Las aventuras por Momoiro resultaron... Bueno, resultaron. No creías que los muchachos fuesen a querer hablar nunca de ello, pero como no te habían retirado la palabra te dabas por satisfecha. Con alguno de ellos habías terminado por intimar un poco más -tampoco mucho, en realidad- y aunque no dirías que eran tus amigos había una cálida cortesía donde antes había distante obediencia. Aunque te habías arrogado el derecho a dirigir el barco por ser la más estilosa eras consciente de que esa clase de jerarquía era inestable, un pelín absurda y, en conclusión, irreal. Ellos habían obedecido en primer lugar por miedo al castigo impuesto a sus camaradas, claro, pero no podías amedrentarlos constantemente o, en el mejor de los casos, abandonarían el barco.
Intentaste tratarlos como a un igual, aunque se demostró tres veces -dos pellizcos en el trasero y una palmada que no acabó demasiado bien- que Kirk Fitzpatrick, un buscapleitos de Irish Garden -la pequeña isla al oeste de English Garden, a apenas un par de millas- no era la clase de hombre que quisiera conservar todos los dientes. Tras su nalgada trataste de disimular el dolor, pero convencida de que difícilmente interpretaría bien esa sonrisa te diste el lujo de hacerlo. Te habías fisurado, como mínimo, tres falanges.
- Parece que estamos de suerte -te dijo sin embargo un buen día Tom-. Estamos muy cerca de Little Paradise. Eso compensará el infierno de Kamabaka.
Tom era un hombre pulcro y pragmático. Probablemente se trataba del más atractivo de los grumetes de Duvalle: Alto, fornido, de mandíbula cuadrada y cabeza perfectamente afeitada para disimular su incipiente calva, tenía cierta gracia al caminar y en su serenidad habitual había un halo de misterio. También se notaba que era marcadamente homosexual y, desde una distancia prudente y respetuosa, dedicaba a veces miradas furtivas al ángel con algo más que camaradería en la mirada. Como mínimo había que reconocerle mucho más encanto que a Bill y, sin duda, infinita educación más que Fitzpatrick.
- ¿Qué es Little Paradise? -preguntaste, sabiendo que era un error. Los piratas tenían la absurda manía de componer canciones a coro en jerga marinera acerca de las islas que visitaban.
- I feel offbeat today... -entonó. Antes de que te dieses cuenta, los otros seis estaban cantando con él y el anciano había sacado un enorme cinabrio con el que acompañaba la melodía. Cada vez te creías menos que fuese sordo, aunque tenías la sospecha de que su inteligencia estaba sumamente limitada a un par de acciones repetidas hasta la saciedad.
No entendiste nada -o, más bien, había demasiadas cosas que podías entender- pero la canción tenía ritmo, así que no preguntaste más. Asumiste que algo que despertaba tan buenos recuerdos no podía ser malo, y te acercaste a Surya mientras avistabais el puerto.
- Oye... Creo que voy a necesitar ir de compras -le dijiste-. He tenido un pequeño accidente hace poco y... Bueno, necesito un abrigo nuevo. ¿Te apetece venir?
Intentaste tratarlos como a un igual, aunque se demostró tres veces -dos pellizcos en el trasero y una palmada que no acabó demasiado bien- que Kirk Fitzpatrick, un buscapleitos de Irish Garden -la pequeña isla al oeste de English Garden, a apenas un par de millas- no era la clase de hombre que quisiera conservar todos los dientes. Tras su nalgada trataste de disimular el dolor, pero convencida de que difícilmente interpretaría bien esa sonrisa te diste el lujo de hacerlo. Te habías fisurado, como mínimo, tres falanges.
- Parece que estamos de suerte -te dijo sin embargo un buen día Tom-. Estamos muy cerca de Little Paradise. Eso compensará el infierno de Kamabaka.
Tom era un hombre pulcro y pragmático. Probablemente se trataba del más atractivo de los grumetes de Duvalle: Alto, fornido, de mandíbula cuadrada y cabeza perfectamente afeitada para disimular su incipiente calva, tenía cierta gracia al caminar y en su serenidad habitual había un halo de misterio. También se notaba que era marcadamente homosexual y, desde una distancia prudente y respetuosa, dedicaba a veces miradas furtivas al ángel con algo más que camaradería en la mirada. Como mínimo había que reconocerle mucho más encanto que a Bill y, sin duda, infinita educación más que Fitzpatrick.
- ¿Qué es Little Paradise? -preguntaste, sabiendo que era un error. Los piratas tenían la absurda manía de componer canciones a coro en jerga marinera acerca de las islas que visitaban.
- I feel offbeat today... -entonó. Antes de que te dieses cuenta, los otros seis estaban cantando con él y el anciano había sacado un enorme cinabrio con el que acompañaba la melodía. Cada vez te creías menos que fuese sordo, aunque tenías la sospecha de que su inteligencia estaba sumamente limitada a un par de acciones repetidas hasta la saciedad.
No entendiste nada -o, más bien, había demasiadas cosas que podías entender- pero la canción tenía ritmo, así que no preguntaste más. Asumiste que algo que despertaba tan buenos recuerdos no podía ser malo, y te acercaste a Surya mientras avistabais el puerto.
- Oye... Creo que voy a necesitar ir de compras -le dijiste-. He tenido un pequeño accidente hace poco y... Bueno, necesito un abrigo nuevo. ¿Te apetece venir?
Surya
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De alguna manera, habían logrado escapar todos intactos de Momoiro. Todos habían estado extremadamente callados al principio, pero con el paso de los días el ambiente se había ido suavizando. Tom se había llevado a Surya a un aparte y le había explicado con paciencia la diferencia entre un okama y un hombre o una mujer con estilo cuestionable. Había sido una lección seguramente más larga de lo necesario para otra persona, pero el marinero lo había manejado con extrema elegancia y tesón. Al final, aunque algo escandalizado, Surya había terminado por entender del todo los acontecimientos de Momoiro, desde una perspectiva un tanto más… objetiva.
Más allá de eso, la convivencia en el barco creía más hogareña cada día. Ya no tenían médico y los marineros habían empezado a ir al ángel cuando necesitaban algún que otro arreglillo. Surya no tenía gran experiencia, pero en poco tiempo empezó a ser bastante diestro aplicando primeros auxilios. Puede que no tuvieran grandes accidentes, pero no había noche que terminara sin un corte o un traspiés. Las olas del mar eran traicioneras y hasta el más avezado marinero tenía sus descuidos. Por suerte, había un gran surtido de alcohol y vendas que permitieron que todos se mantuvieran en plena forma.
Un día, mientras Surya salía de su camarote, los marineros empezaron a cantar. Se quedó escuchándolos un momento mientras sonreía, hasta que Alice fue a buscarlo. Miró el puerto que empezaba a delinearse a lo lejos antes de asentir con entusiasmo y un mínimo de preocupación.
-Por supuesto, encantado. Encontraremos uno bonito. ¿Estás bien?
Lo decía por el accidente que había mencionado, claro, pero no solo por eso. Hacía tiempo que se había dado cuenta de algo que le preocupaba. Alice era más frágil de lo que debería. Puede que no se reflejara en su cara, pero su cuerpo no mentía y después de un traspiés o un golpe la verdad era evidente a un par de ojos atentos. Cuando había tenido que golpear a Kirk había acabado ella peor y aunque no le había pedido ayuda, el ángel no estaba ciego. Quería preguntarle al respecto, ofrecerle sus torpes conocimientos de alguna manera, pero no sabía cómo sacar el tema. Ir juntos de compras parecía la ocasión adecuada.
Cuando llegaron a tierra firme se dio cuenta de que el lugar era poco más que un atolón enorme. El aire olía fuertemente no solo a mar, sino a marisco, y había gritos de marineros por todas partes. No les llevó más de un par de pasos darse cuenta de que estaban en un nido de piratas. Por otro lado, quizá eso no fuera tan malo. Surya se agachó un poco para hablarle a Alice al oído:
-Quizá encuentres lo que buscas en el tesoro empeñado de algún pirata. Sería una buena segunda vida para cualquier abrigo.
Más allá de eso, la convivencia en el barco creía más hogareña cada día. Ya no tenían médico y los marineros habían empezado a ir al ángel cuando necesitaban algún que otro arreglillo. Surya no tenía gran experiencia, pero en poco tiempo empezó a ser bastante diestro aplicando primeros auxilios. Puede que no tuvieran grandes accidentes, pero no había noche que terminara sin un corte o un traspiés. Las olas del mar eran traicioneras y hasta el más avezado marinero tenía sus descuidos. Por suerte, había un gran surtido de alcohol y vendas que permitieron que todos se mantuvieran en plena forma.
Un día, mientras Surya salía de su camarote, los marineros empezaron a cantar. Se quedó escuchándolos un momento mientras sonreía, hasta que Alice fue a buscarlo. Miró el puerto que empezaba a delinearse a lo lejos antes de asentir con entusiasmo y un mínimo de preocupación.
-Por supuesto, encantado. Encontraremos uno bonito. ¿Estás bien?
Lo decía por el accidente que había mencionado, claro, pero no solo por eso. Hacía tiempo que se había dado cuenta de algo que le preocupaba. Alice era más frágil de lo que debería. Puede que no se reflejara en su cara, pero su cuerpo no mentía y después de un traspiés o un golpe la verdad era evidente a un par de ojos atentos. Cuando había tenido que golpear a Kirk había acabado ella peor y aunque no le había pedido ayuda, el ángel no estaba ciego. Quería preguntarle al respecto, ofrecerle sus torpes conocimientos de alguna manera, pero no sabía cómo sacar el tema. Ir juntos de compras parecía la ocasión adecuada.
Cuando llegaron a tierra firme se dio cuenta de que el lugar era poco más que un atolón enorme. El aire olía fuertemente no solo a mar, sino a marisco, y había gritos de marineros por todas partes. No les llevó más de un par de pasos darse cuenta de que estaban en un nido de piratas. Por otro lado, quizá eso no fuera tan malo. Surya se agachó un poco para hablarle a Alice al oído:
-Quizá encuentres lo que buscas en el tesoro empeñado de algún pirata. Sería una buena segunda vida para cualquier abrigo.
Tal vez tus huesos sanasen rápido, pero con el resto de heridas no teníamos tanta suerte. A ratos los muchachos dedicaban miradas furtivas a tu brazo vendado y incluso ese día, que por fin habías podido llevar la herida al aire, se veían los restos de una costura hecha de manera muy precipitada. La carne estaba bien unida y la piel empezaba a recuperarse, pero se notaba que estaba tirante y estaba dejando una leve oquedad con cráter blanco en el medio. Eso por no hablar de que, a ratos, llegaba a sangrar cuando movías demasiado el antebrazo. A efectos prácticos y hasta que pudieses deshacerte de los puntos, tenías solo un brazo. Por eso darle el puñetazo a Fitzpatrick había resultado tan molesto.
Quizá por eso cuando el ángel preguntó si te encontrabas bien estuviste a punto de explicarle lo que había sucedido, cómo exactamente se te había roto el abrigo y por qué habías hecho una escapada en solitario cuando él estaba por ahí, pero... Simplemente le dedicaste una sonrisa plácida, con toda la amabilidad de la que pudiste armarte, entrelazaste las manos tras la espalda y te erguiste hasta estar levemente inclinada sobre tus caderas.
- Casi mejor que nunca -dijiste. En realidad, en la mayoría de sentidos, era cierto-. Gracias por preocuparte.
Little Paradise difícilmente podría considerarse una isla. Más bien era una suerte de archipiélago conectado por brazos deshabitados -si es que deshabitado era la palabra-, con una gran ciudad en uno de los islotes más amplios y núcleos algo dispersos que difícilmente podrían considerarse urbanos. No obstante el lugar parecía cuidado y bonito, mientras en el ambiente olía a marisco y pescado fresco. Debía haber una lonja cerca.
- La verdad es que pensaba en algo un poco más personal -contestaste a su idea-. Tengo algo muy concreto en mente y aunque he tenido mucha suerte con Duvalle, mi talla es bastante más pequeña que la de la media marinera. Acabaría pareciendo una niña que le ha robado el abrigo a su padre. -Sí, eso pretendía ser un chiste. No era muy gracioso y levantaste los brazos para, dejando las manos muertas, simular que te sobraban mangas por doquier. Sin embargo cuando caíste en que podría fijarse en tu herida los bajaste de golpe y trataste de quitarle hierro al asunto-. Además, la ropa de segunda mano no es lo mío. Me gusta saber que es solo mía.
Con Duvalle habías hecho una excepción porque su armario estaba perfectamente cuidado y dudabas que fueses a encontrar un sastre decente en mucho tiempo, pero no te gustaba ponerte ropa ajena. De hecho habías quemado la ropa interior de la capitana -con bastante dolor por algunos conjuntos, cabe decir- antes de plantearte siquiera dormir allí.
En cualquier caso cuando amarrasteis el barco la tropa de hombres salió cual alma que lleva el diablo sin esperar siquiera a repartir su parte del botín. Que bueno, en verdad no ibas a dar ni de lejos la mayor parte, pero estaban haciendo un trabajo honrado y se habían comportado adecuadamente, merecían un buen jornal. A los sirvientes había que tratarlos bien, sin embargo...
- Volverán, ¿verdad? -En realidad te daba un poco de miedo que estuviesen huyendo de ti. Agachaste la cabeza, apesadumbrada, y dijiste en un tono más bajo-: Me caen bien.
Tardaste un momento en darte cuenta de que estabas hablando en un hilillo de voz, pero reaccionaste alzando la mirada hacia delante y sonriendo con decisión. Era hora de encontrar a alguien que pudiese hacer lo que necesitabas. Y, tal vez, algo más. Sería la primera vez que ibas de compras y no recibías a un sastre personal. Casi te hacía ilusión.
