Celeste D` Angelo
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Nunca había visto una ciudad donde nunca se hacía de día. Pero allí estaba, Dark Dome City. Había oído historias acerca de que en aquella ciudad la criminalidad era el pan de cada día y que los incautos podrían ser atracados, o incluso asesinados, en un callejón entre los grandes edificios. ¿Qué me traía ante un lugar tan sombrío en el Paraíso? Negocios. Siempre se trataba de negocios. Don Fausto, el hombre que me acogió y me inició en el Bajo Mundo, me había mandado un mensaje contándome acerca de un hombre que quizás me podría dar trabajo y posiblemente beneficios. Se llamaba Darío Venetio y era un mafioso local que se especializaba en combates clandestinos y en contrabando de droga. Con suerte, podría iniciarme en el apasionante mundo de las apuestas ilegales. Solo quedaba ir al hotel que le pertenecía al capo. Tenía un nombre un tanto peculiar "Hotel Ambrosía". Desde luego era muy exótico.
El humo de mi puro se elevaba por los rascacielos de la ciudad. Me hallaba en una calle un tanto peculiar, estaba llena de señoras de la calle enseñando la mercancía. Y detrás de ellas, estaban sus chulos. No había que ser un genio para saber quienes eran, con solo mirar sus ropajes extravagantes de colores chillones ya te hacías una idea. Más de una de las meretrices intentaron venderse pero no estaba interesada, al menos no esa noche. Primero, debía trabajar y ya luego me daría algún capricho. Preguntando a alguno de los transeúntes de ojos saltones, acabé topando con el hotel. La entrada hasta tenía un hombre musculoso, calvo y vestido de negro con cara de pocos amigos custodiándola.
- Vengo a ver al señor Venetio, soy la enviada de Don Fausto. Me está esperando - Tiré el puro al suelo y miré fijamente a los ojos al gorila mientras le hablaba.
- ¿La protegida de Fausto? Ya era hora, el jefe se muere por conocerte. Un aviso, puede que... hoy esté más raro que de costumbre. Cosas de drogas, ya sabes - Dijo apartando la mirada y permitiéndome el paso dejándome confundida.
A saber que tipo de personaje pintoresco me había mandando a conocer Don Fausto.
El humo de mi puro se elevaba por los rascacielos de la ciudad. Me hallaba en una calle un tanto peculiar, estaba llena de señoras de la calle enseñando la mercancía. Y detrás de ellas, estaban sus chulos. No había que ser un genio para saber quienes eran, con solo mirar sus ropajes extravagantes de colores chillones ya te hacías una idea. Más de una de las meretrices intentaron venderse pero no estaba interesada, al menos no esa noche. Primero, debía trabajar y ya luego me daría algún capricho. Preguntando a alguno de los transeúntes de ojos saltones, acabé topando con el hotel. La entrada hasta tenía un hombre musculoso, calvo y vestido de negro con cara de pocos amigos custodiándola.
- Vengo a ver al señor Venetio, soy la enviada de Don Fausto. Me está esperando - Tiré el puro al suelo y miré fijamente a los ojos al gorila mientras le hablaba.
- ¿La protegida de Fausto? Ya era hora, el jefe se muere por conocerte. Un aviso, puede que... hoy esté más raro que de costumbre. Cosas de drogas, ya sabes - Dijo apartando la mirada y permitiéndome el paso dejándome confundida.
A saber que tipo de personaje pintoresco me había mandando a conocer Don Fausto.
Tazu
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El salón era una pasada. Una lámpara de cristal colgaba del techo y le daba un aire elegante a la estancia, iluminándola suavemente con solo la mitad de sus bombillas encendidas. Era una de esas luces que pega con el momento y el lugar. Las paredes, recubiertas de madera y decoradas por recortes de periódico enmarcados, parecían agradecer el tono cálido que arrancaba de ellas, y hasta las alfombras, gruesas, peludas y surcadas por las sombras de los tres hombres presentes en la habitación, se beneficiaban de ella con un aspecto impresionante.
