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Anna Bloodfallen
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Levanto la guardia y entro en modo alerta cuando el hombre comienza a quejarse. Dice que no le importa mi barco, que le han robado, hecho naufragar, perseguido y disparado con una bananazooka. Quiero decirle que me da igual lo que le haya pasado, pero no quiero morir aplastada por un ojo gigante. Es tenebroso. Parece que entre ellos no se llevan muy bien, incluso diría que algunos se quieren matar. Mientras me dejen fuera de sus problemas yo no me opondré a nada.
Al final me toca caminar sin saber quién es Mora y por qué quieren que trabaje para él. ¿Me he unido al grupo de los héroes que salvan mundos o a la pandilla de ladrones? Si hay dinero involucrado creo que la pregunta se responde sola. Bueno, ni tan mal. Si puedo conseguir unas cuantas monedas podré arreglar el bote y largarme de esta isla. Incluso puedo gastar un poco más y comprar un barco grande, bonito y que huela bien. Sería como mi casa, mi propio hogar sobre el agua. Ni tan mal, pero fantasear no sirve de nada y jamás ha ayudado a nadie.
El camino es largo, pero al menos hay fresas. Me gustaría decir que todo se soluciona con fresas, pero creo que no puedo apuñalar a nadie con una de estas. Al menos son ricas. Lo que más me gusta es morderlas porque los jugos salen hacia todos lados, como una cabeza cuando la aplastas con una roca. Algo así, pero más sabroso. Al final del viaje, demasiado pesado para una niña como yo, llegamos a un acantilado conectado a… Espera, ¿esto es en serio?
—¿Qué hace esa palmera ahí? —pregunto en voz baja sin esperar respuesta. Ya la verdad es que me espero cualquier cosa en esta isla.
Todo es tan bonito e hipnotizante, pero seguramente sea mortal. Lo bonito aquí significa muerte. Y lo que no también, porque aquí la gente parece ser de todo menos buena. Camino escondida entre mis “compañeros”, esperando no meterme en problemas. En pedir no hay engaño, pero el que haya un hombre-coco vigilando lo que sea que vigile me da mala espina. Íbili dice que son criaturas de Palmera, que son inofensivas y que no debo insultarlas. Ya, lo que pasa es que aquí todos se ofenden por todo, si parecen hechos de cristal.
—Gracias por la advertencia —le respondo a Íbili—. ¿Cómo sabes su lengua? Olvídalo, creo que no quiero saberlo.
Dentro todo parece un caos, algo distinto a los suburbios de Yhardum por los ánimos, pero siento esa atmósfera de peligro. Creo que mi vida no está a salvo aquí. Busco la oportunidad de escabullirme, irme a cualquier sitio menos este, cuando un hombre-coco nos intercepta el paso. Lleva un tocado de plumas y parece… borracho. Me grita algo que no entiendo, pero la traductora del grupo dice que quiere ver mi rostro. ¿Por qué ha tenido que fijarse en mí cuando hay gente más interesante? No me apetece mostrarle mi cara, es una de las pocas cosas que tengo a mi favor. Mi única ventaja, y no la perderé solo porque un hombre-coco me pide que le muestre mi rostro, así que...
—Esta es mi cara, nací así —miento descaradamente—. Soy una niña-cuervo de las tierras de… de… Ramepal. Sí, eso. —Hago un rápido truco de magia: estiro la máscara como si fuera mi propia piel para que el hombre-coco me crea. Al mismo tiempo, mi mano disponible busca la empuñadura de una daga—. En todo caso, eres un hombre-coco muy racista.
Vale, creo que la acabo de cagar.
Al final me toca caminar sin saber quién es Mora y por qué quieren que trabaje para él. ¿Me he unido al grupo de los héroes que salvan mundos o a la pandilla de ladrones? Si hay dinero involucrado creo que la pregunta se responde sola. Bueno, ni tan mal. Si puedo conseguir unas cuantas monedas podré arreglar el bote y largarme de esta isla. Incluso puedo gastar un poco más y comprar un barco grande, bonito y que huela bien. Sería como mi casa, mi propio hogar sobre el agua. Ni tan mal, pero fantasear no sirve de nada y jamás ha ayudado a nadie.
El camino es largo, pero al menos hay fresas. Me gustaría decir que todo se soluciona con fresas, pero creo que no puedo apuñalar a nadie con una de estas. Al menos son ricas. Lo que más me gusta es morderlas porque los jugos salen hacia todos lados, como una cabeza cuando la aplastas con una roca. Algo así, pero más sabroso. Al final del viaje, demasiado pesado para una niña como yo, llegamos a un acantilado conectado a… Espera, ¿esto es en serio?
—¿Qué hace esa palmera ahí? —pregunto en voz baja sin esperar respuesta. Ya la verdad es que me espero cualquier cosa en esta isla.
Todo es tan bonito e hipnotizante, pero seguramente sea mortal. Lo bonito aquí significa muerte. Y lo que no también, porque aquí la gente parece ser de todo menos buena. Camino escondida entre mis “compañeros”, esperando no meterme en problemas. En pedir no hay engaño, pero el que haya un hombre-coco vigilando lo que sea que vigile me da mala espina. Íbili dice que son criaturas de Palmera, que son inofensivas y que no debo insultarlas. Ya, lo que pasa es que aquí todos se ofenden por todo, si parecen hechos de cristal.
—Gracias por la advertencia —le respondo a Íbili—. ¿Cómo sabes su lengua? Olvídalo, creo que no quiero saberlo.
Dentro todo parece un caos, algo distinto a los suburbios de Yhardum por los ánimos, pero siento esa atmósfera de peligro. Creo que mi vida no está a salvo aquí. Busco la oportunidad de escabullirme, irme a cualquier sitio menos este, cuando un hombre-coco nos intercepta el paso. Lleva un tocado de plumas y parece… borracho. Me grita algo que no entiendo, pero la traductora del grupo dice que quiere ver mi rostro. ¿Por qué ha tenido que fijarse en mí cuando hay gente más interesante? No me apetece mostrarle mi cara, es una de las pocas cosas que tengo a mi favor. Mi única ventaja, y no la perderé solo porque un hombre-coco me pide que le muestre mi rostro, así que...
—Esta es mi cara, nací así —miento descaradamente—. Soy una niña-cuervo de las tierras de… de… Ramepal. Sí, eso. —Hago un rápido truco de magia: estiro la máscara como si fuera mi propia piel para que el hombre-coco me crea. Al mismo tiempo, mi mano disponible busca la empuñadura de una daga—. En todo caso, eres un hombre-coco muy racista.
Vale, creo que la acabo de cagar.
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El hombre-coco parece satisfecho con tu respuesta. Más aún, el tío se echa a reír a carcajada limpia, una risa estridente y aguda salpicada de ocasionales trocitos de materia blanca -seguramente carne de coco- que se escapan de su boca. Es un poco asquerosillo, pero se aparta para dejaros pasar sin dejar de mirarte.
Hasta que vuelves a abrir la boca.
-Uhhh... -Íbili encoge los hombros con expresión preocupada-. No les llames coco. Nunca les llames coco.
La criatura reacciona furiosamente a tu comentario tan gratuitamente racista. Enarbola su lanza y se le suelta la lengua:
-¡Okikuawakakegembededekokio!
Yo tampoco sé qué ha dicho, pero da igual. Voholik el grandullón, que no tiene tiempo para tonterías, le sacude un patadón al coco que lo manda a tomar viento fuera de vuestra vista. Luego te fulmina con la mirada.
-No montes escándalos, ¿quieres? Mora espera.
Mora, que, en efecto, espera, comparte un reservado con un par de personas. Los tres son nativos de Lalaken, a juzgar por sus ropas hechas en parte con hojas y decoradas con elementos florales. Mora es la mujer que os grita nada más veros. Su piel es muy morena y está surcada por finas líneas de algo verde fosforito, como delicados tatuajes que brillan según les da la luz. Su melena, recogida en una trenza que le llega a las rodillas, tiene mechones aquí y allá de color esmeralda. Le da a Voholik un puñetazo en el brazo y manda que sirvan copas a todos, hasta a Íbili. El vaso de la niña huele a alcohol que tira para atrás.
-¿Reclutas? -pregunta Mora. El hombretón asiente-. ¿Sabéis a qué venís? -Habla el idioma común a la perfección, sin rastro de acento.
-A que me disparen más, creo -dice Shakson.
Mora echa un largo trago, se pone en pie y hace lo que todo líder que se precie adora hacer: soltar un discurso.
-Veréis, Lalaken siempre ha sido próspera, pero creció mucho cuando abrimos las minas. La tierra de aquí está repleta de sustancias que no encontrarás en ningún otro lugar, minerales especiales producto de... no sé, de algo. La geología me aburre. El caso es que se puede dar muchos usos a lo que contiene la tierra. Cada Color tiene unas funciones concretas, y eso atrajo atención indeseada. Por eso empezamos a producir armas con lo que sacamos de las minas de Blanco. Hubo guerras y conflictos con gente que quiso quitárnoslo todo... Hasta que llegó la Amable.
-Amable líder de Lalaken -te susurra Íbili, que ya se ha apretado el vaso entero.
-Con su poder y su amabilidad, trajo la paz -continúa Mora-. Acabó con las peleas y con el caos, trajo el comercio, hizo que nuestro trabajo y nuestros recursos se quedaran para nosotros, desarrolló leyes, impuso seguridad y orden, dio libertad y felicidad a todos.
-Por eso nosotros matar esa tuktuvai.
Mora da una palmada para mostrar su acuerdo.
-¡Exacto! ¡Es una maldita dictadura! Ya no se puede odiar a nadie, no se puede dar un puñetazo a quien lo merece. ¿Acaso no piensa nadie en la chusma, en los criminales de los bajos fondos? ¿Cómo puede prosperar una sociedad sin delitos? Todas esas estupideces sobre amor y concordia a mí no me valen. A nosotros no nos valen. Por eso os necesitamos. La gente de fuera siempre es más receptiva a nuestra filosofía. Estoy harta del reinado de los buenos, de la eterna sonrisa de esa arpía, de su bondad y generosidad sin límites. Harta de que se me juzgue porque soy basura y de que los que somos malvados y crueles no tengamos sitio aquí, y tengo dinero de sobra para hacer de oro a todo el que colabore conmigo para cambiar las cosas. -Os mira a todos los reclutas uno por uno con una expresión casi extasiada-. ¿Vais a ayudarme a matar a la mejor persona del mundo o qué, joder?
Hasta que vuelves a abrir la boca.
-Uhhh... -Íbili encoge los hombros con expresión preocupada-. No les llames coco. Nunca les llames coco.
La criatura reacciona furiosamente a tu comentario tan gratuitamente racista. Enarbola su lanza y se le suelta la lengua:
-¡Okikuawakakegembededekokio!
Yo tampoco sé qué ha dicho, pero da igual. Voholik el grandullón, que no tiene tiempo para tonterías, le sacude un patadón al coco que lo manda a tomar viento fuera de vuestra vista. Luego te fulmina con la mirada.
-No montes escándalos, ¿quieres? Mora espera.
Mora, que, en efecto, espera, comparte un reservado con un par de personas. Los tres son nativos de Lalaken, a juzgar por sus ropas hechas en parte con hojas y decoradas con elementos florales. Mora es la mujer que os grita nada más veros. Su piel es muy morena y está surcada por finas líneas de algo verde fosforito, como delicados tatuajes que brillan según les da la luz. Su melena, recogida en una trenza que le llega a las rodillas, tiene mechones aquí y allá de color esmeralda. Le da a Voholik un puñetazo en el brazo y manda que sirvan copas a todos, hasta a Íbili. El vaso de la niña huele a alcohol que tira para atrás.
-¿Reclutas? -pregunta Mora. El hombretón asiente-. ¿Sabéis a qué venís? -Habla el idioma común a la perfección, sin rastro de acento.
-A que me disparen más, creo -dice Shakson.
Mora echa un largo trago, se pone en pie y hace lo que todo líder que se precie adora hacer: soltar un discurso.
-Veréis, Lalaken siempre ha sido próspera, pero creció mucho cuando abrimos las minas. La tierra de aquí está repleta de sustancias que no encontrarás en ningún otro lugar, minerales especiales producto de... no sé, de algo. La geología me aburre. El caso es que se puede dar muchos usos a lo que contiene la tierra. Cada Color tiene unas funciones concretas, y eso atrajo atención indeseada. Por eso empezamos a producir armas con lo que sacamos de las minas de Blanco. Hubo guerras y conflictos con gente que quiso quitárnoslo todo... Hasta que llegó la Amable.
-Amable líder de Lalaken -te susurra Íbili, que ya se ha apretado el vaso entero.
-Con su poder y su amabilidad, trajo la paz -continúa Mora-. Acabó con las peleas y con el caos, trajo el comercio, hizo que nuestro trabajo y nuestros recursos se quedaran para nosotros, desarrolló leyes, impuso seguridad y orden, dio libertad y felicidad a todos.
-Por eso nosotros matar esa tuktuvai.
Mora da una palmada para mostrar su acuerdo.
-¡Exacto! ¡Es una maldita dictadura! Ya no se puede odiar a nadie, no se puede dar un puñetazo a quien lo merece. ¿Acaso no piensa nadie en la chusma, en los criminales de los bajos fondos? ¿Cómo puede prosperar una sociedad sin delitos? Todas esas estupideces sobre amor y concordia a mí no me valen. A nosotros no nos valen. Por eso os necesitamos. La gente de fuera siempre es más receptiva a nuestra filosofía. Estoy harta del reinado de los buenos, de la eterna sonrisa de esa arpía, de su bondad y generosidad sin límites. Harta de que se me juzgue porque soy basura y de que los que somos malvados y crueles no tengamos sitio aquí, y tengo dinero de sobra para hacer de oro a todo el que colabore conmigo para cambiar las cosas. -Os mira a todos los reclutas uno por uno con una expresión casi extasiada-. ¿Vais a ayudarme a matar a la mejor persona del mundo o qué, joder?
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—¡Quédate donde estás, estúpido hombre-coco! —le gruño, sacando los dientes y mostrando la daga—. ¡He cazado herejes tres veces más grandes que tú, no te tengo miedo!
¿La verdad? No quiero estar aquí, prefiero estar en el mar con mi bote medio hundido lejos de este infierno de falditas y coquitos, pero a alguien le hizo gracia involucrarme en lo que sea que esté haciendo porque ni eso tengo claro.
—Y tú no me digas qué hacer —le respondo malhumorada, guardando el arma.
De pronto, tengo la impresión de que Mora es lo único que importa. Todo gira en torno a una persona que jamás he visto; ni siquiera sé por qué me han reclutado. ¿Acaso vieron mis habilidades? Lo dudo, aunque es una probabilidad a tener en cuenta. Y aún no me he olvidado de Tetas: con lo loca que está puede que quiera vengarse. Me he ganado enemigos de gratis y algo me dice que estoy a punto de ganarme unos cuantos más.
Si bien en esta isla abunda la gente extravagante, creo que Mora ocupa uno de los primeros puestos. Sus tatuajes son inspiradores, de hecho, me han dado ganas de hacerme unos cuantos, pero dicen que en las costillas duele mucho. Lo que no me haría sería esa trenza ridícula, pero no soy quién para hablar de estilo. Mírenme, estoy disfrazada de cuervo. Como sea, ella tiene algo que yo no: ovarios para dar un discurso.
Empieza a hablar y algo llama mi atención: tierras raras. Puede que sea una bruta, pero eso no me hace del todo idiota. Sé que si mezclas las tierras adecuadas, puedes hacer kboom. Vi a Michael hacerlo una vez con polvo amarillo. Si me estoy aventurando en esta locura, al menos quiero recibir algo que valga la pena. Estoy arriesgándome mucho sin siquiera tener una pista del Ejército Revolucionario, pero si colaboro con…
—Espera, ¿qué? —le respondo en un susurro a Íbili. Mi vaso sigue lleno, no puedo beber en una situación de peligro.
De inmediato me doy cuenta de dos cosas: Mora está loca y carece de sentido común. ¿No ha pensado en madurar, reformarse y tener una vida normal? Puede que recoger el periódico los domingos por la mañana durante treinta años sea aburrido, pero es mejor que exponerse a diez situaciones de muerte solo por intentar arreglar un puto bote. Sin embargo, eso no hace que esté de parte de Amable líder de Lalaken. Si fuera tan buena como dicen, su gente no les dispararía a los turistas solo por no entender las costumbres locales.
Tengo varias preguntas, pero la más importante es…
—¿Qué haces tú entre toda esta gente? —le pregunto a Íbili antes de que Mora termine su discurso. Soy disimulada y silenciosa, espero que la Loca no se dé cuenta.
Cuando comienza a mirar a mis “compañeros” uno por uno, me preparo para mi turno. ¿Cómo tengo que gritar? Jamás he hecho estas cosas. En Yhardum es más de “tú mata a este, tú a este otro” y ya está, nada de discursos motivadores. Puede parecer bonito y romántico, pero aun así preferiría mantenerme lejos de esta locura.
