puñetazo que envió al cyborg al suelo de nuevo. Casi como en un deja vu, la cabeza le volvió a dar vueltas y se descubrió tirado en suelo. La pistola se le había escapado y se encontraba desarmado e indefenso ante un inminente ataque. El pirata había cambiado de forma y se lanzaba contra él, haciendo gala de unos gigantes cuernos con un aspecto aterrador que parecían capaces de atravesar un tanque.
Entonces el pirata comenzó a transformarse. «No, otra vez no, por favor» pensó mientras sacaba su Pacificadora. La pistola nunca le había fallado en los momentos de mayor necesidad, y en aquel momento lo necesitaba más que nunca. No era la primera vez que se encontraba con un usuario de las frutas del diablo que se convertía en animal, pero al contrario que la bruja gato del North Blue, ese hombre parecía mucho más peligroso.
El pirata, mostrando una peligrosa cornamenta y moviéndose a una velocidad sorprendente, se enfrentó a Helga. Tras un breve intercambio, se abalanzó contra Sam. El cyborg activó los propulsores de sus pies y tomó altura altes de que le alcanzara, por suerte. Tenía la sospecha de que si le alcanzaba, podría aplastar su cuerpo sin ningún problema.
En el aire, un lugar inalcanzable para el reno de nariz roja, disparó dos veces hacia el lomo. Las balas alcanzaron su objetivos, mas no causaron ningún daño. Como si hubieran chocado contra una armadura, rebotaron y se dispersaron en direcciones contrarias.
—No quería usar esto... —murmura para sí. Modificó la munición de su arma y volvió a apuntar contra el reno.
Quizás fuera más listo de lo que aparentaba, o tal vez solo fuera realmente impaciente, pero si forma animal había mutado para convertirse en un ejemplar híbrido entre reno y humano con piernas hiperdesarrolladas. En un instante, con un simple salto, se puso a la altura de Sam en mitad del aire, propiciando un puñetazo que envió al cyborg al suelo de nuevo. Casi como en un deja vu, la cabeza le volvió a dar vueltas y se descubrió tirado en suelo. La pistola se le había escapado y se encontraba desarmado e indefenso ante un inminente ataque. El pirata había cambiado de forma y se lanzaba contra él, haciendo gala de unos gigantes cuernos con un aspecto aterrador que parecían capaces de atravesar un tanque.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El maldito gordo era más duro de lo que esperaba. El fragmento de los dioses que poseía realmente era poderoso. Me encontraba aún sentada al pie del árbol, ese cabrón realmente me había dañado, menos mal que mi armadura me había ayudado un poco con el impacto. Pero Sam no corrió la misma suerte. Pues intentó atacar al pirata desde arriba pero en vano. Pues el tal Rudolph adoptó una forma nueva. Parecía un cruce entre un humano y un reno. Le propinó un golpe a Sam que hizo que se estrellara contra el suelo perdiendo la pistola que tenía en la mano. Aunque no había hecho mucho con ella. Volvió a tomar otra forma, esta vez haciendo que sus cuernos crecieran más de la cuenta y amenazaba con caer encima de Sam para atravesarle. No lo iba a permitir. Con un movimiento de mano, cree una barrera de oro sólido sobre Sam para protegerle de la embestida aérea.
Por suerte, no era lo suficientemente fuerte como para romper la barrera de un golpe pero si para dejar su marca. Se quejó de que le dolían los cuernos y la cabeza debido al impacto. Que se joda. Me levanté y volví al combate. No iba a dejar que un viejo gordo como aquel me venciera. Le iba a dar la del pulpo de una forma u otra. Volví a crear varios puños de oro sólido y se los lancé. Volvió a adoptar una forma nueva. Esta vez más delgado y pequeño pero ágil y rápido. Esquivó mis ataques con gracia y cuando llegó hasta mí, adoptó su forma híbrida y me propinó una patada al costado que me mandó a volar un par de metros. Me había roto un par de costillas y dolía como su puta madre. Pero no iba a dejar que me detuviera. Mi viaje no iba a acabar ahí. Iba a volverme más fuerte y proteger a mis amigos. Helga "La Loba Roja" no va a acabar muerta en medio de la nada. Mi voluntad no me iba a dejar rendirme aún si tuviera el cuerpo lleno de heridas y costillas rotas. Aunque estuviera escupiendo sangre. Me mantendría en pie, luchando.
