Te gustaban las islas invernales. De hecho, te gustaba el extraño funcionamiento del Grand Line. No lo entendías, claro, pero mientras el norte era un mar uniforme de cielos grises, lluvia y nieve el ecuador del mundo había resultado ser un mosaico salpicado de cientos de islas diferentes a cada cual con su clima, carácter y cultura particular. Las islas eran algo más pequeñas que en los Blues, claro, pero seguían siendo colosales masas de tierra en medio del océano, y todo apuntaba a que la temperatura estable y las lluvias serían una constante. Pero no. En el Grand Line ni siquiera funcionaban las brújulas convencionales. Todo era muy extraño.
Todo era apasionante.
Estornudaste. Desde cubierta observabas la costa de acantilados congelados y pedazos de hielo flotando en medio del agua, y pese a llevar cuatro capas de ropa encima tu nariz seguía muy sensible al constante cambio de temperatura que significaba acercarte al reino de Sakura. Te frotabas las manos dentro de los bolsillos del abrigo intentando calentarte los dedos, pero aunque no era desagradable del todo había terminado por calarte y, a esas alturas, difícilmente podrías librarte de ese ligero entumecimiento. No al menos hasta que te pusieses a hacer ejercicio y, lógicamente, eso estaba completamente descartado. Al menos, no sin preparación de por medio.
Cuando pusiste un pie en el muelle se te escapó un suspiro desolado. A pesar de que en el puerto había media docena de barcos ninguno descargaba mercancía ni pasajeros, al menos no en ese momento. Las tablas de madera crujían bajo tus pies mientras caminabas cuidadosamente intentando no resbalar con el hielo, y miraste a los lados cuando te alejaste un poco de la zona. Tras de ti quedaba la costa, pero delante el paisaje era realmente devastador: Todavía se extendía el humo a lo lejos en lo que supusiste sería algún pueblo al noreste, y los escombros de distintos edificios se acumulaban en una hilera que llegaba casi hasta donde te alcanzaba la vista. La pequeña ciudad costera de Bighorn había sufrido la peor parte de la guerra, quedando muy pocos edificios en pie que todavía se utilizaban como hospitales de campaña, de los que gente entraba y salía constantemente. Muchos caminando -o como podían-, mientras que otros eran cargados con los pies por delante.
No habías elegido un buen día para ir hasta allí, pero aunque te doliese la situación el caos significaba trabajo por hacer, y el trabajo por hacer emoción. Se te iluminaban los ojos al pensar en la aventura que se abriría ante ti. Y, sin pensarlo mucho más, buscaste entre las calles -o lo que quedaba de ellas- lo que estuviesen usando como ayuntamiento. O como centro de mando. Algo debía haber.
Todo era apasionante.
Estornudaste. Desde cubierta observabas la costa de acantilados congelados y pedazos de hielo flotando en medio del agua, y pese a llevar cuatro capas de ropa encima tu nariz seguía muy sensible al constante cambio de temperatura que significaba acercarte al reino de Sakura. Te frotabas las manos dentro de los bolsillos del abrigo intentando calentarte los dedos, pero aunque no era desagradable del todo había terminado por calarte y, a esas alturas, difícilmente podrías librarte de ese ligero entumecimiento. No al menos hasta que te pusieses a hacer ejercicio y, lógicamente, eso estaba completamente descartado. Al menos, no sin preparación de por medio.
Cuando pusiste un pie en el muelle se te escapó un suspiro desolado. A pesar de que en el puerto había media docena de barcos ninguno descargaba mercancía ni pasajeros, al menos no en ese momento. Las tablas de madera crujían bajo tus pies mientras caminabas cuidadosamente intentando no resbalar con el hielo, y miraste a los lados cuando te alejaste un poco de la zona. Tras de ti quedaba la costa, pero delante el paisaje era realmente devastador: Todavía se extendía el humo a lo lejos en lo que supusiste sería algún pueblo al noreste, y los escombros de distintos edificios se acumulaban en una hilera que llegaba casi hasta donde te alcanzaba la vista. La pequeña ciudad costera de Bighorn había sufrido la peor parte de la guerra, quedando muy pocos edificios en pie que todavía se utilizaban como hospitales de campaña, de los que gente entraba y salía constantemente. Muchos caminando -o como podían-, mientras que otros eran cargados con los pies por delante.