Tazu observó con curiosidad el cenicero de cristal labrado y teñido de verde que descansaba sobre el escritorio negro. Los puros aún humeaban en su interior. El tapete verde sobre el que se posaban un flexo, una pila de papeles y un Den Den Mushi con la mirada perdida estaba ligeramente manchado de ceniza. Al otro lado de la mesa, un animalejo feo dormitaba. Tazu ignoró el arma que descansaba a su lado.
El tipo de rojo, sin embargo, no pegaba nada. Ese chándal tan feo, esa gorra de viejo, el colgante de oro y las pantuflas de andar por casa no cuadraban mucho con sus dos matones trajeados y bien vestidos que acariciaban casi con lujuria sus armas. Tazu aún no se había acostumbrado a ver pistolas, menos aún a que la apuntasen con ellas, así que no tenía claro del todo si lo de sobarlas así era algo necesario o solo un vicio raro.
Se apartó de la mesa, se recostó en el sofá, tan mullido como feo, y observó con detenimiento el cuenco de caramelos sobre la mesita auxiliar. ¿Cuál se iba a comer?
-Así que mafiosos, ¿eh?
-Cuidado con lo que dices, niña -dijo el gordo. Tenía una tripa descomunal y olía un poco a salchichón, pero le gustaban sus gafas doradas.
-¿Sois como los yakuza? No lleváis tupé ni tatuajes de flores, pero me han dicho que os parecéis. Yo conocí a un yakuza una vez.
-Escucha, no tenemos tiempo para tus...
-Se llamaba Toshio. Toshio Cabezazos. ¿Sabéis por qué le llamaban así?
-¿Podemos cargarnos a esta niña, padrino?
-Le pusieron una placa de metal en la frente, por fuera, cuando una mula le dio una coz de niño, y desde entonces se cargaba a sus enemi...
Pum. Uno de los no-yakuzas le sacudió un manotazo a la mesita, haciendo temblar el cuenco. Tiró un caramelo que Tazu recogió sutilmente y se llevó a la boca con disimulo.
-¡No te hemos traído aquí para que nos cuentes milongas, enana!
Tazu escupió el caramelo a la alfombra. Eso no le gustó a Salchichón, que amenazó con apretar el gatillo. Su jefe el del chándal tuvo que intervenir, cortándole en seco con un gesto. El jefe mafioso se levantó de la silla tras su escritorio, acarició a su gato, una cosa fea y sin pelo que descansaba hecha un guiñapo arrugado sobre su propio cojín, y luego fue hasta el minibar. Tazu tuvo que esperar a que se apretara dos copas de vino bien llenas antes de hacerle caso a ella.
-No me puedo creer tú que seas quien envía el capitán.
Ni yo, se dijo Tazu. Se suponía que tenía que “hacer el trato” con el tipo del chándal. Ni idea de a qué se refería ni por qué quería que lo hiciera ella. Bueno, de eso tenía una ligera sospecha. Tal vez influyera el hecho de que la gripe hubiera hecho estragos en su unidad durante su última parada o de que Tazu le hubiese teñido el peluquín de amarillo una noche. Ya no recordaba por qué, pero a todos les había parecido divertido.
-Ya, ya... Oye, ¿me devuelves ya a mi ardilla? Se mea encima si se asusta.
-No.
Tazu guardó silencio.
-Pues entonces déjame hurgar ahí -pidió señalando el cuenco de caramelos. El mafioso se encogió de hombros y ella fue seleccionando mientras meditaba. ¿Iba a tener que matar a toda esa gente? Era más que probable. También una lástima. Tenían buen gusto par la decoración.
En ese momento se abrió la puerta.
Tazu observó con curiosidad el cenicero de cristal labrado y teñido de verde que descansaba sobre el escritorio negro. Los puros aún humeaban en su interior. El tapete verde sobre el que se posaban un flexo, una pila de papeles y un Den Den Mushi con la mirada perdida estaba ligeramente manchado de ceniza. Al otro lado de la mesa, un animalejo feo dormitaba. Tazu ignoró el arma que descansaba a su lado.