Cuando el pirata volvió a cargar hacia mí en su forma cornuda con la intención de atravesarme, algo pasaba en mi interior. Era como si el tiempo fuera más despacio y podía ver como mi enemigo me iba a golpear. No sabía si era debido a mis heridas y estaba viendo cosas, pero me aparté esquivando el embiste y propinándole una patada en el estómago con fuerza. Aquello le dolió por lo visto.
Por suerte, no era lo suficientemente fuerte como para romper la barrera de un golpe pero si para dejar su marca. Se quejó de que le dolían los cuernos y la cabeza debido al impacto. Que se joda. Me levanté y volví al combate. No iba a dejar que un viejo gordo como aquel me venciera. Le iba a dar la del pulpo de una forma u otra. Volví a crear varios puños de oro sólido y se los lancé. Volvió a adoptar una forma nueva. Esta vez más delgado y pequeño pero ágil y rápido. Esquivó mis ataques con gracia y cuando llegó hasta mí, adoptó su forma híbrida y me propinó una patada al costado que me mandó a volar un par de metros. Me había roto un par de costillas y dolía como su puta madre. Pero no iba a dejar que me detuviera. Mi viaje no iba a acabar ahí. Iba a volverme más fuerte y proteger a mis amigos. Helga "La Loba Roja" no va a acabar muerta en medio de la nada. Mi voluntad no me iba a dejar rendirme aún si tuviera el cuerpo lleno de heridas y costillas rotas. Aunque estuviera escupiendo sangre. Me mantendría en pie, luchando.
Cuando el pirata volvió a cargar hacia mí en su forma cornuda con la intención de atravesarme, algo pasaba en mi interior. Era como si el tiempo fuera más despacio y podía ver como mi enemigo me iba a golpear. No sabía si era debido a mis heridas y estaba viendo cosas, pero me aparté esquivando el embiste y propinándole una patada en el estómago con fuerza. Aquello le dolió por lo visto.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La cornamenta del reno de nariz roja estuvo a punto de atravesar el cuerpo del cyborg, pero Helga usó su habilidad para crear un sólido muro de oro que le salvó de un golpe letal. La pelirroja volvió a su acometida con el pirata, intercambiando golpes. Rudolph parecía fuerte, mucho más que los hombres a los que se había encontrado hasta el momento, pero Helga había conseguido hacerle frente y hasta hacerle daño.
Sam aprovechó que la vikinga estaba entreteniendo al reno para levantarse nuevamente y prepararse. No encontró su pistola, y tampoco tenía tiempo para ponerse a buscarla. Dejó de lado su arma principal y corrió directo hacia dónde estaba el pirata. Saltó en el aire varios metros, disparó la red de su brazo izquierdo y, con el derecho, desenfundó la porra eléctrica. La red entorpeció al reno, impidiéndole moverse durante unos pocos segundos. El tiempo suficiente para que Sam arremetiera y le golpeara directamente en el mismo lugar que había hecho su compañera con anterioridad. La corriente eléctrica se descargó por completo sobre el cuerpo de aquel hombre bestia. Su pelo se tornó como el una oveja, estofado, y soltó un grito de dolor, pero al instante rompió la red y lanzó un manotazo contra el cazarrecompensas.
En aquel momento el rubio lo sintió. No habría sabido cómo explicarlo, pero sintió lo mismo que en el último golpe de Prancer. Algo en su interior de alertaba de un inminente ataque, de un peligro casi mortal para alguien en su débil estado que seguía esforzándose. Sam fue rápido y retrocedió al menos indicio de peligro. La mano del hombre reno cayó al suelo, provocando una nube de nieve y gravilla. Si aquel golpe tan solo le hubiera rozado... Pero no se centró en eso. El pirata traficante era una amenaza mayor a la que esperaba, y resultaba muy resistente. Sin dudar, decidió usar sus lanzallamas. Corrió hacia la izquierda, flanqueando al pirata mientras guardaba la porra eléctrica y extendía los brazos hacia él. Sendos chorros de fuego impactaron de lleno en el objetivo, haciendo estallar su estafado pelaje en llamas. De pronto, volvió a su forma humana y empezó a rodar por la nieve entre gritos de dolor. Sam aprovechó para retroceder un par de pasos.