—¡Que muera! —rujo con el puño en alto cuando me toca: me ha salido de todo corazón.
¿Y ahora qué?
¿La verdad? No quiero estar aquí, prefiero estar en el mar con mi bote medio hundido lejos de este infierno de falditas y coquitos, pero a alguien le hizo gracia involucrarme en lo que sea que esté haciendo porque ni eso tengo claro.
—Y tú no me digas qué hacer —le respondo malhumorada, guardando el arma.
De pronto, tengo la impresión de que Mora es lo único que importa. Todo gira en torno a una persona que jamás he visto; ni siquiera sé por qué me han reclutado. ¿Acaso vieron mis habilidades? Lo dudo, aunque es una probabilidad a tener en cuenta. Y aún no me he olvidado de Tetas: con lo loca que está puede que quiera vengarse. Me he ganado enemigos de gratis y algo me dice que estoy a punto de ganarme unos cuantos más.
Si bien en esta isla abunda la gente extravagante, creo que Mora ocupa uno de los primeros puestos. Sus tatuajes son inspiradores, de hecho, me han dado ganas de hacerme unos cuantos, pero dicen que en las costillas duele mucho. Lo que no me haría sería esa trenza ridícula, pero no soy quién para hablar de estilo. Mírenme, estoy disfrazada de cuervo. Como sea, ella tiene algo que yo no: ovarios para dar un discurso.
Empieza a hablar y algo llama mi atención: tierras raras. Puede que sea una bruta, pero eso no me hace del todo idiota. Sé que si mezclas las tierras adecuadas, puedes hacer kboom. Vi a Michael hacerlo una vez con polvo amarillo. Si me estoy aventurando en esta locura, al menos quiero recibir algo que valga la pena. Estoy arriesgándome mucho sin siquiera tener una pista del Ejército Revolucionario, pero si colaboro con…
—Espera, ¿qué? —le respondo en un susurro a Íbili. Mi vaso sigue lleno, no puedo beber en una situación de peligro.
De inmediato me doy cuenta de dos cosas: Mora está loca y carece de sentido común. ¿No ha pensado en madurar, reformarse y tener una vida normal? Puede que recoger el periódico los domingos por la mañana durante treinta años sea aburrido, pero es mejor que exponerse a diez situaciones de muerte solo por intentar arreglar un puto bote. Sin embargo, eso no hace que esté de parte de Amable líder de Lalaken. Si fuera tan buena como dicen, su gente no les dispararía a los turistas solo por no entender las costumbres locales.
Tengo varias preguntas, pero la más importante es…
—¿Qué haces tú entre toda esta gente? —le pregunto a Íbili antes de que Mora termine su discurso. Soy disimulada y silenciosa, espero que la Loca no se dé cuenta.
Cuando comienza a mirar a mis “compañeros” uno por uno, me preparo para mi turno. ¿Cómo tengo que gritar? Jamás he hecho estas cosas. En Yhardum es más de “tú mata a este, tú a este otro” y ya está, nada de discursos motivadores. Puede parecer bonito y romántico, pero aun así preferiría mantenerme lejos de esta locura.
—¡Que muera! —rujo con el puño en alto cuando me toca: me ha salido de todo corazón.
¿Y ahora qué?
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-Yo Íbili. Ayudo Voholik a mover canoa y conspirar -es la respuesta de la niña, sonrisa enorme incluida-. ¿No bebes eso, señorita Pico?
Cuando el discurso de Mora acaba solo se te oye a ti. Eres la única que ha levantado el puño, clamado por la muerte de la Amable o algo así. El resto te mira raro, aunque a Mora le gusta tu entusiasmo y te da la bienvenida con una palmada en la espalda y ofreciéndote una raya de algo que parece cocaína y que no es cocaína. Enhorabuena, eres oficialmente parte de la escoria de este país. No es que eso sea malo, al menos si le preguntas a todos estos desgraciados, pero... en fin, sí lo es.
Una vez acaban las formalidades, Mora hace un llamamiento a toda la Palmera. Los hombres-coco, que ya han empezado tres peleas más, son los que más vitorean las palabras de esa lunática. Por lo visto la Amable llamo “coquito” a uno una vez y le juraron odio eterno. Cosas que pasan. El resto del auditorio lo componen criminales locales, extranjeros problemáticos -como tú- reunidos por los secuaces de Mora y un par de camareros que ya trabajaban aquí antes de que se volviera un nido de conspiradores.
-Voy a formar tres equipos -dice Mora a sus lugartenientes. Un buen número de chusma se ha reunido a su alrededor para escucharla, tu grupo incluido. Menos la viejecita, que ha ido al baño-. Uno de ellos causará el caos en las minas de colores. Hay mucho que robar ahí. Eso alertará a la milicia y los pondrá en marcha. Entonces les tenderán una emboscada.
-¡Ikikoko! -exclama un coquito que va pintado con rayas de colores. Creo que son pinturas de guerra, pero a saber.
-Vale, vale. Tú liderarás ese grupo, ¿contento?
-¡Kaké! -Sí, parece contento.
-Otro atacará el Jardín, robará sus armas y acabará con los guardias que hayan quedado atrás. -No aclara qué es el Jardín ni por qué lo ha mencionado como si se escribiera con mayúsculas-. Y el último irá conmigo al palacio de la Amable. Una vez que quede desprotegida, sin milicia ni armas, la secuestraremos y acabaremos con ella.
La chusma se apresura a elegir el comando que le da la real gana, así que te recomiendo que hagas lo mismo, porque ya han empezado las broncas por ver quién se queda con cada parte de gloria. En cualquier caso, la pelea de verdad viene después. Mora da la orden de abrir la armería de los coquitos y ante vosotros, escoria de Lalaken, se extiende una sala a rebosar de armas de todo tipo, desde cestas de frutas hasta cacharros hipertecnológicos, amén de varias canoas voladoras.
-Coged lo que podáis cargar -ofrece Mora. Pero antes de que termine la frase ya vuelan las tortas por hacerse con lo mejor. Te recomiendo darte prisa.
Ah, por cierto, sí que era cocaína.
Cuando el discurso de Mora acaba solo se te oye a ti. Eres la única que ha levantado el puño, clamado por la muerte de la Amable o algo así. El resto te mira raro, aunque a Mora le gusta tu entusiasmo y te da la bienvenida con una palmada en la espalda y ofreciéndote una raya de algo que parece cocaína y que no es cocaína. Enhorabuena, eres oficialmente parte de la escoria de este país. No es que eso sea malo, al menos si le preguntas a todos estos desgraciados, pero... en fin, sí lo es.
Una vez acaban las formalidades, Mora hace un llamamiento a toda la Palmera. Los hombres-coco, que ya han empezado tres peleas más, son los que más vitorean las palabras de esa lunática. Por lo visto la Amable llamo “coquito” a uno una vez y le juraron odio eterno. Cosas que pasan. El resto del auditorio lo componen criminales locales, extranjeros problemáticos -como tú- reunidos por los secuaces de Mora y un par de camareros que ya trabajaban aquí antes de que se volviera un nido de conspiradores.
-Voy a formar tres equipos -dice Mora a sus lugartenientes. Un buen número de chusma se ha reunido a su alrededor para escucharla, tu grupo incluido. Menos la viejecita, que ha ido al baño-. Uno de ellos causará el caos en las minas de colores. Hay mucho que robar ahí. Eso alertará a la milicia y los pondrá en marcha. Entonces les tenderán una emboscada.
-¡Ikikoko! -exclama un coquito que va pintado con rayas de colores. Creo que son pinturas de guerra, pero a saber.
-Vale, vale. Tú liderarás ese grupo, ¿contento?
-¡Kaké! -Sí, parece contento.
-Otro atacará el Jardín, robará sus armas y acabará con los guardias que hayan quedado atrás. -No aclara qué es el Jardín ni por qué lo ha mencionado como si se escribiera con mayúsculas-. Y el último irá conmigo al palacio de la Amable. Una vez que quede desprotegida, sin milicia ni armas, la secuestraremos y acabaremos con ella.
La chusma se apresura a elegir el comando que le da la real gana, así que te recomiendo que hagas lo mismo, porque ya han empezado las broncas por ver quién se queda con cada parte de gloria. En cualquier caso, la pelea de verdad viene después. Mora da la orden de abrir la armería de los coquitos y ante vosotros, escoria de Lalaken, se extiende una sala a rebosar de armas de todo tipo, desde cestas de frutas hasta cacharros hipertecnológicos, amén de varias canoas voladoras.
-Coged lo que podáis cargar -ofrece Mora. Pero antes de que termine la frase ya vuelan las tortas por hacerse con lo mejor. Te recomiendo darte prisa.
Ah, por cierto, sí que era cocaína.
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Muevo la cabeza para un lado y para otro, dejando claro que no bebo eso. Me gustan el vino y la cerveza, incluso he bebido ron un par de veces, pero prefiero conservar mis cinco sentidos antes de un trabajo importante. Vamos a matar a la Señora Amabilidad, ¿no? Dudo que sea tan amable como para dejarse asesinar sólo porque unos raros antisociales quieren hacerlo.
Miro con desconfianza el polvillo blanco que me ofrece Mora y pienso en una forma sutil de rechazar esa porquería.
—¿Puedes guardarme un poco para después? Necesitaré un subidón —le respondo en voz bajita casi como un susurro.
Cuando la jefa suprema comienza a hablar sobre su plan yo saco una especie de pajilla, una vara hueca por dentro de cinco centímetros de largo y unos pocos milímetros de grosor. Retiro un trozo de papel mojado de mi boca y lo meto a presión en el extremo opuesto de donde lo sostengo. Mi víctima es el hombre-coco que está detrás de Mora. Aguzo la mirada, como haciendo una especie de zoom, y disparo el proyectil de papel mojado directo a su oído.
¿Qué? Estas cosas me aburren y qué mejor que joder a los hombres-coco, así que hago lo mismo, pero esta vez a otro. A ver si terminan matándose entre ellos, creo que son un poco peleadores.
Ya cuando Mora suelta todo el plan que tiene en mente comienzo a pensar. En la mina debe haber minerales y sustancias importantes para el país, para la fabricación de esas armas tan raras y poderosas que tienen, pero ¿de qué me serviría robar a mí un cacho de piedra? Lo siento, pero paso. Además, luchar contra grupos numerosos no es lo mío.
Creo que alguien como yo podría brillar en el Jardín, bueno, no brillar como tal sino más bien todo lo contrario, pero se entiende. A lo que voy es que matar chusma aislada es lo mío, se me da bien y es fácil, pero lo que verdaderamente me importa es cumplir mi propio objetivo. No me toma más de tres segundos decidir que acompañaré a Mora a secuestrar a Amable y luego cargárnosla.
De pronto, el ambiente se torna tenso y pareciera que todos están preparados para la carrera de la vida. Cuando Mora da la señal de abrir la armería de los coquitos, todos corren hacia la habitación como si nada más importara. Si ellos están tan desesperados por conseguir un buen arma, entonces yo también.
Entre codazos, golpes bajos y maldiciones, consigo llegar a la armería. Hay armas de todo tipo, pero me importan las pequeñas y poderosas. Barro con la mirada el lugar en busca de cuchillos o dagas, armas fáciles de esconder. Y también intento encontrar alguna especie de pistola o revólver, algo que me otorgue una ventaja importante en el combate a media distancia. Los hilos, artefactos de comunicación y herramientas con figuras exóticas también entran en mis intereses, pero lo que más me importa es la canasta de frutas: haré explotar al maldito hijo de perra que intentó desintegrarme.
—Estoy preparada —le digo a Mora después de recoger todo lo que puedo cargar—. ¿Cuándo nos vamos?
Miro con desconfianza el polvillo blanco que me ofrece Mora y pienso en una forma sutil de rechazar esa porquería.
—¿Puedes guardarme un poco para después? Necesitaré un subidón —le respondo en voz bajita casi como un susurro.
Cuando la jefa suprema comienza a hablar sobre su plan yo saco una especie de pajilla, una vara hueca por dentro de cinco centímetros de largo y unos pocos milímetros de grosor. Retiro un trozo de papel mojado de mi boca y lo meto a presión en el extremo opuesto de donde lo sostengo. Mi víctima es el hombre-coco que está detrás de Mora. Aguzo la mirada, como haciendo una especie de zoom, y disparo el proyectil de papel mojado directo a su oído.
¿Qué? Estas cosas me aburren y qué mejor que joder a los hombres-coco, así que hago lo mismo, pero esta vez a otro. A ver si terminan matándose entre ellos, creo que son un poco peleadores.
Ya cuando Mora suelta todo el plan que tiene en mente comienzo a pensar. En la mina debe haber minerales y sustancias importantes para el país, para la fabricación de esas armas tan raras y poderosas que tienen, pero ¿de qué me serviría robar a mí un cacho de piedra? Lo siento, pero paso. Además, luchar contra grupos numerosos no es lo mío.
Creo que alguien como yo podría brillar en el Jardín, bueno, no brillar como tal sino más bien todo lo contrario, pero se entiende. A lo que voy es que matar chusma aislada es lo mío, se me da bien y es fácil, pero lo que verdaderamente me importa es cumplir mi propio objetivo. No me toma más de tres segundos decidir que acompañaré a Mora a secuestrar a Amable y luego cargárnosla.
De pronto, el ambiente se torna tenso y pareciera que todos están preparados para la carrera de la vida. Cuando Mora da la señal de abrir la armería de los coquitos, todos corren hacia la habitación como si nada más importara. Si ellos están tan desesperados por conseguir un buen arma, entonces yo también.
Entre codazos, golpes bajos y maldiciones, consigo llegar a la armería. Hay armas de todo tipo, pero me importan las pequeñas y poderosas. Barro con la mirada el lugar en busca de cuchillos o dagas, armas fáciles de esconder. Y también intento encontrar alguna especie de pistola o revólver, algo que me otorgue una ventaja importante en el combate a media distancia. Los hilos, artefactos de comunicación y herramientas con figuras exóticas también entran en mis intereses, pero lo que más me importa es la canasta de frutas: haré explotar al maldito hijo de perra que intentó desintegrarme.
—Estoy preparada —le digo a Mora después de recoger todo lo que puedo cargar—. ¿Cuándo nos vamos?
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La pelea por las armas es encarnizada. No pocas de ellas son usadas por primera vez para liquidar a algún competidor y hacerse con más, aunque al menos nadie ha sido tan estúpido como para detonar un melón bomba en mitad del tumulto. Ya ves: tratas con escoria, pero con escoria sensata.
Lo primero que ves tú, a la altura de los ojos, es un estante repleto de armas filosas. Hay hachas, espadas, dagas, un bumerang del tamaño de un niño... Acabas con un par de cuchillos sencillitos, pequeños, y, por alguna razón, con una enorme maza claveteada la mitad de alta que tú. En cuanto a armas de fuego, te ha tocado una pistolita raquítica poco más grande que tu dedo pulgar. Es totalmente blanca y no tiene gatillo. En la culata posee un émbolo, así que seguramente haga algo si se aprieta. O no, vete a saber. Aparte de eso, la cesta de frutas. Aunque contabas con veinticuatro excelentes variedades, el saqueo las ha reducido a siete. Cuentas con dos bombacuyás, como la que aquel tendero hizo estallar como demostración, tres bombaranjas y una bombandía, que es una sandía rayada con una mecha bastante corta que surge de un extremo. También hay un banazooka de medio metro con cuatro proyectiles, un racimo de uvas verdes que no está claro lo que hacen, una piña y una cosa rara a la que llaman La Caries del Diablo, que bien podría ser el vástago malvado de una piña y un erizo. Ya te apañarás para llevar todo eso.
No es mal botín, aunque hay otros que han salido mejor parados en el reparto. Sobre todo destaca un coco, uno con una cresta roja de falso pelo y los ojos pintados de amarillo. Tiene en sus manos un armatoste que parece un piano y tiene pinta de hacer mucho daño, y no duda en apuntar con él a todo el que se le acerca mientras farfulla en su extraño idioma. Los demás lo llaman Kokonut, y es el que se ha esnifado la cocaína que tú no has querido. Ahora está un poco... alteradillo.
La extraña hueste se pone en marcha. Subes a una gran canoa voladora bastante grande, la cual cuenta con seis barcas individuales que también vuelan. Tienes la suerte de ir junto con Kokonut, Voholik y la niña, el rarito del ojo gigante y su abuela, y Mora, entre otros cuyo nombre no le importa a nadie. El contingente incluye un nutrido número de coquitos, que se empujan unos a otros con sus lanzas sin llegar a hacerse nada gracias a su dura piel. Todos juntos sobrevoláis el bosque de bonsáis, esquiváis los chorros de colores y dejáis atrás al grupo que atacará las minas.
Dais un largo rodeo y aguardáis un buen rato en unas formaciones rocosas teñidas de manchas de colores. En cierto momento distinguís las luces lejanas de un amplio escuadrón de barcas voladoras que deben de dirigirse a la batalla, y entonces Mora ordena reemprender el viaje. Poco después llegáis a Lalaken.
