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El cuchicheo de los conductores me aburre. ¿Y a quién no? Tres días escuchando los problemas matrimoniales del gordo este cansa a cualquiera. Me da igual si la señora Rosa no quiere acariciarle los testículos, señor Rodolfo, en serio: no me importa. Pero estoy soportando esta tortura porque he conseguido una buena pista. Resulta que un grupo de revolucionarios está “negociando” con un fabricante de armas local. Dos de ellos han sido secuestrados por los marines. El perdedor de mi derecha es Tony, un patético treintañero que solo quiere ser mantenido por los demás. La otra revolucionaria soy yo, Victoria, una simpática quinceañera que está cansada de la música de groomers, como les dicen ahora.
Estoy en esta maldita celda porque al gracioso de Tony se le ocurrió beber más de la cuenta. Cansado de que Mary (su amor platónico o algo así) coquetee con Tom (¿quién es este?) no encontró mejor desquite que golpear a un hombre que iba con su hijo. Un marine de paseo. Lo peor es que, con lo borracho que iba, terminó pegándole al niño. Lo que pasó después fue tan lamentable que ni siquiera quiero recordarlo. Ambos vamos a prisión, se supone que pasaremos unos días ahí. Sin embargo, no puedo entender qué hace este… rarito con nosotros. Se supone que deberíamos ser Tony y yo, algo no anda bien si es que somos tres.
—Si no hago explotar los barriles esta noche, la revolución dejará de enviarme cheques al buzón… —se queja, pero enseguida se pone en pie—. ¡Saldré de este lugar!
—¡Oye, bastardo, guarda silencio y no molestes! ¿Quieres otra paliza? —le grita el conductor, girando solo un poco la cabeza.
Tony se queda en silencio y vuelve a sentarse. Predecible. Espero que nadie crea jamás que este excremento humano puede lograr algo. Lo peor es que yo estoy involucrada con él. Entré a este grupo de revolucionarios porque pensé que sabrían algo sobre, bueno, el Ejército Revolucionario. ¡Pero resultaron ser unos aficionados! A excepción de un puñado de personas, el resto son niños jugando a los rebeldes. Han encontrado a quien culpar por sus miserables vidas y ahora creen que tienen el derecho de castigar al responsable. ¿Por qué no lo entienden? La vida no es justa ni compasiva, y si alguien no está de acuerdo con esta gran verdad, que pelee con su naturaleza.
—¿Eso no fue un episodio del cómic que te pasas leyendo? —le pregunto en voz baja y con expresión aburrida.
—¡¿A-Acaso me espías, V-Victoria?! ¡P-Pervertida!
Blanqueo los ojos y miro hacia otro lado. Espero que sea verdad lo que dicen de la Prisión de Mercy, porque si es así… Estaré un paso más cerca de lograr mi misión.
Estoy en esta maldita celda porque al gracioso de Tony se le ocurrió beber más de la cuenta. Cansado de que Mary (su amor platónico o algo así) coquetee con Tom (¿quién es este?) no encontró mejor desquite que golpear a un hombre que iba con su hijo. Un marine de paseo. Lo peor es que, con lo borracho que iba, terminó pegándole al niño. Lo que pasó después fue tan lamentable que ni siquiera quiero recordarlo. Ambos vamos a prisión, se supone que pasaremos unos días ahí. Sin embargo, no puedo entender qué hace este… rarito con nosotros. Se supone que deberíamos ser Tony y yo, algo no anda bien si es que somos tres.
—Si no hago explotar los barriles esta noche, la revolución dejará de enviarme cheques al buzón… —se queja, pero enseguida se pone en pie—. ¡Saldré de este lugar!
—¡Oye, bastardo, guarda silencio y no molestes! ¿Quieres otra paliza? —le grita el conductor, girando solo un poco la cabeza.
Tony se queda en silencio y vuelve a sentarse. Predecible. Espero que nadie crea jamás que este excremento humano puede lograr algo. Lo peor es que yo estoy involucrada con él. Entré a este grupo de revolucionarios porque pensé que sabrían algo sobre, bueno, el Ejército Revolucionario. ¡Pero resultaron ser unos aficionados! A excepción de un puñado de personas, el resto son niños jugando a los rebeldes. Han encontrado a quien culpar por sus miserables vidas y ahora creen que tienen el derecho de castigar al responsable. ¿Por qué no lo entienden? La vida no es justa ni compasiva, y si alguien no está de acuerdo con esta gran verdad, que pelee con su naturaleza.
—¿Eso no fue un episodio del cómic que te pasas leyendo? —le pregunto en voz baja y con expresión aburrida.
—¡¿A-Acaso me espías, V-Victoria?! ¡P-Pervertida!
Blanqueo los ojos y miro hacia otro lado. Espero que sea verdad lo que dicen de la Prisión de Mercy, porque si es así… Estaré un paso más cerca de lograr mi misión.
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Poco a poco, lentamente, con el calmado paso con el que sale el sol por las mañanas, se aclaraban las nubes de mi mente. El día, la semana o el mes pasado, era difícil decirlo, se me había encomendado la misión de infiltrarme en una diminuta célula revolucionaría que operaba en el North Blue. Teníamos información verídica de que iban a conseguir armas de contrabando para su causa. Mis órdenes eran impedir el intercambio y, en la medida de lo posible, eliminar al proveedor y a todos los revolucionarios que pudiera identificar. Para ello me había infiltrado en los bajos fondos de la ciudad como estibador. Todo iba bien hasta que decidí prepararme una de mis triacas y, muy probablemente, se me fuera la mano con los alucinógenos. La verdad no recordaba cómo llegué a esta celda, creo que aposté en una pelea entre un niño y un borracho, aunque eso es tan inverosímil que seguramente lo soñé. Junto a mi había un tipo muy bajito con traje de cuervo y otro tipo que apestaba a alcohol, bueno, puede que ese olor viniera de mí.
—Si no hago explotar los barriles esta noche, la revolución dejará de enviarme cheques al buzón… —se quejó el apestoso y se puso en pie—. ¡Saldré de este lugar!
—¡Oye, bastardo, guarda silencio y no molestes! ¿Quieres otra paliza? —le gritó el conductor, girando solo un poco la cabeza.
El apestoso se quedó en silencio y se sentó. Los dos cuchichean algo que no llego a oír, aún así es mi día de suerte. Al parecer vamos camino de un calabozo o una prisión. Todavía no lo sé, pero lo de terminar en las cárceles de mis jefe se convertirá en una fea costumbre. Me llama la atención el apestoso, si ese tipo es del ejército revolucionario es mi billete para encontrar el resto de la célula.
-Qué vueltas da la vida -digo-. Jamás pensé conocer al tipo al que mandamos esos cheques de esta forma. -Miro a los dos tipos y sonrío divertido-. Tengo un importante negocio que atender con vosotros. ¿Por qué no demuestras tú valía y nos sacas de aquí?
—Si no hago explotar los barriles esta noche, la revolución dejará de enviarme cheques al buzón… —se quejó el apestoso y se puso en pie—. ¡Saldré de este lugar!
—¡Oye, bastardo, guarda silencio y no molestes! ¿Quieres otra paliza? —le gritó el conductor, girando solo un poco la cabeza.
El apestoso se quedó en silencio y se sentó. Los dos cuchichean algo que no llego a oír, aún así es mi día de suerte. Al parecer vamos camino de un calabozo o una prisión. Todavía no lo sé, pero lo de terminar en las cárceles de mis jefe se convertirá en una fea costumbre. Me llama la atención el apestoso, si ese tipo es del ejército revolucionario es mi billete para encontrar el resto de la célula.
-Qué vueltas da la vida -digo-. Jamás pensé conocer al tipo al que mandamos esos cheques de esta forma. -Miro a los dos tipos y sonrío divertido-. Tengo un importante negocio que atender con vosotros. ¿Por qué no demuestras tú valía y nos sacas de aquí?
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El hecho de que esté viajando a la cárcel debería desanimarme, pero el viaje resulta tan ameno que no puedo quejarme. Desde que le pegué con cinta adhesiva la boca a Tony todo es tranquilidad, aunque el salto que da la carreta cuando las ruedas chocan con las piedras del camino no es cómodo… Quizás estoy tan serena porque no quiero asumir que voy camino a la Prisión de Mercy. Tengo que ir porque ahí está el antiguo comandante de la célula que opera en la ciudad, y necesito hacerle unas preguntas.
Levanto la mirada cuando el hombre comienza a hablar. ¿Por qué lleva así el pelo? ¿Qué le pasa? Bueno, tampoco soy quien para juzgar. No me baño hace cuatro días, pero al menos no huelo a vómito como Tony. ¿Y qué está diciendo? Yo no tengo ningún negocio pendiente con nadie, y dudo que esta basura revolucionaria entienda el significado de la palabra «negocio». Le tendré que explicar cómo funciona la empresa del Cirujano. Como sea, ¿debería ignorar al cabeza de pepinillo? Quizás no sea la mejor del día… En Yhardum hay una ley: todo lo que sea feo es peligroso. Y este señor está muy alto en la escala de peligrosidad…
—Oye, Tony, te están hablando —le digo en voz baja, dándole un codazo para que reaccione. Se estaba quedando dormido—. Dice que nos saques de aquí, que demuestres tu valía, pero tú no vales mucho…
—¡Hmm! ¡Grrr! ¡Agghhh!
Giro la cabeza para ver al hombre y me encojo de hombros.
—Dice que no puede sacarnos, que le han robado sus poderes —le respondo.
Espero que no se atreva a desconfiar de una niña de dieciséis años. A ojos de este nuevo mundo soy lo más angelical que hay, aunque ningún ángel estaría dentro de una celda…
—¡¿Qué tanto cuchichean allá atrás, bastardos?! —grita el copiloto, pegándole a la reja con la porra—. Cierren la puta boca, estamos a nada de llegar.
Mis ganas de continuar la operación se desvanecen cuando veo por primera vez la Prisión de Mercy. ¿Cómo puedo ser tan idiota? ¿En qué momento pensé que podría escaparme de esa enorme torre levantada sobre un pequeño cacho de tierra en medio del mar? El cielo nublado tampoco aporta demasiado. Creo que aún estoy a tiempo de largarme, solo tendría que derrotar a los dos caballeros que custodian la carreta. No tendría que preocuparme por los conductores, escaparía antes de que pudieran seguirme el paso. Sin embargo, necesito regresar a Yhardum y saber que Helen está bien.
—¿Por qué estás aquí, Pepinillo? —le pregunto al hombre pepinillo.
Levanto la mirada cuando el hombre comienza a hablar. ¿Por qué lleva así el pelo? ¿Qué le pasa? Bueno, tampoco soy quien para juzgar. No me baño hace cuatro días, pero al menos no huelo a vómito como Tony. ¿Y qué está diciendo? Yo no tengo ningún negocio pendiente con nadie, y dudo que esta basura revolucionaria entienda el significado de la palabra «negocio». Le tendré que explicar cómo funciona la empresa del Cirujano. Como sea, ¿debería ignorar al cabeza de pepinillo? Quizás no sea la mejor del día… En Yhardum hay una ley: todo lo que sea feo es peligroso. Y este señor está muy alto en la escala de peligrosidad…
—Oye, Tony, te están hablando —le digo en voz baja, dándole un codazo para que reaccione. Se estaba quedando dormido—. Dice que nos saques de aquí, que demuestres tu valía, pero tú no vales mucho…
—¡Hmm! ¡Grrr! ¡Agghhh!
Giro la cabeza para ver al hombre y me encojo de hombros.
—Dice que no puede sacarnos, que le han robado sus poderes —le respondo.
Espero que no se atreva a desconfiar de una niña de dieciséis años. A ojos de este nuevo mundo soy lo más angelical que hay, aunque ningún ángel estaría dentro de una celda…
—¡¿Qué tanto cuchichean allá atrás, bastardos?! —grita el copiloto, pegándole a la reja con la porra—. Cierren la puta boca, estamos a nada de llegar.
Mis ganas de continuar la operación se desvanecen cuando veo por primera vez la Prisión de Mercy. ¿Cómo puedo ser tan idiota? ¿En qué momento pensé que podría escaparme de esa enorme torre levantada sobre un pequeño cacho de tierra en medio del mar? El cielo nublado tampoco aporta demasiado. Creo que aún estoy a tiempo de largarme, solo tendría que derrotar a los dos caballeros que custodian la carreta. No tendría que preocuparme por los conductores, escaparía antes de que pudieran seguirme el paso. Sin embargo, necesito regresar a Yhardum y saber que Helen está bien.
—¿Por qué estás aquí, Pepinillo? —le pregunto al hombre pepinillo.
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Mis dos compañeros de celda no resultaron ser una buena fuente de información a priori. O no saben nada o son demasiado listos para creer mi mentira. En todo caso la mantengo, más por vicio que por necesidad. A lo lejos veo la prisión de Mercy, una prisión torre construida como panóptico. No he oído hablar mucho de ella, pero lo poco que escuché no es muy bueno. Lo peor es que no es una cárcel que dependa directamente gel Gobierno Mundial, así que estaré sólo, lo mejor es que ese tipo de cárceles no suelen ser un gran problema para cualquiera que no sea un roba-gallinas.
—Dice que no puede sacarnos, que le han robado sus poderes —me dice el niño, hasta ahora no me había fijado mucho en ese muchacho, y ahora que lo hago me dan ganas de meterlo en un cubo de agua con jabón... para siempre.
—¡¿Qué tanto cuchichean allá atrás, bastardos?! —grita el copiloto, pegándole a la reja con la porra—. Cierren la puta boca, estamos a nada de llegar.
—Entra aquí y obligarme a callar —le digo al copiloto y éste farfulla algo y vuelve a su sitio, es normal, ¿qué sentido tiene arriesgarse a nada estando a punto de llegar al destino?
—¿Por qué estás aquí, Pepinillo? —me pregunta el chico.
—Soy un miembro del ejército revolucionario y vengo a cerrar un negocio —le digo al muchacho—. Si vosotros no sabéis nada puede que seáis unos mentirosos o demasiado irrelevantes en el escalafón para estar al tanto. En cualquier caso pegaos a mí y todo irá bien.
La carreta llega al muro que rodea la torre. Los portones de madera y acero se abren a nuestro paso y entramos al patio de la cárcel. Un suelo de graba, sin ninguna cobertura, en el que hay varios barracones con forma de fábrica. Hay también varias torres de vigilancia y en el centro un gran torreón que se levanta hacía el cielo de tormenta como una gigantesca seta de hormigón.
—Bienvenidos a la prisión de Mercy —dice el copiloto—. Preparaos para trabajar como nunca, esto no es un hotel.
—Dice que no puede sacarnos, que le han robado sus poderes —me dice el niño, hasta ahora no me había fijado mucho en ese muchacho, y ahora que lo hago me dan ganas de meterlo en un cubo de agua con jabón... para siempre.
—¡¿Qué tanto cuchichean allá atrás, bastardos?! —grita el copiloto, pegándole a la reja con la porra—. Cierren la puta boca, estamos a nada de llegar.
—Entra aquí y obligarme a callar —le digo al copiloto y éste farfulla algo y vuelve a su sitio, es normal, ¿qué sentido tiene arriesgarse a nada estando a punto de llegar al destino?
