Víctor Kostalm
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Los tablones que erguían la cantina retumbaban en armonía con la música. Dentro de los confines de esas cuatro paredes predominaba el gozo y la alegría. Al menos dos docenas de trabajadores y sus esposas, quienes frecuentaban el establecimiento tras el duro trabajo en el campo, sumaron sus corazones en honor a la celebración que estaba llevándose a cabo. Era el día del florecimiento de la hija del cantinero. La muchacha de cabellos rubios y figura esbelta no se parecía en nada a su padre con calvicie incipiente, brazos gruesos como el tronco de un árbol y mandíbula cuadrada. Tanto que los charlatanes del pueblo aseveraban que la única similitud entre ambos era el amor que el resto de la comunidad profesaba por ellos.
Los vientos condujeron a Víctor hasta esa velada crepuscular. Los trovadores que mantenían en lo alto el júbilo del gentío invitaron al aventurero a echarles una mano, y eso hizo. Víctor tocaba su flauta que resplandecía con la iluminación de la taberna. Los bardos y el flautista endulzaban con soltura el festejo mediante una melodía sencilla, caracterizada por apasionadas notas agudas remarcadas por otras más graves.
La cantina Merced del Señor estaba ubicada en una baronía más del montón, un rasgo distintivo del Reino de Hallstat. Rodeada por regios árboles desde el norte y el este, al sur se expandían las tierras de cultivo que servían de sustento para la demarcación. La fama de Hallstat no tenía límites, y Víctor no era precisamente un ignorante en la materia. Sin embargo, un punto más en el mapa como ese no disponía de sustanciosas fuentes de información confiable. Por lo que había escuchado hasta ahora, nada más que habladurías de charlatanes, el pueblucho alcanzaba centenar y medio de habitantes. Cabría esperar que una jerarquía social vertical como la de Hallstat diese cabida a abusos de poder, pero pocas quejas llegaron a oídos del casi-albino sobre el barón. La jurisdicción de esas tierras estaba en manos de la familia Gardenlance desde hacía generaciones, cuyo cabeza de familia, el barón Julius Gardenlance, gozaba de buen agrado por parte de sus súbditos. Y todo aquello no lo sorprendió. Víctor sabía que debían existir hombres que fuesen capaces de cargar honradamente con sus coronas, pero era difícil de creer que ese tal Julius fuese uno de ellos. A sus oídos llegó de una pareja de ancianos que logró hacer desembuchar sobre los trapos sucios del señor. No obtuvo nada que no fuesen rumores, pero sabía que algo no encajaba. Solo habían pasado dos días desde que llegó a ese pueblo perdido de la mano de Dios. Si tuviese más tiempo quizá pudiese reunir las pruebas suficientes para decidir su curso de acción. Tal vez descubrir que el barón era mejor hombre de lo que sus presentimientos le decían que era fuese satisfactorio.
Hasta entonces, se concedería unos momentos de paz. La justicia podría esperar. Al menos un poco.
Los vientos condujeron a Víctor hasta esa velada crepuscular. Los trovadores que mantenían en lo alto el júbilo del gentío invitaron al aventurero a echarles una mano, y eso hizo. Víctor tocaba su flauta que resplandecía con la iluminación de la taberna. Los bardos y el flautista endulzaban con soltura el festejo mediante una melodía sencilla, caracterizada por apasionadas notas agudas remarcadas por otras más graves.
La cantina Merced del Señor estaba ubicada en una baronía más del montón, un rasgo distintivo del Reino de Hallstat. Rodeada por regios árboles desde el norte y el este, al sur se expandían las tierras de cultivo que servían de sustento para la demarcación. La fama de Hallstat no tenía límites, y Víctor no era precisamente un ignorante en la materia. Sin embargo, un punto más en el mapa como ese no disponía de sustanciosas fuentes de información confiable. Por lo que había escuchado hasta ahora, nada más que habladurías de charlatanes, el pueblucho alcanzaba centenar y medio de habitantes. Cabría esperar que una jerarquía social vertical como la de Hallstat diese cabida a abusos de poder, pero pocas quejas llegaron a oídos del casi-albino sobre el barón. La jurisdicción de esas tierras estaba en manos de la familia Gardenlance desde hacía generaciones, cuyo cabeza de familia, el barón Julius Gardenlance, gozaba de buen agrado por parte de sus súbditos. Y todo aquello no lo sorprendió. Víctor sabía que debían existir hombres que fuesen capaces de cargar honradamente con sus coronas, pero era difícil de creer que ese tal Julius fuese uno de ellos. A sus oídos llegó de una pareja de ancianos que logró hacer desembuchar sobre los trapos sucios del señor. No obtuvo nada que no fuesen rumores, pero sabía que algo no encajaba. Solo habían pasado dos días desde que llegó a ese pueblo perdido de la mano de Dios. Si tuviese más tiempo quizá pudiese reunir las pruebas suficientes para decidir su curso de acción. Tal vez descubrir que el barón era mejor hombre de lo que sus presentimientos le decían que era fuese satisfactorio.
Hasta entonces, se concedería unos momentos de paz. La justicia podría esperar. Al menos un poco.
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Hallstat… aquí vamos otra vez. ¿Por qué digo eso? Es muy sencillo, el joven capitán pirata Alpha tiene más de una historia en esta isla y, en cada una, las cosas han sido un verdadero desastre. Todo tiene un principio, aquí fue donde ocurrió su primera gran cruzada, donde el solo se rodeado en una guerra. En un bando podías encontrar un ejército de miles al igual que el otro, y aunque cueste creerlo, en solo casi salió victorioso de aquella gran batalla.
Su derrota fue culpa de la inmadurez que él tenía en aquel entonces.
No todo fue malo, consiguió a tres grandes soldados que se convirtieron en parte de su familia, el trio de la demolición. También logro conseguir unas cuantas cosas más que solo se limitan a trofeos y pruebas de su casi victoria en las minas de Auria, lugar al que prometo regresar con su propio ejército y reclamarla.
La segunda gran cruzada ocurriría tarde o temprano.
Pero ahora, eso no importaba mucho. Habían pasado ya unas semanas desde que Alpha se había topado en una encrucijada donde los soldados de Anthony luchaban fervientemente contra los seguidores de la reina legitima, Illiana Markov. En medio de aquella batalla Alpha se alzó en contra de ambos mandos demostrado su poder, recalcando que Anthony era solo un cobarde que se escondia detrás de sus tropas y que Illiana debería demostrar que era digna de gobernar. Después de todo, los nobles no deberían ser simplemente personas que exijan que cualquiera se incline ante sus reliquias o títulos inmerecidos, y en caso de tener un título, debería habérselo ganado con sudor y sangre.
Así lo dicta el código de la familia del pequeño expansionista pirata.
Pero hoy, es un día para relajarse. La cantina estaba de celebración y el pelilargo solo se disponía a beber y comer carne con total tranquilidad. Suzaku se encontraba afuera vigilando, era una lástima que no dejaran pasar animales en la taberna, aunque eso no molesto al pequeño herrero en ningún momento. El ambiente mejoraba cada vez más y más, el pirata no pudo detener evitar cantar, siguiendo el ritmo musical que se encontraba en el ambiente.
La voz de Alpha era majestuosa, como músico que era, él había decidido entrenar su voz como principal instrumento. Su concisión trataba sobre un pirata que cazaba a otros piratas, la gente quedaba anonada con lo que escuchaba, al finalizar, todos aplaudieron y él se sentó nuevamente a seguir en lo suyo.
Comer y beber, así era la vida de un pirata.
Su derrota fue culpa de la inmadurez que él tenía en aquel entonces.
No todo fue malo, consiguió a tres grandes soldados que se convirtieron en parte de su familia, el trio de la demolición. También logro conseguir unas cuantas cosas más que solo se limitan a trofeos y pruebas de su casi victoria en las minas de Auria, lugar al que prometo regresar con su propio ejército y reclamarla.
La segunda gran cruzada ocurriría tarde o temprano.