La ciudad costera está igual que cuando la visitaste por primera vez, aunque ahora la noche ya ha caído y ha convertido el poblado en un hormiguero de luces. Los edificios del barrio azul se extienden como una muralla entre la árida explanada y el mar, dando paso a los del barrio rojo, a los del amarillo y después a una larga serie de campos de cultivo paralelos a la línea de costa. Más allá hay una única luz, la que Mora señala como la choza de la Amable. La líder cuenta atrás por alguna razón.
-Tres, dos, uno... Uno... Uno... Ahora.
En ese momento un foco enorme os ilumina desde abajo. Media docena de canoas aéreas plenamente armadas para el combate y considerablemente grandes se elevan de algún punto en la explanada, entre chorros de color y aves que vuelan espantadas. El destello blanco de sus docenas de disparos se pierde en la intensidad de la luz del foco.
Lo primero que ves tú, a la altura de los ojos, es un estante repleto de armas filosas. Hay hachas, espadas, dagas, un bumerang del tamaño de un niño... Acabas con un par de cuchillos sencillitos, pequeños, y, por alguna razón, con una enorme maza claveteada la mitad de alta que tú. En cuanto a armas de fuego, te ha tocado una pistolita raquítica poco más grande que tu dedo pulgar. Es totalmente blanca y no tiene gatillo. En la culata posee un émbolo, así que seguramente haga algo si se aprieta. O no, vete a saber. Aparte de eso, la cesta de frutas. Aunque contabas con veinticuatro excelentes variedades, el saqueo las ha reducido a siete. Cuentas con dos bombacuyás, como la que aquel tendero hizo estallar como demostración, tres bombaranjas y una bombandía, que es una sandía rayada con una mecha bastante corta que surge de un extremo. También hay un banazooka de medio metro con cuatro proyectiles, un racimo de uvas verdes que no está claro lo que hacen, una piña y una cosa rara a la que llaman La Caries del Diablo, que bien podría ser el vástago malvado de una piña y un erizo. Ya te apañarás para llevar todo eso.
No es mal botín, aunque hay otros que han salido mejor parados en el reparto. Sobre todo destaca un coco, uno con una cresta roja de falso pelo y los ojos pintados de amarillo. Tiene en sus manos un armatoste que parece un piano y tiene pinta de hacer mucho daño, y no duda en apuntar con él a todo el que se le acerca mientras farfulla en su extraño idioma. Los demás lo llaman Kokonut, y es el que se ha esnifado la cocaína que tú no has querido. Ahora está un poco... alteradillo.
La extraña hueste se pone en marcha. Subes a una gran canoa voladora bastante grande, la cual cuenta con seis barcas individuales que también vuelan. Tienes la suerte de ir junto con Kokonut, Voholik y la niña, el rarito del ojo gigante y su abuela, y Mora, entre otros cuyo nombre no le importa a nadie. El contingente incluye un nutrido número de coquitos, que se empujan unos a otros con sus lanzas sin llegar a hacerse nada gracias a su dura piel. Todos juntos sobrevoláis el bosque de bonsáis, esquiváis los chorros de colores y dejáis atrás al grupo que atacará las minas.
Dais un largo rodeo y aguardáis un buen rato en unas formaciones rocosas teñidas de manchas de colores. En cierto momento distinguís las luces lejanas de un amplio escuadrón de barcas voladoras que deben de dirigirse a la batalla, y entonces Mora ordena reemprender el viaje. Poco después llegáis a Lalaken.
La ciudad costera está igual que cuando la visitaste por primera vez, aunque ahora la noche ya ha caído y ha convertido el poblado en un hormiguero de luces. Los edificios del barrio azul se extienden como una muralla entre la árida explanada y el mar, dando paso a los del barrio rojo, a los del amarillo y después a una larga serie de campos de cultivo paralelos a la línea de costa. Más allá hay una única luz, la que Mora señala como la choza de la Amable. La líder cuenta atrás por alguna razón.
-Tres, dos, uno... Uno... Uno... Ahora.
En ese momento un foco enorme os ilumina desde abajo. Media docena de canoas aéreas plenamente armadas para el combate y considerablemente grandes se elevan de algún punto en la explanada, entre chorros de color y aves que vuelan espantadas. El destello blanco de sus docenas de disparos se pierde en la intensidad de la luz del foco.
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A medida que escondo entre mis prendas toda arma útil que encuentro pienso por qué estoy haciendo esto, es decir, ¿cómo es que he acabado involucrada en el asesinato de la gobernante del país? O bien esta gente es tan idiota como para confiar en el primer desconocido que encuentran, o puede que me conozcan de algo y sepan de mí más de lo que aparentan, aunque lo dudo… No sé, no parecen ser de esos que usan el coco.
Pero ahora da igual, ya estoy dentro y de nada sirve ir en contra de la corriente.
Conecto un fino hilo de la misma manga con la empuñadura de la pistolita y luego guardo el arma bajo la chaqueta. Con solo tirar del hilo la pistola aparecerá en mi mano. Las frutas son interesantes, solo espero que no exploten en mi espalda o algo. Las tomo con cuidado, recordando el mecanismo de activación, y las guardo en un bolso que tomo prestado. Paso de la banazooka y no me llama el racimo de uvas, pero esa cosa amarilla con hojas en forma de cuchillos… Es maravillosa. La quiero para mí, igual que esa cosa que llaman La Carie del Diablo.
Mientras todos están ocupados saqueando la armería, hago el gesto de inflar un globo. Una gruesa película de sangre comienza a expandirse tan elástica como la goma. Levanto La Carie del Diablo solo de una punta y la deposito a mi nuevo bolso visceral. Y este lo guardaré en la bolsa más grande para un viaje cómodo.
El viaje ha sido tranquilo, pero desde que abandoné la “base secreta” un mal presentimiento me acompaña. Creo que es normal, es decir, estamos a punto de atentar contra la integridad de la persona más importante de la isla. Y sin ningún plan. ¿Y qué clase de gobernante se queda en una cabaña sin protección? Bueno, yo estoy asumiendo que no tiene porque está en medio de la nada, pero…
Algo no cuadra.
Recién comienzo a dimensionar el problema en el que me he metido cuando un foco ilumina nuestra canoa y media decena de naves aparecen casi como un enjambre encolerizado. Solo entonces puedo decir que la hemos cagado por ser unos idiotas, y yo la más por seguir a una idiota como Mora.
Cuando las canoas enemigas abren fuego sin previo aviso busco un lugar donde protegerme, ya sea detrás de los coquitos o, en el mejor de los casos, en una fruta-protectora-anti-disparos. El corazón me late tan fuerte que se me puede salir del pecho, pero mantengo la mente serena y con un propósito: encontrar un lugar seguro.
Un proyectil impacta y hace saltar un cacho de madera que rebota en mi cabeza. Duele, pero no es nada que no pueda soportar. Sin entender lo que está sucediendo continúo buscando un sitio seguro donde recomponerme. Tengo miedo y no quiero morir aquí, así que debo defenderme, debo encontrar la forma de hacerlo posible.
Tengo un plan, pero primero necesito deshacerme de un obstáculo. Y puede que Íbili me ayude.
—¡Tenemos que destruir el foco! —le digo una vez la encuentro, bueno, si es que sigue viva—. Destruido el foco puedo escabullirme y contraatacar sigilosamente, es la única manera de acercarme al enemigo. ¡Tenemos que hacerlo!
En cualquier momento una bala atraviesa mi cabeza. Es una posibilidad. Es real. No quiero morir aquí tan lejos de… casa. La muerte está aquí, pero aún puedo mantenerla lejos, ¿verdad?
Pero ahora da igual, ya estoy dentro y de nada sirve ir en contra de la corriente.
Conecto un fino hilo de la misma manga con la empuñadura de la pistolita y luego guardo el arma bajo la chaqueta. Con solo tirar del hilo la pistola aparecerá en mi mano. Las frutas son interesantes, solo espero que no exploten en mi espalda o algo. Las tomo con cuidado, recordando el mecanismo de activación, y las guardo en un bolso que tomo prestado. Paso de la banazooka y no me llama el racimo de uvas, pero esa cosa amarilla con hojas en forma de cuchillos… Es maravillosa. La quiero para mí, igual que esa cosa que llaman La Carie del Diablo.
Mientras todos están ocupados saqueando la armería, hago el gesto de inflar un globo. Una gruesa película de sangre comienza a expandirse tan elástica como la goma. Levanto La Carie del Diablo solo de una punta y la deposito a mi nuevo bolso visceral. Y este lo guardaré en la bolsa más grande para un viaje cómodo.
Cerca de la cabaña de Amable...
El viaje ha sido tranquilo, pero desde que abandoné la “base secreta” un mal presentimiento me acompaña. Creo que es normal, es decir, estamos a punto de atentar contra la integridad de la persona más importante de la isla. Y sin ningún plan. ¿Y qué clase de gobernante se queda en una cabaña sin protección? Bueno, yo estoy asumiendo que no tiene porque está en medio de la nada, pero…
Algo no cuadra.
Recién comienzo a dimensionar el problema en el que me he metido cuando un foco ilumina nuestra canoa y media decena de naves aparecen casi como un enjambre encolerizado. Solo entonces puedo decir que la hemos cagado por ser unos idiotas, y yo la más por seguir a una idiota como Mora.
Cuando las canoas enemigas abren fuego sin previo aviso busco un lugar donde protegerme, ya sea detrás de los coquitos o, en el mejor de los casos, en una fruta-protectora-anti-disparos. El corazón me late tan fuerte que se me puede salir del pecho, pero mantengo la mente serena y con un propósito: encontrar un lugar seguro.
Un proyectil impacta y hace saltar un cacho de madera que rebota en mi cabeza. Duele, pero no es nada que no pueda soportar. Sin entender lo que está sucediendo continúo buscando un sitio seguro donde recomponerme. Tengo miedo y no quiero morir aquí, así que debo defenderme, debo encontrar la forma de hacerlo posible.
Tengo un plan, pero primero necesito deshacerme de un obstáculo. Y puede que Íbili me ayude.
—¡Tenemos que destruir el foco! —le digo una vez la encuentro, bueno, si es que sigue viva—. Destruido el foco puedo escabullirme y contraatacar sigilosamente, es la única manera de acercarme al enemigo. ¡Tenemos que hacerlo!
En cualquier momento una bala atraviesa mi cabeza. Es una posibilidad. Es real. No quiero morir aquí tan lejos de… casa. La muerte está aquí, pero aún puedo mantenerla lejos, ¿verdad?
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Qué bello espectáculo. A un lado, la ciudad y el mar; al otro, los chorros gigantes de colores iluminados en la llanura por las luces de la batalla. Casi dan ganas de dejar de pelear y disfrutar de las vistas. Pero bueno, ya que estamos...
Íbili te ayuda. Qué maja es esa niña. Te deja su tirachinas mientras tú gritas como una descosida algo sobre un foco que apenas se entiende con tanto grito, tanto disparo y con ese condenado viento rugiéndote en los oídos. También te señala el foco, por si acaso no lo has visto. Un poco obvio, pero bueno. La enorme luz cegadora no tiene pérdida, pero sí un alcance considerable.
El combate aéreo se recrudece. Te resguardas detrás de un coco... por alguna razón. lo que equivale a ponerte detrás de algo que no te llega ni por las rodillas y esperar que nadie te vea. Te ven. De hecho, un disparo acierta de pleno en el pobre bicho y lo lanza contra ti. El hombre-coco en llamas vuela hacia ti a toda velocidad mientras lanza agudos grititos que suenan a insulto.
No es el único en caer. Shakson derriba una de las naves lanzándoles un ojo gigante. El tipo se repite, pero es efectivo. La canoa queda envuelta en los asquerosos jugos del globo ocular y termina aterrizando bruscamente por ahí abajo. Por desgracia, el resto de tu equipo no hace gran cosa. Solo tenéis dos cañones y los dos están ocupados, así que la mayoría se limita a gritar. Kokonut dispara con las enormes armas que se ha agenciado, y los demás esperan a estar a una distancia que les permita abordar las canoas enemigas y tratan de no caerse ante las acrobacias vertiginosas que hace vuestro timonel. En serio, ese tío va a mataros...
Por suerte, alguien lo mata a él primero. Un disparo lo hace pedazos, literalmente, así que Mora decide ponerte a ti a pilotar ese cacharro. ¿Por qué? Porque eres la que está más cerca de su mano y le es más fácil agarrarte y encasquetarte la tarea.
Lo bueno es que es una canoa, así que no tiene mucho misterio. Lo malo es que entre que se muere el timonel y tú coges el timón ha dado tiempo a que se escore y esté a pocos segundos de estamparse contra un edificio violeta.
Ahora que tienes el timón, es tarea tuya llegar hasta la cabaña de La Amable. La tienes como a un kilómetro y medio, más o menos, con los barrios de colores y luego los huertos entre tú y ella. La casa, bastante humilde, parece construida sobre una elevación del terreno. Las canoas enemigas os persiguen y un par de ellas se acercan por estribor y se disponen a abordaros. Varios soldados vestidos con faldas y chalecos antibalas y armados con todo tipo de cachivaches extraños se disponen a dar cuenta de vosotros cuerpo a cuerpo.
Cuánto trabajo de repente, ¿eh? Y tú con un tirachinas.
Íbili te ayuda. Qué maja es esa niña. Te deja su tirachinas mientras tú gritas como una descosida algo sobre un foco que apenas se entiende con tanto grito, tanto disparo y con ese condenado viento rugiéndote en los oídos. También te señala el foco, por si acaso no lo has visto. Un poco obvio, pero bueno. La enorme luz cegadora no tiene pérdida, pero sí un alcance considerable.
El combate aéreo se recrudece. Te resguardas detrás de un coco... por alguna razón. lo que equivale a ponerte detrás de algo que no te llega ni por las rodillas y esperar que nadie te vea. Te ven. De hecho, un disparo acierta de pleno en el pobre bicho y lo lanza contra ti. El hombre-coco en llamas vuela hacia ti a toda velocidad mientras lanza agudos grititos que suenan a insulto.
No es el único en caer. Shakson derriba una de las naves lanzándoles un ojo gigante. El tipo se repite, pero es efectivo. La canoa queda envuelta en los asquerosos jugos del globo ocular y termina aterrizando bruscamente por ahí abajo. Por desgracia, el resto de tu equipo no hace gran cosa. Solo tenéis dos cañones y los dos están ocupados, así que la mayoría se limita a gritar. Kokonut dispara con las enormes armas que se ha agenciado, y los demás esperan a estar a una distancia que les permita abordar las canoas enemigas y tratan de no caerse ante las acrobacias vertiginosas que hace vuestro timonel. En serio, ese tío va a mataros...
Por suerte, alguien lo mata a él primero. Un disparo lo hace pedazos, literalmente, así que Mora decide ponerte a ti a pilotar ese cacharro. ¿Por qué? Porque eres la que está más cerca de su mano y le es más fácil agarrarte y encasquetarte la tarea.
Lo bueno es que es una canoa, así que no tiene mucho misterio. Lo malo es que entre que se muere el timonel y tú coges el timón ha dado tiempo a que se escore y esté a pocos segundos de estamparse contra un edificio violeta.
Ahora que tienes el timón, es tarea tuya llegar hasta la cabaña de La Amable. La tienes como a un kilómetro y medio, más o menos, con los barrios de colores y luego los huertos entre tú y ella. La casa, bastante humilde, parece construida sobre una elevación del terreno. Las canoas enemigas os persiguen y un par de ellas se acercan por estribor y se disponen a abordaros. Varios soldados vestidos con faldas y chalecos antibalas y armados con todo tipo de cachivaches extraños se disponen a dar cuenta de vosotros cuerpo a cuerpo.
Cuánto trabajo de repente, ¿eh? Y tú con un tirachinas.
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Una tirachinas es todo lo que Íbili me ha dejado, pero necesitaré algo más grande y potente para destruir el foco. ¿No hay nadie con sobrepeso para arrojarlo de la canoa y k-boom ahí abajo? La batalla es cada vez más dura y las bajas aumentan de un lado y también del otro; es cuestión de tiempo para que una bala rebote en la madera y me vuele los sesos.
Dentro de todo este caos sólo me pregunto cómo es que el ejército de Amable supo que atentaríamos contra su vida. Debe haber un soplón o puede que haya cámaras y micrófonos en esa supuesta zona sin ley. Ya no sé en quién creer; probablemente en nadie. ¿Por qué he aceptado subirme a una estúpida canoa con una líder que se ha esnifado siete rayas de polvillo blanco? Si es que hay que ser idiota y, ahora mismo, soy la reina de las idiotas.
Pero al final siempre he sabido sobrevivir.
El problema es que veo varios problema como, por ejemplo, que ahora estoy en el timón. Eso me convierte en un blanco importante y fácil, después de todo, sin timonel no se llega a ningún sitio. ¿Por qué la estúpida de Mora no se hace cargo si ella es la capitana? Menuda inútil.