Quizá por eso cuando el ángel preguntó si te encontrabas bien estuviste a punto de explicarle lo que había sucedido, cómo exactamente se te había roto el abrigo y por qué habías hecho una escapada en solitario cuando él estaba por ahí, pero... Simplemente le dedicaste una sonrisa plácida, con toda la amabilidad de la que pudiste armarte, entrelazaste las manos tras la espalda y te erguiste hasta estar levemente inclinada sobre tus caderas.
- Casi mejor que nunca -dijiste. En realidad, en la mayoría de sentidos, era cierto-. Gracias por preocuparte.
Little Paradise difícilmente podría considerarse una isla. Más bien era una suerte de archipiélago conectado por brazos deshabitados -si es que deshabitado era la palabra-, con una gran ciudad en uno de los islotes más amplios y núcleos algo dispersos que difícilmente podrían considerarse urbanos. No obstante el lugar parecía cuidado y bonito, mientras en el ambiente olía a marisco y pescado fresco. Debía haber una lonja cerca.
- La verdad es que pensaba en algo un poco más personal -contestaste a su idea-. Tengo algo muy concreto en mente y aunque he tenido mucha suerte con Duvalle, mi talla es bastante más pequeña que la de la media marinera. Acabaría pareciendo una niña que le ha robado el abrigo a su padre. -Sí, eso pretendía ser un chiste. No era muy gracioso y levantaste los brazos para, dejando las manos muertas, simular que te sobraban mangas por doquier. Sin embargo cuando caíste en que podría fijarse en tu herida los bajaste de golpe y trataste de quitarle hierro al asunto-. Además, la ropa de segunda mano no es lo mío. Me gusta saber que es solo mía.
Con Duvalle habías hecho una excepción porque su armario estaba perfectamente cuidado y dudabas que fueses a encontrar un sastre decente en mucho tiempo, pero no te gustaba ponerte ropa ajena. De hecho habías quemado la ropa interior de la capitana -con bastante dolor por algunos conjuntos, cabe decir- antes de plantearte siquiera dormir allí.
En cualquier caso cuando amarrasteis el barco la tropa de hombres salió cual alma que lleva el diablo sin esperar siquiera a repartir su parte del botín. Que bueno, en verdad no ibas a dar ni de lejos la mayor parte, pero estaban haciendo un trabajo honrado y se habían comportado adecuadamente, merecían un buen jornal. A los sirvientes había que tratarlos bien, sin embargo...
- Volverán, ¿verdad? -En realidad te daba un poco de miedo que estuviesen huyendo de ti. Agachaste la cabeza, apesadumbrada, y dijiste en un tono más bajo-: Me caen bien.
Tardaste un momento en darte cuenta de que estabas hablando en un hilillo de voz, pero reaccionaste alzando la mirada hacia delante y sonriendo con decisión. Era hora de encontrar a alguien que pudiese hacer lo que necesitabas. Y, tal vez, algo más. Sería la primera vez que ibas de compras y no recibías a un sastre personal. Casi te hacía ilusión.
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La postura de Alice, pese a ser la imagen de la dulzura, tuvo el efecto contrario en el ángel y solo le preocupó más. Correspondió a su sonrisa, pero al contrario que la de ella, la de Surya se notaba que no era del todo sincera.
-Lo digo en serio. No tienes que explicarme nada, pero siempre es más fácil coser una herida con dos manos hábiles.
Esperaba no ofenderla. Coser heridas no era algo sencillo y si tenías que hacerlo cuando la herida en cuestión estaba en uno de los brazos, se volvía el triple de complicado. Dadas esas circunstancias, en realidad Alice no había hecho un mal trabajo. Sin embargo, no había motivos para no aprovechar los recursos que tenía a mano, que en este caso… era él.
Según más se acercaban, más se iba relajando. De alguna manera en aquel lugar el olor a mar era todavía más intenso que en el medio del océano. Seguramente se debiera a todos los pescados y crustáceos expuestos para quien quisiera deleitarse, pero lo cierto era que resultaba intoxicante. No era necesariamente un olor agradable, pero sí… destacable. Le gustaba.
Sonrió ante la broma de Alice. Tenía razón, por supuesto. Había tenido suerte de que Duvalle fuera de un tamaño parecido.
-A mi no me molestaría tener ropa de segunda mano, creo. A saber cuántas aventuras vivió con su anterior dueño. Si está en buen estado todavía… se han hecho para vestirlas, al fin y al cabo. Prefiero darles un lugar antes que abandonarlas en un armario o un contenedor. – Meditó un momento, sopesando el asunto.- Aunque claro, creo que dependería de quién fuera el anterior dueño. No me gustaría llevar la ropa de un sanguinario pirata, o de un timador… pero no siempre puede saberse a quién perteneció. – Miró a Alice, con una sonrisa.- Supongo que es algo que decidiría caso por caso.
Nada más llegar, todos los marineros salieron corriendo, casi volando del barco. Surya frunció el ceño, confuso. Era una reacción tremendamente diferente a la de cuando habían llegado a Momoiro. Sin embargo, al oír a Alice esbozó una pequeña sonrisa.
-No lo dudo. Tú también les caes bien.
Era cierto. Quien más quien menos, los anteriormente piratas habían acabado ganando respeto por Alice y por Surya, especialmente después de los eventos de Momoiro. El ángel sabía por más de una conversación que varios de los ahora marineros le tenían incluso cariño. Era bastante menos mandona que Duvalle y les había dejado claro que se preocupaba por ellos. En el mar, en el día a día, no necesitaban mucho más. Y dado que el cambio de jefes y compañeros era bastante habitual, no habían tardado en olvidar el incidente.
Le ofreció la mano a Alice mientras bajaban por la pasarela, mirando él también al suelo para tener cuidado de no tropezar. La madera, mojada, era resbaladiza. Una vez llegaron al suelo, se puso las manos en las caderas, inspiró con fuerza y miró a su alrededor. Delante de ellos, más allá de la playa, se abría la entrada a lo que parecía un pequeño pueblo marinero. Ya desde donde estaban podían oírse voces, regateos y gritos extraños.
-Debe ser día de mercado. Igual por eso estaban todos tan ilusionados. ¡Pero eso es bueno! Seguro que encontramos alguna tienda de ropa de buen gusto.
-Lo digo en serio. No tienes que explicarme nada, pero siempre es más fácil coser una herida con dos manos hábiles.
Esperaba no ofenderla. Coser heridas no era algo sencillo y si tenías que hacerlo cuando la herida en cuestión estaba en uno de los brazos, se volvía el triple de complicado. Dadas esas circunstancias, en realidad Alice no había hecho un mal trabajo. Sin embargo, no había motivos para no aprovechar los recursos que tenía a mano, que en este caso… era él.
Según más se acercaban, más se iba relajando. De alguna manera en aquel lugar el olor a mar era todavía más intenso que en el medio del océano. Seguramente se debiera a todos los pescados y crustáceos expuestos para quien quisiera deleitarse, pero lo cierto era que resultaba intoxicante. No era necesariamente un olor agradable, pero sí… destacable. Le gustaba.
Sonrió ante la broma de Alice. Tenía razón, por supuesto. Había tenido suerte de que Duvalle fuera de un tamaño parecido.
-A mi no me molestaría tener ropa de segunda mano, creo. A saber cuántas aventuras vivió con su anterior dueño. Si está en buen estado todavía… se han hecho para vestirlas, al fin y al cabo. Prefiero darles un lugar antes que abandonarlas en un armario o un contenedor. – Meditó un momento, sopesando el asunto.- Aunque claro, creo que dependería de quién fuera el anterior dueño. No me gustaría llevar la ropa de un sanguinario pirata, o de un timador… pero no siempre puede saberse a quién perteneció. – Miró a Alice, con una sonrisa.- Supongo que es algo que decidiría caso por caso.
Nada más llegar, todos los marineros salieron corriendo, casi volando del barco. Surya frunció el ceño, confuso. Era una reacción tremendamente diferente a la de cuando habían llegado a Momoiro. Sin embargo, al oír a Alice esbozó una pequeña sonrisa.
-No lo dudo. Tú también les caes bien.
Era cierto. Quien más quien menos, los anteriormente piratas habían acabado ganando respeto por Alice y por Surya, especialmente después de los eventos de Momoiro. El ángel sabía por más de una conversación que varios de los ahora marineros le tenían incluso cariño. Era bastante menos mandona que Duvalle y les había dejado claro que se preocupaba por ellos. En el mar, en el día a día, no necesitaban mucho más. Y dado que el cambio de jefes y compañeros era bastante habitual, no habían tardado en olvidar el incidente.
Le ofreció la mano a Alice mientras bajaban por la pasarela, mirando él también al suelo para tener cuidado de no tropezar. La madera, mojada, era resbaladiza. Una vez llegaron al suelo, se puso las manos en las caderas, inspiró con fuerza y miró a su alrededor. Delante de ellos, más allá de la playa, se abría la entrada a lo que parecía un pequeño pueblo marinero. Ya desde donde estaban podían oírse voces, regateos y gritos extraños.
-Debe ser día de mercado. Igual por eso estaban todos tan ilusionados. ¡Pero eso es bueno! Seguro que encontramos alguna tienda de ropa de buen gusto.
Las palabras de Surya te hicieron fruncir el ceño. Intentaste responder, pero en su lugar tu boca formaba una o sin llegar a emitir ningún sonido. Lo intentaste de nuevo, esta vez levantando el dedo para hilar una contestación coherente, pero volviste a quedar atascada. En realidad, no tenías muy claro qué querías decirle.
- ¿Tan mal está? -preguntaste finalmente, mostrándoselo por completo-. Se supone que lo hizo un médico.
De golpe la posibilidad de que las curas que te habían hecho no fuesen lo bastante correctas cayó en tu mente como una losa. No querías que se te infectase ni nada, y encima si Surya, el nuevo médico de a bordo, opinaba que lo habías hecho tú misma, tal vez no estaba tan bien. De una manera tan simple, el ángel había conseguido que sintieses miedo. Al menos, algo que se parecía mucho al miedo.
El resto de la conversación pareció ir bien. Surya te tranquilizó respecto a los temores de que la tripulación no volviese y hasta se atrevió a teorizar acerca de por qué habían salido corriendo con tanta emoción. Aunque creías que estaba siendo demasiado inocente al asumir que semejante algarabía se debía al día de mercado, lo cierto era que conseguía llenarte de esperanza que fuese tan cándido para algunas cosas. Tú habrías pensado que alguno de ellos tenía una novieta, un par algún que otro compañero de timba y, cómo no, en una ciudad sin ley los burdeles debían estar consagrados como templos. Pero fuese por una cosa u otra, tampoco importaba. Mientras volviesen, todo iba bien.
- Me gusta dar a mi ropa una identidad; quiero que cuente mi historia. Mi olor, los pliegues de mi cuerpo... Sería un poco maleducado robar la historia de otros, creo yo.
Te encogiste de hombros. En realidad la perspectiva de tu guardián no resultaba tan extraña. Casi dirías que estaba bien, desde cierta óptica, aunque a ti no te acababa de convencer llevar la ropa de otra gente. Al fin y al cabo, siempre habías podido tener cuanta quisiste sin heredarla.
- Shuri -susurraste desde el muelle, algo intimidada por los berridos de la gente-, ¿podrías arreglarme los puntos antes de ir al mercado? No quiero que piensen que soy una descuidada.
Diste un paso atrás hacia el barco, montándote en el puente de acceso lista para subir a él. Si tus costuras podían estar un poco mejor tampoco ibas a ser tonta y quedarte con eso ahí.
- ¿Tan mal está? -preguntaste finalmente, mostrándoselo por completo-. Se supone que lo hizo un médico.
De golpe la posibilidad de que las curas que te habían hecho no fuesen lo bastante correctas cayó en tu mente como una losa. No querías que se te infectase ni nada, y encima si Surya, el nuevo médico de a bordo, opinaba que lo habías hecho tú misma, tal vez no estaba tan bien. De una manera tan simple, el ángel había conseguido que sintieses miedo. Al menos, algo que se parecía mucho al miedo.
El resto de la conversación pareció ir bien. Surya te tranquilizó respecto a los temores de que la tripulación no volviese y hasta se atrevió a teorizar acerca de por qué habían salido corriendo con tanta emoción. Aunque creías que estaba siendo demasiado inocente al asumir que semejante algarabía se debía al día de mercado, lo cierto era que conseguía llenarte de esperanza que fuese tan cándido para algunas cosas. Tú habrías pensado que alguno de ellos tenía una novieta, un par algún que otro compañero de timba y, cómo no, en una ciudad sin ley los burdeles debían estar consagrados como templos. Pero fuese por una cosa u otra, tampoco importaba. Mientras volviesen, todo iba bien.
- Me gusta dar a mi ropa una identidad; quiero que cuente mi historia. Mi olor, los pliegues de mi cuerpo... Sería un poco maleducado robar la historia de otros, creo yo.
Te encogiste de hombros. En realidad la perspectiva de tu guardián no resultaba tan extraña. Casi dirías que estaba bien, desde cierta óptica, aunque a ti no te acababa de convencer llevar la ropa de otra gente. Al fin y al cabo, siempre habías podido tener cuanta quisiste sin heredarla.
- Shuri -susurraste desde el muelle, algo intimidada por los berridos de la gente-, ¿podrías arreglarme los puntos antes de ir al mercado? No quiero que piensen que soy una descuidada.
Diste un paso atrás hacia el barco, montándote en el puente de acceso lista para subir a él. Si tus costuras podían estar un poco mejor tampoco ibas a ser tonta y quedarte con eso ahí.
