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Tal vez fue por el golpe en la cabeza, o por el momento incómodo que provocó que te lo dieses, pero tardaste un rato en darte cuenta de que estabas al sol. Estabas evitando ponerle ropa encima para no maltratarlo y la luz del sol golpeaba de lleno en él como si nada. Con un suspiro de agotamiento te pusiste una única manga para cubrir como buenamente podías la obra recién creada mientras Illje servía dos copas tal vez demasiado generosas de vino tinto. Vaciaste la mitad de la tuya en una tercera copa, explicando muy despacio y con palabras sencillas -dado que no eras capaz de articular pensamientos complejos- que respiraba mejor en pequeñas cantidades. No estabais allí para emborracharos, sino para disfrutar, y el vino recio que daba la tierra de Hallstat no era algo de lo que se debiese abusar con tragos demasiado largos.
- Lo ideal es darle tientos suaves, como si besaras la copa -explicaste, tras bañar el cristal con el vino en un giro de muñeca-. Es cálido, afrutado... Un vino mejor para invierno, en realidad. Y ese olor... ¿No te transmite?
Hasta a mí me pareciste repipi, pero me dolía demasiado tu cabeza para quejarme. Tal vez ella también pensase que se debía al golpe, porque se inclinó en su silla junto a ti y se aseguró de mantener ella misma el hielo sobre tu frente. No pudiste evitar reírte a pesar de que su chiste había sido pésimo, tal vez precisamente porque era pésimo. Su palmada resonó casi como tu golpetazo, lo que te hizo aún más gracia, aunque la cabeza terminó por doler, tal vez como castigo por reírte de ella.
En cualquier caso el traspaso de bolsita de hielo fue poco dramático. Tal vez por un momento tu yo adolescente buscó que vuestros dedos se entrelazasen, pero solo rozaste su mano por un instante. Estaba fría. No tanto como el hielo, pero desde luego estaba fría. Se dio la vuelta mientras tú te acostumbrabas a tus yemas entumecidas, levantando la melena para mostrar una escarificación cuanto menos llamativa: Dos flores entrelazadas hechas de cicatrices, tanta belleza en medio de un sufrimiento innecesario. Aunque esa clase de marcas tenían un sentido mucho más simbólico que estético, y valían más para recordar el evento que había llevado hasta ella que que para admirar su belleza por sí sola.
- ¿Qué conmemora? -preguntaste. No querías preguntar, pero lo hiciste-. No parece nada casual; aunque yo...
Descubriste tu oreja. Bueno, la doblaste con tu mano libre, mostrando el ramo de tres rosas minimalistas que descansaban tras ella. En tu caso significaba no demasiadas cosas, aunque alguna sí, pero para la conejita algo tan imponente debía ser cuanto menos trascendental-
- Por otro lado, seguro que el otro es espectacular.
- Lo ideal es darle tientos suaves, como si besaras la copa -explicaste, tras bañar el cristal con el vino en un giro de muñeca-. Es cálido, afrutado... Un vino mejor para invierno, en realidad. Y ese olor... ¿No te transmite?
Hasta a mí me pareciste repipi, pero me dolía demasiado tu cabeza para quejarme. Tal vez ella también pensase que se debía al golpe, porque se inclinó en su silla junto a ti y se aseguró de mantener ella misma el hielo sobre tu frente. No pudiste evitar reírte a pesar de que su chiste había sido pésimo, tal vez precisamente porque era pésimo. Su palmada resonó casi como tu golpetazo, lo que te hizo aún más gracia, aunque la cabeza terminó por doler, tal vez como castigo por reírte de ella.
En cualquier caso el traspaso de bolsita de hielo fue poco dramático. Tal vez por un momento tu yo adolescente buscó que vuestros dedos se entrelazasen, pero solo rozaste su mano por un instante. Estaba fría. No tanto como el hielo, pero desde luego estaba fría. Se dio la vuelta mientras tú te acostumbrabas a tus yemas entumecidas, levantando la melena para mostrar una escarificación cuanto menos llamativa: Dos flores entrelazadas hechas de cicatrices, tanta belleza en medio de un sufrimiento innecesario. Aunque esa clase de marcas tenían un sentido mucho más simbólico que estético, y valían más para recordar el evento que había llevado hasta ella que que para admirar su belleza por sí sola.
