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Ohh, el norte, maravilla entre maravillas. Es el mar más frío, lo cual lo convierte sin duda en el mejor. Todo blancos y grises, todo nubes y olas, una apacible mezcla entre furiosa nieve, constante lluvia y gélida monotonía que solo se echa de menos cuando el calor aprieta inmisericorde allende el Calm Belt.
El tiempo hoy es perfecto. Apenas graniza un poco, lo cual no es problema para las gaviotas -considerablemente más grandes y robustas que las que se encuentran en otros sitios- que ocasionalmente revolotean curiosas alrededor de tu embarcación, y se puede distinguir algo de luz a través de la espesa alfombra de nubes esponjosas, grises y amenazantes que cubren el cielo en todas direcciones hasta donde alcanza la vista. Las olas mecen suavemente el bote, lo que aquí quiere decir que no lo vuelcan pero casi, salpicando con caricias de hielo un casco pintado ya de salitre.
Dejo en tus manos que me cuentes cómo demonios se te ha ocurrido ponerte a surcar los mares en una barca, que seguro que es una historia interesante. Yo voy a hablarte de tu destino, muchacho:
Allá adelante, una mota apenas digna de la atención humana se convierte poco a poco en la silueta de una isla. Pero no de cualquier isla, sino del paraíso del guerrero, el jardín de los soldados, la meta de cualquier carrera en pos de la gloria del combate y el dominio de la espada. Llegas a Tropoidea, la respuesta que todos en el North Blue dan a la pregunta “¿Cuál es el mejor sitio para entrenar por aquí?”
El lugar brilla con luz propia. Literalmente. La arena de sus playas emite un suave tono dorado que da a la isla un aspecto cuasidivino. No se antoja muy grande desde la distancia, poco más que una montaña alta y relativamente estrecha con lo que parecen ser amplias haciendas a su alrededor. Tiene un único puerto, además. No obstante, a pesar de su tamaño destaca en el invernal panorama como una pepita de oro en mitad de una pelusa mojada.
Los viajes de entrenamiento rara vez son agradables, así que te recomiendo que te prepares como es debido. Coge tus cosas, come bien y mea antes de salir, chico. Estás a punto de llegar al lugar donde habitan las leyendas.
El tiempo hoy es perfecto. Apenas graniza un poco, lo cual no es problema para las gaviotas -considerablemente más grandes y robustas que las que se encuentran en otros sitios- que ocasionalmente revolotean curiosas alrededor de tu embarcación, y se puede distinguir algo de luz a través de la espesa alfombra de nubes esponjosas, grises y amenazantes que cubren el cielo en todas direcciones hasta donde alcanza la vista. Las olas mecen suavemente el bote, lo que aquí quiere decir que no lo vuelcan pero casi, salpicando con caricias de hielo un casco pintado ya de salitre.
Dejo en tus manos que me cuentes cómo demonios se te ha ocurrido ponerte a surcar los mares en una barca, que seguro que es una historia interesante. Yo voy a hablarte de tu destino, muchacho:
Allá adelante, una mota apenas digna de la atención humana se convierte poco a poco en la silueta de una isla. Pero no de cualquier isla, sino del paraíso del guerrero, el jardín de los soldados, la meta de cualquier carrera en pos de la gloria del combate y el dominio de la espada. Llegas a Tropoidea, la respuesta que todos en el North Blue dan a la pregunta “¿Cuál es el mejor sitio para entrenar por aquí?”
El lugar brilla con luz propia. Literalmente. La arena de sus playas emite un suave tono dorado que da a la isla un aspecto cuasidivino. No se antoja muy grande desde la distancia, poco más que una montaña alta y relativamente estrecha con lo que parecen ser amplias haciendas a su alrededor. Tiene un único puerto, además. No obstante, a pesar de su tamaño destaca en el invernal panorama como una pepita de oro en mitad de una pelusa mojada.
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Baltazar llevaba un par de días desde que había abandonado Karakura, en un bote robado, con la intención de hacerse más fuerte y seguir buscando alguna pista sobre su maestro. En un principio no pensó en el frío, pues sabía manejarlo. Pero con el pasar de los días la intensidad del mismo lo superó. Ante una inminente hipotermia el joven espadachín empezó a ponerse todas las mudas de ropa que llevaba consigo. Y aún así, aunque no le calara los huesos, sentía el frío.
Lo más rescatable de esa situación eran las capacidades de entrenamiento. Si bien el bote limitaba los movimientos, su mente no estaba sujeta a su cuerpo. Así que allí se hallaba Baltazar con los ojos cerrados, meditando mientras sentía las grandes gaviotas revolotear sobre su embarcación y los trocitos de hielo caer en la madera del barco. En total concentración había sentido la presencia de estos animales que de tanto en tanto se ponían junto al espadachín y lo picaban un poco, antes de volver a volar.
- ¡Espera!- Pensó- ¡Gaviotas!, ¡Gaviotas=Tierra!
Sorprendido (en parte por el tiempo que le había tomado reaccionar y en parte por lo que veía) Baltazar miraba maravillado la isla que se encontraba frente a él. Un calor intenso, por la emoción de llegar a tierra, lo había invadido. Por ello tomó rápidamente los remos y remó con fuerza hasta llegar al puerto de aquella isla. Por cómo se veía intuyó que se hallaba en Tropoidea, una isla que según le habían dicho de pequeño era un paraíso de los guerreros. Afirmaciones cuestionables teniendo en cuenta el frío. Al llegar al puerto lo primero que hizo fue amarrar el barquito, no fuese a venir un pirata a robarlo y este terminar en un lugar muy frío.
Lo más rescatable de esa situación eran las capacidades de entrenamiento. Si bien el bote limitaba los movimientos, su mente no estaba sujeta a su cuerpo. Así que allí se hallaba Baltazar con los ojos cerrados, meditando mientras sentía las grandes gaviotas revolotear sobre su embarcación y los trocitos de hielo caer en la madera del barco. En total concentración había sentido la presencia de estos animales que de tanto en tanto se ponían junto al espadachín y lo picaban un poco, antes de volver a volar.
- ¡Espera!- Pensó- ¡Gaviotas!, ¡Gaviotas=Tierra!
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A pesar de los caprichos del mar y del cielo, del clima adverso y del viento de cara que parece intentar apuñalarte, en Tropoidea hace calorcito. Puede que tenga que ver con la arena que brilla o con algún tipo de magia extraña, pero el caso es que no parece afectada por el frío del mar del norte.
En el puerto hay multitud de barcos a estas horas. Hay algunos botes pesqueros, gordas carracas de carga, un par de galeras y docenas de embarcaciones recreativas de todo tipo pensadas para la diversión cerca de la costa. Un hombre vestido con toga y botas doradas de tacón se acerca hacia ti carpeta en mano. No tiene un solo pelo en el cuerpo salvo por una media melena rubia que parece hecha de rayos de sol. Su voz es como el canto de los pájaros, dulce como un arcoíris derramado sobre un cachorrito.
-Fuera de aquí. -Vaya, mal comienzo-. No se admiten visitas sin cita previa, hay que respetar el código de vestuario y atracar en el Puerto de Oro cuesta diez mil berries. Estoy harto de echar a turistas curiosos. ¿Es que no sabéis leer?
El hombre señala hacia tus espaldas, donde una boya roja sostiene un cartel pequeñito. Si tienes buena vista podrás leer, con letra muy apretada, todo lo que te acaban de decir. El código de vestuario resulta ser una toga blanca. Es la única señal visible en los alrededores.
-En fin. Vuelve por dónde has venido, por favor. Sus Excelencias van a salir a pasear en breves y no quiero que te encuentren aquí.
Bien, pues hasta aquí la visita, ¿no? Ya me dirás qué haces.
En el puerto hay multitud de barcos a estas horas. Hay algunos botes pesqueros, gordas carracas de carga, un par de galeras y docenas de embarcaciones recreativas de todo tipo pensadas para la diversión cerca de la costa. Un hombre vestido con toga y botas doradas de tacón se acerca hacia ti carpeta en mano. No tiene un solo pelo en el cuerpo salvo por una media melena rubia que parece hecha de rayos de sol. Su voz es como el canto de los pájaros, dulce como un arcoíris derramado sobre un cachorrito.
-Fuera de aquí. -Vaya, mal comienzo-. No se admiten visitas sin cita previa, hay que respetar el código de vestuario y atracar en el Puerto de Oro cuesta diez mil berries. Estoy harto de echar a turistas curiosos. ¿Es que no sabéis leer?
El hombre señala hacia tus espaldas, donde una boya roja sostiene un cartel pequeñito. Si tienes buena vista podrás leer, con letra muy apretada, todo lo que te acaban de decir. El código de vestuario resulta ser una toga blanca. Es la única señal visible en los alrededores.
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El joven espadachín estaba atónito por tanta información recibida de golpe. Y su cansado cuerpo, por el viaje en ese helado mar, realmente poco lo motivaba a irse de inmediato. Miro al quien lo echaba de dónde acababa y luego a su bote, luego al cartel con diminutas letras y nuevamente al señor.
-¿No les parece poco práctico?- Dijo mientras se quitaba el exceso de ropa ante el agradable clima de la isla; y la doblaba pulcramente en el bote- No es que quiera juzgar, pero, el cartel allí no se ve hasta que estás sobre el cartel. Tal vez...
Baltazar miró al mar y levantó las manos, las juntó formando un cuadrado y se puso a ver en perspectiva cuál sería una distancia apropiada para poner aquella boya, pues le parecía que incluso estaba muy cerca.
-Si lo hacen más grande y lo llevan hasta ahí...- El joven espadachín ya no estaba hablando con el señor, no activamente, era más bien como si el estuviera planeando arreglar el mismo ese pequeño error- En fin, es lo más parecido a una toga que tengo- Dijo mientras jalaba su kimono Azul marino- ¿Cuántas Berris habías dicho?- Dijo ahora sí volviendo la vista a su interlocutor.