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Agradeció poder echar un vistazo más detallado. No había querido preguntarle directamente y que se ofreciera ella misma le hacía sentirse orgulloso. Sin embargo, la ilusión se desvaneció pronto mientras miraba atentamente el trabajo realizado. En realidad las puntadas no eran malas, estaban bien dadas… pero no bien colocadas. La herida estaba cerca de la articulación y al mover el brazo en el día a día las había ido desgastando y tanto los puntos como la herida habían sufrido en el proceso. Había pensado que ella se la había cosido a sí misma, pero ahora se acordaba de que había sido el viejo médico. Y claramente había querido acabar el trabajo rápido más que otra cosa.
-Supongo que acaba sangrando a veces… -dijo por lo bajo sin darse cuenta. El continuo roce tenía que causar abrasión sí o sí, no podía ser agradable. Si se hubiera cosido de otra manera, teniendo en cuenta la articulación del codo, podría haber curado antes.
-No, no está tan mal. Está limpio, que es lo más importante. Simplemente… parece poco práctico.
Atendió a su explicación acerca de la ropa y asintió en silencio. Podía entenderlo. Era cierto; ninguna prenda de ropa era la misma después de haber pasado tanto tiempo junto a un mismo dueño.
-Nunca robaría la ropa de otros. Pero ¿qué ocurre cuando ya no te sirve, o cuando ya no te gusta? La prenda no tiene la culpa. Me agrada la idea de darle un nuevo hogar. Aunque de todas formas, quitando el traje que me dio Ellanora, toda mi ropa es relativamente nueva. Quizá en la isla haya alguna tienda de segunda mano…
Iba a seguir caminando, dispuesto a investigar el lugar, cuando Alice le frenó. El ángel sonrió al oír que había vuelto a llamarlo Shuri, pero en lugar de decir nada al respecto asintió con la cabeza. En realidad, cambiar los puntos seguramente fuera lo más cómodo para ella y podía evitar algún que otro accidente. Nada grave, pero lógicamente ambos querían que la herida cicatrizase cuanto antes.
-Claro, no te preocupes. Aunque nadie va a pensar eso; tú no has cosido esta herida.
Se ausentó un momento y regresó con su kit de primeros auxilios. Le ofreció un cacho de tela plegada para que mordiese si lo necesitaba y sacó los puntos que tenía con delicadeza. Ensartó su propia aguja y tras examinar la herida con calma, la cosió de otra manera, asegurándose de que no se interpondría cuando Alice quisiera doblar el brazo. Ató y cortó el hilo, desinfectó una vez más la herida y le colocó una venda simple alrededor para asegurar que nada se movía.
-Seguirás teniendo que tener cuidado con este brazo un poco más, pero creo que te será más fácil moverte ahora.
Esperó a que Alice comprobara lo que había dicho para asegurarse de que todo funcionaba correctamente y devolvió las herramientas a su camarote antes de volver.
-¿Lista para la aventura?- Preguntó con una sonrisa.
-Supongo que acaba sangrando a veces… -dijo por lo bajo sin darse cuenta. El continuo roce tenía que causar abrasión sí o sí, no podía ser agradable. Si se hubiera cosido de otra manera, teniendo en cuenta la articulación del codo, podría haber curado antes.
-No, no está tan mal. Está limpio, que es lo más importante. Simplemente… parece poco práctico.
Atendió a su explicación acerca de la ropa y asintió en silencio. Podía entenderlo. Era cierto; ninguna prenda de ropa era la misma después de haber pasado tanto tiempo junto a un mismo dueño.
-Nunca robaría la ropa de otros. Pero ¿qué ocurre cuando ya no te sirve, o cuando ya no te gusta? La prenda no tiene la culpa. Me agrada la idea de darle un nuevo hogar. Aunque de todas formas, quitando el traje que me dio Ellanora, toda mi ropa es relativamente nueva. Quizá en la isla haya alguna tienda de segunda mano…
Iba a seguir caminando, dispuesto a investigar el lugar, cuando Alice le frenó. El ángel sonrió al oír que había vuelto a llamarlo Shuri, pero en lugar de decir nada al respecto asintió con la cabeza. En realidad, cambiar los puntos seguramente fuera lo más cómodo para ella y podía evitar algún que otro accidente. Nada grave, pero lógicamente ambos querían que la herida cicatrizase cuanto antes.
-Claro, no te preocupes. Aunque nadie va a pensar eso; tú no has cosido esta herida.
Se ausentó un momento y regresó con su kit de primeros auxilios. Le ofreció un cacho de tela plegada para que mordiese si lo necesitaba y sacó los puntos que tenía con delicadeza. Ensartó su propia aguja y tras examinar la herida con calma, la cosió de otra manera, asegurándose de que no se interpondría cuando Alice quisiera doblar el brazo. Ató y cortó el hilo, desinfectó una vez más la herida y le colocó una venda simple alrededor para asegurar que nada se movía.
-Seguirás teniendo que tener cuidado con este brazo un poco más, pero creo que te será más fácil moverte ahora.
Esperó a que Alice comprobara lo que había dicho para asegurarse de que todo funcionaba correctamente y devolvió las herramientas a su camarote antes de volver.
-¿Lista para la aventura?- Preguntó con una sonrisa.
Podías notar los reproches silenciosos del ángel a medida que observaba la costura. La miraba con ahínco, tratando de entenderla y desentrañando los pocos secretos que algo tan simple pudiese tener, aunque de alguna manera empezabas a pensar que ni de lejos era tan sencillo como tú imaginabas. Mejor, en cierto modo, pues el médico dejaba de ser un patán para tratarse simplemente de un hombre torpe que, por lo menos, sabía lo que se hacía aunque no fuese de la mejor manera.
- Aun así... Yo he dejado que me lo hiciesen -contestaste, bajando la mirada-. El cuidado de las heridas dice mucho de cómo una señorita cuida el resto de su cuerpo, no me gustaría que nadie pensase mal por esto.
Por un momento sentiste el miedo fugaz a que por eso se hubieran marchado corriendo, pero de inmediato caíste en la cuenta de que eso no tenía demasiado sentido. Hacía días que te lo habían estado viendo y no habían dicho nada. Además, habías visto su higiene -cuestionable, cuanto menos- y dudabas que fuese a espantarles una simple herida. De hecho, tal vez debería haberte preocupado a ti la sepsis cuando te la hiciste.
Por su parte Surya subió para recoger el instrumental rápidamente y regresó en un santiamén. Te ofreció un trozo de tela que rechazaste ladeando la cabeza. No necesitabas nada para apaciguar el dolor; ya estabas acostumbrada. Sin embargo...
- Ten cuidado con mi brazo. Sé que tienes que agarrarlo, pero intenta no hacer demasiada fuerza. -Tal vez deberías haberle explicado en algún momento el delicado asunto de tu enfermedad-. Puede que esté un poco menos sana de lo que parece.
No era la mejor forma de introducirlo, pero sí el único que se te ocurría. Seguías sin entender demasiado bien las dinámicas sociales que se seguían fuera de English Garden -incluso en English Garden ignorabas cómo socializaba la plebe- y lo cierto es que la perspectiva de Surya, tan afable y de trato sencillo, casi te hacía sentir más ansiosa. Era complicado no pensar cada vez en cómo todo podría caerse de pronto. Pero, cuando no pensabas, casi sentías que se hacía peor.
- Tengo huesos de cristal -confesaste-. No literalmente, claro, sino una enfermedad llamada así. Mis huesos son frágiles y delicados, a veces se me endurecen los músculos sin ton ni son... Un espasmo en el gemelo una vez me rompió la tibia, aunque de eso ya hace muchos años y... -Te callaste de golpe. Te estabas excediendo, y lo sabías-. Perdón, no quería agobiarte. Ya estoy mucho mejor, hace un montón que no me rompo nada... Sin meterme antes en una pelea, me refiero. -Ese matiz era importante, porque desde que habías llegado a Grand Line no había semana sin que te metieses en un altercado de una u otra forma. Incluso antes, sin necesidad de ascender la Montaña... Ya te habías metido en alguno que otro-. Muchas gracias. Perdona la molestia.
El dolor te hacía sonreír, pero si bien los labios mentían los ojos no. Le dedicaste la sonrisa de ojos de agradecimiento más sincera que pudiste y trataste de convertir tu mueca en algo más propio de la alegría. No podías verte, pero tenías la sensación de haberlo conseguido.
- Te estás ganando las alas a base de bien conmigo. -Te pusiste en pie tras comprobar que ningún punto estaba tirante-. Completamente lista.
Diste el primer paso antes que él, y lo habrías retado a una carrera de no ser porque tus piernas no lo resistirían. Avanzaste por el puerto comprobando el buen ambiente y humor que parecía destilarse por ahí. Parecía el lugar más feliz de la Tierra, lo cual, tratándose de una ciudad pirata, resultaba increíble.
- ¡Disculpe! -gritaste, tratando de llamar la atención a un hombre de aspecto rudo pero estiloso-. ¿Se le ocurre una buena boutique por aquí? Necesito un par de cosas...
- Sí -contestó con una sonrisa-. Por un par de monedas cerramos trato y te acompaño, guapa.
Miraste a Surya, confusa. ¿Eso era normal?
- Aun así... Yo he dejado que me lo hiciesen -contestaste, bajando la mirada-. El cuidado de las heridas dice mucho de cómo una señorita cuida el resto de su cuerpo, no me gustaría que nadie pensase mal por esto.
Por un momento sentiste el miedo fugaz a que por eso se hubieran marchado corriendo, pero de inmediato caíste en la cuenta de que eso no tenía demasiado sentido. Hacía días que te lo habían estado viendo y no habían dicho nada. Además, habías visto su higiene -cuestionable, cuanto menos- y dudabas que fuese a espantarles una simple herida. De hecho, tal vez debería haberte preocupado a ti la sepsis cuando te la hiciste.
Por su parte Surya subió para recoger el instrumental rápidamente y regresó en un santiamén. Te ofreció un trozo de tela que rechazaste ladeando la cabeza. No necesitabas nada para apaciguar el dolor; ya estabas acostumbrada. Sin embargo...
- Ten cuidado con mi brazo. Sé que tienes que agarrarlo, pero intenta no hacer demasiada fuerza. -Tal vez deberías haberle explicado en algún momento el delicado asunto de tu enfermedad-. Puede que esté un poco menos sana de lo que parece.
No era la mejor forma de introducirlo, pero sí el único que se te ocurría. Seguías sin entender demasiado bien las dinámicas sociales que se seguían fuera de English Garden -incluso en English Garden ignorabas cómo socializaba la plebe- y lo cierto es que la perspectiva de Surya, tan afable y de trato sencillo, casi te hacía sentir más ansiosa. Era complicado no pensar cada vez en cómo todo podría caerse de pronto. Pero, cuando no pensabas, casi sentías que se hacía peor.
- Tengo huesos de cristal -confesaste-. No literalmente, claro, sino una enfermedad llamada así. Mis huesos son frágiles y delicados, a veces se me endurecen los músculos sin ton ni son... Un espasmo en el gemelo una vez me rompió la tibia, aunque de eso ya hace muchos años y... -Te callaste de golpe. Te estabas excediendo, y lo sabías-. Perdón, no quería agobiarte. Ya estoy mucho mejor, hace un montón que no me rompo nada... Sin meterme antes en una pelea, me refiero. -Ese matiz era importante, porque desde que habías llegado a Grand Line no había semana sin que te metieses en un altercado de una u otra forma. Incluso antes, sin necesidad de ascender la Montaña... Ya te habías metido en alguno que otro-. Muchas gracias. Perdona la molestia.
El dolor te hacía sonreír, pero si bien los labios mentían los ojos no. Le dedicaste la sonrisa de ojos de agradecimiento más sincera que pudiste y trataste de convertir tu mueca en algo más propio de la alegría. No podías verte, pero tenías la sensación de haberlo conseguido.
- Te estás ganando las alas a base de bien conmigo. -Te pusiste en pie tras comprobar que ningún punto estaba tirante-. Completamente lista.
Diste el primer paso antes que él, y lo habrías retado a una carrera de no ser porque tus piernas no lo resistirían. Avanzaste por el puerto comprobando el buen ambiente y humor que parecía destilarse por ahí. Parecía el lugar más feliz de la Tierra, lo cual, tratándose de una ciudad pirata, resultaba increíble.
- ¡Disculpe! -gritaste, tratando de llamar la atención a un hombre de aspecto rudo pero estiloso-. ¿Se le ocurre una buena boutique por aquí? Necesito un par de cosas...
- Sí -contestó con una sonrisa-. Por un par de monedas cerramos trato y te acompaño, guapa.
Miraste a Surya, confusa. ¿Eso era normal?
Surya
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-El cuidado de las heridas dice mucho del médico que las ha hecho.- Le contradijo Surya, concentrado en lo que hacía.- No puedes arreglar algo si no sabes que está mal. Además, es el mismo hombre que les atendía a ellos. Están acostumbrados a ver este tipo de atajos, estoy seguro.
En realidad, dudaba mucho que al resto de marineros les importase cómo le habían curado la herida a Alice, más allá de que ella estuviera bien. Sin embargo, dado que a ella sí parecía preocuparle lo que pensaran, quería asegurarle que todo estaba bien. No tenía la culpa de que le hubieran hecho un trabajo chapucero. En su opinión, que le estuviera dejando remediarlo decía mucho más de ella.
Hizo caso a sus indicaciones, agarrando el brazo con suma delicadeza y moviéndolo con cuidado siempre que era necesario, atento a cualquier posible reacción o cambio en su rostro. No notó nada, así que supuso que iba por buen camino. De todas formas, esa frase confirmaba su teoría, al menos en parte. Le ocurría algo, pero ¿el qué? Intentó averiguarlo, pero de manipular un brazo poca información pudo sacar. El hueso estaba en su sitio y la herida iba curando adecuadamente, así que nada había mal… al menos de puertas para afuera.