Pero ahora, eso no importaba mucho. Habían pasado ya unas semanas desde que Alpha se había topado en una encrucijada donde los soldados de Anthony luchaban fervientemente contra los seguidores de la reina legitima, Illiana Markov. En medio de aquella batalla Alpha se alzó en contra de ambos mandos demostrado su poder, recalcando que Anthony era solo un cobarde que se escondia detrás de sus tropas y que Illiana debería demostrar que era digna de gobernar. Después de todo, los nobles no deberían ser simplemente personas que exijan que cualquiera se incline ante sus reliquias o títulos inmerecidos, y en caso de tener un título, debería habérselo ganado con sudor y sangre.
Así lo dicta el código de la familia del pequeño expansionista pirata.
Pero hoy, es un día para relajarse. La cantina estaba de celebración y el pelilargo solo se disponía a beber y comer carne con total tranquilidad. Suzaku se encontraba afuera vigilando, era una lástima que no dejaran pasar animales en la taberna, aunque eso no molesto al pequeño herrero en ningún momento. El ambiente mejoraba cada vez más y más, el pirata no pudo detener evitar cantar, siguiendo el ritmo musical que se encontraba en el ambiente.
La voz de Alpha era majestuosa, como músico que era, él había decidido entrenar su voz como principal instrumento. Su concisión trataba sobre un pirata que cazaba a otros piratas, la gente quedaba anonada con lo que escuchaba, al finalizar, todos aplaudieron y él se sentó nuevamente a seguir en lo suyo.
Comer y beber, así era la vida de un pirata.
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En un momento de la velada, la pasión que los músicos imprimían en la celebración se detuvo por la irrupción de una voz majestuosa, celestial, proveniente de las fauces de un jovenzuelo bajito de inmaculada melena. La flauta casi resbaló de las manos de Víctor por la sorpresa, quien tardó en recomponerse del asombro inicial. El canto terminó a la misma velocidad que dio inicio, seguido de aplausos por parte de todos los presentes.
Los últimos estertores del atardecer se proyectaban en el interior de la cantina a través de las ventanas. La proclama de la noche no pareció tener efecto en los ánimos de la fiesta, y los músicos retomaron su labor con renovado ahínco. Víctor, en cambio, rechazó la invitación a volver a tocar antes de retirarse a una mesa alejada de la jarana.
La mesa que el cantinero le tenía reservada era redonda y menuda, sostenida por dos pares de patas de madera. Un plato de comida humeante y una jarra de cerveza esperaban su llegada. Víctor tomó asiento en uno de los taburetes alrededor de la mesa, luego extendió una mano enguantada hasta el alcohol y lo olisqueó. No frecuentaba tabernas, ni mucho menos sentía mucho aprecio por las birras, pero el olor le permitió ordenar las cosas en su cabeza.
«¿Quién era ese sujeto?» preguntó para sus adentros, refiriéndose al joven dotado de una voz angelical. El kimono rojizo que vestía revelaba que no era oriundo de la zona, y si lo fuese tendría a su alcance recursos suficientes para considerarse parte de la alta nobleza. Víctor descartó la posibilidad de que se tratase de algún duque de costumbres excéntricas. Sin embargo, antes de seguir intentado deducir la identidad del enano reparó en algo extraño de la cantina: la hija del cantinero, inconfundible entre el gentío debido a su cabellera rubia y esbelta figura, no figuraba en la cantina.
Víctor se levantó bruscamente y el taburete cayó al suelo tras él. Mientras devolvía la jarra de cerveza a la mesa un aliento fétido inundó sus fosas nasales. Cuando el casi-albino giró hacia donde provenía el hedor se topó con un hombre larguirucho de pelo rapado y barba de unos pocos días. El sujeto, evidentemente bajo los efectos del alcohol, se tambaleaba con ambos puños cerrados a la altura del pecho.
—¿¡Ei, pibe, ké acei ein mi mezaí!?
Víctor no tardó mucho en descifrar el galimatías aderezado por el pútrido olor de su boca y sonrió al sujeto, manteniendo ambas manos en el aire en son de paz. No pretendía desencadenar una pelea de bar en un momento como ese. Quizá sus miedos sobre el barón local y la hija del cantinero estuviesen infundados, pero Víctor prefería asegurarse. No obstante, el gesto de reconciliación de Víctor no surtió efecto. El borracho siguió profiriendo improperios mientras lanzaba puñetazos al aire a escasos centímetros del rostro de Víctor, sin la suficiente fuerza para herirle si acertasen. Víctor retrocedió un paso, luego otro, y otro, hasta que su nuca rozó la pared de madera. A través de una ventana cercana observó que ya había caído la noche, el tiempo se le estaba agotando. El resto de la taberna lucía igual de embriagada que el larguirucho hombre que le exigía luchar, ya fuese por el alcohol o la pasión de los músicos.
Los últimos estertores del atardecer se proyectaban en el interior de la cantina a través de las ventanas. La proclama de la noche no pareció tener efecto en los ánimos de la fiesta, y los músicos retomaron su labor con renovado ahínco. Víctor, en cambio, rechazó la invitación a volver a tocar antes de retirarse a una mesa alejada de la jarana.
La mesa que el cantinero le tenía reservada era redonda y menuda, sostenida por dos pares de patas de madera. Un plato de comida humeante y una jarra de cerveza esperaban su llegada. Víctor tomó asiento en uno de los taburetes alrededor de la mesa, luego extendió una mano enguantada hasta el alcohol y lo olisqueó. No frecuentaba tabernas, ni mucho menos sentía mucho aprecio por las birras, pero el olor le permitió ordenar las cosas en su cabeza.
«¿Quién era ese sujeto?» preguntó para sus adentros, refiriéndose al joven dotado de una voz angelical. El kimono rojizo que vestía revelaba que no era oriundo de la zona, y si lo fuese tendría a su alcance recursos suficientes para considerarse parte de la alta nobleza. Víctor descartó la posibilidad de que se tratase de algún duque de costumbres excéntricas. Sin embargo, antes de seguir intentado deducir la identidad del enano reparó en algo extraño de la cantina: la hija del cantinero, inconfundible entre el gentío debido a su cabellera rubia y esbelta figura, no figuraba en la cantina.
Víctor se levantó bruscamente y el taburete cayó al suelo tras él. Mientras devolvía la jarra de cerveza a la mesa un aliento fétido inundó sus fosas nasales. Cuando el casi-albino giró hacia donde provenía el hedor se topó con un hombre larguirucho de pelo rapado y barba de unos pocos días. El sujeto, evidentemente bajo los efectos del alcohol, se tambaleaba con ambos puños cerrados a la altura del pecho.
—¿¡Ei, pibe, ké acei ein mi mezaí!?
Víctor no tardó mucho en descifrar el galimatías aderezado por el pútrido olor de su boca y sonrió al sujeto, manteniendo ambas manos en el aire en son de paz. No pretendía desencadenar una pelea de bar en un momento como ese. Quizá sus miedos sobre el barón local y la hija del cantinero estuviesen infundados, pero Víctor prefería asegurarse. No obstante, el gesto de reconciliación de Víctor no surtió efecto. El borracho siguió profiriendo improperios mientras lanzaba puñetazos al aire a escasos centímetros del rostro de Víctor, sin la suficiente fuerza para herirle si acertasen. Víctor retrocedió un paso, luego otro, y otro, hasta que su nuca rozó la pared de madera. A través de una ventana cercana observó que ya había caído la noche, el tiempo se le estaba agotando. El resto de la taberna lucía igual de embriagada que el larguirucho hombre que le exigía luchar, ya fuese por el alcohol o la pasión de los músicos.
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La vida a veces puede llegar a ser un poco curiosa, incluso para personas como Alpha. Disculpen ¿he dicho persona? Quizás me he salido un poco de contexto. Decir que el joven rey de la forja era una persona era sinceramente hacerle un cumplido. Muy pocos sabían el oscuro secreto que albergaba el corazón de este ser.
El pequeño capitán pirata solo se disponía a disfrutar de sus alimentos y de la bebida pero, al parecer la paz estaría a punto de quebrantarse. La mirada de Alpha se postro en una situación un poco incómoda para el ambiente, al parecer uno de los clientes se había pasado de copas y buscaba pelea a uno de los músicos. Al mismo tiempo, la puerta de la entrada se abrió, el trió demolición había llegado.
