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Un surtidor de impecable color carmesí se eleva hacia los cielos, apuñalando la inmensidad con un rojo puñal. Viene de alguna parte más allá de la línea de frutales, donde el poblado termina y empieza la gran región de los Lagos Arcoiris. Nadie en Lalaken levanta la cabeza; están todos más que acostumbrados. Quienes sí se muestran extrañados son los extranjeros. Algunos se esconden temiendo un ataque o una calamidad y afrontan las risas de los viandantes cuando el fenómeno pasa sin pena ni gloria.
¿Te has asustado? No te preocupes, los Soplidos del Dios son comunes aquí. Los infieles de más allá de las aguas te dirán que no son más que estallidos de vapor que propulsan agua teñida de coloridos sustratos. Pero ¿qué sabrán ellos? ¿Qué sabrás tú?
Bienvenida a Moahiki Lalaken, la mejor isla del North Blue. Es una rareza, una imposibilidad aquí en el norte. Las frías aguas de esta zona del mundo parecen dar una tregua a Moahiki, que representa un paraíso de sol, arena blanca y cálidos litorales generosamente nutridos de vida. Su capital, Lalaken, es un lugar de contrastes. Bajas chozas de cáñamo y techos de paja, muy coquetas y sencillas, abarrotan los primeros metros de playa, y a unos cien pasos de allí se alzan edificios de cuatro o cinco plantas hechos de lo que parece ser cemento de color azul. Hay un puerto pequeño por las cercanías, donde fondean barcazas de pesca y canoas biplaza. Mar adentro hay fondeados unos cuantos barcos de buen tamaño, entre ellos un par con bandera negra.
La aldea no es muy grande. Aquí gustan los poblados pequeños y repartidos, no las multitudes. Los locales, de piel morena y cabellos oscuros, visten con ropa hecha de hierba trenzada, muchas veces tan ligera que cubren menos que los tatuajes con los que se adornan.
Te animo a disfrutar del lugar. Tómate algo, haz un poco de turismo, conoce cosas sobre este pintoresco paraíso... lo que te pida el cuerpo. Hace sol y los pajaritos cantan, las nubes son esponjosas y las bebidas frías. Es un día para disfrutar. ¿Qué podría ir mal?
¿Te has asustado? No te preocupes, los Soplidos del Dios son comunes aquí. Los infieles de más allá de las aguas te dirán que no son más que estallidos de vapor que propulsan agua teñida de coloridos sustratos. Pero ¿qué sabrán ellos? ¿Qué sabrás tú?
Bienvenida a Moahiki Lalaken, la mejor isla del North Blue. Es una rareza, una imposibilidad aquí en el norte. Las frías aguas de esta zona del mundo parecen dar una tregua a Moahiki, que representa un paraíso de sol, arena blanca y cálidos litorales generosamente nutridos de vida. Su capital, Lalaken, es un lugar de contrastes. Bajas chozas de cáñamo y techos de paja, muy coquetas y sencillas, abarrotan los primeros metros de playa, y a unos cien pasos de allí se alzan edificios de cuatro o cinco plantas hechos de lo que parece ser cemento de color azul. Hay un puerto pequeño por las cercanías, donde fondean barcazas de pesca y canoas biplaza. Mar adentro hay fondeados unos cuantos barcos de buen tamaño, entre ellos un par con bandera negra.
La aldea no es muy grande. Aquí gustan los poblados pequeños y repartidos, no las multitudes. Los locales, de piel morena y cabellos oscuros, visten con ropa hecha de hierba trenzada, muchas veces tan ligera que cubren menos que los tatuajes con los que se adornan.
Te animo a disfrutar del lugar. Tómate algo, haz un poco de turismo, conoce cosas sobre este pintoresco paraíso... lo que te pida el cuerpo. Hace sol y los pajaritos cantan, las nubes son esponjosas y las bebidas frías. Es un día para disfrutar. ¿Qué podría ir mal?
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Las malas lenguas dirán que me he tomado unas vacaciones, pero la verdad es que no. El barquito que me dio el señor Lucius estuvo a nada de hundirse. ¡Ya no puede más! Temo que los orificios empiecen a multiplicarse por desgracia divina y termine como comida de pez. No me gustaría morir ahogada. Bueno, partamos por el hecho de que en realidad no me gustaría morir de ninguna manera. En fin, estoy en esta isla de ensueño porque necesito reparar mi barco antes de continuar con mi odisea. Encontrar información del Ejército Revolucionario me está tomando mucho trabajo.
La gente de este lugar parece amable, pero ya digo yo que no lo es. La amabilidad no existe. Me han ofrecido desde bebidas frías a frutas de varios colores, aunque he rechazado hasta un hola. ¿De verdad piensan que confío en ellos? Si termino comiendo uno de los canapés, fijo termino transformada en un caníbal o, peor aún, secuestrada y vendida como esclava. Espera, ¿ser esclava es peor que un caníbal? Creo que debería revisar mi lista de prioridades… Pero no ahora, ahora tengo que encontrar a un buen carpintero. En esta isla de fenómenos metereológicos complicados de entender se usa mucho la madera.
Creo que llamo mucho la atención vistiendo estos harapos negros que simulan una chaqueta y una capa. Además me está dando calor y no quiero comenzar a sudar. No me he duchado en dos semanas y parece que empiezo a oler mal. Parece, no sé. Aquí todos llevan falditas bonitas y me da la impresión de que tienen complejos de exhibicionistas. Yo no los juzgaré.
Con el rostro oculto bajo la capucha me acerco al primer puesto donde venden... ¿Exactamente qué son esas cosas redondas y con una pajilla saliendo desde su interior? Da igual, probablemente sea una especie de bomba o artefacto de tortura. Espero que no sea de esas personas que pide dinero a cambio de información. No traigo nada ahora y tampoco me apetece montar una escena violenta. Igual me terminan cayendo los guardias y acabo en prisión.
—Hola —saludo. Eso es, hay que ser cortés—, ¿sabes dónde puedo encontrar a un carpintero? Necesito arreglar mi barco. Y... ¿Qué son esas cosas que vendes? ¿Bombas? —le pregunto presa de la curiosidad—. Es primera vez que las veo.
Bien, ya está. Formal, educada, cortés. Y no he tenido que desenfundar mi daga, aún no.
La gente de este lugar parece amable, pero ya digo yo que no lo es. La amabilidad no existe. Me han ofrecido desde bebidas frías a frutas de varios colores, aunque he rechazado hasta un hola. ¿De verdad piensan que confío en ellos? Si termino comiendo uno de los canapés, fijo termino transformada en un caníbal o, peor aún, secuestrada y vendida como esclava. Espera, ¿ser esclava es peor que un caníbal? Creo que debería revisar mi lista de prioridades… Pero no ahora, ahora tengo que encontrar a un buen carpintero. En esta isla de fenómenos metereológicos complicados de entender se usa mucho la madera.
Creo que llamo mucho la atención vistiendo estos harapos negros que simulan una chaqueta y una capa. Además me está dando calor y no quiero comenzar a sudar. No me he duchado en dos semanas y parece que empiezo a oler mal. Parece, no sé. Aquí todos llevan falditas bonitas y me da la impresión de que tienen complejos de exhibicionistas. Yo no los juzgaré.
Con el rostro oculto bajo la capucha me acerco al primer puesto donde venden... ¿Exactamente qué son esas cosas redondas y con una pajilla saliendo desde su interior? Da igual, probablemente sea una especie de bomba o artefacto de tortura. Espero que no sea de esas personas que pide dinero a cambio de información. No traigo nada ahora y tampoco me apetece montar una escena violenta. Igual me terminan cayendo los guardias y acabo en prisión.
—Hola —saludo. Eso es, hay que ser cortés—, ¿sabes dónde puedo encontrar a un carpintero? Necesito arreglar mi barco. Y... ¿Qué son esas cosas que vendes? ¿Bombas? —le pregunto presa de la curiosidad—. Es primera vez que las veo.
Bien, ya está. Formal, educada, cortés. Y no he tenido que desenfundar mi daga, aún no.
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-No bomba, coco. Coco -te dice el tendero mientras te tiende uno.
Parece algo de lo más normal, una simple fruta... hasta que se mueve. ¡Esa cosa tiene dientes! El propietario se da cuenta y le golpea con una porra de hierro hasta que el coco se queda quieto. Entonces te lo tiende con una sonrisa.
-Tres laks. -Debe ser el precio. A saber-. Tú carpintero en Casa Muma. -Tu nuevo amigo señala hacia la zona de edificios altos, donde la afluencia de gente es bastante mayor que en esa parcela de tiendecitas callejeras y chozas-. Casa azul. Azul.
A pesar del acento tan fuerte que tiene, queda claro, ¿no? Busca un edificio azul entre... entre un montón de edificios azules. En el mismo momento en que su dedo apunta al barrio azul, un chorro de color verde emerge de más allá. Aguanta en el aire bastante más que el rojo antes de disminuir y desaparecer de la vista. Durante todo ese tiempo, multitud de pájaros han aprovechado para picotear, y ahora vuelven a sus quehaceres con los picos tintados de un intenso esmeralda.
-¡Yo sí bombas, Urraca! -exclama alguien desde otro puesto. Creo que Urraca eres tú. El tipo viste con un chaleco de conchas y lleva unas rastas que llegan casi hasta el suelo, cada una decorada con un montón de adornos hechos con flores, madera y cristal. Sus productos no parecen cocos, sino sandías. Sandías de todas las formas imaginables, desde el viejo y fiable círculo hasta una peculiar sandía-pirámide. También tiene otras cajas llenas de otras frutas-. ¿Te gusta matar, eh? ¡Yo te doy! ¡Bomba, amiga! Bombadía, bomanzana, bombacuyá... Todo gustes tengo.
Desde luego es una gente exótica. A lo mejor te están engañando, porque las únicas armas que has visto por los alrededores son arpones, redes de pesca y algún que otro palo de cáñamo con, como mucho, algún gancho en un extremo. Pero quien sabe, a lo mejor el plátano que se está comiendo ese señor sirve para masacrar ciudades enteras. Tienes otra frutería cerca, por si quieres mirar ahí también. Lalaken es un lugar lleno de posibilidades.
Parece algo de lo más normal, una simple fruta... hasta que se mueve. ¡Esa cosa tiene dientes! El propietario se da cuenta y le golpea con una porra de hierro hasta que el coco se queda quieto. Entonces te lo tiende con una sonrisa.
-Tres laks. -Debe ser el precio. A saber-. Tú carpintero en Casa Muma. -Tu nuevo amigo señala hacia la zona de edificios altos, donde la afluencia de gente es bastante mayor que en esa parcela de tiendecitas callejeras y chozas-. Casa azul. Azul.
A pesar del acento tan fuerte que tiene, queda claro, ¿no? Busca un edificio azul entre... entre un montón de edificios azules. En el mismo momento en que su dedo apunta al barrio azul, un chorro de color verde emerge de más allá. Aguanta en el aire bastante más que el rojo antes de disminuir y desaparecer de la vista. Durante todo ese tiempo, multitud de pájaros han aprovechado para picotear, y ahora vuelven a sus quehaceres con los picos tintados de un intenso esmeralda.
-¡Yo sí bombas, Urraca! -exclama alguien desde otro puesto. Creo que Urraca eres tú. El tipo viste con un chaleco de conchas y lleva unas rastas que llegan casi hasta el suelo, cada una decorada con un montón de adornos hechos con flores, madera y cristal. Sus productos no parecen cocos, sino sandías. Sandías de todas las formas imaginables, desde el viejo y fiable círculo hasta una peculiar sandía-pirámide. También tiene otras cajas llenas de otras frutas-. ¿Te gusta matar, eh? ¡Yo te doy! ¡Bomba, amiga! Bombadía, bomanzana, bombacuyá... Todo gustes tengo.
Desde luego es una gente exótica. A lo mejor te están engañando, porque las únicas armas que has visto por los alrededores son arpones, redes de pesca y algún que otro palo de cáñamo con, como mucho, algún gancho en un extremo. Pero quien sabe, a lo mejor el plátano que se está comiendo ese señor sirve para masacrar ciudades enteras. Tienes otra frutería cerca, por si quieres mirar ahí también. Lalaken es un lugar lleno de posibilidades.
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—¿Coco…? —pregunto, ladeando la cabeza y alzando una ceja—. ¿Qué es un coco?
Desde luego una bomba no. Las bombas no sacan dientes ni tienes que golpearlas con porras de hierro. Sea lo que sea, ya no lo quiero. ¿Y si le da por sacar los colmillos en mitad de la noche? Lo siento, pero una inquisidora necesita ambas manos para hacer el trabajo. Nunca he visto a nadie que torture a los infieles con los pies. Jaine podría hacerlo porque le huelen fatal, pero no es una inquisidora.
—Da igual, no lo quiero. Es peligroso —le respondo y entonces oigo lo que tiene para decir—. ¿Una casa azul…? ¿Casa Muma…? De acuerdo, lo tengo. Una última pregunta, si la respondes prometo comprarte un coco algún día. ¿Dónde puedo conseguir dinero?
Cuando sigo con la vista la dirección a la que apunta el dedo del vendedor me encuentro con un montón de casas azules. Me doy con la palma en la cara. Si tuviera una lista de “Respuestas inútiles”, la de este idiota entraría al top diez. Pero no quiero problemas con nadie, además ese chorro de color verde me llama la atención. Me asusta. En esta isla pasan cosas muy raras y la gente está entre ellas.
Volteo la mirada cuando alguien me llama. Arqueo una ceja cuando otro hombre comienza a contarme que vende todo tipo de bombas, pero nada de lo que veo parece potencialmente mortal. Quizás en esta isla la gente no tiene idea de lo que es una verdadera bomba, aunque no seré yo quien les muestre las maravilla de la pólvora. Lo que sí, me llaman la atención las prendas del vendedor. ¿Un chaleco de conchas? ¿Zurullos colgándole de la cabeza? Lo sorprendente es que no huele mal; algún truco debe tener. Como sea, tengo una idea que en principio debería funcionar. Ya veremos si bien o mal.
—¿En serio esas cosas son bombas? ¿Podrías lanzarle una al hombre de ahí? —le pregunto en voz baja, señalando con el dedo el puesto que acabo de dejar—. Si hace k-boom te compraré una bombacuyá. Lo digo porque no quiero que me estafes.
Y también se lo he dicho porque es imposible que estas cosas exploten. Puedo ser una asesina que persigue a los infieles, pero no una persona malintencionada. Sí, podría inventarme una excusa divina para matar al hombre del coco, como que los cocos están prohibidos por la Santa Iglesia, pero la verdad es que me da igual. Ni siquiera sigo las Santas Escrituras. Hablan de cómo torturar y a mí esas cosas no me gustan mucho.
Desde luego una bomba no. Las bombas no sacan dientes ni tienes que golpearlas con porras de hierro. Sea lo que sea, ya no lo quiero. ¿Y si le da por sacar los colmillos en mitad de la noche? Lo siento, pero una inquisidora necesita ambas manos para hacer el trabajo. Nunca he visto a nadie que torture a los infieles con los pies. Jaine podría hacerlo porque le huelen fatal, pero no es una inquisidora.