No iba a preguntar, pero ella decidió compartirlo igualmente. Le escuchó con atención, atando cabos y entendiendo ahora por qué le había dicho que tuviera cuidado.
-No me agobias.- Le dedicó una pequeña sonrisa, esta vez sincera.- Me alegro de saberlo. Así la próxima vez que ocurra algo podré ayudarte mejor. Conozco la enfermedad, aunque nunca había conocido a nadie que la tuviera. – Volvió a centrarse en el trabajo, que ya estaba casi acabado.- Te aflojaré un poco la venda, para que no tengas que hacer más fuerza de lo normal para mover el brazo y… eso debería ser todo.
Estaba lista. En unos días estaría curada, del brazo por lo menos. La enfermedad… era un asunto más peliagudo. Desconocía tratamiento para eso, pero por lo menos sabía ahora que si había algún accidente lo más probable era que le pidiese ayuda. En realidad, era algo bueno y pensar que Alice confiaba en él le llenaba de orgullo. ´
La siguió por el puerto, rumiando la última frase que le había dicho un tanto confundido.
-¿Ganándome las alas? Alice, si no se pueden quitar. No puedo perderlas.
No podía, ¿verdad? Por un segundo la incertidumbre le dio miedo, pero en seguida se distrajo. Alice estaba preguntándole a un hombre por una boutique para ir a buscar el abrigo, pero el hombre quería que le pagasen.
-¿Por indicaciones? No sé… igual podemos encontrarla solos.
No se fiaba del todo. Algo en la sonrisa del hombre y la forma en que los estaba mirando le ponía un poco nervioso. Y el sentimiento no cambió cuando el señor le puso la mano en el hombro.
-No te preocupes, guapo. Si quieres tú también puedes entrar en el trato. Con un par de berries queda cerrado y después de… asegurarlo, puedo llevaros a la mejor boutique de por aquí. No tardaremos demasiado.
Definitivamente, algo no iba bien del todo. Surya se quitó la mano del hombre de encima con una sonrisa de disculpa mientras miraba a Alice para que le apoyara.
-Lo siento, creo que la encontraremos sin ayuda. Pero gracias de todas formas.
En realidad, dudaba mucho que al resto de marineros les importase cómo le habían curado la herida a Alice, más allá de que ella estuviera bien. Sin embargo, dado que a ella sí parecía preocuparle lo que pensaran, quería asegurarle que todo estaba bien. No tenía la culpa de que le hubieran hecho un trabajo chapucero. En su opinión, que le estuviera dejando remediarlo decía mucho más de ella.
Hizo caso a sus indicaciones, agarrando el brazo con suma delicadeza y moviéndolo con cuidado siempre que era necesario, atento a cualquier posible reacción o cambio en su rostro. No notó nada, así que supuso que iba por buen camino. De todas formas, esa frase confirmaba su teoría, al menos en parte. Le ocurría algo, pero ¿el qué? Intentó averiguarlo, pero de manipular un brazo poca información pudo sacar. El hueso estaba en su sitio y la herida iba curando adecuadamente, así que nada había mal… al menos de puertas para afuera.
No iba a preguntar, pero ella decidió compartirlo igualmente. Le escuchó con atención, atando cabos y entendiendo ahora por qué le había dicho que tuviera cuidado.
-No me agobias.- Le dedicó una pequeña sonrisa, esta vez sincera.- Me alegro de saberlo. Así la próxima vez que ocurra algo podré ayudarte mejor. Conozco la enfermedad, aunque nunca había conocido a nadie que la tuviera. – Volvió a centrarse en el trabajo, que ya estaba casi acabado.- Te aflojaré un poco la venda, para que no tengas que hacer más fuerza de lo normal para mover el brazo y… eso debería ser todo.
Estaba lista. En unos días estaría curada, del brazo por lo menos. La enfermedad… era un asunto más peliagudo. Desconocía tratamiento para eso, pero por lo menos sabía ahora que si había algún accidente lo más probable era que le pidiese ayuda. En realidad, era algo bueno y pensar que Alice confiaba en él le llenaba de orgullo. ´
La siguió por el puerto, rumiando la última frase que le había dicho un tanto confundido.
-¿Ganándome las alas? Alice, si no se pueden quitar. No puedo perderlas.
No podía, ¿verdad? Por un segundo la incertidumbre le dio miedo, pero en seguida se distrajo. Alice estaba preguntándole a un hombre por una boutique para ir a buscar el abrigo, pero el hombre quería que le pagasen.
-¿Por indicaciones? No sé… igual podemos encontrarla solos.
No se fiaba del todo. Algo en la sonrisa del hombre y la forma en que los estaba mirando le ponía un poco nervioso. Y el sentimiento no cambió cuando el señor le puso la mano en el hombro.
-No te preocupes, guapo. Si quieres tú también puedes entrar en el trato. Con un par de berries queda cerrado y después de… asegurarlo, puedo llevaros a la mejor boutique de por aquí. No tardaremos demasiado.
Definitivamente, algo no iba bien del todo. Surya se quitó la mano del hombre de encima con una sonrisa de disculpa mientras miraba a Alice para que le apoyara.
-Lo siento, creo que la encontraremos sin ayuda. Pero gracias de todas formas.
Por un momento habías olvidado que Surya no comprendía las frases hechas tan propias del mundo terrenal, pero cuando lo recordaste no pudiste evitar echarte a reír. Te gustaba la compañía del ángel; si bien esta era extraña, un ser celestial era casi lo mejor que podías pedir para entablar una amistad. Siempre tendría un buen consejo y palabras amables, sabría ayudarte y la inocencia de un niño estaría compensada con la sabiduría de un anciano. Al menos, esa era la impresión que el ángel daba cuando su forma dicotómica de ser entraba en juego.
- Ganarse las alas es una expresión; como un dicho popular -trataste de explicarlo-. Para los humanos es una forma de decir que te causo muchas molestias pero siempre pones buena cara.
Explicarle a él como era resultaba... Raro. No tanto como la reacción del hombre que por un par de monedas estaba dispuesto a acompañarnos a la boutique. Lo primero que te sorprendió, tras sopesarlo durante unos instantes, fue que no se riese al escuchar la palabra boutique, aunque lo hizo para bien. Que existiesen en la isla hablaba mucho del nivel de civilización al que habían llegado una banda de delincuentes para formar un terreno seguro que era todo lo contrario a Jaya. Lo segundo que te escamó fue que invitase a Surya a entrar en el trato. ¿Tanta pinta de niña tenías? Ni que pareciese tu cuidador.
- Sepa, señor, que llevo años cerrando mis propios tratos yo sola y no voy a compartir pluma con nadie -contestaste, autoritaria-. Puedo hacerlo yo misma, y desde luego no voy a pagar por una dirección.
- Oh... Es eso. -Se le veía algo compungido, pero igualmente reaccionó con cierta naturalidad-. Disculpa, no pensé que fueses de esas chicas. Puedo pagarte yo unos berries, si lo prefieres.
Volviste a mirar al ángel, alarmada. ¿Qué demonios estaba pasando? Frunciste el ceño, protestando en silencio hacia Surya antes de volverte una vez más hacia el hombre.
- Tal vez en otra ocasión. Por hoy creo que exploraré el lugar y cuando cierre un trato será por algo que merezca la pena.
Chasqueó la lengua al escucharte y te miró nuevamente de arriba abajo. También a Surya. Finalmente, negando con la cabeza, se despidió.
- Una pena, no sabéis lo que os perdéis. -Se llevó una mano a la entrepierna, apretándola-. Pasadlo bien
- Qué despedida más rara -comentaste a Surya mientras lo imitabas, tratando de ser cortés-. Por estas cosas a veces desearía ser antropóloga.
- Ganarse las alas es una expresión; como un dicho popular -trataste de explicarlo-. Para los humanos es una forma de decir que te causo muchas molestias pero siempre pones buena cara.
Explicarle a él como era resultaba... Raro. No tanto como la reacción del hombre que por un par de monedas estaba dispuesto a acompañarnos a la boutique. Lo primero que te sorprendió, tras sopesarlo durante unos instantes, fue que no se riese al escuchar la palabra boutique, aunque lo hizo para bien. Que existiesen en la isla hablaba mucho del nivel de civilización al que habían llegado una banda de delincuentes para formar un terreno seguro que era todo lo contrario a Jaya. Lo segundo que te escamó fue que invitase a Surya a entrar en el trato. ¿Tanta pinta de niña tenías? Ni que pareciese tu cuidador.
- Sepa, señor, que llevo años cerrando mis propios tratos yo sola y no voy a compartir pluma con nadie -contestaste, autoritaria-. Puedo hacerlo yo misma, y desde luego no voy a pagar por una dirección.
- Oh... Es eso. -Se le veía algo compungido, pero igualmente reaccionó con cierta naturalidad-. Disculpa, no pensé que fueses de esas chicas. Puedo pagarte yo unos berries, si lo prefieres.
Volviste a mirar al ángel, alarmada. ¿Qué demonios estaba pasando? Frunciste el ceño, protestando en silencio hacia Surya antes de volverte una vez más hacia el hombre.
- Tal vez en otra ocasión. Por hoy creo que exploraré el lugar y cuando cierre un trato será por algo que merezca la pena.
Chasqueó la lengua al escucharte y te miró nuevamente de arriba abajo. También a Surya. Finalmente, negando con la cabeza, se despidió.
- Una pena, no sabéis lo que os perdéis. -Se llevó una mano a la entrepierna, apretándola-. Pasadlo bien
- Qué despedida más rara -comentaste a Surya mientras lo imitabas, tratando de ser cortés-. Por estas cosas a veces desearía ser antropóloga.
Surya
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No estaba de acuerdo con Alice. No le causaba molestias, eran las consecuencias de vivir siempre de viaje. Él sabía cuando decidió bajar que no iba a ser fácil y hasta ahora estaba siendo bastante mejor de lo que esperaba. Ayudar a otros era simplemente lo lógico en estas situaciones. Más a ella, que de no haberle acogido todavía seguiría en los Cabos Gemelos.
De todas formas, antes de que le dijera nada se cruzaron con aquel extraño hombre. De hecho, toda la interacción que habían tenido había sido extraña. Desde la oferta del hombre hasta su insistencia y la forma en que les miraba, aunque no estaba seguro de poder decir por qué. Simplemente, le escamaba. Cuando había intentado negarse el hombre le había ofrecido entrar en el trato y de alguna manera Alice se había ofendido. No entendía a qué se refería con compartir pluma, pero empezaba a pensar que les faltaba información. ¿Por qué iban a pagar por unas simples indicaciones? Y ambos, además. Quizá solo estaba intentando timarles.
Se despidió apretándose la entrepierna y al ver que Alice le imitaba, Surya se apresuró a hacer lo mismo. No fue agradable, pero había que mantener las cortesías.
-Igual es cosa de piratas. O de los de aquí solamente. Quizá después deberíamos preguntarle al resto.
Siguieron caminando con calma, buscando la boutique. El olor a pescado pronto dejó paso al de comida recién hecha y pronto se encontraron en una calle con varias tiendas y tabernas, de las que salía el buen olor. Se oían también ruidos apagados provenientes de todos los locales y, por algún motivo, la calle estaba vacía.
-No me gusta esto… creo que algo va mal.
Seguía alerta, aunque no era capaz de entender por qué. Solo sabía que ese lugar estaba empezando a darle mala espina. Antes de que pudieran decidir qué hacer, sin embargo, se encontraron con uno de sus marineros. Salía de una de las tabernas, con el pelo alborotado y una sonrisa de oreja a oreja. Se estaba abotonando la camisa de vuelta cuando reparó en ellos.
-¡Alice! ¡Surya! Creí que os quedaríais en el barco. También habéis venido a comprar, ¿eh? – Dijo mientras les guiñaba un ojo.- Bien, bien. Es importante apoyar el comercio local.
Se acercó y le dio un par de palmaditas a Surya en el hombro, que se quedó mirando a Alice bastante confuso. ¿El comercio local? Oficialmente, estaba más perdido que un polluelo en un establo.
De todas formas, antes de que le dijera nada se cruzaron con aquel extraño hombre. De hecho, toda la interacción que habían tenido había sido extraña. Desde la oferta del hombre hasta su insistencia y la forma en que les miraba, aunque no estaba seguro de poder decir por qué. Simplemente, le escamaba. Cuando había intentado negarse el hombre le había ofrecido entrar en el trato y de alguna manera Alice se había ofendido. No entendía a qué se refería con compartir pluma, pero empezaba a pensar que les faltaba información. ¿Por qué iban a pagar por unas simples indicaciones? Y ambos, además. Quizá solo estaba intentando timarles.
Se despidió apretándose la entrepierna y al ver que Alice le imitaba, Surya se apresuró a hacer lo mismo. No fue agradable, pero había que mantener las cortesías.
-Igual es cosa de piratas. O de los de aquí solamente. Quizá después deberíamos preguntarle al resto.
Siguieron caminando con calma, buscando la boutique. El olor a pescado pronto dejó paso al de comida recién hecha y pronto se encontraron en una calle con varias tiendas y tabernas, de las que salía el buen olor. Se oían también ruidos apagados provenientes de todos los locales y, por algún motivo, la calle estaba vacía.
-No me gusta esto… creo que algo va mal.
Seguía alerta, aunque no era capaz de entender por qué. Solo sabía que ese lugar estaba empezando a darle mala espina. Antes de que pudieran decidir qué hacer, sin embargo, se encontraron con uno de sus marineros. Salía de una de las tabernas, con el pelo alborotado y una sonrisa de oreja a oreja. Se estaba abotonando la camisa de vuelta cuando reparó en ellos.