- ¿Qué conmemora? -preguntaste. No querías preguntar, pero lo hiciste-. No parece nada casual; aunque yo...
Descubriste tu oreja. Bueno, la doblaste con tu mano libre, mostrando el ramo de tres rosas minimalistas que descansaban tras ella. En tu caso significaba no demasiadas cosas, aunque alguna sí, pero para la conejita algo tan imponente debía ser cuanto menos trascendental-
- Por otro lado, seguro que el otro es espectacular.
Illje Landvik
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
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Akuma no mi
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La conejita imitó a Alice con curiosidad, dándole tentativos giros de muñeca a la copa para airear el vino. La enología y sus matices no eran algo a lo que soliera dedicarle mucho tiempo. L e gustaba el buen vino, pero rara vez había ido más allá de reconocer su buen olor y su buen sabor. De alguna forma, siempre que se encontraba con alguien que hablaba de vinos como si fueran animales salvajes a los que encantar para que se dejaran acariciar, le parecía que le estuvieran leyendo el horóscopo. Parecía bien hilado, podía casi hasta tener sentido por un momento, pero al final no dejaba de ser una sarta de palabrería. ¿No?
Pero igual que echar las cartas podía ser entretenido, seguirle la corriente a Alice y tratar con mimo a la bebida lo fue también. Cuando dio el segundo trago, mucho más recatado que el primero, le pareció que lo saboreaba más. Sonrió para sí misma. Psicosomático o no, estaba rico y eso era lo que importaba.
La pregunta resonó en lo que se había convertido en un cómodo silencio. Tenía sentido, claro. Había empezado una historia y no se la había terminado. Ella también habría ido buscando el final.
-Cuando era pequeña - en realidad, también de aquella era alta para su edad, lo que no quitaba que se comportara como un gazapo impulsivo - pasé un tiempo viviendo con un samurái. Era un buen hombre, muy diestro con la espada. Además de pelear, afilaba todo aquello que hiciera falta, realizaba cuchillos y espadas para la gente del pueblo y, por último, hacía tatuajes a aquellos que se lo pedían. La primera vez que le vi cortando piel con delicadeza para revelar una imagen, me impresionó tanto que le pedí que me hiciera uno. Normalmente los hacía grandes, a lo largo de una pierna o de toda la espalda, pero a mí me hizo este pequeño porque no se fiaba de que aguantara todo el proceso. No solté ni un gemido.
Mentiría si dijera que no estaba orgullosa. Tras tantos años, seguía siendo un buen recuerdo. Uno dulce y solemne a la vez, una rara combinación… por lo menos en su memoria. Dio otro sorbito de vino y se encogió de hombros. La historia, para bien o para mal, acaba de forma bastante simple.
-Unos años después, murió en una pelea. El tatuaje me quedó de recuerdo, junto con las espadas que me hizo.
Esas no las había traído. No podía, a una fiesta del té. Había que ser educada, demostrar un mínimo de confianza si se quería conseguir lo mismo de vuelta. Se inclinó para ver de cerca el tatuaje de Alice, sonriendo.
-Está muy bien hecho, queda precioso con tu pelo. ¿Conmemora algo?
Esquivó la otra pregunta. En realidad, no tenía muy claro por qué le había querido enseñar los dos, si el segundo no lo había elegido ella y estaba lejos de estar terminado. Además, no quería arruinar la velada hablando de esclavos. Quizá, si tenía suerte, podría esquivar el tema. No le apetecía incomodar a su nueva amiga. Todo estaba yendo suave y estaban tan terriblemente cómodas que sacar a su antiguo dueño a colación casi parecía de mal gusto.
Pero igual que echar las cartas podía ser entretenido, seguirle la corriente a Alice y tratar con mimo a la bebida lo fue también. Cuando dio el segundo trago, mucho más recatado que el primero, le pareció que lo saboreaba más. Sonrió para sí misma. Psicosomático o no, estaba rico y eso era lo que importaba.
La pregunta resonó en lo que se había convertido en un cómodo silencio. Tenía sentido, claro. Había empezado una historia y no se la había terminado. Ella también habría ido buscando el final.