—¿Por qué estás aquí, Pepinillo? —me pregunta el chico.
—Soy un miembro del ejército revolucionario y vengo a cerrar un negocio —le digo al muchacho—. Si vosotros no sabéis nada puede que seáis unos mentirosos o demasiado irrelevantes en el escalafón para estar al tanto. En cualquier caso pegaos a mí y todo irá bien.
La carreta llega al muro que rodea la torre. Los portones de madera y acero se abren a nuestro paso y entramos al patio de la cárcel. Un suelo de graba, sin ninguna cobertura, en el que hay varios barracones con forma de fábrica. Hay también varias torres de vigilancia y en el centro un gran torreón que se levanta hacía el cielo de tormenta como una gigantesca seta de hormigón.
—Bienvenidos a la prisión de Mercy —dice el copiloto—. Preparaos para trabajar como nunca, esto no es un hotel.
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¿Otro miembro del Ejército Revolucionario…? Espera, ¿cuántos revolucionarios hay en el mundo? Si en una balanza coloco a mil elefantes y a mil revolucionarios, ¿cuál lado pesaría más? ¿Y por qué estoy divagando tanto mientras le miro la perilla a Pepinillos? Dice que somos los mierdas de la Armada, esos que no saben nada y que están para rellenar números. Lo peor es que es verdad. Yo ni siquiera pertenezco a esta asociación de rebeldes. Me da un poco igual todo, sinceramente, yo me conformo con reunir información suficiente para volver a Yhardum sin temor a otra sentencia de muerte.
—¿Cuál es tu nombre y tu rango? —le pregunto con los ojos clavados en él. Puedo oler cual perro cuando alguien no me está contando todo lo que me debería contar.
En cualquier caso, responderá luego porque ahora tenemos que bajar de la celda móvil. Nos amarran las manos con cuerdas, no con esposas porque son muy pobres, y nos conducen hacia la recepción. Nos preguntan los nombres y algunos datos personales para llenar el formulario. Cómo detesto la burocracia. ¿No podrían tirarnos al patio de la cárcel y dejarse de tanto papeleo? Con o sin formulario nos darán unas palizas horribles.
Una de las peculiaridades de esta prisión es que es mixta, es decir, son lo suficientemente ricos para alzar una torre en medio de un atolón, pero tan pobres que no pueden hacer dos y tienen que juntar a hombres y mujeres. ¿No han pensado en la sobrepoblación que tendrán dentro de dos o tres años? Supongo que eso jamás lo sabré. Por lo menos esta gente puede hacer funcionar un par de neuronas. Los hombres en la parte este y las mujeres en la oeste. La buena noticia es que estaré lejos de Tony; la mala es que es «el» comandante y no «la» comandante.
—Victoria Fernández, sentenciada a seis meses de prisión por disturbios en la vía pública y cómplice directa del revolucionario Tony Strauss —me dice la señora gorda y fea de la recepción—. Llévenla a la celda 602.
Un guardia me pega con la porra para que comience a caminar y suelto una maldición. ¿Acaso es necesaria tanta violencia? El lugar está sucio e invita al suicidio, es lamentable. Por dentro, la torre se ve tan alta que el techo parece inalcanzable. Si bien poco me importa lo que fuera a suceder con Pepinillos y Tony, estaría bien seguir en contacto con ellos para, no sé, fugarme tal vez. Siempre es buena idea contar con carnada.
—Ah, parece que el alcaide quiere hablar con Fernández y los otros dos —agrega de inmediato la mujer—. Llévenlos a la oficina del jefe.
—¿Cuál es tu nombre y tu rango? —le pregunto con los ojos clavados en él. Puedo oler cual perro cuando alguien no me está contando todo lo que me debería contar.
En cualquier caso, responderá luego porque ahora tenemos que bajar de la celda móvil. Nos amarran las manos con cuerdas, no con esposas porque son muy pobres, y nos conducen hacia la recepción. Nos preguntan los nombres y algunos datos personales para llenar el formulario. Cómo detesto la burocracia. ¿No podrían tirarnos al patio de la cárcel y dejarse de tanto papeleo? Con o sin formulario nos darán unas palizas horribles.
Una de las peculiaridades de esta prisión es que es mixta, es decir, son lo suficientemente ricos para alzar una torre en medio de un atolón, pero tan pobres que no pueden hacer dos y tienen que juntar a hombres y mujeres. ¿No han pensado en la sobrepoblación que tendrán dentro de dos o tres años? Supongo que eso jamás lo sabré. Por lo menos esta gente puede hacer funcionar un par de neuronas. Los hombres en la parte este y las mujeres en la oeste. La buena noticia es que estaré lejos de Tony; la mala es que es «el» comandante y no «la» comandante.
—Victoria Fernández, sentenciada a seis meses de prisión por disturbios en la vía pública y cómplice directa del revolucionario Tony Strauss —me dice la señora gorda y fea de la recepción—. Llévenla a la celda 602.
Un guardia me pega con la porra para que comience a caminar y suelto una maldición. ¿Acaso es necesaria tanta violencia? El lugar está sucio e invita al suicidio, es lamentable. Por dentro, la torre se ve tan alta que el techo parece inalcanzable. Si bien poco me importa lo que fuera a suceder con Pepinillos y Tony, estaría bien seguir en contacto con ellos para, no sé, fugarme tal vez. Siempre es buena idea contar con carnada.
—Ah, parece que el alcaide quiere hablar con Fernández y los otros dos —agrega de inmediato la mujer—. Llévenlos a la oficina del jefe.
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—¿Cuál es tu nombre y tu rango? —dice el chico sucio. Me lo miro un segundo analizando la situación antes de responder.
—¿Qué eres poli? —digo.
Un instante después la carreta se detiene y nos bajan maniatados de la jaula. En recepción nos toman datos para ingresar en la prisión.La recepcionista comienza a dar órdenes después de que entreguemos los formularios reyenados.
—Victoria Fernández, sentenciada a seis meses de prisión por disturbios en la vía pública y cómplice directa del revolucionario Tony Strauss — dice la señora gorda y fea de la recepción—. Llévenla a la celda 602.
Así que al menos uno de mis compañeros es es realmente un revolucionario. La gorda mira mi hoja y luego me mira a mi.
—¿Por qué has dibujado un pene en tu formulario? —me pregunta. Yo me asomo ligeramente para revisar mi hoja.
—Es un pepinillo —digo y me encojo de hombros—. No sé escribir.
—Ni dibujar —añade la gorda—. Celda 104. Ah, parece que el alcaide quiere hablar con Fernández y los otros dos —agrega de inmediato la mujer—. Llévenlos a la oficina del jefe.
Los guardias nos llevan a empujones hacía la estructura central de la torre donde nos meten en un enorme ascensor. Empiezo a estar cansado de que me golpeen todo el tiempo, pero tengo que aguantar. Mi objetivo no son estos infelices. Ya tengo a un revolucionario, ahora sólo necesito al traficante de armas.
El ascensor sube, con nosotros cuatro dentro y otros dos guardias. Intento no respirar mucho, entre la peste a borracho de Tony y las pocas duchas del muchacho Victoria... No es precisamente un trayecto agradable.
Llegamos a lo que probablemente sea el último piso y los guardias nos sacan a empujones. Se trata de un elegantísimo despacho donde los muebles son más grandes de lo que deberían. En un enorme escritorio, sentado en una silla de iguales proporciones, hay un jorobado, feo como un dolor, que mide al menos cinco metros de altura. Con unas diminutas gafas revisa unos papeles.
—Soy el alcaide Simón Recto —dice—. Bienvenidos a mi prisión. Veo por sus delitos que vuestra estancia será breve, espero que también resulte provechosa. —Recto revisa los papeles-—. Alguno de vosotros es miembro del ejercito revolucionario...
Recto pasa la vista sobre nosotros y noto que se detiene en mí. Niego con la cabeza.
—A mí no me mires —digo—. Yo soy un agente infiltrado del Chiper Pool en una misión de sabotaje.
Recto estalla en carcajadas.
—¡Claro que sí! ¿Tú niña serás la princesa del país de la piruleta, verdad?
—¿Qué eres poli? —digo.
Un instante después la carreta se detiene y nos bajan maniatados de la jaula. En recepción nos toman datos para ingresar en la prisión.La recepcionista comienza a dar órdenes después de que entreguemos los formularios reyenados.
—Victoria Fernández, sentenciada a seis meses de prisión por disturbios en la vía pública y cómplice directa del revolucionario Tony Strauss — dice la señora gorda y fea de la recepción—. Llévenla a la celda 602.
Así que al menos uno de mis compañeros es es realmente un revolucionario. La gorda mira mi hoja y luego me mira a mi.
—¿Por qué has dibujado un pene en tu formulario? —me pregunta. Yo me asomo ligeramente para revisar mi hoja.
—Es un pepinillo —digo y me encojo de hombros—. No sé escribir.
—Ni dibujar —añade la gorda—. Celda 104. Ah, parece que el alcaide quiere hablar con Fernández y los otros dos —agrega de inmediato la mujer—. Llévenlos a la oficina del jefe.
Los guardias nos llevan a empujones hacía la estructura central de la torre donde nos meten en un enorme ascensor. Empiezo a estar cansado de que me golpeen todo el tiempo, pero tengo que aguantar. Mi objetivo no son estos infelices. Ya tengo a un revolucionario, ahora sólo necesito al traficante de armas.
El ascensor sube, con nosotros cuatro dentro y otros dos guardias. Intento no respirar mucho, entre la peste a borracho de Tony y las pocas duchas del muchacho Victoria... No es precisamente un trayecto agradable.
Llegamos a lo que probablemente sea el último piso y los guardias nos sacan a empujones. Se trata de un elegantísimo despacho donde los muebles son más grandes de lo que deberían. En un enorme escritorio, sentado en una silla de iguales proporciones, hay un jorobado, feo como un dolor, que mide al menos cinco metros de altura. Con unas diminutas gafas revisa unos papeles.
—Soy el alcaide Simón Recto —dice—. Bienvenidos a mi prisión. Veo por sus delitos que vuestra estancia será breve, espero que también resulte provechosa. —Recto revisa los papeles-—. Alguno de vosotros es miembro del ejercito revolucionario...
Recto pasa la vista sobre nosotros y noto que se detiene en mí. Niego con la cabeza.
—A mí no me mires —digo—. Yo soy un agente infiltrado del Chiper Pool en una misión de sabotaje.
Recto estalla en carcajadas.
—¡Claro que sí! ¿Tú niña serás la princesa del país de la piruleta, verdad?
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He conocido gente alta en mi vida, estoy acostumbrada a los hombres de dos metros, pero no sé a qué dios malpensado se le habrá ocurrido crear a un viejo gordo y feo de cinco malditos metros. ¡Cinco! No cuatro ni seis. ¡Cinco! Y el instinto de toda criatura pequeña es temerle a los grandotes. Es ley de la vida, así funciona la… ¿física? Creo que le llaman así a esa cosa mágica que da respuestas. Como sea, el que Pepinillos se declare abiertamente un agente infiltrado de la policía secreta del Gobierno Mundial (sí, he hecho mi trabajo de investigación) resulta una sorpresa. Ya decidiré si es conveniente o no, por el momento me da un poco igual porque, bueno, estamos en una prisión.
—¿Yo? N-No, señor, solo s-soy un forastero. ¡M-Me atacó un n-niño, señor! ¡Pido clemencia! —responde mi compañero medio atontado. Me doy una buena facepalm y la vergüenza ajena invade mi cuerpo.
—¿Por qué estás interesado en los revolucionarios?
—Veo que mueves los labios, enana, pero no te escucho. ¿Puedes hablar más alto?
—¡Pregunté por qué estás interesado en los malditos revolucionarios, joder! —elevo la voz. El pulso se me acelera y empiezo a respirar agitadamente. Hablar alto cansa muchísimo.
Simón pasea sus ojos, tan profundos como un lago oscurecido por el velo de la noche, sobre nosotros. Primero mira a Pepinillos, luego a Tony y por último a mí. Se acomoda en su asiento y enciende un cigarrillo. Me dan ganas de pedirle uno, pero creo que estaría feo. Coge una hoja del escritorio, la estudia y luego nos vuelve a mirar. Tanto silencio me está volviendo loca. ¿Por qué no responde algo y ya? No tiene por qué hacernos esperar, que nuestro tiempo vale.
—He escuchado muchas cosas de ti, pero jamás pensé que acabaría trabajando contigo. Quiero creer que puedo confiar en ti, sin embargo, si me traicionas… Bueno, la Armada Revolucionaria sabe tratar muy bien a los traidores. Uno de mis chicos, el que va y entra, ha caído enfermo y necesito a alguien que lo reemplace. Hoy celebraremos una reunión muy importante, cerraremos un negocio con uno de los señores del bajo mundo. ¿Puedes encargarte de la reunión, Tony?
Por un momento pensé que estaba hablando de mí, es decir, de nada sirve amenazar a alguien tan inútil como Tony. Él puede morirse sin necesidad de matarle. Es que es un incompotente.
—¿Eso significa que soy libre? —pregunta él, ilusionado.
—Lo serás esta noche, muchacho. Pero te advierto de que es peligroso… ¿Confías en estos dos que han venido contigo? —Tony asiente como un perrito al que se le ofrece comida—. Perfecto, llévatelos como guardaespaldas y recuerda: necesitamos esas armas. Pronto daremos un buen golpe al Gobierno Mundial.
—¿Yo? N-No, señor, solo s-soy un forastero. ¡M-Me atacó un n-niño, señor! ¡Pido clemencia! —responde mi compañero medio atontado. Me doy una buena facepalm y la vergüenza ajena invade mi cuerpo.
—¿Por qué estás interesado en los revolucionarios?
—Veo que mueves los labios, enana, pero no te escucho. ¿Puedes hablar más alto?
—¡Pregunté por qué estás interesado en los malditos revolucionarios, joder! —elevo la voz. El pulso se me acelera y empiezo a respirar agitadamente. Hablar alto cansa muchísimo.
Simón pasea sus ojos, tan profundos como un lago oscurecido por el velo de la noche, sobre nosotros. Primero mira a Pepinillos, luego a Tony y por último a mí. Se acomoda en su asiento y enciende un cigarrillo. Me dan ganas de pedirle uno, pero creo que estaría feo. Coge una hoja del escritorio, la estudia y luego nos vuelve a mirar. Tanto silencio me está volviendo loca. ¿Por qué no responde algo y ya? No tiene por qué hacernos esperar, que nuestro tiempo vale.
—He escuchado muchas cosas de ti, pero jamás pensé que acabaría trabajando contigo. Quiero creer que puedo confiar en ti, sin embargo, si me traicionas… Bueno, la Armada Revolucionaria sabe tratar muy bien a los traidores. Uno de mis chicos, el que va y entra, ha caído enfermo y necesito a alguien que lo reemplace. Hoy celebraremos una reunión muy importante, cerraremos un negocio con uno de los señores del bajo mundo. ¿Puedes encargarte de la reunión, Tony?
Por un momento pensé que estaba hablando de mí, es decir, de nada sirve amenazar a alguien tan inútil como Tony. Él puede morirse sin necesidad de matarle. Es que es un incompotente.