El tipo de rojo, sin embargo, no pegaba nada. Ese chándal tan feo, esa gorra de viejo, el colgante de oro y las pantuflas de andar por casa no cuadraban mucho con sus dos matones trajeados y bien vestidos que acariciaban casi con lujuria sus armas. Tazu aún no se había acostumbrado a ver pistolas, menos aún a que la apuntasen con ellas, así que no tenía claro del todo si lo de sobarlas así era algo necesario o solo un vicio raro.
Se apartó de la mesa, se recostó en el sofá, tan mullido como feo, y observó con detenimiento el cuenco de caramelos sobre la mesita auxiliar. ¿Cuál se iba a comer?
-Así que mafiosos, ¿eh?
-Cuidado con lo que dices, niña -dijo el gordo. Tenía una tripa descomunal y olía un poco a salchichón, pero le gustaban sus gafas doradas.
-¿Sois como los yakuza? No lleváis tupé ni tatuajes de flores, pero me han dicho que os parecéis. Yo conocí a un yakuza una vez.
-Escucha, no tenemos tiempo para tus...
-Se llamaba Toshio. Toshio Cabezazos. ¿Sabéis por qué le llamaban así?
-¿Podemos cargarnos a esta niña, padrino?
-Le pusieron una placa de metal en la frente, por fuera, cuando una mula le dio una coz de niño, y desde entonces se cargaba a sus enemi...
Pum. Uno de los no-yakuzas le sacudió un manotazo a la mesita, haciendo temblar el cuenco. Tiró un caramelo que Tazu recogió sutilmente y se llevó a la boca con disimulo.
-¡No te hemos traído aquí para que nos cuentes milongas, enana!
Tazu escupió el caramelo a la alfombra. Eso no le gustó a Salchichón, que amenazó con apretar el gatillo. Su jefe el del chándal tuvo que intervenir, cortándole en seco con un gesto. El jefe mafioso se levantó de la silla tras su escritorio, acarició a su gato, una cosa fea y sin pelo que descansaba hecha un guiñapo arrugado sobre su propio cojín, y luego fue hasta el minibar. Tazu tuvo que esperar a que se apretara dos copas de vino bien llenas antes de hacerle caso a ella.
-No me puedo creer tú que seas quien envía el capitán.
Ni yo, se dijo Tazu. Se suponía que tenía que “hacer el trato” con el tipo del chándal. Ni idea de a qué se refería ni por qué quería que lo hiciera ella. Bueno, de eso tenía una ligera sospecha. Tal vez influyera el hecho de que la gripe hubiera hecho estragos en su unidad durante su última parada o de que Tazu le hubiese teñido el peluquín de amarillo una noche. Ya no recordaba por qué, pero a todos les había parecido divertido.
-Ya, ya... Oye, ¿me devuelves ya a mi ardilla? Se mea encima si se asusta.
-No.
Tazu guardó silencio.
-Pues entonces déjame hurgar ahí -pidió señalando el cuenco de caramelos. El mafioso se encogió de hombros y ella fue seleccionando mientras meditaba. ¿Iba a tener que matar a toda esa gente? Era más que probable. También una lástima. Tenían buen gusto par la decoración.
En ese momento se abrió la puerta.
Celeste D` Angelo
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El hotel no era nada del otro mundo, típico reclamo para clientes con objetos y decoración limpia y brillante. Además de cara. claro. Lo que me parecía raro era el por qué usar de base de operaciones un hotel pudiendo tener algún escondrijo secreto en una ciudad tan grande. Pero bueno, no venía a juzgar los gustos de la gente. En la recepción habían unas chicas vestidas con un uniforme un tanto... revelador para ser un hotel. Con solo mirarme, se dieron cuenta a qué había venido. No estaban solas, pues cerca se hallaban de brazos cruzados varios gorilas con cara de pocos amigos. Tenían unas cuantas pistolas y armas blancas a la vista. Un simple recordatorio de no tocar los huevos. Encantador.
- El señor Venetio la espera en su despacho, el pasillo a la izquierda al fondo. Jackson y Bobby la acompañarán hasta allá, motivos de seguridad, ya sabe - Dijo con una sonrisa nerviosa.
- ¿Por qué están vestidas como meretrices? - Quise saber por curiosidad, iban con corsés y faldas reveladoras.