-Cuando era pequeña - en realidad, también de aquella era alta para su edad, lo que no quitaba que se comportara como un gazapo impulsivo - pasé un tiempo viviendo con un samurái. Era un buen hombre, muy diestro con la espada. Además de pelear, afilaba todo aquello que hiciera falta, realizaba cuchillos y espadas para la gente del pueblo y, por último, hacía tatuajes a aquellos que se lo pedían. La primera vez que le vi cortando piel con delicadeza para revelar una imagen, me impresionó tanto que le pedí que me hiciera uno. Normalmente los hacía grandes, a lo largo de una pierna o de toda la espalda, pero a mí me hizo este pequeño porque no se fiaba de que aguantara todo el proceso. No solté ni un gemido.
Mentiría si dijera que no estaba orgullosa. Tras tantos años, seguía siendo un buen recuerdo. Uno dulce y solemne a la vez, una rara combinación… por lo menos en su memoria. Dio otro sorbito de vino y se encogió de hombros. La historia, para bien o para mal, acaba de forma bastante simple.
-Unos años después, murió en una pelea. El tatuaje me quedó de recuerdo, junto con las espadas que me hizo.
Esas no las había traído. No podía, a una fiesta del té. Había que ser educada, demostrar un mínimo de confianza si se quería conseguir lo mismo de vuelta. Se inclinó para ver de cerca el tatuaje de Alice, sonriendo.
-Está muy bien hecho, queda precioso con tu pelo. ¿Conmemora algo?
Esquivó la otra pregunta. En realidad, no tenía muy claro por qué le había querido enseñar los dos, si el segundo no lo había elegido ella y estaba lejos de estar terminado. Además, no quería arruinar la velada hablando de esclavos. Quizá, si tenía suerte, podría esquivar el tema. No le apetecía incomodar a su nueva amiga. Todo estaba yendo suave y estaban tan terriblemente cómodas que sacar a su antiguo dueño a colación casi parecía de mal gusto.
No pudiste evitar reírte. No mucho, solo lo justo. Había sido un capricho. De una forma un tanto dramática tal vez, su escarificación respondía al simple y legendario "culo veo, culo quiero". Claro que con el tiempo había cobrado un significado, pero en un alarde de parnasianismo cultural se había dejado mutilar la piel en pro del arte, sin más propósito concreto que la belleza de la propia cicatriz. Te costó no decirlo en voz alta, pero fuiste capaz de únicamente admirar con cierta devoción lo preciso de cada trazo y lo bien curado de cada cicatriz. También de no insistir cuando evadió el tema del segundo; seguro que se trataba de una mariposa al final de la baja espalda o de un delfín en alguna parte que la identificaba como chica fácil -aunque si lo ocultaba muy probablemente hubiese sido un arrebato-, o un tatuaje muy vergonzoso.
- Ah, no significa mucho -confesaste. Bien hecho, por una vez. Realmente ese tatuaje era exactamente lo mismo que ella había elegido para el suyo: Nada-. Solo es un recuerdo de unas amigas. Las tres nos hicimos el mismo diseño, aunque ellas lo eligieron a color. Yo preferí negro.
Por un momento tuve miedo de que una vez más fueses a autojustificarte sobre el origen de ese tatuaje. Estaba bien dejarse llevar por los caprichos de vez en cuando, y ese era de los que mejor recuerdo te traía. La flecha del antebrazo, la corona del costado o el tatuaje entre tus pechos... Tenían un significado propio, eran algo por sí solos. Las tres rosas tras la oreja tenían el que les habías querido dar, pero sobre todo el que habían ganado. De ese modo, de una forma tan simple y banal, probablemente siendo el tatuaje con menor significado era al mismo tiempo el que gozaba del más potente. Y eso estaba bien.
Miraste hacia tu hombro. Estaba cubierto con la manga del vestido, pero aun así sabías qué había bajo ella. Tu quinto tatuaje, un parche más para tu piel que significaba una plétora de cosas, cada una más brillante que la anterior. La libertad para volar, pero también la tinta que había corrido a ríos mientras la conejita y tú os escribíais. Sujetaste con fuerza la bolsa de hielo contra tu frente, maldiciendo desde tu mente lo tímidamente pervertida que podías llegar a ser. A veces te costaba controlar esa clase de pensamientos, y más aún callarte cuando navegaban por tu mente. Te costaba poner en orden todo lo que se pasaba por tu cabeza, y muchas veces no era hasta que lo escuchabas que te dabas cuenta de todo lo que había mal en tus palabras. Aquella fue una de esas veces:
- Combina mucho mejor el taiji con mis pechos.