—¿Eso significa que soy libre? —pregunta él, ilusionado.
—Lo serás esta noche, muchacho. Pero te advierto de que es peligroso… ¿Confías en estos dos que han venido contigo? —Tony asiente como un perrito al que se le ofrece comida—. Perfecto, llévatelos como guardaespaldas y recuerda: necesitamos esas armas. Pronto daremos un buen golpe al Gobierno Mundial.
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El alcaide jorobado parece que conoce a mi compañero accidental. Por suerte resulta que Tony tiene cierta fama dentro de los revolucionarios. Me pregunto si no lo habré juzgado mal y sea algo más que un estúpido. Aún no sé qué papel juega en todo esto el chico.
—Lo serás esta noche, muchacho. Pero te advierto de que es peligroso… ¿Confías en estos dos que han venido contigo? —Tony asiente como un perrito al que se le ofrece comida—. Perfecto, llévatelos como guardaespaldas y recuerda: necesitamos esas armas. Pronto daremos un buen golpe al Gobierno Mundial.
Parece que todos han tomado mi sinceridad como una mentira. Al menos eso parece. La verdad es que un agente del gobierno en la boca del lobo admitiendo abiertamente que lo es parece poco probable. En cualquier caso, he descubierto que el alcaide es un infiltrado revolucionario y, de una manera u otra, sigo tras la pista del intercambio de armas.
Los dos guardias con los que vinimos nos hacen un gesto y , tras desatarnos, nos llevan de nuevo al ascensor. Esta vez bajamos, bajamos, bajamos. La verdad es que bajamos bastante y cuando se abren las puertas comprendo por qué. Salimos a una gruta de roca, una larguísima garganta oscura iluminada por débiles bombillas incandescentes. En el aire se percibe el olor de la pólvora y el salitre del mar. No se ve el final pero parece que es un lugar del subsuelo, apartado de miradas indiscretas. Probablemente el túnel salga a un puerto natural donde tenga lugar el intercambio. Por el momento me encojo de hombros y empiezo a caminar por el pasillo. Somos libres y tengo valiosa información de los revolucionarios. Si consigo hacerme con el cargamento de armas la misión será un éxito. En cuanto a mis dos socios revolucionarios, bueno, quién sabe si podré entregarlos al gobierno o si tendré que darles caza en otra ocsión.
—Bueno, jefe. ¿Cuál es el plan? —le pregunto a ambos.
—Lo serás esta noche, muchacho. Pero te advierto de que es peligroso… ¿Confías en estos dos que han venido contigo? —Tony asiente como un perrito al que se le ofrece comida—. Perfecto, llévatelos como guardaespaldas y recuerda: necesitamos esas armas. Pronto daremos un buen golpe al Gobierno Mundial.
Parece que todos han tomado mi sinceridad como una mentira. Al menos eso parece. La verdad es que un agente del gobierno en la boca del lobo admitiendo abiertamente que lo es parece poco probable. En cualquier caso, he descubierto que el alcaide es un infiltrado revolucionario y, de una manera u otra, sigo tras la pista del intercambio de armas.
Los dos guardias con los que vinimos nos hacen un gesto y , tras desatarnos, nos llevan de nuevo al ascensor. Esta vez bajamos, bajamos, bajamos. La verdad es que bajamos bastante y cuando se abren las puertas comprendo por qué. Salimos a una gruta de roca, una larguísima garganta oscura iluminada por débiles bombillas incandescentes. En el aire se percibe el olor de la pólvora y el salitre del mar. No se ve el final pero parece que es un lugar del subsuelo, apartado de miradas indiscretas. Probablemente el túnel salga a un puerto natural donde tenga lugar el intercambio. Por el momento me encojo de hombros y empiezo a caminar por el pasillo. Somos libres y tengo valiosa información de los revolucionarios. Si consigo hacerme con el cargamento de armas la misión será un éxito. En cuanto a mis dos socios revolucionarios, bueno, quién sabe si podré entregarlos al gobierno o si tendré que darles caza en otra ocsión.
—Bueno, jefe. ¿Cuál es el plan? —le pregunto a ambos.
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—¿Plan? ¡No tengo ninguno, esto es demasiado para mí! —responde Tony tan nervioso como alguien a punto de declararse—. S-Supongo que solo tenemos que llegar y c-coger las cosas, ¿no?
Blanqueo los ojos. ¿Cómo puedo estar trabajando con alguien tan incompotente…? Estamos atravesando esta oscura galería, sintiendo la sal del mar en la boca y el apestoso olor de la pólvora en la nariz, para reunirnos con unos delincuentes que trafican armas. ¡Y todo para la Causa! Así le llaman los revolucionarios a su propósito, la Causa. Quieren un mundo más justo y menos cruel, pero desde luego a sus hombres no les importa torturar para conseguirlo, ¿eh?
—La verdad es que te han enviado un poco a la vida —comento casi en un susurro, pero como todo está en silencio supongo que me pondrán escuchar—. Tenemos que estar atentos, uno nunca sabe lo que puede pasar.
No pienso arriesgar mi vida por Pepinillos, un hombre al que acabo de conocer, ni mucho menos por Tony, la incompetencia hecha hombre. Si los criminales ven a un negociador débil y falto de carácter, nos acribillarán. Sin embargo, como realmente no traemos dinero con nosotros… Lo único que nos pueden robar son nuestras vidas. No tengo pensado morir, por supuesto, así que lo mejor es ir a la segura.
—Tomaré la delantera para explorar —le comento a Pepinillos.
Y así lo hago.
Han pasado quince minutos desde que apresuré el paso y he llegado al final de la gruta. Me encuentro escondida detrás de una enorme roca, observando a los cuatro hombres reunidos junto a una carreta. ¿Quién iba a imaginar que hubiera un túnel subterráneo que conecta con la parte peninsular? Bastante inteligente. Lo que no me gusta a mí son las armas que lleva esa gente. No las reconozco, pero a juzgar por su morfología diría que son de largo alcance. Tienen un gatillo y probablemente ese tubo alargado sea un cañón.
Un sentimiento de preocupación insólito invade mi cuerpo, es como si supiera que estoy en peligro. Los vellos de mi cuerpo se me erizan y siento un escalofrío subiendo por mi espalda baja. Me doy vuelta de inmediato y echo a correr hacia mi grupo. Por alguna razón siento que estamos yendo directo a una trampa. ¿Y si esta gente no tiene intenciones de negociar con nosotros? Debo hacer caso a este sentimiento, es el mismo de aquella vez. Corro sin hacer ruido como siempre, completamente acostumbrada, y por fin me reúno con Pepinillos y Tony.
—Cuatro hombres armados nos esperan más adelante. Tengo un mal presentimiento de todo esto —les digo a mis “compañeros”—. Deberíamos enviar solo a Tony y nosotros vigilar desde un escondite.
Blanqueo los ojos. ¿Cómo puedo estar trabajando con alguien tan incompotente…? Estamos atravesando esta oscura galería, sintiendo la sal del mar en la boca y el apestoso olor de la pólvora en la nariz, para reunirnos con unos delincuentes que trafican armas. ¡Y todo para la Causa! Así le llaman los revolucionarios a su propósito, la Causa. Quieren un mundo más justo y menos cruel, pero desde luego a sus hombres no les importa torturar para conseguirlo, ¿eh?
—La verdad es que te han enviado un poco a la vida —comento casi en un susurro, pero como todo está en silencio supongo que me pondrán escuchar—. Tenemos que estar atentos, uno nunca sabe lo que puede pasar.
No pienso arriesgar mi vida por Pepinillos, un hombre al que acabo de conocer, ni mucho menos por Tony, la incompetencia hecha hombre. Si los criminales ven a un negociador débil y falto de carácter, nos acribillarán. Sin embargo, como realmente no traemos dinero con nosotros… Lo único que nos pueden robar son nuestras vidas. No tengo pensado morir, por supuesto, así que lo mejor es ir a la segura.
—Tomaré la delantera para explorar —le comento a Pepinillos.
Y así lo hago.
Han pasado quince minutos desde que apresuré el paso y he llegado al final de la gruta. Me encuentro escondida detrás de una enorme roca, observando a los cuatro hombres reunidos junto a una carreta. ¿Quién iba a imaginar que hubiera un túnel subterráneo que conecta con la parte peninsular? Bastante inteligente. Lo que no me gusta a mí son las armas que lleva esa gente. No las reconozco, pero a juzgar por su morfología diría que son de largo alcance. Tienen un gatillo y probablemente ese tubo alargado sea un cañón.
Un sentimiento de preocupación insólito invade mi cuerpo, es como si supiera que estoy en peligro. Los vellos de mi cuerpo se me erizan y siento un escalofrío subiendo por mi espalda baja. Me doy vuelta de inmediato y echo a correr hacia mi grupo. Por alguna razón siento que estamos yendo directo a una trampa. ¿Y si esta gente no tiene intenciones de negociar con nosotros? Debo hacer caso a este sentimiento, es el mismo de aquella vez. Corro sin hacer ruido como siempre, completamente acostumbrada, y por fin me reúno con Pepinillos y Tony.
—Cuatro hombres armados nos esperan más adelante. Tengo un mal presentimiento de todo esto —les digo a mis “compañeros”—. Deberíamos enviar solo a Tony y nosotros vigilar desde un escondite.
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—¿Plan? ¡No tengo ninguno, esto es demasiado para mí! —responde Tony tan nervioso como alguien a punto de declararse—. S-Supongo que solo tenemos que llegar y c-coger las cosas, ¿no?
—La verdad es que te han enviado un poco a la vida —me dice el chico—. Tenemos que estar atentos, uno nunca sabe lo que puede pasar.
—Hay que estar atentos —digo como si tal cosa—. Sois mis mejores amigos no permitiré que os pase nada— miento impasible.
El camino se hace largo y en silencio. Un silencio brutal, concebible solo a mucha profundidad bajo tierra. Si no fuera por las endebles bombillas no podríamos ver nuestras propias manos. Estoy cada vez más dentro de la boca del lobo. Camino de un intercambio de armas con dos revolucionarios a punto de encontrarme con nuevos enemigos. Sin refuerzos ni ningún enlace que sepa dónde estoy. A un mal paso de engordar la lista de agentes desaparecidos. Noto un cosquilleo en el estómago, es la emoción de la aventura. Muchos agentes y marines se mueven por un instinto de superioridad moral, pensarían en todas las vidas que salvarán al impedir el intercambio. A mi eso no me preocupa tanto. Lo que me atrae es la idea de aparecer en mitad de la reunión y mandar al traste un negocio y toda su planificación.
—Tomaré la delantera para explorar —dice el chico y se adelanta en la penumbra.
Al principio esto me preocupa. Podría tenderme una trampa o aliarse con los enemigos. Pero no le doy demasiadas vueltas y lo dejo hacer. A fin de cuentas yo ahora podría romperle el cuello a Tony, pero no lo haré. En cierto modo estoy tranquilo. No tenemos el dinero encima, lo que significa que debemos acudir a un intercambio asincrónico. O bien se ha pagado antes o bien se paga después. O tal vez sea una entrega regular. Quizás vamos a recoger una muestra. En cualquier caso, el plan es matarlos a todos, recopilar información para, vaya redundancia, informar al gobierno.
Al cabo de poco el chico vuelve por el pasillo. Sólo, por suerte para mi. Y nos informa de la situación.
—Cuatro hombres armados nos esperan más adelante. Tengo un mal presentimiento de todo esto —les digo a mis “compañeros”—. Deberíamos enviar solo a Tony y nosotros vigilar desde un escondite.
—Tranquilo, chico —le digo impasible—. Soy inmortal.
Le hago un gesto a Tony para continuar caminando. No tardo en encontrar a los cuatro hombres armados con lo que parecen las armas. ¿Está el cargamento aquí? No tengo tiempo de mirarlo, en vez de eso hablo con Tony.
—Venga, di tu frase.
—La verdad es que te han enviado un poco a la vida —me dice el chico—. Tenemos que estar atentos, uno nunca sabe lo que puede pasar.
—Hay que estar atentos —digo como si tal cosa—. Sois mis mejores amigos no permitiré que os pase nada— miento impasible.
El camino se hace largo y en silencio. Un silencio brutal, concebible solo a mucha profundidad bajo tierra. Si no fuera por las endebles bombillas no podríamos ver nuestras propias manos. Estoy cada vez más dentro de la boca del lobo. Camino de un intercambio de armas con dos revolucionarios a punto de encontrarme con nuevos enemigos. Sin refuerzos ni ningún enlace que sepa dónde estoy. A un mal paso de engordar la lista de agentes desaparecidos. Noto un cosquilleo en el estómago, es la emoción de la aventura. Muchos agentes y marines se mueven por un instinto de superioridad moral, pensarían en todas las vidas que salvarán al impedir el intercambio. A mi eso no me preocupa tanto. Lo que me atrae es la idea de aparecer en mitad de la reunión y mandar al traste un negocio y toda su planificación.
—Tomaré la delantera para explorar —dice el chico y se adelanta en la penumbra.
Al principio esto me preocupa. Podría tenderme una trampa o aliarse con los enemigos. Pero no le doy demasiadas vueltas y lo dejo hacer. A fin de cuentas yo ahora podría romperle el cuello a Tony, pero no lo haré. En cierto modo estoy tranquilo. No tenemos el dinero encima, lo que significa que debemos acudir a un intercambio asincrónico. O bien se ha pagado antes o bien se paga después. O tal vez sea una entrega regular. Quizás vamos a recoger una muestra. En cualquier caso, el plan es matarlos a todos, recopilar información para, vaya redundancia, informar al gobierno.
Al cabo de poco el chico vuelve por el pasillo. Sólo, por suerte para mi. Y nos informa de la situación.
—Cuatro hombres armados nos esperan más adelante. Tengo un mal presentimiento de todo esto —les digo a mis “compañeros”—. Deberíamos enviar solo a Tony y nosotros vigilar desde un escondite.
—Tranquilo, chico —le digo impasible—. Soy inmortal.
Le hago un gesto a Tony para continuar caminando. No tardo en encontrar a los cuatro hombres armados con lo que parecen las armas. ¿Está el cargamento aquí? No tengo tiempo de mirarlo, en vez de eso hablo con Tony.
—Venga, di tu frase.
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¿Inmortal? Está bien, supongo que puedo usar sin remordimiento a un hombre que no le interesa su vida. No confío en las habilidades de alguien a quien nunca he visto hacer nada, así que lo mejor será considerarlo como carnada. El lugar en el que están reunidos, fuera de la gruta, donde el mar golpea con fuerza la roca, hay escondites de sobra. Es de noche y la luna llena no es ningún problema para mí.
—Adelante —susurro y me alejo del grupo, aunque siempre estando pendiente de mi espalda.
Soy la primera en salir de la gruta. Me escabullo entre las rocas como un cazador rodeando a su presa, haciéndome una con la oscuridad. Los rodeo y busco un punto alto y seguro. Cuando termino de elaborar tres posibles ruta de escape por si esto se pone serio, mis compañeros aparecen y sus rostros son iluminados por la luz lunar.