Aquel borracho busca pleitos trataría de lanzar un golpe al músico, pero a mitad del camino su golpe fue interceptado por el semi-gigante, Drukoff. – Pequeño, todos están disfrrutarndo de la fiesta. No querremos problemas ¿De acuerrdo?– Junto a a Lara y Albert, que miraban con cara de pocos amigos al hostil, la reacción que tubo fue simplemente tragar saliva y salir del lugar. – Estos Borrachos – Suspiro el gigantón- ¿Estas bien, Chiquillo? – Pregunto amablemente a la persona de extraña cabellera de dos colores. – Yo soy Drukoff. Ellos son Lara y Albert ¿de casualidad no ha? ¡Pequeñin! – Grito al ver a Alpha que se encontraba comiendo – Comiendo sin sus soldados ¿Capitán?
- Comida y bebida, esa es la vida de nuestra gente, pequeño Drukoff.- Respondio el pelilargo. Acto seguido, el trio tomo asiendo en la mesa donde se encontraba el pirata. Ordenaros más comida y bebida. - ¿Qué han averiguado?
- Una prisión y una tesorería. – Murmuro Albert. – Sin duda ese castillo será un buen lugar para obtener un gran botín.
- Como tiene que ser – Dijo Alpha – Como tiene que ser.
El pequeño capitán pirata solo se disponía a disfrutar de sus alimentos y de la bebida pero, al parecer la paz estaría a punto de quebrantarse. La mirada de Alpha se postro en una situación un poco incómoda para el ambiente, al parecer uno de los clientes se había pasado de copas y buscaba pelea a uno de los músicos. Al mismo tiempo, la puerta de la entrada se abrió, el trió demolición había llegado.
Aquel borracho busca pleitos trataría de lanzar un golpe al músico, pero a mitad del camino su golpe fue interceptado por el semi-gigante, Drukoff. – Pequeño, todos están disfrrutarndo de la fiesta. No querremos problemas ¿De acuerrdo?– Junto a a Lara y Albert, que miraban con cara de pocos amigos al hostil, la reacción que tubo fue simplemente tragar saliva y salir del lugar. – Estos Borrachos – Suspiro el gigantón- ¿Estas bien, Chiquillo? – Pregunto amablemente a la persona de extraña cabellera de dos colores. – Yo soy Drukoff. Ellos son Lara y Albert ¿de casualidad no ha? ¡Pequeñin! – Grito al ver a Alpha que se encontraba comiendo – Comiendo sin sus soldados ¿Capitán?
- Comida y bebida, esa es la vida de nuestra gente, pequeño Drukoff.- Respondio el pelilargo. Acto seguido, el trio tomo asiendo en la mesa donde se encontraba el pirata. Ordenaros más comida y bebida. - ¿Qué han averiguado?
- Una prisión y una tesorería. – Murmuro Albert. – Sin duda ese castillo será un buen lugar para obtener un gran botín.
- Como tiene que ser – Dijo Alpha – Como tiene que ser.
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Víctor maldijo para sus adentros. Si la hija del cantinero estaba en peligro frente a sus narices, no iba a perder el tiempo lidiando con un donnadie ebrio. Decidido a inutilizarlo antes de que su sentimiento de lucha se esparciese por los alrededores, su negligencia como única responsable, esperó pacientemente a que el borracho le golpease. Basado en la falta de precisión de sus movimientos, la mirada desorientada y el constante tambaleo, el impacto sería suficiente para que el hombre perdiese lo poco que le quedaba de equilibrio, y dudaba que pudiese ponerse en pie después de eso. Sin embargo, antes de que su plan surtiese efecto el puño del borracho fue atrapado en acción por un hombre corpulento. Demasiado corpulento. Víctor examinó con la mirada al recién llegado antes de concluir en vista de sus más de dos metros de altura que se trataba de un semi-gigante. A lo largo de su vida había visto a uno o dos híbridos de su clase, pero nunca a tan poca distancia. Sin haber perdido la compostura en ningún momento, soltó un silbido de admiración.
—Tú sí que sabes lo que haces, ¿Eh?
Después del espectáculo que atrajo unas cuantas miradas curiosas, el grandullón y sus acompañantes se retiraron hacia una de las mesas. Víctor se volvió hacia el borracho, topándose con que se había marchado más rápido de lo que creía posible en alguien de sus condiciones. Qué miedo infundía el fortachón. No sería apropiado permitir que un hombre ebrio deambulase por ahí causando problemas, pero el casi-albino tenía preocupaciones más importantes que atender. Nuevamente, estudió la taberna de un lado a otro, esperando que su pánico inicial era infundado y la hija del cantinero seguía festejando, mas no hubo éxito. Cuando estuvo a punto de emprender la búsqueda, una voz que no había escuchado antes llegó a sus oídos, apretujada entre los compases de la música.
—… ese castillo… para obtener un buen botín.
Al casi-albino no le interesaba perder un segundo más, puesto que una vida podía estar en peligro, pero si su intuición estaba en lo cierto y el barón pudiese estar involucrado de alguna manera en todo ese asunto, necesitaría algo más que unas palabras bonitas para salir con vida esa noche. Era consciente de sus limitaciones, no iba a comportarse como un héroe sin serlo en primer lugar.
Viró hacia la mesa que ocupaban los recién llegados y el joven del kimono rojizo ¿Sería un embajador de tierras lejanas? El estatus del pelilargo seguía siendo un misterio para Víctor, al igual que sus intenciones en la baronía. No obstante, si podía estar seguro de algo era que debía ser alguien importante, lo que volvía el asunto aún más desconcertante.
—Muchas gracias por ayudarme con ese sujeto —exclamó con una sonrisa de bobalicón en los labios, seguido de lo cual plantó ambas manos sobre la mesa para otorgarles cierto grado de privacidad—. Estaba pensando en ofrecerles algo como compensación, pero antes necesito que me hagan un favor. Es solo una pequeñez, le he perdido la pista a una hermosa dama y estoy preocupado por ella. Podremos hablar sobre el precio después, o antes, según lo prefieran.
Víctor se esforzó por emitir su risa más cautivadora. No lucían como un grupo particularmente amigable, y estaba preparado de antemano para el rechazo. Aunque más angustiante era encontrar una forma de pagar por sus servicios, si es que accedían a ayudarle.
—Tú sí que sabes lo que haces, ¿Eh?
Después del espectáculo que atrajo unas cuantas miradas curiosas, el grandullón y sus acompañantes se retiraron hacia una de las mesas. Víctor se volvió hacia el borracho, topándose con que se había marchado más rápido de lo que creía posible en alguien de sus condiciones. Qué miedo infundía el fortachón. No sería apropiado permitir que un hombre ebrio deambulase por ahí causando problemas, pero el casi-albino tenía preocupaciones más importantes que atender. Nuevamente, estudió la taberna de un lado a otro, esperando que su pánico inicial era infundado y la hija del cantinero seguía festejando, mas no hubo éxito. Cuando estuvo a punto de emprender la búsqueda, una voz que no había escuchado antes llegó a sus oídos, apretujada entre los compases de la música.
—… ese castillo… para obtener un buen botín.
Al casi-albino no le interesaba perder un segundo más, puesto que una vida podía estar en peligro, pero si su intuición estaba en lo cierto y el barón pudiese estar involucrado de alguna manera en todo ese asunto, necesitaría algo más que unas palabras bonitas para salir con vida esa noche. Era consciente de sus limitaciones, no iba a comportarse como un héroe sin serlo en primer lugar.
Viró hacia la mesa que ocupaban los recién llegados y el joven del kimono rojizo ¿Sería un embajador de tierras lejanas? El estatus del pelilargo seguía siendo un misterio para Víctor, al igual que sus intenciones en la baronía. No obstante, si podía estar seguro de algo era que debía ser alguien importante, lo que volvía el asunto aún más desconcertante.
—Muchas gracias por ayudarme con ese sujeto —exclamó con una sonrisa de bobalicón en los labios, seguido de lo cual plantó ambas manos sobre la mesa para otorgarles cierto grado de privacidad—. Estaba pensando en ofrecerles algo como compensación, pero antes necesito que me hagan un favor. Es solo una pequeñez, le he perdido la pista a una hermosa dama y estoy preocupado por ella. Podremos hablar sobre el precio después, o antes, según lo prefieran.
Víctor se esforzó por emitir su risa más cautivadora. No lucían como un grupo particularmente amigable, y estaba preparado de antemano para el rechazo. Aunque más angustiante era encontrar una forma de pagar por sus servicios, si es que accedían a ayudarle.