Baltazar aún dudaba de algunas cosas dichas por este señor. Hablo de citas previas, pero no sabía cómo se suponía que se comunicaría alguien que quiere viene y ve llegué a ver el cartel. También habló de "sus excelencias" lo cual le parecía disonante en el supuesto paraíso del guerrero. Preguntas rondaban en su mente, pero ya podría peguntarlas un vez lo dejarán pasar.
-¿No les parece poco práctico?- Dijo mientras se quitaba el exceso de ropa ante el agradable clima de la isla; y la doblaba pulcramente en el bote- No es que quiera juzgar, pero, el cartel allí no se ve hasta que estás sobre el cartel. Tal vez...
Baltazar miró al mar y levantó las manos, las juntó formando un cuadrado y se puso a ver en perspectiva cuál sería una distancia apropiada para poner aquella boya, pues le parecía que incluso estaba muy cerca.
-Si lo hacen más grande y lo llevan hasta ahí...- El joven espadachín ya no estaba hablando con el señor, no activamente, era más bien como si el estuviera planeando arreglar el mismo ese pequeño error- En fin, es lo más parecido a una toga que tengo- Dijo mientras jalaba su kimono Azul marino- ¿Cuántas Berris habías dicho?- Dijo ahora sí volviendo la vista a su interlocutor.
Baltazar aún dudaba de algunas cosas dichas por este señor. Hablo de citas previas, pero no sabía cómo se suponía que se comunicaría alguien que quiere viene y ve llegué a ver el cartel. También habló de "sus excelencias" lo cual le parecía disonante en el supuesto paraíso del guerrero. Preguntas rondaban en su mente, pero ya podría peguntarlas un vez lo dejarán pasar.
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Tu interlocutor no parece muy por la labor de dejarte desembarcar. De hecho, se le ve casi ansioso por que te marches de allí. No deja de consultar un reloj de bolsillo cada pocos segundos, mirando de vez en cuando hacia atrás.
En ese momento, un Den Den Mushi suena. El hombre lo saca de uno de los bolsillos de su toga y te ignora totalmente para centrarse en la conversación. No alcanzas a distinguir lo que dice la persona con la que hablar, así que tienes que conformarte con lo que dice él.
-Sí, Excelencia. -Por alguna razón, suena a que dice Excelencia con mayúsculas-. No, no ha llegado, Excelencia. Lo sé, soy consciente de que sois... Sí, Excelencia. Sí, Excelencia. Así se hará, Excelencia.
Se tira así un rato largo. Es un poco repetitivo, la verdad.
-¿Os han enviado ya vuestra Ambrosía, Excelencia? Entiendo. Me ocuparé de inmediato de que se os haga llegar. Disculpadme por mi error, Excelencia.
Algo explota allá a lo lejos, en la montaña. Se oye el petardazo desde donde tú estás, y una densa columna de humo negro se alza contra la roca blanca salpicada de árboles y grandes mansiones distantes entre sí. El de la carpetita no da signos de haberse enterado.
-Esa es una toga un tanto inusual -dice-. No estoy seguro de que el código de etiqueta la recoja. ¿Es un modelo nuevo o algo así? -Niega con la cabeza, señalando de nuevo para echarte-. Esto no puede ser. No puedes irrumpir aquí sin más. ¿Quién eres y a qué has venido? Es igual, no es importante. Simplemente márchate. Preferiría no llamar a la guardia.
Vaya hombre, casi parece que por aquí no vas a pasar.
En ese momento, un Den Den Mushi suena. El hombre lo saca de uno de los bolsillos de su toga y te ignora totalmente para centrarse en la conversación. No alcanzas a distinguir lo que dice la persona con la que hablar, así que tienes que conformarte con lo que dice él.
-Sí, Excelencia. -Por alguna razón, suena a que dice Excelencia con mayúsculas-. No, no ha llegado, Excelencia. Lo sé, soy consciente de que sois... Sí, Excelencia. Sí, Excelencia. Así se hará, Excelencia.
Se tira así un rato largo. Es un poco repetitivo, la verdad.
-¿Os han enviado ya vuestra Ambrosía, Excelencia? Entiendo. Me ocuparé de inmediato de que se os haga llegar. Disculpadme por mi error, Excelencia.
Algo explota allá a lo lejos, en la montaña. Se oye el petardazo desde donde tú estás, y una densa columna de humo negro se alza contra la roca blanca salpicada de árboles y grandes mansiones distantes entre sí. El de la carpetita no da signos de haberse enterado.
-Esa es una toga un tanto inusual -dice-. No estoy seguro de que el código de etiqueta la recoja. ¿Es un modelo nuevo o algo así? -Niega con la cabeza, señalando de nuevo para echarte-. Esto no puede ser. No puedes irrumpir aquí sin más. ¿Quién eres y a qué has venido? Es igual, no es importante. Simplemente márchate. Preferiría no llamar a la guardia.
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La constante mención de la palabra excelencia por parte del lacayo que tenía enfrente le generaban curiosidad a Baltazar, pero esta se desvaneció con el petardazo que provenía de la montaña. Esa explosión había sido lo suficientemente grande como para que la escuchase desde allí, pero el Insistente hombre parecía no haberse dado por aludido.
-¿Oye, eso es normal?- Interrumpió Baltazar a su interlocutor señalando el pilar de humo que había en la montaña.
Baltazar que estaba dispuesto a pagar cuánto se requiriese para atracar, se estaba cansando de aquella situación por lo que esperaba que el hombre de la carpetita se voltease para propinarle un golpe y desmayarlo. Se preguntaba si era normal que insistiese tanto que se marchara, no parecía corrupto, pues no pedía un soborno para dejarlo pasar, pero algo no le cerraba con este sujeto. En primer lugar, su preocupación. Si simplemente fuese que no lo tenía permitido por esa tontería del código de vestimenta probablemente le hubiera dicho dónde comprar uno. En segundo lugar, la concordancia del lugar le parecía extraña. ¿Este era el paraíso del guerrero, el jardín de los soldados, la meta de cualquier carrera en pos de la gloria del combate y el dominio de la espada? Lo último que esperaba era que un mojigato le dijese que no podía atracar allí.
Baltazar pensó rápidamente que podía tratarse de algo más, tal vez alguien que había conquistado la isla y echado a perder lo que para los guerreros y espadachines significaba.
-Parece que no solo voy a entrenar en este lugar- susurró para sí mismo mientras estiraba sus músculos aún adormecidos por el viaje.
-¿Oye, eso es normal?- Interrumpió Baltazar a su interlocutor señalando el pilar de humo que había en la montaña.
Baltazar que estaba dispuesto a pagar cuánto se requiriese para atracar, se estaba cansando de aquella situación por lo que esperaba que el hombre de la carpetita se voltease para propinarle un golpe y desmayarlo. Se preguntaba si era normal que insistiese tanto que se marchara, no parecía corrupto, pues no pedía un soborno para dejarlo pasar, pero algo no le cerraba con este sujeto. En primer lugar, su preocupación. Si simplemente fuese que no lo tenía permitido por esa tontería del código de vestimenta probablemente le hubiera dicho dónde comprar uno. En segundo lugar, la concordancia del lugar le parecía extraña. ¿Este era el paraíso del guerrero, el jardín de los soldados, la meta de cualquier carrera en pos de la gloria del combate y el dominio de la espada? Lo último que esperaba era que un mojigato le dijese que no podía atracar allí.
Baltazar pensó rápidamente que podía tratarse de algo más, tal vez alguien que había conquistado la isla y echado a perder lo que para los guerreros y espadachines significaba.
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¿Sabes? Pegarle a este tipo ha sido de muy mal gusto. Tiene cuatro hijos que dependen de su salario, que no es demasiado alto, por cierto. Se pasará el día entero dolorido y no podrá trabajar. Perderá la paga del día y se ganará una buena bronca cuando intente pedir la baja a un jefe implacable que le abrirá un expediente por insubordinación. Al final, lo despedirá por intentar colarlo como accidente laboral. Su mujer lo abandonará con sus hijos para irse con una vendedora de tomates que encontró una pepita de oro de su huerto y sus hijos tendrán que vender sus libros del colegio para pagar las facturas médicas.
Peeeero vamos a lo que importa.
El mamporro funciona. Aunque solo funciona porque le pegas a un debilucho. En realidad, entre que subes al embarcadero y te acercas, ha tenido tiempo de sobra de prepararse. De prepararse mal, claro, así que ha acabado en el suelo igualmente. En cuanto al humo, su única respuesta ha sido un encogimiento de hombros. Igual si siguiese consciente te podría dar más detalles.
En fin, bienvenido a tu destino, camarada. Más allá del puerto, un camino de losas de piedra rodea la isla por completo y se bifurca hasta una pequeña población al pie de la montaña. Las calles están generosamente surtidas de farolas repletas de arena brillante y árboles frutales. Todo aquí huele a primavera. Las casas, de dos pisos y hechas de madera blanca, ocupan buena parte del terreno bajo cerca del mar. La ladera de la montaña y otras zonas de costa están reservadas a grandes haciendas con jardines, piscinas, embarcaderos privados y algunas estatuas de mármol decorándolas. Hay unas cuantas personas por aquí y por allá, haciendo recados o limpiando, pero ninguna te hace caso.
Oh, ahí viene alguien. También viste toga y sandalias, aunque lleva un cinturón púrpura. Va a pasar corriendo cerca de donde tú estás, así que oirás claramente lo que va pregonando.