- El señor Venetio digamos que amante de la carne, y eso le hace ganar dinero - Se limitó a decir.
Sin más preámbulos, recorrí el largo pasillo escoltada por dos hombres calvos de dos metros con gafas de sol. Aquello parecía sacado de una película. Algo sobre dos hombres vestidos de negro, uno que se comporta como un payaso y otro más serio. En fin, que más me daba. A lo largo del camino, se podían escuchar voces por las puertas. Algunas, simples conversaciones. Otras, golpes y ruidos de armas. Probablemente salas de tortura. No se andaban con medias pintas, me gustaba ese aire de profesionalidad.
Por fin llegué hasta la puerta, los guardias sin decir palabra, se pusieron a ambos lados de la puerta a su posición natural. Sin más que hacer, di tres toques a la puerta con mis nudillos de la mano derecha para abrir la puerta e invadir la estancia.
- Saludos, Don Venetio. Soy Lady Shadow, la protegida de Don Fausto. Un placer conocerle y agradezco su generosidad por permitirme estar en su presencia - Hice una reverencia mientras echaba un vistazo a la sala de reojo. Tenía ese aire ricachón exocéntrico que tanto había visto antes - Mis disculpas por interrumpirle -
Había una chica un tanto feucha deleitándose con caramelos y un par de hombres que suponía eran los más cercanos al Don. Los hombres parecían estar molestos con la muchacha.
- Ah si, bienvenida a mi hotel, signorina Shadow. Las amigas de Fausto son mis amigas - Un hombre con un gusto para la ropa un tanto raro, que parecía un rapero, se acercó a saludarme con dos besos en cada mejilla - Espero que no te importe el control en el edificio, la familia Danone intentó un ataque el otro día con un par de bombas. En fin, cosas del negocio. Toma asiento no seas tímida - Indicó otro sillón un tanto chillón para mi gusto.
Tomé asiento al lado de la chica rara. Olía un poco a cuadra, pero me parecía interesante. No había que juzgar a alguien por sus apariencias, incluso un viejo senil podría ser un asesino o ladrón de alto nivel en el Bajo Mundo. Los gorilas andaban pesándome con la mirada. No les gustaba mucho que llevara una máscara.
- ¿Esto? - Señalé con una dedo - Tengo una cicatriz un tanto horrible para la vista y tengo por norma no dejar que nadie me vea la cara. Espero que no les importe - Dije tranquilamente.
- No tratéis así a mis visitas, coglioni. Como sigáis mirándola así, mi pequeñín os morderá las malditas pelotas - Hizo un chasquido y un gato horroroso y calvo tomó la forma de un león blanco con mala baba.
- No... señor Padrino. Perdónenos por favor, no lo volveremos a hacer - Dijeron con una reverencia rápida mientras temblaban como gelatina.
- En este negocio hay que darse a respetar - Volvió a sentarse en la silla - Fausto me ha hablado bien de ti. Igual puedo hacerte el favor de darte trabajo por esta zona y quizás una parte de los beneficios para que te vayas haciendo un hueco. Dime. ¿te gustan las peleas ilegales? Hay un negocio de ese tipo en la ciudad y da mucho dinero. Puedo darte un luchador, dinero para que empieces en las apuestas y así te haces una idea de como funcionan las cosas - Hizo un gesto con la mano a uno de los lacayos para que sacara un fajo de billetes de la chaqueta además de una nota doblada - El chaval está preparado, igual es un poco... bruto, por así decirlo -
- Muchas gracias por la oportunidad, Don Venetio. Haré lo que esté en mi mano para impresionarle - Tomé la nota y eché un vistazo a mi compañera harapienta.
- Ah, si... Tú. Bueno, ¿quieres dejar de comerte tanto dulce y escucharme? Tenemos que concretar el asunto que te ha traído aquí -
- El señor Venetio la espera en su despacho, el pasillo a la izquierda al fondo. Jackson y Bobby la acompañarán hasta allá, motivos de seguridad, ya sabe - Dijo con una sonrisa nerviosa.
- ¿Por qué están vestidas como meretrices? - Quise saber por curiosidad, iban con corsés y faldas reveladoras.