—¡B-Buenas! ¡Soy el t-teniente Mercedes Tony…! —¿En serio este es su verdadero nombre?—. Soy el reemplazo de… Esto… Oye, ¿cómo se llamaba el otro revolucionario? —le pregunta a Pepinillos—. ¡Soy el r-reemplazo de mi compañero!
Esto no puede ser más lamentable.
Los hombres intercambian miradas y sonríen. Tienen esas sonrisas. Uno de ellos, el alto y calvo, camina hacia Tony con su arma apuntando el suelo. Tengo un mal presentimiento. Una vez más vuelve esta extraña sensación, es algo más que solo saber que estoy en peligro. Si intento profundizar en ella, acabo perdiéndome en un mar de niebla… No, no puedo desconcentrarme.
—Yo soy Volkov. Nos avisaron que vendrías —se presenta. Tiene un acento extraño—. Tengo lo que Simón pidió, pero quiero ver el dinero primero.
Tony comienza a sudar, se le nota en las manos y en la cara. Está nervioso. Podría pasar desapercibido ante el ojo humano considerando la distancia a la que estoy, pero yo no soy como ellos. La expresión del tal Volkov y las posiciones de su hombre indican que están preparándose para abrir fuego. Esto es una trampa, está clarísimo. Sin embargo, ¿por qué Simón ha enviado a Tony? ¿Y por qué los mafiosos se arriesgarían a entrar en malos términos con el Ejército Revolucionario lastimando a uno de ellos?
—Tendrás que venir con nosotros, teniente —anuncia, levantando su arma. Sus compañeros hacen lo mismo—. Nos dirás cuál es la contraseña.
¿Contraseña? ¿De qué habla? No puedo creer que este idiota tenga información tan importante como para que esta gente fuera a organizar un secuestro. ¿Y si Tony es la llave para regresar a Yhardum? Detener a Volkov en estas circunstancias no es sencillo, no cuando tenemos diferencia numérica y no sabemos la fuerza real del enemigo. Sin embargo, este revolucionario puede ser mi boleto para volver a ver a Len. Y se me ha ocurrido una idea.
—¡Y-Yo no sé de lo que hablas! ¡¿Estás loco?! —¿Acaba de llamar loco al hombre que lo intenta secuestrar?—. ¡Pepinillos, es h-hora de pelear!
Esbozo una sonrisa de victoria. Esto es bueno, realmente bueno.
Me muerdo el dedo y luego lanzo una piedra para llamar la atención de los hombres. Intercambian miradas y uno de ellos camina hacia la trampa con el arma preparada para ser usada. Echa un vistazo. Nada. Vuelve a mirar por si lo ha hecho mal. Nada. Cuando está regresando a su posición me abalanzo hacia él sin realizar ruido. Salto a su espalda y la sangre en mi herida toma la forma de un cuchillo. Ahogo su quejido tapándole la boca y ayudo a caer su cuerpo en silencio.
Je, esta nueva arma parece peligrosa.
—Adelante —susurro y me alejo del grupo, aunque siempre estando pendiente de mi espalda.
Soy la primera en salir de la gruta. Me escabullo entre las rocas como un cazador rodeando a su presa, haciéndome una con la oscuridad. Los rodeo y busco un punto alto y seguro. Cuando termino de elaborar tres posibles ruta de escape por si esto se pone serio, mis compañeros aparecen y sus rostros son iluminados por la luz lunar.
—¡B-Buenas! ¡Soy el t-teniente Mercedes Tony…! —¿En serio este es su verdadero nombre?—. Soy el reemplazo de… Esto… Oye, ¿cómo se llamaba el otro revolucionario? —le pregunta a Pepinillos—. ¡Soy el r-reemplazo de mi compañero!
Esto no puede ser más lamentable.
Los hombres intercambian miradas y sonríen. Tienen esas sonrisas. Uno de ellos, el alto y calvo, camina hacia Tony con su arma apuntando el suelo. Tengo un mal presentimiento. Una vez más vuelve esta extraña sensación, es algo más que solo saber que estoy en peligro. Si intento profundizar en ella, acabo perdiéndome en un mar de niebla… No, no puedo desconcentrarme.
—Yo soy Volkov. Nos avisaron que vendrías —se presenta. Tiene un acento extraño—. Tengo lo que Simón pidió, pero quiero ver el dinero primero.
Tony comienza a sudar, se le nota en las manos y en la cara. Está nervioso. Podría pasar desapercibido ante el ojo humano considerando la distancia a la que estoy, pero yo no soy como ellos. La expresión del tal Volkov y las posiciones de su hombre indican que están preparándose para abrir fuego. Esto es una trampa, está clarísimo. Sin embargo, ¿por qué Simón ha enviado a Tony? ¿Y por qué los mafiosos se arriesgarían a entrar en malos términos con el Ejército Revolucionario lastimando a uno de ellos?
—Tendrás que venir con nosotros, teniente —anuncia, levantando su arma. Sus compañeros hacen lo mismo—. Nos dirás cuál es la contraseña.
¿Contraseña? ¿De qué habla? No puedo creer que este idiota tenga información tan importante como para que esta gente fuera a organizar un secuestro. ¿Y si Tony es la llave para regresar a Yhardum? Detener a Volkov en estas circunstancias no es sencillo, no cuando tenemos diferencia numérica y no sabemos la fuerza real del enemigo. Sin embargo, este revolucionario puede ser mi boleto para volver a ver a Len. Y se me ha ocurrido una idea.
—¡Y-Yo no sé de lo que hablas! ¡¿Estás loco?! —¿Acaba de llamar loco al hombre que lo intenta secuestrar?—. ¡Pepinillos, es h-hora de pelear!
Esbozo una sonrisa de victoria. Esto es bueno, realmente bueno.
Me muerdo el dedo y luego lanzo una piedra para llamar la atención de los hombres. Intercambian miradas y uno de ellos camina hacia la trampa con el arma preparada para ser usada. Echa un vistazo. Nada. Vuelve a mirar por si lo ha hecho mal. Nada. Cuando está regresando a su posición me abalanzo hacia él sin realizar ruido. Salto a su espalda y la sangre en mi herida toma la forma de un cuchillo. Ahogo su quejido tapándole la boca y ayudo a caer su cuerpo en silencio.
Je, esta nueva arma parece peligrosa.
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Salimos de la gruta, Tony y yo porque el chico se escabulle en las sombras, a una playa iluminada por la luz de la luna. Las rocas de enrededor proyectan sus sombras como agujeros negros en el suelo y la espuma del mar nos deslumbra cada vez que una ola rompe con virulencia contra la costa. Los cuatro tipos nos esperan armas en mano.
—¡B-Buenas! ¡Soy el t-teniente Mercedes Tony…! —¿En serio este es su verdadero nombre?—. Soy el reemplazo de… Esto… Oye, ¿cómo se llamaba el otro revolucionario? —le pregunta a Pepinillos—. ¡Soy el r-reemplazo de mi compañero!
Los cuatro tipos, lejos de relajarse, agarran las armas con más fuerza. Uno de ellos, calvo y son sonrisa de hiena se acerca a nosotros. Estoy poco impresionado, un puñado de milicianos con rifles, un lugar apartado, actitud hostil, ninguna mercancía, esto parece una trampa. Si la trampa no es para mí y tampoco la el chico entonces Tony es el objetivo. Si estoy en lo cierto, entonces Tony se convierte de facto en mi objetivo. El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Sea lo que sea por lo que los revolucionarios lo quieren muerto, el gobierno lo querrá vivo. Maldita sea, la vida no es precisamente mi fuerte.
—Yo soy Volkov. Nos avisaron que vendrías —se presenta el calvo con sonrisa de hiena—. Tengo lo que Simón pidió, pero quiero ver el dinero primero.
Tony tartamudea, está sudando todo el coñac que se bebió los últimos días. Yo permanezco impasible, una sombra inmóvil junto a él. Su discurso de nerviosismo es tan poco elocuente que ni siquiera sienten la tentación de dispararle.
—Tendrás que venir con nosotros, teniente —anuncia el calvo, levantando su arma. Sus compañeros hacen lo mismo—. Nos dirás cuál es la contraseña.
Por suerte para mí ninguno de ellos ha valorado la posibilidad de que haya un asesino entrenado en el intercambio.
—¡Y-Yo no sé de lo que hablas! ¡¿Estás loco?! ¡Pepinillos, es h-hora de pelear!
Cuatro hombres armados contra mi. Uno lo bastante cerca como para ser eliminado rápidamente... Un momento, ahora son tres. No me he dado cuenta de nada de lo sucedido, pero estoy convencido de que falta un tirador, Interesante. De repente, mi mayor preocupación es Tony y su innegable talento para estar siempre en peligro de muerte.
El sonido metálico de las armas listas me activa como si me hubieran metido un petardo en el culo. Salgo contra el calvo y con la palma de la mano le propino un golpe en plena cara, lo bastante duro para que caiga al suelo con la nariz rota, lo bastante rápido para que los otros dos no entiendan que sucede entre tanta penumbra. Pero su sorpresa no durará mucho.
—Detrás de mí.
Encaro a los hombres de los rifles a pecho descubierto veo que algo se mueve en las sombras detrás de ellos, pero apenas distingo nada. Lo que sí veo es cómo nos apuntan con las armas. Me cubro con los brazos y endurezco mi cuerpo, quedando inmóvil en mitad de la trayectoria.
—Tekkai: ¡Shell!
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Las balas impactan por mi cuerpo. Tras la primera ráfaga extiendo los brazos y los proyectiles que habían impactado en ellos son repelidos, pero ninguno alcanza a los tiradores. Cuando relajo mi cuerpo para abandonar el Tekkai me doy cuenta de algo sorprendente. Una de las balas a traspasado mi postura y ha penetrado unos centímetros en mi estómago.
"Interesante" —pienso—. "La última vez que una bala me hirió la culpa fue del amor. ¿Qué ha pasado ahora?"
—¡B-Buenas! ¡Soy el t-teniente Mercedes Tony…! —¿En serio este es su verdadero nombre?—. Soy el reemplazo de… Esto… Oye, ¿cómo se llamaba el otro revolucionario? —le pregunta a Pepinillos—. ¡Soy el r-reemplazo de mi compañero!
Los cuatro tipos, lejos de relajarse, agarran las armas con más fuerza. Uno de ellos, calvo y son sonrisa de hiena se acerca a nosotros. Estoy poco impresionado, un puñado de milicianos con rifles, un lugar apartado, actitud hostil, ninguna mercancía, esto parece una trampa. Si la trampa no es para mí y tampoco la el chico entonces Tony es el objetivo. Si estoy en lo cierto, entonces Tony se convierte de facto en mi objetivo. El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Sea lo que sea por lo que los revolucionarios lo quieren muerto, el gobierno lo querrá vivo. Maldita sea, la vida no es precisamente mi fuerte.
—Yo soy Volkov. Nos avisaron que vendrías —se presenta el calvo con sonrisa de hiena—. Tengo lo que Simón pidió, pero quiero ver el dinero primero.
Tony tartamudea, está sudando todo el coñac que se bebió los últimos días. Yo permanezco impasible, una sombra inmóvil junto a él. Su discurso de nerviosismo es tan poco elocuente que ni siquiera sienten la tentación de dispararle.
—Tendrás que venir con nosotros, teniente —anuncia el calvo, levantando su arma. Sus compañeros hacen lo mismo—. Nos dirás cuál es la contraseña.
Por suerte para mí ninguno de ellos ha valorado la posibilidad de que haya un asesino entrenado en el intercambio.
—¡Y-Yo no sé de lo que hablas! ¡¿Estás loco?! ¡Pepinillos, es h-hora de pelear!
Cuatro hombres armados contra mi. Uno lo bastante cerca como para ser eliminado rápidamente... Un momento, ahora son tres. No me he dado cuenta de nada de lo sucedido, pero estoy convencido de que falta un tirador, Interesante. De repente, mi mayor preocupación es Tony y su innegable talento para estar siempre en peligro de muerte.
El sonido metálico de las armas listas me activa como si me hubieran metido un petardo en el culo. Salgo contra el calvo y con la palma de la mano le propino un golpe en plena cara, lo bastante duro para que caiga al suelo con la nariz rota, lo bastante rápido para que los otros dos no entiendan que sucede entre tanta penumbra. Pero su sorpresa no durará mucho.
—Detrás de mí.
Encaro a los hombres de los rifles a pecho descubierto veo que algo se mueve en las sombras detrás de ellos, pero apenas distingo nada. Lo que sí veo es cómo nos apuntan con las armas. Me cubro con los brazos y endurezco mi cuerpo, quedando inmóvil en mitad de la trayectoria.
—Tekkai: ¡Shell!
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Las balas impactan por mi cuerpo. Tras la primera ráfaga extiendo los brazos y los proyectiles que habían impactado en ellos son repelidos, pero ninguno alcanza a los tiradores. Cuando relajo mi cuerpo para abandonar el Tekkai me doy cuenta de algo sorprendente. Una de las balas a traspasado mi postura y ha penetrado unos centímetros en mi estómago.
"Interesante" —pienso—. "La última vez que una bala me hirió la culpa fue del amor. ¿Qué ha pasado ahora?"
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¡Ratatatata!, suena el arma cuando presiono el gatillo y la fuerza de la misma me echa hacia atrás. Joder, al final he terminado disparando al cielo. Intenté darle a otro de los tiradores, pero como nunca había usado una de estas terminé fallando. Llamo la atención del mafioso y me apunta con la suya. Maldigo para mí y ruedo con gracia y agilidad, encontrando refugio tras una piedra lo suficientemente grande como para protegerme. ¡¿Por qué tengo que estar aquí?! ¡Esto es peligroso!, me quejo como bien estoy acostumbrada.
—¿Por qué no sales de tu escondite, ratita? Venga, muestra la puta cara —me provoca el tirador. No sé en qué clase de mundo una provocación tan vaga como esta podría funcionar, pero desde luego que en este no.
Siento por enésima vez esta extraña sensación de peligro, este sentimiento de saber lo que sucederá sin saberlo exactamente. Es raro y no puedo explicarlo bien. Miro hacia arriba y, tras escuchar un “Te encontré”, ruedo hacia delante para esquivar la ráfaga de balas. Uf, casi me ha dado. Giro en el último momento y le lanzo un cuchillo de sangre endurecida que, en principio, parece un cuchillo arrojadizo bastante normal. La diferencia es que puedo manipularlo como si de telequinesis se tratase.
El mafioso grita de dolor cuando el proyectil penetra su pecho. ¿No lo he matado? El hombre salta sobre mí y se deja caer con fuerza. Creo que sigo en problemas. Se retira el cuchillo del pecho y lo mira confundido, seguramente preguntándose qué es esa mierda. Cuando aún lo tiene en la mano expando la sangre para que tome la forma de un puercoespín. Las infinitas agujas dañan su mano y lo obligan a soltar mi arma improvisada.
—Tienes unas habilidades muy molestas, mocoso. ¿Eres uno de esos usuarios? —me pregunta con los ojos clavados en los míos.
Niego con la cabeza, a ver si sirve de algo. Pero va a ser como que no porque se abalanza furioso sobre mí. Esquivo con dificultades su primer puñetazo, y me veo obligada a bloquear el segundo. Protejo mi rostro con ambas manos y flexiono las rodillas para redirigir el impacto al suelo. Si distribuyo correctamente la energía, esto no debería suponer un gran problema. Una vez más la sensación. El enemigo me da una patada en las costillas y salgo despedida como una cachorrita lastimada por un matón. Me levanto y le dirijo una de esas miradas.