—Da igual, no lo quiero. Es peligroso —le respondo y entonces oigo lo que tiene para decir—. ¿Una casa azul…? ¿Casa Muma…? De acuerdo, lo tengo. Una última pregunta, si la respondes prometo comprarte un coco algún día. ¿Dónde puedo conseguir dinero?
Cuando sigo con la vista la dirección a la que apunta el dedo del vendedor me encuentro con un montón de casas azules. Me doy con la palma en la cara. Si tuviera una lista de “Respuestas inútiles”, la de este idiota entraría al top diez. Pero no quiero problemas con nadie, además ese chorro de color verde me llama la atención. Me asusta. En esta isla pasan cosas muy raras y la gente está entre ellas.
Volteo la mirada cuando alguien me llama. Arqueo una ceja cuando otro hombre comienza a contarme que vende todo tipo de bombas, pero nada de lo que veo parece potencialmente mortal. Quizás en esta isla la gente no tiene idea de lo que es una verdadera bomba, aunque no seré yo quien les muestre las maravilla de la pólvora. Lo que sí, me llaman la atención las prendas del vendedor. ¿Un chaleco de conchas? ¿Zurullos colgándole de la cabeza? Lo sorprendente es que no huele mal; algún truco debe tener. Como sea, tengo una idea que en principio debería funcionar. Ya veremos si bien o mal.
—¿En serio esas cosas son bombas? ¿Podrías lanzarle una al hombre de ahí? —le pregunto en voz baja, señalando con el dedo el puesto que acabo de dejar—. Si hace k-boom te compraré una bombacuyá. Lo digo porque no quiero que me estafes.
Y también se lo he dicho porque es imposible que estas cosas exploten. Puedo ser una asesina que persigue a los infieles, pero no una persona malintencionada. Sí, podría inventarme una excusa divina para matar al hombre del coco, como que los cocos están prohibidos por la Santa Iglesia, pero la verdad es que me da igual. Ni siquiera sigo las Santas Escrituras. Hablan de cómo torturar y a mí esas cosas no me gustan mucho.
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-No tiro bomba a amigo Tuktaluk -te dice el tipo de las rastas-. Pero sí KABOOM, tú mira.
El tipo coge una bombacuyá con las dos manos, la retuerce con fuerza y, tras un pop, las fruta se abre por la mitad. Dentro hay un montón de semillas negras envueltas en una albúmina pegajosa de olor dulzón. El rastas coge una cerilla, la prende frotándola contra su mesa de trabajo y la acerca a una semilla que recoge con el meñique. De inmediato, el jugo que rodea la semilla se enciende al contacto con la llama y esta empieza a brillar por varios puntos, con franjas de luz incandescente recorriéndola de parte a parte. Entonces sale disparada hacia el cielo y estalla con no demasiada fuerza.
-KABOOM pequeñito. Tú lleva toda fruta y BOOMBABOOMBA.
No está mal como demostración, pero a saber cómo vas a pagarla. La única información que has conseguido a ese respecto ha sido “No dinero. Lak”, así que tú verás cómo interpretas eso. En cualquier caso, el vendedor vuelve a cerrar la fruta y te anima a comprar todo lo que quieras por una cantidad cambiante de laks que parece que se va inventando sobre la marcha.
Pero tranquila, porque, oh, milagro, lleva tu ángel salvador. Es de piel clara y cabello azul eléctrico, quizás de unos veintimuchos o treinta y pocos. Lo lleva peinado con un flequillo que quedaría horrible en cualquiera menos en él. Viste con pantalones de persona normal, no como los nativos, aunque ha decorado su camisa con multitud de muestras de artesanía local. Lo más interesante son sus ojos, totalmente blancos excepto por un iris diminuto de mil colores diferentes que no contiene pupila alguna. Da un poco de grima, pero es guapete, aunque el ave que lleva al hombro te mira muy intensamente.
-Quiere un trueque -te dice-. Aquí todo funciona así. “Lak” significa “cambio”, me parece. Te piden un número para liarte y que acabes aceptando lo que sea. Son unos putos timadores con los extranjeros. ¿A qué sí, amigo? -El de las rastas le sonríe y asiente, sin haber entendido ni la mitad-. ¿Lo ves? Capuuulloooo. No se entera de nada. Pero no te metas con ellos o... Bueno, ya lo descubrirás. Suerte, pajarraco. -El hombre se aleja de allí mientras le da de comer a su mascota.
En fin, ¿vas a comprar o qué? Que me formas cola, coñe.
El tipo coge una bombacuyá con las dos manos, la retuerce con fuerza y, tras un pop, las fruta se abre por la mitad. Dentro hay un montón de semillas negras envueltas en una albúmina pegajosa de olor dulzón. El rastas coge una cerilla, la prende frotándola contra su mesa de trabajo y la acerca a una semilla que recoge con el meñique. De inmediato, el jugo que rodea la semilla se enciende al contacto con la llama y esta empieza a brillar por varios puntos, con franjas de luz incandescente recorriéndola de parte a parte. Entonces sale disparada hacia el cielo y estalla con no demasiada fuerza.
-KABOOM pequeñito. Tú lleva toda fruta y BOOMBABOOMBA.
No está mal como demostración, pero a saber cómo vas a pagarla. La única información que has conseguido a ese respecto ha sido “No dinero. Lak”, así que tú verás cómo interpretas eso. En cualquier caso, el vendedor vuelve a cerrar la fruta y te anima a comprar todo lo que quieras por una cantidad cambiante de laks que parece que se va inventando sobre la marcha.
Pero tranquila, porque, oh, milagro, lleva tu ángel salvador. Es de piel clara y cabello azul eléctrico, quizás de unos veintimuchos o treinta y pocos. Lo lleva peinado con un flequillo que quedaría horrible en cualquiera menos en él. Viste con pantalones de persona normal, no como los nativos, aunque ha decorado su camisa con multitud de muestras de artesanía local. Lo más interesante son sus ojos, totalmente blancos excepto por un iris diminuto de mil colores diferentes que no contiene pupila alguna. Da un poco de grima, pero es guapete, aunque el ave que lleva al hombro te mira muy intensamente.
-Quiere un trueque -te dice-. Aquí todo funciona así. “Lak” significa “cambio”, me parece. Te piden un número para liarte y que acabes aceptando lo que sea. Son unos putos timadores con los extranjeros. ¿A qué sí, amigo? -El de las rastas le sonríe y asiente, sin haber entendido ni la mitad-. ¿Lo ves? Capuuulloooo. No se entera de nada. Pero no te metas con ellos o... Bueno, ya lo descubrirás. Suerte, pajarraco. -El hombre se aleja de allí mientras le da de comer a su mascota.
En fin, ¿vas a comprar o qué? Que me formas cola, coñe.
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Estoy un poco decepcionada porque Rastas no ha hecho estallar a su amigo, pero en cierta parte contenta porque estas frutas son una maravilla. Ha bastado solo una bombacuyá para hacer un espectáculo de luces. Podría incluirlo en algún truco de magia y esconder estacas de sangre en los haces de luz. O más bombas. ¡Con esto podría matar a un pelotón entero de soldados! El problema es que no se me ocurre cómo pagarlo, y eso es principalmente culpa de Cocos. Parece que los lugareños no conocen el dinero, pero no pienso perder contra esta gente. Me llevaré todas las frutas que quiera por el precio de un botón.
Busco entre mis prendas el artilugio definitivo, pero alguien me interrumpe. Los pantalones de una persona dicen mucho de ella, y en este caso… Bueno, al menos es alguien normal, pero no puedo confiar en él solo porque no lleva una falda de hojas. Y menos ahora que descubro sus ojos tan raros que capturan mi atención. Una forma de reconocer a los Hijos de la Luna es mirándole los ojos, y este hombre parece esconder un arcoíris dentro. ¿Habré encontrado a uno fuera de Yhardum…?
Como sea, al menos este hombre me explica lo que es un lak y me hace una gran demostración de que esta gente es estúpida, aunque eso de insultar pierde el sentido cuando la persona no entiende que la estás insultando. Por mi parte no insultaré ni provocaré a nadie. Lo único que quiero es reparar mi barco.
—¿Unos timadores? Gracias por el aviso —le digo, mirándole a través de la máscara.
Bueno, yo estaba buscando entre mis prendas la moneda de la victoria.
—Este es el lak supremo, Frutas. Es como si tuvieras ocho mil laks en uno —le explico, sacando un botón roñoso y con un poco de mugre para nada llamativo. Con un movimiento de dedos ahora hay dos y luego tres. ¡Hasta cuatro!—. ¿Ves? Puedo dártelos a cambio de tres bombacuyás y tres bomanzanas.
A ver si cuela, la verdad es que no pierdo nada. No creo que un estafador fuera a enojarse por ser estafado, supongo. Si le da por pedir más botones, tengo unos cuantos adicionales. Por otro lado, si se hace el ofendido o rechaza mi oferta, seguiré mi camino. Tengo toda una ciudad que explorar y un barco que reparar. Y cuando tenga ganas seguiré al hombre de los ojos arcoíris; me da curiosidad.
Busco entre mis prendas el artilugio definitivo, pero alguien me interrumpe. Los pantalones de una persona dicen mucho de ella, y en este caso… Bueno, al menos es alguien normal, pero no puedo confiar en él solo porque no lleva una falda de hojas. Y menos ahora que descubro sus ojos tan raros que capturan mi atención. Una forma de reconocer a los Hijos de la Luna es mirándole los ojos, y este hombre parece esconder un arcoíris dentro. ¿Habré encontrado a uno fuera de Yhardum…?
Como sea, al menos este hombre me explica lo que es un lak y me hace una gran demostración de que esta gente es estúpida, aunque eso de insultar pierde el sentido cuando la persona no entiende que la estás insultando. Por mi parte no insultaré ni provocaré a nadie. Lo único que quiero es reparar mi barco.
—¿Unos timadores? Gracias por el aviso —le digo, mirándole a través de la máscara.
Bueno, yo estaba buscando entre mis prendas la moneda de la victoria.
—Este es el lak supremo, Frutas. Es como si tuvieras ocho mil laks en uno —le explico, sacando un botón roñoso y con un poco de mugre para nada llamativo. Con un movimiento de dedos ahora hay dos y luego tres. ¡Hasta cuatro!—. ¿Ves? Puedo dártelos a cambio de tres bombacuyás y tres bomanzanas.
A ver si cuela, la verdad es que no pierdo nada. No creo que un estafador fuera a enojarse por ser estafado, supongo. Si le da por pedir más botones, tengo unos cuantos adicionales. Por otro lado, si se hace el ofendido o rechaza mi oferta, seguiré mi camino. Tengo toda una ciudad que explorar y un barco que reparar. Y cuando tenga ganas seguiré al hombre de los ojos arcoíris; me da curiosidad.
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El frutero se queda muy serio y muy callado contemplando tu botón. Permanece así lo que se antoja como una tensa y larga eternidad. Mira las frutas, al botón y a ti alternativamente. No parpadea, su rostro carente de toda expresión anterior. El silencio se ha hecho alrededor del puesto. Todos los nativos te observan también, con una mirada gélida.
De repente, el frutero agarra algo bajo su mostrador de madera y lo dirige hacia ti. Digamos que... tiene poco que ver con las armas que has visto hasta ahora. No hay rastro de fruta, color ni elementos naturales, sino que es todo metal, cable y fría amenaza. El frutero te apunta con lo que parece un rifle enorme, del tamaño de un trombón, de color, lleno de bovinas y gruesos cables alrededor de una carcasa plateada. El cañón, del tamaño de un balón de baloncesto, comienza a brillar con una chispa blanca que emite un monstruoso calor. De hecho, tanto la madera y las telas del tenderete como tus propias ropas empiezan a humear, y eso que solo parece estar arrancando.
-¡¿Tú estafa mí?! ¡¿Tú estafa mí, mierda?! ¡Tú no lak, tú mierda! -exclama furioso-. ¡FAIA!
Y dispara.
Un enorme torrente de ardiente luz blanca surge del arma. La gente lista se ha apartado ya, aunque otros se acaban de dar cuenta del peligro que se les viene encima y se tiran cuerpo a tierra cubriéndose la cabeza.
El fuego blanco engulle un par de puestos detrás de ti y cruza la zona portuaria al completo hasta perderse en el mar, provocando una nube de vapor. No obstante, no hay graves daños. Si sigues viva después de esto verás que los nativos está envueltos en burbujas de luz azul celeste. Los puestos de venta, tan frágiles, permanecen intactos. Lo único inusual es que en cada uno de los que podría haberse visto afectado por el súbito ataque hay un objeto con forma de púa, parecido a un pisapapeles, que brilla al rojo blanco. Curiosamente, la gente no parece ni siquiera enfadada. Algunos hasta se ríen y lo celebran.
-No timo, Lak -dice el frutero una vez se ha desahogado.
Pero claro, tienes que seguir viva para oírlo.
De repente, el frutero agarra algo bajo su mostrador de madera y lo dirige hacia ti. Digamos que... tiene poco que ver con las armas que has visto hasta ahora. No hay rastro de fruta, color ni elementos naturales, sino que es todo metal, cable y fría amenaza. El frutero te apunta con lo que parece un rifle enorme, del tamaño de un trombón, de color, lleno de bovinas y gruesos cables alrededor de una carcasa plateada. El cañón, del tamaño de un balón de baloncesto, comienza a brillar con una chispa blanca que emite un monstruoso calor. De hecho, tanto la madera y las telas del tenderete como tus propias ropas empiezan a humear, y eso que solo parece estar arrancando.
-¡¿Tú estafa mí?! ¡¿Tú estafa mí, mierda?! ¡Tú no lak, tú mierda! -exclama furioso-. ¡FAIA!
Y dispara.
Un enorme torrente de ardiente luz blanca surge del arma. La gente lista se ha apartado ya, aunque otros se acaban de dar cuenta del peligro que se les viene encima y se tiran cuerpo a tierra cubriéndose la cabeza.
El fuego blanco engulle un par de puestos detrás de ti y cruza la zona portuaria al completo hasta perderse en el mar, provocando una nube de vapor. No obstante, no hay graves daños. Si sigues viva después de esto verás que los nativos está envueltos en burbujas de luz azul celeste. Los puestos de venta, tan frágiles, permanecen intactos. Lo único inusual es que en cada uno de los que podría haberse visto afectado por el súbito ataque hay un objeto con forma de púa, parecido a un pisapapeles, que brilla al rojo blanco. Curiosamente, la gente no parece ni siquiera enfadada. Algunos hasta se ríen y lo celebran.
-No timo, Lak -dice el frutero una vez se ha desahogado.
Pero claro, tienes que seguir viva para oírlo.
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Creo que a Rastas no le ha hecho ninguna gracia lo de los botones. Y eso que son mágicos; menos mal que no le ofrecí los normalitos. Mira sus frutas, a mí y a los botones. Se ha tornado serio y su rostro no expresa nada, lo cual no indica nada bueno. Uso la Voz de la Madre Luna para identificar sus emociones superficiales, y reconozco una hostilidad alarmante hacia mí. ¡El hijo de perra hasta ha sacado un cañón! Lo que sea que tenga en mente no es buena idea para mí ni para la gente de este lugar. Por fortuna, he podido predecir en mejor o peor medida su actuar.