No podías verme, pero me empecé a reír con tanta fuerza que de haber tenido cuerpo me habría dolido. Tú, por tu parte, te pusiste roja como un tomate y te quitaste el delantal para enseñárselo. Ahí la tienen, damas y caballeros, Alice Wanderlust: Huyendo hacia delante.
- Ah, no significa mucho -confesaste. Bien hecho, por una vez. Realmente ese tatuaje era exactamente lo mismo que ella había elegido para el suyo: Nada-. Solo es un recuerdo de unas amigas. Las tres nos hicimos el mismo diseño, aunque ellas lo eligieron a color. Yo preferí negro.
Por un momento tuve miedo de que una vez más fueses a autojustificarte sobre el origen de ese tatuaje. Estaba bien dejarse llevar por los caprichos de vez en cuando, y ese era de los que mejor recuerdo te traía. La flecha del antebrazo, la corona del costado o el tatuaje entre tus pechos... Tenían un significado propio, eran algo por sí solos. Las tres rosas tras la oreja tenían el que les habías querido dar, pero sobre todo el que habían ganado. De ese modo, de una forma tan simple y banal, probablemente siendo el tatuaje con menor significado era al mismo tiempo el que gozaba del más potente. Y eso estaba bien.
Miraste hacia tu hombro. Estaba cubierto con la manga del vestido, pero aun así sabías qué había bajo ella. Tu quinto tatuaje, un parche más para tu piel que significaba una plétora de cosas, cada una más brillante que la anterior. La libertad para volar, pero también la tinta que había corrido a ríos mientras la conejita y tú os escribíais. Sujetaste con fuerza la bolsa de hielo contra tu frente, maldiciendo desde tu mente lo tímidamente pervertida que podías llegar a ser. A veces te costaba controlar esa clase de pensamientos, y más aún callarte cuando navegaban por tu mente. Te costaba poner en orden todo lo que se pasaba por tu cabeza, y muchas veces no era hasta que lo escuchabas que te dabas cuenta de todo lo que había mal en tus palabras. Aquella fue una de esas veces:
- Combina mucho mejor el taiji con mis pechos.
No podías verme, pero me empecé a reír con tanta fuerza que de haber tenido cuerpo me habría dolido. Tú, por tu parte, te pusiste roja como un tomate y te quitaste el delantal para enseñárselo. Ahí la tienen, damas y caballeros, Alice Wanderlust: Huyendo hacia delante.
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El recuerdo pasó por su mente como un cometa. Fulgurante y todavía candente. Un pequeño pinchazo de dolor le atenazó el pecho por un momento mientras miraba atentamente las tres rosas. Tres amigas. Tres hermanas.
En su día había querido hacerse uno parecido. Lo había practicado, incluso. No en ella, por supuesto, en alguien más. No había sido un voluntario, pero tenía buena piel. De un tono parecido. Antes de que todo ocurriese, había parecido una buena idea. Tres rosas de rosales diferentes, unidas en un mismo dibujo.
Parpadeó. Por supuesto, aquello no había llegado a término. Era mejor así. Dio otro sorbito de vino mientras alejaba los recuerdos y se centraba en la pequeña historia que Alice le estaba contando. En realidad no era mucho, pero lo simple del relato le parecía tierno. Dos a color, una en negro. Quedaba bien. Contrastaba con su piel y con su pelo y las líneas eran firmes. Podía ver que estaba algo gastado, pero todavía conservaba la mayor parte de su color. Era una buena pieza, hecha con tino.
-Quien te lo dibujara, sabía lo que hacía. Me gusta, es bonito.
No podía evitar preguntarse quiénes serían las otras dos rosas. Alice parecía tan sola en una mansión tan grande, no tenía claro de dónde serían las demás. ¿También de allí, de Hallstat? Algo le decía que no era tan sencillo. Fue a preguntar, pero se mordió la lengua en el último segundo. Quizá no era la mejor idea. Si la situación fuera al revés, a ella no le habría gustado que le preguntaran. Y Alice había tenido la amabilidad de no insistir sobre su segundo tatuaje. Lo mejor era devolvérsela.