-¡Alice! ¡Surya! Creí que os quedaríais en el barco. También habéis venido a comprar, ¿eh? – Dijo mientras les guiñaba un ojo.- Bien, bien. Es importante apoyar el comercio local.
Se acercó y le dio un par de palmaditas a Surya en el hombro, que se quedó mirando a Alice bastante confuso. ¿El comercio local? Oficialmente, estaba más perdido que un polluelo en un establo.
La idea de Surya era sin duda la más sensata a medio plazo, pero os dejaba con la curiosidad a corto plazo. Nunca habías sido una persona demasiado paciente, y tener ante ti cosas que no comprendías solo despertaba en tu mente la necesidad de desentrañarlas. Llevabas mucho tiempo luchando contra tu propio desconocimiento y, tras años de estudio, descubrir que seguías siendo una ignorante casi resultaba frustrante -aunque refrescante, al mismo tiempo-. Sobre todo, cuando se trataba de la socialización más allá de la mansión.
- ¡Pero yo quiero saberlo ahora! -protestaste-. En fin, da igual. Seguramente nos vayamos a enterar más pronto que tarde cuando entremos a las tiendas, ¿no?
Seguiste a Surya hasta salir del muelle y este dio paso a una enorme y cuidada calle comercial... Vacía. Cada cierto tiempo se escuchaban ruidos apagados, golpes sofocados y algún que otro improperio ocasional. No era lo que esperabas del "Gran Bazar pirata envidia de Nanohana", pero sí que debías reconocer algo: Todo lo que observabas en los escaparates era sencillamente espectacular. Seguramente robadas, las armas y joyas expuestas parecían venidas de todos los rincones de Grand Line. - Y están ahí -murmuraste, incrédula, consciente del peligro que era tener algo bonito en Jaya.
Al poco rato de curiosear por los lugares pegaste un salto hacia atrás. Una puerta se había abierto de pronto y, algo ruborizado y sudoroso, Gianni avanzó a través del umbral y cerró a su espalda. Llevaba su ropa de siempre -la que le habían hecho las okamas, vaya-, pero ahora colgaba de su cinturón una preciosa daga ornamentada de vaina ámbar, a juego con su cabello cobrizo y sus ojos almendra. No era tan mono como Bill, pero sin duda alguna más educado y, aunque habías pensado que caminaba en la acera de Tom alguna vez lo habías descubierto mirándote el escote.
- Claro que hemos venido a comprar -dijiste-. ¿A qué si no? Necesito un chaquetón de esos gruesos, de los imponentes. Hecho a medida, que tengo que dar ciertas indicaciones.
- Bueno, lo cierto es que Duvalle solía traernos a esta isla mucho. Era importante comprar, decía. El comercio local necesita vivir, y nosotros también. -Se encogió de hombros-. Ella solía ir a un sastre por aquí cerca, pero no estaba en la calle principal. Por dos monedas cerramos trato y os acompaño. -Te guiñó el ojo, pero ante tu mirada solo esbozó una sonrisa macabra-. Ah. Es allí, giráis a la derecha en el segundo cruce -cada vez hablaba más deprisa-. Todo recto y tercer giro a la izquierda, Confecciones Pawtacket. ¡Pasadlo bien!
No te dejó tiempo a preguntar y marchó corriendo. Creíste ver que empezaba a reírse, pero no creías que realmente se estuviese burlando de ti... Aunque había repetido lo de las monedas. ¿Tan común era ahí para todos ofrecer tratos estúpidos?
- No entiendo nada, Shuri. ¿Me lo explicas?
- ¡Pero yo quiero saberlo ahora! -protestaste-. En fin, da igual. Seguramente nos vayamos a enterar más pronto que tarde cuando entremos a las tiendas, ¿no?
Seguiste a Surya hasta salir del muelle y este dio paso a una enorme y cuidada calle comercial... Vacía. Cada cierto tiempo se escuchaban ruidos apagados, golpes sofocados y algún que otro improperio ocasional. No era lo que esperabas del "Gran Bazar pirata envidia de Nanohana", pero sí que debías reconocer algo: Todo lo que observabas en los escaparates era sencillamente espectacular. Seguramente robadas, las armas y joyas expuestas parecían venidas de todos los rincones de Grand Line. - Y están ahí -murmuraste, incrédula, consciente del peligro que era tener algo bonito en Jaya.
Al poco rato de curiosear por los lugares pegaste un salto hacia atrás. Una puerta se había abierto de pronto y, algo ruborizado y sudoroso, Gianni avanzó a través del umbral y cerró a su espalda. Llevaba su ropa de siempre -la que le habían hecho las okamas, vaya-, pero ahora colgaba de su cinturón una preciosa daga ornamentada de vaina ámbar, a juego con su cabello cobrizo y sus ojos almendra. No era tan mono como Bill, pero sin duda alguna más educado y, aunque habías pensado que caminaba en la acera de Tom alguna vez lo habías descubierto mirándote el escote.
- Claro que hemos venido a comprar -dijiste-. ¿A qué si no? Necesito un chaquetón de esos gruesos, de los imponentes. Hecho a medida, que tengo que dar ciertas indicaciones.
- Bueno, lo cierto es que Duvalle solía traernos a esta isla mucho. Era importante comprar, decía. El comercio local necesita vivir, y nosotros también. -Se encogió de hombros-. Ella solía ir a un sastre por aquí cerca, pero no estaba en la calle principal. Por dos monedas cerramos trato y os acompaño. -Te guiñó el ojo, pero ante tu mirada solo esbozó una sonrisa macabra-. Ah. Es allí, giráis a la derecha en el segundo cruce -cada vez hablaba más deprisa-. Todo recto y tercer giro a la izquierda, Confecciones Pawtacket. ¡Pasadlo bien!
No te dejó tiempo a preguntar y marchó corriendo. Creíste ver que empezaba a reírse, pero no creías que realmente se estuviese burlando de ti... Aunque había repetido lo de las monedas. ¿Tan común era ahí para todos ofrecer tratos estúpidos?
- No entiendo nada, Shuri. ¿Me lo explicas?
Surya
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Se encogió de hombros. No entendía el capricho de Alice. Él también tenía curiosidad, aunque desde luego no tan acuciante. Estaba convencido de que no iba a gustarle la respuesta. De todas formas, iban a acabar por averiguarlo, tal y como decía Alice.
El encuentro con Gianni les tomó por sorpresa. Llevaba una daga nueva, enfundada en una preciosa vaina y por su apariencia parecía que la negociación había sido duda. También que había valido la pena, a juzgar por su sonrisa. Empezó a hablarles de cuando Duvalle les llevaba a esa isla y la curiosidad de Surya se avivó. Entonces sí eran cosas de piratas ¿no? Por algún motivo la marina se mantenía apartada de esa isla y aún así, todos en el lugar parecían comportarse de forma más o menos civilizada. O quizá solo los piratas civilizados llegaban a esa isla, pero tras haber conocido a Duvalle dudaba de que ese fuera el caso…
Les propuso lo mismo que el hombre que se habían cruzado antes, pero una mirada a los ojos de Alice bastó para que achantara y les diera las indicaciones sin necesidad de pagar. Se marchó corriendo y al ángel le pareció que se reía mientras se alejaba. Frunció el ceño, incómodo.
-En cuanto lo entienda te lo cuento, pero de momento estoy tan perdido como tú.
Por dos berries, cerramos trato. De repente el peso de las monedas en su bolsillo empezaba a hacérsele demasiado y eso que no llevaba tanto encima. Echaron a andar hacia donde Gianni les había indicado, mientras Surya le daba vueltas a todo lo que habían oído. Se le ocurrían dos posibilidades. Bien el extraño comportamiento se debía a que en esa isla pedir indicaciones era algo inusual, o a que a todo el mundo le encantaba hacer tratos. Al fin y al cabo dos berries era una cantidad irrisoria y parecía más simbólica que otra cosa. Normal, por otro lado. A Gianni no le había llevado ni cinco segundos explicarles como llegar a donde querían y pagar más que eso sería un insulto. Como mínimo. Pero si era lo segundo y asumiendo que aplicara a todas las transacciones, inventadas y reales…
-Creo que entenderemos mejor en cuanto compremos algo. Aunque… no estoy seguro de querer.
No les costó nada llegar a la boutique. Confecciones Pawtacket era un edificio situado en una esquina, de paredes de un bonito color violeta con detalles dorado y un cartel que explicaba orgulloso que hacían confecciones a medida. Parecía el lugar ideal.
Surya empujó la puerta y una pequeña campanilla anunció al interior que acababa de entrar.
-¡U-un momento! ¡Ahora estoy con… con vosotros!
A las palabras extrañamente entrecortadas les siguió un gemido y Surya se quedó parapetado junto a la puerta, confuso. No cabía ninguna duda de que la voz salía de una puertecita situada detrás del mostrador, pero la posibilidad de ir a comprobar qué estaba sucediendo le daba ganas de darse la vuelta y largarse. En lugar de eso, miró a su alrededor un tanto distraído antes de musitar:
-¿Ves algún abrigo que te guste?
El encuentro con Gianni les tomó por sorpresa. Llevaba una daga nueva, enfundada en una preciosa vaina y por su apariencia parecía que la negociación había sido duda. También que había valido la pena, a juzgar por su sonrisa. Empezó a hablarles de cuando Duvalle les llevaba a esa isla y la curiosidad de Surya se avivó. Entonces sí eran cosas de piratas ¿no? Por algún motivo la marina se mantenía apartada de esa isla y aún así, todos en el lugar parecían comportarse de forma más o menos civilizada. O quizá solo los piratas civilizados llegaban a esa isla, pero tras haber conocido a Duvalle dudaba de que ese fuera el caso…
Les propuso lo mismo que el hombre que se habían cruzado antes, pero una mirada a los ojos de Alice bastó para que achantara y les diera las indicaciones sin necesidad de pagar. Se marchó corriendo y al ángel le pareció que se reía mientras se alejaba. Frunció el ceño, incómodo.
-En cuanto lo entienda te lo cuento, pero de momento estoy tan perdido como tú.
Por dos berries, cerramos trato. De repente el peso de las monedas en su bolsillo empezaba a hacérsele demasiado y eso que no llevaba tanto encima. Echaron a andar hacia donde Gianni les había indicado, mientras Surya le daba vueltas a todo lo que habían oído. Se le ocurrían dos posibilidades. Bien el extraño comportamiento se debía a que en esa isla pedir indicaciones era algo inusual, o a que a todo el mundo le encantaba hacer tratos. Al fin y al cabo dos berries era una cantidad irrisoria y parecía más simbólica que otra cosa. Normal, por otro lado. A Gianni no le había llevado ni cinco segundos explicarles como llegar a donde querían y pagar más que eso sería un insulto. Como mínimo. Pero si era lo segundo y asumiendo que aplicara a todas las transacciones, inventadas y reales…
-Creo que entenderemos mejor en cuanto compremos algo. Aunque… no estoy seguro de querer.
No les costó nada llegar a la boutique. Confecciones Pawtacket era un edificio situado en una esquina, de paredes de un bonito color violeta con detalles dorado y un cartel que explicaba orgulloso que hacían confecciones a medida. Parecía el lugar ideal.
Surya empujó la puerta y una pequeña campanilla anunció al interior que acababa de entrar.
-¡U-un momento! ¡Ahora estoy con… con vosotros!
A las palabras extrañamente entrecortadas les siguió un gemido y Surya se quedó parapetado junto a la puerta, confuso. No cabía ninguna duda de que la voz salía de una puertecita situada detrás del mostrador, pero la posibilidad de ir a comprobar qué estaba sucediendo le daba ganas de darse la vuelta y largarse. En lugar de eso, miró a su alrededor un tanto distraído antes de musitar:
-¿Ves algún abrigo que te guste?
- Yo no me voy a ir de aquí sin mi abrigo -sentenciaste-. Aunque... Sí, la verdad es que da un poco de miedo.
Te preocupaba un poco todo el tema de los tratos que todo el mundo parecía tratar de hacer en esa isla, pero por simple comodidad habías preferido dejar el miedo aparte al menos durante un rato. Quizá te llevases un susto, claro, pero si te guiabas por eso al final nunca harías nada, y no estabas dispuesta a perderte ninguna experiencia si no era simplemente porque no te apetecía. En cualquier caso entendías que el ángel estuviese preocupado, dos monedas era muy poco dinero. ¿Habría letra pequeña en los tratos?
Te santiguaste antes de entrar en la boutique. Oías los ruidos desde afuera, amortiguados por las paredes pero lo bastante claros como para saber a qué se debían. Tal vez Surya era demasiado inocente como para darse cuenta, pero tú ya habías pasado por las suficientes experiencias como para darte cuenta. Un poco de perspicacia no le habría ido mal al ángel, no.
Antes de que la puerta se cerrase tú ya habías recorrido media tienda entre gemidos agobiados y sonidos de desliz. La campana amortiguaba ligeramente tus pasos, y te adelantaste con descaro saltando la barra del mostrador para tirar de la lona negra que hacía de puerta hacia la trastienda.
- ¡Lo sabía! -gritaste.
- ¡Fisgona! -te gritó una mujer con el corsé de varas a medio apretar, cubriéndose unos pechos que eran casi ubres. Detrás de ella había un hombre de aspecto atlético, aunque algo enclenque, que en un ángulo de cuarenta y cinco grados hacia el suelo tiraba de los cables para apretar más y más-. ¡Largo!
- Lo sabía -dijiste una vez más entre risas, saliendo de lo que había resultado ser un probador-. Surya, lo adiviné.