Cuando está cargando lo que sea esa cosa empiezo a preparar mi gran truco de magia. ¡Cuervos! ¡¿Dónde he metido los putos cuervos?! Frente a la muerte me pongo un poco nerviosa, creo que eso le pasa a la gente normal. Uf, qué bueno que todos están en mi bolsillo. También es un bolsillo mágico. Siento el sofocante calor que desprende el rifle y no hay que ser avispado para saber lo que pasará como esa cosa me impacte. Así que, cuando está a punto de disparar, mi cuerpo estalla en un montón de cuervos que graznan mientras aletean hacia el cielo. Una vez más el Espíritu del Cuervo me ha salvado, pero quién sabe cuánto vaya a durar mi suerte.
Respiro agitada con el corazón latiéndome como si se me fuera a salir del pecho. Estoy escondida detrás de una de las tiendas que ha quedado intacta. ¡¿Pero qué le pasa a esta gente?! ¡Ese idiota pudo haberme matado! ¡Y ni siquiera habría cadáver que enterrar! Nadie está enfadado, sino que se ríen y hasta lo celebran. ¿Estas cosas siempre pasan en este lugar? Puede que Yhardum sea un lugar oscuro y repugnante, pero al menos los mercaderes no matan a los… Espera, sí. Los matan y luego se los comen. Da igual, no he dicho nada.
—Yo me voy de aquí —susurro para mí, levantándome poco a poco.
Lo único que tengo claro es que no debo intentar estafar a la gente… Así que la próxima vez lo haré bien. No usaré los botones mágicos, pero sí la bolsa mágica. Como sea, debería ir a buscar al carpintero para regresar lo antes posible. Cocos dijo que fuera a una casa azul, ¿verdad? Bueno, tocará preguntar puerta por puerta.
Cuando está cargando lo que sea esa cosa empiezo a preparar mi gran truco de magia. ¡Cuervos! ¡¿Dónde he metido los putos cuervos?! Frente a la muerte me pongo un poco nerviosa, creo que eso le pasa a la gente normal. Uf, qué bueno que todos están en mi bolsillo. También es un bolsillo mágico. Siento el sofocante calor que desprende el rifle y no hay que ser avispado para saber lo que pasará como esa cosa me impacte. Así que, cuando está a punto de disparar, mi cuerpo estalla en un montón de cuervos que graznan mientras aletean hacia el cielo. Una vez más el Espíritu del Cuervo me ha salvado, pero quién sabe cuánto vaya a durar mi suerte.
Respiro agitada con el corazón latiéndome como si se me fuera a salir del pecho. Estoy escondida detrás de una de las tiendas que ha quedado intacta. ¡¿Pero qué le pasa a esta gente?! ¡Ese idiota pudo haberme matado! ¡Y ni siquiera habría cadáver que enterrar! Nadie está enfadado, sino que se ríen y hasta lo celebran. ¿Estas cosas siempre pasan en este lugar? Puede que Yhardum sea un lugar oscuro y repugnante, pero al menos los mercaderes no matan a los… Espera, sí. Los matan y luego se los comen. Da igual, no he dicho nada.
—Yo me voy de aquí —susurro para mí, levantándome poco a poco.
Lo único que tengo claro es que no debo intentar estafar a la gente… Así que la próxima vez lo haré bien. No usaré los botones mágicos, pero sí la bolsa mágica. Como sea, debería ir a buscar al carpintero para regresar lo antes posible. Cocos dijo que fuera a una casa azul, ¿verdad? Bueno, tocará preguntar puerta por puerta.
- Cosas usadas:
- Nombre de la técnica: Espíritu del Cuervo.
Categoría: Especial/Espiritual.
Descripción: Anna prepara un gran truco de magia que le ha sacado de muchísimos apuros en el pasado, tardando medio segundo en prepararlo y otro medio segundo en ejecutarlo. Ante los ojos de los espectadores, Anna desaparece en un estallido de cuervos que graznan mientras aletean hacia el cielo. Luego de desaparecer es capaz de moverse en función de sus capacidades físicas. Además, puede usar esta técnica solo una vez cada dos turnos.
Mantra en Rango 2 y características de clase.
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El barrio azul es totalmente diferente a la aldea portuaria. Los grandes edificios de hormigón tapan las vistas en cuanto te internas en ellos, aunque a pesar de eso aún se puede ver algún chorro de color brotar hacia los cielos en la lejanía. De vez en cuando, gotitas dispersas caen cerca de ti, tiñendo momentáneamente aquello que tocan. Se quita como si fuese agua, pero quema un poquito. Algo interesante en lo que fijarse es en que los edificios no están pintados, sino que están hechos de un material que es azul. Las puertas y los marcos de las ventanas son de todo tipo de colores, formando una amalgama difícil de digerir por los ojos.
No obstante, en esta zona del mundo ir puerta por puerta es... raro. Como en todas partes, supongo, salvo que te dediques a vender. Pedir indicaciones tan al tuntún te gana más de una mirada reprobatoria, aunque en general la gente es tolerante.
Tras hablar con cuatro personas y que una vieja te tire un cubo de agua de fregar, una señora muy amable te da las indicaciones que necesitas. Para resumir, Casa Muma está a tres manzanas de tu posición. Gira a la derecha en la interesección y busca un edificio con tres ventanas rojas en la planta baja. Llama a una portezuela lateral y ahí está el taller de Muma.
De camino podrás fijarte en los curiosos detalles del barrio. Altas palmeras plantadas a intervalos regulares flanqueando cada calle ejercen como farolas. Sus hojas contienen diminutas bombillas similares a perlas, capaces de regular la luz que emiten según el sol que incida sobre ellas en cada momento. Brillan con diferentes colores cada vez, arrancando reflejos arcoíris a los extraños aparatos que pasan de vez en cuando por ahí. Me refiero a esas canoas que has visto antes en la costa, solo que adaptadas al entorno. Las hay de todos los tamaños, y transportan a la gente mediante una fascinante tecnología que las hace flotar a varios metros del suelo al tiempo que emiten una luz blanquecina.
Si sigues tu camino encontrarás a Muma el carpintero. Es un tipo viejo y entrado en carnes con multitud de tatuajes tribales por todo el torso. Está lijando el costado de una canoa biplaza sin dejar de mascar lo que bien podría ser tabaco. Hay una escupidera casi llena a un lado donde lanza el tabaco una vez le ha arrancado todo su sabor.
Espero que esta vez vengas a comprar honradamente.
No obstante, en esta zona del mundo ir puerta por puerta es... raro. Como en todas partes, supongo, salvo que te dediques a vender. Pedir indicaciones tan al tuntún te gana más de una mirada reprobatoria, aunque en general la gente es tolerante.
Tras hablar con cuatro personas y que una vieja te tire un cubo de agua de fregar, una señora muy amable te da las indicaciones que necesitas. Para resumir, Casa Muma está a tres manzanas de tu posición. Gira a la derecha en la interesección y busca un edificio con tres ventanas rojas en la planta baja. Llama a una portezuela lateral y ahí está el taller de Muma.
De camino podrás fijarte en los curiosos detalles del barrio. Altas palmeras plantadas a intervalos regulares flanqueando cada calle ejercen como farolas. Sus hojas contienen diminutas bombillas similares a perlas, capaces de regular la luz que emiten según el sol que incida sobre ellas en cada momento. Brillan con diferentes colores cada vez, arrancando reflejos arcoíris a los extraños aparatos que pasan de vez en cuando por ahí. Me refiero a esas canoas que has visto antes en la costa, solo que adaptadas al entorno. Las hay de todos los tamaños, y transportan a la gente mediante una fascinante tecnología que las hace flotar a varios metros del suelo al tiempo que emiten una luz blanquecina.
Si sigues tu camino encontrarás a Muma el carpintero. Es un tipo viejo y entrado en carnes con multitud de tatuajes tribales por todo el torso. Está lijando el costado de una canoa biplaza sin dejar de mascar lo que bien podría ser tabaco. Hay una escupidera casi llena a un lado donde lanza el tabaco una vez le ha arrancado todo su sabor.
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Hasta ahora he intentado no pensar demasiado en los colores que tiñen el cielo, pero cuando las pintitas comienzan a caerme encima comienzo a preocuparme. Debe ser la razón por la que la gente de esta isla del terror está loca. Me da un poco de miedo y por ahora no me apetece imaginar lo que podría ser. Intentaré mantenerme lejos, muy lejos, pero viendo que mi suerte es la misma que la del tipo que juega toda su vida la lotería y nunca gana… Espera, ¿esa no sería una suerte regular? Como sea, intentaré alejarme de todos los peligros. Ya me dirás tú si funciona o no.
Voy puerta por puerta como estas niñas que ofrecen galletitas, solo que yo ofrezco preguntas. La gente me mira raro, pero responde. Incluso yo me miraría así, aunque como no tengo casa tampoco debería preocuparme. Debería enfadarme por la señora que me ha echado un balde de agua encima, pero empezaba a tener calor y me ha quitado del traje las pintitas que tanto queman y manchan. No importa, sé que estoy cerca de mi destino. Más pronto que tarde tendré mi barquito y podré seguir con la operación “Regreso a casa”.
Si algo me ha quedado claro, es que la tecnología de este lugar es muchísimo más avanzada que la de Yhardum. Mientras que en casa la mayoría de la gente aún usa velas, aquí los ciudadanos tienen palmeras brillantes. ¡Y rifles desintegradores! Eso no se me puede olvidar; a ver si termino robando una de esas cosas. Me siento como una turista y puede que se deba a que, bueno, soy una turista. Todo me sorprende, todo me hace sentir como una campesina en medio de una metrópolis. Yo también quiero una de esas canoas… Me pregunto cuántos laks costará una.
Continúo mi camino, contemplando el paisaje y fijándome de vez en cuando en el cielo por si de pronto no son pintitas las que caen, sino peñascos mortales. Sin darme cuenta termino en… ¿Un taller de carpintería? El hombre de ahí debe ser Muma. Qué nombre más raro. Por experiencia, tratar con la gente mayor no es uno de mis fuertes, de hecho, hablar con la gente en general no es uno de mis fuertes… Pero al menos lo intento. Me acerco a él, lo miro y luego descanso los ojos en la escupidera. Me da un poco de asco porque huele fatal, pero estoy acostumbrada a los malos olores.
—Hola, ¿usted es Muma? —Qué pregunta más estúpida, pero es la mejor forma de abrir una conversación—. En el puerto me dijeron que podría ayudarme con mi barco. Está averiado, tiene muchos orificios. Puedo hundirme y… Bueno, no sé nadar. ¿Me puede ayudar? ¿Y de paso explicarme cómo conseguir algo valioso para un lak?
Voy puerta por puerta como estas niñas que ofrecen galletitas, solo que yo ofrezco preguntas. La gente me mira raro, pero responde. Incluso yo me miraría así, aunque como no tengo casa tampoco debería preocuparme. Debería enfadarme por la señora que me ha echado un balde de agua encima, pero empezaba a tener calor y me ha quitado del traje las pintitas que tanto queman y manchan. No importa, sé que estoy cerca de mi destino. Más pronto que tarde tendré mi barquito y podré seguir con la operación “Regreso a casa”.
Si algo me ha quedado claro, es que la tecnología de este lugar es muchísimo más avanzada que la de Yhardum. Mientras que en casa la mayoría de la gente aún usa velas, aquí los ciudadanos tienen palmeras brillantes. ¡Y rifles desintegradores! Eso no se me puede olvidar; a ver si termino robando una de esas cosas. Me siento como una turista y puede que se deba a que, bueno, soy una turista. Todo me sorprende, todo me hace sentir como una campesina en medio de una metrópolis. Yo también quiero una de esas canoas… Me pregunto cuántos laks costará una.
Continúo mi camino, contemplando el paisaje y fijándome de vez en cuando en el cielo por si de pronto no son pintitas las que caen, sino peñascos mortales. Sin darme cuenta termino en… ¿Un taller de carpintería? El hombre de ahí debe ser Muma. Qué nombre más raro. Por experiencia, tratar con la gente mayor no es uno de mis fuertes, de hecho, hablar con la gente en general no es uno de mis fuertes… Pero al menos lo intento. Me acerco a él, lo miro y luego descanso los ojos en la escupidera. Me da un poco de asco porque huele fatal, pero estoy acostumbrada a los malos olores.
—Hola, ¿usted es Muma? —Qué pregunta más estúpida, pero es la mejor forma de abrir una conversación—. En el puerto me dijeron que podría ayudarme con mi barco. Está averiado, tiene muchos orificios. Puedo hundirme y… Bueno, no sé nadar. ¿Me puede ayudar? ¿Y de paso explicarme cómo conseguir algo valioso para un lak?
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-¿Lak? Guárdate esa mierda. A mí dame dinero, bicho raro. -Vaya, qué bien se te da de repente el... el batiburrillo raro que hablan aquí. Muma casi parece hablar como una persona normal, manejando la jerga más coloquial de la lengua común con una soltura solo comparada a su grosería-. Los trueques son para esos animales destripa-truchas, yo quiero efectivo. A un artesano no se le paga con putas gallinas.
Parece un tipo un poco brusco, pero al menos no un timador. Su taller está repleto de máscaras de diversos tamaños, todas ellas adornadas con filigranas y grabados muy complejos tallados a mano. En la pared del fondo hay una gran barca, vieja y de estilo diferente a las locales.
El viejo escupe un poco de tabaco y deja lo que está haciendo.
-¿Qué tipo de barco? Borda, eslora, manga, capacidad, material. ¿Cuánto necesitas que navegue? ¿Por qué tipo de aguas? ¿En qué tipo de climas? ¿Clavos Rschider o Ublingtom? ¿Cuerda de triple trenzado? ¿Quilla sencilla o compuesta? ¿A vela o propulsado por Blanco? Vienes a por una de esas aberraciones flotantes, ¿no? Si quieres que vuele alto perderá autonomía y habrá que repostar más a menudo, y si quieres ir lejos no podrás separarte mucho del suelo.
Sí, yo también creo que se ha inventado algo de todo eso. Sin embargo, Muma no está para bromas. Mientras habla se recoge el largo pelo canoso en una trenza. Luego agarraun clavo y lo hunde en una gruesa pieza de madera usando solo los dedos. ¿Martillos? No, gracias. Parece que está haciendo un dibujo usando clavos.
En ese momento se abre la puerta y entra otra extranjera, como tú. Claro que ella no viste con unas pintas como las tuyas. De hecho, casi no viste nada. Lleva los pechos al aire, y en vez de ropa lleva un tatuaje recién hecho. Pantalones si lleva, y también unas curiosas botas que a lo mejor has visto llevar a algún nativo.
-¿Ya está el encargo de Rillum? El capitán se pone nervioso si le hacen esperar.
Muma asiente tras acertar en la escupidera y saca de detrás de su mostrador una caja larga de madera negra. Se la da a la desconocida, acepta a cambio una bolsa bien cargada y se dedica a contar las monedas mientras la chica te estudia de arriba abajo.