-¡Aquí viene, aquí llega! -exclama. Detrás de él, a unos metros, hay alguien que también va corriendo. Parece anciano, pero en una forma física envidiable. Porta una espada al cinto y sus pasos hacen retumbar el suelo cuando pisa-. ¡El Ejecutor de los Monjes Sin Rostro! ¡El Salvador de los Niños de la isla Dorada! ¡El Carnicero de Fradex! ¡Euclides... Hoffenheim!
Eso sí que es una presentación. Pues ahí tienes a tu guerrero legendario. ¿Piensas pegarle también?
Peeeero vamos a lo que importa.
El mamporro funciona. Aunque solo funciona porque le pegas a un debilucho. En realidad, entre que subes al embarcadero y te acercas, ha tenido tiempo de sobra de prepararse. De prepararse mal, claro, así que ha acabado en el suelo igualmente. En cuanto al humo, su única respuesta ha sido un encogimiento de hombros. Igual si siguiese consciente te podría dar más detalles.
En fin, bienvenido a tu destino, camarada. Más allá del puerto, un camino de losas de piedra rodea la isla por completo y se bifurca hasta una pequeña población al pie de la montaña. Las calles están generosamente surtidas de farolas repletas de arena brillante y árboles frutales. Todo aquí huele a primavera. Las casas, de dos pisos y hechas de madera blanca, ocupan buena parte del terreno bajo cerca del mar. La ladera de la montaña y otras zonas de costa están reservadas a grandes haciendas con jardines, piscinas, embarcaderos privados y algunas estatuas de mármol decorándolas. Hay unas cuantas personas por aquí y por allá, haciendo recados o limpiando, pero ninguna te hace caso.
Oh, ahí viene alguien. También viste toga y sandalias, aunque lleva un cinturón púrpura. Va a pasar corriendo cerca de donde tú estás, así que oirás claramente lo que va pregonando.
-¡Aquí viene, aquí llega! -exclama. Detrás de él, a unos metros, hay alguien que también va corriendo. Parece anciano, pero en una forma física envidiable. Porta una espada al cinto y sus pasos hacen retumbar el suelo cuando pisa-. ¡El Ejecutor de los Monjes Sin Rostro! ¡El Salvador de los Niños de la isla Dorada! ¡El Carnicero de Fradex! ¡Euclides... Hoffenheim!
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Baltazar vió caer como una pluma al tipo de la carpeta. Se sentía mal por él, ya que solo hacía su trabajo, pero estaba en su camino y no cooperaba. Otros piratas le habrían disparado, apuñalado, mutilado, rebanado, y servido con un buen vino en la cena. En cambio Baltazar optó por solo noquearlo.
-Wow- Se dijo a sí mismo mirando su mano.
Las últimas peleas en las que había estado le había costado mucho más que un golpecito en la nuca. Sin ir más lejos, en su última pelea ni siquiera había podido tocar a su oponente, lo que le había hecho dudar de su propia fuerza.
En fin volviendo al incapacitado hombrecillo, Baltazar lo registró y, una vez este se hallaba en paños menores lo ató al botecito y lo metió dentro de este. Se vistió rápidamente con la toga recientemente usurpada, tomó la carpeta, el den den mushi y subió por el puerto.
Al subir vio un hermoso paisaje de bellas construcciones y árboles frutales. Le sorprendía aún que estuviera tan al norte. “Normalmente los árboles de los climas fríos no dan este tipo de frutos”. Pensó mientras anotaba en su libreta de viaje lo que estaba viendo de este clima extraño, no por su esencia sino por su contexto. Aunque su concentración no duró mucho. unos retumbantes pasos se acercaban hacia él, por lo que, siendo cortés dio un paso hacia atrás para dejar pasar al pregonero y al anciano. A este último lo miró con detenimiento. Miró su espada, luego su vestimenta y por último lo miró a la cara, fijo a sus ojos mientras pasaba. Aunque este contacto no duró mucho, pues Baltazar estornudó, al parecer el polen estaba a la orden del día.
-Wow- Se dijo a sí mismo mirando su mano.
Las últimas peleas en las que había estado le había costado mucho más que un golpecito en la nuca. Sin ir más lejos, en su última pelea ni siquiera había podido tocar a su oponente, lo que le había hecho dudar de su propia fuerza.
En fin volviendo al incapacitado hombrecillo, Baltazar lo registró y, una vez este se hallaba en paños menores lo ató al botecito y lo metió dentro de este. Se vistió rápidamente con la toga recientemente usurpada, tomó la carpeta, el den den mushi y subió por el puerto.
Al subir vio un hermoso paisaje de bellas construcciones y árboles frutales. Le sorprendía aún que estuviera tan al norte. “Normalmente los árboles de los climas fríos no dan este tipo de frutos”. Pensó mientras anotaba en su libreta de viaje lo que estaba viendo de este clima extraño, no por su esencia sino por su contexto. Aunque su concentración no duró mucho. unos retumbantes pasos se acercaban hacia él, por lo que, siendo cortés dio un paso hacia atrás para dejar pasar al pregonero y al anciano. A este último lo miró con detenimiento. Miró su espada, luego su vestimenta y por último lo miró a la cara, fijo a sus ojos mientras pasaba. Aunque este contacto no duró mucho, pues Baltazar estornudó, al parecer el polen estaba a la orden del día.
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No es que lo tuyo sean las presentaciones efusivas, que digamos. Quedarte mirando casi sin parpadear hace que el heraldo del gran guerrero clave tus ojos en ti igualmente, con una expresión que dice a las claras “¿Quién es este rarito?”. Es una primera impresión, como poco, extraña. Ya que estás cerca de él podrás ver que el pobre está recubierto de una densa película de sudor y que respira con dificultad. Supongo que tener que correr y gritar al mismo tiempo es agotador.
Tras él viene el tal Hoffenheim. Es realmente viejo. Rostro arrugado, cabello teñido de rubio, los calcetines muy subidos... el pack completo del hombre mayor. Sin embargo, su aspecto sigue siendo imponente a pesar de su edad. Es dos palmos más alto que tú y bastante más fornido. Da la sensación de que podría ponerte la cara del revés de un guantazo si quisiera. Y a juzgar por su presentación, debería ser capaz de eso y más.
El viejo te observa con curiosidad. Ve que lo miras y entonces sonríe. Incluso se detiene a tu lado sin dejar de correr, aunque sin moverse.
-¿Eres un fan, verdad? Cómo sois. Mira que venir hasta aquí para verme... ¡Chico! -exclama, llamando a su cansado asistente-. ¡Trae papel y boli para que le firme un autógrafo a este muchacho!
No importa mucho lo que digas, porque el viejo va a seguir a lo suyo. Garabatea una complicada firma en el papel que le tiende su ayudante y luego te lo da, no sin antes dedicarte un arrogante “no hay de qué”.
-Normalmente no acepto peticiones como esta antes de una gran batalla, pero el ánimo de los fans nunca está de más. ¿Vendrás a ver mi batalla contra los Monjes Sin Rostro? Esos malhechores no saben con quién se han metido. ¡Chico! Cuéntale a nuestro amigo -Pum. Otra explosión que proviene del mismo sitio que antes- cómo entrenamos para derrotar a esos villanos.
El ayudante se encoge de hombros, suspira resignado y saca una tarjetita de su toga. Empieza a leer:
-Monjes Sin Rostro... Monjes Sin Rostro... Aquí: Su Excelencia, el gran señor Hoffenheim derrotará a esa malvada secta de raptores de niños y liberará la isla de Hann de sus crueles garras. -El viejo asiente complacido y el ayudante se dirige de nuevo a ti-. Y tú eres... ¿A quién has venido a visitar? ¿No sabes que no se pueden interrumpir las actividades de los residentes?
Tras él viene el tal Hoffenheim. Es realmente viejo. Rostro arrugado, cabello teñido de rubio, los calcetines muy subidos... el pack completo del hombre mayor. Sin embargo, su aspecto sigue siendo imponente a pesar de su edad. Es dos palmos más alto que tú y bastante más fornido. Da la sensación de que podría ponerte la cara del revés de un guantazo si quisiera. Y a juzgar por su presentación, debería ser capaz de eso y más.
El viejo te observa con curiosidad. Ve que lo miras y entonces sonríe. Incluso se detiene a tu lado sin dejar de correr, aunque sin moverse.
-¿Eres un fan, verdad? Cómo sois. Mira que venir hasta aquí para verme... ¡Chico! -exclama, llamando a su cansado asistente-. ¡Trae papel y boli para que le firme un autógrafo a este muchacho!
No importa mucho lo que digas, porque el viejo va a seguir a lo suyo. Garabatea una complicada firma en el papel que le tiende su ayudante y luego te lo da, no sin antes dedicarte un arrogante “no hay de qué”.
-Normalmente no acepto peticiones como esta antes de una gran batalla, pero el ánimo de los fans nunca está de más. ¿Vendrás a ver mi batalla contra los Monjes Sin Rostro? Esos malhechores no saben con quién se han metido. ¡Chico! Cuéntale a nuestro amigo -Pum. Otra explosión que proviene del mismo sitio que antes- cómo entrenamos para derrotar a esos villanos.
El ayudante se encoge de hombros, suspira resignado y saca una tarjetita de su toga. Empieza a leer:
-Monjes Sin Rostro... Monjes Sin Rostro... Aquí: Su Excelencia, el gran señor Hoffenheim derrotará a esa malvada secta de raptores de niños y liberará la isla de Hann de sus crueles garras. -El viejo asiente complacido y el ayudante se dirige de nuevo a ti-. Y tú eres... ¿A quién has venido a visitar? ¿No sabes que no se pueden interrumpir las actividades de los residentes?
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Baltazar intentó acomodar la información que le acababan de dar. Miró su mano donde yacía el autógrafo de aquel completo extraño y anciano señor. Detestaba la arrogancia con la que lo había tratado pero no iba a hacer una escena ahí. El calor de su molestia estuvo a punto de salir por su boca pero la repetición de la explosión en la montaña lo devolvió a tierra. Rápidamente un plan se le ocurrió al escuchar sobre la pelea que sería llevada a cabo más adelante y la pregunta del vasallo le venía como anillo al dedo.