El corazón me late cada vez más deprisa y, de pronto, empiezo a dirigir una ingente cantidad de sangre a mi cerebro: más oxígeno, más agilidad mental. El mundo se ha vuelto un tanto más lento y la situación comienza a esclarecerse. Mis pequeñas y enguantadas manos están sobre el timón tan firmes como pueden. Conmigo al mando vamos a morir todos, pero ellos se lo buscaron.
Como si supiera lo que estoy haciendo, cuando en verdad no sé una mierda, empiezo a maniobrar como mejor se me ocurre. Desciendo para intentar evitar que nos aborden el enemigo, pero el movimiento ha sido tan brusco que más de algún coco terminará en el suelo. Con movimientos violentos y aleatorios puede que termine zafando de las balas…Intento hacer lo posible para impedir que los soldados se suban a la canoa: eso me pondría en una situación muy compleja, y no veo a nadie dispuesto a protegerme mientras piloteo esta mierda.
Sin embargo, ni siquiera en mi cabeza las cosas pintan bien.
—¡Íbili, ven aquí! —grito, asumiendo que ella está cerca y, de estarlo, tengo más cosas que decirle—. ¡En la bolsa de mi espalda hay frutas! ¡Lánzalas a las canoas que intentan abordarnos! ¡Lánzalas como si les estuvieras dando maní a los monos!
Bueno, creo que he sido lo suficientemente clara. Yo seguiré avanzando a la cabaña de La Amable y, en el último instante, abandonaré la canoa porque… Bueno, porque haré que se estrelle, básicamente.
Dentro de todo este caos sólo me pregunto cómo es que el ejército de Amable supo que atentaríamos contra su vida. Debe haber un soplón o puede que haya cámaras y micrófonos en esa supuesta zona sin ley. Ya no sé en quién creer; probablemente en nadie. ¿Por qué he aceptado subirme a una estúpida canoa con una líder que se ha esnifado siete rayas de polvillo blanco? Si es que hay que ser idiota y, ahora mismo, soy la reina de las idiotas.
Pero al final siempre he sabido sobrevivir.
El problema es que veo varios problema como, por ejemplo, que ahora estoy en el timón. Eso me convierte en un blanco importante y fácil, después de todo, sin timonel no se llega a ningún sitio. ¿Por qué la estúpida de Mora no se hace cargo si ella es la capitana? Menuda inútil.
El corazón me late cada vez más deprisa y, de pronto, empiezo a dirigir una ingente cantidad de sangre a mi cerebro: más oxígeno, más agilidad mental. El mundo se ha vuelto un tanto más lento y la situación comienza a esclarecerse. Mis pequeñas y enguantadas manos están sobre el timón tan firmes como pueden. Conmigo al mando vamos a morir todos, pero ellos se lo buscaron.
Como si supiera lo que estoy haciendo, cuando en verdad no sé una mierda, empiezo a maniobrar como mejor se me ocurre. Desciendo para intentar evitar que nos aborden el enemigo, pero el movimiento ha sido tan brusco que más de algún coco terminará en el suelo. Con movimientos violentos y aleatorios puede que termine zafando de las balas…Intento hacer lo posible para impedir que los soldados se suban a la canoa: eso me pondría en una situación muy compleja, y no veo a nadie dispuesto a protegerme mientras piloteo esta mierda.
Sin embargo, ni siquiera en mi cabeza las cosas pintan bien.
—¡Íbili, ven aquí! —grito, asumiendo que ella está cerca y, de estarlo, tengo más cosas que decirle—. ¡En la bolsa de mi espalda hay frutas! ¡Lánzalas a las canoas que intentan abordarnos! ¡Lánzalas como si les estuvieras dando maní a los monos!
Bueno, creo que he sido lo suficientemente clara. Yo seguiré avanzando a la cabaña de La Amable y, en el último instante, abandonaré la canoa porque… Bueno, porque haré que se estrelle, básicamente.
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Lo bueno de que Íbili sea una niña es que si todo esto sale mal siempre puedes echarle la culpa. Lo malo es que es demasiado bajita como para llegar a tu bolsa. Pero tranquila: el resto de pirados con los que te has aliado disparan de sobra, al menos hasta que la primera oleada de soldados con falditas cae sobre vosotros. Literalmente.
La batalla estalla en tu canoa. Los rayos de luz ardiente chamuscan a unos y a otros, las frutas estallan peligrosamente cerca de tu cara. Varios de los soldados portan espadas o hachas con el mango hecho de cáñamo y las hojas de un acero negro monstruosamente afilado. Las cabezas ruedan, la sangre chorrea, los disparos cegadores atacan tus córneas. Cada pocos segundos alguien se pone en medio de tu campo de visión para luego morirse y dar paso al siguiente. No te culparía si estrellases la canoa sin querer...
Pero la estrellas a propósito, y eso está feo. Para cuando llegas a la zona despejada que hay frente a la casa de la Amable, te queda solo media canoa y buena parte de la tripulación está... bueno, por aquí y por allá. Si reúnes los trozos a lo mejor aún se puede recomponer a alguno. Además, estáis todos perdidos de sangre y tripas de los soldados, todo ello gracias a la brutalidad de Kokonut, que se ha pasado un poco de la raya al reventar cabezas.
Empotras la canoa en la colina sobre la que se asienta la casa, destrozando un huertecito de frutales que era muy cuco antes de que dejases un surco de tierra y hollín en todo el medio. El golpe es más que duro. Más de un coco sale volando y llega incluso a partirse, y los humanos del grupo no salen muy bien parados. Por otro lado, ya solo quedan dos canoas enemigas, que aterrizan con calma tras vosotros.
Mora es la primera en salir de entre los restos de vuestro transporte. Luego la siguen Kokonut, el tío del ojo gigante y su abuela, media docena de coquitos y cuatro o cinco delincuentes de la banda de Mora, todos ellos con heridas varias. Echan a correr hacia la cabaña desprotegida mientras las tropas desembarcan y se acercan, una treintena larga de soldados armados hasta los dientes. Antes de que puedas salir, la voz de Íbili sale de debajo de los escombros. Ha quedado atrapada entre un trozo de madera y parte del casco destrozado. A su lado, Voholik el grandullón yace en un charco de sangre, atravesado por un hierro afilado. Parece haber muerto protegiendo a la niña, que ahora sigue en peligro. Los soldados avanzan a paso ligero, y las llamas se aproximan peligrosamente a un amasijo mecánico que parece ser el motor. El motor con componentes extraños que seguramente sean tremendamente inestables y sensibles al calor. Yo auguro una bonita explosión...
En fin, ¿salvarás a la niña o no, chica cuervo? Recuerda que te dio fresas.
La batalla estalla en tu canoa. Los rayos de luz ardiente chamuscan a unos y a otros, las frutas estallan peligrosamente cerca de tu cara. Varios de los soldados portan espadas o hachas con el mango hecho de cáñamo y las hojas de un acero negro monstruosamente afilado. Las cabezas ruedan, la sangre chorrea, los disparos cegadores atacan tus córneas. Cada pocos segundos alguien se pone en medio de tu campo de visión para luego morirse y dar paso al siguiente. No te culparía si estrellases la canoa sin querer...
Pero la estrellas a propósito, y eso está feo. Para cuando llegas a la zona despejada que hay frente a la casa de la Amable, te queda solo media canoa y buena parte de la tripulación está... bueno, por aquí y por allá. Si reúnes los trozos a lo mejor aún se puede recomponer a alguno. Además, estáis todos perdidos de sangre y tripas de los soldados, todo ello gracias a la brutalidad de Kokonut, que se ha pasado un poco de la raya al reventar cabezas.
Empotras la canoa en la colina sobre la que se asienta la casa, destrozando un huertecito de frutales que era muy cuco antes de que dejases un surco de tierra y hollín en todo el medio. El golpe es más que duro. Más de un coco sale volando y llega incluso a partirse, y los humanos del grupo no salen muy bien parados. Por otro lado, ya solo quedan dos canoas enemigas, que aterrizan con calma tras vosotros.
Mora es la primera en salir de entre los restos de vuestro transporte. Luego la siguen Kokonut, el tío del ojo gigante y su abuela, media docena de coquitos y cuatro o cinco delincuentes de la banda de Mora, todos ellos con heridas varias. Echan a correr hacia la cabaña desprotegida mientras las tropas desembarcan y se acercan, una treintena larga de soldados armados hasta los dientes. Antes de que puedas salir, la voz de Íbili sale de debajo de los escombros. Ha quedado atrapada entre un trozo de madera y parte del casco destrozado. A su lado, Voholik el grandullón yace en un charco de sangre, atravesado por un hierro afilado. Parece haber muerto protegiendo a la niña, que ahora sigue en peligro. Los soldados avanzan a paso ligero, y las llamas se aproximan peligrosamente a un amasijo mecánico que parece ser el motor. El motor con componentes extraños que seguramente sean tremendamente inestables y sensibles al calor. Yo auguro una bonita explosión...
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Mi cabeza sigue el movimiento de las canoas enemigas cada vez que vuelan sobre nosotros. Una de ellas vomita un escuadrón de soldados y entonces el caos aumenta. Una parte de mí quiere soltar el timón y echar a volar, pero la otra… La otra tiene miedo de que allá fuera sea más peligroso que acá.
Un coquito me ha salvado sin querer de una muerte segura cuando un rayo de luz impacta en su cuerpo. Algunos trozos de algo blanco entre sólido y líquido salta a mi rostro. Me oculto tras el timón y el soldado vuelve a disparar. Un cacho de madera cae en mi cabeza y me doy cuenta de que el timón está a nada de ser inservible. Un disparo más y no podré llevarme el crédito de estrellar la canoa…
Los gritos de los soldados y coquitos, los rayos de luz que zumban agudamente en los oídos, las canoas volando por aquí y por allá… Todo el ruido desaparece por un instante cuando me enfoco en el soldado y, por un momento, me encuentro viendo el futuro. Me anticipo a mi enemigo, agachando la cabeza y dejando que el haz de luz pase por encima. Acumulando sangre en mis piernas, salgo disparada hacia él y de una patada le quito el fusil de las manos.
El soldado corre en busca del arma y lo persigo, intentando anticiparme a sus movimientos. Sin embargo, de pronto voltea con una pistola en su mano derecha y dispara sin apuntar. El agudo rugido es seguido por una sensación de ardor en mi costado, pero nada me detiene. La sangre acumulada en mis manos se transforma en una enorme cuchilla que busca el cuello del soldado.
—Por suerte ha sido solo un rasguño —susurro para mí a la vez que compruebo el grado de la herida.
Un fuerte «estamos cayendo» me hace reaccionar y corro hacia el timón, pero me doy cuenta de que está destrozado. ¡¿En qué momento ha pasado esto…?! Mi mirada encuentra el cuerpo decapitado del soldado y observo su mano: está apuntando al timón. El hijo de perra no falló el disparo, jamás fui su objetivo. Bueno, ¿de qué me preocupo? Esto tampoco altera mis planes.
Hago como que lucho por mantener la canoa a flote cuando en realidad estoy formando una Esfera de Shinsoo para transformarla en el disco volador. En los combates de cosas voladoras siempre hay explosiones, y pretendo usarlas a mi favor para huir. ¡Desapareceré entre las sombras de la noche! O eso me gustaría que sucediera…
Jamás imaginé que la canoa aumentaría la velocidad de caída en mitad de, bueno, la caída. Estamos cayendo demasiado rápido y nada puedo hacer para caer en la otra colina, en la de más allá. Ya no tengo tiempo para crear el disco volador y alejarme. Desesperada y con la colina cada vez más cerca pienso en mis posibilidades, pero mi cuerpo reacciona motivado por el instinto. Forma una red de sangre pegajosa y elástica como si de una telaraña se tratase, concentrándose en gruesas películas cuanto más cerca de mí.
Cierro los ojos cuando la canoa se estampa contra la colina y salgo disparada hacia donde digan las leyes de la naturaleza, aunque la sangre cumple su función y quedo resguardada en una parte de la red. El problema es que el choque ha sido tan brutal que ha provocado que cientos, si es que no miles, de estacas salgan disparadas hacia todos lados. Algunas de ellas han sido capturadas por la sangre, pero una de ellas me ha atravesado el antebrazo izquierdo.
Sin embargo, lo más doloroso es la ola de calor que me envuelve en ella. Una parte de la máscara se vuelve cenizas y una fea quemadura se deja ver en mi muslo derecho. El aire caliente quema mi garganta y la sangre hirviente se vuelve en mi contra. Y, si no me ha matado el choque ni el calor, lo hará el humo que se propaga sin freno.
Pero tengo que sobrevivir.
Caigo al suelo como un saco de papas y me levanto poco a poco; ya tendré tiempo para quejarme. Me arranco de un tirón el trozo de madera y un grito agudo escapa de mi boca. Rápidamente formo un tapón de sangre para que el sangrado no se transforme en un problema más. Entonces comienzo a huir entre escombros ardientes y una nube de humo negro que cada vez se hace más grande. Acelero el paso cuando me doy cuenta de que el motor de la canoa aún no ha explotado, cuando me doy cuenta de que aún no ha pasado lo peor.
La salida está cada vez más cerca y la idea de salir con vida de esta mierda se hace más y más tangible. Pero una voz que jamás debí haber escuchado interrumpe mi huida. Deseando no hacerlo, giro la cabeza hacia la voz y allí veo a Íbili atrapada entre los escombros junto al cadáver de Voholik. Intento convencerme de que no he visto nada, de que solo debo avanzar sin mirar hacia atrás, intento convencerme de que no soy una heroína como para salvar a alguien que acabo de conocer.
Pero tampoco quiero ser siempre el monstruo de la historia.
La desesperación y el miedo me imploran que continúe huyendo, me jalan hacia fuera del barco; el valor y la irracionalidad me hacen quedarme, me hacen preguntarme cómo puedo salvar a Íbili antes de que seamos devoradas por el fuego o asesinadas por los soldados enemigos.
No soy fuerte ni inteligente, siempre he permanecido entre las sombras huyendo cuando las cosas se vuelven complicadas, pero ya no estoy en Yhardum. Así que genero cuanta sangre puedo y reúno toda la que he usado hasta ahora, llevándome al límite como nunca lo hice. El esfuerzo me lleva rápidamente a la fatiga y me retuerzo al frenar el intento de vomitar.
Uso toda la sangre para levantar los escombros que sepultan a Íbili, pero no es suficiente. ¡Necesito más, mucha más fuerza! La desesperación vuelve a aparecer como un susurro de mal augurio, diciéndome que lo he intentado, que no soy lo suficientemente fuerte, que huya y me salve. Los soldados están cerca y el motor explotará en cualquier momento, pero… ¿Realmente me he quedado sin oportunidades? ¿Qué pasaría si…?
Miro a Íbili a los ojos mientras me digo que es el último intento. No sé por qué sigo exponiéndome al peligro, pero quiero intentarlo una vez más. A pesar de que están cerca, ignoro a los soldados para concentrarme en todos los cadáveres que hay a mi alrededor. La luz aparece al final del túnel cuando descubro la solución, lo que debí haber hecho desde un principio: usar mi sangre como si fuera un Renacido.
Los hilos de sangre se deslizan como serpientes raudas en busca de los cuerpos sin vida. Pronto comienzan a invadirlos, a entrar por cualquier apertura posible. Y de la misma manera que un virus, mi sangre acaba de infectar los cadáveres. Los visualizo como si fueran marionetas de mi colección y unos hilos imaginarios me conectan con ellos. Al final, una última gota de sangre ingresa en el cuerpo de Voholik.
Tiene que funcionar, maldita sea. Yo no soy lo suficientemente fuerte para levantar los escombros, pero diez muertos sí lo son. Y si diez no bastan, veinte lo harán. Estoy a segundos de entrar en la línea de visión del enemigo. Es un todo o nada, un maldito suicidio, pero si enfrenté a un dios en Praha podré salvar a Íbili y luego huir de esta estúpida canoa.
Un coquito me ha salvado sin querer de una muerte segura cuando un rayo de luz impacta en su cuerpo. Algunos trozos de algo blanco entre sólido y líquido salta a mi rostro. Me oculto tras el timón y el soldado vuelve a disparar. Un cacho de madera cae en mi cabeza y me doy cuenta de que el timón está a nada de ser inservible. Un disparo más y no podré llevarme el crédito de estrellar la canoa…
Los gritos de los soldados y coquitos, los rayos de luz que zumban agudamente en los oídos, las canoas volando por aquí y por allá… Todo el ruido desaparece por un instante cuando me enfoco en el soldado y, por un momento, me encuentro viendo el futuro. Me anticipo a mi enemigo, agachando la cabeza y dejando que el haz de luz pase por encima. Acumulando sangre en mis piernas, salgo disparada hacia él y de una patada le quito el fusil de las manos.
El soldado corre en busca del arma y lo persigo, intentando anticiparme a sus movimientos. Sin embargo, de pronto voltea con una pistola en su mano derecha y dispara sin apuntar. El agudo rugido es seguido por una sensación de ardor en mi costado, pero nada me detiene. La sangre acumulada en mis manos se transforma en una enorme cuchilla que busca el cuello del soldado.