-¿Vas a una fiesta de disfraces o qué?
Parece un tipo un poco brusco, pero al menos no un timador. Su taller está repleto de máscaras de diversos tamaños, todas ellas adornadas con filigranas y grabados muy complejos tallados a mano. En la pared del fondo hay una gran barca, vieja y de estilo diferente a las locales.
El viejo escupe un poco de tabaco y deja lo que está haciendo.
-¿Qué tipo de barco? Borda, eslora, manga, capacidad, material. ¿Cuánto necesitas que navegue? ¿Por qué tipo de aguas? ¿En qué tipo de climas? ¿Clavos Rschider o Ublingtom? ¿Cuerda de triple trenzado? ¿Quilla sencilla o compuesta? ¿A vela o propulsado por Blanco? Vienes a por una de esas aberraciones flotantes, ¿no? Si quieres que vuele alto perderá autonomía y habrá que repostar más a menudo, y si quieres ir lejos no podrás separarte mucho del suelo.
Sí, yo también creo que se ha inventado algo de todo eso. Sin embargo, Muma no está para bromas. Mientras habla se recoge el largo pelo canoso en una trenza. Luego agarraun clavo y lo hunde en una gruesa pieza de madera usando solo los dedos. ¿Martillos? No, gracias. Parece que está haciendo un dibujo usando clavos.
En ese momento se abre la puerta y entra otra extranjera, como tú. Claro que ella no viste con unas pintas como las tuyas. De hecho, casi no viste nada. Lleva los pechos al aire, y en vez de ropa lleva un tatuaje recién hecho. Pantalones si lleva, y también unas curiosas botas que a lo mejor has visto llevar a algún nativo.
-¿Ya está el encargo de Rillum? El capitán se pone nervioso si le hacen esperar.
Muma asiente tras acertar en la escupidera y saca de detrás de su mostrador una caja larga de madera negra. Se la da a la desconocida, acepta a cambio una bolsa bien cargada y se dedica a contar las monedas mientras la chica te estudia de arriba abajo.
-¿Vas a una fiesta de disfraces o qué?
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Debería alegrarme un poco por haber encontrado al hombre que arreglará mi bote, pero es que de inmediato me ha saltado la notificación de preocupación: los servicios no son baratos. Tengo unas pocas monedas para usar en caso de emergencia, pero normalmente se trata de comida y agua, no de un estúpido bote. Y cuando empieza a hacerme pregunta tras pregunta siento que pierdo el conocimiento. Lo único que oigo es dinero, dinero y más dinero. El que más hace preguntas, es el que más cobra; así son las reglas en Yhardum.
Sin embargo, encuentro una posible solución a mis grandes problemas. Que no, no amenazaré al carpintero con degollar a su familia a cambio de tapar un par de agujeros, que no soy un monstruo. Pero sí podría ofrecerle una vida a cambio del bote, es decir, todos tenemos a alguien que nos cae mal y deseamos muerto…
—¿Que vuele…? Ah, no, no, es un bote normal. De los que van por el agua, no estas cosas… raras. Usa remos, ni siquiera tiene velas. Casi me hundo en una tormenta y cuando el bote se golpeó con unas rocas se hizo un par de agujeros. Eso es lo único, así que espero que no me cobres mucho —respondo, intentando ser lo más sincera posible—. Y ya por curiosidad, ¿cuánto cuestan los que vuelan?
No negaré que me llama la atención subirme a una de esas cosas; mientras más lejos del agua, mejor. En un mundo donde hay más agua que tierra, ser un martillo es una putada del tamaño de un elefante. Pero eso no lo tiene que saber él ni nadie, ¿verdad? Aquí veo una buena oportunidad para quedarme con un gran barco, uno que se maneje solo y no necesite un estúpido remo.
Giro la cabeza cuando se abre la puerta y veo a una mujer. Va casi desnuda, pero la verdad es que me da un poco igual. Pregunta por el encargo de un tal Rillum y comenta que al “capitán” no le gusta esperar. ¿Quién es esta? Sea quien sea, parece tener muchas monedas y eso es justo lo que necesito, pero tiene que hacerme la pregunta…
—¿Y a ti qué te importa? La gente no va por la vida preguntándote de qué puterío saliste, así que cierra la boca y respeta el flow. Qué manía con meterse en las vidas de los demás… —le contesto, moviendo la cabeza de un lado a otro—. ¿Y bien, viejo? ¿Cuánto me vas a cobrar?
Sin embargo, encuentro una posible solución a mis grandes problemas. Que no, no amenazaré al carpintero con degollar a su familia a cambio de tapar un par de agujeros, que no soy un monstruo. Pero sí podría ofrecerle una vida a cambio del bote, es decir, todos tenemos a alguien que nos cae mal y deseamos muerto…
—¿Que vuele…? Ah, no, no, es un bote normal. De los que van por el agua, no estas cosas… raras. Usa remos, ni siquiera tiene velas. Casi me hundo en una tormenta y cuando el bote se golpeó con unas rocas se hizo un par de agujeros. Eso es lo único, así que espero que no me cobres mucho —respondo, intentando ser lo más sincera posible—. Y ya por curiosidad, ¿cuánto cuestan los que vuelan?
No negaré que me llama la atención subirme a una de esas cosas; mientras más lejos del agua, mejor. En un mundo donde hay más agua que tierra, ser un martillo es una putada del tamaño de un elefante. Pero eso no lo tiene que saber él ni nadie, ¿verdad? Aquí veo una buena oportunidad para quedarme con un gran barco, uno que se maneje solo y no necesite un estúpido remo.
Giro la cabeza cuando se abre la puerta y veo a una mujer. Va casi desnuda, pero la verdad es que me da un poco igual. Pregunta por el encargo de un tal Rillum y comenta que al “capitán” no le gusta esperar. ¿Quién es esta? Sea quien sea, parece tener muchas monedas y eso es justo lo que necesito, pero tiene que hacerme la pregunta…
—¿Y a ti qué te importa? La gente no va por la vida preguntándote de qué puterío saliste, así que cierra la boca y respeta el flow. Qué manía con meterse en las vidas de los demás… —le contesto, moviendo la cabeza de un lado a otro—. ¿Y bien, viejo? ¿Cuánto me vas a cobrar?
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Wow, qué borde. La chica semi-desnuda te lanza una mirada divertida, a medio camino entre la indignación y la carcajada. Deja la caja apoyada en vertical en el suelo, sujetándola con una mano mientras que con otra te señala despectivamente.
-¿Has visto eso, viejo? Se te ha escapado el periquito. No deberías enseñarle a decir esas cosas. Imagínate que te lo despluman.
La mujer sonríe. Hay algo más que diversión en esa sonrisa. Hay una perceptible chispa de malicia y crueldad que se hace más fuerte cuando da un paso hacia ti, con el pecho hacia fuera, como desafiándote a volver a criticarla. Sus tatuajes, brillantes y de un intenso color gris, parecen ondular como plata derretida sobre su piel negra. Forman un dibujo raro, todo curvas y espirales en los hombros que se convierten en largas y afiladas líneas rectas para bajar por los costados hasta la cintura. Es bonito, casi hipnótico.
-No quiero peleas aquí, Valya -gruñe Muma, que ya ha guardado el dinero. Tiene una mano bajo el mostrador y una expresión de pocos amigos. La que ha tenido todo el rato, realmente.
-Lo siento, viejo. No hablo tu idioma.
Acto seguido se escupe en la mano y lanza un bofetón al aire. La baba en su palma parece vibrar con vida propia, como un perro rabioso ansioso por hincar el diente a algo. La saliva cruza el aire impulsada por la gran fuerza de Valya, causando estragos allá donde golpea. Cada gotita que salpica sobre algo, lo rompe como si fuese una bala reventando botellas de cristal: el mostrador, las paredes, el suelo, algunos de los objetos de muestra...
Algo me dice que te dolerá si llega a darte.
-¿Has visto eso, viejo? Se te ha escapado el periquito. No deberías enseñarle a decir esas cosas. Imagínate que te lo despluman.
La mujer sonríe. Hay algo más que diversión en esa sonrisa. Hay una perceptible chispa de malicia y crueldad que se hace más fuerte cuando da un paso hacia ti, con el pecho hacia fuera, como desafiándote a volver a criticarla. Sus tatuajes, brillantes y de un intenso color gris, parecen ondular como plata derretida sobre su piel negra. Forman un dibujo raro, todo curvas y espirales en los hombros que se convierten en largas y afiladas líneas rectas para bajar por los costados hasta la cintura. Es bonito, casi hipnótico.
-No quiero peleas aquí, Valya -gruñe Muma, que ya ha guardado el dinero. Tiene una mano bajo el mostrador y una expresión de pocos amigos. La que ha tenido todo el rato, realmente.
-Lo siento, viejo. No hablo tu idioma.
Acto seguido se escupe en la mano y lanza un bofetón al aire. La baba en su palma parece vibrar con vida propia, como un perro rabioso ansioso por hincar el diente a algo. La saliva cruza el aire impulsada por la gran fuerza de Valya, causando estragos allá donde golpea. Cada gotita que salpica sobre algo, lo rompe como si fuese una bala reventando botellas de cristal: el mostrador, las paredes, el suelo, algunos de los objetos de muestra...
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Retrocedo dos pasos cuando la mujer da uno hacia mí, aumentando la distancia entre nosotras. Lo que pasa con esta clase de gente es que, cuando les respondes, se enfadan y se desquitan. Si hubiera mantenido la boca cerrada no le habría dicho nada, pero se merece que le traten feo. Solo por si acaso, decido concentrarme en sus movimientos, en lo que hará y en lo que está pensando. Mi capacidad de predecir a las personas es útil, aunque aún está en pañales. Aun así, es suficiente para darme cuenta de lo indignada que está y lo peligroso que es para mí.
Me llevo el pulgar a la boca y comienzo a inflarlo a la vez que Valya le responde al anciano para luego escupirse la mano. Bien, he terminado de preparar mi gran truco de magia. Cuando lanza la bofetada al aire me escabullo entre la infinidad de cosas que tiene Muma, abandonando a un pobre pero útil clon que ha reemplazado mi lugar. Me cubro la cabeza cuando todo empieza a estallar, escondiéndome detrás de un barco a medio reparar. Me saltan las astillas sobre la cabeza y el aserrín se cuela por mi nariz, pero me obligo a no toser.
El clon descansa sobre un charco de sangre, dando la impresión de que he muerto de verdad. Cualquiera pensaría que ese saco mierda de prendas negras y ensangrentadas soy yo. Espíritu de la Vida es un truco perfecto para reubicarme en el campo de batalla y cambiar el ritmo de la pelea. En una situación normal el enemigo baja la guardia y comprueba mis signos vitales, tiempo que aprovecho para clavar una rápida y mortal puñalada. Sin embargo, tengo más opciones que solo matar a esta mujer y luego meterme en más problemas. Puedo huir y regresar más tarde, aunque me tienta más la tercera alternativa.
Como las calles de Yhardum estaban en mal estado solían acumularse pozas cuando llovía. Me gustaba saltar en los charcos de agua luego de mis entrenamientos. Era el único momento del día en que podía ser una niña, supongo. Pero un día me encontré a Michael, uno de mis mentores, y comenzó a hablarme de muchas cosas. Me contó que un buen inquisidor sabe a quién crucificar y a quién no. Tenía once años. Las Santas Escrituras nos obligan a purificar (asesinar) a cualquiera que no profese la religión de la Madre Luna, pero en todos sitios hay vacíos legales. El tema es «cuándo», dijo él. Le pregunté a qué se refería.
—Durante todo un año obligué a un hereje a abrir mi tarro de mantequilla de maní. Todos los días me levantaba temprano por la madrugada, iba a su celda y le lanzaba el tarro. «Ábrelo», le decía. Fue así durante todo un año.
Quizá se refiere a que los herejes también pueden abrir tarros, pero no estoy segura. Igual tiene un significado más profundo, de lo contrario, no me habría servido para idear mi gran plan.
Abandono en silencio mi escondite, manteniéndome gacha y siempre a espaldas de la mujer. Me escabullo como una sombra entre la multitud de obstáculos, acercándome lenta y sigilosamente hacia Valya. Continúo como un gato cazando a un ratón. Me tomo el tiempo de calcular las distancias y entonces me preparo para actuar. Salto hacia la espalda de la mujer con la intención de entrelazar mis piernas, capturando su cintura, y acercar peligrosamente el filo de mi daga a su cuello.
—Un movimiento y te corto la puta garganta —le advertiría en caso de conseguirlo—. ¿Quieres que te perdone la vida, Tetas? Entonces vas a tranquilizarte, ¿me oíste? Vas a pedirle perdón al viejo por destruir el local y pagarás los arreglos de mi bote. Un solo pero y te rajo, juro que te rajo.
Me llevo el pulgar a la boca y comienzo a inflarlo a la vez que Valya le responde al anciano para luego escupirse la mano. Bien, he terminado de preparar mi gran truco de magia. Cuando lanza la bofetada al aire me escabullo entre la infinidad de cosas que tiene Muma, abandonando a un pobre pero útil clon que ha reemplazado mi lugar. Me cubro la cabeza cuando todo empieza a estallar, escondiéndome detrás de un barco a medio reparar. Me saltan las astillas sobre la cabeza y el aserrín se cuela por mi nariz, pero me obligo a no toser.
El clon descansa sobre un charco de sangre, dando la impresión de que he muerto de verdad. Cualquiera pensaría que ese saco mierda de prendas negras y ensangrentadas soy yo. Espíritu de la Vida es un truco perfecto para reubicarme en el campo de batalla y cambiar el ritmo de la pelea. En una situación normal el enemigo baja la guardia y comprueba mis signos vitales, tiempo que aprovecho para clavar una rápida y mortal puñalada. Sin embargo, tengo más opciones que solo matar a esta mujer y luego meterme en más problemas. Puedo huir y regresar más tarde, aunque me tienta más la tercera alternativa.
Como las calles de Yhardum estaban en mal estado solían acumularse pozas cuando llovía. Me gustaba saltar en los charcos de agua luego de mis entrenamientos. Era el único momento del día en que podía ser una niña, supongo. Pero un día me encontré a Michael, uno de mis mentores, y comenzó a hablarme de muchas cosas. Me contó que un buen inquisidor sabe a quién crucificar y a quién no. Tenía once años. Las Santas Escrituras nos obligan a purificar (asesinar) a cualquiera que no profese la religión de la Madre Luna, pero en todos sitios hay vacíos legales. El tema es «cuándo», dijo él. Le pregunté a qué se refería.
—Durante todo un año obligué a un hereje a abrir mi tarro de mantequilla de maní. Todos los días me levantaba temprano por la madrugada, iba a su celda y le lanzaba el tarro. «Ábrelo», le decía. Fue así durante todo un año.
Quizá se refiere a que los herejes también pueden abrir tarros, pero no estoy segura. Igual tiene un significado más profundo, de lo contrario, no me habría servido para idear mi gran plan.