-Oh gran y poderosísimo Euclides Hoffenheim- Baltazar se había reverenciado ante el anciano- Honrosos los ojos que te ven, pues en buena hora lo he encontrado. - Baltazar mantenía la cabeza hacia el piso, no por añadirle seriedad, si no porque la situación estaba por darle risa- Mi maestro me ha mandado de tierras remotas, pues su nombre es reconocido en todo el mundo, y pensó que sería una gran idea que aprendiera de vuestra excelencia, oh gran Euclides Hoffenheim.
Baltazar rogaba que el ego del anciano le comprara un boleto directo a ver esa pelea, incluso podría llegar a entrenar con aquel vejestorio si sus palabras habían llegado a convencer su ego. Ya tendría una oportunidad de preguntar qué demonios fueron esas explosiones más tarde. Incluso podría ir el mismo si conseguía un momento de soledad. Aunque algo resonaba en su cabeza con culpa, no terminaba de recordar que era, un problema para el Baltazar del futuro.
-Oh gran y poderosísimo Euclides Hoffenheim- Baltazar se había reverenciado ante el anciano- Honrosos los ojos que te ven, pues en buena hora lo he encontrado. - Baltazar mantenía la cabeza hacia el piso, no por añadirle seriedad, si no porque la situación estaba por darle risa- Mi maestro me ha mandado de tierras remotas, pues su nombre es reconocido en todo el mundo, y pensó que sería una gran idea que aprendiera de vuestra excelencia, oh gran Euclides Hoffenheim.
Baltazar rogaba que el ego del anciano le comprara un boleto directo a ver esa pelea, incluso podría llegar a entrenar con aquel vejestorio si sus palabras habían llegado a convencer su ego. Ya tendría una oportunidad de preguntar qué demonios fueron esas explosiones más tarde. Incluso podría ir el mismo si conseguía un momento de soledad. Aunque algo resonaba en su cabeza con culpa, no terminaba de recordar que era, un problema para el Baltazar del futuro.
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El viejo sonríe aún más ampliamente, totalmente encantado con que alguien reconozca su gran poderío. Se le ve tan satisfecho consigo mismo que su hinchado ego amenaza con hacerle flotar como un globo. Por su parte, el ayudante tiene una expresión de horror absoluto interrumpida regularmente por los jadeos de su respiración entrecortada.
-Mira esto, chico, ¡un aprendiz! Obviamente, no eres el primero, ni mucho menos. Todos los días hay colas enormes delante de mi castillo, jóvenes que sueñan con que les enseñe los secretos del oficio. Pero tú me gustas, ¿sabes? Tal vez te dé una oportunidad.
-Excelencia, no debería...
El anciano deja de correr en el sitio, extiende su enorme mano hacia ti y te anima con un gesto de la cabeza:
-Venga, golpea con todas tus fuerzas. Y date prisa, que tengo que combatir a los Rostros Sin Monjes.
-Excelencia, por favor. -Pum. Explosión-. ¿No podríais reconside...?
-¡Aquí viene, aquí llega! -Vaya, ¡pero si es otro tipo con toga! Este con un cinturón naranja. No va corriendo, sino escoltando un carruaje cargado por cuatro fornidos descamisetados que transporta a un anciano obeso de larga barba blanca-. ¡El Destructor de Océanos! ¡La Pesadilla de los Malvados! ¡El Héroe de las Mil Capas! ¡Hooooooobbbb “Martirio” Ponzu!
Qué suerte tienes. Aquí viene otro gran guerrero. A lo mejor consigues un dos por uno y te enseñan una cosa cada uno.
-¡¿He oído la palabra “aperdiz”?! -exclama Martirio. Por alguna razón, chilla mucho.
-Aprendiz, Excelencia -le apunta su asistente.
-¿Qué estás haciendo, Hoffenmierda? ¡No acapares a los jóvenzuelos! -Hoffenheim frunce el ceño y su ayudante se lleva la mano a la frente, resignado al espectáculo de los dos viejos. Entonces Martirio se dirige a ti-. No hagas ni caso a esta vieja gloria, muchacho. Ven conmigo y yo te enseñaré todo lo que hay que saber. ¿Sabes que peleé contra los Monjes Sin Cara?
-¡Yo derroté a los Monjes Sin Rostro! -clama Hoffenheim.
-¡Y un huevo! ¡Los tuyos sí que tenían cara!
-¡Aquí llega, aquí viene! -Mira, por ahí viene otro. Pelo rubio, toga blanca y cinturón esmeralda. Su anciana particular va en una silla de ruedas tirada por un perro-. ¡La Dominadora de Sombras! ¡La Hacedora de Reinos! ¡La Rescatadora de los Perros del Paraíso! -Por alguna razón todos tienen tres méritos-. ¡Ramona Silverstone!
La señora, de aspecto muy venerable y muy raquítico, te lanza un beso un tanto lascivo desde su silla. Que es de oro, por cierto. Tú sabrás si te interesa...
-¿Qué ocurre aquí? -exclama su ayudante. La discusión de los dos viejos está escalando muy deprisa y ya amenazan con enzarzarse en un duelo si nadie los detiene-. ¿Quién es este? -“Este” eres tú, y a ti se dirige-. ¿Es usted un visitante? No es el horario habitual. ¿Y dónde está su guía?
-Ya le dije que no debería molestar a los residentes -dice el del cinturón púrpura-. Y mira lo que ha pasado...
-Siempre igual. Llamaré a las enfermeras si se va de madre. Y usted, por favor, identifíquese o llamaré a seguridad.
-¡No, el aprendiz es mío! -grita Hoffenheim.
-¡Y un huevo! ¡El aprendiz sin cara se viene conmigo!
Qué situación más rara. Y para empeorarlo, ¿qué es eso que hay escrito en las togas de todos los asistentes? Es una letra pequeña, bordada en cursiva en hilo dorado. Dice: Resort Tropoidea. Residencia de la tercera edad.
-Mira esto, chico, ¡un aprendiz! Obviamente, no eres el primero, ni mucho menos. Todos los días hay colas enormes delante de mi castillo, jóvenes que sueñan con que les enseñe los secretos del oficio. Pero tú me gustas, ¿sabes? Tal vez te dé una oportunidad.
-Excelencia, no debería...
El anciano deja de correr en el sitio, extiende su enorme mano hacia ti y te anima con un gesto de la cabeza:
-Venga, golpea con todas tus fuerzas. Y date prisa, que tengo que combatir a los Rostros Sin Monjes.
-Excelencia, por favor. -Pum. Explosión-. ¿No podríais reconside...?
-¡Aquí viene, aquí llega! -Vaya, ¡pero si es otro tipo con toga! Este con un cinturón naranja. No va corriendo, sino escoltando un carruaje cargado por cuatro fornidos descamisetados que transporta a un anciano obeso de larga barba blanca-. ¡El Destructor de Océanos! ¡La Pesadilla de los Malvados! ¡El Héroe de las Mil Capas! ¡Hooooooobbbb “Martirio” Ponzu!
Qué suerte tienes. Aquí viene otro gran guerrero. A lo mejor consigues un dos por uno y te enseñan una cosa cada uno.
-¡¿He oído la palabra “aperdiz”?! -exclama Martirio. Por alguna razón, chilla mucho.
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-¿Qué estás haciendo, Hoffenmierda? ¡No acapares a los jóvenzuelos! -Hoffenheim frunce el ceño y su ayudante se lleva la mano a la frente, resignado al espectáculo de los dos viejos. Entonces Martirio se dirige a ti-. No hagas ni caso a esta vieja gloria, muchacho. Ven conmigo y yo te enseñaré todo lo que hay que saber. ¿Sabes que peleé contra los Monjes Sin Cara?
-¡Yo derroté a los Monjes Sin Rostro! -clama Hoffenheim.
-¡Y un huevo! ¡Los tuyos sí que tenían cara!
-¡Aquí llega, aquí viene! -Mira, por ahí viene otro. Pelo rubio, toga blanca y cinturón esmeralda. Su anciana particular va en una silla de ruedas tirada por un perro-. ¡La Dominadora de Sombras! ¡La Hacedora de Reinos! ¡La Rescatadora de los Perros del Paraíso! -Por alguna razón todos tienen tres méritos-. ¡Ramona Silverstone!
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-¿Qué ocurre aquí? -exclama su ayudante. La discusión de los dos viejos está escalando muy deprisa y ya amenazan con enzarzarse en un duelo si nadie los detiene-. ¿Quién es este? -“Este” eres tú, y a ti se dirige-. ¿Es usted un visitante? No es el horario habitual. ¿Y dónde está su guía?
-Ya le dije que no debería molestar a los residentes -dice el del cinturón púrpura-. Y mira lo que ha pasado...
-Siempre igual. Llamaré a las enfermeras si se va de madre. Y usted, por favor, identifíquese o llamaré a seguridad.
-¡No, el aprendiz es mío! -grita Hoffenheim.
-¡Y un huevo! ¡El aprendiz sin cara se viene conmigo!
Qué situación más rara. Y para empeorarlo, ¿qué es eso que hay escrito en las togas de todos los asistentes? Es una letra pequeña, bordada en cursiva en hilo dorado. Dice: Resort Tropoidea. Residencia de la tercera edad.
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El joven espadachín dudó un momento sobre si propinarle el golpe o no al anciano. Se veía realmente fuerte pese a ser así de anciano. Cuando se dispuso a hacerlo, porque al fin y al cabo él lo había pedido, fue interrumpido antes de impactar por el presentador del otro anciano. El plan había estado funcionando pero al parecer había estado funcionando demasiado bien, pues ahora tenía a dos ancianos que querían convertirlo en su aprendiz.