—¡Os voy a matar cabrones! —amenazó, colérico—. ¡Putas moscas de los cojones!
Sam se puso en guardia y se preparó para la que se iba a avecinar. Aquello estaba lejos de terminar.
—¡Vamos a dar todo lo que tenemos, Helga! —animó a su compañera.
Sam aprovechó que la vikinga estaba entreteniendo al reno para levantarse nuevamente y prepararse. No encontró su pistola, y tampoco tenía tiempo para ponerse a buscarla. Dejó de lado su arma principal y corrió directo hacia dónde estaba el pirata. Saltó en el aire varios metros, disparó la red de su brazo izquierdo y, con el derecho, desenfundó la porra eléctrica. La red entorpeció al reno, impidiéndole moverse durante unos pocos segundos. El tiempo suficiente para que Sam arremetiera y le golpeara directamente en el mismo lugar que había hecho su compañera con anterioridad. La corriente eléctrica se descargó por completo sobre el cuerpo de aquel hombre bestia. Su pelo se tornó como el una oveja, estofado, y soltó un grito de dolor, pero al instante rompió la red y lanzó un manotazo contra el cazarrecompensas.
En aquel momento el rubio lo sintió. No habría sabido cómo explicarlo, pero sintió lo mismo que en el último golpe de Prancer. Algo en su interior de alertaba de un inminente ataque, de un peligro casi mortal para alguien en su débil estado que seguía esforzándose. Sam fue rápido y retrocedió al menos indicio de peligro. La mano del hombre reno cayó al suelo, provocando una nube de nieve y gravilla. Si aquel golpe tan solo le hubiera rozado... Pero no se centró en eso. El pirata traficante era una amenaza mayor a la que esperaba, y resultaba muy resistente. Sin dudar, decidió usar sus lanzallamas. Corrió hacia la izquierda, flanqueando al pirata mientras guardaba la porra eléctrica y extendía los brazos hacia él. Sendos chorros de fuego impactaron de lleno en el objetivo, haciendo estallar su estafado pelaje en llamas. De pronto, volvió a su forma humana y empezó a rodar por la nieve entre gritos de dolor. Sam aprovechó para retroceder un par de pasos.
—¡Os voy a matar cabrones! —amenazó, colérico—. ¡Putas moscas de los cojones!
Sam se puso en guardia y se preparó para la que se iba a avecinar. Aquello estaba lejos de terminar.
—¡Vamos a dar todo lo que tenemos, Helga! —animó a su compañera.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Al parecer el punto débil del hombre cornudo era la barriga. Podríamos aprovecharlo para que dejara de tocar tanto los huevos. Me miró con odio y ya se estaba preparando para otra embestida. Pero Sam apareció y le disparó con una red que logró inmovilizarlo un poco para después apalearle con una porra eléctrica. Al parecer el rubio se había fijado en el punto débil, pues le propinó el golpe en el mismo sitio que yo. La electricidad le tornó su pelo de una forma muy graciosa. Le había dolido pero logró romper la red e iba a golpear Sam con un tortazo. No sé como, pero logró evitarlo. ¿Acaso había experimentado lo mismo que yo? Lo ignoraba. Pero me quedé sorprendida cuando el muchacho atacó a Rudolph con un lanzallamas. El pirata gritó y volvió a su forma humana para tirarse en la nieve. Intentaba apagar el fuego mientras nos maldecía.
- El fuego y la barriga... son la clave - Le dije a Sam mientras me agarraba el costado derecho.