Abandono en silencio mi escondite, manteniéndome gacha y siempre a espaldas de la mujer. Me escabullo como una sombra entre la multitud de obstáculos, acercándome lenta y sigilosamente hacia Valya. Continúo como un gato cazando a un ratón. Me tomo el tiempo de calcular las distancias y entonces me preparo para actuar. Salto hacia la espalda de la mujer con la intención de entrelazar mis piernas, capturando su cintura, y acercar peligrosamente el filo de mi daga a su cuello.
—Un movimiento y te corto la puta garganta —le advertiría en caso de conseguirlo—. ¿Quieres que te perdone la vida, Tetas? Entonces vas a tranquilizarte, ¿me oíste? Vas a pedirle perdón al viejo por destruir el local y pagarás los arreglos de mi bote. Un solo pero y te rajo, juro que te rajo.
- Cosas usadas:
- Nombre de la técnica: Espíritu de la Vida.
Categoría: Especial/Espiritual.
Descripción: Anna prepara un gran truco de magia que ha desconcertado a mucha gente, tardando medio segundo en prepararlo y otro medio en ejecutarlo. Anna desaparece por arte de magia y deja un doble realista en su posición, el cual no se moverá ni tendrá signos vitales; mucho menos presencia. Pero sirve para despistar al enemigo y hacerle creer cosas como, por ejemplo, que Anna ha muerto. Por lo general, tiene tiempo para dejar un explosivo junto al doble. Puede usar esta técnica una vez cada dos turnos.
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Muy precavida, desde luego. Llevar clones hinchables encima siempre viene bien para todo. En el caos que sigue a tu “muerte” no tienes problemas para escabullirte hacia la espalda de Valya. Esos segundos de desconcierto en los que la mujer se lamenta de forma burlona de haberte matado sin querer cuando solo pretendía darte una pequeña lección valen oro, pero no eres la única que los aprovecha.
Muma se lanza a un concurso de improperios y maldiciones consigo mismo, y parece que va ganando. Mezcla barbaridades tanto en el idioma común como en el nativo, cosas que harían sonrojarse al más aguerrido pirata. ¡No se puede hacer eso con el codo humano! Por supuesto, él si te ve perfectamente mientras zigzagueas por su tienda como una víbora entre la hierba. Al fin y al cabo, a él le importa un huevo que te hayas muerto. O que una copia tuya se haya muerto. Lo que más le preocupa es cómo va a sacar la sangre de la madera.
Más o menos cuando le haces el abrazo del koala a Valya, Muma se acuerda de que tiene un arma bajo el mostrador. Tu cuchillo reposa amenazante en el cuello de la mujer desnuda, y una escopeta vieja y plagada de arañazos os apunta a ambas alternativamente.
-¡Maldita sea, ¿qué he dicho, eh?! ¡Debería mataros a las dos! -grita Muma, pero Valya lo ignora. Está demasiado ocupada prestando atención a la hoja que tiene en la yugular.
-Un truco curioso. Me gustan los trucos curiosos.
No sé si puedes verlo, porque estás tras ella, pero un hilillo de baba cuelga de su boca mientras habla. Es asqueroso. Arruina totalmente el momento, a decir verdad, como un pedo en mitad de un discurso.
-Pero...
¡Eh, ha dicho “pero”!
Antes de que puedas rajarla, la saliva ha llegado al cuchillo. Se enrosca en torno a la hoja y la sujeta con una fuerza impropia de... bueno, pues de la saliva. Entonces notas una gran fuerza tirar de ti. La baba te lanza por los aires hacia el otro lado de la tienda, donde el ataque anterior ha hecho estragos. A juzgar por su forma de reírse, a Valya debe hacerla mucha más gracia que al dueño.
-¡Jodida lo...!
Muma no termina la frase, porque la joven le aparta el arma de una patada. El tendero dispara, agujereando el techo, y un segundo después ya tiene muchas menos ganas de pelear, pues Valya se pone un poco más seria. Se escupe en las manos, las junta y, a medida que las va separando despacio, un sable curvo y traslúcido hecho de... sí, de saliva, se ha materializado de la nada. Huele un poquito fuerte, si me permites la aclaración.
-¿Te sabes más trucos?
De inmediato, lanza un corte hacia ti sin necesidad de acercarse. La hoja se estira y deforma como una serpiente -una serpiente un poco asquerosilla y con algunas burbujitas- para acortar las distancias y hacerte un poco de daño.
Muma se lanza a un concurso de improperios y maldiciones consigo mismo, y parece que va ganando. Mezcla barbaridades tanto en el idioma común como en el nativo, cosas que harían sonrojarse al más aguerrido pirata. ¡No se puede hacer eso con el codo humano! Por supuesto, él si te ve perfectamente mientras zigzagueas por su tienda como una víbora entre la hierba. Al fin y al cabo, a él le importa un huevo que te hayas muerto. O que una copia tuya se haya muerto. Lo que más le preocupa es cómo va a sacar la sangre de la madera.
Más o menos cuando le haces el abrazo del koala a Valya, Muma se acuerda de que tiene un arma bajo el mostrador. Tu cuchillo reposa amenazante en el cuello de la mujer desnuda, y una escopeta vieja y plagada de arañazos os apunta a ambas alternativamente.
-¡Maldita sea, ¿qué he dicho, eh?! ¡Debería mataros a las dos! -grita Muma, pero Valya lo ignora. Está demasiado ocupada prestando atención a la hoja que tiene en la yugular.
-Un truco curioso. Me gustan los trucos curiosos.
No sé si puedes verlo, porque estás tras ella, pero un hilillo de baba cuelga de su boca mientras habla. Es asqueroso. Arruina totalmente el momento, a decir verdad, como un pedo en mitad de un discurso.
-Pero...
¡Eh, ha dicho “pero”!
Antes de que puedas rajarla, la saliva ha llegado al cuchillo. Se enrosca en torno a la hoja y la sujeta con una fuerza impropia de... bueno, pues de la saliva. Entonces notas una gran fuerza tirar de ti. La baba te lanza por los aires hacia el otro lado de la tienda, donde el ataque anterior ha hecho estragos. A juzgar por su forma de reírse, a Valya debe hacerla mucha más gracia que al dueño.
-¡Jodida lo...!
Muma no termina la frase, porque la joven le aparta el arma de una patada. El tendero dispara, agujereando el techo, y un segundo después ya tiene muchas menos ganas de pelear, pues Valya se pone un poco más seria. Se escupe en las manos, las junta y, a medida que las va separando despacio, un sable curvo y traslúcido hecho de... sí, de saliva, se ha materializado de la nada. Huele un poquito fuerte, si me permites la aclaración.
-¿Te sabes más trucos?
De inmediato, lanza un corte hacia ti sin necesidad de acercarse. La hoja se estira y deforma como una serpiente -una serpiente un poco asquerosilla y con algunas burbujitas- para acortar las distancias y hacerte un poco de daño.
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Cualquiera con un mínimo instinto de conservación se preocuparía de una mujer que no teme a la muerte. ¡Ni siquiera yo habría actuado con tanta serenidad teniendo un cuchillo en el cuello! Esas cosas dan miedo, pero seguro que a Tetas le parece un paseo en la playa. Ignoro las maldiciones y advertencias del anciano porque, si soy sincera, mi preocupación más grande ahora mismo es esta loca. Me dispongo a rajarla cuando le oigo decir “pero”, sin embargo, mi daga de pronto se torna más pesada y una fuerza invisible me arroja hacia delante.
Suelto el arma cuando el vuelo comienza y me giro en mitad de este, cayendo cual gato salvaje sobre la madera destartalada y ensangrentada. No solo ha evitado que le corte la garganta, sino que también ha parado al viejo de la escopeta. Creo que me he metido con la persona equivocada. Una sensación incómodamente familiar recorre mi espalda, subiendo como un suspiro frío que se rebela en mi cabeza como una peligrosa visión. Mientras Tetas juega con un poco más de saliva, le echo un ojo al taller y se me ocurre una idea, pero pronto mi atención se dirige hacia el sable translúcido que ha formado como por arte de magia.
—Las putas como tú deben ser crucificadas —le espeto en un susurro, mirándole fijamente para no perderme ninguno de sus movimientos. Como me distraiga acabaré tan muerta como el clon inflable que descansa en el piso.
Me hago a un lado un momento antes de que la espada serpenteante impacte, haciendo parecer que me ha golpeado en un costado. Bajo la máscara dibujo una mueca de dolor. Si bien me ha rozado, ha dolido casi tanto como una patada en las costillas, pero creo que solo quedará un moretón un poco feo. La hoja rasga mis prendas y una mancha de sangre aparece. Puede parecer que estoy exagerando, pero ella no tiene porqué saber la gravedad de mis heridas.
Al término de mi lamentable pirueta, me quito rápidamente la capa y se la lanzo a Tetas en toda la cara; luego, cojo una daga escondida en algún bolsillo. Aprovecho ese importante lapso en el que desaparezco de su línea de visión para escabullirme lo más rauda que puedo en busca de su flanco izquierdo. Una vez en posición, me deslizo hacia ella para ejecutar una fina puñalada entre la tercera y cuarta costilla, apuntando a su corazón. Bueno, en realidad este es el plan A. Si noto que ha descubierto mis intenciones, transformaré la puñalada en una finta, retirándola antes de impactar y usar el líquido carmesí de mi costado para dirigir una estaca de sangre solidificada. Si consigo darle con esta, ramificaré la punta para, bueno, asegurarme de que esta vez muera de verdad.
Suelto el arma cuando el vuelo comienza y me giro en mitad de este, cayendo cual gato salvaje sobre la madera destartalada y ensangrentada. No solo ha evitado que le corte la garganta, sino que también ha parado al viejo de la escopeta. Creo que me he metido con la persona equivocada. Una sensación incómodamente familiar recorre mi espalda, subiendo como un suspiro frío que se rebela en mi cabeza como una peligrosa visión. Mientras Tetas juega con un poco más de saliva, le echo un ojo al taller y se me ocurre una idea, pero pronto mi atención se dirige hacia el sable translúcido que ha formado como por arte de magia.
—Las putas como tú deben ser crucificadas —le espeto en un susurro, mirándole fijamente para no perderme ninguno de sus movimientos. Como me distraiga acabaré tan muerta como el clon inflable que descansa en el piso.
Me hago a un lado un momento antes de que la espada serpenteante impacte, haciendo parecer que me ha golpeado en un costado. Bajo la máscara dibujo una mueca de dolor. Si bien me ha rozado, ha dolido casi tanto como una patada en las costillas, pero creo que solo quedará un moretón un poco feo. La hoja rasga mis prendas y una mancha de sangre aparece. Puede parecer que estoy exagerando, pero ella no tiene porqué saber la gravedad de mis heridas.
Al término de mi lamentable pirueta, me quito rápidamente la capa y se la lanzo a Tetas en toda la cara; luego, cojo una daga escondida en algún bolsillo. Aprovecho ese importante lapso en el que desaparezco de su línea de visión para escabullirme lo más rauda que puedo en busca de su flanco izquierdo. Una vez en posición, me deslizo hacia ella para ejecutar una fina puñalada entre la tercera y cuarta costilla, apuntando a su corazón. Bueno, en realidad este es el plan A. Si noto que ha descubierto mis intenciones, transformaré la puñalada en una finta, retirándola antes de impactar y usar el líquido carmesí de mi costado para dirigir una estaca de sangre solidificada. Si consigo darle con esta, ramificaré la punta para, bueno, asegurarme de que esta vez muera de verdad.
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La capa no dura mucho en juego, porque Valya la intercepta con un escupitajo en forma de telaraña, pero supone distracción suficiente como para darte un segundo de ventaja. Cuando la prenda cae al suelo, empapada y maloliente, la desconocida retrae su sable de baba y se prepara para atacar. Se lanza a detener tu puñalada, que acaba en nada, pero no se espera el arma roja que brota de tu herida.
Sonríe, pillada por sorpresa, mientras su arma cambia de forma para interceptar la tuya. Muma pone una cara... La verdad es que tenéis dos habilidades sumamente desagradables a todos los sentidos. El caso es que la saliva envuelve la sangre casi lo bastante rápido. La punta de tu lanza acierta a hundirse bajo las costillas de tu rival, atravesándola por la espalda y confundiéndose después con la sangre que derrama. No obstante, la baba del sable se mezcla con tu arma y la deshace antes de que pueda causar más daño.
Valya gruñe de dolor, una rodilla tocando tierra. Se lleva la mano al costado. Sus dedos no tardan en quedar cubiertos del mismo rojo que se derrama por el suelo. Oyes un silbido muy poco sano proveniente de ella. Con cada respiración, el aire escapa por donde no debería.
-Pajarito, pajarito... Sí que sabías trucos -se burla con voz entrecortada. Acto seguido, se escupe en la mano y cubre su herida con saliva. El sangrado se detiene, mas no así el silbido-. Ahora sí que voy a tener que matarte.
De repente, cae un melón en la tienda. Muma grita y se pone a cubierto tras el mostrador. La fruta tiene un tallo de unos cinco centímetros que se va quemando a una velocidad alarmante. Cuando estalla provoca una onda de choque de color azul que lo lanza todo y a todos contra las paredes del local.
No llegarás a contar hasta cinco antes de que un grupo de nativos entre a poner orden. Visten con faldas de hojas y cáñamo teñidas de negro, pero llevan un chaleco de apariencia moderna y unas extrañas gafas, como si fuesen visores de alta tecnología. Puedes ver cómo todos portan armas similares a la que tenía el tendero que te disparó antes, además de cinturones repletos de distintos tipos de frutas. Varios de ellos se acercan a Muma, Valya y a ti con unos grilletes.
Algo me dice que te espera el trullo.
Sonríe, pillada por sorpresa, mientras su arma cambia de forma para interceptar la tuya. Muma pone una cara... La verdad es que tenéis dos habilidades sumamente desagradables a todos los sentidos. El caso es que la saliva envuelve la sangre casi lo bastante rápido. La punta de tu lanza acierta a hundirse bajo las costillas de tu rival, atravesándola por la espalda y confundiéndose después con la sangre que derrama. No obstante, la baba del sable se mezcla con tu arma y la deshace antes de que pueda causar más daño.
Valya gruñe de dolor, una rodilla tocando tierra. Se lleva la mano al costado. Sus dedos no tardan en quedar cubiertos del mismo rojo que se derrama por el suelo. Oyes un silbido muy poco sano proveniente de ella. Con cada respiración, el aire escapa por donde no debería.
-Pajarito, pajarito... Sí que sabías trucos -se burla con voz entrecortada. Acto seguido, se escupe en la mano y cubre su herida con saliva. El sangrado se detiene, mas no así el silbido-. Ahora sí que voy a tener que matarte.
De repente, cae un melón en la tienda. Muma grita y se pone a cubierto tras el mostrador. La fruta tiene un tallo de unos cinco centímetros que se va quemando a una velocidad alarmante. Cuando estalla provoca una onda de choque de color azul que lo lanza todo y a todos contra las paredes del local.