—Jo, así que puedes resistir una de mis patadas. ¿Por qué no te entregas? Tus compañeros serán asesinados por Volkov, no son rivales para él. Además, si las cosas se complican llegarán refuerzos.
—¿Por qué no sales de tu escondite, ratita? Venga, muestra la puta cara —me provoca el tirador. No sé en qué clase de mundo una provocación tan vaga como esta podría funcionar, pero desde luego que en este no.
Siento por enésima vez esta extraña sensación de peligro, este sentimiento de saber lo que sucederá sin saberlo exactamente. Es raro y no puedo explicarlo bien. Miro hacia arriba y, tras escuchar un “Te encontré”, ruedo hacia delante para esquivar la ráfaga de balas. Uf, casi me ha dado. Giro en el último momento y le lanzo un cuchillo de sangre endurecida que, en principio, parece un cuchillo arrojadizo bastante normal. La diferencia es que puedo manipularlo como si de telequinesis se tratase.
El mafioso grita de dolor cuando el proyectil penetra su pecho. ¿No lo he matado? El hombre salta sobre mí y se deja caer con fuerza. Creo que sigo en problemas. Se retira el cuchillo del pecho y lo mira confundido, seguramente preguntándose qué es esa mierda. Cuando aún lo tiene en la mano expando la sangre para que tome la forma de un puercoespín. Las infinitas agujas dañan su mano y lo obligan a soltar mi arma improvisada.
—Tienes unas habilidades muy molestas, mocoso. ¿Eres uno de esos usuarios? —me pregunta con los ojos clavados en los míos.
Niego con la cabeza, a ver si sirve de algo. Pero va a ser como que no porque se abalanza furioso sobre mí. Esquivo con dificultades su primer puñetazo, y me veo obligada a bloquear el segundo. Protejo mi rostro con ambas manos y flexiono las rodillas para redirigir el impacto al suelo. Si distribuyo correctamente la energía, esto no debería suponer un gran problema. Una vez más la sensación. El enemigo me da una patada en las costillas y salgo despedida como una cachorrita lastimada por un matón. Me levanto y le dirijo una de esas miradas.
—Jo, así que puedes resistir una de mis patadas. ¿Por qué no te entregas? Tus compañeros serán asesinados por Volkov, no son rivales para él. Además, si las cosas se complican llegarán refuerzos.
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Una ráfaga de balas sale de entre las sombras sin dar a ninguno de los dos tiradores. Al menos consigue distraerlos y veo como uno de ellos se va entre las rocas y las sombras. me pregunto si el chico estará bien. A mi espalda Tony se ha meado encima, o al menos huele como si lo hubiera hecho. El tipo que he derribado antes se está levantando de nuevo y el tirador restante está recargando el arma. Demasiados frentes abiertos.
—Mátalo —le digo a Tony.
—¿Q-qué? Yo..yo, p-pero....
Demasiadas palabras, doy a Tony por inútil total y propino una patada al calvo cuando se está incorporando para derribarlo de nuevo. ¡Clack! El arma está lista. Giro sobre mí mismo para propinar un puñetazo a Tony y tirarlo a la arena de la playa.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
—Kamie.
Doblo mi cuerpo en distintos ángulos, en apariencia imposibles, y esquivo la nueva ráfaga de balas. En parte. Cuando los disparos cesan siento una bala incrustada en el hombro. La verdad, está siendo un día de mierda.
—¿Q-quién eres, t-tú?
-Cállate, Tony.
Uso geppou para correr por el aire contra el tirador. El tipo, como era previsible, no se lo ve venir y no logra levantar la guardia para evitar el puñetazo desde arriba que le propino desde arriba, usando la inercia y mi propio peso. El tipo termina estampado contra la arena. Este sí que no se levantará.
Aterrizo en el suelo con poca gracia. El esfuerzo por usas estas habilidades está agravando mis dos heridas. La del hombro izquierdo no es muy grave, probablemente la bala haya salido, pero la del estómago sigue dentro de mi y con cada movimiento y esfuerzo la herida se agranda un poco.
Alrededor no consigo ver al cuarto tirador y al chico. Los escucho, pero entre las rocas, el sonido del mar y la oscuridad me es difícil determinar dónde están. Si que escucho un sonido nítido a mi espalda. ¡Click!
—P-pepinillo.
Mierda.
—Mátalo —le digo a Tony.
—¿Q-qué? Yo..yo, p-pero....
Demasiadas palabras, doy a Tony por inútil total y propino una patada al calvo cuando se está incorporando para derribarlo de nuevo. ¡Clack! El arma está lista. Giro sobre mí mismo para propinar un puñetazo a Tony y tirarlo a la arena de la playa.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
—Kamie.
Doblo mi cuerpo en distintos ángulos, en apariencia imposibles, y esquivo la nueva ráfaga de balas. En parte. Cuando los disparos cesan siento una bala incrustada en el hombro. La verdad, está siendo un día de mierda.
—¿Q-quién eres, t-tú?
-Cállate, Tony.
Uso geppou para correr por el aire contra el tirador. El tipo, como era previsible, no se lo ve venir y no logra levantar la guardia para evitar el puñetazo desde arriba que le propino desde arriba, usando la inercia y mi propio peso. El tipo termina estampado contra la arena. Este sí que no se levantará.
Aterrizo en el suelo con poca gracia. El esfuerzo por usas estas habilidades está agravando mis dos heridas. La del hombro izquierdo no es muy grave, probablemente la bala haya salido, pero la del estómago sigue dentro de mi y con cada movimiento y esfuerzo la herida se agranda un poco.
Alrededor no consigo ver al cuarto tirador y al chico. Los escucho, pero entre las rocas, el sonido del mar y la oscuridad me es difícil determinar dónde están. Si que escucho un sonido nítido a mi espalda. ¡Click!
—P-pepinillo.
Mierda.
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¿Asesinados por Volkov? Ese es el hombre grande y calvo, pero creo que mis compañeros pueden hacerse cargo. Espero. Puede que Tony sea un completo inútil, pero el que dice ser un agente encubierto… Igual no. Como sea, tengo mis propias preocupaciones aquí enfrentando a este idiota. Me ha dado una buena patada, pero ha perdido tiempo diciéndome que me rinda, tiempo que he usado para recuperar mis energías e ignorar el dolor.
Tengo sangre en mis manos y una idea en mente. Antes de que mi oponente pueda tomar la iniciativa, me abalanzo hacia él sabiendo más o menos lo que hará. Cuando está a punto de levantar su pierna para darme una patada (seguramente en el mismo costado, es lo que yo haría, lastimar la misma herida) una sensación de peligro y preocupación invade mi cuerpo, pero no lo paraliza ni lo distrae. Me deslizo justo a tiempo para pasar por debajo de sus piernas. Me levanto y escalo su espalda como un gato lo hace con un árbol. Entre maldiciones intenta lanzarme contra el suelo, pero soy mucho más ágil que él.
La sangre en mis palmas se torna una masa picuda con la que golpeo el rostro del mafioso. Comienza el festival de gritos. Continúo presionando para lastimarle lo que más puedo, pero consigue tomarme del cabello y me estampa contra el piso. Joder, ¿cómo puede ser tan duro? He conseguido amortiguar la caída, pero la punta de una piedra me ha lastimado la espalda. Menos mal que no ha alcanzado el hueso. Me aguanto el dolor y, rugiendo casi en silencio, me vuelvo a abalanzar hacia él, pero esta vez transformo la sangre en una especie de lanza con la que atravieso su pecho.
Por fin ha caído.
Me siento en una piedra para recuperar el aliento y comprobar qué tan herida estoy. Puedo continuar peleando, pero con cuidado. Ahora bien, ¿por qué de pronto pareciera que estoy escuchando «voces»? ¡Agh, no lo entiendo! Las voces se transforman en pisadas y de pronto noto cómo una decena de hombres nos rodea. Bueno, a Tony y a Pepinillos; yo continúo escondida.
—Vendrás con nosotros, Tony Mercedes —dice uno de ellos, un tipo con gafas de sol (¿en la noche?) y chaqueta militar—. Si no lo haces, mataremos al cara de pepino.
—¡E-Está bien! Y-Yo no quie-quiero hacerle daño a nadie, a-así que… Está bien, llévenme —responde el inútil de Tony. No puedo creer que este idiota se haya sacrificado por alguien—. Pero, ¿a dónde me llevarán?
—Al interrogatorio. Nos dirás dónde escondiste las armas, maldito terrorista.
Tengo sangre en mis manos y una idea en mente. Antes de que mi oponente pueda tomar la iniciativa, me abalanzo hacia él sabiendo más o menos lo que hará. Cuando está a punto de levantar su pierna para darme una patada (seguramente en el mismo costado, es lo que yo haría, lastimar la misma herida) una sensación de peligro y preocupación invade mi cuerpo, pero no lo paraliza ni lo distrae. Me deslizo justo a tiempo para pasar por debajo de sus piernas. Me levanto y escalo su espalda como un gato lo hace con un árbol. Entre maldiciones intenta lanzarme contra el suelo, pero soy mucho más ágil que él.
La sangre en mis palmas se torna una masa picuda con la que golpeo el rostro del mafioso. Comienza el festival de gritos. Continúo presionando para lastimarle lo que más puedo, pero consigue tomarme del cabello y me estampa contra el piso. Joder, ¿cómo puede ser tan duro? He conseguido amortiguar la caída, pero la punta de una piedra me ha lastimado la espalda. Menos mal que no ha alcanzado el hueso. Me aguanto el dolor y, rugiendo casi en silencio, me vuelvo a abalanzar hacia él, pero esta vez transformo la sangre en una especie de lanza con la que atravieso su pecho.
Por fin ha caído.
Me siento en una piedra para recuperar el aliento y comprobar qué tan herida estoy. Puedo continuar peleando, pero con cuidado. Ahora bien, ¿por qué de pronto pareciera que estoy escuchando «voces»? ¡Agh, no lo entiendo! Las voces se transforman en pisadas y de pronto noto cómo una decena de hombres nos rodea. Bueno, a Tony y a Pepinillos; yo continúo escondida.
—Vendrás con nosotros, Tony Mercedes —dice uno de ellos, un tipo con gafas de sol (¿en la noche?) y chaqueta militar—. Si no lo haces, mataremos al cara de pepino.
—¡E-Está bien! Y-Yo no quie-quiero hacerle daño a nadie, a-así que… Está bien, llévenme —responde el inútil de Tony. No puedo creer que este idiota se haya sacrificado por alguien—. Pero, ¿a dónde me llevarán?
—Al interrogatorio. Nos dirás dónde escondiste las armas, maldito terrorista.
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De las sombras de la noche aparecieron. Fueron precedidos por el temblor de sus pisadas y al traqueteo de sus armas. Una decena de hombres nos rodeador y para colmo, el calvo conocido como Volkov, se había incorporado y tenía a Tony encañonado.
—Vendrás con nosotros, Tony Mercedes —dice uno de ellos, un tipo con gafas de sol y chaqueta militar—. Si no lo haces, mataremos al cara de pepino.
—¡E-Está bien! Y-Yo no quie-quiero hacerle daño a nadie, a-así que… Está bien, llévenme —responde el inútil de Tony. No puedo creer que este idiota se haya sacrificado por alguien—. Pero, ¿a dónde me llevarán?
—Al interrogatorio. Nos dirás dónde escondiste las armas, maldito terrorista.
Analizo las armas de los hombres. Son semiautomáticas, como las de los demás. Su número los convierte en una fuerza a tener en cuenta. No muy lejos, veo como algunos de ellos preparan un bote. Así que es eso, quieren llevarse a Tony a alta mar e interrogarlo para descubrir donde esconde unas armas. Es un buen plan. Tan buen plan que me voy a apropiar de él. Si me hago con ese alijo de armas conseguiré un jugoso ascenso.
—Está bien —digo—. Ves con ellos Tony, no te preocupes, no te harán daño —miento—, y pienso ir a rescatarte enseguida.
Los mercenarios estallan en carcajadas. Parece que la idea de que un hombre herido pueda hacerles frente les parece ridículo.
—Espero que sepas nadar, cara pepino —dice uno de ellos.
Los hombres se llevan a Tony por la fuerza hacia los botes.
—Pe...Pepinillos...
Yo me siento en la arena con las piernas cruzadas para demostrar mi pasividad. Poco a poco los tipos se van hacia los botes. Son chalupas de remo, el barco no debe de estar muy lejos. No sé nadar, pero puedo alcanzarlo.
—No te preocupes, Tony. Voy a ir a por ti.
Los hombres embarcan con su rehén y se adentran en la mar. ¿Todos? No todos, siempre hay uno que tiene que atar los cabos sueltos. Siento la metálica boca de un cañón en mi nuca. Soy el cabo suelto, si estoy muerto no puedo salvar a nadie.
—¿Listo para morir?
—Tú no puedes matarme -digo tranquilamente, ni siquiera giro la cabeza para mirarle—, porque ya estás muerto.
—Vendrás con nosotros, Tony Mercedes —dice uno de ellos, un tipo con gafas de sol y chaqueta militar—. Si no lo haces, mataremos al cara de pepino.
—¡E-Está bien! Y-Yo no quie-quiero hacerle daño a nadie, a-así que… Está bien, llévenme —responde el inútil de Tony. No puedo creer que este idiota se haya sacrificado por alguien—. Pero, ¿a dónde me llevarán?
—Al interrogatorio. Nos dirás dónde escondiste las armas, maldito terrorista.
Analizo las armas de los hombres. Son semiautomáticas, como las de los demás. Su número los convierte en una fuerza a tener en cuenta. No muy lejos, veo como algunos de ellos preparan un bote. Así que es eso, quieren llevarse a Tony a alta mar e interrogarlo para descubrir donde esconde unas armas. Es un buen plan. Tan buen plan que me voy a apropiar de él. Si me hago con ese alijo de armas conseguiré un jugoso ascenso.
—Está bien —digo—. Ves con ellos Tony, no te preocupes, no te harán daño —miento—, y pienso ir a rescatarte enseguida.
Los mercenarios estallan en carcajadas. Parece que la idea de que un hombre herido pueda hacerles frente les parece ridículo.
—Espero que sepas nadar, cara pepino —dice uno de ellos.
Los hombres se llevan a Tony por la fuerza hacia los botes.
—Pe...Pepinillos...
Yo me siento en la arena con las piernas cruzadas para demostrar mi pasividad. Poco a poco los tipos se van hacia los botes. Son chalupas de remo, el barco no debe de estar muy lejos. No sé nadar, pero puedo alcanzarlo.
—No te preocupes, Tony. Voy a ir a por ti.
Los hombres embarcan con su rehén y se adentran en la mar. ¿Todos? No todos, siempre hay uno que tiene que atar los cabos sueltos. Siento la metálica boca de un cañón en mi nuca. Soy el cabo suelto, si estoy muerto no puedo salvar a nadie.
—¿Listo para morir?
—Tú no puedes matarme -digo tranquilamente, ni siquiera giro la cabeza para mirarle—, porque ya estás muerto.