Baltazar daba vueltas en su cabeza pensando en cómo aceptar ambos, si tenía a los dos ancianos de su parte podría incluso mejorar el doble. ¿No es así?
La aparición de una tercera persona de la tercera edad lo había descolocado, pero no más de lo que lo descolocaban las incesantes explosiones a lo lejos. Estaba seguro de que era normal para los residentes pues ninguno se inmutaba. Su momento de actuar había llegado, tras un estornudo debido a sus alergias empezó a soltar lengua ignorando a los encargados.
-No puedo creer que esté vivo- dijo fingiendo felicidad y valiéndose de lo húmedo que le dejaba los ojos el estornudar tan seguido- No puedo creer que esté vivo para ver tales leyendas frente a mis ojos- la oculta risa le servía para afinar su voz como si estuviera a punto de llorar- El grandioso Euclides Hoffenheim, salvador de los niños de la isla dorada. El magnífico Hob “Martirio” Ponzu, pesadilla de los malvados. Y la bellísima señorita Ramona Silverstone. Gracias Budha.
De repente Baltazar vio la inscripción en los cinturones y todo se desmoronó dentro de él. Se hallaba en un asilo, un muy extraño asilo. Debía salir de allí cuanto antes, nada podía ser lo suficientemente bueno como para quedarse, pero había un problema. Hacía ya varios días que había partido en busca de un lugar donde entrenar en condiciones extremas, y pronto quedaría sin provisiones. Dudaba que le fueran a vender luego de golpear a uno de los suyos, robarle la ropa y fingir hasta este punto, por lo que tuvo que recurrir a lo más rastrero que se le ocurrió. ¿Tomar un rehén? No. Si fuera alguno de sus abuelos le gustaría que no estuviera en peligro aunque estuviera en peligro.
-Señorita Silverstone- le susurró luego de acercarse a ella rápidamente- Si los distrae prometo darle un masaje de pies junto al mar mañana.- Baltazar no sabía ser sensual por lo que sólo agravó su voz para decir lo último- ¿Le apetece?
Baltazar solo tenía un momento para pensar en un plan de respaldo si la anciana se negaba. Aunque siendo sinceros, tanto el plan de contingencia como el principal eran el mismo. Pasase lo que pasase Baltazar correría hasta que encontrara donde esconderse. Si la vieja distraía a los señores era un problema menos. Ya que le daría un margen de tiempo mayor para pensar su siguiente movimiento.
Baltazar daba vueltas en su cabeza pensando en cómo aceptar ambos, si tenía a los dos ancianos de su parte podría incluso mejorar el doble. ¿No es así?
La aparición de una tercera persona de la tercera edad lo había descolocado, pero no más de lo que lo descolocaban las incesantes explosiones a lo lejos. Estaba seguro de que era normal para los residentes pues ninguno se inmutaba. Su momento de actuar había llegado, tras un estornudo debido a sus alergias empezó a soltar lengua ignorando a los encargados.
-No puedo creer que esté vivo- dijo fingiendo felicidad y valiéndose de lo húmedo que le dejaba los ojos el estornudar tan seguido- No puedo creer que esté vivo para ver tales leyendas frente a mis ojos- la oculta risa le servía para afinar su voz como si estuviera a punto de llorar- El grandioso Euclides Hoffenheim, salvador de los niños de la isla dorada. El magnífico Hob “Martirio” Ponzu, pesadilla de los malvados. Y la bellísima señorita Ramona Silverstone. Gracias Budha.
De repente Baltazar vio la inscripción en los cinturones y todo se desmoronó dentro de él. Se hallaba en un asilo, un muy extraño asilo. Debía salir de allí cuanto antes, nada podía ser lo suficientemente bueno como para quedarse, pero había un problema. Hacía ya varios días que había partido en busca de un lugar donde entrenar en condiciones extremas, y pronto quedaría sin provisiones. Dudaba que le fueran a vender luego de golpear a uno de los suyos, robarle la ropa y fingir hasta este punto, por lo que tuvo que recurrir a lo más rastrero que se le ocurrió. ¿Tomar un rehén? No. Si fuera alguno de sus abuelos le gustaría que no estuviera en peligro aunque estuviera en peligro.
-Señorita Silverstone- le susurró luego de acercarse a ella rápidamente- Si los distrae prometo darle un masaje de pies junto al mar mañana.- Baltazar no sabía ser sensual por lo que sólo agravó su voz para decir lo último- ¿Le apetece?
Baltazar solo tenía un momento para pensar en un plan de respaldo si la anciana se negaba. Aunque siendo sinceros, tanto el plan de contingencia como el principal eran el mismo. Pasase lo que pasase Baltazar correría hasta que encontrara donde esconderse. Si la vieja distraía a los señores era un problema menos. Ya que le daría un margen de tiempo mayor para pensar su siguiente movimiento.
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Hacía muchos años que los ojos de Ramona Silverstone no se abrían tanto. De repente la muy venerable sonríe como si hubiese visto un pastelito sin vigilancia, un dulce que no fuese a irse sin probar. A su perro no le haces ninguna gracia, por cierto. De hecho, te enseña los dientes y te gruñe, pero su dueña lo calma con un siseo.
Los ayudantes tampoco están contentos. Bonitos están. Según se van dando cuenta de que no eres un visitante y de que seguramente tampoco deberías estar ahí, su tono de voz va subiendo y las amenazas de llamar a seguridad se convierten en realidad.
En ese momento Ramona te coge del hombro y te susurra algo al oído. Es su contraoferta, algo tan sucio y tan perverso que ni siquiera yo sé lo que es. Y casi que no quiero saberlo. No espera a que aceptes, sino que da por hecho cuál será tu respuesta y entonces silba. Silba tan monstruosamente fuerte que se hace el silencio.
-El mozo es mío -dice. Y no hay más que hablar.
Lo siguiente que sabes es que estás camino a su mansión junto con el mosqueado perro y el aún más mosqueado ayudante, que no se atreve a llevar la contraria a su señora. No has tenido forma de escaquearte de las ágiles manos y los fieros gruñidos de la anciana y su perro. No sé hasta qué punto te ha salido bien la cosa, la verdad. La casa de Silverstone es un edificio descomunal hecho de marfil nacarado, con grandes columnas sosteniendo figuras heroicas talladas en piedra. Los jardines parecen interminables, todos llenos de fuentes y arbustos con formas que recuerdan a notas musicales. Lo único malo es que la vieja te ha puesto una argolla al cuello de la que sale una cadenita. El otro extremo está atado a su silla.
-No te preocupes -te susurra el ayudante-. Su Excelencia disfruta de las cadenas, pero te las retirará en cuanto haya... ejem, acabado contigo. O cuando se olvide. Su Excelencia tiende a distraerse y sufrir problemas de memoria.
Sin más, abre la verja de entrada y pasáis al edificio principal. Apesta al humo de las explosiones, pero un par de mayordomos recorren la casa portando ambientadores florales.
-Sin embargo, no creas que te has librado de esta. Los deseos de los residentes son sagrados aquí, pero eso no quiere decir que no serás enviado a seguridad por esto. Aquí nos tomamos muy en serio a los intrusos.
La dama despide a su mano derecha, te conduce a sus aposentos, hace salir al perro y amenaza con retirarse la toga. Sinceramente, espero que tengas algo pensado, porque no creo que tenga intención de esperar a mañana en absoluto.
Los ayudantes tampoco están contentos. Bonitos están. Según se van dando cuenta de que no eres un visitante y de que seguramente tampoco deberías estar ahí, su tono de voz va subiendo y las amenazas de llamar a seguridad se convierten en realidad.
En ese momento Ramona te coge del hombro y te susurra algo al oído. Es su contraoferta, algo tan sucio y tan perverso que ni siquiera yo sé lo que es. Y casi que no quiero saberlo. No espera a que aceptes, sino que da por hecho cuál será tu respuesta y entonces silba. Silba tan monstruosamente fuerte que se hace el silencio.
-El mozo es mío -dice. Y no hay más que hablar.
Lo siguiente que sabes es que estás camino a su mansión junto con el mosqueado perro y el aún más mosqueado ayudante, que no se atreve a llevar la contraria a su señora. No has tenido forma de escaquearte de las ágiles manos y los fieros gruñidos de la anciana y su perro. No sé hasta qué punto te ha salido bien la cosa, la verdad. La casa de Silverstone es un edificio descomunal hecho de marfil nacarado, con grandes columnas sosteniendo figuras heroicas talladas en piedra. Los jardines parecen interminables, todos llenos de fuentes y arbustos con formas que recuerdan a notas musicales. Lo único malo es que la vieja te ha puesto una argolla al cuello de la que sale una cadenita. El otro extremo está atado a su silla.
-No te preocupes -te susurra el ayudante-. Su Excelencia disfruta de las cadenas, pero te las retirará en cuanto haya... ejem, acabado contigo. O cuando se olvide. Su Excelencia tiende a distraerse y sufrir problemas de memoria.
Sin más, abre la verja de entrada y pasáis al edificio principal. Apesta al humo de las explosiones, pero un par de mayordomos recorren la casa portando ambientadores florales.
-Sin embargo, no creas que te has librado de esta. Los deseos de los residentes son sagrados aquí, pero eso no quiere decir que no serás enviado a seguridad por esto. Aquí nos tomamos muy en serio a los intrusos.
La dama despide a su mano derecha, te conduce a sus aposentos, hace salir al perro y amenaza con retirarse la toga. Sinceramente, espero que tengas algo pensado, porque no creo que tenga intención de esperar a mañana en absoluto.
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La contraoferta de la señora y todas las indecencias descritas shockearon momentáneamente a Baltazar. No esperaba tal perversión de una mujer, mucho menos de una anciana. Tal había sido la sorpresa que se le revolvió el estómago y dejó de oír lo que sucedía a su alrededor.