Para salir del mostrador optaste por dar un rodeo. No urgía prisa, el sastre todavía tardaría un par de minutos en terminar de hacer los pocos arreglos que faltaban al traje de boda de la mujer y dudabas que entre tanto esfuerzo siquiera pudiese haber escuchado algo. Además, ¿por qué se molestaría de que hubieses visto cómo trabajaba de forma perfecta y totalmente deontológica? Eso solo era buena publicidad.
- Pues parece que alguien se casa -explicaste, sentada en un taburete. Seguía agotándote mentalmente el dolor constante-. La señora está algo metida en carnes y... Bueno, parece que quiere disimularlo. No muy bien, también te digo, porque se le está desparramando todo como si fuese una ramera. Aunque supongo que la noción del estilo en esta isla puede ser... Difusa. -Dejaste de disparar bilis de clase alta en cuanto te preguntó. Con un par de vueltas de la mirada viste un abrigo a medio hacer. Era demasiado grande, pero era simplemente perfecto-. Ese. Ese va a ser mío.
Te preocupaba un poco todo el tema de los tratos que todo el mundo parecía tratar de hacer en esa isla, pero por simple comodidad habías preferido dejar el miedo aparte al menos durante un rato. Quizá te llevases un susto, claro, pero si te guiabas por eso al final nunca harías nada, y no estabas dispuesta a perderte ninguna experiencia si no era simplemente porque no te apetecía. En cualquier caso entendías que el ángel estuviese preocupado, dos monedas era muy poco dinero. ¿Habría letra pequeña en los tratos?
Te santiguaste antes de entrar en la boutique. Oías los ruidos desde afuera, amortiguados por las paredes pero lo bastante claros como para saber a qué se debían. Tal vez Surya era demasiado inocente como para darse cuenta, pero tú ya habías pasado por las suficientes experiencias como para darte cuenta. Un poco de perspicacia no le habría ido mal al ángel, no.
Antes de que la puerta se cerrase tú ya habías recorrido media tienda entre gemidos agobiados y sonidos de desliz. La campana amortiguaba ligeramente tus pasos, y te adelantaste con descaro saltando la barra del mostrador para tirar de la lona negra que hacía de puerta hacia la trastienda.
- ¡Lo sabía! -gritaste.
- ¡Fisgona! -te gritó una mujer con el corsé de varas a medio apretar, cubriéndose unos pechos que eran casi ubres. Detrás de ella había un hombre de aspecto atlético, aunque algo enclenque, que en un ángulo de cuarenta y cinco grados hacia el suelo tiraba de los cables para apretar más y más-. ¡Largo!
- Lo sabía -dijiste una vez más entre risas, saliendo de lo que había resultado ser un probador-. Surya, lo adiviné.
Para salir del mostrador optaste por dar un rodeo. No urgía prisa, el sastre todavía tardaría un par de minutos en terminar de hacer los pocos arreglos que faltaban al traje de boda de la mujer y dudabas que entre tanto esfuerzo siquiera pudiese haber escuchado algo. Además, ¿por qué se molestaría de que hubieses visto cómo trabajaba de forma perfecta y totalmente deontológica? Eso solo era buena publicidad.
- Pues parece que alguien se casa -explicaste, sentada en un taburete. Seguía agotándote mentalmente el dolor constante-. La señora está algo metida en carnes y... Bueno, parece que quiere disimularlo. No muy bien, también te digo, porque se le está desparramando todo como si fuese una ramera. Aunque supongo que la noción del estilo en esta isla puede ser... Difusa. -Dejaste de disparar bilis de clase alta en cuanto te preguntó. Con un par de vueltas de la mirada viste un abrigo a medio hacer. Era demasiado grande, pero era simplemente perfecto-. Ese. Ese va a ser mío.
Surya
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El ángel se quedó cerca de la puerta mientras Alice se lanzaba toda convencida hacia la trastienda. Habría ido con ella, pero tenía la sensación de que algo privado se estaba cociendo detrás de esa puerta y no quería interrumpir. Oyó un par de gritos, el de Alice y el de una mujer a la que desconocía, y segundos más tarde la joven reapareció entre risas diciendo que lo había adivinado.
Se acercó, ahora sí, mientras Alice se sentaba en un taburete, echando un par de vistazos rápidos a la misteriosa puerta. Todo lo que pudo ver fueron un par de imágenes fugaces de colores carne y blanco antes de que se cerrase. Dio igual, porque Alice procedió a explicarle qué era lo que pasaba.
-¡Oh!- Comentó, bastante más tranquilo, mientras se reía entre dientes. – De acuerdo, puedo entender eso. Espero que le quede bien, parece que el sastre se está esforzando.
Y tanto, porque podían oír los resoplidos tranquilamente desde cualquier parte de la tienda. Pero eso solo demostraba su profesionalidad y Surya se sintió un poco mal por haber sido tan juicioso de un lugar que no conocía de nada. Decidió dar una vuelta por la tienda él también, en la busca de algo que le gustase y pudiera comprar junto con Alice. Parecía una buena manera de compensar su suspicacia.
Por suerte para él, no tardó mucho en encontrar algo que le llamó la atención. Se dirigió con una sonrisa hasta la percha y agarró la sudadera blanca con cuidado. Era bastante grande y tremendamente suave. Tenía bolsillos y una capucha. No era algo que soliera ponerse así que cogió también pantalones y una camisa simple a juego. Los ojeó tratando de estimar cómo de bien le quedarían.
-Creo que esto también va a necesitar un par de alteraciones, parece demasiado grande pero… me gustan.
Se giró con las ropas aún en las manos para mirar hacia donde señalaba Alice. El abrigo estaba a medio hacer y parecía ser también demasiado grande para ella, pero incluso desde ya podía decir que le quedaría bien. Era mucho más colorido que lo que había escogido él, pero toda la ropa de Alice era colorida.
-Me encanta, la verdad.
Antes de que pudiera decir nada más, salieron de la trastienda el sastre, todavía sofocado, y la mujer, con una sonrisa de oreja a oreja. No llevaba ya su traje de bodas, pero parecía satisfecha. Terminaron de ultimar detalles y concertar una próxima visita en el mostrador y en seguida la mujer salió de la boutique, no sin dedicar una última mala mirada a Alice. Tan pronto la puerta se cerró, el sastre dio una palmada y los miró a ambos.
-¿Y bien? ¿Qué puedo hacer por vosotros?
Se acercó, ahora sí, mientras Alice se sentaba en un taburete, echando un par de vistazos rápidos a la misteriosa puerta. Todo lo que pudo ver fueron un par de imágenes fugaces de colores carne y blanco antes de que se cerrase. Dio igual, porque Alice procedió a explicarle qué era lo que pasaba.
-¡Oh!- Comentó, bastante más tranquilo, mientras se reía entre dientes. – De acuerdo, puedo entender eso. Espero que le quede bien, parece que el sastre se está esforzando.
Y tanto, porque podían oír los resoplidos tranquilamente desde cualquier parte de la tienda. Pero eso solo demostraba su profesionalidad y Surya se sintió un poco mal por haber sido tan juicioso de un lugar que no conocía de nada. Decidió dar una vuelta por la tienda él también, en la busca de algo que le gustase y pudiera comprar junto con Alice. Parecía una buena manera de compensar su suspicacia.
Por suerte para él, no tardó mucho en encontrar algo que le llamó la atención. Se dirigió con una sonrisa hasta la percha y agarró la sudadera blanca con cuidado. Era bastante grande y tremendamente suave. Tenía bolsillos y una capucha. No era algo que soliera ponerse así que cogió también pantalones y una camisa simple a juego. Los ojeó tratando de estimar cómo de bien le quedarían.
-Creo que esto también va a necesitar un par de alteraciones, parece demasiado grande pero… me gustan.
Se giró con las ropas aún en las manos para mirar hacia donde señalaba Alice. El abrigo estaba a medio hacer y parecía ser también demasiado grande para ella, pero incluso desde ya podía decir que le quedaría bien. Era mucho más colorido que lo que había escogido él, pero toda la ropa de Alice era colorida.
-Me encanta, la verdad.
Antes de que pudiera decir nada más, salieron de la trastienda el sastre, todavía sofocado, y la mujer, con una sonrisa de oreja a oreja. No llevaba ya su traje de bodas, pero parecía satisfecha. Terminaron de ultimar detalles y concertar una próxima visita en el mostrador y en seguida la mujer salió de la boutique, no sin dedicar una última mala mirada a Alice. Tan pronto la puerta se cerró, el sastre dio una palmada y los miró a ambos.
-¿Y bien? ¿Qué puedo hacer por vosotros?
Miraste una vez más la chaqueta. De colores rimbombantes y enorme porte, le sobraba suficiente tejido como para realizar la tarea que necesitabas. Sin embargo, si bien tú eras capaz de tejer no poseías la maestría que requería algo tan delicado y, ya puestos, para sustituir una prenda que YO había perdido no íbamos a escatimar en gastos. Al fin y al cabo, yo no me había quejado cuando decidiste coleccionar centenares de piezas de lencería.
"Sí que lo hiciste", dejaste que resonara en tu cabeza hasta que lo escuché alto y claro siete veces. Preferí no decir nada mientras llegaba el sastre y tú te mantuviste a la espera al tiempo que Surya iba rebuscando entre los maniquíes y las perchas algo que le sentase bien. No sería difícil, claro, el ángel era muy apuesto, pero estaba claro que todo lo que comprase iba a necesitar arreglos; era el precio de haber nacido con la habilidad de volar.
- Pues... -Te pusiste en pie mientras alargabas la "e"-. Me gustaría un abrigo como ese.
Te miró de arriba a abajo.
- No parece muy de tu estilo, muchachita. -Chasqueó los dedos y movió las caderas por un momento-. ¿Es para algo en particular? Una fiesta de disfraces, tal vez, una mascarada... Podría hacerte uno que parezca perfecto sin que sea demasiado caro.
- El dinero no es problema -cortaste de inmediato-. Pero lo quiero para volar.
- ¿Disculpa? -El desconcierto era palpable en sus ojos.
- Tengo unos planos, pero seguro que usted puede preparar unos mejores -dijiste, sacando una ristra de hojas de tu bolso-. Mire, al extenderlo parecería...
- Como las aves del paraíso. -No tardó en comenzar a trazar líneas con un marcador rojo sobre las tuyas, haciendo algunos cambios al diseño-. Supongo que te habrán dado estos papeles pensando en hacer un armazón de tela liviana, pero para hacerlo con piel gruesa o tela reforzada... No sé si funcionará.
Tú asentiste con seguridad.
- Contaba con que perdería eficiencia, pero aun con sus correcciones estoy segura de que planeará bien. Lo importante es el encarte y que se extienda correctamente. Por lo demás... -Te encogiste levemente de hombros-. Está en sus manos, mientras pueda respetar esta proporción.
La relación de las alas debía se no superior a dos veces y media tu tamaño, así como el peso no podía superar una determinada cota. El sastre observó concentrado el plano mientras cotejaba con las manos algunas muestras de tejido de manera inconsciente -o eso pensaste-, hasta que por fin salió de su trance con una sonrisa de satisfacción.
- Puedo hacerlo, pero algo tan valioso requerirá que llame al notario -sentenció-. Va a efectuarse la venta de una obra de arte. ¿Qué quieres tú, joven?
Lo miró con sus penetrantes ojos marrones mientras estabas segura de que se reía con tono agudo a intervalos regulares, como gimiendo. Era algo perturbador, pero parecía saber lo que hacía. Tú, por tu parte, te centraste en el ángel también.
- ¿Ves algo más que te guste? Yo invito.
"Sí que lo hiciste", dejaste que resonara en tu cabeza hasta que lo escuché alto y claro siete veces. Preferí no decir nada mientras llegaba el sastre y tú te mantuviste a la espera al tiempo que Surya iba rebuscando entre los maniquíes y las perchas algo que le sentase bien. No sería difícil, claro, el ángel era muy apuesto, pero estaba claro que todo lo que comprase iba a necesitar arreglos; era el precio de haber nacido con la habilidad de volar.
- Pues... -Te pusiste en pie mientras alargabas la "e"-. Me gustaría un abrigo como ese.
Te miró de arriba a abajo.
- No parece muy de tu estilo, muchachita. -Chasqueó los dedos y movió las caderas por un momento-. ¿Es para algo en particular? Una fiesta de disfraces, tal vez, una mascarada... Podría hacerte uno que parezca perfecto sin que sea demasiado caro.
- El dinero no es problema -cortaste de inmediato-. Pero lo quiero para volar.
- ¿Disculpa? -El desconcierto era palpable en sus ojos.
- Tengo unos planos, pero seguro que usted puede preparar unos mejores -dijiste, sacando una ristra de hojas de tu bolso-. Mire, al extenderlo parecería...
- Como las aves del paraíso. -No tardó en comenzar a trazar líneas con un marcador rojo sobre las tuyas, haciendo algunos cambios al diseño-. Supongo que te habrán dado estos papeles pensando en hacer un armazón de tela liviana, pero para hacerlo con piel gruesa o tela reforzada... No sé si funcionará.
Tú asentiste con seguridad.
- Contaba con que perdería eficiencia, pero aun con sus correcciones estoy segura de que planeará bien. Lo importante es el encarte y que se extienda correctamente. Por lo demás... -Te encogiste levemente de hombros-. Está en sus manos, mientras pueda respetar esta proporción.
La relación de las alas debía se no superior a dos veces y media tu tamaño, así como el peso no podía superar una determinada cota. El sastre observó concentrado el plano mientras cotejaba con las manos algunas muestras de tejido de manera inconsciente -o eso pensaste-, hasta que por fin salió de su trance con una sonrisa de satisfacción.