—Por suerte ha sido solo un rasguño —susurro para mí a la vez que compruebo el grado de la herida.
Un fuerte «estamos cayendo» me hace reaccionar y corro hacia el timón, pero me doy cuenta de que está destrozado. ¡¿En qué momento ha pasado esto…?! Mi mirada encuentra el cuerpo decapitado del soldado y observo su mano: está apuntando al timón. El hijo de perra no falló el disparo, jamás fui su objetivo. Bueno, ¿de qué me preocupo? Esto tampoco altera mis planes.
Hago como que lucho por mantener la canoa a flote cuando en realidad estoy formando una Esfera de Shinsoo para transformarla en el disco volador. En los combates de cosas voladoras siempre hay explosiones, y pretendo usarlas a mi favor para huir. ¡Desapareceré entre las sombras de la noche! O eso me gustaría que sucediera…
Jamás imaginé que la canoa aumentaría la velocidad de caída en mitad de, bueno, la caída. Estamos cayendo demasiado rápido y nada puedo hacer para caer en la otra colina, en la de más allá. Ya no tengo tiempo para crear el disco volador y alejarme. Desesperada y con la colina cada vez más cerca pienso en mis posibilidades, pero mi cuerpo reacciona motivado por el instinto. Forma una red de sangre pegajosa y elástica como si de una telaraña se tratase, concentrándose en gruesas películas cuanto más cerca de mí.
Cierro los ojos cuando la canoa se estampa contra la colina y salgo disparada hacia donde digan las leyes de la naturaleza, aunque la sangre cumple su función y quedo resguardada en una parte de la red. El problema es que el choque ha sido tan brutal que ha provocado que cientos, si es que no miles, de estacas salgan disparadas hacia todos lados. Algunas de ellas han sido capturadas por la sangre, pero una de ellas me ha atravesado el antebrazo izquierdo.
Sin embargo, lo más doloroso es la ola de calor que me envuelve en ella. Una parte de la máscara se vuelve cenizas y una fea quemadura se deja ver en mi muslo derecho. El aire caliente quema mi garganta y la sangre hirviente se vuelve en mi contra. Y, si no me ha matado el choque ni el calor, lo hará el humo que se propaga sin freno.
Pero tengo que sobrevivir.
Caigo al suelo como un saco de papas y me levanto poco a poco; ya tendré tiempo para quejarme. Me arranco de un tirón el trozo de madera y un grito agudo escapa de mi boca. Rápidamente formo un tapón de sangre para que el sangrado no se transforme en un problema más. Entonces comienzo a huir entre escombros ardientes y una nube de humo negro que cada vez se hace más grande. Acelero el paso cuando me doy cuenta de que el motor de la canoa aún no ha explotado, cuando me doy cuenta de que aún no ha pasado lo peor.
La salida está cada vez más cerca y la idea de salir con vida de esta mierda se hace más y más tangible. Pero una voz que jamás debí haber escuchado interrumpe mi huida. Deseando no hacerlo, giro la cabeza hacia la voz y allí veo a Íbili atrapada entre los escombros junto al cadáver de Voholik. Intento convencerme de que no he visto nada, de que solo debo avanzar sin mirar hacia atrás, intento convencerme de que no soy una heroína como para salvar a alguien que acabo de conocer.
Pero tampoco quiero ser siempre el monstruo de la historia.
La desesperación y el miedo me imploran que continúe huyendo, me jalan hacia fuera del barco; el valor y la irracionalidad me hacen quedarme, me hacen preguntarme cómo puedo salvar a Íbili antes de que seamos devoradas por el fuego o asesinadas por los soldados enemigos.
No soy fuerte ni inteligente, siempre he permanecido entre las sombras huyendo cuando las cosas se vuelven complicadas, pero ya no estoy en Yhardum. Así que genero cuanta sangre puedo y reúno toda la que he usado hasta ahora, llevándome al límite como nunca lo hice. El esfuerzo me lleva rápidamente a la fatiga y me retuerzo al frenar el intento de vomitar.
Uso toda la sangre para levantar los escombros que sepultan a Íbili, pero no es suficiente. ¡Necesito más, mucha más fuerza! La desesperación vuelve a aparecer como un susurro de mal augurio, diciéndome que lo he intentado, que no soy lo suficientemente fuerte, que huya y me salve. Los soldados están cerca y el motor explotará en cualquier momento, pero… ¿Realmente me he quedado sin oportunidades? ¿Qué pasaría si…?
Miro a Íbili a los ojos mientras me digo que es el último intento. No sé por qué sigo exponiéndome al peligro, pero quiero intentarlo una vez más. A pesar de que están cerca, ignoro a los soldados para concentrarme en todos los cadáveres que hay a mi alrededor. La luz aparece al final del túnel cuando descubro la solución, lo que debí haber hecho desde un principio: usar mi sangre como si fuera un Renacido.
Los hilos de sangre se deslizan como serpientes raudas en busca de los cuerpos sin vida. Pronto comienzan a invadirlos, a entrar por cualquier apertura posible. Y de la misma manera que un virus, mi sangre acaba de infectar los cadáveres. Los visualizo como si fueran marionetas de mi colección y unos hilos imaginarios me conectan con ellos. Al final, una última gota de sangre ingresa en el cuerpo de Voholik.
Tiene que funcionar, maldita sea. Yo no soy lo suficientemente fuerte para levantar los escombros, pero diez muertos sí lo son. Y si diez no bastan, veinte lo harán. Estoy a segundos de entrar en la línea de visión del enemigo. Es un todo o nada, un maldito suicidio, pero si enfrenté a un dios en Praha podré salvar a Íbili y luego huir de esta estúpida canoa.
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La situación es, cuanto menos, tétrica. La sangre entra en los cuerpos muertos, mezclándose con el inmóvil líquido rojo que se escapa de sus venas inútiles y alcanzando sus corazones aún calientes. No todos se levantan. En algunos casos, sus heridas son tan severas que queda poco que reanimar, y en otros el peso de sus cuerpos es demasiado para lo que queda de sus piernas. No obstante, alcanzas a mover ocho cuerpos. Las marionetas de carne se mueven deslabazadamente para liberar a Íbili, quien mira con espanto los horrores que has mandado en su ayuda.
La niña emerge de entre los escombros y se arrastra hacia fuera. Te coge del brazo y tira de ti para alejaros de la canoa. Mientras los soldados se acercan y el motor chisporrotea, tus marionetas caen. Tu sangre se cuela por entre sus numerosas heridas como por un desagüe, y poco a poco van quedándose sin su valioso combustible y retornando a su estado de muerte e inmovilidad. Medio minuto después, la canoa estalla en una explosión de blancura y fuego que se traga todo en un radio de veinte metros. Espero que hayas logrado apartarte y que las consecuencias de usar toda tu sangre no hayan sido demasiado.
Los soldados se han visto afectados, pero continúan su carrera en auxilio de su líder. En cuanto a tu grupo, puedes ver que Shakson se ha cubierto a él y a su abuela con una nariz gigante, mientras que el resto sigue hacia la cabaña bajo fuego enemigo.
Allá a lo lejos, la puerta de la casa se abre y la sombra de una figura femenina queda silueteada contra el umbral. La Amable hace su aparición.
La niña emerge de entre los escombros y se arrastra hacia fuera. Te coge del brazo y tira de ti para alejaros de la canoa. Mientras los soldados se acercan y el motor chisporrotea, tus marionetas caen. Tu sangre se cuela por entre sus numerosas heridas como por un desagüe, y poco a poco van quedándose sin su valioso combustible y retornando a su estado de muerte e inmovilidad. Medio minuto después, la canoa estalla en una explosión de blancura y fuego que se traga todo en un radio de veinte metros. Espero que hayas logrado apartarte y que las consecuencias de usar toda tu sangre no hayan sido demasiado.
Los soldados se han visto afectados, pero continúan su carrera en auxilio de su líder. En cuanto a tu grupo, puedes ver que Shakson se ha cubierto a él y a su abuela con una nariz gigante, mientras que el resto sigue hacia la cabaña bajo fuego enemigo.
Allá a lo lejos, la puerta de la casa se abre y la sombra de una figura femenina queda silueteada contra el umbral. La Amable hace su aparición.
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Una sonrisa de alivio se dibuja bajo mi máscara chamuscada cuando siento que los cadáveres empiezan a moverse. De alguna manera lo sé, ¿cómo no iba a ser así? Ahora son como una extensión de mi cuerpo, después de todo, es mi propia sangre la que les permite moverse para liberar a Íbili de los malditos escombros. He ido a por un todo o nada y he conseguido salvar a la niña de las fresas, pero ahora a ver cómo me salvo yo.
Creo que es la primera vez que la anemia me golpea tan duro y en un momento tan desafortunado. Tengo la vista nublada y siento mis piernas más débiles que nunca, si es que apenas puedo mantenerme en pie. Cuando Íbili me jala del brazo hacia fuera de la canoa mi cuerpo no opone resistencia ninguna. A medida que me alejo, los cadáveres comienzan a caer para volver a su letargo del cual jamás despertarán. Puede parecer una mala noticia, pero la verdad es que no es tan mala.
Estoy en deuda conmigo misma y me debo un último esfuerzo, no por Íbili ni por querer ser la heroína de turno, sino porque quiero vivir y regresar a Yhardum. No echo de menos la mierda en las calles ni las puñaladas gratuitas, pero quiero contarle a Helen y a Jaine cómo es el mundo fuera de esas malditas torres negras.
A la vez que me alejo cual muerto viviente de la canoa doy por hecho mi último esfuerzo. La sangre que infectó los cadáveres comienza a formar auténticos ríos carmesíes en busca de mi cuerpo. Esta retorna hacia mí y se cuela por cualquier apertura, siento que mi cuerpo vuelve a tener la fuerza para correr y eso es lo que hago. Las heridas y quemaduras me duelen, pero el miedo a la muerte y la urgencia de salir con vida superan todo dolor.
La atmósfera se siente tan caliente como si estuviera dentro del caldero de una bruja, y entonces la oscuridad es espantada por un estallido blanco. Una vez escuché a alguien decir que, cuando algo explota, lo mejor es tirarse al suelo. Y es exactamente lo que hago. Las llamaradas pasan sobre nosotras y derriten tanto mi capa rasgada como mi chaqueta. La buena noticia es que no debo preocuparme de volverlas a lavar, y la mala es que tendré que comprar ropa.
Hago un recuento mental de mis heridas: tengo el antebrazo perforado e inutilizable; una fea quemadura en el muslo; puede que un par de fracturas; y la espalda tan roja como una puta jaiba. Al menos no he perdido un solo cabello, eso es bueno.
—¿Estás… bien? —le pregunto a Íbili después de levantarme y mirar a mi alrededor.
Vine a esta isla para arreglar mi pequeño bote y terminé envuelta en un atentado contra la gobernadora. Lo peor de todo es que ni siquiera se me prometió un cielo maravilloso en donde tendría todo para mí, pero puede que consiga sacar algo de todo esto.
Mi plan es arrastrarme cual serpiente, alejarme de la cabaña y encontrar un lugar seguro donde descansar, tratar mis heridas y pensar qué hacer. La idea original era traicionar a Mora cuando estuviese a punto de secuestrar a Amable, romperle uno o dos huesos y conseguir la simpatía de la gobernante para luego pedir una recompensa, pero creo que no podrá ser.
A todo esto, ¿por qué siento un fuego dentro de mí? Reconocería la adrenalina, pero esto es diferente, es como una… fuerza que me empuja hacia delante. En cierta forma se parece a la Fuerza de la Madre Luna, o haki de armadura como se le dice fuera de Yhardum, pero es mucho, mucho más… intensa.
Creo que es la primera vez que la anemia me golpea tan duro y en un momento tan desafortunado. Tengo la vista nublada y siento mis piernas más débiles que nunca, si es que apenas puedo mantenerme en pie. Cuando Íbili me jala del brazo hacia fuera de la canoa mi cuerpo no opone resistencia ninguna. A medida que me alejo, los cadáveres comienzan a caer para volver a su letargo del cual jamás despertarán. Puede parecer una mala noticia, pero la verdad es que no es tan mala.
Estoy en deuda conmigo misma y me debo un último esfuerzo, no por Íbili ni por querer ser la heroína de turno, sino porque quiero vivir y regresar a Yhardum. No echo de menos la mierda en las calles ni las puñaladas gratuitas, pero quiero contarle a Helen y a Jaine cómo es el mundo fuera de esas malditas torres negras.
A la vez que me alejo cual muerto viviente de la canoa doy por hecho mi último esfuerzo. La sangre que infectó los cadáveres comienza a formar auténticos ríos carmesíes en busca de mi cuerpo. Esta retorna hacia mí y se cuela por cualquier apertura, siento que mi cuerpo vuelve a tener la fuerza para correr y eso es lo que hago. Las heridas y quemaduras me duelen, pero el miedo a la muerte y la urgencia de salir con vida superan todo dolor.
La atmósfera se siente tan caliente como si estuviera dentro del caldero de una bruja, y entonces la oscuridad es espantada por un estallido blanco. Una vez escuché a alguien decir que, cuando algo explota, lo mejor es tirarse al suelo. Y es exactamente lo que hago. Las llamaradas pasan sobre nosotras y derriten tanto mi capa rasgada como mi chaqueta. La buena noticia es que no debo preocuparme de volverlas a lavar, y la mala es que tendré que comprar ropa.
Hago un recuento mental de mis heridas: tengo el antebrazo perforado e inutilizable; una fea quemadura en el muslo; puede que un par de fracturas; y la espalda tan roja como una puta jaiba. Al menos no he perdido un solo cabello, eso es bueno.
—¿Estás… bien? —le pregunto a Íbili después de levantarme y mirar a mi alrededor.
Vine a esta isla para arreglar mi pequeño bote y terminé envuelta en un atentado contra la gobernadora. Lo peor de todo es que ni siquiera se me prometió un cielo maravilloso en donde tendría todo para mí, pero puede que consiga sacar algo de todo esto.
Mi plan es arrastrarme cual serpiente, alejarme de la cabaña y encontrar un lugar seguro donde descansar, tratar mis heridas y pensar qué hacer. La idea original era traicionar a Mora cuando estuviese a punto de secuestrar a Amable, romperle uno o dos huesos y conseguir la simpatía de la gobernante para luego pedir una recompensa, pero creo que no podrá ser.
A todo esto, ¿por qué siento un fuego dentro de mí? Reconocería la adrenalina, pero esto es diferente, es como una… fuerza que me empuja hacia delante. En cierta forma se parece a la Fuerza de la Madre Luna, o haki de armadura como se le dice fuera de Yhardum, pero es mucho, mucho más… intensa.
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La Amable se adelanta para ir al encuentro de tan brutos visitantes. Alza una mano y el fuego, el de las armas que no el de la canoa derribada, se detiene. La última docena de soldados forma un semicírculo a vuestro alrededor, con las armas listas pero sin intención de usarlas por el momento. El grupo de Mora, lo que queda de él, se agrupa en un maltrecho montón a una decena de metros por delante de ti. La Amable abre los brazos y se dispone a soltar el discurso de rigor.
-¡Cogedla! -exclama Mora, interrumpiendo el momento.
Un segundo después, todos los cocos y criminales que quedan se lanzan a por la mujer. Un par de brazos enormes atrapan las piernas de La Amable cuando Shakson usa sus poderes, y la cosa parece que va a durar bien poco. La multitud te bloquea la visión y no ves lo que sucede a continuación, pero parece que La Amable saca algo de un bolsillo antes de que la cojan. Lo siguiente que ves es una explosión cegadora que arrasa con todos los criminales y hace huir a los cocos con sus cáscaras y sus tocados en llamas.
Tras unos segundos de calma, La Amable sale del humo sin un rasguño. Entonces extiende los brazos y comienza su discurso como si nada la hubiera interrumpido:
-Bienvenidos, ciudadanos. ¿A qué se debe toda esta violencia? Por favor, calmaos y hablemos. No es necesario que nadie sufra daño.
-No, solo tú, zorra -murmura Mora. La criminal se gira hacia ti y señala a La Amable-. ¡Atrápala, maldita sea! ¡Os pago para eso!
-¡Cogedla! -exclama Mora, interrumpiendo el momento.
Un segundo después, todos los cocos y criminales que quedan se lanzan a por la mujer. Un par de brazos enormes atrapan las piernas de La Amable cuando Shakson usa sus poderes, y la cosa parece que va a durar bien poco. La multitud te bloquea la visión y no ves lo que sucede a continuación, pero parece que La Amable saca algo de un bolsillo antes de que la cojan. Lo siguiente que ves es una explosión cegadora que arrasa con todos los criminales y hace huir a los cocos con sus cáscaras y sus tocados en llamas.