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Hago un rápido rodeo por entre medio de las rocas, junto a la costa, y me posiciono de manera tal que me camuflo con las sombras. Ha sido un combate intenso, duro. Me duelen las costillas y todavía me arde la mejilla. El problema es que esto recién está comenzando. Han secuestrado a Tony, quien parece saber mucho más de lo que aparenta. ¿Quién iba a decir que al final del día sería alguien tan importante? Incluso yo quiero saber dónde esconde las armas. Quizás al señor Lucius le interese saber algo así, o igual no. Ese hombre es ciertamente caprichoso; no hay nadie en todo Yhardum capaz de entender a un ser «omnisciente».
Lo único que tengo claro hasta el momento es que yo sola no puedo rescatar a Tony. Necesito ayuda y, pese a que no confío del todo en Pepinillos, ha resultado ser lo bastante hábil como para querer ayudarlo. Así que no dudo en saltar hacia el mafioso que le acaba de apuntar con el cañón. Salto hacia él como un felino en busca de su presa y alcanzo su espalda. Me sujeto con fuerza a su espalda, rodeando su torso con mis piernas y colocando un cuchillo de sangre solidificada en su cuello.
—Un movimiento y estás muerto —lo amenazo.
¿Que por qué lo he dejado vivo? Bueno, alguien me tiene que decir a dónde se llevan a Tony. El hombre retira lentamente el cañón de su arma de la nuca de Pepinillos y luego la arroja, provocando un sonido pesado y metálico. Levanta las manos en señal de rendición, pero aún es demasiado temprano para soltarlo.
—Átalo, Pepinillos —le digo a mi compañero—. Tenemos que hacerle unas preguntas.
Espero a que mi compañero cumpla mi petición. Dudo que traiga consigo cuerdas o cadenas, pero con un trozo de tela podría apañárselas. Ese es su problema; yo estoy ocupada amenazando la vida de este hombre. Luego de haberlo conseguido (o no, igual termina haciendo otra cosa), por fin puedo relajarme un poco. Suelto un largo suspiro y miro al mafioso sin demasiada expresión en mi rostro.
—Sabes lo que sigue, ¿verdad?
—¡No les diré na…!
Una patada mía interrumpe sus palabras. Si bien no tengo demasiada fuerza física, sé cómo golpear para quitar un par de dientes. Algunos creen que la mejor manera de conseguir información es siendo amable, ganándose a la víctima. Yo abogo más por la intimidación, por el miedo. Así que no me detengo con la primera patada, sino que enseguida le suelto otra. Vuelan dos dientes más.
—La tortura no me apasiona, pero no dudaré en usarla para conseguir la información que quiero. Dime dónde se llevan a Tony —le espeto, pero lo único que recibo es silencio. Otra patada. Otra y otra. Al final terminaré desfigurándole la cara a este hombre—. Puedo golpearte todo el día. Si ese revolucionario muere o no me da un poco igual, solo tendría que buscar a otro. Dame lo que quiero y te dejaré ir.
—¡E-Está bien! ¡Ellos se lo llevan al Palacio de la Noche! Es la sede principal de nuestra familia, ¡pero es imposible que un mocoso como tú pueda rescatar a ese hombre! Bueno, en realidad es un barco de guerra, no un palacio como tal...
¿El Palacio de la Noche…? Tiene un bonito nombre, pero el problema es que no tengo idea de dónde queda. Por fortuna para mí, el mafioso termina contándome todo lo que necesito saber.
—¡Ahora déjame ir! —me implora, mirándome como un cachorrito asustadizo.
—De acuerdo —respondo con frialdad—. Espero que te guste el agua.
Tomo al hombre del cuello de la camisa y lo arrastro como mejor puedo hacia la costa. El agua azota con brutalidad la roca. Ups, creo que se dará un buen golpe. Uno mortal. Pese a las quejas del mafioso no me detengo. ¿Por qué tendría que hacerlo? Él no iba a dejar cabos sueltos. No le tembló la mano cuando estuvo a nada de volarle la cabeza a Pepinillos. Los gritos son molestos y me hacen doler los oídos, pero ya casi está.
—Un hombre dispuesto a quitar una vida debe estar preparado para morir —le susurro y luego lo lanzo hacia el agua—. Nosotros tampoco dejaremos cabos sueltos, Pepinillos. Vamos, rescatemos al inútil de Tony.
Lo único que tengo claro hasta el momento es que yo sola no puedo rescatar a Tony. Necesito ayuda y, pese a que no confío del todo en Pepinillos, ha resultado ser lo bastante hábil como para querer ayudarlo. Así que no dudo en saltar hacia el mafioso que le acaba de apuntar con el cañón. Salto hacia él como un felino en busca de su presa y alcanzo su espalda. Me sujeto con fuerza a su espalda, rodeando su torso con mis piernas y colocando un cuchillo de sangre solidificada en su cuello.
—Un movimiento y estás muerto —lo amenazo.
¿Que por qué lo he dejado vivo? Bueno, alguien me tiene que decir a dónde se llevan a Tony. El hombre retira lentamente el cañón de su arma de la nuca de Pepinillos y luego la arroja, provocando un sonido pesado y metálico. Levanta las manos en señal de rendición, pero aún es demasiado temprano para soltarlo.
—Átalo, Pepinillos —le digo a mi compañero—. Tenemos que hacerle unas preguntas.
Espero a que mi compañero cumpla mi petición. Dudo que traiga consigo cuerdas o cadenas, pero con un trozo de tela podría apañárselas. Ese es su problema; yo estoy ocupada amenazando la vida de este hombre. Luego de haberlo conseguido (o no, igual termina haciendo otra cosa), por fin puedo relajarme un poco. Suelto un largo suspiro y miro al mafioso sin demasiada expresión en mi rostro.
—Sabes lo que sigue, ¿verdad?
—¡No les diré na…!
Una patada mía interrumpe sus palabras. Si bien no tengo demasiada fuerza física, sé cómo golpear para quitar un par de dientes. Algunos creen que la mejor manera de conseguir información es siendo amable, ganándose a la víctima. Yo abogo más por la intimidación, por el miedo. Así que no me detengo con la primera patada, sino que enseguida le suelto otra. Vuelan dos dientes más.
—La tortura no me apasiona, pero no dudaré en usarla para conseguir la información que quiero. Dime dónde se llevan a Tony —le espeto, pero lo único que recibo es silencio. Otra patada. Otra y otra. Al final terminaré desfigurándole la cara a este hombre—. Puedo golpearte todo el día. Si ese revolucionario muere o no me da un poco igual, solo tendría que buscar a otro. Dame lo que quiero y te dejaré ir.
—¡E-Está bien! ¡Ellos se lo llevan al Palacio de la Noche! Es la sede principal de nuestra familia, ¡pero es imposible que un mocoso como tú pueda rescatar a ese hombre! Bueno, en realidad es un barco de guerra, no un palacio como tal...
¿El Palacio de la Noche…? Tiene un bonito nombre, pero el problema es que no tengo idea de dónde queda. Por fortuna para mí, el mafioso termina contándome todo lo que necesito saber.
—¡Ahora déjame ir! —me implora, mirándome como un cachorrito asustadizo.
—De acuerdo —respondo con frialdad—. Espero que te guste el agua.
Tomo al hombre del cuello de la camisa y lo arrastro como mejor puedo hacia la costa. El agua azota con brutalidad la roca. Ups, creo que se dará un buen golpe. Uno mortal. Pese a las quejas del mafioso no me detengo. ¿Por qué tendría que hacerlo? Él no iba a dejar cabos sueltos. No le tembló la mano cuando estuvo a nada de volarle la cabeza a Pepinillos. Los gritos son molestos y me hacen doler los oídos, pero ya casi está.
—Un hombre dispuesto a quitar una vida debe estar preparado para morir —le susurro y luego lo lanzo hacia el agua—. Nosotros tampoco dejaremos cabos sueltos, Pepinillos. Vamos, rescatemos al inútil de Tony.
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—Un movimiento y estás muerto — oigo a mi espalda, y luego el cañón cae al suelo.
Tal y como esperaba mi improvisada compañera ha abordado al tipo de impreviso. Sigo la corriente y con mi cinturón maniato al tipo para poder estar un poco más tranquilos. Me mantengo un poco al margen, casi divertido por ver a un chavalito tan joven y de aspecto inofensivo torturar a un señor mercenario. La vida esta llena de estas divertidas ironías.
—Sabes lo que sigue, ¿verdad?
—¡No les diré na…!
Una patada interrumpe sus palabras. Enseguida caen varias patadas más. Qué divertido, por un momento pienso que podría matar a ese hombre a sangre fría. Pero enseguida descarto esa idea, no todo el mundo puede cometer un asesinato sin que le tiemble el pulso.
—La tortura no me apasiona, pero no dudaré en usarla para conseguir la información que quiero. Dime dónde se llevan a Tony. Puedo golpearte todo el día. Si ese revolucionario muere o no me da un poco igual, solo tendría que buscar a otro. Dame lo que quiero y te dejaré ir.
—¡E-Está bien! ¡Ellos se lo llevan al Palacio de la Noche! Es la sede principal de nuestra familia, ¡pero es imposible que un mocoso como tú pueda rescatar a ese hombre! Bueno, en realidad es un barco de guerra, no un palacio como tal...
Botes de remo, playa, un barco fortaleza. No puede estar muy lejos si pretenden llegar remando. Observo el cielo, pero faltan horas para que salga el sol. En el horizonte no distingo nada, aunque prestando atención sí se escuchan los hombres en los botes y sus voces arrastradas por el viento.
—¡Ahora déjame ir!
—De acuerdo . Espero que te guste el agua.
Entonces me doy cuenta de que el chico es en realidad una niña, una chica más bien. Ella arrastra el hombre hasta la playa y le mete la cabeza en el agua hasta matarlo. La verdad estoy impresionado, no me esperaba que fuera una mujer. Totalmente sucia y desaliñada, pero una mujer a fin de cuentas. Mientras ella mata al mercenario, yo me dedico a otear el horizonte. Está todo jodidamente oscuro y el barco será probablemente negro, aún así logro distinguir un par de destellos y al cabo de un rato los veo de nuevo. El barco está no muy lejos y nadie nos espera en él. La emoción por un inminente asalto me invade, hasta tal punto, que con las venas chorreando adrenalina casi me olvido de mis otras heridas. Será interesante ver hasta dónde soy capaz de llegar.
-El barco no está lejos -digo y señalo al horizonte donde se ven los destellos intermitentes. Entonces me pongo de cuclillas e invito a mi amiga a subirse a mi espalda-. Límpiate los pies y sube, te llevaré caminando sobre el agua. Soy un Dios, ¿sabías?
Espero a que se suba a mi espalda y la agarro bien con los brazos. Veamos cómo de fuerte soy, por suerte no es que pese mucho. Salto directo al mar y antes de que se hundan mis pies doy una patada en la superficie para impulsarme arriba y adelante.
- ¡Geppou!
Mi patada nos impulsa como si hubiera golpeado en el firme suelo, enseguida repito el movimiento con la otra pierna y así sucesivamente dando la sensación de que corro a grandes zancadas por encima del mar. La verdad, llevo bien el ritmo y el esfuerzo, tan bien que me distraigo y una de las zancadas termina dentro de una ola, la siguiente zancada me hace perder algo de estabilidad y estoy a punto de caer de boca contra el agua. Por suerte corrijo mi trayectoria golpeando con ambos pies en el aire y elevándonos, una y otra vez repito el movimiento ganando altura.
"Debí recoger mi cinturón" -pienso
Y es que en uno de los impulsos, al no llevar cinturón, mis pantalones se deslizaron por mis piernas y ahora caen en la penumbra de la noche a las oscuras aguas del mar. En cualquier caso, en calzoncillos y con una jovencita cargada a la espalda, cuando gano la suficiente altura, retomo el camino al barco. Desde lo alto las luces son más numerosas y visibles por lo que corro a zancadas por el cielo hacía el barco. Noto un sudor frío que me recorre el cuello y la sangre que me calienta el pecho. Las piernas no las siento y eso creo que es una mala señal. Por suerte llegamos al barco, un enorme galeón que no puedo identificar bien en la noche, sí soy capaz de encontrar la caja del vigía en uno de los palos y ahí es donde aterrizamos, no con mucho arte. Cuando por fin puedo descansar mis piernas y estar en una superficie solida, me siento de hormigón de cintura para abajo, el corazón desbocado me late con tanta fuerza que me impide respirar. Quizás sea porque estamos en el mar, pero todo me da vueltas.
-Bueno, niña. Es hora de que me muestres tus habilidades de incógnito.
"Joder, necesito una copa".
Tal y como esperaba mi improvisada compañera ha abordado al tipo de impreviso. Sigo la corriente y con mi cinturón maniato al tipo para poder estar un poco más tranquilos. Me mantengo un poco al margen, casi divertido por ver a un chavalito tan joven y de aspecto inofensivo torturar a un señor mercenario. La vida esta llena de estas divertidas ironías.
—Sabes lo que sigue, ¿verdad?
—¡No les diré na…!
Una patada interrumpe sus palabras. Enseguida caen varias patadas más. Qué divertido, por un momento pienso que podría matar a ese hombre a sangre fría. Pero enseguida descarto esa idea, no todo el mundo puede cometer un asesinato sin que le tiemble el pulso.
—La tortura no me apasiona, pero no dudaré en usarla para conseguir la información que quiero. Dime dónde se llevan a Tony. Puedo golpearte todo el día. Si ese revolucionario muere o no me da un poco igual, solo tendría que buscar a otro. Dame lo que quiero y te dejaré ir.
—¡E-Está bien! ¡Ellos se lo llevan al Palacio de la Noche! Es la sede principal de nuestra familia, ¡pero es imposible que un mocoso como tú pueda rescatar a ese hombre! Bueno, en realidad es un barco de guerra, no un palacio como tal...
Botes de remo, playa, un barco fortaleza. No puede estar muy lejos si pretenden llegar remando. Observo el cielo, pero faltan horas para que salga el sol. En el horizonte no distingo nada, aunque prestando atención sí se escuchan los hombres en los botes y sus voces arrastradas por el viento.
—¡Ahora déjame ir!
—De acuerdo . Espero que te guste el agua.
Entonces me doy cuenta de que el chico es en realidad una niña, una chica más bien. Ella arrastra el hombre hasta la playa y le mete la cabeza en el agua hasta matarlo. La verdad estoy impresionado, no me esperaba que fuera una mujer. Totalmente sucia y desaliñada, pero una mujer a fin de cuentas. Mientras ella mata al mercenario, yo me dedico a otear el horizonte. Está todo jodidamente oscuro y el barco será probablemente negro, aún así logro distinguir un par de destellos y al cabo de un rato los veo de nuevo. El barco está no muy lejos y nadie nos espera en él. La emoción por un inminente asalto me invade, hasta tal punto, que con las venas chorreando adrenalina casi me olvido de mis otras heridas. Será interesante ver hasta dónde soy capaz de llegar.
-El barco no está lejos -digo y señalo al horizonte donde se ven los destellos intermitentes. Entonces me pongo de cuclillas e invito a mi amiga a subirse a mi espalda-. Límpiate los pies y sube, te llevaré caminando sobre el agua. Soy un Dios, ¿sabías?