No llegarás a contar hasta cinco antes de que un grupo de nativos entre a poner orden. Visten con faldas de hojas y cáñamo teñidas de negro, pero llevan un chaleco de apariencia moderna y unas extrañas gafas, como si fuesen visores de alta tecnología. Puedes ver cómo todos portan armas similares a la que tenía el tendero que te disparó antes, además de cinturones repletos de distintos tipos de frutas. Varios de ellos se acercan a Muma, Valya y a ti con unos grilletes.
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Tetas estaría muerta si peleáramos en un lugar más oscuro que el taller de Muma. Esperaba que reaccionara a la puñalada, pero no que moviera su cuerpo para evitar la herida mortal. La estaca de sangre endurecida debió haberle perforado el corazón, sin embargo, la mujer sigue respirando. Hace un sonido raro, como si tuviera complejo de silbato, y al menos le ha dolido. Con una rodilla en el suelo y estando gravemente herida aún tiene la valentía de decir que me matará.
Arrugo la nariz y miro con desaprobación a Tetas cuando se recubre la herida con baba. ¿Acaso no puede ser más asquerosa? Como si no fuera suficiente andar con las tetas al aire, va por la vida escupiéndole a la gente. Debo acabar con este monstruo. Me acerco hacia ella con cautela, atenta a cada movimiento que pueda hacer. Continúo acercándome con la intención de cortarle el cuello, pero entonces escucho un cuerpo rebotando sobre la madera. Me giro para ver el melón al mismo tiempo Muma grita.
Abandono de inmediato la idea de matar a esta mujer para ponerme a salvo tras el esqueleto de un barco a medio armar, pero la onda expansiva me alcanza antes de lograrlo. Siento como si un chivo me hubiera dado un cabezazo en la espalda, me duelen los huesos y me zumban los oídos. De pronto, todo se ha vuelto borroso para mí. Escucho gritos a lo lejos y veo figuras distorsionadas, como palitroques con faldas, corriendo hacia nosotros. Poco a poco recupero la vista y consigo distinguir los hombres que han irrumpido en el lugar: es la policía.
Si en Yhardum los inquisidores allanábamos casas repartiendo flechazos, no puedo quejarme de que esta gente nos lance una melobomba por la cara. Estoy levantándome, considerando todas mis posibilidades, cuando un hombre se acerca rápidamente hacia mí con grilletes en mano. Me siento molida, como si me hubieran puesto dentro de una maraca y a sacudirla, casi pienso que mis huesos son de cristal. Sin embargo, por muy dolorida que esté no puedo dejar que la policía me capture. Habrá preguntas, siempre las hay, y no estoy en posición de responder ninguna cosa.
Cuando el policía se me acerca con los grilletes en mano, ordenándome que no mueva un puto músculo, preparo una vez más el truco de hace un rato. Algo se mueve entre mis prendas, llamando la atención del hombre. Y entonces un cuervo sale por el pico de mi máscara. Acto seguido, mi propio cuerpo estalla en una decena de aves negras que graznan y aletean hacia el cielo. Por mi parte, aprovecho esta única oportunidad para escabullirme por entre el sinfín de obstáculos en dirección a la salida. Una vez consiga llegar echaré a correr lo más deprisa que pueda como si el mismo diablo me estuviera persiguiendo.
Arrugo la nariz y miro con desaprobación a Tetas cuando se recubre la herida con baba. ¿Acaso no puede ser más asquerosa? Como si no fuera suficiente andar con las tetas al aire, va por la vida escupiéndole a la gente. Debo acabar con este monstruo. Me acerco hacia ella con cautela, atenta a cada movimiento que pueda hacer. Continúo acercándome con la intención de cortarle el cuello, pero entonces escucho un cuerpo rebotando sobre la madera. Me giro para ver el melón al mismo tiempo Muma grita.
Abandono de inmediato la idea de matar a esta mujer para ponerme a salvo tras el esqueleto de un barco a medio armar, pero la onda expansiva me alcanza antes de lograrlo. Siento como si un chivo me hubiera dado un cabezazo en la espalda, me duelen los huesos y me zumban los oídos. De pronto, todo se ha vuelto borroso para mí. Escucho gritos a lo lejos y veo figuras distorsionadas, como palitroques con faldas, corriendo hacia nosotros. Poco a poco recupero la vista y consigo distinguir los hombres que han irrumpido en el lugar: es la policía.
Si en Yhardum los inquisidores allanábamos casas repartiendo flechazos, no puedo quejarme de que esta gente nos lance una melobomba por la cara. Estoy levantándome, considerando todas mis posibilidades, cuando un hombre se acerca rápidamente hacia mí con grilletes en mano. Me siento molida, como si me hubieran puesto dentro de una maraca y a sacudirla, casi pienso que mis huesos son de cristal. Sin embargo, por muy dolorida que esté no puedo dejar que la policía me capture. Habrá preguntas, siempre las hay, y no estoy en posición de responder ninguna cosa.
Cuando el policía se me acerca con los grilletes en mano, ordenándome que no mueva un puto músculo, preparo una vez más el truco de hace un rato. Algo se mueve entre mis prendas, llamando la atención del hombre. Y entonces un cuervo sale por el pico de mi máscara. Acto seguido, mi propio cuerpo estalla en una decena de aves negras que graznan y aletean hacia el cielo. Por mi parte, aprovecho esta única oportunidad para escabullirme por entre el sinfín de obstáculos en dirección a la salida. Una vez consiga llegar echaré a correr lo más deprisa que pueda como si el mismo diablo me estuviera persiguiendo.
- Spoiler:
- Uso la misma técnica de antes, espíritu del cuervo creo que se llama.
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Pobres cuervos. No sé dónde los tenías guardados, pero cuando los disparos de los nativos acaban con ellos sus restos podrían caberte en un bolsillo. Sus armas no causan tantos estragos como la del vendedor de antes, si no que disparan haces de luz bastante más finos y precisos que dan cuenta eficazmente de tus mágicos sacos de plumas.
Esa es la mala noticia; la buena es que has causado caos suficiente como para escabullirte... más o menos. Si bien los que tenías más cerca han quedado envueltos en la bandada de pajarracos, los cuatro que han quedado fuera te ven salir sin problemas. Uno de ellos, apostado sobre una caja metálica flotante que bien puede ser algún tipo de vehículo, abre fuego contra ti. Un rayo blanco incinera el aire mientras se dirige hacia tu pecho.
Suerte que cuentas con ayuda. Cuando otro guardia te apunta a la cabeza, una espada translúcida se le hunde en la sien, atravesándole el cráneo de parte a parte. Entonces la baba se extiende hasta cubrir su cuerpo entero como una armadura y, a pesar de que el hombre está muerto, empieza a moverlo. Es macabro. El pobre tipo se convierte en una marioneta de carne controlada por un escupitajo, atacando a sus camaradas con movimientos desmañados y torpes.
Esa distracción funciona bastante mejor y da tiempo a que Valya salga de la tienda al ritmo que le marcan sus heridas, cargada con la caja que había ido a recoger. Los policías de dentro están todos muertos.
-¡Aquí!
No es una voz, es un graznido. El pájaro de colores habla, fíjate tú que cosas. Vuela sobre la zona, amagando con avanzar por una calle en concreto a la espera de que le sigan. Cada segundo que pasa, la huida se complica, porque no son pocos los nativos que salen de los edificios atraídos por el ruido y abarrotan las calles. Entre ellos destaca alguno que va armado y uniformado, cuyas exclamaciones se pierden entre el cúmulo de voces de las docenas de curiosos.
Sobre vuestras cabezas, una canoa voladora hace su aparición. Parece que hay un par de personas dentro, aunque van cubiertas por capas oscuras y capuchas que les cubren la cara. Una cuerda desciende cerca de ti. Desde lo alto, uno de sus ocupantes te hace señas para que subas. Y rápido, porque varios vehículos voladores se intuyen ya a no mucha distancia. En otra dirección, el pájaro sigue revoloteando. Valya le sigue y comienzan a alejarse.
Tú decides de quién te fías, chica cuervo.
Esa es la mala noticia; la buena es que has causado caos suficiente como para escabullirte... más o menos. Si bien los que tenías más cerca han quedado envueltos en la bandada de pajarracos, los cuatro que han quedado fuera te ven salir sin problemas. Uno de ellos, apostado sobre una caja metálica flotante que bien puede ser algún tipo de vehículo, abre fuego contra ti. Un rayo blanco incinera el aire mientras se dirige hacia tu pecho.
Suerte que cuentas con ayuda. Cuando otro guardia te apunta a la cabeza, una espada translúcida se le hunde en la sien, atravesándole el cráneo de parte a parte. Entonces la baba se extiende hasta cubrir su cuerpo entero como una armadura y, a pesar de que el hombre está muerto, empieza a moverlo. Es macabro. El pobre tipo se convierte en una marioneta de carne controlada por un escupitajo, atacando a sus camaradas con movimientos desmañados y torpes.
Esa distracción funciona bastante mejor y da tiempo a que Valya salga de la tienda al ritmo que le marcan sus heridas, cargada con la caja que había ido a recoger. Los policías de dentro están todos muertos.
-¡Aquí!
No es una voz, es un graznido. El pájaro de colores habla, fíjate tú que cosas. Vuela sobre la zona, amagando con avanzar por una calle en concreto a la espera de que le sigan. Cada segundo que pasa, la huida se complica, porque no son pocos los nativos que salen de los edificios atraídos por el ruido y abarrotan las calles. Entre ellos destaca alguno que va armado y uniformado, cuyas exclamaciones se pierden entre el cúmulo de voces de las docenas de curiosos.
Sobre vuestras cabezas, una canoa voladora hace su aparición. Parece que hay un par de personas dentro, aunque van cubiertas por capas oscuras y capuchas que les cubren la cara. Una cuerda desciende cerca de ti. Desde lo alto, uno de sus ocupantes te hace señas para que subas. Y rápido, porque varios vehículos voladores se intuyen ya a no mucha distancia. En otra dirección, el pájaro sigue revoloteando. Valya le sigue y comienzan a alejarse.
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Una ola de peligro invade mi cuerpo nada más salir del taller de Muma. Debí suponer que habría guardias en la salida, pero aún no estoy perdida. Uno de ellos me apunta y dispara sin dudarlo. Podría haber rodado, pero igual no habría tenido tiempo para esquivar. Por el contrario, acomodo mi cuerpo de tal manera que busco reducir el máximo daño posible, y para ello sacrifico mi hombro izquierdo. Cuando el haz de luz me impacta, doy un paso hacia atrás en un intento de amortiguar el impacto. El olor de la carne chamuscada entra por mi nariz y el dolor me hace soltar un quejido humillante; debo dar gracias por conservar el brazo.
Me preparo para el siguiente disparo, pero entonces una espada se hunde en la sien del guardia. Puedo estar acostumbrada a la muerte, pero aun así no deja de sorprenderme: cada vez descubro nuevas formas de morir. Y creo que sería doloroso para el orgullo ser asesinado por una espada de baba. Lo interesante es que la saliva pareciera parasitar el cadáver, tomando el control de este como si fuera una marioneta. Tomo mis apuntes mentales, pues yo también quiero hacer algo así con la sangre.
A pesar de que Tetas está gravemente herida, ha podido matar a todos los policías. ¿Creo que estoy en problemas…? Esa caja debe importarle mucho como para sacarla del taller en medio de esta situación. Podría robársela para joderle la vida, pero la verdad es que quiero conservar la mía. Bastante daño he hecho ya intentando atravesarle el corazón. Uf, entre la mujer medio muerta, la canoa mágica y el pájaro chillón no sé qué debería hacer.
Intento pensar en mis opciones pese a que el tiempo no me sobra. Raro sería seguirle el juego a un pájaro que ha aparecido de la nada, sobre todo si Valya va en esa dirección. Me da curiosidad lo que lleva en la caja, pero aprecio lo suficiente mi vida para no meterme en su camino. Que se la lleve a su jefe, me da igual. Por otro lado, esta cuerda sospechosamente conveniente me tienta, no estoy acostumbrada a que caigan cuerdas salvadoras del cielo, y algo me dice que estaré en graves problemas si me involucro con la gente encapuchada.
Comienzo a trepar la cuerda, esperando que la canoa sea rápida. ¿Que por qué estoy subiendo? Ah, bueno. Ya dije que el tiempo no me sobra. Huiré cuando tenga la oportunidad y buscaré a otro carpintero; tengo suerte de que no hayan visto mi rostro: ventajas de usar máscara.
Me preparo para el siguiente disparo, pero entonces una espada se hunde en la sien del guardia. Puedo estar acostumbrada a la muerte, pero aun así no deja de sorprenderme: cada vez descubro nuevas formas de morir. Y creo que sería doloroso para el orgullo ser asesinado por una espada de baba. Lo interesante es que la saliva pareciera parasitar el cadáver, tomando el control de este como si fuera una marioneta. Tomo mis apuntes mentales, pues yo también quiero hacer algo así con la sangre.
A pesar de que Tetas está gravemente herida, ha podido matar a todos los policías. ¿Creo que estoy en problemas…? Esa caja debe importarle mucho como para sacarla del taller en medio de esta situación. Podría robársela para joderle la vida, pero la verdad es que quiero conservar la mía. Bastante daño he hecho ya intentando atravesarle el corazón. Uf, entre la mujer medio muerta, la canoa mágica y el pájaro chillón no sé qué debería hacer.
Intento pensar en mis opciones pese a que el tiempo no me sobra. Raro sería seguirle el juego a un pájaro que ha aparecido de la nada, sobre todo si Valya va en esa dirección. Me da curiosidad lo que lleva en la caja, pero aprecio lo suficiente mi vida para no meterme en su camino. Que se la lleve a su jefe, me da igual. Por otro lado, esta cuerda sospechosamente conveniente me tienta, no estoy acostumbrada a que caigan cuerdas salvadoras del cielo, y algo me dice que estaré en graves problemas si me involucro con la gente encapuchada.
Comienzo a trepar la cuerda, esperando que la canoa sea rápida. ¿Que por qué estoy subiendo? Ah, bueno. Ya dije que el tiempo no me sobra. Huiré cuando tenga la oportunidad y buscaré a otro carpintero; tengo suerte de que no hayan visto mi rostro: ventajas de usar máscara.
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Bienvenida a la canoa. Hay cuatro personas más, una de las cuales te recibe al otro lado de la cuerda. Puedes ver que empuña un arma, algo parecido a una pistola con una bobina de vidrio a un lado y una aguja que sobresale de su parte posterior. El encapuchado no te apunta con ella, aunque es obvio su estado de alerta. Al fondo de la embarcación, una joven -tan joven que parece no tener ni quince años- lleva el timón. Los otros dos desconocidos se asoman por la borda con sus armas.
-Siéntate -te indica el hombre. Bajo la capucha distinguirás el rostro tatuado de un nativo, en el que destaca el brillo verdoso de un ojo metálico.
La canoa acelera, dejando atrás rápidamente la zona del tumulto. La multitud pasa por debajo como una masa informe en constante movimiento. Surcáis el barrio azul a toda velocidad, pasando entre los edificios a la altura del segundo piso. Varias naves os persiguen. En algunos casos son pequeñas barcas individuales; otras son más grandes, con hasta seis soldados en ellas.