El ver la sangre en mi mano, despertó algo dentro de mi. Sentí una furia me fue envolviendo. Se sentía jodidamente bien. Era como si me hubiera tomado una de esas setas que se tomaba mi padre antes de entrar en combate. Cuando el hombre se puso de pie con la parte delantera llena de quemaduras, sonreí. Probablemente no era una sonrisa bonita. Una sonrisa sádica. Me abalancé hacia delante y sin pensarlo dos veces le propiné un combo de golpes de puñetazo, patada y cabezazo. El pirata retrocedió. Escupió la sangre y me miró con desprecio.
- Nada mal niña, parece que te has vuelto un poco más rápida y fuerte que antes. ¿Tu eres...la perra roja esta, no? Tu cabeza vale como 14 de los grandes - Dijo escupiendo a un lado.
No le podía oír bien, la furia me cegaba y volví a cargar. Cubrí mis puños de oro sólido y entré en un intercambio de golpes con el hombre. Cada uno recibía una ráfaga de puñetazos que se oían los impactos por el lugar. El hombre volvió a tomar su forma cornuda e intentó volver a atravesarme. Pero le agarré por los cuernos en seco y le partí un trozo de ellos para agarrarlo y clavárselo en la barriga. El pirata gritó de dolor. Sus movimientos parecían tornarse más lentos y torpes. ¿Era por las heridas o por la cantidad indecente de alcohol que se había tomado? Daba igual. Aquella Helga se llevó las manos de sangre a la boca y las lamió. ¿Qué estaba haciendo? Mi cuerpo se movía solo y con otra carga le propiné una patada en la cabeza al hombre que lo dejó tonto por unos momentos. Pero la bestia siguió atacando.
- El fuego y la barriga... son la clave - Le dije a Sam mientras me agarraba el costado derecho.
El ver la sangre en mi mano, despertó algo dentro de mi. Sentí una furia me fue envolviendo. Se sentía jodidamente bien. Era como si me hubiera tomado una de esas setas que se tomaba mi padre antes de entrar en combate. Cuando el hombre se puso de pie con la parte delantera llena de quemaduras, sonreí. Probablemente no era una sonrisa bonita. Una sonrisa sádica. Me abalancé hacia delante y sin pensarlo dos veces le propiné un combo de golpes de puñetazo, patada y cabezazo. El pirata retrocedió. Escupió la sangre y me miró con desprecio.
- Nada mal niña, parece que te has vuelto un poco más rápida y fuerte que antes. ¿Tu eres...la perra roja esta, no? Tu cabeza vale como 14 de los grandes - Dijo escupiendo a un lado.
No le podía oír bien, la furia me cegaba y volví a cargar. Cubrí mis puños de oro sólido y entré en un intercambio de golpes con el hombre. Cada uno recibía una ráfaga de puñetazos que se oían los impactos por el lugar. El hombre volvió a tomar su forma cornuda e intentó volver a atravesarme. Pero le agarré por los cuernos en seco y le partí un trozo de ellos para agarrarlo y clavárselo en la barriga. El pirata gritó de dolor. Sus movimientos parecían tornarse más lentos y torpes. ¿Era por las heridas o por la cantidad indecente de alcohol que se había tomado? Daba igual. Aquella Helga se llevó las manos de sangre a la boca y las lamió. ¿Qué estaba haciendo? Mi cuerpo se movía solo y con otra carga le propiné una patada en la cabeza al hombre que lo dejó tonto por unos momentos. Pero la bestia siguió atacando.
Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Fuego y barriga. Desde luego aquellas estrategias le habían causado grandes daños, pero aún así seguía pudiendo pelear con casi todas sus fuerzas, si no todas. Sin embargo, para sorpresa de Sam, Helga comenzó a entrar en una especie de locura frenética con la que comenzó a lanzar una serie de golpes, todos ellos abrumadores. Sin duda se había vuelto más fuerte y rápida, y Sam casi podía jurar que su musculatura, que de por sí estaba desarrollada, había aumentado.