- Puedo hacerlo, pero algo tan valioso requerirá que llame al notario -sentenció-. Va a efectuarse la venta de una obra de arte. ¿Qué quieres tú, joven?
Lo miró con sus penetrantes ojos marrones mientras estabas segura de que se reía con tono agudo a intervalos regulares, como gimiendo. Era algo perturbador, pero parecía saber lo que hacía. Tú, por tu parte, te centraste en el ángel también.
- ¿Ves algo más que te guste? Yo invito.
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Surya se quedó algo apartado mientras el sastre hablaba con Alice. Estaba feliz de simplemente observar y le parecía curioso ver cómo trabajaba el sastre, evaluando tanto la prenda como cómo de bien le sentaría a Alice ya desde el principio. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que esta sacó unos planos y empezó a explicar para qué quería en realidad el abrigo.
Ahí ya sí se acercó el ángel al dúo, a medio camino entre la curiosidad y la ilusión. ¿De verdad se podía hacer algo así? El sastre no parecía preocupado, todo lo contrario. Había empezado a detallar el diseño de inmediato y cuando miró los planos por encima de su hombro no pudo si no quedarse admirado. Se apartó un poquito, lo justo para desplegar una de sus alas y examinarla, comparándola con el diseño de Alice y del sastre. Hm.
Mientras el hombre agarraba varias muestras de diversas telas, Surya se acercó a Alice.
-Entonces, si logra construirte esto, ¿podrás volar? – Le miró con algo de incredulidad antes de sacar una enorme sonrisa.- ¡Eso es genial! ¡Puedo enseñarte cuando quieras! Sería genial tener alguien con quien dar paseos por el aire.
No sabía hasta qué punto el abrigo le dejaría volar igual que él, pero la idea resultaba alentadora. Era algo que le encantaba y poder compartirlo parecía una increíble oportunidad. Mientras se distraía pensando en eso, tanto el sastre como Alice se giraron a mirarle, preguntándole si quería algo más. Tras pensar un par de segundos, agarró la ropa que había cogido antes y le tendió la sudadera con capucha al sastre.
-Ahm… ¿podrías alterarla igual que su abrigo? Sería genial si pudiera tener una funda para mis alas, solo por la parte de atrás. Sería más cómodo para volar cuando llueve. Y si hubiera alguna manera de hacerlo todo impermeable…
Tenía la sensación de estar pidiendo demasiado, pero lejos de protestar el sastre agarró la cinta de medir y le pidió que extendiera las alas. Tomó no pocas medidas, haciéndole dar vueltas y colocarse en posturas extrañas, antes de anunciar que lo haría, también bajo notario. No alcanzaba a entender por qué era tan importante, pero accedió de todas formas. Mientras él lo llamaba por teléfono, Surya se giró hacia Alice.
-Puedo pagarlo yo, no te preocupes. Con las alteraciones seguro que sube bastante el precio pero… tuviste una idea muy buena, quería aprovechar. Creo que va a ser tremendamente útil.
No pasó demasiado tiempo hasta que oyeron un par de golpes en la puerta. Se abrió en seguida, revelando a un hombre de color de al menos dos metros de alto, calvo y con traje azul marino ajustado. Llevaba un fajo de papeles bajo el brazo y tenía una sonrisa amplia y amable. Les miró con lo que parecía picardía, antes de saludar:
-¿Alguien ha llamado al notario?
Ahí ya sí se acercó el ángel al dúo, a medio camino entre la curiosidad y la ilusión. ¿De verdad se podía hacer algo así? El sastre no parecía preocupado, todo lo contrario. Había empezado a detallar el diseño de inmediato y cuando miró los planos por encima de su hombro no pudo si no quedarse admirado. Se apartó un poquito, lo justo para desplegar una de sus alas y examinarla, comparándola con el diseño de Alice y del sastre. Hm.
Mientras el hombre agarraba varias muestras de diversas telas, Surya se acercó a Alice.
-Entonces, si logra construirte esto, ¿podrás volar? – Le miró con algo de incredulidad antes de sacar una enorme sonrisa.- ¡Eso es genial! ¡Puedo enseñarte cuando quieras! Sería genial tener alguien con quien dar paseos por el aire.
No sabía hasta qué punto el abrigo le dejaría volar igual que él, pero la idea resultaba alentadora. Era algo que le encantaba y poder compartirlo parecía una increíble oportunidad. Mientras se distraía pensando en eso, tanto el sastre como Alice se giraron a mirarle, preguntándole si quería algo más. Tras pensar un par de segundos, agarró la ropa que había cogido antes y le tendió la sudadera con capucha al sastre.
-Ahm… ¿podrías alterarla igual que su abrigo? Sería genial si pudiera tener una funda para mis alas, solo por la parte de atrás. Sería más cómodo para volar cuando llueve. Y si hubiera alguna manera de hacerlo todo impermeable…
Tenía la sensación de estar pidiendo demasiado, pero lejos de protestar el sastre agarró la cinta de medir y le pidió que extendiera las alas. Tomó no pocas medidas, haciéndole dar vueltas y colocarse en posturas extrañas, antes de anunciar que lo haría, también bajo notario. No alcanzaba a entender por qué era tan importante, pero accedió de todas formas. Mientras él lo llamaba por teléfono, Surya se giró hacia Alice.
-Puedo pagarlo yo, no te preocupes. Con las alteraciones seguro que sube bastante el precio pero… tuviste una idea muy buena, quería aprovechar. Creo que va a ser tremendamente útil.
No pasó demasiado tiempo hasta que oyeron un par de golpes en la puerta. Se abrió en seguida, revelando a un hombre de color de al menos dos metros de alto, calvo y con traje azul marino ajustado. Llevaba un fajo de papeles bajo el brazo y tenía una sonrisa amplia y amable. Les miró con lo que parecía picardía, antes de saludar:
-¿Alguien ha llamado al notario?
Surya también parecía interesado en realizar modificaciones a la ropa que había elegido. De forma muy pragmática, había querido proteger sus alas durante el día e impermeabilizar las prendas bajo la lluvia. Aunque la última palabra la tenía es sastre, a ti no te parecía la mejor idea. Tú habías diseñado el planeador basándote en las alas de los pájaros, y eran las plumas las que... Bueno, permitían un planeo estable al hacer como canales de viento. Sin embargo en los ojos de Pawtacket brilló el afán de autosuperación. Podías reconocerlo porque... Bueno, no lo sabías, pero siempre se te había dado muy bien captar las emociones de la gente.
- Creo que puedo hacer algo -comentó, tomando medidas-. Tengo una tela que es transpirable por un lado e impermeable por el otro. El aire puede entrar y salir, pero los líquidos, salvo que te vayas a dar un baño, no pueden atravesarlo. No es ideal para tormentas o submarinismo, pero sí para esa gente que no puede llevar la tela plástica de la mayoría de los chubasqueros. Además, es casi transparente. -Dio una palmada en el trasero al ángel-. Medido. Yo si tuviera semejantes atributos no intentaría esconderlos, guapo.
Sorprendida, miraste a Surya. No tenías muy clara su sexualidad, aunque habías asumido que los ángeles no tenían. De hecho estabas casi deseosa de bajarle los pantalones para descubrir un fulgor de luz celestial que no dejasen comprobar si el andrógino ser divino era un hombre o una mujer. Al fin y al cabo, un ángel debía estar por encima de algo tan mundano como los genitales.
- Está bien -concediste-. Pero al menos déjame que te invite a cenar en un...
La apoteósica entrada de un hombre más negro que el café tostado y calvo como una bola de billar se asomó con unos dientes tan blancos que, en contraste, reflejaban la luz. No solías creer que fueses racista, pero no pudiste evitar sujetar la cadena del bolso con algo de fuerza hasta que viste en su traje, caro casi como toda una vida de trabajo honrado -casi de la calidad de tus mejores vestidos-. Al parecer se trataba del notario, aunque por su expresión bien podría haber sido... No, imposible. Tenía cara de buena persona. ¿Seguro que era notario?
De pronto caíste en una cosa: Había entrado un notario. Lo habías tomado por alguna clase de broma, pero al parecer lo había dicho totalmente en serio. Ese hombre se consideraba un artista, y como su habilidad estuviese a la altura de la mitad de su ego, muy probablemente lo sería.
- Alguien lo ha llamado, sí. -Asentiste-. Al parecer quiere cerrar la transacción con testigos; debemos tener aspecto de ladrones o algo -bromeaste.
- Bueno, señorita -contestó-, a mí esa sonrisa me roba el corazón. ¿Están puestos al tanto de nuestro marco legal y el impuesto de traspaso de bienes muebles?
Oh, jerga legal no, por favor. El sastre debió pensar lo mismo dado que se retiró a la trastienda para trabajar.
- Tardaré unos veinte minutos. No me rompáis nada, por favor.
Miraste a Surya, luego al notario. De nuevo a Surya, y una vez más al notario.
- Y dígame, ¿dónde ha comprado ese traje, señor?
- Ah, ¿este? -Parecía profundamente orgulloso de él-. Aquí mismo. Me dejé los huevos para poder pagarlo, pero aquí está.
- Creo que puedo hacer algo -comentó, tomando medidas-. Tengo una tela que es transpirable por un lado e impermeable por el otro. El aire puede entrar y salir, pero los líquidos, salvo que te vayas a dar un baño, no pueden atravesarlo. No es ideal para tormentas o submarinismo, pero sí para esa gente que no puede llevar la tela plástica de la mayoría de los chubasqueros. Además, es casi transparente. -Dio una palmada en el trasero al ángel-. Medido. Yo si tuviera semejantes atributos no intentaría esconderlos, guapo.
Sorprendida, miraste a Surya. No tenías muy clara su sexualidad, aunque habías asumido que los ángeles no tenían. De hecho estabas casi deseosa de bajarle los pantalones para descubrir un fulgor de luz celestial que no dejasen comprobar si el andrógino ser divino era un hombre o una mujer. Al fin y al cabo, un ángel debía estar por encima de algo tan mundano como los genitales.
- Está bien -concediste-. Pero al menos déjame que te invite a cenar en un...
La apoteósica entrada de un hombre más negro que el café tostado y calvo como una bola de billar se asomó con unos dientes tan blancos que, en contraste, reflejaban la luz. No solías creer que fueses racista, pero no pudiste evitar sujetar la cadena del bolso con algo de fuerza hasta que viste en su traje, caro casi como toda una vida de trabajo honrado -casi de la calidad de tus mejores vestidos-. Al parecer se trataba del notario, aunque por su expresión bien podría haber sido... No, imposible. Tenía cara de buena persona. ¿Seguro que era notario?
De pronto caíste en una cosa: Había entrado un notario. Lo habías tomado por alguna clase de broma, pero al parecer lo había dicho totalmente en serio. Ese hombre se consideraba un artista, y como su habilidad estuviese a la altura de la mitad de su ego, muy probablemente lo sería.
- Alguien lo ha llamado, sí. -Asentiste-. Al parecer quiere cerrar la transacción con testigos; debemos tener aspecto de ladrones o algo -bromeaste.
- Bueno, señorita -contestó-, a mí esa sonrisa me roba el corazón. ¿Están puestos al tanto de nuestro marco legal y el impuesto de traspaso de bienes muebles?
Oh, jerga legal no, por favor. El sastre debió pensar lo mismo dado que se retiró a la trastienda para trabajar.
- Tardaré unos veinte minutos. No me rompáis nada, por favor.
Miraste a Surya, luego al notario. De nuevo a Surya, y una vez más al notario.
- Y dígame, ¿dónde ha comprado ese traje, señor?
- Ah, ¿este? -Parecía profundamente orgulloso de él-. Aquí mismo. Me dejé los huevos para poder pagarlo, pero aquí está.
Surya
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Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Al principio, viendo la reacción del sastre, le preocupó haber pedido demasiado. Por suerte, no pasó demasiado tiempo hasta que le explicó su plan de acción y el ángel asintió con entusiasmo. Al menos, hasta que recibió una palmada en el culo. Se llevó las manos a la parte trasera mientras miraba al hombre más perplejo que otra cosa. Al final sonrió, un poco sonrojado y bastante halagado. Era cierto que tenía unas alas muy bonitas, no iba a negarlo. Y por lo general no le molestaba que se mojaran, porque hasta cierto punto eran impermeables, pero no era la primera vez que se manchaban por el descuido de alguien y el tener algo para protegerlas mientras se abrigaba un poco él también sería de gran utilidad.
No pudo evitar quedarse mirando cuando entró el notario. Era alguien claramente confiado y ciertamente atractivo, de sonrisa bonita. En seguida se puso a bromear con Alice, pero no tardó en llegar al quid del asunto que les ocupaba. El sastre marchó a trabajar, dejándoles a solas con las responsabilidades legales.
-Lo cierto es que es un traje imponente. Sin duda valió el precio.
-¡Oh, desde luego! – concordó el notario.- Y lo disfruté cada segundo, no voy a mentir. Ahora bien, ¿quién va a efectuar la transacción? ¿Ambos, entiendo?
Surya miró a Alice, algo inseguro. Pero al fin y al cabo cada uno iba a pedir una pieza bastante especial y ya le había dicho que no quería que le invitara, por lo que la única respuesta era la obvia:
-Pagaremos por separado, si.
-Perfecto. Si me dan un momento para que rellene el formulario, podemos entrar en materia en seguida. ¿Preferirían el sofá o el mostrador? Podemos turnarlo, por supuesto.
Una vez más, estaba confuso. Se giró para descubrir un enorme sofá rojo entre varias de las piezas expuestas por el sastre. Debería haberlo notado antes, pero lo cierto es que se camuflaba increíblemente bien en la habitación. El notario, entre tanto, caminó con tranquilidad hasta el mostrador y colocó ahí su fajo de papeles. Rellenó varios campos y, acto seguido, procedió a quitarse la chaqueta y a apoyarla doblada de forma ordenada. Fue cuando empezó a desabotonarse la camisa que Surya sospechó que algo no iba bien.