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-El trió miraron al casi albino y prestaron atención a sus palabras. –No ha sido nada, Pequeñin- Drukoff coloco su imponente mano en la cabeza y le dio un par de palmaditas. Era increíble cómo tan solo su mano ocupaba completamente el tamaño de su cabeza. - ¿Compensación? ¿Qué tipo de compensación? – Lara pregunto totalmente interesad, aunque Albert interrumpió para añadir. – Lara, sabes muy bien que eso no lo decidimos nosotros.- Los tres miraron al pequeño capitán pirata, el solo sonreía mientras disfrutaba del ambiente y el festejo. – Siéntate, eres invitado a la mesa de mi familia. – Dijo Alpha, quien se mostraba estar de muy buen humor.
Los meceros trajeron más comida y bebida a la mesa, todos en ella disfrutaban de la comida con total tranquilidad mientras que el pequeño prestaba atención al joven de cabellos alocados. Ciertamente era una persona que demostraba ser un joven amable. - ¿Una hermosa dama? ¿Acaso te has enamorado? – Alpha no seria capaz de jugarlo, las mujeres eran algo maravilloso y mortal a la vez.
– ¿Cuál es tu oferta? – Pregunto nuevamente Lara – ¿Que tienes que ofrecerle a nuestro capitán?
- No lo presiones, Lara – Dijo el pequeño pirata – No vaya a ser que se asuste – En la sonrisa del pelilargo se formó una sonrisa amable y una mirada llena de tranquilidad absoluta. – Permíteme presentarme, soy Freites D. Alpha, capitán de los Big Brother Kaizokudan.
Todos en la taberna parecían estar en lo suyo, y mucho más en la mesa de los piratas. Todos los miembros de la tripulación pirata se quedaron mirando al joven que estaba justo allí sentado con ellos. ¿Realmente tenía algo que ofrecer? Incluso el mismo Alpha lo estaba dudando.
Quien sabe, la vida está llena de muchas posibilidades.
Los meceros trajeron más comida y bebida a la mesa, todos en ella disfrutaban de la comida con total tranquilidad mientras que el pequeño prestaba atención al joven de cabellos alocados. Ciertamente era una persona que demostraba ser un joven amable. - ¿Una hermosa dama? ¿Acaso te has enamorado? – Alpha no seria capaz de jugarlo, las mujeres eran algo maravilloso y mortal a la vez.
– ¿Cuál es tu oferta? – Pregunto nuevamente Lara – ¿Que tienes que ofrecerle a nuestro capitán?
- No lo presiones, Lara – Dijo el pequeño pirata – No vaya a ser que se asuste – En la sonrisa del pelilargo se formó una sonrisa amable y una mirada llena de tranquilidad absoluta. – Permíteme presentarme, soy Freites D. Alpha, capitán de los Big Brother Kaizokudan.
Todos en la taberna parecían estar en lo suyo, y mucho más en la mesa de los piratas. Todos los miembros de la tripulación pirata se quedaron mirando al joven que estaba justo allí sentado con ellos. ¿Realmente tenía algo que ofrecer? Incluso el mismo Alpha lo estaba dudando.
Quien sabe, la vida está llena de muchas posibilidades.
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A Víctor no le tomaron por sorpresa las dimensiones del semigigante, ya había experimentado segundos antes lo abrumadora que podía resultar la experiencia de estar al lado de uno de ellos. Sin embargo, mantuvo un ojo encima del grandote, no fuese a ser que separase su cabeza del resto del cuerpo por error. Echó un vistazo rápido al otro par de rejo, restándole importancia a sus comentarios, y no supo qué opiniones le merecían ¿Guardaespaldas? ¿Mercenarios? Fuesen lo que fuesen, eran peligrosos. O debían serlo, al menos.
La mesa volvió a rellenarse de comida y bebida al cabo de un rato. Por su parte, Víctor ocupó uno de los taburetes libres de la mesa, conservando la compostura frente a los olores que incurrían en sus fosas nasales desde los platos recién servidos. No se trataba de falta de apetito, sino de una cuestión de principios ¿Cómo podría nadie detenerse a degustar de un plato de comida mientras una damisela corría potencialmente peligro?
—No, no estoy enamorado de esa persona —puntualizó como respuesta.
El casi-albino relajó el ceño, adoptando una expresión en cierta medida despreocupada. Había dado el primer paso; llamar su atención. Ahora necesitaba escoger las palabras apropiadas para convencerlos. Víctor sospechaba que no podría hacerles creer que obtendrían una recompensa inigualable tras cumplir el trabajo, pues, además de estar vendiéndoles humo, no era la persona indicada para engañar a tres matones y un niño y salir indemne. De ninguna manera sería sensato escoger ese camino.
—No lo presiones, Lara —dijo el pequeño pirata—. No vaya a ser que se asuste —en la sonrisa del pelilargo se formó una sonrisa amable y una mirada llena de tranquilidad absoluta—. Permíteme presentarme, soy Freites D. Alpha, capitán de los Big Brother Kaizokudan.
«Genial ¿No pudo habérseme ocurrido una mejor idea que esta?» Aunque recibió la noticia como un balde de agua fría por las mañanas, Víctor conservó una expresión frívola. Al menos una de sus interrogantes, más bien dos, quedaron resueltas. Tendría que apuntar a lo más alto si pretendía que lo apoyasen, pero ir en contra de la justicia era algo que no estaba dispuesto a hacer.
—Caballeros —Víctor hizo una pausa, dando cabida a cierta expectación por parte de los cuatro—, mi nombre es Víctor Kostalm. Asumiendo que no hayan venido a este lugar solo a tomar unas copas, les ofrezco unirse a mí para asaltar el castillo del barón Gardenlance. Todo el oro, joyas y similares que hallemos en el interior serán suyos. Bajo mi resguardo quedarán, en cambio, todos aquellos que no muestren resistencia. Sospecho que mi amiga se encuentra en el interior del castillo y no querría que saliese lastimada.
Soltó sin titubeos, tal vez demasiado alto. En realidad, sus motivos para renegar de la matanza sin sentido eran otros. Asesinar a hombres, mujeres y niños sin motivo no era algo con lo que Víctor estuviese de acuerdo.
La mesa volvió a rellenarse de comida y bebida al cabo de un rato. Por su parte, Víctor ocupó uno de los taburetes libres de la mesa, conservando la compostura frente a los olores que incurrían en sus fosas nasales desde los platos recién servidos. No se trataba de falta de apetito, sino de una cuestión de principios ¿Cómo podría nadie detenerse a degustar de un plato de comida mientras una damisela corría potencialmente peligro?
—No, no estoy enamorado de esa persona —puntualizó como respuesta.
El casi-albino relajó el ceño, adoptando una expresión en cierta medida despreocupada. Había dado el primer paso; llamar su atención. Ahora necesitaba escoger las palabras apropiadas para convencerlos. Víctor sospechaba que no podría hacerles creer que obtendrían una recompensa inigualable tras cumplir el trabajo, pues, además de estar vendiéndoles humo, no era la persona indicada para engañar a tres matones y un niño y salir indemne. De ninguna manera sería sensato escoger ese camino.
—No lo presiones, Lara —dijo el pequeño pirata—. No vaya a ser que se asuste —en la sonrisa del pelilargo se formó una sonrisa amable y una mirada llena de tranquilidad absoluta—. Permíteme presentarme, soy Freites D. Alpha, capitán de los Big Brother Kaizokudan.
«Genial ¿No pudo habérseme ocurrido una mejor idea que esta?» Aunque recibió la noticia como un balde de agua fría por las mañanas, Víctor conservó una expresión frívola. Al menos una de sus interrogantes, más bien dos, quedaron resueltas. Tendría que apuntar a lo más alto si pretendía que lo apoyasen, pero ir en contra de la justicia era algo que no estaba dispuesto a hacer.
—Caballeros —Víctor hizo una pausa, dando cabida a cierta expectación por parte de los cuatro—, mi nombre es Víctor Kostalm. Asumiendo que no hayan venido a este lugar solo a tomar unas copas, les ofrezco unirse a mí para asaltar el castillo del barón Gardenlance. Todo el oro, joyas y similares que hallemos en el interior serán suyos. Bajo mi resguardo quedarán, en cambio, todos aquellos que no muestren resistencia. Sospecho que mi amiga se encuentra en el interior del castillo y no querría que saliese lastimada.
