Se te ve el plumero [Zuko y Giotto]

Estaba resultando un viaje tranquilo por las exóticas aguas del nuevo mundo. Era un pequeño crucero de lujo, repleto de luces y excesos de los que no se puede hablar fuera del navío. Buen vino, exquisitos licores, comida gourmet realizada al momento y ricachones presumiendo de sus vacías vidas. «Mi vieja vida», se dijo Giotto, ligeramente aburrido, mientras sujetaba un puro con su mano izquierda y una copa de whisky de Eriuland con su mano derecha.

—No sea incrédulo, señor Mackinley —le dijo con voz pausada, mostrando una cínica sonrisa verdaderamente convincente—. La labor de nuestros supuestos protectores no puede ser mejor. Lo que ocurre es que tenemos que ser más selectivos en su admisión —llevó el puro a la boca, inhalando una pequeña cantidad de humo que llevó al pecho y expulso un segundo después.

—No puedo estar más de acuerdo, señor Leblanc —le respondió—. Hace unos meses, en la boca de la hija primogénita de los Salvatore, mi escolta era un sucio mink y un miembro de los sucios piernas largas, ¿se lo puede creer?

—¡No! —exclamó, intentando no mostrar ironía.

—Cómo se lo estoy contando.

Giotto se terminó de beber el vaso de whisky.

—Creo que voy a necesitar otro de estos para procesar la información —dijo, soltando una risotada justo después—. Pero antes he de ausentarme —realizó un pequeño ademán con la mano derecha.

El agente fue dirección al baño, donde esperó hasta que llegara su compañero de misión. Según le habían avisado desde la central general de inteligencia del gobierno mundial, a las veintidós-cero-cero, tendría que encontrarse con él en el servicio de caballeros. El hombre le preguntaría algo a lo que tendría que responder «pero no se le puede obligar a beber agua».

No solían llamarle los del Cipher Pol, pero por lo visto les gustaba recordarle de vez en cuando que seguía estando en su nómina. Por suerte, no necesitaba disfrazarse. Una de las ventajas que otorgaba su rango, es que solían invitarle a ese tipo de cruceros para ricachones. No era la primera vez que le invitaban a uno, claro, pero si la primera vez que asistía. No le gustaban esas cosas y si ahí estaba era porque una orden del Cipher Pol y el mismo Agente Morrison lo requería. Iba vestido con un traje de color azul muy oscuro, con una camisa blanca y una corbata a juego con el traje. Sobre los hombros colgaba una corta bufanda blanca. Llevaba el pelo bien peinado hacia atrás y unas elegantes gafas.

No tardó en ver a alguien dirigirse al lavabo. Sabía que el agente del Cipher Pol infiltrado en el crucero tenía que encontrarse con él en el baño. Pasados unos segundos, fue tras él y entró al baño. Fue directo y disimuladamente hacia uno de los lavamanos, pues no sabía si ese era el agente. No lo sabría al menos hasta que respondiese a la pregunta en clave. Era un hombre delgado, de aspecto refinado y cabello rubio. Encajaba con la descripción dada al menos, aunque no era el único en ese barco que lo hacía. Sin apartar la mirada del espejo, dijo con una media risa:

—Hay que ver como bebe el capitán del crucero, ¿eh?

Obviamente el capitán no bebía tanto. Si no era el agente infiltrado, le corregiría. Si lo era... Le contestaría con la respuesta clave.

Al entrar al cuarto de baño Giotto se topó de frente con un joven de unos quince o dieciséis años, vestido elegantemente con un traje de color vino tinto de tres piezas y camisa negra. Se chocó con él, e hizo como si estuviera ligeramente borracho. Apoyándose en el quicio de la puerta durante un momento.

—¡Disculpe caballero! —se excusó el agente, mostrando algo parecido a una sonrisa tontorrona—. Pero el exceso de bebidas espirituosas parece que han hecho mella en mí. Ya sabe lo que dicen, hasta el más noble de los hombres es capaz de comportarse como el más vil de los piratas —continuó, haciendo un amago de soltar verborrea sin sentido.

—No se preocupe, señor —le respondió el jovencito—. He de decir que tampoco estaba muy atento. Si me disculpa

—¡Oh, claro!

Y el muchacho se fue de allí. Pasados unos segundos, Giotto se fue hacia uno de los urinarios, que casualmente estaban separadas por unas tablas bastante grandes, aunque dejaban la cabeza fuera para poder observar lo que había alrededor. Los urinarios del gobierno no tenían esa separación, pero era lo que tenían los cruceros de lujo, intimidad innecesaria o miedo a que se supiera que algunos millonarios tenían el pene pequeño.

Entonces, entró un hombre. Era alto, de tez ligeramente amarillenta, repeinado hacia atrás y vestido con un traje azul oscuro. Iba muy elegante, pero él prefería los zapatos marrones que los negros para un traje de ese color. No obstante, para gusto estaban los colores; literalmente en ese caso.

—Pero no se le puede obligar a beber agua, ¿no cree? —le respondió.

Las dos frases coincidían perfectamente, lo que implicaba que era la persona con la que tenía que ponerse en contacto. Giotto se guardó su preciado tesoro de nuevo bajo el pantalón, tras escurrírsela tres veces exactas y comprobar que no goteaba. Se fue hacia los lavabos y se lavó las manos, completamente en silencio.

—Ahora sí —comentó Giotto, secándose las manos con una de las tantas toallitas de usar y tirar que allí había—. Cierre la puerta si no le importa, caballero —Mientras lo hacía, el agente se fue el váter central, levantando la cisterna y cogiendo un tubo que allí había. Estaba completamente cerrado y tenía el símbolo del gobierno mundial—. Jamás entenderé porque no nos dan la información directamente en persona. Es tan de juego de espías de novelas de ficción, ¿no cree?

Giró simultáneamente dos ruedecitas que tenía el tubo hacia adentro, y luego presionó un botón de color verde que, tras hacerlo, se tornó de rojo y comenzó una cuenta atrás de cinco minutos. ¿En el interior? Dos acreditaciones y una carta que decía lo siguiente:

Reino de Mogaro.
Palacio Presidencial.
0830pm.

El colibrí con la rosa en la solapa tratara de picotear al vástago del gran león.

«¿Qué diantres?», pensó, guardando la carta en el tubo y lanzando con fuerza por la ventana del baño.

—¿Qué te parece? —le preguntó Giotto—. Creo que tendremos que asistir a un pequeño evento en dos días —Y le entregó su acreditación.