Por primera vez en mucho tiempo, Al Naion no portaba espada. Fuego helado estaba a buen recaudo en el pequeño cuartel, y el resto de sus armas en el interior de su barco. Por no llevar, no llevaba ningún distintivo de la Marina más allá de un den den mushi en la funda de su violín, oculto en un doble fondo tras Oro de luna. Es más, por no llevar no llevaba ni siquiera ropa formal, sustituyendo su habitual camisa roja y la corbata que ceñía en torno a su cuello por una -bastante llamativa- camisa rosa con estampado de flores en blanco. Por primera vez en mucho tiempo, por primera vez desde que había aceptado el cargo de Almirante, Al Naion estaba de vacaciones; e iba a disfrutarlas como un ciudadano normal. Había llevado como equipaje tan solo un traje por si acaso y un par de mudas limpias, además del violín y un par de libretos que tenía pendiente revisar para el espectáculo Pagliaci para estrenar en Dark Dome durante el año siguiente. No podía dirigirlo una vez de vuelta en el cuerpo, por mera imposibilidad física, pero le gustaba seguir en contacto con la gente del auditorio.
Se encontraba en Casino Island, y más concretamente en la muy pequeña villa de Night City... Bueno, pequeña en comparación a las dos grandes ciudades, las cuales podían compararse en tecnología y superficie con Water Seven. Sin embargo él estaba allí en busca de paz y tranquilidad, de una calma de la que no había podido gozar desde hacía casi un año. Según el convenio, entre vacaciones y boscosos le correspondían casi dos meses libres y, aunque solo iba a gastar un par de días, había subido a su moto con entusiasmo. Había recorrido una noche entera y casi una mañana completa el mar hasta llegar, y había pasado durmiendo las nueve horas siguientes. Pero en aquella isla a las apenas diez y media de la noche se sentía tan bien despertar que el viaje había valido la pena. Incluso había remoloneado un poco antes de bajar hasta recepción y consultar las posibilidades del lugar.
- Tenga cuidado si sale de noche, señor -recomendó un joven recepcionista con la barba más cuidada que nunca había visto-. Hace unas semanas la criminalidad ha aumentado mucho en esta ciudad. Se ha asentado una banda pirata cerca del puerto y si no toma alguna precaución podría llevarse un susto.
- Gracias, eh... -Miró el nombre en su placa-. Heráclito. Pero estoy de vacaciones, y a los turistas nunca nos pasa nada malo.
Aquello despertó varias preguntas en Al. Una de ellas, "¿quién demonios llamaba Heráclito a su hijo?", aunque la más importante era si debía intervenir en aquello. Había pros y contras de hacerlo, pero estaba bastante seguro de que entre todos los papeles que había firmado antes de tomarse unas merecidas vacaciones -y con firmarlos quería decir ojeado mientras Arthur firmaba- había uno destinado a formar un equipo de búsqueda y asalto para asegurar la isla. Igual por eso, inconscientemente, la había elegido. Tal vez también por ser una de las islas más interesantes del Paraíso, o por su gastronomía variada y gentes encantadoras... La verdad era que el folleto había vendido muy bien aquel lugar. Así que, confiando en que el pequeño puesto de cabras al que llamaban cuartel hubiese tomado medidas, decidió ir a tumbarse en la playa.
- Esto sin alcohol es un poco más aburrido -dijo para sí, tirado sobre una toalla mientras leía el libreto. A su lado llevaba el violín del que nunca se separaba, pero le faltaba el chupito por cada vez que alguien cantase al morir en la obra: Ya llevaría por lo menos siete. En cualquier caso el sonido de la marea y su vaivén resultaba relajante, y no había visto ni un solo pirata en todo el tiempo que llevaba fuera. Salvo... Tal vez... Ese señor que amablemente le apuntaba con una pistola hacía un rato y no había dicho nada por no interrumpir su lectura.
- Podrías dejar de ignorarme, ¿no? Te estoy atracando y eso.
- Solo un capítulo más, por favor.
Se encontraba en Casino Island, y más concretamente en la muy pequeña villa de Night City... Bueno, pequeña en comparación a las dos grandes ciudades, las cuales podían compararse en tecnología y superficie con Water Seven. Sin embargo él estaba allí en busca de paz y tranquilidad, de una calma de la que no había podido gozar desde hacía casi un año. Según el convenio, entre vacaciones y boscosos le correspondían casi dos meses libres y, aunque solo iba a gastar un par de días, había subido a su moto con entusiasmo. Había recorrido una noche entera y casi una mañana completa el mar hasta llegar, y había pasado durmiendo las nueve horas siguientes. Pero en aquella isla a las apenas diez y media de la noche se sentía tan bien despertar que el viaje había valido la pena. Incluso había remoloneado un poco antes de bajar hasta recepción y consultar las posibilidades del lugar.
- Tenga cuidado si sale de noche, señor -recomendó un joven recepcionista con la barba más cuidada que nunca había visto-. Hace unas semanas la criminalidad ha aumentado mucho en esta ciudad. Se ha asentado una banda pirata cerca del puerto y si no toma alguna precaución podría llevarse un susto.
- Gracias, eh... -Miró el nombre en su placa-. Heráclito. Pero estoy de vacaciones, y a los turistas nunca nos pasa nada malo.
Aquello despertó varias preguntas en Al. Una de ellas, "¿quién demonios llamaba Heráclito a su hijo?", aunque la más importante era si debía intervenir en aquello. Había pros y contras de hacerlo, pero estaba bastante seguro de que entre todos los papeles que había firmado antes de tomarse unas merecidas vacaciones -y con firmarlos quería decir ojeado mientras Arthur firmaba- había uno destinado a formar un equipo de búsqueda y asalto para asegurar la isla. Igual por eso, inconscientemente, la había elegido. Tal vez también por ser una de las islas más interesantes del Paraíso, o por su gastronomía variada y gentes encantadoras... La verdad era que el folleto había vendido muy bien aquel lugar. Así que, confiando en que el pequeño puesto de cabras al que llamaban cuartel hubiese tomado medidas, decidió ir a tumbarse en la playa.
- Esto sin alcohol es un poco más aburrido -dijo para sí, tirado sobre una toalla mientras leía el libreto. A su lado llevaba el violín del que nunca se separaba, pero le faltaba el chupito por cada vez que alguien cantase al morir en la obra: Ya llevaría por lo menos siete. En cualquier caso el sonido de la marea y su vaivén resultaba relajante, y no había visto ni un solo pirata en todo el tiempo que llevaba fuera. Salvo... Tal vez... Ese señor que amablemente le apuntaba con una pistola hacía un rato y no había dicho nada por no interrumpir su lectura.
- Podrías dejar de ignorarme, ¿no? Te estoy atracando y eso.
- Solo un capítulo más, por favor.
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