Soltó sin titubeos, tal vez demasiado alto. En realidad, sus motivos para renegar de la matanza sin sentido eran otros. Asesinar a hombres, mujeres y niños sin motivo no era algo con lo que Víctor estuviese de acuerdo.
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-Un interesante uso de palabras, Víctor. – El pequeño pirata prestaba totalmente atención a lo que el joven Víctor decía.- Pero aun así, no es suficiente. Ademas, ha hecho un pequeño calculo erróneo ¿no es así, Albert?
- Así es – Dijo el lancero en respuesta. – No creo que estés en posición para exigir algo así, joven. – Albert se mostraba muy tranquilo, pero con la mirada bien puesto sobre el casi albino. – En primera, no puedes exigir un trabajo sin siquiera tener como pagarnos. ¿Nuestra ganancia es que nos llevamos todo? Chico… somos piratas, siempre nos llevamos todo. – Hizo una pausa para dar un trago a su bebida. – Si el capitán fuera otro tipo de persona, créeme que ya estaría muerto justo en este momento.
Suficiente, Albert. – Dijo Alpha. – Sé que te molesta que traten de jugar con nosotros. Dime, Víctor ¿Cuánto tiempo llevas navegando? Aunque puede que tenga menos edad que tú, pero ya he pasado por muchas cosas. Además, mis negocios son mis negocios pero, ha venido de buena gana a pedirme ayuda y, no puedo negarme a eso. – Alpha dio otro profundo trago a su bebida, dejándola completamente vacía. – Veras… Los rumores de mí solo dicen una sola cosa: genocida. ¿Qué he matado mucha gente? Por supuesto, pero al igual que tú, comparto le creencia que no tiene nada de glorioso matar a quien no desea luchar, pero, si mato a quien se ponga en mi camino.
Al pelilargo apoyo su mejilla sobre su brazo metálico. Detallaba a victor por todos lados. Altura, color de piel, color de cabello, ojos, absolutamente todo. – Dime, Víctor ¿Alguien como tú, que lo motiva a navegar?
El motivo por el cual Alpha quería escucharle era para realizar una oferta el joven músico. Totalmente lleno de buenas expectativas. Pero casi al instante, el dueño de la taberna comenzó a preguntar por su hija. A lo que inmediatamente el capitán le dijo al semi-albino. – Depende de tu respuesta, ocurrirán cosas buenas o malas, y al parecer tu amiga le queda poco tiempo.
- Así es – Dijo el lancero en respuesta. – No creo que estés en posición para exigir algo así, joven. – Albert se mostraba muy tranquilo, pero con la mirada bien puesto sobre el casi albino. – En primera, no puedes exigir un trabajo sin siquiera tener como pagarnos. ¿Nuestra ganancia es que nos llevamos todo? Chico… somos piratas, siempre nos llevamos todo. – Hizo una pausa para dar un trago a su bebida. – Si el capitán fuera otro tipo de persona, créeme que ya estaría muerto justo en este momento.
Suficiente, Albert. – Dijo Alpha. – Sé que te molesta que traten de jugar con nosotros. Dime, Víctor ¿Cuánto tiempo llevas navegando? Aunque puede que tenga menos edad que tú, pero ya he pasado por muchas cosas. Además, mis negocios son mis negocios pero, ha venido de buena gana a pedirme ayuda y, no puedo negarme a eso. – Alpha dio otro profundo trago a su bebida, dejándola completamente vacía. – Veras… Los rumores de mí solo dicen una sola cosa: genocida. ¿Qué he matado mucha gente? Por supuesto, pero al igual que tú, comparto le creencia que no tiene nada de glorioso matar a quien no desea luchar, pero, si mato a quien se ponga en mi camino.
Al pelilargo apoyo su mejilla sobre su brazo metálico. Detallaba a victor por todos lados. Altura, color de piel, color de cabello, ojos, absolutamente todo. – Dime, Víctor ¿Alguien como tú, que lo motiva a navegar?
El motivo por el cual Alpha quería escucharle era para realizar una oferta el joven músico. Totalmente lleno de buenas expectativas. Pero casi al instante, el dueño de la taberna comenzó a preguntar por su hija. A lo que inmediatamente el capitán le dijo al semi-albino. – Depende de tu respuesta, ocurrirán cosas buenas o malas, y al parecer tu amiga le queda poco tiempo.
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En ese momento, Víctor era como… como una sinfonía. Una magnífica melodía interpretada por una docena de instrumentos, guiados por un único director, aquel que manipulaba las emociones del público con movimientos sencillos, pero exuberantes en significado. Sí, Víctor era como una sinfonía. No perfecta, sino magnánima. Compases armónicos, celestiales, que inspiraban a quien lo escuchase. Era increíble como se plantaba en frente de cuatro sujetos peligros, cada uno de ellos capacitado para degollarlo en combate singular sin sudar, y seguía sonriendo. No en burla, sino en calma, en temple. Para él, el director era su mente. ¿Los instrumentos y sus respectivos músicos? Cada diminuta porción que componía su cuerpo, complejo e inescrutable a ojos de muchos. El casi-albino se había topado con el caos, y estaba intentando domarlo.
—Creo que me equivoqué al juzgarlos. —puntualizó.
No estaba en discusión que había cometido unos cuantos errores esa noche. No solo erró al intentar deducir la naturaleza del variopinto grupo que tenía en frente, sino que tampoco tomó las precauciones apropiadas respecto a la hija del cantinero. El intento de establecer una alianza entre los piratas y él no dio frutos ¿Utilizó las palabras equivocadas? ¿Hizo falta emoción? Pese a todos los inconvenientes, no pudo evitar notar que llamó la atención del más importante de todos en aquella banda.
Víctor analizó la situación en retrospectiva, localizando en relativamente poco tiempo las fallas en sus propuestas. No cabía duda que su juicio erróneo, lo que lo llevó a pensar que lidiaba con personas más civilizadas, había sido el detonante. Sin embargo, era parte de su naturaleza actuar con tal franqueza. Irónicamente, esa actitud parecía que iba a sacarlo del embrollo en el que lo metió en primer lugar.
Alpha asaltó con palabras al casi-albino. Le costaba acostumbrarse a que, en realidad, la relación de los cuatro era distinta de como había pensado. Víctor se mantuvo escuchando de su taburete. La única oportunidad que seguía estando a su alcance era convencer al niño. Si fracasaba con él, ya tendría que ir ideando una manera de salvar a esa muchacha. Naturalmente, una maniobra como esa requería de preparativos estrictos. Al fin y al cabo, Víctor era un hombre corriente. Una estocada que llegase a encajar bien en su estómago y estaba muerto.
Víctor apartó el resto de preocupaciones de su cabeza. Prestó atención a las preguntas del pelilargo. Resultó ser el más elocuente del grupo. Las intenciones de Alpha eran más que transparentes. Víctor podía ser muchas cosas, pero no un inepto. ¿Mostrar interés por sus motivaciones? ¿Tratar de empatizar con él? Si querías que alguien te siguiese tenías que ganarte su corazón. O eso, o apropiarte de su vida. Naturalmente, lo primero solía ser más efectivo.
Tenía razones de sobra para no trabajar a las ordenes de alguien más ¿Haría una excepción? A lo largo de su vida, Víctor había comprobado que era bastante competente tragándose el orgullo.
Era el momento.
—Mira a tu alrededor, Alpha, ¿Qué es lo que ves? —hizo un gesto con la cabeza, señalando al resto de la cantina —. Festejo, alegría, gozo. Buenas emociones. No cabe duda que es una gran noche. ¿Sabes qué es lo que me diferencia de ellos? Esas personas viven bajo el yugo de un señor que los complace con pequeños momentos de felicidad como este, están encadenadas a una tierra maldita que no se detendrá hasta exprimirles la última gota de vida que les quede. Yo, en cambio, me deshice de mis ataduras.