No habías elegido un buen día para ir hasta allí, pero aunque te doliese la situación el caos significaba trabajo por hacer, y el trabajo por hacer emoción. Se te iluminaban los ojos al pensar en la aventura que se abriría ante ti. Y, sin pensarlo mucho más, buscaste entre las calles -o lo que quedaba de ellas- lo que estuviesen usando como ayuntamiento. O como centro de mando. Algo debía haber.
Zira
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Había algo que Zira estaba guardando desde hace tiempo, y son sus ansias de venganza por aquel viejo cojo de mierda que la había engañado en Sakura. –Frederich Kord… –Balbuceaba entre gruñidos, recordaba su nombre, era información que le había dado Alpha, recordarlo a él y la tripulación le daba aún más rabia, no lo perdonaría nunca y no se perdonaría nunca. Pero eso da igual ahora, debía enfocarse en otra cosa, conseguir información de ese hijo de puta, el clima era frío, la visión oscura, el viento soplaba fuerte pero ella no sabía de dónde, escuchaba la corriente del río y el rodar del barril, uno de madera bastante resistente, todo le daba vueltas a Zira. Fue entonces que aquel barril cayó contra la nieve emitiendo un inaudible sonido, la tapa se separó de la madera y la chica salió del interior del mismo. Zira ya estaba en el Reino de Sakura, gracias a un hombre al que le pagó, mientras menos sepan de su llegada allí mejor, menos posibilidades de ser descubierta. Zira no era tonta, podía ser impulsiva, terca, violenta, perversa, tonta, pero nunca una buena persona.
Caminaría oculta por la nieve, camuflada por su gran abrigo blanco, junto a un par de medias largas blancas, se mantuvo en sigilo hasta que se alejó del muelle, ya llegando a la parte más destruida decidió comenzar a caminar normal por la calle, tenía la capucha puesta, no se veía mucho su cara, pero tampoco tenía intenciones de ocultarla. El abrigo era largo, perfecto para ocultar algo debajo de él, aunque en este caso solo llevaba su Dragón Arcoíris y un kunai, suficiente para matar al que se le cruce en su camino. Siguió caminando por las calles, miraba toda esa destrucción con ganas de reírse, sabiendo que participó en esto de verdad le resultaba divertido, la destrucción y la miseria, rodeada de lo que se crió, solo faltaba que se prostituya en una esquina y la nostalgia estaría completa.
Se frotó las manos y tiró su aliento caliente entre ellas, de verdad hacía frío, por suerte no cometió el mismo error que la anterior vez, de venir con solo una campera fina encima. Ella estaba bien abrigada, si a torso nos referimos, debajo llevaba los shorts de siempre, no hace falta decir que ese abrigo lo robó, ¿Gastar dinero en ropa? Eso es de tontos. Después de tanto caminar no encontraba nada que le ayude, nadie de las fuerzas reales por los alrededores, estaban en otro lado seguro, esperaba no tener que adentrarse mucho, no quería perder los barcos, su moneda de salida. Notó a una chica caminando por las calles, si que era bonita ante los ojos de Zira, tal vez le podría sacar información si la interrogaba, aunque primero se dedicaría a seguirla en silencio.
Caminaría oculta por la nieve, camuflada por su gran abrigo blanco, junto a un par de medias largas blancas, se mantuvo en sigilo hasta que se alejó del muelle, ya llegando a la parte más destruida decidió comenzar a caminar normal por la calle, tenía la capucha puesta, no se veía mucho su cara, pero tampoco tenía intenciones de ocultarla. El abrigo era largo, perfecto para ocultar algo debajo de él, aunque en este caso solo llevaba su Dragón Arcoíris y un kunai, suficiente para matar al que se le cruce en su camino. Siguió caminando por las calles, miraba toda esa destrucción con ganas de reírse, sabiendo que participó en esto de verdad le resultaba divertido, la destrucción y la miseria, rodeada de lo que se crió, solo faltaba que se prostituya en una esquina y la nostalgia estaría completa.