- El señor Venetio digamos que amante de la carne, y eso le hace ganar dinero - Se limitó a decir.
Sin más preámbulos, recorrí el largo pasillo escoltada por dos hombres calvos de dos metros con gafas de sol. Aquello parecía sacado de una película. Algo sobre dos hombres vestidos de negro, uno que se comporta como un payaso y otro más serio. En fin, que más me daba. A lo largo del camino, se podían escuchar voces por las puertas. Algunas, simples conversaciones. Otras, golpes y ruidos de armas. Probablemente salas de tortura. No se andaban con medias pintas, me gustaba ese aire de profesionalidad.
Por fin llegué hasta la puerta, los guardias sin decir palabra, se pusieron a ambos lados de la puerta a su posición natural. Sin más que hacer, di tres toques a la puerta con mis nudillos de la mano derecha para abrir la puerta e invadir la estancia.
- Saludos, Don Venetio. Soy Lady Shadow, la protegida de Don Fausto. Un placer conocerle y agradezco su generosidad por permitirme estar en su presencia - Hice una reverencia mientras echaba un vistazo a la sala de reojo. Tenía ese aire ricachón exocéntrico que tanto había visto antes - Mis disculpas por interrumpirle -
Había una chica un tanto feucha deleitándose con caramelos y un par de hombres que suponía eran los más cercanos al Don. Los hombres parecían estar molestos con la muchacha.
- Ah si, bienvenida a mi hotel, signorina Shadow. Las amigas de Fausto son mis amigas - Un hombre con un gusto para la ropa un tanto raro, que parecía un rapero, se acercó a saludarme con dos besos en cada mejilla - Espero que no te importe el control en el edificio, la familia Danone intentó un ataque el otro día con un par de bombas. En fin, cosas del negocio. Toma asiento no seas tímida - Indicó otro sillón un tanto chillón para mi gusto.
Tomé asiento al lado de la chica rara. Olía un poco a cuadra, pero me parecía interesante. No había que juzgar a alguien por sus apariencias, incluso un viejo senil podría ser un asesino o ladrón de alto nivel en el Bajo Mundo. Los gorilas andaban pesándome con la mirada. No les gustaba mucho que llevara una máscara.
- ¿Esto? - Señalé con una dedo - Tengo una cicatriz un tanto horrible para la vista y tengo por norma no dejar que nadie me vea la cara. Espero que no les importe - Dije tranquilamente.
- No tratéis así a mis visitas, coglioni. Como sigáis mirándola así, mi pequeñín os morderá las malditas pelotas - Hizo un chasquido y un gato horroroso y calvo tomó la forma de un león blanco con mala baba.
- No... señor Padrino. Perdónenos por favor, no lo volveremos a hacer - Dijeron con una reverencia rápida mientras temblaban como gelatina.
- En este negocio hay que darse a respetar - Volvió a sentarse en la silla - Fausto me ha hablado bien de ti. Igual puedo hacerte el favor de darte trabajo por esta zona y quizás una parte de los beneficios para que te vayas haciendo un hueco. Dime. ¿te gustan las peleas ilegales? Hay un negocio de ese tipo en la ciudad y da mucho dinero. Puedo darte un luchador, dinero para que empieces en las apuestas y así te haces una idea de como funcionan las cosas - Hizo un gesto con la mano a uno de los lacayos para que sacara un fajo de billetes de la chaqueta además de una nota doblada - El chaval está preparado, igual es un poco... bruto, por así decirlo -
- Muchas gracias por la oportunidad, Don Venetio. Haré lo que esté en mi mano para impresionarle - Tomé la nota y eché un vistazo a mi compañera harapienta.
- Ah, si... Tú. Bueno, ¿quieres dejar de comerte tanto dulce y escucharme? Tenemos que concretar el asunto que te ha traído aquí -
Tazu
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Otra visita. Tazu estudió con atención a la recién llegada, una rubia muy alta con la cara tapada. ¿Por qué se taparía alguien la cara? Ah, sí, por la cicatriz esa de la que hablaba. Cara de Máscara mencionó unos asuntos de apariencia bastante turbia con el tipo del chándal, que parecía ser inexplicablemente intimidante, dejando caer algo sobre peleas. ¿Serían de perros? En Ringo a veces se organizaban. La gente se comía al que perdía. Y al que ganaba, solo que este último se servía con sal. La sal era cara en Ringo.