»Indiscutiblemente, los piratas como nosotros son dueños de su propio destino. Saquean, destruyen y dejan tras de sí un río de sangre solo por placer. Gozan de una libertad envidiable, pero ¿Qué sentido tiene? Dirigen ejércitos, pero sin un enemigo al que batallar. Acumulan riquezas, pero sin un valor real. Ostentan el poder, pero sin un fin en el que canalizarlo. Luce como una vida atractiva, pero para mí no es suficiente. ¿Qué es lo que anhelo? Conoces la respuesta, pero esperas escucharla de mis labios. Anhelo el poder, anhelo el poder como nada más en este mundo. Le arrebataré el poder a quien haga falta para hacer lo que debe hacerse sin importar el costo, Alpha. Ya debes saber que mi viaje ha iniciado hace poco. Lo admito, soy inexperto. Sin embargo, este mundo es demasiado cruel como para que nadie se atreva a arreglarlo ¿No lo crees?
—Creo que me equivoqué al juzgarlos. —puntualizó.
No estaba en discusión que había cometido unos cuantos errores esa noche. No solo erró al intentar deducir la naturaleza del variopinto grupo que tenía en frente, sino que tampoco tomó las precauciones apropiadas respecto a la hija del cantinero. El intento de establecer una alianza entre los piratas y él no dio frutos ¿Utilizó las palabras equivocadas? ¿Hizo falta emoción? Pese a todos los inconvenientes, no pudo evitar notar que llamó la atención del más importante de todos en aquella banda.
Víctor analizó la situación en retrospectiva, localizando en relativamente poco tiempo las fallas en sus propuestas. No cabía duda que su juicio erróneo, lo que lo llevó a pensar que lidiaba con personas más civilizadas, había sido el detonante. Sin embargo, era parte de su naturaleza actuar con tal franqueza. Irónicamente, esa actitud parecía que iba a sacarlo del embrollo en el que lo metió en primer lugar.
Alpha asaltó con palabras al casi-albino. Le costaba acostumbrarse a que, en realidad, la relación de los cuatro era distinta de como había pensado. Víctor se mantuvo escuchando de su taburete. La única oportunidad que seguía estando a su alcance era convencer al niño. Si fracasaba con él, ya tendría que ir ideando una manera de salvar a esa muchacha. Naturalmente, una maniobra como esa requería de preparativos estrictos. Al fin y al cabo, Víctor era un hombre corriente. Una estocada que llegase a encajar bien en su estómago y estaba muerto.
Víctor apartó el resto de preocupaciones de su cabeza. Prestó atención a las preguntas del pelilargo. Resultó ser el más elocuente del grupo. Las intenciones de Alpha eran más que transparentes. Víctor podía ser muchas cosas, pero no un inepto. ¿Mostrar interés por sus motivaciones? ¿Tratar de empatizar con él? Si querías que alguien te siguiese tenías que ganarte su corazón. O eso, o apropiarte de su vida. Naturalmente, lo primero solía ser más efectivo.
Tenía razones de sobra para no trabajar a las ordenes de alguien más ¿Haría una excepción? A lo largo de su vida, Víctor había comprobado que era bastante competente tragándose el orgullo.
Era el momento.
—Mira a tu alrededor, Alpha, ¿Qué es lo que ves? —hizo un gesto con la cabeza, señalando al resto de la cantina —. Festejo, alegría, gozo. Buenas emociones. No cabe duda que es una gran noche. ¿Sabes qué es lo que me diferencia de ellos? Esas personas viven bajo el yugo de un señor que los complace con pequeños momentos de felicidad como este, están encadenadas a una tierra maldita que no se detendrá hasta exprimirles la última gota de vida que les quede. Yo, en cambio, me deshice de mis ataduras.
»Indiscutiblemente, los piratas como nosotros son dueños de su propio destino. Saquean, destruyen y dejan tras de sí un río de sangre solo por placer. Gozan de una libertad envidiable, pero ¿Qué sentido tiene? Dirigen ejércitos, pero sin un enemigo al que batallar. Acumulan riquezas, pero sin un valor real. Ostentan el poder, pero sin un fin en el que canalizarlo. Luce como una vida atractiva, pero para mí no es suficiente. ¿Qué es lo que anhelo? Conoces la respuesta, pero esperas escucharla de mis labios. Anhelo el poder, anhelo el poder como nada más en este mundo. Le arrebataré el poder a quien haga falta para hacer lo que debe hacerse sin importar el costo, Alpha. Ya debes saber que mi viaje ha iniciado hace poco. Lo admito, soy inexperto. Sin embargo, este mundo es demasiado cruel como para que nadie se atreva a arreglarlo ¿No lo crees?
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Vaya, esta joven promesa ha resultado ser mejor de lo que esperaba. Esta seguridad no puedo encontrarla en cualquier lado. Víctor hizo muy bien al tomarse un momento para respirar y analizar la situación, eso me agrada. Pero ahora, le toca pasar por la prueba de fuego, es momento de que él tome una decisión.
- ¿Piratas como nosotros? Entonces también eres uno de nuestra especie. – Dije mientras llevaba la botella de sake a mi boca, sí que estaba bueno el sake de este bar. – Aunque, tienes una perspectiva que generaliza a todos los piratas. Dirijo ejércitos, y mis enemigos son los otros piratas que se atraviesen en mi camino. Acumulo riquezas, y pretendo gastarla en fiestas, bebidas y en logística bélica que me ayudara a seguir adelante, No es una vida atractiva, Víctor, es la vida que solo los que están dispuestos a dejar su huella en la historia deben tomar.
Tal vez se me ha ido un poco la olla con mis palabras, pero es realmente lo que pienso. Me siento bien al comunicarle mis pensamientos y mis opiniones sobre el tema del cual me habla. Soy un pirata, claro que sí, pero tengo mi manera de ver las cosas. Y Víctor me ha demostrado ser alguien que tiene muy bien los pies sobre la tierra, aunque tal vez sea un poco inocente, de hecho, eso no lo arreglo yo, lo arregla la vida misma.
- Viaja bajo mi bandera, lleva mi insignia y vive como te plazca. Es lo único que aceptare a cambio de ayudarte. – Le dije con total seriedad. – Mi familia crece día a día y pronto mi sueño de tener mi propio reino llegara. ¿No te gustaría formar parte de ello?
-¿Estas seguro, Alpha? – Pregunto Albert. – Ciertamente luce como una joven promesa pero…
- Albert, la primera vez que nos conocimos entablamos combate a muerte y lo dejamos estar porque ninguno de los dos tenía ganas de matar a alguien tan prometedor ¿o me equivoco? – Respondí. Se notaba que mis palabras habían hecho dudar al lancero por unos momentos, pero él sabía que yo tenía la razón.
-También lo dejamos estar por que la oferta que me diste era mejor que estar vigilando en un lugar tan aburrido como ese.
- Entonces, déjalo estar y que el chico tome su dedición. Pero es momento de ponernos en marcha. – Me levante y de inmediato todos comenzaron a hacer lo mismo. Deje en pago en la mesa y me dirigí a casi albino una vez más. – Tu lo decides no te obligara a nada, pero me dirigió a ese lugar a hacer lo que acostumbro a hacer.
Comencé a ponerme en marcha. Estaba tan feliz que no podía dejar de sonreír.
- ¿Piratas como nosotros? Entonces también eres uno de nuestra especie. – Dije mientras llevaba la botella de sake a mi boca, sí que estaba bueno el sake de este bar. – Aunque, tienes una perspectiva que generaliza a todos los piratas. Dirijo ejércitos, y mis enemigos son los otros piratas que se atraviesen en mi camino. Acumulo riquezas, y pretendo gastarla en fiestas, bebidas y en logística bélica que me ayudara a seguir adelante, No es una vida atractiva, Víctor, es la vida que solo los que están dispuestos a dejar su huella en la historia deben tomar.
Tal vez se me ha ido un poco la olla con mis palabras, pero es realmente lo que pienso. Me siento bien al comunicarle mis pensamientos y mis opiniones sobre el tema del cual me habla. Soy un pirata, claro que sí, pero tengo mi manera de ver las cosas. Y Víctor me ha demostrado ser alguien que tiene muy bien los pies sobre la tierra, aunque tal vez sea un poco inocente, de hecho, eso no lo arreglo yo, lo arregla la vida misma.
- Viaja bajo mi bandera, lleva mi insignia y vive como te plazca. Es lo único que aceptare a cambio de ayudarte. – Le dije con total seriedad. – Mi familia crece día a día y pronto mi sueño de tener mi propio reino llegara. ¿No te gustaría formar parte de ello?