Se frotó las manos y tiró su aliento caliente entre ellas, de verdad hacía frío, por suerte no cometió el mismo error que la anterior vez, de venir con solo una campera fina encima. Ella estaba bien abrigada, si a torso nos referimos, debajo llevaba los shorts de siempre, no hace falta decir que ese abrigo lo robó, ¿Gastar dinero en ropa? Eso es de tontos. Después de tanto caminar no encontraba nada que le ayude, nadie de las fuerzas reales por los alrededores, estaban en otro lado seguro, esperaba no tener que adentrarse mucho, no quería perder los barcos, su moneda de salida. Notó a una chica caminando por las calles, si que era bonita ante los ojos de Zira, tal vez le podría sacar información si la interrogaba, aunque primero se dedicaría a seguirla en silencio.
Pie izquierdo, pie derecho. Cada vez las calles iban presentando un aspecto menos desolado. Pie derecho, pie izquierdo. A medida que avanzabas, las casas iban estando en mejor estado e incluso la gente parecía más tranquila. Pie izquierdo, pie derecho. El silencio sepulcral seguía reinando en la ciudad, pero era un silencio muy distinto al que se respiraba unos cientos de metros más atrás. Pie izquierdo, pie derecho. Notabas el adoquinado bajo tus pies, y no tanto la nieve ya; estabas en una zona donde el fuego no había llegado. Había campamentos de refugiados asentados en hoteles, y las cafeterías del lugar emitían un leve ruido de comedida algarabía. Contentos, pero no mucho. Asumiste que eso era lo que significaba sobrevivir a la guerra.
Un paso más, y otro. Pie izquierdo delante, luego el derecho. Manteniéndote erguida y mirando hacia delante, pero cuidado con el suelo. A veces se cruzaba una persona en tu camino e intentabas dedicarle una sonrisa, pero la parca condescendencia que te dedicaban en el mejor de los casos hizo que a la tercera dejases de hacerlo. "Para qué", pensaste. Contentos, pero no mucho. Te lo grabaste a fuego mientras aún buscabas la plaza central donde, con suerte, estaría el ayuntamiento. Sin embargo, no eran tus pasos los únicos que escuchabas.
Había poca gente yendo y viniendo. Muy poca se cruzaba frente a ti, pero nadie te había adelantado. Ni siquiera caminabas muy deprisa, podría haberte adelantado en cualquier momento. Pero ahí seguía, paso a paso tras de ti, primero con el sosegado hundir de la nieve y ahora con las pisadas sobre el empedrado. Lo más seguro era que se tratase de una casualidad, pero eras plenamente consciente de que en las épocas de guerra los plebeyos sacaban a relucir su lado más oscuro. "Esta vez no habrá caballero que venga", pensaste, acordándote de Velkan. Te había llegado hondo, ¿verdad? Si tú supieses lo hondo que le llegaste tú... Hasta el fondo de su corazón.
Comenzaste a acelerar el paso. Cuanto antes llegaras al ayuntamiento más fácil te sería salir de dudas. No quisiste mirar atrás, no fuese a pensar que te habías dado cuenta. Un acelerón casual podía darse en cualquier situación, ¿no? Te ajustaste el bombín para que tu cabeza se enfriara lo menos posible, levantaste las solapas de tu gabardina y apretaste contra tu vientre la empuñadura del sable para hacer más notorio que escondías algo. Por si acaso intentaban asaltarte, que supiesen que te ibas a resistir.
Un paso más, y otro. Pie izquierdo delante, luego el derecho. Manteniéndote erguida y mirando hacia delante, pero cuidado con el suelo. A veces se cruzaba una persona en tu camino e intentabas dedicarle una sonrisa, pero la parca condescendencia que te dedicaban en el mejor de los casos hizo que a la tercera dejases de hacerlo. "Para qué", pensaste. Contentos, pero no mucho. Te lo grabaste a fuego mientras aún buscabas la plaza central donde, con suerte, estaría el ayuntamiento. Sin embargo, no eran tus pasos los únicos que escuchabas.
Había poca gente yendo y viniendo. Muy poca se cruzaba frente a ti, pero nadie te había adelantado. Ni siquiera caminabas muy deprisa, podría haberte adelantado en cualquier momento. Pero ahí seguía, paso a paso tras de ti, primero con el sosegado hundir de la nieve y ahora con las pisadas sobre el empedrado. Lo más seguro era que se tratase de una casualidad, pero eras plenamente consciente de que en las épocas de guerra los plebeyos sacaban a relucir su lado más oscuro. "Esta vez no habrá caballero que venga", pensaste, acordándote de Velkan. Te había llegado hondo, ¿verdad? Si tú supieses lo hondo que le llegaste tú... Hasta el fondo de su corazón.