De repente, algo cambió. No tuvo claro qué fue. Un leve movimiento de los dedos, una mirada furtiva, quizá simplemente una ráfaga de viento traviesa haciendo volar la mente de las dos. Pero en seguida se encontró a sí misma sonriendo ante la frase de Alice y mirando antes de poder siquiera preguntar.
Se había quitado el delantal para apoyar sus argumentos y aunque el sujetador los ocultaba en parte, también los realzaba. La conejita no podía sino estar completamente de acuerdo con lo que decía. Con cuidado, mirándole antes como pidiendo permiso, alargó una mano y rozó el tatuaje con un dedo. Al igual que las rosas estaba bien delineado y pintado. Había aguantado mejor y llamaba la atención, justo en el centro. Intuía que tenía también un mayor significado, pero una vez más no parecía el momento de preguntar.
Sonrió de nuevo y se acercó un poco. Alejó la mano traviesa y la dejó caer rozándole el brazo en el proceso.
-Bueno, es más que obvio que tienes buen gusto. No podría estar más de acuerdo.
Dio otro sorbo de vino y se la quedó mirando con la interrogación y la diversión pintadas en la mirada. No tenía claro qué pasaría a continuación pero fuera lo que fuera, estaba deseando averiguarlo.
Se alegraba de haber venido. Al fin y al cabo, siempre era una alegría hacer una nueva amiga.
En su día había querido hacerse uno parecido. Lo había practicado, incluso. No en ella, por supuesto, en alguien más. No había sido un voluntario, pero tenía buena piel. De un tono parecido. Antes de que todo ocurriese, había parecido una buena idea. Tres rosas de rosales diferentes, unidas en un mismo dibujo.
Parpadeó. Por supuesto, aquello no había llegado a término. Era mejor así. Dio otro sorbito de vino mientras alejaba los recuerdos y se centraba en la pequeña historia que Alice le estaba contando. En realidad no era mucho, pero lo simple del relato le parecía tierno. Dos a color, una en negro. Quedaba bien. Contrastaba con su piel y con su pelo y las líneas eran firmes. Podía ver que estaba algo gastado, pero todavía conservaba la mayor parte de su color. Era una buena pieza, hecha con tino.
-Quien te lo dibujara, sabía lo que hacía. Me gusta, es bonito.
No podía evitar preguntarse quiénes serían las otras dos rosas. Alice parecía tan sola en una mansión tan grande, no tenía claro de dónde serían las demás. ¿También de allí, de Hallstat? Algo le decía que no era tan sencillo. Fue a preguntar, pero se mordió la lengua en el último segundo. Quizá no era la mejor idea. Si la situación fuera al revés, a ella no le habría gustado que le preguntaran. Y Alice había tenido la amabilidad de no insistir sobre su segundo tatuaje. Lo mejor era devolvérsela.
De repente, algo cambió. No tuvo claro qué fue. Un leve movimiento de los dedos, una mirada furtiva, quizá simplemente una ráfaga de viento traviesa haciendo volar la mente de las dos. Pero en seguida se encontró a sí misma sonriendo ante la frase de Alice y mirando antes de poder siquiera preguntar.
Se había quitado el delantal para apoyar sus argumentos y aunque el sujetador los ocultaba en parte, también los realzaba. La conejita no podía sino estar completamente de acuerdo con lo que decía. Con cuidado, mirándole antes como pidiendo permiso, alargó una mano y rozó el tatuaje con un dedo. Al igual que las rosas estaba bien delineado y pintado. Había aguantado mejor y llamaba la atención, justo en el centro. Intuía que tenía también un mayor significado, pero una vez más no parecía el momento de preguntar.
Sonrió de nuevo y se acercó un poco. Alejó la mano traviesa y la dejó caer rozándole el brazo en el proceso.
-Bueno, es más que obvio que tienes buen gusto. No podría estar más de acuerdo.
Dio otro sorbo de vino y se la quedó mirando con la interrogación y la diversión pintadas en la mirada. No tenía claro qué pasaría a continuación pero fuera lo que fuera, estaba deseando averiguarlo.
Se alegraba de haber venido. Al fin y al cabo, siempre era una alegría hacer una nueva amiga.
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