-¿Estas seguro, Alpha? – Pregunto Albert. – Ciertamente luce como una joven promesa pero…
- Albert, la primera vez que nos conocimos entablamos combate a muerte y lo dejamos estar porque ninguno de los dos tenía ganas de matar a alguien tan prometedor ¿o me equivoco? – Respondí. Se notaba que mis palabras habían hecho dudar al lancero por unos momentos, pero él sabía que yo tenía la razón.
-También lo dejamos estar por que la oferta que me diste era mejor que estar vigilando en un lugar tan aburrido como ese.
- Entonces, déjalo estar y que el chico tome su dedición. Pero es momento de ponernos en marcha. – Me levante y de inmediato todos comenzaron a hacer lo mismo. Deje en pago en la mesa y me dirigí a casi albino una vez más. – Tu lo decides no te obligara a nada, pero me dirigió a ese lugar a hacer lo que acostumbro a hacer.
Comencé a ponerme en marcha. Estaba tan feliz que no podía dejar de sonreír.
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Disidencia. Lo notó en el comportamiento de la banda, en sus palabras. Aunque no lo expresasen sin tapujos, aunque lo ocultasen en los confines de sus mentes, estaban en desacuerdo con la decisión de Alpha. ¿Reclutar a un donnadie salido de ninguna parte? Nada de consideraciones, nada de pruebas. Temía que la situación empeorase repentinamente, pero ningún motín tuvo lugar. Alpha mantuvo bajo control a sus subordinados. Era un contraste interesante. Permitía que cuestionasen sus decisiones, mas nadie intentaba ir abiertamente en contra de ellas ¿A qué se debía? ¿Cuánto confiaban en las acciones del muchacho? En ocasiones, leía con fines académicos crónicas sobre reinos y países olvidados. Sabía lo que sucedía cuando la disconformidad germinaba entre el vulgo. En favor de los gobernantes, tampoco les quedaba mejor remedio que hacer correr la sangre ¿Cierto? De todas formas, Víctor sintió que era afortunado por lo sencillo que había resultado ser.
La propuesta de Alpha fue harina de otro costal. No le tomó desprevenido la idea de trabajar codo con codo junto a ellos, puesto que él mismo lo predijo previamente, pero pretendía que sus servicios estuviesen destinados a ser temporales, no definitivos. Era el anhelo de todo hombre pertenecer a algo mucho mayor que él. El individuo por sí mismo carecía de propósito sin algo por lo que luchar. Sin embargo, seguir el sendero de la justicia fue el camino que Víctor escogió años atrás, y no pretendía abandonarlo hasta quedar convencido de que existía algo mejor ¿Siquiera existía un equivalente en nobleza? La respuesta, como bien sabía el casi-albino, era no. Rotundamente, no.
Sin embargo, había algo más apremiante en juego. La seguridad de su damisela en apuros corría peligro. ¿Qué podía esperar de una situación como esa? El único resultado plausible era que muriese si intentaba rescatarla sin ayuda. Después de tener éxito en persuadir a la banda de piratas, no podía pretender echarse hacia atrás por ser incapaz de tomar una decisión. No, no una decisión. Solo pronunciar las palabras correctas.
Alpha no se molestó en ocultar su naturaleza, mucho menos sus intenciones. Él y su tripulación estaban comprometidos con sus ideales. Eran despiadados. Habían encabezado masacres, amontonado los cadáveres de aquellos que se interpusieron en su camino. Y Víctor pudo sentirlo. No estaba de acuerdo con sus métodos, al menos en cierto grado, pero eso sería suficiente. Sabía que la posibilidad de guiarlos por el sendero correcto estaba al alcance de sus manos. Al igual que depositaban confianza en las decisiones de Alpha, Víctor también podría obtener su respeto. Ejercer su voluntad.
Aferró una mano a la empuñadura de Errante mientras el grupo se ponía en marcha. Víctor los imitó.
—Entonces que así sea, estoy dentro —dijo cuando alcanzó la posición de Alpha —. Aunque nuestro nombre es un poco largo para recordarlo.
En la lejanía se extendía una elevación del terreno, más una colina que una meseta. En la cima había un grueso edificio de piedra, que por su altura indicaba tener unas dos plantas. Las luces del interior se proyectaban a través de vidrieras violetas y rojizas dispuestas a lo largo de su estructura. No era una arquitectura deslumbrante. El castillo del barón tenía un aspecto tosco, incluso rudimentario. Tampoco parecía tener una muralla que lo separase del resto del pueblo, mucho menos una empalizada. Víctor, sin embargo, no pudo observar nada más. El resto de detalles se revelarían cuando acortase las distancias.
La propuesta de Alpha fue harina de otro costal. No le tomó desprevenido la idea de trabajar codo con codo junto a ellos, puesto que él mismo lo predijo previamente, pero pretendía que sus servicios estuviesen destinados a ser temporales, no definitivos. Era el anhelo de todo hombre pertenecer a algo mucho mayor que él. El individuo por sí mismo carecía de propósito sin algo por lo que luchar. Sin embargo, seguir el sendero de la justicia fue el camino que Víctor escogió años atrás, y no pretendía abandonarlo hasta quedar convencido de que existía algo mejor ¿Siquiera existía un equivalente en nobleza? La respuesta, como bien sabía el casi-albino, era no. Rotundamente, no.
Sin embargo, había algo más apremiante en juego. La seguridad de su damisela en apuros corría peligro. ¿Qué podía esperar de una situación como esa? El único resultado plausible era que muriese si intentaba rescatarla sin ayuda. Después de tener éxito en persuadir a la banda de piratas, no podía pretender echarse hacia atrás por ser incapaz de tomar una decisión. No, no una decisión. Solo pronunciar las palabras correctas.
Alpha no se molestó en ocultar su naturaleza, mucho menos sus intenciones. Él y su tripulación estaban comprometidos con sus ideales. Eran despiadados. Habían encabezado masacres, amontonado los cadáveres de aquellos que se interpusieron en su camino. Y Víctor pudo sentirlo. No estaba de acuerdo con sus métodos, al menos en cierto grado, pero eso sería suficiente. Sabía que la posibilidad de guiarlos por el sendero correcto estaba al alcance de sus manos. Al igual que depositaban confianza en las decisiones de Alpha, Víctor también podría obtener su respeto. Ejercer su voluntad.
Aferró una mano a la empuñadura de Errante mientras el grupo se ponía en marcha. Víctor los imitó.
—Entonces que así sea, estoy dentro —dijo cuando alcanzó la posición de Alpha —. Aunque nuestro nombre es un poco largo para recordarlo.
En la lejanía se extendía una elevación del terreno, más una colina que una meseta. En la cima había un grueso edificio de piedra, que por su altura indicaba tener unas dos plantas. Las luces del interior se proyectaban a través de vidrieras violetas y rojizas dispuestas a lo largo de su estructura. No era una arquitectura deslumbrante. El castillo del barón tenía un aspecto tosco, incluso rudimentario. Tampoco parecía tener una muralla que lo separase del resto del pueblo, mucho menos una empalizada. Víctor, sin embargo, no pudo observar nada más. El resto de detalles se revelarían cuando acortase las distancias.
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Su respuesta resulto ser un sí, estaba más que satisfecho con el resultado de la conversación. Víctor a simple vista se mostraba de muchas maneras, pero incompetente no lo es, una corazonada me lo dice. Por otro lado, el objetivo se veía a lo lejos, poco a poco aquella edificación se hacía cada vez más grande mientras nos acercábamos. Yo montaba en Suzaku, mientras hacia una pequeña revisión a mi alabarda. – Si, nuestro nombre es largo, pero es genial. – Le dije tratando de sonar lo más amable que mi concentración me podía permitir en ese momento, pronto seria el momento para hacer nuestra jugada. - Debe ser un golpe limpio, sin bajas innecesarias, nos quitamos a quienes se interpongan en el camino, robamos sus objetos valiosos y rescatamos a la damisela en apuros.
- La parte de la damisela me parrece muy chistosa, pequeñín. - Recalco el semi-gigante.- Se supone que somos pirratas, no herroes.
- La damisela es cosa de Víctor. – Dijo Albert. – Ciertamente lo mejor que pudo hacer es venir con nosotros y asegurarse de que ella este a salvo.