Tras unos segundos de calma, La Amable sale del humo sin un rasguño. Entonces extiende los brazos y comienza su discurso como si nada la hubiera interrumpido:
-Bienvenidos, ciudadanos. ¿A qué se debe toda esta violencia? Por favor, calmaos y hablemos. No es necesario que nadie sufra daño.
-No, solo tú, zorra -murmura Mora. La criminal se gira hacia ti y señala a La Amable-. ¡Atrápala, maldita sea! ¡Os pago para eso!
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La sangre continúa volviendo a mí, aunque solo servirá para frenar la anemia. Las heridas son cuento aparte, y ahora me arrepiento de no haber prestado más atención a las clases de primeros auxilios de la vieja estúpida. Lo mío es matar gente y cazar monstruos, no sanar enfermos. Pero da igual, tampoco es que pueda hacer mucho ahora. Lo que importa es que debo decidirme entre secuestrar a Amable o traicionar a Mora.
La mujer de la cabaña entra en escena y alza la mano como ordenándoles a los soldados que no disparen. Si fuera yo la de las órdenes, estaríamos todos muertos, pero los buenos son estúpidos y siempre pierden porque confían demasiado en los demás, aunque tampoco debería apuntarlos con el dedo… ¿Quién fue la idiota que arriesgó su vida para salvar a una niña casi desconocida? Menos mal tuve un poco de suerte, un poco mucho.
Mora es algo más lista, no demasiado, y no deja pasar la oportunidad. Mientras mis “compañeros” arremeten contra Amable, yo me alejo en busca de algún sitio para esconderme, mientras me debato qué hacer. Ojalá hubiera madrigueras para alguien de mi tamaño… En fin, un estallido de pura luz detiene a los criminales y los gritos de los coquitos me indican una cosa: peligro.
Cuando la mujer empieza con el discurso, decido que es momento de hacer funcionar un par de neuronas. No soy buena analizando, pero tampoco hay que ser un genio para darse cuenta de lo jodidisima que estoy.
No hay un solo escenario que sea beneficioso para mí, es decir, tome una u otra decisión estaré asumiendo riesgos tan altos que ninguna recompensa los justificará. Supongamos por un momento, sólo por un momento, que ocurre un milagro y nos cargamos a los soldados y logramos secuestrar a Amable. ¿Qué pasa luego? ¿Me vuelvo rica porque una criminal estúpida dice que nos paga? No he visto un puto berrie ni han arreglado mi bote, y sumir la isla en una puta anarquía como que me da igual.
Traicionar a Mora y reventarle la espalda es otra opción, pero he escuchado las historias suficientes para saber que los traidores jamás tienen un buen final, ni siquiera cuando traicionan por una buena causa. Y si nos ponemos a hablar de causas, aquí no hay ninguna para mí, si es que sobro totalmente. Pero ya está, si andamos con estas al menos me quejaré todo lo que tenga que quejarme porque aquí solo hay injusticias muy gordas.
Todos estaremos de acuerdo en que nadie ha pensado en mí ni en mi bote. ¡Lo único que he querido desde que llegué es arreglarlo para largarme de una puta vez! Pero no, a cambio han intentado estafarme, incluso me dispararon y luego me enfrenté a una zorra letal solo por decirle lo que era, una zorra. Por si no fuera suficiente, me secuestró un grupo de raritos y terminé trabajando para una drogadicta.
¡Y todo es culpa de Amable! Qué bonito es retirarse en un puto huerto y no gobernar una mierda.
No importa cómo se vea, aquí hay dos víctimas y dos responsables. Íbili y yo estamos del lado de las víctimas; Mora y Amable, del lado de las responsables. Estoy cansada, he dormido tanto como un terrorista en tiempos de campaña, me duele todo el cuerpo y el estrés está a nada de superar el 100. Ya está, decidido: esto se ha vuelto personal, muy personal. Qué secuestros ni qué mierdas, me las cargaré a todas.
El contador de cordura está en cero y el de locura en mil.
Todo pasa a segundo plano cuando me dispongo a tomar justicia por mano propia. Acabo de pasar de inquisidora a vigilante, buenísima. Algo muy intenso arde dentro de mí y me hace levantarme. Motivada por el dolor y la venganza, genero una decena de diminutas esferas de sangre endurecida que lanzo en dirección a Mora, los coquitos sobrevivientes y Amable. No he apuntado una sola mierda, sólo es mi declaración de guerra y rebeldía.
—¡No trabajo para ti, zorra estúpida! ¡Soy una maldita inquisidora, no una delincuente de mierda! ¡Y tú! —Señalo a Amable. A estas alturas tengo los ojos inyectados en sangre—. ¡No te me vengas a hacer la diplomática cuando tu puto país es una soberana mierda! ¡¿Sabes cuántas veces intentaron matarme, estafarme y secuestrarme?! ¡Te odio, Amable, a ti y a tu puto huerto! ¡Las zanahorias son las siguientes!
Creo que esto acaba de descontrolarse, así que es hora de pasar a la acción.
La mujer de la cabaña entra en escena y alza la mano como ordenándoles a los soldados que no disparen. Si fuera yo la de las órdenes, estaríamos todos muertos, pero los buenos son estúpidos y siempre pierden porque confían demasiado en los demás, aunque tampoco debería apuntarlos con el dedo… ¿Quién fue la idiota que arriesgó su vida para salvar a una niña casi desconocida? Menos mal tuve un poco de suerte, un poco mucho.
Mora es algo más lista, no demasiado, y no deja pasar la oportunidad. Mientras mis “compañeros” arremeten contra Amable, yo me alejo en busca de algún sitio para esconderme, mientras me debato qué hacer. Ojalá hubiera madrigueras para alguien de mi tamaño… En fin, un estallido de pura luz detiene a los criminales y los gritos de los coquitos me indican una cosa: peligro.
Cuando la mujer empieza con el discurso, decido que es momento de hacer funcionar un par de neuronas. No soy buena analizando, pero tampoco hay que ser un genio para darse cuenta de lo jodidisima que estoy.
No hay un solo escenario que sea beneficioso para mí, es decir, tome una u otra decisión estaré asumiendo riesgos tan altos que ninguna recompensa los justificará. Supongamos por un momento, sólo por un momento, que ocurre un milagro y nos cargamos a los soldados y logramos secuestrar a Amable. ¿Qué pasa luego? ¿Me vuelvo rica porque una criminal estúpida dice que nos paga? No he visto un puto berrie ni han arreglado mi bote, y sumir la isla en una puta anarquía como que me da igual.
Traicionar a Mora y reventarle la espalda es otra opción, pero he escuchado las historias suficientes para saber que los traidores jamás tienen un buen final, ni siquiera cuando traicionan por una buena causa. Y si nos ponemos a hablar de causas, aquí no hay ninguna para mí, si es que sobro totalmente. Pero ya está, si andamos con estas al menos me quejaré todo lo que tenga que quejarme porque aquí solo hay injusticias muy gordas.
Todos estaremos de acuerdo en que nadie ha pensado en mí ni en mi bote. ¡Lo único que he querido desde que llegué es arreglarlo para largarme de una puta vez! Pero no, a cambio han intentado estafarme, incluso me dispararon y luego me enfrenté a una zorra letal solo por decirle lo que era, una zorra. Por si no fuera suficiente, me secuestró un grupo de raritos y terminé trabajando para una drogadicta.
¡Y todo es culpa de Amable! Qué bonito es retirarse en un puto huerto y no gobernar una mierda.
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El contador de cordura está en cero y el de locura en mil.
Todo pasa a segundo plano cuando me dispongo a tomar justicia por mano propia. Acabo de pasar de inquisidora a vigilante, buenísima. Algo muy intenso arde dentro de mí y me hace levantarme. Motivada por el dolor y la venganza, genero una decena de diminutas esferas de sangre endurecida que lanzo en dirección a Mora, los coquitos sobrevivientes y Amable. No he apuntado una sola mierda, sólo es mi declaración de guerra y rebeldía.
—¡No trabajo para ti, zorra estúpida! ¡Soy una maldita inquisidora, no una delincuente de mierda! ¡Y tú! —Señalo a Amable. A estas alturas tengo los ojos inyectados en sangre—. ¡No te me vengas a hacer la diplomática cuando tu puto país es una soberana mierda! ¡¿Sabes cuántas veces intentaron matarme, estafarme y secuestrarme?! ¡Te odio, Amable, a ti y a tu puto huerto! ¡Las zanahorias son las siguientes!
Creo que esto acaba de descontrolarse, así que es hora de pasar a la acción.
- Pa' que el moderador no busque en mi ficha:
- Nivel 40: Ahora puede comprimir más contenido de sangre para generar balas más grandes, como las de un fusil, y acercarse a la barrera del sonido pero no superarla. Una bala de estas puede destrozar el tronco de un pino.
PD: Segundo post pa' despertar hao.
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Se hace un tenso silencio que... no, nada de silencio. No has terminado de despotricar cuando Mora ya te está respondiendo a gritos con todo tipo de barbaridades soeces. Ladra una orden y Kokonut, el hombre-coco gigante, avanza hacia ti, armado con una vara de cáñamo enorme rematada por una piña de púas desmesuradas.
Mientras tanto, la abuela se acerca a La Amable, y sin preámbulo alguno, saca una pistola y apunta a la cabeza de la líder nativa. Aprieta el gatillo justo cuando Mora se da cuenta.
-¡No! -exclama Mora horrorizada.
La abuela dispara y la bala se hunde en la cabeza de La Amable. Entonces Mora se desploma con un agujero en la sien. La Amable, aprovechando la distracción, arranca un cabello de la testa de la abuela. Se lo traga como si fuese lo más normal del mundo y sonríe. La abuela, que no ata cabos, dispara de nuevo, y es ella la siguiente en caer muerta, con medio cráneo reventado.
-Pobres. ¿No os dijeron que me atraparais sin matarme? ¿No os explicaron por qué querían extranjeros para esta vileza? No sois de la familia, no me sustentáis ni estáis bajo mi ala... No importa, yo os perdono. -La Amable parece verdaderamente compungida-. ¿No podéis dejar las armas?
Pero, espera... ¿qué ha pasado con tus balas de sangre? Resulta que ahí están, bolitas rojas inofensivas que flotan en el aire. No, no en el aire... en baba. Una cortina de líquido translúcido con olor a saliva ha detenido tu ataque. Su origen, tu archienemiga semidesnuda, está en una canoa que os sobrevuela. Junto a ella hay un hombre que porta el arma que ella encargó en la tienda. Es el tipo de las pupilas de colores, el del loro que te explicó lo del trueque. La canoa lleva una calavera pirata pintada a un lado.
-Oh, capitán Rillum. Tenía entendido que no intervendríais -comenta La Amable.
-Y no iba a hacerlo. Pero las mareas se vuelven ligeramente a mi favor. Las probabilidades de matarte han subido ligeramente con todo este... lo que sea esto.
A una orden suya, su tripulación desembarca y se enfrenta a los soldados, que han vuelto a ponerse en movimiento, y a los cocos, que siguen enfadados y tienen poco claro a quién enfrentarse. Refuerzos de los soldados y de los criminales se aproximan en varias embarcaciones flotantes, todos ellos compitiendo por ver quién dispara más y peor.
Se ha liado una buena. Hay un buen montón de gente violenta aquí... y no le caes bien a nadie.
Mientras tanto, la abuela se acerca a La Amable, y sin preámbulo alguno, saca una pistola y apunta a la cabeza de la líder nativa. Aprieta el gatillo justo cuando Mora se da cuenta.
-¡No! -exclama Mora horrorizada.
La abuela dispara y la bala se hunde en la cabeza de La Amable. Entonces Mora se desploma con un agujero en la sien. La Amable, aprovechando la distracción, arranca un cabello de la testa de la abuela. Se lo traga como si fuese lo más normal del mundo y sonríe. La abuela, que no ata cabos, dispara de nuevo, y es ella la siguiente en caer muerta, con medio cráneo reventado.
-Pobres. ¿No os dijeron que me atraparais sin matarme? ¿No os explicaron por qué querían extranjeros para esta vileza? No sois de la familia, no me sustentáis ni estáis bajo mi ala... No importa, yo os perdono. -La Amable parece verdaderamente compungida-. ¿No podéis dejar las armas?
Pero, espera... ¿qué ha pasado con tus balas de sangre? Resulta que ahí están, bolitas rojas inofensivas que flotan en el aire. No, no en el aire... en baba. Una cortina de líquido translúcido con olor a saliva ha detenido tu ataque. Su origen, tu archienemiga semidesnuda, está en una canoa que os sobrevuela. Junto a ella hay un hombre que porta el arma que ella encargó en la tienda. Es el tipo de las pupilas de colores, el del loro que te explicó lo del trueque. La canoa lleva una calavera pirata pintada a un lado.
-Oh, capitán Rillum. Tenía entendido que no intervendríais -comenta La Amable.
-Y no iba a hacerlo. Pero las mareas se vuelven ligeramente a mi favor. Las probabilidades de matarte han subido ligeramente con todo este... lo que sea esto.
A una orden suya, su tripulación desembarca y se enfrenta a los soldados, que han vuelto a ponerse en movimiento, y a los cocos, que siguen enfadados y tienen poco claro a quién enfrentarse. Refuerzos de los soldados y de los criminales se aproximan en varias embarcaciones flotantes, todos ellos compitiendo por ver quién dispara más y peor.
Se ha liado una buena. Hay un buen montón de gente violenta aquí... y no le caes bien a nadie.
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—¡Sigue acercándote y te meteré la piña por el culo, monstruo! —gruño al mismo tiempo que retiro a Escarlata de su funda, pero enseguida me da un ataque de tos. Debería amenazar por escrito y no gritando, que esto cansa mucho.
Mi enfrentamiento con el monstruo-coco-piña pasa a segundo plano porque a la abuela le ha dado por robarse la atención y amenaza con matar a Amable. Me da igual, pero ¿no que iban a secuestrarla y a hacer quién sabe qué? En fin, la anciana dispara y la bala se hunde en la cabeza de Amable, pero es Mora la que cae. La abuela vuelve a disparar y enseguida cae con el cráneo reventado.
Doy un paso hacia atrás como si de pronto fuera una cachorra a punto de enfrentarse al líder de la manada. Todo mi cuerpo me advierte de que el verdadero monstruo es Amable, jamás lo fue Mora ni el hombre-coco-piña. Y la única respuesta que se me ocurre a lo que acaba de pasar es un fruto de la Madre Luna. ¿Haberse tragado un cabello de la abuela es un condicionante para activar su poder? Tendré que mantenerme lejos de esa mujer, lo más lejos posible.
—Alto ahí, bestia. Hagamos una tregua hasta que nos carguemos a esa mujer —le propongo al coquito, señalando a Amable con el estoque sin empuñadura.
Y con toda esta mierda casi me he olvidado de mis balas de sangre que, curiosamente, flotan en el aire. Si no fuese por el reflejo de las llamas en la cortina translúcida, jamás me habría dado cuenta de que algo hay ahí. Por instinto levanto la mirada y me encuentro con unas tetas peligrosamente familiares. Solo entonces me arrepiento de no haber matado a la puta cuando tuve la oportunidad de hacerlo.
Puede que esta gente esté acostumbrada a pelear en campo abierto, pero yo no. A menos que encuentre un lugar cerrado y oscuro siempre estaré en desventaja. ¡Ni siquiera hay un sitio donde esconderme, apuntar y disparar! Aun así, veo una mínima chance de salir con vida de este problema y largarme de esta estúpida isla. Noto enemistad entre Amable y el “capitán Rillum”, el mismo hombre que me habló sobre los laks.
El problema de tener muchos enemigos es que no sabes a quién matar primero, y jamás he llegado a una respuesta clara sobre qué es más efectivo: cargarse primero al más fuerte o al más débil. Además, tampoco es que tenga demasiada información sobre esta gentuza. Conozco la fuerza y las habilidades de la zorra de las tetas, pero no tengo idea sobre el poder de su capitán y aún no consigo tener una idea real sobre las habilidades de Amable.
Por el momento debería limitarme a observar y analizar, intentar retroceder poco a poco mientras mis enemigos se matan entre ellos, pero por si las moscas… Reúno sangre en mi mano para formar poco a poco cinco hexágonos de sangre endurecida a mi alrededor, protegiendo todos mis flancos. Hará falta una bala realmente potente para atravesarlos, después de todo, son tan resistentes como el acero.
—Si aún quieres pelear, ven —le gruño al monstruo-coco-piña.
Mi enfrentamiento con el monstruo-coco-piña pasa a segundo plano porque a la abuela le ha dado por robarse la atención y amenaza con matar a Amable. Me da igual, pero ¿no que iban a secuestrarla y a hacer quién sabe qué? En fin, la anciana dispara y la bala se hunde en la cabeza de Amable, pero es Mora la que cae. La abuela vuelve a disparar y enseguida cae con el cráneo reventado.
Doy un paso hacia atrás como si de pronto fuera una cachorra a punto de enfrentarse al líder de la manada. Todo mi cuerpo me advierte de que el verdadero monstruo es Amable, jamás lo fue Mora ni el hombre-coco-piña. Y la única respuesta que se me ocurre a lo que acaba de pasar es un fruto de la Madre Luna. ¿Haberse tragado un cabello de la abuela es un condicionante para activar su poder? Tendré que mantenerme lejos de esa mujer, lo más lejos posible.