Aprovechó aquel instante para ir a buscar su pistola. Si quería ponerle fin al combate antes de que todo se volviera aún más loco, debía hacerlo, pero justo cuando la encontró escuchó algo inquietante. Su compañera y amiga... ¿tenía precio por su cabeza? En aquel momento Sam se quedó estupefacto, sin saber qué hacer. Sin tener en cuenta que seguía en medio de un combate, extrajo del bolsillo sus carteles de recompensa, deseando no ver la cara de su amiga, pero allí estaba. Helga "Loba Roja" Eiriksdottir, viva o muerta: catorce millones de berries. Aquel descubrimiento le abrumó. Miles de pensamientos le cruzaban por la cabeza en aquel instante, pero solo una pregunta prevaleció: «¿Por qué?».
Pero allí estaba ella, jugándose la vida para detener a un traficante de animales. Tenía buen corazón, eso era indudable. Había ayudado a mucha gente junto a él en sus aventuras pasadas, y nunca la había visto actuar como una pirata. ¿De verdad lo era? Necesitaba una explicación, y para ello debía detener a Rudolph y acaba con su red de tráfico.
Recogió la Pacificadora y activó su munición explosiva. Helga seguía luchando frenéticamente contra el reno, mostrando un podería físico hasta el momento oculto. Aprovechó la distracción para flanquear al pirata y ubicarse a su espalda. Una vez en posición, apretó el gatillo sin miramientos. Una, dos y hasta tres veces. Las mismas veces que explosiones golpearon sus hombros. Justo tras la última explosión recibió un puñetazo recubierto de oro de Helga, que lo levantó varios metros en el aire y lo hizo caer sobre el suelo, con los ojos blancos y echando espuma por la boca.
Lo habían derrotado, pero Sam tenía un mal sabor de boca, que se acrecentaba al observar a su amiga. Le pelirroja todavía parecía fuera de sí, casi sedienta de sangre. «¿Es este su lado oculto? ¿Así es como es ella en realidad?» Helga no parecía querer detenerse, parecía con ganas de acabar del todo con Rudolph, pero mientras estuviera en sus manos lo impediría.
Corrió a interponerse entre ella y el pirata, con los brazos extendidos en el aire. Su mirada, cargada de dolor, se clavaba fijamente en la de ella, que reflejaba un extraño éxtasis.
—¡Helga, por favor! —gritó desde lo más profundo de su ser—. ¡Detente!
Y así se mantuvo, rogando no tener que recurrir a la fuerza.
Aprovechó aquel instante para ir a buscar su pistola. Si quería ponerle fin al combate antes de que todo se volviera aún más loco, debía hacerlo, pero justo cuando la encontró escuchó algo inquietante. Su compañera y amiga... ¿tenía precio por su cabeza? En aquel momento Sam se quedó estupefacto, sin saber qué hacer. Sin tener en cuenta que seguía en medio de un combate, extrajo del bolsillo sus carteles de recompensa, deseando no ver la cara de su amiga, pero allí estaba. Helga "Loba Roja" Eiriksdottir, viva o muerta: catorce millones de berries. Aquel descubrimiento le abrumó. Miles de pensamientos le cruzaban por la cabeza en aquel instante, pero solo una pregunta prevaleció: «¿Por qué?».
Pero allí estaba ella, jugándose la vida para detener a un traficante de animales. Tenía buen corazón, eso era indudable. Había ayudado a mucha gente junto a él en sus aventuras pasadas, y nunca la había visto actuar como una pirata. ¿De verdad lo era? Necesitaba una explicación, y para ello debía detener a Rudolph y acaba con su red de tráfico.
Recogió la Pacificadora y activó su munición explosiva. Helga seguía luchando frenéticamente contra el reno, mostrando un podería físico hasta el momento oculto. Aprovechó la distracción para flanquear al pirata y ubicarse a su espalda. Una vez en posición, apretó el gatillo sin miramientos. Una, dos y hasta tres veces. Las mismas veces que explosiones golpearon sus hombros. Justo tras la última explosión recibió un puñetazo recubierto de oro de Helga, que lo levantó varios metros en el aire y lo hizo caer sobre el suelo, con los ojos blancos y echando espuma por la boca.
Lo habían derrotado, pero Sam tenía un mal sabor de boca, que se acrecentaba al observar a su amiga. Le pelirroja todavía parecía fuera de sí, casi sedienta de sangre. «¿Es este su lado oculto? ¿Así es como es ella en realidad?» Helga no parecía querer detenerse, parecía con ganas de acabar del todo con Rudolph, pero mientras estuviera en sus manos lo impediría.