Espero a que se suba a mi espalda y la agarro bien con los brazos. Veamos cómo de fuerte soy, por suerte no es que pese mucho. Salto directo al mar y antes de que se hundan mis pies doy una patada en la superficie para impulsarme arriba y adelante.
- ¡Geppou!
Mi patada nos impulsa como si hubiera golpeado en el firme suelo, enseguida repito el movimiento con la otra pierna y así sucesivamente dando la sensación de que corro a grandes zancadas por encima del mar. La verdad, llevo bien el ritmo y el esfuerzo, tan bien que me distraigo y una de las zancadas termina dentro de una ola, la siguiente zancada me hace perder algo de estabilidad y estoy a punto de caer de boca contra el agua. Por suerte corrijo mi trayectoria golpeando con ambos pies en el aire y elevándonos, una y otra vez repito el movimiento ganando altura.
"Debí recoger mi cinturón" -pienso
Y es que en uno de los impulsos, al no llevar cinturón, mis pantalones se deslizaron por mis piernas y ahora caen en la penumbra de la noche a las oscuras aguas del mar. En cualquier caso, en calzoncillos y con una jovencita cargada a la espalda, cuando gano la suficiente altura, retomo el camino al barco. Desde lo alto las luces son más numerosas y visibles por lo que corro a zancadas por el cielo hacía el barco. Noto un sudor frío que me recorre el cuello y la sangre que me calienta el pecho. Las piernas no las siento y eso creo que es una mala señal. Por suerte llegamos al barco, un enorme galeón que no puedo identificar bien en la noche, sí soy capaz de encontrar la caja del vigía en uno de los palos y ahí es donde aterrizamos, no con mucho arte. Cuando por fin puedo descansar mis piernas y estar en una superficie solida, me siento de hormigón de cintura para abajo, el corazón desbocado me late con tanta fuerza que me impide respirar. Quizás sea porque estamos en el mar, pero todo me da vueltas.
-Bueno, niña. Es hora de que me muestres tus habilidades de incógnito.
"Joder, necesito una copa".
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—El dios de los pepinillos serás —gruño mientras me subo a su espalda. Es un poco indignante, pero tengo que rescatar al idiota de Tony.
Admito que esto es un poco adrenalínico, casi divertido si no fuera por el hecho de que si caigo al agua estoy muerta. ¿O Pepinillos se lanzará para rescatarme? Lo dudo, así que me agarro lo mejor que puedo. Por un momento pienso en afirmarme de los pezones de Pepinillos, pero igual hay mejores sitios que agarrar. Y así, como si fuera una mala broma, casi terminamos estampándonos contra el agua.
—¡Oye, ten cuidado! ¡Si caigo al agua estaré muerta! —le advierto, dándole un capón en la cabeza.
Por fin estamos en el barco. Diría que me siento segura, pero es imposible estando en el territorio enemigo y encima con un hombre sin pantalones. ¿En qué momento ha descubierto que soy niña y no niño? ¿Empezará a pensar con los huevos y no con la cabeza? Espero que no. Igual parece muy cansado como para hacerme algo, imagino que dar golpecitos en el aire cansa un montón. ¿Me enseñaría esa técnica si se lo pido por favor? No sé los demás, pero considero que es súper útil poder volar y tener maniobrabilidad en el aire.
—Sí, sí, verás lo buena que soy. ¿Y ahora qué hacemos? —le pregunto, cruzándome de brazos y arqueando las cejas—. La situación no es buena: nos hemos infiltrado en un barco repleto de gente peligrosa, no sabemos dónde tienen a Tony y ni siquiera tenemos un plan de… Espera, no hagas ruido.
Le hago un gesto para que guarde silencio y entonces cierro los ojos, así me concentro mejor. Arrugo la nariz y siento un aroma familiar: tabaco. El humo oculta bastante bien el olor del vino, pero soy como un perro de caza. También escucho música que proviene de un salón relativamente lejos, diría que al otro extremo del barco. ¿Estarán haciendo una fiesta o algo…? Espera, espera, espera. Esto no es bueno. Recuerdo esa vez que el enemigo me capturó, me dejaron en una habitación y colocaron música para silenciar mis gritos mientras me torturaban.
—Tengo una idea de dónde lo tienen. Sígueme.
Comienzo a avanzar, oculta entre las sombras y sin hacer ruido, guiándome por la música. No esperan a ningún intruso, imagino. Los únicos en la costa eran Tony y Pepinillos, y el autoproclamado Dios debería estar muerto. Me detengo fuera del salón y echo un vistazo por la puerta entreabierta. Veo a tres hombres jugando a las cartas en una mesa redonda. Están hablando con un cuarto, pero no consigo verlo.
—… y entonces le dije: “Oye, los círculos son circulares porque no son cuadrados”. ¡Y gané el concurso! Mis compañeros creen que soy un idiota, pero la verdad es que pienso bastante las cosas. ¿Sabías que el sol sale por la mañana y se oculta por la noche? ¡Lo descubrí hace dos semanas! Me siento muy listo, además…
Irritada y víctima de mi inconveniente impulsividad, empujo la puerta y enfrento a los hombres que están en el salón. ¿Qué hace el bastardo de Tony jugando tan amigablemente con los hombres que lo secuestraron? Me gustaría saber muchas cosas, pero ahora mismo hay cosas más importantes que hacer.
—¡¿Cómo puedes ser tan idiota?! ¡¿Es que acaso tienes cinco años?! ¡No, incluso un mocoso de dos años es más listo que tú! ¡Agh, y yo arriesgo mi puto culo para venir a rescatarte! ¡Que te jodan, Tony, que te jodan!
Admito que esto es un poco adrenalínico, casi divertido si no fuera por el hecho de que si caigo al agua estoy muerta. ¿O Pepinillos se lanzará para rescatarme? Lo dudo, así que me agarro lo mejor que puedo. Por un momento pienso en afirmarme de los pezones de Pepinillos, pero igual hay mejores sitios que agarrar. Y así, como si fuera una mala broma, casi terminamos estampándonos contra el agua.
—¡Oye, ten cuidado! ¡Si caigo al agua estaré muerta! —le advierto, dándole un capón en la cabeza.
Por fin estamos en el barco. Diría que me siento segura, pero es imposible estando en el territorio enemigo y encima con un hombre sin pantalones. ¿En qué momento ha descubierto que soy niña y no niño? ¿Empezará a pensar con los huevos y no con la cabeza? Espero que no. Igual parece muy cansado como para hacerme algo, imagino que dar golpecitos en el aire cansa un montón. ¿Me enseñaría esa técnica si se lo pido por favor? No sé los demás, pero considero que es súper útil poder volar y tener maniobrabilidad en el aire.
—Sí, sí, verás lo buena que soy. ¿Y ahora qué hacemos? —le pregunto, cruzándome de brazos y arqueando las cejas—. La situación no es buena: nos hemos infiltrado en un barco repleto de gente peligrosa, no sabemos dónde tienen a Tony y ni siquiera tenemos un plan de… Espera, no hagas ruido.
Le hago un gesto para que guarde silencio y entonces cierro los ojos, así me concentro mejor. Arrugo la nariz y siento un aroma familiar: tabaco. El humo oculta bastante bien el olor del vino, pero soy como un perro de caza. También escucho música que proviene de un salón relativamente lejos, diría que al otro extremo del barco. ¿Estarán haciendo una fiesta o algo…? Espera, espera, espera. Esto no es bueno. Recuerdo esa vez que el enemigo me capturó, me dejaron en una habitación y colocaron música para silenciar mis gritos mientras me torturaban.
—Tengo una idea de dónde lo tienen. Sígueme.
Comienzo a avanzar, oculta entre las sombras y sin hacer ruido, guiándome por la música. No esperan a ningún intruso, imagino. Los únicos en la costa eran Tony y Pepinillos, y el autoproclamado Dios debería estar muerto. Me detengo fuera del salón y echo un vistazo por la puerta entreabierta. Veo a tres hombres jugando a las cartas en una mesa redonda. Están hablando con un cuarto, pero no consigo verlo.
—… y entonces le dije: “Oye, los círculos son circulares porque no son cuadrados”. ¡Y gané el concurso! Mis compañeros creen que soy un idiota, pero la verdad es que pienso bastante las cosas. ¿Sabías que el sol sale por la mañana y se oculta por la noche? ¡Lo descubrí hace dos semanas! Me siento muy listo, además…
Irritada y víctima de mi inconveniente impulsividad, empujo la puerta y enfrento a los hombres que están en el salón. ¿Qué hace el bastardo de Tony jugando tan amigablemente con los hombres que lo secuestraron? Me gustaría saber muchas cosas, pero ahora mismo hay cosas más importantes que hacer.
—¡¿Cómo puedes ser tan idiota?! ¡¿Es que acaso tienes cinco años?! ¡No, incluso un mocoso de dos años es más listo que tú! ¡Agh, y yo arriesgo mi puto culo para venir a rescatarte! ¡Que te jodan, Tony, que te jodan!
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Recorro el barco siguiendo a la chica. Siento las piernas ligeras como una nube, fruto del sobre esfuerzo y poco a poco se van acartonando y me pesan como si tuviera cemento en los pies. Aún así, lentamente, voy recuperando las fuerzas. Gracias a sus habilidades de rastreo logramos llegar a una sala del barco donde sucede algo de interés. Al principio no logro reconocer la situación, pero al cabo de poco para mi está claro. De hecho está tan claro que hasta mi compañera se da cuenta de lo que sucede.
—¡¿Cómo puedes ser tan idiota?! ¡¿Es que acaso tienes cinco años?! ¡No, incluso un mocoso de dos años es más listo que tú! ¡Agh, y yo arriesgo mi puto culo para venir a rescatarte! ¡Que te jodan, Tony, que te jodan! -dice ella.
Aparto a mi compañera con delicadeza y me pongo entre los enemigos y ella. Estoy magullado y cansado, pero la adrenalina y la rabia comienza a fluir por mi cuerpo. Recibí un balazo por ese mentecato y me las va a pagar.
-Una balazo por ti -le digo a Tony impasible-. Me lo vas a pagar tú y tus amigos. Es hora de pedir refuerzos.
Llevo mi mano al bolsillo para sacar el den den mushi que me mantiene en contacto con mi enlace. Ha llegado el momento de enviar la localización y soltar la artillería contra esta escoria. Pero no tengo bolsillo, ni den den mushi, ni pantalones. Probablemente se el peor agente de la historia.
-Mmmmm... -me giro hacia mi compañera-. ¿Plan B?
—¡¿Cómo puedes ser tan idiota?! ¡¿Es que acaso tienes cinco años?! ¡No, incluso un mocoso de dos años es más listo que tú! ¡Agh, y yo arriesgo mi puto culo para venir a rescatarte! ¡Que te jodan, Tony, que te jodan! -dice ella.
Aparto a mi compañera con delicadeza y me pongo entre los enemigos y ella. Estoy magullado y cansado, pero la adrenalina y la rabia comienza a fluir por mi cuerpo. Recibí un balazo por ese mentecato y me las va a pagar.
-Una balazo por ti -le digo a Tony impasible-. Me lo vas a pagar tú y tus amigos. Es hora de pedir refuerzos.
Llevo mi mano al bolsillo para sacar el den den mushi que me mantiene en contacto con mi enlace. Ha llegado el momento de enviar la localización y soltar la artillería contra esta escoria. Pero no tengo bolsillo, ni den den mushi, ni pantalones. Probablemente se el peor agente de la historia.
-Mmmmm... -me giro hacia mi compañera-. ¿Plan B?
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Tony chilla como un puerco a punto de ser asesinado mientras los matones cogen sus armas y se preparan para disparar. Aparto a Pepinillos que va sin pantalones cual degenerado. Ahora ambos estamos en el suelo. Los proyectiles pasan por encima de nosotros y el ruido que hacen esos extraños tubos de metal, llamados fusiles, es enfermizo. No sé quién es el más idiota aquí. Tony porque sí, Pepinillos por dárselas de héroe cuando ni siquiera va con sus armas, o yo por involucrarme en todo este asunto. Una vez abandonamos la habitación y encontramos refugio en las paredes puedo pensar en un plan.
—¡Tenemos que matarlos a todos! —rujo lo más alto que puedo, pero entonces comienzo a toser. Ay, esto de hablar tan fuerte cansa muchísimo…
Es cierto que la única manera de rescatar al revolucionario y abandonar este lugar es matando a todos los mafiosos, aunque no será tarea fácil. Una sola de esas balas podría poner fin a mi aventura, así que tengo que tener muchísimo cuidado. Me doy cuenta de que son novatos cuando dejan de disparar para cargar sus armas. Alguien mínimamente inteligente mantendría una ráfaga constante. Aprovecho la oportunidad y ruedo hacia dentro de la habitación. Los criminales me miran sorprendidos. Uno de ellos me apunta con su arma, pero yo soy más rápida. Genero una aguja de sangre endurecida y la lanzo a su ojo.
—¡¿Un usuario?!
No sé lo que es eso, pero supongo que se refiere a mí. Debo matar a todos y cada uno de estos matones, de lo contrario, el mundo acabará sabiendo de mí. Y el conocimiento es un arma que muchos subestiman. Concentro el flujo de sangre en mis piernas para dar un gran salto y salir disparada hacia el otro tirador. Con un movimiento ágil me coloco en sus hombros y aprieto con mis muslos, ahogándole. La aguja de sangre vuelve a mi mano y entonces atravieso el ojo del hombre.
—Eres un maldito inútil —le gruño a Tony, dedicándole una mirada fría mientras recupero el aliento—. ¿Sabes al menos cuántos son?
—Esto… ¿Quince, tal vez?
—Tú y Pepinillos matarán a ocho; yo me encargaré del resto. ¿Puedes hacerlo sin meternos en problemas?
Me responde que sí, pero yo sé que Pepinillos hará todo el trabajo. Si es listo cogerá una de estas armas para cumplir la tarea. Puede parecer un poco lento, pero lo cierto es que se le han ocurrido ideas útiles y ha mostrado técnicas increíbles. Le cuento un poco mi plan (asesinar a todos los del barco) y entonces abandono el cuarto. Es hora de iniciar una masacre más.
—¡Tenemos que matarlos a todos! —rujo lo más alto que puedo, pero entonces comienzo a toser. Ay, esto de hablar tan fuerte cansa muchísimo…
Es cierto que la única manera de rescatar al revolucionario y abandonar este lugar es matando a todos los mafiosos, aunque no será tarea fácil. Una sola de esas balas podría poner fin a mi aventura, así que tengo que tener muchísimo cuidado. Me doy cuenta de que son novatos cuando dejan de disparar para cargar sus armas. Alguien mínimamente inteligente mantendría una ráfaga constante. Aprovecho la oportunidad y ruedo hacia dentro de la habitación. Los criminales me miran sorprendidos. Uno de ellos me apunta con su arma, pero yo soy más rápida. Genero una aguja de sangre endurecida y la lanzo a su ojo.
—¡¿Un usuario?!