Para cuando recobró la plena conciencia ya estaba en camino a la casa de la anciana, el collar con cadena estaba en su cuello y parecía no haber escapatoria. “Tendré que matar a la anciana, a los asistentes y toda la guardia, esta no será una estancia tranquila” pensó por un momento, pero las palabras del asistente lo hicieron cambiar de parecer. Mientras caminaba por la entrada de la lujosa mansión, el joven espadachín ideó su plan, uno tan falible como podría imaginar, pues al fin y al cabo este pirata aún no estaba listo para entregar su castidad, y menos con esta señora.
Cuando al fin estuvieron en su recámara era el momento de actuar, Baltazar revisó la habitación rápidamente mientras Ramona echaba al personal y al perro. Una vez solos, y con la amenaza de quedar desnuda, el espadachín actuó. Ya no trataba de vida o muerte, era más que eso, su honor y castidad estaban en juego.
-Señorita Silverstone- Espetó Baltazar con su “voz seductora” mientras tomaba firmemente a la anciana por el cuello de su toga para que no se abriese- Dejemos de jugar al perrito bueno y obediente. Usted está ante un lobo de mar- Cada palabra que Baltazar profesaba le daba asco, pero tenía un plan para salir de allí con su castidad intacta.
Con su mano libre el joven espadachín tomó por detrás el cuello de la anciana y juntó sus labios con los de ella. Intentó pensar en las chicas mas hermosas que había visto alguna vez, en su difunto amor, en todo aquello que le diera menos asco. La beso y presionó su cuello por largos minutos, su idea era simple, desmayarla por falta de oxígeno y huir de allí. Con algo de buena suerte incluso podría llegar a la cocina y robar provisiones suficientes como para durar un día o dos en el mar si lo hacia bien. Definitivamente era el entrenamiento más duro que había tenido hasta el momento.
Para cuando recobró la plena conciencia ya estaba en camino a la casa de la anciana, el collar con cadena estaba en su cuello y parecía no haber escapatoria. “Tendré que matar a la anciana, a los asistentes y toda la guardia, esta no será una estancia tranquila” pensó por un momento, pero las palabras del asistente lo hicieron cambiar de parecer. Mientras caminaba por la entrada de la lujosa mansión, el joven espadachín ideó su plan, uno tan falible como podría imaginar, pues al fin y al cabo este pirata aún no estaba listo para entregar su castidad, y menos con esta señora.
Cuando al fin estuvieron en su recámara era el momento de actuar, Baltazar revisó la habitación rápidamente mientras Ramona echaba al personal y al perro. Una vez solos, y con la amenaza de quedar desnuda, el espadachín actuó. Ya no trataba de vida o muerte, era más que eso, su honor y castidad estaban en juego.
-Señorita Silverstone- Espetó Baltazar con su “voz seductora” mientras tomaba firmemente a la anciana por el cuello de su toga para que no se abriese- Dejemos de jugar al perrito bueno y obediente. Usted está ante un lobo de mar- Cada palabra que Baltazar profesaba le daba asco, pero tenía un plan para salir de allí con su castidad intacta.
Con su mano libre el joven espadachín tomó por detrás el cuello de la anciana y juntó sus labios con los de ella. Intentó pensar en las chicas mas hermosas que había visto alguna vez, en su difunto amor, en todo aquello que le diera menos asco. La beso y presionó su cuello por largos minutos, su idea era simple, desmayarla por falta de oxígeno y huir de allí. Con algo de buena suerte incluso podría llegar a la cocina y robar provisiones suficientes como para durar un día o dos en el mar si lo hacia bien. Definitivamente era el entrenamiento más duro que había tenido hasta el momento.
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Wow... Esto es un poco violento. No sabía que... En fin, fetiches extraño aparte, creo que la señora Ramona está disfrutando del momento mucho más que tú, si es que eso es posible. Sus huesudas manos se deslizan impunemente por tu cuerpo, apretando en cuanto se topan con tus nalgas. Y aprieta fuerte, la señora.
Tu valiente plan va viento en popa. Silverstone permanece concentrada totalmente en el morreo épico que le estás regalando, haciendo caso omiso a lo extraño y sospechoso que resultaría que un jovenzuelo se lanzase a sus amorosos brazos con tal facilidad. Sin embargo, pronto te darás cuenta de que no has pensado esto demasiado bien.
Según pasa el tiempo, la anciana no solo no se desmaya sino que ni siquiera parece notar la falta de aire. Sus labios se aferran a los tuyos como un desatascador a un váter, sellándolos por completo y bebiéndose todo el aire que pasa camino a tus pulmones. Su cuello, por mucho que aprietes, es como un tubo de goma lleno de pliegues difícil de agarrar. Si recuerdas el silbido que ha pegado antes sabrás que tiene una capacidad pulmonar importante. Más que importante, a juzgar por lo mucho que aguanta. Ramona aspira y te deja sin aire. Poco a poco te vas ahogando sin que la señora te quite las manos de encima, atrapándote a base de cogerte del culo para que no te alejes. ¿No sería irónico morir así?
De repente, otra explosión mucho más grande que las anteriores hace que retumbe todo. ¿Sigues vivo? Porque si es así, te pitarán bastante los oídos. El perro ladra y el ayudante de Silverstone entra de sopetón para asegurarse de que Su Excelencia está bien.
-Oh, vamos... ¿Otro? Por favor, no lo ahogue. No quiero tener que retirar otro cuerpo.
Tu valiente plan va viento en popa. Silverstone permanece concentrada totalmente en el morreo épico que le estás regalando, haciendo caso omiso a lo extraño y sospechoso que resultaría que un jovenzuelo se lanzase a sus amorosos brazos con tal facilidad. Sin embargo, pronto te darás cuenta de que no has pensado esto demasiado bien.
Según pasa el tiempo, la anciana no solo no se desmaya sino que ni siquiera parece notar la falta de aire. Sus labios se aferran a los tuyos como un desatascador a un váter, sellándolos por completo y bebiéndose todo el aire que pasa camino a tus pulmones. Su cuello, por mucho que aprietes, es como un tubo de goma lleno de pliegues difícil de agarrar. Si recuerdas el silbido que ha pegado antes sabrás que tiene una capacidad pulmonar importante. Más que importante, a juzgar por lo mucho que aguanta. Ramona aspira y te deja sin aire. Poco a poco te vas ahogando sin que la señora te quite las manos de encima, atrapándote a base de cogerte del culo para que no te alejes. ¿No sería irónico morir así?
De repente, otra explosión mucho más grande que las anteriores hace que retumbe todo. ¿Sigues vivo? Porque si es así, te pitarán bastante los oídos. El perro ladra y el ayudante de Silverstone entra de sopetón para asegurarse de que Su Excelencia está bien.
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Poco a poco el aire de sus pulmones desaparecía en el grotesco acto de la aspiramona. Baltazar pensó que podía llegar a ser su fin y estuvo a punto de perder la conciencia si no fuera por la explosión que lo mantuvo lo suficientemente consciente para escuchar lo que dijo el ayudante e intentar despegarse de la vieja de un empujón.
-Acaso- Dijo el joven espadachín mientras intentaba recuperar el aliento- ¿Acaso no te han enseñado a tocar antes de entrar?- Baltazar sonaba realmente enojado, aunque en realidad estaba eternamente agradecido con la explosión y el ayudante, pero no había momento para mostrarse débil, debía fingir, como lo había hecho desde que llegó a la isla. -Estoy aquí, con Ramona, en un momento intimo, e interrumpes como si fueras el amo y señor de esta casa - Baltazar se masajeaba las sienes e iba de un lado a otro de la habitación viendo maneras de escapar. Buscaba ventanas, otras puertas, incluso miró al cielo con cara de decepción buscando un tragaluz - ¡Debes hacer algo! ¡No puedes permitir semejante y desvergonzada actitud, Ramona!
El joven tenía que huir de allí como fuera. Afirmó el fajín de donde colgaban sus katanas y se dispuso a salir por la puerta.
-Mientras tú castigas a este insurrecto-Añadió sin dar momento a contestaciones- Yo iré a ver qué pasa con esas explosiones- Baltazar se giró un momento antes de intentar salir por la puerta- Las detendré para que sigamos nuestro acto de amor- Mintió con una mirada seductora de la cabeza hasta los pies de la arrugada anciana.
-Acaso- Dijo el joven espadachín mientras intentaba recuperar el aliento- ¿Acaso no te han enseñado a tocar antes de entrar?- Baltazar sonaba realmente enojado, aunque en realidad estaba eternamente agradecido con la explosión y el ayudante, pero no había momento para mostrarse débil, debía fingir, como lo había hecho desde que llegó a la isla. -Estoy aquí, con Ramona, en un momento intimo, e interrumpes como si fueras el amo y señor de esta casa - Baltazar se masajeaba las sienes e iba de un lado a otro de la habitación viendo maneras de escapar. Buscaba ventanas, otras puertas, incluso miró al cielo con cara de decepción buscando un tragaluz - ¡Debes hacer algo! ¡No puedes permitir semejante y desvergonzada actitud, Ramona!
El joven tenía que huir de allí como fuera. Afirmó el fajín de donde colgaban sus katanas y se dispuso a salir por la puerta.
-Mientras tú castigas a este insurrecto-Añadió sin dar momento a contestaciones- Yo iré a ver qué pasa con esas explosiones- Baltazar se giró un momento antes de intentar salir por la puerta- Las detendré para que sigamos nuestro acto de amor- Mintió con una mirada seductora de la cabeza hasta los pies de la arrugada anciana.
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Casi es una suerte que el asistente haya entrado tan de golpe. Un beso así necesita espectadores, un beso así debe ser disfrutado, alabado en su merecida gloria por su intensidad nunca vista. Si hay algo que se ha ganado el derecho a ser conservado en la memoria de los mortales es la fusión de tu boca con la de esta octogenaria.