Podía sentirme totalmente cómodo, todos estamos sonriendo y bromeando un poco. Alguno que otro chiste para alegrar el ambiente e incluso Lara estaba de muy bien humor hoy, eso era una excelente señal. Tenerlos aquí ciertamente me llena mucho, siento que todo vale la pena, lo vale mucho.
- Bueno, a Trrabajarr. – Drukoff sostuvo su bola de acero con fuerza y la arrojo contra la puerta de entrada. No cedió a la primera, pero si había hecho una fea grieta. El grandote jalo de la cadena y trayendo de nuevo el esférico, y de nuevo la lanzo, abriendo la puerta.
- Esa es una manera muy interesante de llamar a la puerta, pequeño Drukoff. – El no hizo anda más que reír a mi comentario. Rápidamente una quincena de soldados con armadura habían salido para darnos la bienvenida, que detalle tan amable de su parte. Todos estábamos emocionados, y listos para batallar. - ¿Listo, Víctor? – Le pregunte, haciendo notar mi enorme sonrisa. Estaba más que listo para lanzarme al ataque en este momento. Y así lo hice, junto a todos.
- La parte de la damisela me parrece muy chistosa, pequeñín. - Recalco el semi-gigante.- Se supone que somos pirratas, no herroes.
- La damisela es cosa de Víctor. – Dijo Albert. – Ciertamente lo mejor que pudo hacer es venir con nosotros y asegurarse de que ella este a salvo.
Podía sentirme totalmente cómodo, todos estamos sonriendo y bromeando un poco. Alguno que otro chiste para alegrar el ambiente e incluso Lara estaba de muy bien humor hoy, eso era una excelente señal. Tenerlos aquí ciertamente me llena mucho, siento que todo vale la pena, lo vale mucho.
- Bueno, a Trrabajarr. – Drukoff sostuvo su bola de acero con fuerza y la arrojo contra la puerta de entrada. No cedió a la primera, pero si había hecho una fea grieta. El grandote jalo de la cadena y trayendo de nuevo el esférico, y de nuevo la lanzo, abriendo la puerta.
- Esa es una manera muy interesante de llamar a la puerta, pequeño Drukoff. – El no hizo anda más que reír a mi comentario. Rápidamente una quincena de soldados con armadura habían salido para darnos la bienvenida, que detalle tan amable de su parte. Todos estábamos emocionados, y listos para batallar. - ¿Listo, Víctor? – Le pregunte, haciendo notar mi enorme sonrisa. Estaba más que listo para lanzarme al ataque en este momento. Y así lo hice, junto a todos.
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Víctor, para su sorpresa, sonrió y rio junto a los Big Brother Kaizokudan. No tendría que estar haciéndolo ¿Cierto? No, de ninguna manera. Víctor no había sido presuroso, tardó demasiado en convencerles de que le prestasen su fuerza. Aunque a esas alturas ya tenía bastante claro que pretendían asaltar el castillo de una forma u otra. Su participación en todo el meollo había sido, en realidad, irrelevante. ¿No los atrasó al hablarles? Quizá fuese demasiado tarde para actuar, quizá hubiese condenado a la hija del cantinero al intentar salvarla. Los pensamientos se disparaban como flechas dentro de la cabeza. Sin embargo, no pudo evitar reír entre sus nuevos hermanos.
En el atrio del castillo estalló la batalla. La guarnición los asaltó cuando Drukoff, el semigigante, hizo la puerta pedazos. Víctor percibió la emoción, las ansias por luchar provenientes de ambos bandos del enfrentamiento. ¿Qué satisfacción había en asesinar a otras personas? Veía el valor práctico en eliminar a quien se interpusiese en su camino, pero no albergaba un gozo intrínseco el arrebatar vidas. ¿En eso iba a convertirse, un carnicero? Por alguna razón, la idea no le disgustaba.
Desenvainó de inmediato. Errante silbó en el aire, reflejando la luz de la luna a través de su hoja. Sostuvo la espada con firmeza y adoptó una postura de combate, la capa blanca atada a sus hombros aleteando detrás suya.
El casi-albino no tardó en establecer combate singular. Un soldado acorazado se abalanzó en contra suya, arremetiendo repetidas veces con su propia espada. No blandía el arma con gracia, incluso parecía más una porra que una espada en sus manos. Víctor detuvo los tajos con Errante, obligándole a retroceder y reflexionar sobre su siguiente movimiento. Víctor no iba a quebrarse con facilidad. Ambos giraron en círculos, midiéndose mutuamente las fuerzas desde la distancia que los separaba. Después del choque inicial, el soldado no parecía entusiasmado por volver a enfrentarse a un muro. Víctor tomó la iniciativa. Era sencillo decir que su estrategia consistía en defenderse durante todo el combate, pero no tenía tiempo para tantos aspavientos. El entusiasmo del soldado por ver el combate reanudado fue reemplazado por el temor del hombre que sabe que va a morir, sorprendiéndose por la fuerza impresa en cada tajo que paraba, viéndose obligado a retroceder hasta que sus piernas cedieron. Víctor no tardó en acabar con él.
Un segundo hombre ocupó el puesto del anterior soldado, mas Víctor no tuvo la misma moderación. Zancadilleó al sujeto, haciéndole trastabillar con el peso de la armadura. Acabó con él incluso más rápido que con el anterior.
En medio de la refriega, Víctor levantó la cabeza para evaluar el desarrollo del combate. Todo iba bien. La quincena de soldados que salió a recibirles no estaba a la altura de la banda del niño pirata.
Dio media vuelta de cara a la entrada del castillo, y cruzó el umbral.
En el atrio del castillo estalló la batalla. La guarnición los asaltó cuando Drukoff, el semigigante, hizo la puerta pedazos. Víctor percibió la emoción, las ansias por luchar provenientes de ambos bandos del enfrentamiento. ¿Qué satisfacción había en asesinar a otras personas? Veía el valor práctico en eliminar a quien se interpusiese en su camino, pero no albergaba un gozo intrínseco el arrebatar vidas. ¿En eso iba a convertirse, un carnicero? Por alguna razón, la idea no le disgustaba.
Desenvainó de inmediato. Errante silbó en el aire, reflejando la luz de la luna a través de su hoja. Sostuvo la espada con firmeza y adoptó una postura de combate, la capa blanca atada a sus hombros aleteando detrás suya.
El casi-albino no tardó en establecer combate singular. Un soldado acorazado se abalanzó en contra suya, arremetiendo repetidas veces con su propia espada. No blandía el arma con gracia, incluso parecía más una porra que una espada en sus manos. Víctor detuvo los tajos con Errante, obligándole a retroceder y reflexionar sobre su siguiente movimiento. Víctor no iba a quebrarse con facilidad. Ambos giraron en círculos, midiéndose mutuamente las fuerzas desde la distancia que los separaba. Después del choque inicial, el soldado no parecía entusiasmado por volver a enfrentarse a un muro. Víctor tomó la iniciativa. Era sencillo decir que su estrategia consistía en defenderse durante todo el combate, pero no tenía tiempo para tantos aspavientos. El entusiasmo del soldado por ver el combate reanudado fue reemplazado por el temor del hombre que sabe que va a morir, sorprendiéndose por la fuerza impresa en cada tajo que paraba, viéndose obligado a retroceder hasta que sus piernas cedieron. Víctor no tardó en acabar con él.
Un segundo hombre ocupó el puesto del anterior soldado, mas Víctor no tuvo la misma moderación. Zancadilleó al sujeto, haciéndole trastabillar con el peso de la armadura. Acabó con él incluso más rápido que con el anterior.
En medio de la refriega, Víctor levantó la cabeza para evaluar el desarrollo del combate. Todo iba bien. La quincena de soldados que salió a recibirles no estaba a la altura de la banda del niño pirata.
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Akuma no mi
Varios
- Freites D. Irkenox Alpha - El joven rey de la forja. (Ficha 2.0)
- (pasado Privado) El glamour del mar. - Freites d. Alpha
- Un mundo desconocido [Narración Avanzada - Freites D. Alpha]
- ¡Que frío! Y no hablo del clima [Priv. Zira - Freites D. Alpha]
- Un encuentro inesperado, ¡el reino más frío de la historia! [Pasado/Privado de Red Tea y Freites D. Alpha]
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