—Alto ahí, bestia. Hagamos una tregua hasta que nos carguemos a esa mujer —le propongo al coquito, señalando a Amable con el estoque sin empuñadura.
Y con toda esta mierda casi me he olvidado de mis balas de sangre que, curiosamente, flotan en el aire. Si no fuese por el reflejo de las llamas en la cortina translúcida, jamás me habría dado cuenta de que algo hay ahí. Por instinto levanto la mirada y me encuentro con unas tetas peligrosamente familiares. Solo entonces me arrepiento de no haber matado a la puta cuando tuve la oportunidad de hacerlo.
Puede que esta gente esté acostumbrada a pelear en campo abierto, pero yo no. A menos que encuentre un lugar cerrado y oscuro siempre estaré en desventaja. ¡Ni siquiera hay un sitio donde esconderme, apuntar y disparar! Aun así, veo una mínima chance de salir con vida de este problema y largarme de esta estúpida isla. Noto enemistad entre Amable y el “capitán Rillum”, el mismo hombre que me habló sobre los laks.
El problema de tener muchos enemigos es que no sabes a quién matar primero, y jamás he llegado a una respuesta clara sobre qué es más efectivo: cargarse primero al más fuerte o al más débil. Además, tampoco es que tenga demasiada información sobre esta gentuza. Conozco la fuerza y las habilidades de la zorra de las tetas, pero no tengo idea sobre el poder de su capitán y aún no consigo tener una idea real sobre las habilidades de Amable.
Por el momento debería limitarme a observar y analizar, intentar retroceder poco a poco mientras mis enemigos se matan entre ellos, pero por si las moscas… Reúno sangre en mi mano para formar poco a poco cinco hexágonos de sangre endurecida a mi alrededor, protegiendo todos mis flancos. Hará falta una bala realmente potente para atravesarlos, después de todo, son tan resistentes como el acero.
—Si aún quieres pelear, ven —le gruño al monstruo-coco-piña.
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El pobre coco está tan confuso como tú. Su líder ha muerto y hay un montón de gente enfadada en los alrededores. Así que se limita a sacudir a todo el que se le acerca, ya sea pirata o soldado, mientras se acerca a ti con intenciones poco amistosas. Mientras, estos dos bandos se enfrentan en una caótica mezcolanza en la que participan los otros dos grupos que Mora envió a otros lugares. Frutas explosivas, rayos de luz cegadora, canoas voladoras por aquí y por allá... Y de fondo, la Amable intentando poner calma. Qué maja, ella.
El capitán Rillum corre hacia la líder nativa con su estoque desenvainado. Su tripulación lo escolta en grupo y aparta de él toda amenaza, o al menos se lanza de cabeza contra ellas. Mientras, el tío que crea ojos gigantes intenta también abrirse paso hasta la Amable.
En estas, Íbili te coge de la mano y señala a la cabaña de la líder.
-Tú atrapa Amable, Chica Pájaro. Haz caso: si no atrapas, ella esclaviza tú. Hace muñeco y controla. Magia mala. Y haber premio si tú derrotarla. Pero no matar -añade-. No. Matar.
Hazle caso a la niña. Te dio fresas.
-Reconozco esas ropas. ¿Necesitas que una niñita te diga qué hacer? -Gírate. Detrás de ti tienes a la pirata en topless, con una especie de monigote hecho de baba correteando por sus hombros. Sobre tu cabeza, una enorme y repugnante masa de saliva flota amenazadora-. Pienso acabar lo que empezamos.
La pirata sonríe malévolamente y deja caer su baba para ahogarte en ella. Parece una muerte espantosa, la verdad.
El capitán Rillum corre hacia la líder nativa con su estoque desenvainado. Su tripulación lo escolta en grupo y aparta de él toda amenaza, o al menos se lanza de cabeza contra ellas. Mientras, el tío que crea ojos gigantes intenta también abrirse paso hasta la Amable.
En estas, Íbili te coge de la mano y señala a la cabaña de la líder.
-Tú atrapa Amable, Chica Pájaro. Haz caso: si no atrapas, ella esclaviza tú. Hace muñeco y controla. Magia mala. Y haber premio si tú derrotarla. Pero no matar -añade-. No. Matar.
Hazle caso a la niña. Te dio fresas.
-Reconozco esas ropas. ¿Necesitas que una niñita te diga qué hacer? -Gírate. Detrás de ti tienes a la pirata en topless, con una especie de monigote hecho de baba correteando por sus hombros. Sobre tu cabeza, una enorme y repugnante masa de saliva flota amenazadora-. Pienso acabar lo que empezamos.
La pirata sonríe malévolamente y deja caer su baba para ahogarte en ella. Parece una muerte espantosa, la verdad.
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Sabía que una tregua era mucho pedir, pero nunca está de más preguntar. Ahora tengo que ver cómo me las apaño para salir con vida de este horrible lugar. Dejaré que los soldados y el resto de extras entretengan al coco-piña que no sé por qué estará tan enfadado conmigo, si aún no le he hecho nada. En fin, jamás hay que intentar comprender a un idiota.
A la vez que un espectáculo bélico de luces centelleantes y explosiones mortales sucede, siento que algo me toca la mano. Pronto me doy cuenta de que es Íbili. Me dice que debo atrapar a Amable, pero no matarla, y también me habla de sus poderes. Hace muñecos y controla a la gente… Definitivamente suena a magia mala. No tengo idea cuál será el premio ese, pero dudo mucho que lo valga, es decir, ¿cuáles son las probabilidades de lograrlo?
Y encima la zorra ha venido a molestar.
Me giro lentamente mientras ese calor que siento dentro de mí continúa creciendo, haciéndome sentir que explotaré en cualquier momento. Frente a mí se encuentra la pirata de las tetas, la misma que debí haberme cargado cuando pude. Si hubiera sabido que iba a molestar tanto, no le habría perdonado la puta vida. Enfrentarme a ella en este estado no será fácil, aunque dudo que se haya recuperado de todas las heridas que le hice.
Además, esta vez pienso ir con todo desde el principio.
Al mismo tiempo que suelta su discurso, mis ojos se tornan de un tono rojo vino mientras que el borde de la íris se vuelve brillante como la lava. Antes de que la pirata terminara, ya sabía todo lo que sucedería. Sin perder el tiempo, tomo a Íbili de la mano y doy una serie de saltitos hacia atrás. Cada saltito me hace sentir un dolor punzante en el muslo, pero no es el momento de cagonear. Además, el combate acaba de convertirse en una carrera contra el reloj.
—Atraparé a Amable, pero primero mataré a esta zorra —le digo a Íbili, cogiendo con más fuerza a Escarlata.
Jamás se me había presentado la necesidad de usar la Mirada de Madre Luna, pero ya dije que iría con todo desde el principio. La capacidad de ver el futuro, la habilidad de romper la voluntad enemiga, el poder generar un disco volador… Voy a destrozar a esta perra.
Reúno un poco de energía, la suficiente para formar una única Esfera de Shinsoo. La pelota plateada que parece contener líquido revolotea un momento a mi alrededor para entonces convertirse en un disco del mismo color. Me subo a ella y fijo la mirada en la mujer. Desearía pelear en un espacio cerrado, pero aquí podré moverme con más libertad. El disco despega y me aleja del suelo a una velocidad impresionante, haciéndome sentir el frío viento nocturno en la cara.
Doy un par de vueltas por el cielo para despistar a la zorra y entonces me dejo caer cual halcón sobre mi presa, buscando su espalda. Al mismo tiempo que desciendo como un misil, formo una diminuta esfera de sangre en mi mano. El disco se detiene a cinco metros del suelo y entonces disparo, apuntando contra la espalda baja de la pirata. Tal es la fuerza del proyectil que resiento mi hombro dañado, haciéndome soltar un gruñido. Creo que mi hombro soportará cuatro disparos más, y eso siendo optimista.
—Pude haberte matado antes y no lo hice por lástima, pero las burras como tú aprenden a golpes —le espeto, formando otra esfera de sangre.
A la vez que un espectáculo bélico de luces centelleantes y explosiones mortales sucede, siento que algo me toca la mano. Pronto me doy cuenta de que es Íbili. Me dice que debo atrapar a Amable, pero no matarla, y también me habla de sus poderes. Hace muñecos y controla a la gente… Definitivamente suena a magia mala. No tengo idea cuál será el premio ese, pero dudo mucho que lo valga, es decir, ¿cuáles son las probabilidades de lograrlo?
Y encima la zorra ha venido a molestar.
Me giro lentamente mientras ese calor que siento dentro de mí continúa creciendo, haciéndome sentir que explotaré en cualquier momento. Frente a mí se encuentra la pirata de las tetas, la misma que debí haberme cargado cuando pude. Si hubiera sabido que iba a molestar tanto, no le habría perdonado la puta vida. Enfrentarme a ella en este estado no será fácil, aunque dudo que se haya recuperado de todas las heridas que le hice.
Además, esta vez pienso ir con todo desde el principio.
Al mismo tiempo que suelta su discurso, mis ojos se tornan de un tono rojo vino mientras que el borde de la íris se vuelve brillante como la lava. Antes de que la pirata terminara, ya sabía todo lo que sucedería. Sin perder el tiempo, tomo a Íbili de la mano y doy una serie de saltitos hacia atrás. Cada saltito me hace sentir un dolor punzante en el muslo, pero no es el momento de cagonear. Además, el combate acaba de convertirse en una carrera contra el reloj.
—Atraparé a Amable, pero primero mataré a esta zorra —le digo a Íbili, cogiendo con más fuerza a Escarlata.
Jamás se me había presentado la necesidad de usar la Mirada de Madre Luna, pero ya dije que iría con todo desde el principio. La capacidad de ver el futuro, la habilidad de romper la voluntad enemiga, el poder generar un disco volador… Voy a destrozar a esta perra.
Reúno un poco de energía, la suficiente para formar una única Esfera de Shinsoo. La pelota plateada que parece contener líquido revolotea un momento a mi alrededor para entonces convertirse en un disco del mismo color. Me subo a ella y fijo la mirada en la mujer. Desearía pelear en un espacio cerrado, pero aquí podré moverme con más libertad. El disco despega y me aleja del suelo a una velocidad impresionante, haciéndome sentir el frío viento nocturno en la cara.
Doy un par de vueltas por el cielo para despistar a la zorra y entonces me dejo caer cual halcón sobre mi presa, buscando su espalda. Al mismo tiempo que desciendo como un misil, formo una diminuta esfera de sangre en mi mano. El disco se detiene a cinco metros del suelo y entonces disparo, apuntando contra la espalda baja de la pirata. Tal es la fuerza del proyectil que resiento mi hombro dañado, haciéndome soltar un gruñido. Creo que mi hombro soportará cuatro disparos más, y eso siendo optimista.
—Pude haberte matado antes y no lo hice por lástima, pero las burras como tú aprenden a golpes —le espeto, formando otra esfera de sangre.
- Cosas usadas:
- Mirada de Madre Luna I: Anna es una gran batalladora a la hora de enfrentarse a un único oponente, es por ello que, de manera pasiva, sus capacidades de predicción aumentan en medio segundo cuando se enfrenta a un solo oponente a la vez. Activamente, puede ver el futuro que le afecte directamente con una antelación de un segundo, consumiendo dos asaltos de mantra y siempre teniendo como límite sus propios sentidos.
Asaltos de haki: 2/8
Nombre de la técnica: Control del Shinsoo
Categoría: Especial
Naturaleza: Espiritual.
Descripción: Si el haki es la energía que está dentro de todas las criaturas del mundo, el shinsoo es la energía que está dentro de todas las cosas. O algo así. Los ángeles del Imperio de Praha lo usan para la batalla y Anna, durante sus aventuras, aprendió a controlarlo. Las Esferas de Shinsoo son la manera más básica de representar dicha energía y sirven para proyectar las técnicas relacionadas con esta. Anna puede crear hasta tres esferas, siendo cada una del tamaño de una pelota de fútbol y pareciera que encierran agua plateada como si fluyera permanentemente. Cada Esfera de Shinsoo sigue los movimientos de Anna, pudiendo mantenerse a una distancia de diez metros. Por lo demás, tarda un segundo en crear cada esfera.
A modo escénico, Anna puede envolverse de un aura plateada que no supondrá cambios de estadísticas, al menos no por el momento.
Nombre de la técnica: Disco de Shinsoo
Categoría: Genuina
Naturaleza: Espiritual
Descripción: Anna usa una de las tres esferas para transformarla en un disco sólido sobre el cual caben hasta dos personas (en términos humanos, claro). Este tiene una forma aerodinámica y rompe un poco la gravedad, permitiendo desplazarse por los cielos y alcanzar velocidades de 80 kilómetros por hora. Tarda un segundo en canalizar esta técnica. Si bien el disco dura hasta ser destruido, es frágil y cualquier puñetazo capaz de hender en un tronco de pino podría destrozarlo.
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La masa de saliva cae al suelo y se desperdiga por tierra, esparciéndose hacia ti como si tuviese vida propia. Echas a volar, lo cual te convierte en el objetivo de una serie de escupitajos bien cargados. Las balas de baba burbujean, como si estuviesen hirviendo.
-Ahora no va a salvarte nadie. ¿Creías que no te reconocería sin ese disfraz ridículo?
No le hagas caso. Tu máscara de cuervo es... pintoresca, pero a todos les gusta. Puede que a la pirata en topless no, pero ella pelea con su baba, así que no puede decir nada tampoco.
En cualquier caso, has tenido la suerte o la pericia de colocarte a su espalda y disparar. La bala de sangre surca el aire sin que tu rival alcance a reaccionar. No obstante, el monigote de saliva sí lo hace. Salta de su hombro y cae sobre la bola carmesí, desviándola. La sangre lo atraviesa de parte a parte, y lo mismo hace con la pirata, entrándole por el costado y saliendo por la cadera antes de dejar un agujero en el suelo del tamaño de un melón. Posa una rodilla en tierra y se lleva una mano a la herida mientras aprieta los dientes y masculla insultos poco halagadores hacia tu persona. Se aplica una generosa dosis de saliva y la herida se cierra ligeramente y deja de sangrar. La baba ayuda a cicatrizar, dicen.
-Ahora verás...
La pirata se escupe en las manos y le da forma a la baba, como una repugnante versión de un trabajo de alfarería. El resultado es otro monigote deforme con apenas rasgos humanoides. No ha sido un muy buen trabajo, la verdad, salvo porque mide como cuatro metros.
Un par de soldados de la Amable se aproximan a vuestra posición. Alzan sus armas y apuntan a tu adversaria, pero su creación se interpone. Los barre con una enorme zarpa translúcida y llena de burbujitas olorosas y los empuja dentro de su cuerpo. En unos segundos se han derretido por completo. Parece una baba muy ácida, esa.
No tienes mucho tiempo para pensarlo, porque el monigote se estira hacia ti, deformándose y creciendo, ascendiendo hasta tu disco como un torrente de asqueroso escupitajo, y trata de engullirte.
-Ahora no va a salvarte nadie. ¿Creías que no te reconocería sin ese disfraz ridículo?
No le hagas caso. Tu máscara de cuervo es... pintoresca, pero a todos les gusta. Puede que a la pirata en topless no, pero ella pelea con su baba, así que no puede decir nada tampoco.
En cualquier caso, has tenido la suerte o la pericia de colocarte a su espalda y disparar. La bala de sangre surca el aire sin que tu rival alcance a reaccionar. No obstante, el monigote de saliva sí lo hace. Salta de su hombro y cae sobre la bola carmesí, desviándola. La sangre lo atraviesa de parte a parte, y lo mismo hace con la pirata, entrándole por el costado y saliendo por la cadera antes de dejar un agujero en el suelo del tamaño de un melón. Posa una rodilla en tierra y se lleva una mano a la herida mientras aprieta los dientes y masculla insultos poco halagadores hacia tu persona. Se aplica una generosa dosis de saliva y la herida se cierra ligeramente y deja de sangrar. La baba ayuda a cicatrizar, dicen.
-Ahora verás...
La pirata se escupe en las manos y le da forma a la baba, como una repugnante versión de un trabajo de alfarería. El resultado es otro monigote deforme con apenas rasgos humanoides. No ha sido un muy buen trabajo, la verdad, salvo porque mide como cuatro metros.
Un par de soldados de la Amable se aproximan a vuestra posición. Alzan sus armas y apuntan a tu adversaria, pero su creación se interpone. Los barre con una enorme zarpa translúcida y llena de burbujitas olorosas y los empuja dentro de su cuerpo. En unos segundos se han derretido por completo. Parece una baba muy ácida, esa.