Tienes libertad para describir la persecución como gustes.
Los minutos pasan y dejáis atrás la zona tras ddespistar a las fuerzas hostiles, adentrándoos en una llanura de tierra arcillosa y roja. A intervalos regulares, chorros de color emergen de aquí y de allá. Se nota su calor incluso a cien metros de distancia. Por fin, libres ya de perseguidores, las capuchas se retiran.
-Joder, qué calor -dice uno de ellos. Es extranjero, un tipo de pelo cobrizo bastante desaliñado y una hilera de ojos tatuados en la mejilla izquierda-. ¿No nos dijiste que íbamos directos?
El hombretón que te ha tendido la cuerda se encoge de hombros.
-Pájaro problemas. Delincuente. Delincuente es recluta para Mora -dice sin más.
-Tú y tus excusas... ¿Quién eres? -Esta vez el de los ojos tatuados te habla a ti-. Casi me vuelan el culo por tu culpa. Espero que no seas un carterista o algo así.
-No le hagas caso. Mi nieto es muy rudo con la gente. No tiene modales. -Quien habla es la cuarta persona, una mujer mayor de pelo canoso y rostro amable y arrugado. Se te acerca con curiosidad y te ofrece un caramelo amarillo-. Soy Dred. Él es Shakson.
-No nombres -gruñe el hombretón-. Nombres mal para Mora.
-Íbili. -La niña timonel se ha plantado a tu lado y te tiende la mano con una amplia sonrisa y las mejillas sonrosadas.
-¡No nombres!
-Voholik gruñón. Relaja, poajo ni ek hoholora. Por cierto, nave caer.
Íbili tiene razón. La canoa empieza a perder altura. ¿Eso es un chorro de humo? De humo naranja. Debe haber sufrido algún daño durante la persecución. El caso es que se os avecina un topetazo importante contra el suelo. Agárrate, chica pájaro.
-Siéntate -te indica el hombre. Bajo la capucha distinguirás el rostro tatuado de un nativo, en el que destaca el brillo verdoso de un ojo metálico.
La canoa acelera, dejando atrás rápidamente la zona del tumulto. La multitud pasa por debajo como una masa informe en constante movimiento. Surcáis el barrio azul a toda velocidad, pasando entre los edificios a la altura del segundo piso. Varias naves os persiguen. En algunos casos son pequeñas barcas individuales; otras son más grandes, con hasta seis soldados en ellas.
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-Joder, qué calor -dice uno de ellos. Es extranjero, un tipo de pelo cobrizo bastante desaliñado y una hilera de ojos tatuados en la mejilla izquierda-. ¿No nos dijiste que íbamos directos?
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-Pájaro problemas. Delincuente. Delincuente es recluta para Mora -dice sin más.
-Tú y tus excusas... ¿Quién eres? -Esta vez el de los ojos tatuados te habla a ti-. Casi me vuelan el culo por tu culpa. Espero que no seas un carterista o algo así.
-No le hagas caso. Mi nieto es muy rudo con la gente. No tiene modales. -Quien habla es la cuarta persona, una mujer mayor de pelo canoso y rostro amable y arrugado. Se te acerca con curiosidad y te ofrece un caramelo amarillo-. Soy Dred. Él es Shakson.
-No nombres -gruñe el hombretón-. Nombres mal para Mora.
-Íbili. -La niña timonel se ha plantado a tu lado y te tiende la mano con una amplia sonrisa y las mejillas sonrosadas.
-¡No nombres!
-Voholik gruñón. Relaja, poajo ni ek hoholora. Por cierto, nave caer.
Íbili tiene razón. La canoa empieza a perder altura. ¿Eso es un chorro de humo? De humo naranja. Debe haber sufrido algún daño durante la persecución. El caso es que se os avecina un topetazo importante contra el suelo. Agárrate, chica pájaro.
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Tomo asiento como me indica el encapuchado. No es que me agrade hacerle caso a gente desconocida, pero no quiero que me haga trocitos con esa extraña arma que lleva. Aprovecho el momento para comprobar la gravedad de mis heridas y, por suerte, estas no son tan importantes. Seguramente la quemadura en el hombro me dolerá un buen rato, pero no me impedirá moverme como suelo hacerlo; eso espero.
La canoa acelera y me voy hacia atrás, pegándome en la cabeza con… algo. Suelto un gruñido y me volteo a ver. La policía nos está persiguiendo a toda velocidad y pronto nos alcanzarán. Al conductor se le ocurre la maravillosa idea de descender, atropellando de paso a un señor que vende lechugas. Se disculpa y pisa el acelerador hasta el fondo. La gente se lanza al suelo para evitar ser arrollada. Atravesamos callejuelas estrechas y congestionadas. La buena noticia es que estamos dejando atrás a los policías.
Después de un par de explosiones, insultos varios y el robo de un gato, puedo decir que hemos dejado atrás a los policías. De pronto mi corazón parece latir con normalidad y aliviada suelto un suspiro. Me asomo por la canoa, con el gato negro entre los brazos, y veo la extensa llanura de tierras rojas, preguntándome a dónde nos dirigimos. Le pregunto al gato por qué esta gente me ha ayudado, pero me responde con un maullido perezoso y entonces cierra los ojos. Oh, yo lo entiendo: es un fastidio hablar cuando no quieres hacerlo.
No soy ningún delincuente, sólo quiero largarme de este estúpido lugar, pienso a medida que los oigo hablar. Creo que nos dirigimos a donde se encuentra Mora. ¿Quién es él? Ni puta idea, pero al parecer es un reclutador de criminales y disidentes sociales. Espero que no sea un salvador o algo así, lo último que necesito es involucrarme en una misión tipo «salvar el país de una élite conspiradora».
—No tengo nombre, puedes llamarme como quieras —le respondo al de los ojos tatuados, posando mi mirada en él y luego volviendo a ver la llanura—. Y no fue mi culpa. La mujer de las tetas al aire me atacó, yo solo me defendí.
Rechazo el caramelo con un gesto de mano y repito sus nombres varias veces en mi cabeza para grabarlos. Acepto el saludo de Íbili y de pronto estamos cayendo. ¡Maldita sea, estamos cayendo! Mi corazón vuelve a latir como si hubiera comenzado la maratón de mi vida. Cierro los ojos y me concentro para formar una Esfera de Shinsoo. Ya estoy lo suficientemente maltratada como para seguir sumando heridas. Una pelota plateada, como si tuviera toda el agua del mar en su interior, aparece sobre mi cabeza y rápidamente se transforma en un Disco de Shinsoo.
Me subo a la plataforma voladora mientras el caos reina en la canoa. Invito a Íbili a subirse y, acepte o no mi invitación, me alejaré solo un poco del vehículo. ¿Que por qué a ella y no a los demás? Bueno, es la más pequeña. Tampoco es que el Disco de Shinsoo esté pensado para transportar a mucha gente.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Y crees que vayan a sobrevivir? —le pregunto a Íbili.
La canoa acelera y me voy hacia atrás, pegándome en la cabeza con… algo. Suelto un gruñido y me volteo a ver. La policía nos está persiguiendo a toda velocidad y pronto nos alcanzarán. Al conductor se le ocurre la maravillosa idea de descender, atropellando de paso a un señor que vende lechugas. Se disculpa y pisa el acelerador hasta el fondo. La gente se lanza al suelo para evitar ser arrollada. Atravesamos callejuelas estrechas y congestionadas. La buena noticia es que estamos dejando atrás a los policías.
Después de un par de explosiones, insultos varios y el robo de un gato, puedo decir que hemos dejado atrás a los policías. De pronto mi corazón parece latir con normalidad y aliviada suelto un suspiro. Me asomo por la canoa, con el gato negro entre los brazos, y veo la extensa llanura de tierras rojas, preguntándome a dónde nos dirigimos. Le pregunto al gato por qué esta gente me ha ayudado, pero me responde con un maullido perezoso y entonces cierra los ojos. Oh, yo lo entiendo: es un fastidio hablar cuando no quieres hacerlo.
No soy ningún delincuente, sólo quiero largarme de este estúpido lugar, pienso a medida que los oigo hablar. Creo que nos dirigimos a donde se encuentra Mora. ¿Quién es él? Ni puta idea, pero al parecer es un reclutador de criminales y disidentes sociales. Espero que no sea un salvador o algo así, lo último que necesito es involucrarme en una misión tipo «salvar el país de una élite conspiradora».
—No tengo nombre, puedes llamarme como quieras —le respondo al de los ojos tatuados, posando mi mirada en él y luego volviendo a ver la llanura—. Y no fue mi culpa. La mujer de las tetas al aire me atacó, yo solo me defendí.
Rechazo el caramelo con un gesto de mano y repito sus nombres varias veces en mi cabeza para grabarlos. Acepto el saludo de Íbili y de pronto estamos cayendo. ¡Maldita sea, estamos cayendo! Mi corazón vuelve a latir como si hubiera comenzado la maratón de mi vida. Cierro los ojos y me concentro para formar una Esfera de Shinsoo. Ya estoy lo suficientemente maltratada como para seguir sumando heridas. Una pelota plateada, como si tuviera toda el agua del mar en su interior, aparece sobre mi cabeza y rápidamente se transforma en un Disco de Shinsoo.
Me subo a la plataforma voladora mientras el caos reina en la canoa. Invito a Íbili a subirse y, acepte o no mi invitación, me alejaré solo un poco del vehículo. ¿Que por qué a ella y no a los demás? Bueno, es la más pequeña. Tampoco es que el Disco de Shinsoo esté pensado para transportar a mucha gente.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Y crees que vayan a sobrevivir? —le pregunto a Íbili.
- Cosas para que el moderador no busque en la ficha:
- Nombre de la técnica: Control del Shinsoo
Categoría: Especial
Naturaleza: Espiritual.
Descripción: Si el haki es la energía que está dentro de todas las criaturas del mundo, el shinsoo es la energía que está dentro de todas las cosas. O algo así. Los ángeles del Imperio de Praha lo usan para la batalla y Anna, durante sus aventuras, aprendió a controlarlo. Las Esferas de Shinsoo son la manera más básica de representar dicha energía y sirven para proyectar las técnicas relacionadas con esta. Anna puede crear hasta tres esferas, siendo cada una del tamaño de una pelota de fútbol y pareciera que encierran agua plateada como si fluyera permanentemente. Cada Esfera de Shinsoo sigue los movimientos de Anna, pudiendo mantenerse a una distancia de diez metros. Por lo demás, tarda un segundo en crear cada esfera.
A modo escénico, Anna puede envolverse de un aura plateada que no supondrá cambios de estadísticas, al menos no por el momento.
Nombre de la técnica: Disco de Shinsoo
Categoría: Genuina
Naturaleza: Espiritual
Descripción: Anna usa una de las tres esferas para transformarla en un disco sólido sobre el cual caben hasta dos personas (en términos humanos, claro). Este tiene una forma aerodinámica y rompe un poco la gravedad, permitiendo desplazarse por los cielos y alcanzar velocidades de 80 kilómetros por hora. Tarda un segundo en canalizar esta técnica. Si bien el disco dura hasta ser destruido, es frágil y cualquier puñetazo capaz de hender en un tronco de pino podría destrozarlo.
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Íbili acepta subirse a tu peculiar transporte con una sonrisa.
-Nosotros los buenos -te dice-. Salvamos mundo.
Qué mona. Y qué inconcreta.
Shakson no se lo toma tan bien, puesto que te maldice de formas que dan que pensar a una imaginación desbocada. Lo bueno es que dejas de oírlo cuando la canoa voladora empieza a perder trozos entre estallidos de luz. El fallo concreto y sus efectos son tan extraños como el propio vehículo, lo que no parece incomodar al hombretón que odia los nombres. De hecho, nada parece incomodarlo; el tipo se sienta con los brazos cruzados a la espera del choque. La señora mayor también está muy tranquila.
Antes de que la nave se estrelle, Shakson se lleva una mano al rostro. ¿Estás lo bastante cerca para verlo? Puede que no, aunque tal vez alcances a distinguir que hunde tres dedos en su piel y se arranca un ¿ojo? Lo lanza hacia abajo y un enorme globo ocular crece hasta proporciones demenciales. La canoa se estrella contra él y... y lo revienta. El ojo estalla como un melón maduro, salpicando de sangre y jugos varios un radio de cincuenta metros. Es asqueroso, pero al menos la canoa cae al suelo con relativa seguridad. Un surco de tierra y varias columnas de humo sobre un charco de humor vítreo y materia viscosa son la única prueba del brusco aterrizaje.
-A Voholik no gustará -te dice Íbili-. Él hombre muy limpio.
Y a juzgar por cómo el hombre de los ojos sale volando con una marca de bota en el pecho, a Voholik, empapado de baba y trozos de pupila, no le ha gustado. La ancianita, por su parte, está totalmente limpia y se dedica a hacer una y otra vez un cubo de rubik.
En fin, te recomiendo bajar y reunirte con tus nuevos amigos. O al menos acercarte a ver el mapa que despliega Voholik. Estáis en un lugar, cuando menos, peculiar. La tierra, húmeda y roja, está plagada de manchitas de color, especialmente alrededor de los géiseres. Hay multitud de agujeros repartidos por doquier, todos ellos fácilmente reconocibles por el cerco de colores que los enmarcan. El mapa señala claramente la ubicación de Lalaken, de donde venís, así como de varios asentamientos más. Hay una marca curiosa, una protuberancia que nace del litoral y se adentra en el mar, aunque tiene una forma rara para ser una lengua de tierra. En cualquier caso, Voholik la señala y mide con una regla la distancia entre varios puntos.
-Tres horas hasta Nobakalkal. -Señala en una dirección que parece completamente al azar-. Andamos.
No parece haber otro remedio. El camino hasta donde señala vuestro líder, guía o lo que sea atraviesa durante dos horas largas el campo de colores hasta una zona donde el terreno se eleva y se vuelve rocoso e irregular. Antes de que los chorros de colores queden atrás ya os estáis adentrando en un amplio bosque de bonsáis, todos ellos verdes, enanos y cargados de una curiosa frutita amarilla. El aroma de sus hojas se mezcla con el salitre que os llegará cuando os acerquéis al mar.
Eso si decides ir con ellos, claro. De ser así, es un viajecito largo. Parece una buena oportunidad para preguntar según qué cosas.
-Nosotros los buenos -te dice-. Salvamos mundo.
Qué mona. Y qué inconcreta.
Shakson no se lo toma tan bien, puesto que te maldice de formas que dan que pensar a una imaginación desbocada. Lo bueno es que dejas de oírlo cuando la canoa voladora empieza a perder trozos entre estallidos de luz. El fallo concreto y sus efectos son tan extraños como el propio vehículo, lo que no parece incomodar al hombretón que odia los nombres. De hecho, nada parece incomodarlo; el tipo se sienta con los brazos cruzados a la espera del choque. La señora mayor también está muy tranquila.