Comenzaste a acelerar el paso. Cuanto antes llegaras al ayuntamiento más fácil te sería salir de dudas. No quisiste mirar atrás, no fuese a pensar que te habías dado cuenta. Un acelerón casual podía darse en cualquier situación, ¿no? Te ajustaste el bombín para que tu cabeza se enfriara lo menos posible, levantaste las solapas de tu gabardina y apretaste contra tu vientre la empuñadura del sable para hacer más notorio que escondías algo. Por si acaso intentaban asaltarte, que supiesen que te ibas a resistir.
Zira
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Caminaba en silencio, no se ocultaba particularmente, tampoco lo intentaba, era complicado hacer si en cualquier momento alguien la podía ver, estaban en un lugar abierto, así que lo mejor era actuar como alguien que caminaba lento y tiritando del frío. Conforme avanzó pudo ver que habían zonas menos destruidas, pero las personas no se encontraban en su mejor momento, normal, les rompieron el pueblo, vidas perdidas, todo eso afectaba a las personas, pero a Zira ni le movía el corazón. Ella no es un persona especialmente compasiva o empática, lo peor es que se jacta de ello, una mujer sin cura, aunque no siempre fue así, hubo dos momentos en su vida donde de verdad se conmovió, cuando conoció la crueldad del mundo y cuando tuvo a su única hija que dejó a manos de otra familia para irse por su lado, evitando que la vida de esa beba termine condenada como la suya.
Pero el pasado es historia, esta mujer vive el presente, el hoy y el ahora, de eso trata la vida de Zira, vivir cada momento como si fuera el último. Tenía ganas de una cama y un café, pero no podía exponerse tanto, aunque complicado era encontrar un bar o algo parecido en este pueblo, con lo destruido que estaba. Fue entonces que esa mujer llamaría su atención, no tenía ninguna pista que seguir por el momento, así que acosar a una linda rubia no era mala idea, con suerte podría conseguir algo de ella. La seguiría durante unos minutos, mantenía un peso lento, actuando como alguien sufriendo tanto frío que apenas podía caminar, pero pasado un rato notaría que la muchacha comenzaría a inquietarse con su presencia, si seguía así las cosas podrían resultar mal para ella.
Debía hacer algo para disimular, se llevaría las manos al rostro, tapando sus ojos, picandolos para que dieran el resultado que quería, fue entonces que comenzó a llorar en alto, previamente se aseguró de que no hubiera nadie alrededor. No pararía de llorar, por suerte cayeron un par de lágrimas, se acuclilló para beneficio de su actuación, si la mujer esa tenía empatía, su actuación no sería en vano, por ahora solo tenía en mente que ella se acerque y poder hablarle, luego vería si recurrir a la fuerza.
Pero el pasado es historia, esta mujer vive el presente, el hoy y el ahora, de eso trata la vida de Zira, vivir cada momento como si fuera el último. Tenía ganas de una cama y un café, pero no podía exponerse tanto, aunque complicado era encontrar un bar o algo parecido en este pueblo, con lo destruido que estaba. Fue entonces que esa mujer llamaría su atención, no tenía ninguna pista que seguir por el momento, así que acosar a una linda rubia no era mala idea, con suerte podría conseguir algo de ella. La seguiría durante unos minutos, mantenía un peso lento, actuando como alguien sufriendo tanto frío que apenas podía caminar, pero pasado un rato notaría que la muchacha comenzaría a inquietarse con su presencia, si seguía así las cosas podrían resultar mal para ella.
Debía hacer algo para disimular, se llevaría las manos al rostro, tapando sus ojos, picandolos para que dieran el resultado que quería, fue entonces que comenzó a llorar en alto, previamente se aseguró de que no hubiera nadie alrededor. No pararía de llorar, por suerte cayeron un par de lágrimas, se acuclilló para beneficio de su actuación, si la mujer esa tenía empatía, su actuación no sería en vano, por ahora solo tenía en mente que ella se acerque y poder hablarle, luego vería si recurrir a la fuerza.