El asistente se muestra adecuadamente nervioso cuando empiezas a hablar mal de él. No por ti, sino porque el riesgo de que a Su Excelencia le dé por seguirte la corriente y acabe abroncándolo y tal vez hasta despidiéndolo es muy real. Sin embargo, te dedica poco más que una mirada de inquina mientras se dirige a su señora.
-Disculpadme, Excelencia.
Pero Ramona está a lo suyo, mirando al techo con expresión de felicidad y sin prestar atención a nada de lo que ocurre. Su mirada perdida, su absoluta inmovilidad y el hecho de que el mechón de pelo blanco que se le ha movido y le ha quedado sobre la nariz no se menee en absoluto indican sin duda que ha disfrutado del momento. Casi se diría que está en éxtasis. De hecho, casi se diría que está muerta debido al éxtasis. Pero al menos habrá llegado al Otro Barrio con una nueva muesca en la culata. El perro también te fulmina con la mirada, por cierto, y te muestra los dientes mientras se asegura de que no tardes mucho en abandonar sus dominios. No parece que le caigas muy bien, y eso que aún no se ha acercado a su fenecida dueña...
Logras escapar de la habitación por la puerta, aunque un buen salto del tigre atravesando el cristal de la ventana habría sido también una opción respetable. Asistente, señora y perro se quedan en tu nidito de amor, seguramente compartiendo confidencias sobre cómo besas. O sobre cómo matas ancianitas a morreos. Sea como sea, te recomiendo apretar el paso.
En tu camino hacia el exterior te topas con varios sirvientes. Todos ellos llevan identificaciones que los acreditan como personal de la residencia. Si te interesa, uno de ellos lleva un fajo con folletos recién imprimidos. Se le cae uno, y si te molestas en recogerlo podrás ver una fotografía digna de postal en la que aparece la isla. Más abajo se lee:
Residencial Paraíso del Héroe, el asilo de los Grandes.
Ubicada en una privilegiada zona del North Blue, Paraíso del Héroe ofrece un retiro de lujo a justicieros, vigilantes, guerreros, soldados de fortuna y personajes de leyenda. ¿Ha salvado el mundo? ¿Ha luchado contra el mal? ¿Ha inscrito su nombre con letras de oro en la Historia? Venga a disfrutar aquí de su merecido descanso. Sus padres, sus madres, sus abuelos y abuelas se merecen este lugar.
En nuestras lujosas instalaciones revivirá sus mejores momentos gracias a nuestro personal especializado y a los Viernes de Teatro, donde se representarán las grandes batallas que le han hecho...
La cosa continúa, pero otra explosión te distrae. Si subes por el camino enlosado llegarás hasta la mansión de la que provienen. Apesta a productos químicos. De camino te topas con un grupo de trabajadores que llevan bastante prisa, una camilla y un bulto raro encima de ella. ¿Es una bolsa para cadáveres? Van hacia casa de Ramona... En fin, tú a lo tuyo.
Si entras a la mansión, que está abierta y sin vigilancia -es de esperar que haya pocos robos aquí- te toparás con otro residente. Es un viejo decrépito con una bata mal cerrada que mezcla mejunjes raros en su jardín hecho polvo. La hierba está quemada y las paredes renegridas, y el humo, de distintos colores y sabores, es tan denso que apenas se ve nada.
-Maldito chiflado -gruñe una voz a tu espalda. Ahí está Hoffenheim, que se te ha acercado sin hacer ruido.
-Todos los días igual. Siempre a la misma hora. Deberían dejar de admitir viejos chochos aquí -proclama Martirio desde tu otro hombro-. En fin, vente conmigo, chico. Vamos a entrenar como nunca se ha entrenado. Aprenderás los secretos del oficio, sí señor. Y verás cómo me salen los caracoles. Gloria bendita.
-De eso nada, se viene conmigo. Le enseñaré los secretos de la espada, mis legendarias técnicas de nariz y mis trucos de explorador.
-Bobadas. Eres un inútil. Yo le enseñaré a MÍ aprendiz a despedazar a un hombre con sus manos y a cocinar su corazón antes incluso de arrancárselo del pecho.
Parece que van a seguir así un rato. No sé, igual quieres decirles algo, decidirte por uno, besarlos... Lo que veas. O tal vez impedir que el viejo loco de los productos químicos eche esa cosa verde en ese bote con esa otra cosa marrón. No creo que vaya a salir muy bien, y menos estando tú tan cerca...
El asistente se muestra adecuadamente nervioso cuando empiezas a hablar mal de él. No por ti, sino porque el riesgo de que a Su Excelencia le dé por seguirte la corriente y acabe abroncándolo y tal vez hasta despidiéndolo es muy real. Sin embargo, te dedica poco más que una mirada de inquina mientras se dirige a su señora.
-Disculpadme, Excelencia.
Pero Ramona está a lo suyo, mirando al techo con expresión de felicidad y sin prestar atención a nada de lo que ocurre. Su mirada perdida, su absoluta inmovilidad y el hecho de que el mechón de pelo blanco que se le ha movido y le ha quedado sobre la nariz no se menee en absoluto indican sin duda que ha disfrutado del momento. Casi se diría que está en éxtasis. De hecho, casi se diría que está muerta debido al éxtasis. Pero al menos habrá llegado al Otro Barrio con una nueva muesca en la culata. El perro también te fulmina con la mirada, por cierto, y te muestra los dientes mientras se asegura de que no tardes mucho en abandonar sus dominios. No parece que le caigas muy bien, y eso que aún no se ha acercado a su fenecida dueña...
Logras escapar de la habitación por la puerta, aunque un buen salto del tigre atravesando el cristal de la ventana habría sido también una opción respetable. Asistente, señora y perro se quedan en tu nidito de amor, seguramente compartiendo confidencias sobre cómo besas. O sobre cómo matas ancianitas a morreos. Sea como sea, te recomiendo apretar el paso.
En tu camino hacia el exterior te topas con varios sirvientes. Todos ellos llevan identificaciones que los acreditan como personal de la residencia. Si te interesa, uno de ellos lleva un fajo con folletos recién imprimidos. Se le cae uno, y si te molestas en recogerlo podrás ver una fotografía digna de postal en la que aparece la isla. Más abajo se lee:
Residencial Paraíso del Héroe, el asilo de los Grandes.
Ubicada en una privilegiada zona del North Blue, Paraíso del Héroe ofrece un retiro de lujo a justicieros, vigilantes, guerreros, soldados de fortuna y personajes de leyenda. ¿Ha salvado el mundo? ¿Ha luchado contra el mal? ¿Ha inscrito su nombre con letras de oro en la Historia? Venga a disfrutar aquí de su merecido descanso. Sus padres, sus madres, sus abuelos y abuelas se merecen este lugar.
En nuestras lujosas instalaciones revivirá sus mejores momentos gracias a nuestro personal especializado y a los Viernes de Teatro, donde se representarán las grandes batallas que le han hecho...
La cosa continúa, pero otra explosión te distrae. Si subes por el camino enlosado llegarás hasta la mansión de la que provienen. Apesta a productos químicos. De camino te topas con un grupo de trabajadores que llevan bastante prisa, una camilla y un bulto raro encima de ella. ¿Es una bolsa para cadáveres? Van hacia casa de Ramona... En fin, tú a lo tuyo.
Si entras a la mansión, que está abierta y sin vigilancia -es de esperar que haya pocos robos aquí- te toparás con otro residente. Es un viejo decrépito con una bata mal cerrada que mezcla mejunjes raros en su jardín hecho polvo. La hierba está quemada y las paredes renegridas, y el humo, de distintos colores y sabores, es tan denso que apenas se ve nada.
-Maldito chiflado -gruñe una voz a tu espalda. Ahí está Hoffenheim, que se te ha acercado sin hacer ruido.
-Todos los días igual. Siempre a la misma hora. Deberían dejar de admitir viejos chochos aquí -proclama Martirio desde tu otro hombro-. En fin, vente conmigo, chico. Vamos a entrenar como nunca se ha entrenado. Aprenderás los secretos del oficio, sí señor. Y verás cómo me salen los caracoles. Gloria bendita.
-De eso nada, se viene conmigo. Le enseñaré los secretos de la espada, mis legendarias técnicas de nariz y mis trucos de explorador.
-Bobadas. Eres un inútil. Yo le enseñaré a MÍ aprendiz a despedazar a un hombre con sus manos y a cocinar su corazón antes incluso de arrancárselo del pecho.
Parece que van a seguir así un rato. No sé, igual quieres decirles algo, decidirte por uno, besarlos... Lo que veas. O tal vez impedir que el viejo loco de los productos químicos eche esa cosa verde en ese bote con esa otra cosa marrón. No creo que vaya a salir muy bien, y menos estando tú tan cerca...
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Cuando se dió cuenta de que Ramona había dejado este mundo Baltazar se apresuró a apurar el paso. no quería estar allí cuando se enteraran de la muerte de la anciana. En su “huida” se topó con este folleto y lo leyó sin dejar de caminar hacia donde las explosiones sonaban. Baltazar creía entender mejor aún la situación y no le gustaba nada a donde llevaba. Cuando llegó al lugar de las explosiones miró al anciano de bata. Parecía ser un científico, pero el espadachín no sabía mucho de ello. La mezcla de extraños colores de alguna manera le parecía psicodélico. Cuando volvió a ver a Hoffenheim y a Martirio suspiró con pesadez. Había tenido demasiado de los ancianos en general.
