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Samvel Legacy
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Helga se detuvo. Por un momento pareció recobrar la compostura, pero se observó las manos manchadas de sangre, asustada. ¿Era posible que tuviera miedo de sí misma, de en qué podía llegar a convertirse? Una lágrima cayó por el rostro desconcertado de Sam. Se sentía traicionado la vez que humillado y apenado, y se había dado cuenta de que en realidad no la conocía de nada. Y a pesar de todo seguía teniendo cierto cariño hacia ella. Los sentimientos se le arremolinaron y la garganta se le cerró, impidiéndole hablar.
Parecía que después de su excesiva muestra de fuerza y brutalidad iba a desfallecer sobre el suelo, pero logró contenerse. Unas pocas palabras surgieron se boca, palabras que causaron más daño en Sam que cualquier golpe que hubiera podido llevarse aquel día. Y de pronto salió corriendo, alejándose, huyendo de él, dejándole destrozado.
En aquel momento los conejos parecieron dar signos de vida. Se habían alejado del combate, pero habían vuelto a aparecer. Sam intentó consolarse pensando en que estaban a salvo y que todo había terminado, pero no era capaz de pensar en otra cosa. Dudaba si seguir y buscar a Helga o dejarla marchar y olvidarse de ella. No sabía qué hacer, ni cómo continuar. Se encontraba perdido. De pronto el conejo pequeño que había rescatado al principio de la aventura se acercó a él dando pequeños y tímidos saltitos sobre la nieve. Se acercó y empezó a lamerle los brazos metálicos. Sam apenas lo sentía, pero consiguió esbozar una sonrisa antes de echarse a llorar y quedarse dormido del cansancio.
—Muchas gracias, chico —dijo el alcalde de la aldea—. Has espantado a los piratas y liberado a los lapan, te estamos muy agradecidos. A ti y a tu amiga. —El último comentario resultó como un puñal por la espalda, pero sabía que no era malintencionado por lo que se obligó a sonreír y estrechar la mano de aquel hombre.
—Ha sido un placer, y muchas gracias a ustedes por recogernos de la nieve, cobijarnos por la noche y atar a los criminales —comentó en un tono neutro—. Yo me voy a llevar a estos rufianes y entregarlos a la justicia. ¿Podría darle un mensaje... mi compañera? —No sabía si sería capaz de seguir llamándola amiga. Le resultaba doloroso.
—Claro, joven.
—Dígale que no sé si volveremos a vernos. Que quizás sea mejor que no lo hagamos. Ella lo comprenderá.
El hombre le miró extrañado, pero asintió.
—Así lo haré.
Su amiga había resultado ser una criminal, y aquello iba más allá de sus sentimientos. Su obligación era detener a los criminales peligrosos que pudieran amenazar la paz del mundo, y tras observar como Helga había perdido el control de sus actos, no estaba seguro de qué debía hacer, por lo que tomó una decisión: alejarse de ella. Lo mejor sería que cada uno tomara su propio rumbo, por lo que eso hizo. Agradeció mentalmente los buenos ratos que había pasado con ella mientras buscaba el camino para irse de la isla y entregar a los piratas.
Parecía que después de su excesiva muestra de fuerza y brutalidad iba a desfallecer sobre el suelo, pero logró contenerse. Unas pocas palabras surgieron se boca, palabras que causaron más daño en Sam que cualquier golpe que hubiera podido llevarse aquel día. Y de pronto salió corriendo, alejándose, huyendo de él, dejándole destrozado.
En aquel momento los conejos parecieron dar signos de vida. Se habían alejado del combate, pero habían vuelto a aparecer. Sam intentó consolarse pensando en que estaban a salvo y que todo había terminado, pero no era capaz de pensar en otra cosa. Dudaba si seguir y buscar a Helga o dejarla marchar y olvidarse de ella. No sabía qué hacer, ni cómo continuar. Se encontraba perdido. De pronto el conejo pequeño que había rescatado al principio de la aventura se acercó a él dando pequeños y tímidos saltitos sobre la nieve. Se acercó y empezó a lamerle los brazos metálicos. Sam apenas lo sentía, pero consiguió esbozar una sonrisa antes de echarse a llorar y quedarse dormido del cansancio.
Al día siguiente
—Muchas gracias, chico —dijo el alcalde de la aldea—. Has espantado a los piratas y liberado a los lapan, te estamos muy agradecidos. A ti y a tu amiga. —El último comentario resultó como un puñal por la espalda, pero sabía que no era malintencionado por lo que se obligó a sonreír y estrechar la mano de aquel hombre.
—Ha sido un placer, y muchas gracias a ustedes por recogernos de la nieve, cobijarnos por la noche y atar a los criminales —comentó en un tono neutro—. Yo me voy a llevar a estos rufianes y entregarlos a la justicia. ¿Podría darle un mensaje... mi compañera? —No sabía si sería capaz de seguir llamándola amiga. Le resultaba doloroso.
—Claro, joven.
—Dígale que no sé si volveremos a vernos. Que quizás sea mejor que no lo hagamos. Ella lo comprenderá.
El hombre le miró extrañado, pero asintió.
—Así lo haré.
Su amiga había resultado ser una criminal, y aquello iba más allá de sus sentimientos. Su obligación era detener a los criminales peligrosos que pudieran amenazar la paz del mundo, y tras observar como Helga había perdido el control de sus actos, no estaba seguro de qué debía hacer, por lo que tomó una decisión: alejarse de ella. Lo mejor sería que cada uno tomara su propio rumbo, por lo que eso hizo. Agradeció mentalmente los buenos ratos que había pasado con ella mientras buscaba el camino para irse de la isla y entregar a los piratas.
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