-¿Qué clase de cicatriz es? -preguntó Tazu. El mafioso de rojo frunció el ceño al no responderle, pero es que el otro tema era más interesante-. ¿Es de un corte? En mi tierra casi todo el mundo tiene cortes en la cara; hace mucho frío para afeitarse y no se llevan las barbas. ¿O es que tienes tentáculos?
-Volviendo a lo de tu capitán...
-La madre de una amiga tiene una marca en la cara de cuando le cayó encima un mono muerto. Fue muy raro, ¿sabes? Alguien le disparó una flecha al mono y le cayó encima a la señora, con garras y todo.
-El trato...
-Muy chulo el gato. ¿De dónde lo has sacado? Bueno, no sé si es un león que se encoge o un gato que crece. Y qué mesa más buena. Aguanta mogollón. -Se levantó de sopetón-. ¡¿No se habrá comido a mi ardilla?!
El mafioso dio un manotazo sobre la mesita y el cuenco de los caramelos tembló.
-¡Basta! ¡Dame el dinero de una vez!
Tazu miró a los lados.
-No me han dado ninguno. El capi me dijo que primero viera la mercancía.
El mafioso se encogió de hombros, hizo un gesto a Salchichón y este le tendió un caracol telépata. Alguien contestó al primer tono.
-¿Está todo listo para esta noche? Vamos a ir a hacer una visita a las Jaulas. Preparad el carruaje -ordenó antes de colgar-. Muy bien, iremos a ver los combates y así podréis evaluar vuestra inversión. Y, por dios... -Parecía un poco enfadado el hombre-... no sigas hablando.
Tazu tenía muchas preguntas, pero las dejó a un lado cuando, a un gesto del jefe, Salchichón le lanzó a Iroza. La ardilla se encaramó a su hombro y le mordió una oreja. Al parecer se iban de excursión. Eso era bueno. Le gustaban las excursiones. Además, matar a gente siempre era mucho más sencillo al aire libre.
-¿Qué clase de cicatriz es? -preguntó Tazu. El mafioso de rojo frunció el ceño al no responderle, pero es que el otro tema era más interesante-. ¿Es de un corte? En mi tierra casi todo el mundo tiene cortes en la cara; hace mucho frío para afeitarse y no se llevan las barbas. ¿O es que tienes tentáculos?
-Volviendo a lo de tu capitán...
-La madre de una amiga tiene una marca en la cara de cuando le cayó encima un mono muerto. Fue muy raro, ¿sabes? Alguien le disparó una flecha al mono y le cayó encima a la señora, con garras y todo.
-El trato...
-Muy chulo el gato. ¿De dónde lo has sacado? Bueno, no sé si es un león que se encoge o un gato que crece. Y qué mesa más buena. Aguanta mogollón. -Se levantó de sopetón-. ¡¿No se habrá comido a mi ardilla?!
El mafioso dio un manotazo sobre la mesita y el cuenco de los caramelos tembló.
-¡Basta! ¡Dame el dinero de una vez!
Tazu miró a los lados.
-No me han dado ninguno. El capi me dijo que primero viera la mercancía.
El mafioso se encogió de hombros, hizo un gesto a Salchichón y este le tendió un caracol telépata. Alguien contestó al primer tono.
-¿Está todo listo para esta noche? Vamos a ir a hacer una visita a las Jaulas. Preparad el carruaje -ordenó antes de colgar-. Muy bien, iremos a ver los combates y así podréis evaluar vuestra inversión. Y, por dios... -Parecía un poco enfadado el hombre-... no sigas hablando.
Tazu tenía muchas preguntas, pero las dejó a un lado cuando, a un gesto del jefe, Salchichón le lanzó a Iroza. La ardilla se encaramó a su hombro y le mordió una oreja. Al parecer se iban de excursión. Eso era bueno. Le gustaban las excursiones. Además, matar a gente siempre era mucho más sencillo al aire libre.
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