Corrió a interponerse entre ella y el pirata, con los brazos extendidos en el aire. Su mirada, cargada de dolor, se clavaba fijamente en la de ella, que reflejaba un extraño éxtasis.
—¡Helga, por favor! —gritó desde lo más profundo de su ser—. ¡Detente!
Y así se mantuvo, rogando no tener que recurrir a la fuerza.
Helga Eiríksdóttir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Mi furia proseguía, quemando al pirata a base golpes que parecían darlos una bestia sedienta de sangre. Poco podía hacer el hombre salvo intentar defenderse o darme de hostias. El hombre, sin embargo, no mostraba miedo. Incluso después de la herida que recibió en la barriga, su mirada no reflejaba miedo. Solo seguía luchando. ¿Se había quedado bobo o era la adrenalina del momento? Mis puños revestidos de oro continuaban bañándose en su sangre. Su nariz roja ya parecía ya una patata podrida de lo morada y deforme que estaba debido a las tortas. Mi cara estaba llena de moratones también y corría sangre por mi nariz y boca. La bestia roja simplemente avanzaba para cobrarse la muerte de su enemigo. Entré en otra serie de choques donde el hombre ya andaba perdiendo. También Sam había propinado al hombre una serie de disparos que ayudaron a debilitar al pirata. Mi ira prosiguió cebándose hasta que el hombre llegó a perder el conocimiento y caer al suelo. Cuando me quise dar cuenta, Sam se interpuso en medio alegando que me detuviese.
Llegué a recobrar el sentido y miré el escenario. ¿Qué me había pasado? Miré mis manos y estaban llenas de sangre. Miré a Sam con una mirada confundida y grité de dolor al llevarme las manos a mis costillas. Ahora que recuperado la cordura, también noté como mis heridas me quemaban y dolían con locura. Caí de rodillas y mi cabeza daba vueltas. Me iba a desmayar otra vez más. Pero no podía. Aún no. Tenía que explicarle a mi compañero lo que había visto. La bestia que sus ojos habían vislumbrado no era la verdadera yo. Un demonio de la ira me había poseído.
- No... era yo. No era yo. No... era yo - Lo repetí en bucle una y otra vez con una voz cada vez más débil y con la visión cada vez más borrosa.
Haciendo uso de mis últimas fuerzas corrí lejos del lugar. Aunque mi cuerpo fuera a colapsar, no quería que él me viera así. Alguien que había despertado algo en mi corazón ahora me tomaría como un monstruo. Cuando por fin había recorrido una distancia decente, acabé cayendo en la nieve empapándola de sangre. Solo pude oír el murmullo de un grupo de gente. Antes de desmayarme, vi que eran lugareños. Al menos venía gente a curar nuestras heridas.
Llegué a recobrar el sentido y miré el escenario. ¿Qué me había pasado? Miré mis manos y estaban llenas de sangre. Miré a Sam con una mirada confundida y grité de dolor al llevarme las manos a mis costillas. Ahora que recuperado la cordura, también noté como mis heridas me quemaban y dolían con locura. Caí de rodillas y mi cabeza daba vueltas. Me iba a desmayar otra vez más. Pero no podía. Aún no. Tenía que explicarle a mi compañero lo que había visto. La bestia que sus ojos habían vislumbrado no era la verdadera yo. Un demonio de la ira me había poseído.
- No... era yo. No era yo. No... era yo - Lo repetí en bucle una y otra vez con una voz cada vez más débil y con la visión cada vez más borrosa.
Haciendo uso de mis últimas fuerzas corrí lejos del lugar. Aunque mi cuerpo fuera a colapsar, no quería que él me viera así. Alguien que había despertado algo en mi corazón ahora me tomaría como un monstruo. Cuando por fin había recorrido una distancia decente, acabé cayendo en la nieve empapándola de sangre. Solo pude oír el murmullo de un grupo de gente. Antes de desmayarme, vi que eran lugareños. Al menos venía gente a curar nuestras heridas.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Página 1 de 2. • 1, 2
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.