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La zorra esta es más asquerosa que cualquier habitante de Yhardum, o puede que igual esté exagerando, pero es que va por la vida con las tetas al aire, no se baña y encima pelea con saliva. Yo tampoco me baño mucho, pero no voy por ahí escupiéndome las manos, aunque veo que su habilidad es bastante buena para sanarse las heridas. Y también exageradamente peligrosa: no cualquier poder puede derretir por completo a un hombre en cuestión de segundos.
El daño que he acumulado se traduce en un dolor cada vez más punzante y presente. Hasta ahora lo he podido ignorar a base de fortaleza mental, pero tarde o temprano acabará jugándome una mala pasada. En mi estado actual, debo evitar a toda costa un combate cuerpo a cuerpo y mantenerme lo más lejos que pueda. Sin embargo, tampoco mi cuerpo resistirá demasiados disparos de sangre, así que básicamente estoy bastante jodida.
Asciendo lo más deprisa que puedo cuando el monstruo de baba se extiende hacia mí como una gelatina mortalmente ácida, como un zombi en busca de un cerebro. Ha estado a nada de alcanzarme porque me ha tomado un poco por sorpresa, y algunas gotas me han salpicado encima, derritiendo partes del traje y quemándome la piel. Unas lágrimas se me escapan sin querer de los ojos. Ahora estoy lo suficientemente alto como para que el monstruo no sea un problema demasiado grave, a menos que se le ocurra saltar.
¿Mis opciones? Bueno, realmente no tengo muchas. Mi cuerpo está casi llegando a su límite y dudo que pueda crear un séquito de reanimados para que se enfrenten a la zorra mientras secuestro a Amable, pero al menos tengo opciones.
Doy un par de vueltas por el cielo con el objetivo de distraer tanto al monigote gigante como a la pirata, todo esto mientras retiro con cuidado las frutas de la bolsa visceral. Y entonces caigo en picada hacia mi presa cual ave de caza. Tardo pocos segundos en estar a casi cinco metros de altura de mi objetivo. Dejo caer casi todas las frutas que he conseguido en la armería, a excepción de La Caries del Diablo, y me alejo a toda velocidad mientras el frío viento nocturno azota mi rostro.
—No importa cuánto te sanes, lo único que logras es hacerme perder el tiempo y alargar tu humillación —le espeto aunque sin esperanza de que fuera a oír algo, después de todo, ahora las bombas deben estar haciendo un espectáculo de colores y ruidos.
El daño que he acumulado se traduce en un dolor cada vez más punzante y presente. Hasta ahora lo he podido ignorar a base de fortaleza mental, pero tarde o temprano acabará jugándome una mala pasada. En mi estado actual, debo evitar a toda costa un combate cuerpo a cuerpo y mantenerme lo más lejos que pueda. Sin embargo, tampoco mi cuerpo resistirá demasiados disparos de sangre, así que básicamente estoy bastante jodida.
Asciendo lo más deprisa que puedo cuando el monstruo de baba se extiende hacia mí como una gelatina mortalmente ácida, como un zombi en busca de un cerebro. Ha estado a nada de alcanzarme porque me ha tomado un poco por sorpresa, y algunas gotas me han salpicado encima, derritiendo partes del traje y quemándome la piel. Unas lágrimas se me escapan sin querer de los ojos. Ahora estoy lo suficientemente alto como para que el monstruo no sea un problema demasiado grave, a menos que se le ocurra saltar.
¿Mis opciones? Bueno, realmente no tengo muchas. Mi cuerpo está casi llegando a su límite y dudo que pueda crear un séquito de reanimados para que se enfrenten a la zorra mientras secuestro a Amable, pero al menos tengo opciones.
Doy un par de vueltas por el cielo con el objetivo de distraer tanto al monigote gigante como a la pirata, todo esto mientras retiro con cuidado las frutas de la bolsa visceral. Y entonces caigo en picada hacia mi presa cual ave de caza. Tardo pocos segundos en estar a casi cinco metros de altura de mi objetivo. Dejo caer casi todas las frutas que he conseguido en la armería, a excepción de La Caries del Diablo, y me alejo a toda velocidad mientras el frío viento nocturno azota mi rostro.
—No importa cuánto te sanes, lo único que logras es hacerme perder el tiempo y alargar tu humillación —le espeto aunque sin esperanza de que fuera a oír algo, después de todo, ahora las bombas deben estar haciendo un espectáculo de colores y ruidos.
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La lluvia de fruta pone fin a la pelea de una vez por todas. La explosión parece sacudir las raíces del mundo, lanzando proyectiles de bombacuyá en todas direcciones, provocando un estallido inmenso y dejando un cráter considerable. Por partes.
Primero, el monstruo de baba. La criatura se ha interpuesto como un escudo y ha quedado reducido a la nada más absoluta por culpa de la explosión, salpicando sus ácidas gotas por todas partes a muchos metros a la redonda. Y esas cosas queman.
Por otro lado, la pirata. Se ha cubierto usando una capa de saliva bastante densa, pero eso no la ha librado de que la onda expansiva y las llamas hagan estragos en su cuerpo. No obstante, habría sobrevivido para importunarte de no haber sido por la piña. La piña, que al parecer ocultaba una espada en su interior, ha reventado por culpa del resto de frutas, y la hoja ha salido disparada hasta atravesarle el cuello. Enhorabuena, ahora el mundo es un poco más pudoroso.
Lo importante es que la batalla está terminando también en el otro frente. Los piratas han sido reducidos por el superior armamento nativo, los cocos se están largando porque ya se han cansado, y la Amable impone silencio con un gesto de su mano. Los soldados se detienen, y los criminales de Mora también. No parecen muy deseosos de enfrentarse a ella. Solo quedan unos pocos para hacerle frente. Tres, concretamente, todos extranjeros: Rillum, el tío de los ojos y tú.
-No parecéis de los que atienden a razones. Si no puedo convenceros, ¿me permitís al menos disciplinaros? Una madre enseña a sus hijos a comportarse, y lo mismo habré yo de hacer. -Mientras habla, sus manos se transforman en montones de paja de los que sobresalen largos dedos rematados en clavos-. Por favor, calmaos. Acabaremos enseguida.
Primero, el monstruo de baba. La criatura se ha interpuesto como un escudo y ha quedado reducido a la nada más absoluta por culpa de la explosión, salpicando sus ácidas gotas por todas partes a muchos metros a la redonda. Y esas cosas queman.
Por otro lado, la pirata. Se ha cubierto usando una capa de saliva bastante densa, pero eso no la ha librado de que la onda expansiva y las llamas hagan estragos en su cuerpo. No obstante, habría sobrevivido para importunarte de no haber sido por la piña. La piña, que al parecer ocultaba una espada en su interior, ha reventado por culpa del resto de frutas, y la hoja ha salido disparada hasta atravesarle el cuello. Enhorabuena, ahora el mundo es un poco más pudoroso.
Lo importante es que la batalla está terminando también en el otro frente. Los piratas han sido reducidos por el superior armamento nativo, los cocos se están largando porque ya se han cansado, y la Amable impone silencio con un gesto de su mano. Los soldados se detienen, y los criminales de Mora también. No parecen muy deseosos de enfrentarse a ella. Solo quedan unos pocos para hacerle frente. Tres, concretamente, todos extranjeros: Rillum, el tío de los ojos y tú.
-No parecéis de los que atienden a razones. Si no puedo convenceros, ¿me permitís al menos disciplinaros? Una madre enseña a sus hijos a comportarse, y lo mismo habré yo de hacer. -Mientras habla, sus manos se transforman en montones de paja de los que sobresalen largos dedos rematados en clavos-. Por favor, calmaos. Acabaremos enseguida.
Anna Bloodfallen
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Mi desesperada pero inteligente medida ha servido para sacar del juego a la zorra de las tetas. No sé qué ha pasado exactamente, de hecho, diría que todo lo que ha pasado es por pura suerte. Alguna vez que me toque a mí, ¿no? He sufrido como veinte intentos de asesinato en esta isla, y eso que llevo un solo día. La buena noticia es que está todo a punto de terminar; la mala es que el cuerpo me duele entero y me estoy quedando sin fuerzas para continuar, pero me quedaría un mal sabor en la boca como renuncie ahora.
Analizo la situación en cuestión de segundos y me doy cuenta de que no importa si consigo vencer a Amable, pues aún queda todo su maldito ejército. Los piratas están siendo reducidos y los cocos se notan aburridos de tanta destrucción. Si quiero ponerle fin a toda esta locura, esta es la única oportunidad que me queda. Tendré que aguantar el dolor un poco más, tendré que superar mi límite aquí y ahora.
Motivada por este ardor que aún siento en el pecho me pongo manos a la obra. Estoy segura de que no podría vencer a Amable en un combate cuerpo a cuerpo, pero es que ahí no radica mi especialidad. Dejaré que el hombre de los ojos raritos y el otro de los ojos explosivos distraigan a la mujer el tiempo suficiente como para terminar los preparativos de mi técnica definitiva. Soy consciente de que en este campo de batalla no hay muchos lugares donde esconderse, pero si mal no recuerdo, la zorra de las tetas ha cortado por la mitad a un par de soldados.
Luego de bajar del cielo, hago desaparecer el disco volador y regreso toda la sangre a mi cuerpo. Mientras los soldados acaban con los últimos piratas yo preparo el terreno. Como soy pequeña no me cuesta esconderme entre las partes mutiladas de los hombres que mató la zorra. No es el mejor escondite, pero es que tampoco tengo más opciones. Solo espero que entre la oscuridad y el calor de la batalla Amable sea incapaz de verme.
Entonces, dedico toda mi atención a esa mujer. Los disparos se han vuelto unos lejanos zumbidos que ya no escucho, y el dolor ha desaparecido por unos segundos. Íbili me ha pedido que no mate a Amable, haciendo de este trabajo algo mucho más complicado, pero creo que esto funcionará. Dirijo una importante cantidad de sangre tanto a mi cerebro como a mis ojos, permitiéndome hacer una especie de zoom en la líder de la isla. Comienzo a controlar la respiración, calmando mi pulso y estudiando los movimientos de mi objetivo. Tiene una habilidad peligrosa, pero no le valdrá de nada si no dejo que la use.
Escondida entre brazos, cabezas y vísceras malolientes estudio a Amable. Me fijo en sus facciones, en sus movimientos, en todo lo que le rodea. Concentración es una de mis mejores técnicas a la hora de encargarme de un objetivo, aunque toma tiempo y requiere de condiciones específicas que creo estar cumpliendo. Todo será decidido en los próximos segundos, pues pienso volarle ambas piernas a la puta esa para que no vuelva a caminar ni ser un peligro para nadie.
Analizo la situación en cuestión de segundos y me doy cuenta de que no importa si consigo vencer a Amable, pues aún queda todo su maldito ejército. Los piratas están siendo reducidos y los cocos se notan aburridos de tanta destrucción. Si quiero ponerle fin a toda esta locura, esta es la única oportunidad que me queda. Tendré que aguantar el dolor un poco más, tendré que superar mi límite aquí y ahora.
Motivada por este ardor que aún siento en el pecho me pongo manos a la obra. Estoy segura de que no podría vencer a Amable en un combate cuerpo a cuerpo, pero es que ahí no radica mi especialidad. Dejaré que el hombre de los ojos raritos y el otro de los ojos explosivos distraigan a la mujer el tiempo suficiente como para terminar los preparativos de mi técnica definitiva. Soy consciente de que en este campo de batalla no hay muchos lugares donde esconderse, pero si mal no recuerdo, la zorra de las tetas ha cortado por la mitad a un par de soldados.
Luego de bajar del cielo, hago desaparecer el disco volador y regreso toda la sangre a mi cuerpo. Mientras los soldados acaban con los últimos piratas yo preparo el terreno. Como soy pequeña no me cuesta esconderme entre las partes mutiladas de los hombres que mató la zorra. No es el mejor escondite, pero es que tampoco tengo más opciones. Solo espero que entre la oscuridad y el calor de la batalla Amable sea incapaz de verme.
Entonces, dedico toda mi atención a esa mujer. Los disparos se han vuelto unos lejanos zumbidos que ya no escucho, y el dolor ha desaparecido por unos segundos. Íbili me ha pedido que no mate a Amable, haciendo de este trabajo algo mucho más complicado, pero creo que esto funcionará. Dirijo una importante cantidad de sangre tanto a mi cerebro como a mis ojos, permitiéndome hacer una especie de zoom en la líder de la isla. Comienzo a controlar la respiración, calmando mi pulso y estudiando los movimientos de mi objetivo. Tiene una habilidad peligrosa, pero no le valdrá de nada si no dejo que la use.
Escondida entre brazos, cabezas y vísceras malolientes estudio a Amable. Me fijo en sus facciones, en sus movimientos, en todo lo que le rodea. Concentración es una de mis mejores técnicas a la hora de encargarme de un objetivo, aunque toma tiempo y requiere de condiciones específicas que creo estar cumpliendo. Todo será decidido en los próximos segundos, pues pienso volarle ambas piernas a la puta esa para que no vuelva a caminar ni ser un peligro para nadie.
- Técnica:
- Nombre de la técnica: Concentración
Categoría: Genuina
Naturaleza: Física
Descripción: Anna puede concentrarse en un único objetivo para reducir la probabilidad de errar y conseguir un único ataque inesquivable, aunque este puede ser bloqueado. Siempre y cuando se encuentre escondida o en estado de sigilo, puede destinar todo un turno a estudiar al oponente y concentrarse en él para convertir su próximo ataque en uno inesquivable. Puede usar esta técnica una vez cada cuatro turnos.
El periódico OPD
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La batalla va llegando a su fin mientras pones tu mente a trabajar. No es que hayas elegido el mejor escondite del mundo, pero nadie presta atención a quien hay tirado en el suelo en mitad de un campo de batalla.
Ahí tumbada puedes ver cómo los piratas y los restos de la tropa de Mora deponen las armas. Los que quedan, claro, porque las armas de los soldados son más de liquidar que de herir. Los pocos que aún enfrentan a la Amable, curiosamente, no encuentran una oposición significativa. La mujer extiende extraños apéndices que, en la oscuridad, podrían estar hechos de cualquier cosa. ¿Cáñamo? ¿Hierba? ¿Paja? A saber. El caso es que tanto Rillum como Shakson se libran de ellos sin problemas y acometen contra su dueña.
Sin embargo, no le hacen nada. Cada vez que sus golpes, cortes o extrañas y luminosas técnicas de combate impactan contra ella, la Amable ni se entera. Simplemente desprende algo de su cuerpo. ¿Qué es? ¿Figuritas? Es lo que parece de lejos, como pequeños monigotes. Qué raro todo. Es interesante que los soldados vayan cayendo lentamente, uno a uno, por causas desconocidas. No tardan en retirarse a toda prisa, aunque algunos se lanzan al ataque contra los dos malhechores que enfrentan a su señora. Con poco éxito, he de decir.
En un momento dado, Rillum atraviesa con su espada el abdomen de la Amable. Esta lo sujeta con fuertes manos terminadas en clavos y lo interpone en el camino de su otro oponente. Entonces, mientras un soldado se lleva las manos a la tripa y cae muerto al suelo, la líder nativa hunde sus clavos en el cuello del pirata y hace brotar una docena de pequeños brazos hechos de lo que bien podría ser paja para atravesar con ellos al tío de los ojos gigantes.
Ambos caen muertos mientras ella se desclava la espada del cuerpo. Entonces la Amable te mira. Más vale que estés lista ya, querida.
Ahí tumbada puedes ver cómo los piratas y los restos de la tropa de Mora deponen las armas. Los que quedan, claro, porque las armas de los soldados son más de liquidar que de herir. Los pocos que aún enfrentan a la Amable, curiosamente, no encuentran una oposición significativa. La mujer extiende extraños apéndices que, en la oscuridad, podrían estar hechos de cualquier cosa. ¿Cáñamo? ¿Hierba? ¿Paja? A saber. El caso es que tanto Rillum como Shakson se libran de ellos sin problemas y acometen contra su dueña.
Sin embargo, no le hacen nada. Cada vez que sus golpes, cortes o extrañas y luminosas técnicas de combate impactan contra ella, la Amable ni se entera. Simplemente desprende algo de su cuerpo. ¿Qué es? ¿Figuritas? Es lo que parece de lejos, como pequeños monigotes. Qué raro todo. Es interesante que los soldados vayan cayendo lentamente, uno a uno, por causas desconocidas. No tardan en retirarse a toda prisa, aunque algunos se lanzan al ataque contra los dos malhechores que enfrentan a su señora. Con poco éxito, he de decir.
En un momento dado, Rillum atraviesa con su espada el abdomen de la Amable. Esta lo sujeta con fuertes manos terminadas en clavos y lo interpone en el camino de su otro oponente. Entonces, mientras un soldado se lleva las manos a la tripa y cae muerto al suelo, la líder nativa hunde sus clavos en el cuello del pirata y hace brotar una docena de pequeños brazos hechos de lo que bien podría ser paja para atravesar con ellos al tío de los ojos gigantes.
Ambos caen muertos mientras ella se desclava la espada del cuerpo. Entonces la Amable te mira. Más vale que estés lista ya, querida.
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