-Oh grandes maestros- Dijo Baltazar volviendo a su papel - Agradecido estoy de que insistan tanto en tomarme en su tutela pero creo que la mejor forma de resolver esto sería con un duelo entre ambos. -Baltazar realmente pensaba en escapar, pero para ello tenía que tener a los ancianos ocupados- Ambos sois grandes guerreros, pero supongo que jamás han decidido cuál es el mejor con el método del hombre.
Baltazar les dedicó una última mirada antes de acercarse al viejo de la bata para detener su mano de combinar los líquidos. Lo miró a sus ancianos ojos y sin querer empezó a presionar la muñeca de este. Recordaba cada explosión que retumbaba en su cabeza, al mojigato del puerto que no lo quiso dejar entrar, el asqueroso encuentro con la vieja Silverstone, las peleas estúpidas de Hoffenheim y Martirio y la decepción de no haber llegado más que a un asilo. Y cada vez que recordaba otro problema su ira se incrementaba y con esta la fuerza que aplicaba en el brazo del viejo científico loco. Sintió que en ese momento podría acabar con todo y aún así darle tiempo de correr al puerto tomar sus cosas y, si lo había, de robar un barco más grande, tal vez lo suficiente como para poder dormir bajo techo en ese helado mar.
-Oh grandes maestros- Dijo Baltazar volviendo a su papel - Agradecido estoy de que insistan tanto en tomarme en su tutela pero creo que la mejor forma de resolver esto sería con un duelo entre ambos. -Baltazar realmente pensaba en escapar, pero para ello tenía que tener a los ancianos ocupados- Ambos sois grandes guerreros, pero supongo que jamás han decidido cuál es el mejor con el método del hombre.
Baltazar les dedicó una última mirada antes de acercarse al viejo de la bata para detener su mano de combinar los líquidos. Lo miró a sus ancianos ojos y sin querer empezó a presionar la muñeca de este. Recordaba cada explosión que retumbaba en su cabeza, al mojigato del puerto que no lo quiso dejar entrar, el asqueroso encuentro con la vieja Silverstone, las peleas estúpidas de Hoffenheim y Martirio y la decepción de no haber llegado más que a un asilo. Y cada vez que recordaba otro problema su ira se incrementaba y con esta la fuerza que aplicaba en el brazo del viejo científico loco. Sintió que en ese momento podría acabar con todo y aún así darle tiempo de correr al puerto tomar sus cosas y, si lo había, de robar un barco más grande, tal vez lo suficiente como para poder dormir bajo techo en ese helado mar.
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-¿Duelo? -dice Hoffenheim.
-¿Duelo? -repite Martirio.
-¿Duelo? -corea el viejo científico, que no repara en vosotros hasta que le coges de la mano.
-¿Duelo? -dice otra vez Hoffenheim.
El líquido verde cae sobre la mesa, provocando que una buena parte de ella se derrita. El líquido marrón se vuelve blanco de repente y deja de burbujear, lo cual hace que al anciano empiece a echar pestes. Sus palabras harían que cualquier marinero malhablado quedase como una monjita. Cuando acaba de insultar a toda la creación, se gira hacia ti y te apunta con... un lápiz.
-¡¿Quién osa interrumpir mi ciencia?!
-¿Duelo?
-Estaba tan cerca de conseguir la vida eterna... Tan cerca...
Sin previo aviso, Martirio le suelta un puñetazo a Hoffenheim que lo derriba sobre la mesa del científico. Todos los vasos y probetas se rompen, todos los menjunjes y gases se mezclan súbitamente. Burbujas y humo por doquier. Se forma una densa nube de espuma negra que amenaza con engullir el jardín entero.
No sé, a mí me huele a que conviene apartarse.
-¿Duelo? -repite Martirio.
-¿Duelo? -corea el viejo científico, que no repara en vosotros hasta que le coges de la mano.
-¿Duelo? -dice otra vez Hoffenheim.
El líquido verde cae sobre la mesa, provocando que una buena parte de ella se derrita. El líquido marrón se vuelve blanco de repente y deja de burbujear, lo cual hace que al anciano empiece a echar pestes. Sus palabras harían que cualquier marinero malhablado quedase como una monjita. Cuando acaba de insultar a toda la creación, se gira hacia ti y te apunta con... un lápiz.
-¡¿Quién osa interrumpir mi ciencia?!
-¿Duelo?
-Estaba tan cerca de conseguir la vida eterna... Tan cerca...
Sin previo aviso, Martirio le suelta un puñetazo a Hoffenheim que lo derriba sobre la mesa del científico. Todos los vasos y probetas se rompen, todos los menjunjes y gases se mezclan súbitamente. Burbujas y humo por doquier. Se forma una densa nube de espuma negra que amenaza con engullir el jardín entero.
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Baltazar había vuelto a su cordura y la fuerza con la que tomaba la mano de Corea había disminuido. Escuchaba sus insultos y veía sin mucha atención la punta del lápiz con el que le apuntaba. Con los otros dos concentrados en lo suyo solo se limitó a intentar darle un puñetazo al científico anciano y decirle:
-Solo los idiotas o los desesperados podrían creer en algo tan tonto como la vida eterna- El papel de Baltazar había cambiado por completo, se lo veía amargado, incluso tal vez triste. pero este estado duró tanto como la repentina fuerza anterior.
Siendo el mismo de siempre pensó un momento mientras los ancianos peleaban, y cuando lo tuvo se acercó a la puerta del lugar gritó con todas sus fuerzas “pelea” y corrió al muelle por una calle aledaña para recuperar las cosas que había olvidado en el bote.Y si encontraba un barco de mayor calibre tomar ese para sí mismo. Realmente le hubiera gustado entrenar con uno de aquellos señores, porque pese a ser ancianos se veía por como habían empezado su duelo que aún tenían jugo que exprimir pero había un problema más grande que no le permitía quedarse más tiempo. Detestaba esa isla, le había parecido una buena idea para pasar sus últimos años en el momento en que llegó, pero realmente, ahora el solo pensar que tendría que lidiar con viejos como esos le hacía preferir pasar su vejez en el mar. Incluso veía factible ser devorado por un rey marino antes de llegar a viejo.
-Solo los idiotas o los desesperados podrían creer en algo tan tonto como la vida eterna- El papel de Baltazar había cambiado por completo, se lo veía amargado, incluso tal vez triste. pero este estado duró tanto como la repentina fuerza anterior.
Siendo el mismo de siempre pensó un momento mientras los ancianos peleaban, y cuando lo tuvo se acercó a la puerta del lugar gritó con todas sus fuerzas “pelea” y corrió al muelle por una calle aledaña para recuperar las cosas que había olvidado en el bote.Y si encontraba un barco de mayor calibre tomar ese para sí mismo. Realmente le hubiera gustado entrenar con uno de aquellos señores, porque pese a ser ancianos se veía por como habían empezado su duelo que aún tenían jugo que exprimir pero había un problema más grande que no le permitía quedarse más tiempo. Detestaba esa isla, le había parecido una buena idea para pasar sus últimos años en el momento en que llegó, pero realmente, ahora el solo pensar que tendría que lidiar con viejos como esos le hacía preferir pasar su vejez en el mar. Incluso veía factible ser devorado por un rey marino antes de llegar a viejo.
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¿Recuerdas los productos químicos mezclándose? ¿El humo, el olor raro, la inminencia de una reacción de esas que hacen historia? Pues ha pasado. Las extrañas mezclas del viejo provocan un violento estallido que os da un buen empujón a todos, regándoos con una generosa dosis de calor, ruido y olor a pis. Para cuando te quieres dar cuenta, te ha dejado la piel teñida de verde, excepto por unos cuantos moratones. La verdad es que no tengo ni idea de cómo se limpia eso...
El caso es que, entre tus gritos y la explosión, un buen número de empleados de la residencia se ven atraídos hasta la mansión del viejo científico. Hombres y mujeres con togas y cinturones de colores acuden en tromba a comprobar si sus Excelencias siguen enteros. Pocos te prestan atención con la que hay liada, así que puedes escurrir el bulto hasta los muelles.
Hay unos cuantos barcos por ahí, con no mucha vigilancia. Algunos son tan grandes que te resultaría imposible manejarlos, mientras que otros apestan a pescado fresco y no tan fresco. El que más destaca es un bonito velero deportivo con el casco pintado de blanco y rayas azules. No es muy grande, pero parece veloz y fácil de tripular. Además parece caro.
La única seguridad de la zona son unos cuantos empleados, pero la mayoría están distraídos contemplando la nube de humo que viene de la mansión del hombre de ciencia. Sin embargo, no todo es tan fácil. Antes de que puedas subir a ninguna nave oyes un gruñido a tu espalda, una advertencia grave que ya has oído antes.
El enorme perro de la vieja Ramona te enseña los dientes con expresión furiosa. Sus poderosos cuartos traseros se tensan, su vello se eriza y sus labios se retraen hasta casi desaparecer justo antes de lanzarse hacia ti para darte un buen bocado en el cuello.
El caso es que, entre tus gritos y la explosión, un buen número de empleados de la residencia se ven atraídos hasta la mansión del viejo científico. Hombres y mujeres con togas y cinturones de colores acuden en tromba a comprobar si sus Excelencias siguen enteros. Pocos te prestan atención con la que hay liada, así que puedes escurrir el bulto hasta los muelles.
Hay unos cuantos barcos por ahí, con no mucha vigilancia. Algunos son tan grandes que te resultaría imposible manejarlos, mientras que otros apestan a pescado fresco y no tan fresco. El que más destaca es un bonito velero deportivo con el casco pintado de blanco y rayas azules. No es muy grande, pero parece veloz y fácil de tripular. Además parece caro.
La única seguridad de la zona son unos cuantos empleados, pero la mayoría están distraídos contemplando la nube de humo que viene de la mansión del hombre de ciencia. Sin embargo, no todo es tan fácil. Antes de que puedas subir a ninguna nave oyes un gruñido a tu espalda, una advertencia grave que ya has oído antes.
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