No sé lo que es eso, pero supongo que se refiere a mí. Debo matar a todos y cada uno de estos matones, de lo contrario, el mundo acabará sabiendo de mí. Y el conocimiento es un arma que muchos subestiman. Concentro el flujo de sangre en mis piernas para dar un gran salto y salir disparada hacia el otro tirador. Con un movimiento ágil me coloco en sus hombros y aprieto con mis muslos, ahogándole. La aguja de sangre vuelve a mi mano y entonces atravieso el ojo del hombre.
—Eres un maldito inútil —le gruño a Tony, dedicándole una mirada fría mientras recupero el aliento—. ¿Sabes al menos cuántos son?
—Esto… ¿Quince, tal vez?
—Tú y Pepinillos matarán a ocho; yo me encargaré del resto. ¿Puedes hacerlo sin meternos en problemas?
Me responde que sí, pero yo sé que Pepinillos hará todo el trabajo. Si es listo cogerá una de estas armas para cumplir la tarea. Puede parecer un poco lento, pero lo cierto es que se le han ocurrido ideas útiles y ha mostrado técnicas increíbles. Le cuento un poco mi plan (asesinar a todos los del barco) y entonces abandono el cuarto. Es hora de iniciar una masacre más.
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—¿Sabes al menos cuántos son?
—Esto… ¿Quince, tal vez?
—Tú y Pepinillos matarán a ocho; yo me encargaré del resto. ¿Puedes hacerlo sin meternos en problemas?
La niña a mostrado habilidades mágicas, por lo que deduzco que debe ser algún usuario de fruta del diablo. Interesante. Estoy seguro que está información será valiosa en el futuro. Parece que todo se descontrola de nuevo y el plan es matar a todo el mundo, salvo a Tony. Aunque, bien mirado no tengo problemas en contenerme, preferiría que alguno sobreviviera. He oído que en el cuartel general tienen una técnica de interrogatorio con hurón que puede sacar información a cualquiera.
Doy por hecho que la mi compañera podrá hacer frente a los hombres de la partida de cartas, por lo que vuelvo atrás en nuestros pasos a la cubierta principal donde el alboroto ya está reuniendo a los otros ocho tripulantes. Pero solo cuento siete, no veo al jefe por ningún lado.
Los hombres preparan sus armas y yo salto impulsado de nuevo por el geppou. Las balas vuelan por debajo de mí sin representar ninguna amenaza mientras vuelo a toda velocidad hacía un grupo de cuatro tiradores. Cuando me coloco encima de ellos concentro mi energía y determinación en mi puño y lo lanzo contra ellos con todas mis fuerzas.
-¡Big Comeback!
La onda de choque golpea al grupo de tiradores desde arriba y los lanza volando junto a una nube de polvo y tablones rotos. Aterrizo entre los desperfectos. No lejos del lugar, los tres tiradores restantes recargan sus armas. Estoy deseando inspeccionar el barco a ver qué encuentro. Alguien se esta ganando un ascenso.
-Soru.
Corro por la cubierta a gran velocidad con los brazos extendidos para pasar entre dos de los tiradores y golpearles con ellos. Los alcanzo a ambos en el cuello y caen al suelo. Entonces, el tercer tirador me apunta a la cabeza y aprieta el gatillo.
-Kamie.
Doblo mi espalda hacia atrás todo lo que puedo, la ráfaga de balas pasa volando por encima mio. Eso ha estado cerca. Al volver a mi posición normal agarro el cañón con la mano. Mala idea, el acero está ardiendo y enseguida siento el olor de carne asada. El tipo aprovecha ese momento para librarse de mi agarre y golpearme con la culata en la cara. Es un golpe torpe y directo, sin la suficiente fuerza para derribarme. Por lo que aprovecho para contra atacar, primero con un directo de zurda a su estómago y cuando le alcanzo y le rompo la guardia un derechazo poderoso a la mandíbula.
El combate a durado poco, pero estoy herido y cada vez más agotado. Escupo sangre al suelo y miro alrededor, en el braco lleno de tipos KO. Me pregunto como irá todo dentro.
—Esto… ¿Quince, tal vez?
—Tú y Pepinillos matarán a ocho; yo me encargaré del resto. ¿Puedes hacerlo sin meternos en problemas?
La niña a mostrado habilidades mágicas, por lo que deduzco que debe ser algún usuario de fruta del diablo. Interesante. Estoy seguro que está información será valiosa en el futuro. Parece que todo se descontrola de nuevo y el plan es matar a todo el mundo, salvo a Tony. Aunque, bien mirado no tengo problemas en contenerme, preferiría que alguno sobreviviera. He oído que en el cuartel general tienen una técnica de interrogatorio con hurón que puede sacar información a cualquiera.
Doy por hecho que la mi compañera podrá hacer frente a los hombres de la partida de cartas, por lo que vuelvo atrás en nuestros pasos a la cubierta principal donde el alboroto ya está reuniendo a los otros ocho tripulantes. Pero solo cuento siete, no veo al jefe por ningún lado.
Los hombres preparan sus armas y yo salto impulsado de nuevo por el geppou. Las balas vuelan por debajo de mí sin representar ninguna amenaza mientras vuelo a toda velocidad hacía un grupo de cuatro tiradores. Cuando me coloco encima de ellos concentro mi energía y determinación en mi puño y lo lanzo contra ellos con todas mis fuerzas.
-¡Big Comeback!
La onda de choque golpea al grupo de tiradores desde arriba y los lanza volando junto a una nube de polvo y tablones rotos. Aterrizo entre los desperfectos. No lejos del lugar, los tres tiradores restantes recargan sus armas. Estoy deseando inspeccionar el barco a ver qué encuentro. Alguien se esta ganando un ascenso.
-Soru.
Corro por la cubierta a gran velocidad con los brazos extendidos para pasar entre dos de los tiradores y golpearles con ellos. Los alcanzo a ambos en el cuello y caen al suelo. Entonces, el tercer tirador me apunta a la cabeza y aprieta el gatillo.
-Kamie.
Doblo mi espalda hacia atrás todo lo que puedo, la ráfaga de balas pasa volando por encima mio. Eso ha estado cerca. Al volver a mi posición normal agarro el cañón con la mano. Mala idea, el acero está ardiendo y enseguida siento el olor de carne asada. El tipo aprovecha ese momento para librarse de mi agarre y golpearme con la culata en la cara. Es un golpe torpe y directo, sin la suficiente fuerza para derribarme. Por lo que aprovecho para contra atacar, primero con un directo de zurda a su estómago y cuando le alcanzo y le rompo la guardia un derechazo poderoso a la mandíbula.
El combate a durado poco, pero estoy herido y cada vez más agotado. Escupo sangre al suelo y miro alrededor, en el braco lleno de tipos KO. Me pregunto como irá todo dentro.
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Camino sobre un charco de sangre mientras la luz titila sobre mi cabeza. Los cadáveres de los mafiosos están desparramados por todo el suelo. Ha costado, pero he matado a la mayoría de mis objetivos. Es de noche y la oscuridad me favorece, además en este barco hay muchísimos escondites. Me oculté en el techo para saltar sobre el cuello de uno de ellos y luego apresurarme en matar a su compañero. Volví a esconderme. Aparecí por una rendija, cortando los tobillos del tirador y luego fui por su garganta. Tuve un enfrentamiento directo contra un tipo grande que resultó ser más resistente de lo que pensé, pero después de intercambiar un par de golpes lo derroté.
Corro con el pie uno de los cadáveres que obstaculiza mi camino y fijo la mirada sobre mi última presa. Es un hombre delgado y de cabellos negros que me mira impávido. Los que pueden mantener la tranquilidad frente a la muerte son los más peligrosos. Lleva un látigo en la mano, un arma apropiada para alguien al que no le importa sacrificar subordinados. Usó a uno de los suyos como escudo humano y consiguió sobrevivir a mi ataque furtivo, y entonces me golpeó en las costillas. Me duelen un montón, pero creo que estoy bien.
—Para ser una niña eres bastante hábil. Me pregunto en qué clase de monstruo te convertirás dentro de unos años —me dice, mirándome con sus inexpresivos ojos grises mientras enciende un puro. Detesto su tranquilidad—. Podrías trabajar para mí y me aseguraría de que nada te faltase en la vida, pero no aceptarás, ¿verdad?
¿Es necesario responder? Uso la sangre que hay en mis manos y la transformo en múltiples agujas que sostengo entre los dedos. Lanzo la primera ráfaga, pero, como era de esperar, el mafioso se protege con su látigo creando una especie de escudo. Es rápido con los brazos, así que los neutralizaré primero para disminuir su potencial ofensivo.
—¿Puedes dejar de hablar? Quiero empezar a matarnos de una vez —le espeto, dedicándole una mirada salvaje.
Haciendo caso a mis palabras, el hombre me arroja el puro a la cara y entonces corre hacia mí. Comienzo a cogerle el truco a esta habilidad de las visiones y es casi como ver en el futuro. En un comienzo eran unas modestas fracciones de segundo, pero ahora… Curvo mi cuerpo hacia la derecha, esquivando el latigazo y dejando un charco de sangre para luego correr hacia mi objetivo. Me detengo frente a él, a escasos centímetros, y entonces lo rodeo para posicionarme en su espalda. La sangre dentro de mí se concentra en mis piernas para aumentar la fuerza de mi patada, pero él se protege a tiempo.
—Para ser tan pequeña tienes una gran fuerza.
Si no vas a decir nada importante guarda silencio, pienso para mí.
El látigo viene de nuevo, esta vez mucho más rápido. Concentro la sangre en mi antebrazo para aumentar el volumen de mi músculo, frenando una gran parte del impacto. El otro lo he amortiguado yendo a favor de la fuerza. Salgo disparada hacia la pared e intento rebotar en ella, inflando mis músculos con un mayor flujo sanguíneo. A ojos de mi oponente, he dejado una gran marca de sangre en la muralla. El látigo viene de nuevo hacia mí, me toma de la pierna y me azota contra la otra pared. Esta vez sí me ha dolido.
—Vamos, no te desinfles, pequeña.
Me incorporo en el centro del pasillo, aguantando el dolor. ¿Desinflarme? No, lo que he estado haciendo es preparar una trampa mortal. El charco en el suelo y las manchas en la pared, todo es parte de mi arte. Cuando mi oponente da un paso hacia delante es que activo trampa. Decenas de púas de sangre endurecida emergen tanto del piso como de las murallas, atravesando desde todas direcciones el frágil cuerpo del mafioso. Una de ellas ha atravesado su corazón.
—Eres un inútil.
Corro con el pie uno de los cadáveres que obstaculiza mi camino y fijo la mirada sobre mi última presa. Es un hombre delgado y de cabellos negros que me mira impávido. Los que pueden mantener la tranquilidad frente a la muerte son los más peligrosos. Lleva un látigo en la mano, un arma apropiada para alguien al que no le importa sacrificar subordinados. Usó a uno de los suyos como escudo humano y consiguió sobrevivir a mi ataque furtivo, y entonces me golpeó en las costillas. Me duelen un montón, pero creo que estoy bien.
—Para ser una niña eres bastante hábil. Me pregunto en qué clase de monstruo te convertirás dentro de unos años —me dice, mirándome con sus inexpresivos ojos grises mientras enciende un puro. Detesto su tranquilidad—. Podrías trabajar para mí y me aseguraría de que nada te faltase en la vida, pero no aceptarás, ¿verdad?
¿Es necesario responder? Uso la sangre que hay en mis manos y la transformo en múltiples agujas que sostengo entre los dedos. Lanzo la primera ráfaga, pero, como era de esperar, el mafioso se protege con su látigo creando una especie de escudo. Es rápido con los brazos, así que los neutralizaré primero para disminuir su potencial ofensivo.
—¿Puedes dejar de hablar? Quiero empezar a matarnos de una vez —le espeto, dedicándole una mirada salvaje.
Haciendo caso a mis palabras, el hombre me arroja el puro a la cara y entonces corre hacia mí. Comienzo a cogerle el truco a esta habilidad de las visiones y es casi como ver en el futuro. En un comienzo eran unas modestas fracciones de segundo, pero ahora… Curvo mi cuerpo hacia la derecha, esquivando el latigazo y dejando un charco de sangre para luego correr hacia mi objetivo. Me detengo frente a él, a escasos centímetros, y entonces lo rodeo para posicionarme en su espalda. La sangre dentro de mí se concentra en mis piernas para aumentar la fuerza de mi patada, pero él se protege a tiempo.
—Para ser tan pequeña tienes una gran fuerza.
Si no vas a decir nada importante guarda silencio, pienso para mí.
El látigo viene de nuevo, esta vez mucho más rápido. Concentro la sangre en mi antebrazo para aumentar el volumen de mi músculo, frenando una gran parte del impacto. El otro lo he amortiguado yendo a favor de la fuerza. Salgo disparada hacia la pared e intento rebotar en ella, inflando mis músculos con un mayor flujo sanguíneo. A ojos de mi oponente, he dejado una gran marca de sangre en la muralla. El látigo viene de nuevo hacia mí, me toma de la pierna y me azota contra la otra pared. Esta vez sí me ha dolido.
—Vamos, no te desinfles, pequeña.
Me incorporo en el centro del pasillo, aguantando el dolor. ¿Desinflarme? No, lo que he estado haciendo es preparar una trampa mortal. El charco en el suelo y las manchas en la pared, todo es parte de mi arte. Cuando mi oponente da un paso hacia delante es que activo trampa. Decenas de púas de sangre endurecida emergen tanto del piso como de las murallas, atravesando desde todas direcciones el frágil cuerpo del mafioso. Una de ellas ha atravesado su corazón.
—Eres un inútil.
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Vuelvo a la sala después de un breve paseo por el barco. Las armas de la bodega, las provisiones, un camarote de capitán lleno de registros del que selecciono un libro de cuentas para ir ojeando. Entro en la sala mientras ojeo el libro, están todos los hombres muertos y todo está cubierto se sangre.
-Eres una puta psicópata -digo al ver todo el desastre.
En uno de los rincones veo a Tony muerto de miedo por lo que acaba de ocurrir. Me acerco a él con paso tranquilo y le pongo una mano en el hombro.
-Me contarás todo lo que sabes, verdad? -Tony me mira anodadado y le doy un par de cachetadas en la mejilla-. Claro que me lo dirás.
Me giro hacia la chica de la sangre, ese pequeño monstruo psicópata. Me cae bien.
-Esto se llenaré de esos idiotas de inteligencia en cualquier momento. No sé qué te ha traído hasta aquí, pero será mejor que cojas lo que necesites y desaparezcas si no quieres que te interroguen muy a fondo. De todo lo demás me encargo yo.
-Eres una puta psicópata -digo al ver todo el desastre.
En uno de los rincones veo a Tony muerto de miedo por lo que acaba de ocurrir. Me acerco a él con paso tranquilo y le pongo una mano en el hombro.
-Me contarás todo lo que sabes, verdad? -Tony me mira anodadado y le doy un par de cachetadas en la mejilla-. Claro que me lo dirás.
Me giro hacia la chica de la sangre, ese pequeño monstruo psicópata. Me cae bien.
-Esto se llenaré de esos idiotas de inteligencia en cualquier momento. No sé qué te ha traído hasta aquí, pero será mejor que cojas lo que necesites y desaparezcas si no quieres que te interroguen muy a fondo. De todo lo demás me encargo yo.
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