Seguiste avanzando un poco más, pero algo te detuvo. Algo no iba bien. Te diste la vuelta por un momento, viendo cómo la persona que te seguía -una mujer, asumiste por sus piernas- se derrumbaba sobre el suelo a llorar, acuclillada. No tenías muy claro por qué la gente encontraba cómoda esa postura, pero eso no era lo peor que se te pasaba por la cabeza. En cualquier caso, había cosas que te escamaban. ¿Por qué una mujer que llevaba tanto tiempo caminando a tus espaldas se echaba a llorar tan repentinamente? Tal vez había identificado tu sable como tal y se había asustado, o todo lo contrario estaba atrayéndote a una trampa. Podía ser una casualidad, pero del mismo modo resultaba muy oportuna. De todos modos el pensamiento de quién reconocería un sable oculto más que alguien peligroso opacó todos los razonamientos. Porque, si lo había reconocido, era un peligro. Y si no, era casual. En cualquier caso no pudiste evitar acercarte con cierta cautela.
Primero esperaste un instante, tan solo observando. Querías ver cómo era y, a pesar del abrigo, podías deducir sus formas. Trataste de buscar armas ocultas con la mirada, aunque dudabas que cualquier objeto pequeño fuese a saltar a tu vista. De todos modos siempre sería más peligrosa con una espada que sin ella, y no sería tan raro que en el mundo en que vivíais una mujer indefensa llevase un arma para protegerse de posibles agresores.
Lo segundo que hiciste fue dar un paso hacia ella, muy cauta. Estabas atenta por si saltaba contra ti, aunque intentaste no dejarlo ver con un avance más o menos seguro hacia ella, si bien te mantuviste a una distancia más o menos prudencial. No te daría tiempo a recoger el sable deprisa, pero sí podrías esquivar con cierta soltura si se abalanzaba. Era un momento peligroso y, aunque sentías cierta emoción, no podías dejar de sentir cómo la tensión marcaba tu musculatura. Aunque, la verdad, creo que estaba empezando a pegarte un poco de mi cautela. Por fin.
- Hola -dijiste, sacando la mano del bolsillo para saludar y resguardándola de inmediato-. ¿Te encuentras bien? ¿Ha sucedido algo?
Te costaba hablarle un poco. Tu voz salía como un hilo delicado, en un tono casi más agudo de lo habitual. No estabas acostumbrada a acercarte a desconocidos en la calle -o desconocidas- y la sensación resultaba incómoda. Aun si no era un peligro, esa mujer no respetaba en absoluto los principios de decoro y, en realidad, decírselo sería tan improductivo como no hacer nada. Tal vez deberías haber seguido caminando.
Primero esperaste un instante, tan solo observando. Querías ver cómo era y, a pesar del abrigo, podías deducir sus formas. Trataste de buscar armas ocultas con la mirada, aunque dudabas que cualquier objeto pequeño fuese a saltar a tu vista. De todos modos siempre sería más peligrosa con una espada que sin ella, y no sería tan raro que en el mundo en que vivíais una mujer indefensa llevase un arma para protegerse de posibles agresores.
Lo segundo que hiciste fue dar un paso hacia ella, muy cauta. Estabas atenta por si saltaba contra ti, aunque intentaste no dejarlo ver con un avance más o menos seguro hacia ella, si bien te mantuviste a una distancia más o menos prudencial. No te daría tiempo a recoger el sable deprisa, pero sí podrías esquivar con cierta soltura si se abalanzaba. Era un momento peligroso y, aunque sentías cierta emoción, no podías dejar de sentir cómo la tensión marcaba tu musculatura. Aunque, la verdad, creo que estaba empezando a pegarte un poco de mi cautela. Por fin.
- Hola -dijiste, sacando la mano del bolsillo para saludar y resguardándola de inmediato-. ¿Te encuentras bien? ¿Ha sucedido algo?
Te costaba hablarle un poco. Tu voz salía como un hilo delicado, en un tono casi más agudo de lo habitual. No estabas acostumbrada a acercarte a desconocidos en la calle -o desconocidas- y la sensación resultaba incómoda. Aun si no era un peligro, esa mujer no respetaba en absoluto los principios de decoro y, en realidad, decírselo sería tan improductivo como no hacer nada. Tal vez deberías haber seguido caminando.
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