Antes de que la nave se estrelle, Shakson se lleva una mano al rostro. ¿Estás lo bastante cerca para verlo? Puede que no, aunque tal vez alcances a distinguir que hunde tres dedos en su piel y se arranca un ¿ojo? Lo lanza hacia abajo y un enorme globo ocular crece hasta proporciones demenciales. La canoa se estrella contra él y... y lo revienta. El ojo estalla como un melón maduro, salpicando de sangre y jugos varios un radio de cincuenta metros. Es asqueroso, pero al menos la canoa cae al suelo con relativa seguridad. Un surco de tierra y varias columnas de humo sobre un charco de humor vítreo y materia viscosa son la única prueba del brusco aterrizaje.
-A Voholik no gustará -te dice Íbili-. Él hombre muy limpio.
Y a juzgar por cómo el hombre de los ojos sale volando con una marca de bota en el pecho, a Voholik, empapado de baba y trozos de pupila, no le ha gustado. La ancianita, por su parte, está totalmente limpia y se dedica a hacer una y otra vez un cubo de rubik.
En fin, te recomiendo bajar y reunirte con tus nuevos amigos. O al menos acercarte a ver el mapa que despliega Voholik. Estáis en un lugar, cuando menos, peculiar. La tierra, húmeda y roja, está plagada de manchitas de color, especialmente alrededor de los géiseres. Hay multitud de agujeros repartidos por doquier, todos ellos fácilmente reconocibles por el cerco de colores que los enmarcan. El mapa señala claramente la ubicación de Lalaken, de donde venís, así como de varios asentamientos más. Hay una marca curiosa, una protuberancia que nace del litoral y se adentra en el mar, aunque tiene una forma rara para ser una lengua de tierra. En cualquier caso, Voholik la señala y mide con una regla la distancia entre varios puntos.
-Tres horas hasta Nobakalkal. -Señala en una dirección que parece completamente al azar-. Andamos.
No parece haber otro remedio. El camino hasta donde señala vuestro líder, guía o lo que sea atraviesa durante dos horas largas el campo de colores hasta una zona donde el terreno se eleva y se vuelve rocoso e irregular. Antes de que los chorros de colores queden atrás ya os estáis adentrando en un amplio bosque de bonsáis, todos ellos verdes, enanos y cargados de una curiosa frutita amarilla. El aroma de sus hojas se mezcla con el salitre que os llegará cuando os acerquéis al mar.
Eso si decides ir con ellos, claro. De ser así, es un viajecito largo. Parece una buena oportunidad para preguntar según qué cosas.
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¿Ha dicho que están salvando al mundo…? Oh, no, por favor no de nuevo. No quiero volver a jugar a la heroína, sólo quiero arreglar mi bote y largarme. ¡Ni siquiera llevo un día en esta isla y me han intentado matar tres veces! No estoy preparada mental ni físicamente para salvar mundos; seguro que todo es una broma, ¿no?
Lo que sucede a continuación es un poco… asqueroso, creo. No estoy acostumbrada a que la gente se saque un ojo y lo use como colchón anti caídas, pero supongo que puedo acostumbrarme. Saliva asesina, ojos enormes, rifles desintegradores… Al parecer todas estas cosas de locos son la rutina de esta isla del averno. Muy bonita y todo, pero no se la recomiendo a nadie.
—¿Quién es Voholik? —le pregunto, sosteniendo al señor Gato—. No sé quién es quién.
Bueno, quién los manda a presentarse todos a la vez.
—¿Y a qué te refieres con salvar el mundo? ¿Por qué me ayudaron?
Después de hablar (o no) desciendo sin prisa hasta llegar al suelo. El disco desaparece y observo la situación con gesto tranquilo. Entre la sangre que está en todos sitios y los agujeros por los cuales salen disparados chorros de vapor… Este lugar asusta mucho. Me acerco a la sangre casi hipnotizada por ella. Es repugnante pero encantadora a la vez, siempre he creído que tiene esa curiosa dualidad. Quiero untar mis dedos en ella, pero no me apetece quedar como la rara del grupo. Creo que suficiente tengo con este disfraz puesto.
—Tres horas es mucho tiempo… —susurro para mí con expresión pensante. La verdad es que no quiero acompañarlos, pero no sé cuáles son mis opciones ahora mismo. La policía me está buscando y, si bien puedo deshacerme del disfraz, volver es un problema. ¿Y si Valya tiene olfato de perro? Puede reconocerme; no correré ese riesgo.
Me encojo de hombros y luego suelto un suspiro, al final me he resignado a ir con ellos. Sin quejarme ni dar mi opinión comienzo a caminar, preocupada por el porvenir. Él dijo que son tres horas hasta Noba-no-sé-qué-mierda, pero perfectamente pueden ser cinco o seis. ¿Y si me da sed? Espero que esta gente tenga agua. Y antídotos por si nos llegase a picar algún bicho venenoso, ya la verdad es que me espero cualquier cosa.
Mientras panoramas poco amistosos vuelan en mi imaginación, avanzo pendiente de lo que sea que hablan. Yo también quiero hablar, pero no porque de verdad quiera, sino que tengo la necesidad de hacerlo, pero no por necesidad realmente, sino que debo saber qué hago aquí, ¿se entiende? Así que me acerco al hombre que parece saberlo todo: el del ojo.
—¿Hola? —Un saludo amistoso siempre cae bien—. Sí, mira. ¿Qué hago aquí? —Y una pregunta directa cuela en todos lados—. Solo quiero arreglar mi bote y marcharme, pero parece que a nadie le importa lo que yo quiera.
¿Por qué todo el mundo está tan empeñado en matarme? No soy la mejor chica del mundo, pero tampoco es que haya hecho tanto mal hasta ahora. Sí, intenté estafar a un vendedor e insulté a una pirata, pero no es gran cosa. ¿Quién se ofende tanto como para querer matar a otra persona? Y se supone que yo soy la violencia. Por si no tuviera suficiente, con cada paso que doy me alejo más de mi bote…
—Creo que me vendría bien una explicación —digo por último, antes de entrar al bosque.
Lo que sucede a continuación es un poco… asqueroso, creo. No estoy acostumbrada a que la gente se saque un ojo y lo use como colchón anti caídas, pero supongo que puedo acostumbrarme. Saliva asesina, ojos enormes, rifles desintegradores… Al parecer todas estas cosas de locos son la rutina de esta isla del averno. Muy bonita y todo, pero no se la recomiendo a nadie.
—¿Quién es Voholik? —le pregunto, sosteniendo al señor Gato—. No sé quién es quién.
Bueno, quién los manda a presentarse todos a la vez.
—¿Y a qué te refieres con salvar el mundo? ¿Por qué me ayudaron?
Después de hablar (o no) desciendo sin prisa hasta llegar al suelo. El disco desaparece y observo la situación con gesto tranquilo. Entre la sangre que está en todos sitios y los agujeros por los cuales salen disparados chorros de vapor… Este lugar asusta mucho. Me acerco a la sangre casi hipnotizada por ella. Es repugnante pero encantadora a la vez, siempre he creído que tiene esa curiosa dualidad. Quiero untar mis dedos en ella, pero no me apetece quedar como la rara del grupo. Creo que suficiente tengo con este disfraz puesto.
—Tres horas es mucho tiempo… —susurro para mí con expresión pensante. La verdad es que no quiero acompañarlos, pero no sé cuáles son mis opciones ahora mismo. La policía me está buscando y, si bien puedo deshacerme del disfraz, volver es un problema. ¿Y si Valya tiene olfato de perro? Puede reconocerme; no correré ese riesgo.
Me encojo de hombros y luego suelto un suspiro, al final me he resignado a ir con ellos. Sin quejarme ni dar mi opinión comienzo a caminar, preocupada por el porvenir. Él dijo que son tres horas hasta Noba-no-sé-qué-mierda, pero perfectamente pueden ser cinco o seis. ¿Y si me da sed? Espero que esta gente tenga agua. Y antídotos por si nos llegase a picar algún bicho venenoso, ya la verdad es que me espero cualquier cosa.
Mientras panoramas poco amistosos vuelan en mi imaginación, avanzo pendiente de lo que sea que hablan. Yo también quiero hablar, pero no porque de verdad quiera, sino que tengo la necesidad de hacerlo, pero no por necesidad realmente, sino que debo saber qué hago aquí, ¿se entiende? Así que me acerco al hombre que parece saberlo todo: el del ojo.
—¿Hola? —Un saludo amistoso siempre cae bien—. Sí, mira. ¿Qué hago aquí? —Y una pregunta directa cuela en todos lados—. Solo quiero arreglar mi bote y marcharme, pero parece que a nadie le importa lo que yo quiera.
¿Por qué todo el mundo está tan empeñado en matarme? No soy la mejor chica del mundo, pero tampoco es que haya hecho tanto mal hasta ahora. Sí, intenté estafar a un vendedor e insulté a una pirata, pero no es gran cosa. ¿Quién se ofende tanto como para querer matar a otra persona? Y se supone que yo soy la violencia. Por si no tuviera suficiente, con cada paso que doy me alejo más de mi bote…
—Creo que me vendría bien una explicación —digo por último, antes de entrar al bosque.
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-¿Y a mí qué cojones me cuentas? Me importa un huevo tu bote, bicho raro. A mí me han robado, me han hecho naufragar, me han perseguido y me han disparado con una especie de puta fruta gigante...
-El bananazooka -apunta la ancianita.
-Eso. ¿Y me oyes quejarme? No. En vez de eso estoy andando por un estúpido huerto de bonsáis para ganarme el pan, así que vete a contarle tus mierdas a otro, sopla...
-Queja mucho -gruñe Voholik, el hombretón silencioso-. Bananazooka ojalá apuntaba mejor.
-Ahora bromea el muy... Como ese Mora tuyo no tenga mi dinero te vas a enterar.
Shakson, el del ojo, continúa quejándose un buen rato. No sé si como explicación te vale, pero tampoco parece que te vaya a dar ninguna otra. Igual no debiste preguntarle a ese. Lo bueno es que Íbili te da fresas y... y ya, eso es todo lo bueno que te pasa durante la caminata.
Cuatro horas después de poneros en marcha llegáis a la costa. El bosque de bonsáis termina abruptamente en una larga línea de acantilados de piedra blanca. Allí, sobresaliendo del litoral como el espolón de un navío, se encuentra una palmera monstruosamente grande. Crece directamente de la pared del barranco, extendiéndose en paralelo a la superficie del agua, unos treinta metros por encima. Sus hojas más bajas casi rozan el agua.
Voholik os guía hacia ella. Queda poca luz a estas alturas del día, y el tronco de la palmera está sembrado de luces anaranjadas que parecen provenir de su interior. Por el camino podéis ver a todo tipo de gente, nativa y extranjera. No obstante, están lejos de parecer tan respetables como los ciudadanos de la capital. Un vistazo rápido a las aguas de alrededor te permitirá distinguir varios barcos pirata fondeados allí, y multitud de botes apelotonados cerca de un embarcadero diminuto que da a unos escalones tallados en la piedra.
Para cuando llegáis a la palmera ya deberías haberte dado cuenta de que está totalmente hueca. Cientos de personas han poblado su interior, como hormigas viviendo dentro de un caparazón. Y no solo personas...
-¡Kokowuwako! -exclama el hombre-coco.
La criaturita, una curiosa mezcla de fruta y persona, es como un coco con extremidades cortas y oscuras. Su cara está tallada en la corteza del coco, lo que le da un aire robusto y raro. Está pintado con varias franjas de colores y porta una lanza. Os encontráis a varios como él haciendo guardia frente a una gran abertura que da acceso al interior de la palmera.
-No asustar -te dice Íbili-. Son criaturas de Palmera. Inofensivos, aunque enfadicas. Mejor no insultas, ¿sí?
Voholik le da unas monedas al extraño ser y el grupo se adentra en la patria de los hombres-coco. El interior de la Palmera es como un enorme bar. Multitud de mesas, puestos de comida, barriles de cerveza de colores y gente disparándose medio en broma y medio en serio abarrotan el lugar. Da la sensación de que aquí cada uno hace lo que quiere. El hombretón os explica que esta es una zona sin ley, lo que es perfecto para vosotros a la par que peligroso.
De repente, un coco se planta delante vuestra. Lleva un tocado de plumas y empuña un cinturón hecho con granadas. Granadas con mecha. El coco, que se tambalea como si estuviera borracho, te señala.
-¡Kikabaka!
-Quiere ver cara tuya -traduce Íbili.
-¡Nikokubaka!
-Cara o granaboom.
Sí que son enfadicas, sí.
-El bananazooka -apunta la ancianita.
-Eso. ¿Y me oyes quejarme? No. En vez de eso estoy andando por un estúpido huerto de bonsáis para ganarme el pan, así que vete a contarle tus mierdas a otro, sopla...
-Queja mucho -gruñe Voholik, el hombretón silencioso-. Bananazooka ojalá apuntaba mejor.
-Ahora bromea el muy... Como ese Mora tuyo no tenga mi dinero te vas a enterar.
Shakson, el del ojo, continúa quejándose un buen rato. No sé si como explicación te vale, pero tampoco parece que te vaya a dar ninguna otra. Igual no debiste preguntarle a ese. Lo bueno es que Íbili te da fresas y... y ya, eso es todo lo bueno que te pasa durante la caminata.
Cuatro horas después de poneros en marcha llegáis a la costa. El bosque de bonsáis termina abruptamente en una larga línea de acantilados de piedra blanca. Allí, sobresaliendo del litoral como el espolón de un navío, se encuentra una palmera monstruosamente grande. Crece directamente de la pared del barranco, extendiéndose en paralelo a la superficie del agua, unos treinta metros por encima. Sus hojas más bajas casi rozan el agua.
Voholik os guía hacia ella. Queda poca luz a estas alturas del día, y el tronco de la palmera está sembrado de luces anaranjadas que parecen provenir de su interior. Por el camino podéis ver a todo tipo de gente, nativa y extranjera. No obstante, están lejos de parecer tan respetables como los ciudadanos de la capital. Un vistazo rápido a las aguas de alrededor te permitirá distinguir varios barcos pirata fondeados allí, y multitud de botes apelotonados cerca de un embarcadero diminuto que da a unos escalones tallados en la piedra.
Para cuando llegáis a la palmera ya deberías haberte dado cuenta de que está totalmente hueca. Cientos de personas han poblado su interior, como hormigas viviendo dentro de un caparazón. Y no solo personas...
-¡Kokowuwako! -exclama el hombre-coco.
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-No asustar -te dice Íbili-. Son criaturas de Palmera. Inofensivos, aunque enfadicas. Mejor no insultas, ¿sí?
Voholik le da unas monedas al extraño ser y el grupo se adentra en la patria de los hombres-coco. El interior de la Palmera es como un enorme bar. Multitud de mesas, puestos de comida, barriles de cerveza de colores y gente disparándose medio en broma y medio en serio abarrotan el lugar. Da la sensación de que aquí cada uno hace lo que quiere. El hombretón os explica que esta es una zona sin ley, lo que es perfecto para vosotros a la par que peligroso.
De repente, un coco se planta delante vuestra. Lleva un tocado de plumas y empuña un cinturón hecho con granadas. Granadas con mecha. El coco, que se tambalea como si estuviera borracho, te señala.
-¡Kikabaka!
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-Cara o granaboom.
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