-¡Un momento, un momento! Exactamente, ¿cómo debemos confirmar el pago?
El hombre le miró primero con perplejidad y luego con algo que solo podía calificarse como conmiseración.
-Con un intercambio sexual, por supuesto. Es la ley local. Sin duda les habrán puesto al corriente… ¿no es así? Ah, no se preocupen. Pueden guiar ustedes si les hace sentir más cómodos. No es más que el procedimiento habitual.
No pudo evitar quedarse mirando cuando entró el notario. Era alguien claramente confiado y ciertamente atractivo, de sonrisa bonita. En seguida se puso a bromear con Alice, pero no tardó en llegar al quid del asunto que les ocupaba. El sastre marchó a trabajar, dejándoles a solas con las responsabilidades legales.
-Lo cierto es que es un traje imponente. Sin duda valió el precio.
-¡Oh, desde luego! – concordó el notario.- Y lo disfruté cada segundo, no voy a mentir. Ahora bien, ¿quién va a efectuar la transacción? ¿Ambos, entiendo?
Surya miró a Alice, algo inseguro. Pero al fin y al cabo cada uno iba a pedir una pieza bastante especial y ya le había dicho que no quería que le invitara, por lo que la única respuesta era la obvia:
-Pagaremos por separado, si.
-Perfecto. Si me dan un momento para que rellene el formulario, podemos entrar en materia en seguida. ¿Preferirían el sofá o el mostrador? Podemos turnarlo, por supuesto.
Una vez más, estaba confuso. Se giró para descubrir un enorme sofá rojo entre varias de las piezas expuestas por el sastre. Debería haberlo notado antes, pero lo cierto es que se camuflaba increíblemente bien en la habitación. El notario, entre tanto, caminó con tranquilidad hasta el mostrador y colocó ahí su fajo de papeles. Rellenó varios campos y, acto seguido, procedió a quitarse la chaqueta y a apoyarla doblada de forma ordenada. Fue cuando empezó a desabotonarse la camisa que Surya sospechó que algo no iba bien.
-¡Un momento, un momento! Exactamente, ¿cómo debemos confirmar el pago?
El hombre le miró primero con perplejidad y luego con algo que solo podía calificarse como conmiseración.
-Con un intercambio sexual, por supuesto. Es la ley local. Sin duda les habrán puesto al corriente… ¿no es así? Ah, no se preocupen. Pueden guiar ustedes si les hace sentir más cómodos. No es más que el procedimiento habitual.
- Intercambio... ¿Sexual? -preguntaste, perpleja-. ¿Cómo que intercambio sexual?
No estabas enfadada, tan solo confusa. ¿Por qué había que acostarse con un enorme hombre negro para comprar un abrigo? No es que te molestase la idea de, en las circunstancias apropiadas, experimentar con alguien tan exótico, pero aparte de que ese hombre podía sacarte fácilmente treinta años, no ibas a acostarte con nadie por una chaqueta. ¡No eras esa clase de chica! Espera, un momento...
- Necesito respuesta a una cosa: ¿El sexo por qué es con el notario? Si el intercambio es con...
- Ah, sí -cortó expeditivamente-. Eso son mis honorarios. Una vez decidáis formalizar el trato, mi labor es meramente contemplativa. Ya sabes, asegurarme de que un clímax recíproco se da a modo de sellar la conformidad con la transacción.
De pronto la imagen de Gianni hablando de cerrar el trato, ese hombre en la calle... ¿Los dos estaban intentando acostarse contigo? En cierto modo te sentiste halagada, pero por otro resultaba asqueroso. ¿Cómo podían vivir en una sociedad tan asquerosamente liberal? ¡El sexo era intimidad de cada pareja! O de cada grupo, vaya, pero no algo que hacer con cualquiera. Aun así, eso también te hizo darte cuenta de que el primer tipo decía que te estabas perdiendo su pene. ¿Qué clase de ciudad del pecado era aquella?
Sentiste la necesidad de santiguarte no poco, y pensando en todo lo que podía haber sucedido en el asiento sobre el que estabas te levantaste. De algún modo sentías que solo de permanecer ahí más tiempo del estrictamente necesario iba a acabar ocasionándote herpes. Menudo asco.
- Y esta... ¿Tradición? ¿Se aplica a todo o...? -Te costaba contener la cara de asco.
- Legalmente solo en los contratos notariales. Ya sabéis, traspasos de bienes e intercambios similares. Sin embargo, a nivel extraoficial toda la isla lo utiliza en su vida diaria. Es una buena forma de mantener a los caóticos piratas en vereda, mucho más eficiente que poner normas que seguramente se saltarán.
Ojiplática lo mirabas. Ojiplática. No terminabas de entender que un sistema social y económico pudiese basarse en el sexo, mucho menos que lo expresasen con semejante naturalidad. Vale, tú no podías hablar mucho acerca de recatarse en determinadas situaciones, pero una cosa era echar una canita al aire y la otra era ser penetrada a cambio de una barra de pan.
- Esto... Esto...
La puerta de la trastienda se abrió. Habían pasado diecisiete minutos, y Pawtacket salía con todas las prendas en las manos, perfectamente dobladas y arregladas. Tenía una sonrisa de oreja a oreja y, cómo no, no llevaba pantalones.
- Yo te pago después, ¿te parece, Terry? -El hombre asintió con complicidad y una sonrisa pervertida-. En fin, ropa alada para el skypieano y un abrigo de recia doncella para la señorita. ¿Algo más?
No estabas enfadada, tan solo confusa. ¿Por qué había que acostarse con un enorme hombre negro para comprar un abrigo? No es que te molestase la idea de, en las circunstancias apropiadas, experimentar con alguien tan exótico, pero aparte de que ese hombre podía sacarte fácilmente treinta años, no ibas a acostarte con nadie por una chaqueta. ¡No eras esa clase de chica! Espera, un momento...
- Necesito respuesta a una cosa: ¿El sexo por qué es con el notario? Si el intercambio es con...
- Ah, sí -cortó expeditivamente-. Eso son mis honorarios. Una vez decidáis formalizar el trato, mi labor es meramente contemplativa. Ya sabes, asegurarme de que un clímax recíproco se da a modo de sellar la conformidad con la transacción.
De pronto la imagen de Gianni hablando de cerrar el trato, ese hombre en la calle... ¿Los dos estaban intentando acostarse contigo? En cierto modo te sentiste halagada, pero por otro resultaba asqueroso. ¿Cómo podían vivir en una sociedad tan asquerosamente liberal? ¡El sexo era intimidad de cada pareja! O de cada grupo, vaya, pero no algo que hacer con cualquiera. Aun así, eso también te hizo darte cuenta de que el primer tipo decía que te estabas perdiendo su pene. ¿Qué clase de ciudad del pecado era aquella?
Sentiste la necesidad de santiguarte no poco, y pensando en todo lo que podía haber sucedido en el asiento sobre el que estabas te levantaste. De algún modo sentías que solo de permanecer ahí más tiempo del estrictamente necesario iba a acabar ocasionándote herpes. Menudo asco.
- Y esta... ¿Tradición? ¿Se aplica a todo o...? -Te costaba contener la cara de asco.
- Legalmente solo en los contratos notariales. Ya sabéis, traspasos de bienes e intercambios similares. Sin embargo, a nivel extraoficial toda la isla lo utiliza en su vida diaria. Es una buena forma de mantener a los caóticos piratas en vereda, mucho más eficiente que poner normas que seguramente se saltarán.
Ojiplática lo mirabas. Ojiplática. No terminabas de entender que un sistema social y económico pudiese basarse en el sexo, mucho menos que lo expresasen con semejante naturalidad. Vale, tú no podías hablar mucho acerca de recatarse en determinadas situaciones, pero una cosa era echar una canita al aire y la otra era ser penetrada a cambio de una barra de pan.
- Esto... Esto...
La puerta de la trastienda se abrió. Habían pasado diecisiete minutos, y Pawtacket salía con todas las prendas en las manos, perfectamente dobladas y arregladas. Tenía una sonrisa de oreja a oreja y, cómo no, no llevaba pantalones.
- Yo te pago después, ¿te parece, Terry? -El hombre asintió con complicidad y una sonrisa pervertida-. En fin, ropa alada para el skypieano y un abrigo de recia doncella para la señorita. ¿Algo más?
Surya
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fuerza
Fortaleza
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Agilidad
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Tardó unos segundos en procesar lo que el notario acababa de decir. ¿No bastaba con el dinero? ¿Había que acostarse… con el notario? Sintió como se ponía algo colorado. ¿Era algo habitual? ¿Por qué nadie escogería esa carrera? Y más importante aún, ¿de verdad era necesario? Pagaría el doble si podía ahorrarse el trámite. No era la persona más experimentada del mundo y por cómo se comportaba el hombre parecía que la intimidad era más un lujo que un requisito. Miró a Alice con nerviosismo, baremando las opciones que tenían y decidiendo que no era capaz de lidiar con ninguna.
Y cuando creyó que no podía ser peor, el notario les hizo saber que no era él con quien deberían formalizar el trato, sino con el sastre. Él simplemente se estaba poniendo cómodo para ser pagado después. Surya notó como le caía una piedra en el estómago. Le estaba muy agradecido al sastre por haberles hecho la ropa que le habían pedido, pero no tan agradecido como para experimentar de esa manera. ¿Y si se reían de él? No tenía práctica suficiente como para tener habilidades con ningún valor monetario. ¡Apenas había tenido ninguna oportunidad, no era culpa suya! Tenía que disculparse, quizá lo entenderían. Tampoco creía que ellos fueran a querer…
Se paró en seco, recordando lo que los piratas les habían dicho cuando estaban de camino. Eso explicaba la extraña despedida que les había dedicado aquel hombre. Menuda confianza. Ciertamente, no le apenaba habérselo perdido.
El notario explicó por qué toda la isla aplicaba esa ley con tanta libertad y, tras pensarlo un momento, el ángel entendió que resultaba útil. Al fin y al cabo, era una forma de liberar un montón de adrenalina y energía que de otra manera acabaría… bueno, siendo un poco más violenta. Eso explicaba por qué estaba todo tan tranquilo en la isla. Y por qué sus marineros tenían tantas ganas de atracar. Desde luego, era más atractivo que las vejaciones que habían sufrido los pobres en Momoiro.
Volvió al presente, donde el sastre había acabado de entrar con las prendas de ambos en la mano. Miró a Alice, nervioso. A lo mejor a ella no le importaba, pero él no tenía ganas de ponerse en semejante ridículo. No, tenía que escapar. Por más que fuera ley, estaba seguro de que mientras dejara los berries no se molestarían. No demasiado, ¿no?
Se adelantó y cogió las ropas de ambos con una sonrisa. Le preguntó al hombre cuanto le debía y dejó el dinero necesario en el mostrador, tratando de ignorar que el sastre no llevaba pantalones.
-Lo… lo lamento, pero no éramos conscientes de la ley local cuando encargamos las ropas y… y me temo que no seremos capaces de cumplir con el… el intercambio. – Estaba completamente colorado, lo sabía. Le avergonzaba tener que decir que no después de que les hubieran hecho las ropas, pero la alternativa era definitivamente peor. Vio por el rabillo del ojo la cara de enfado del sastre, pero antes de que pudiera decir nada notó la mano del notario en el hombro.
-No te preocupes, hombre. Basta con que le eches una mano. Yo te guío, venga. Será rápido.
Tenía una voz muy amable, pero vio como se movía para intentar agarrarle la mano y actuó por impulso, apartándole de un manotazo y protegiendo las ropas contra su pecho. Empezó a retroceder hacia la puerta, mientras ambos hombres le miraban.
-Yo… yo… ¡lo siento!
Echó a correr. Abrió la puerta y echó a correr por la calle, asustado. ¿Y si le perseguían? Oh dios, esperaba que no le persiguieran.
Y cuando creyó que no podía ser peor, el notario les hizo saber que no era él con quien deberían formalizar el trato, sino con el sastre. Él simplemente se estaba poniendo cómodo para ser pagado después. Surya notó como le caía una piedra en el estómago. Le estaba muy agradecido al sastre por haberles hecho la ropa que le habían pedido, pero no tan agradecido como para experimentar de esa manera. ¿Y si se reían de él? No tenía práctica suficiente como para tener habilidades con ningún valor monetario. ¡Apenas había tenido ninguna oportunidad, no era culpa suya! Tenía que disculparse, quizá lo entenderían. Tampoco creía que ellos fueran a querer…
Se paró en seco, recordando lo que los piratas les habían dicho cuando estaban de camino. Eso explicaba la extraña despedida que les había dedicado aquel hombre. Menuda confianza. Ciertamente, no le apenaba habérselo perdido.
El notario explicó por qué toda la isla aplicaba esa ley con tanta libertad y, tras pensarlo un momento, el ángel entendió que resultaba útil. Al fin y al cabo, era una forma de liberar un montón de adrenalina y energía que de otra manera acabaría… bueno, siendo un poco más violenta. Eso explicaba por qué estaba todo tan tranquilo en la isla. Y por qué sus marineros tenían tantas ganas de atracar. Desde luego, era más atractivo que las vejaciones que habían sufrido los pobres en Momoiro.
Volvió al presente, donde el sastre había acabado de entrar con las prendas de ambos en la mano. Miró a Alice, nervioso. A lo mejor a ella no le importaba, pero él no tenía ganas de ponerse en semejante ridículo. No, tenía que escapar. Por más que fuera ley, estaba seguro de que mientras dejara los berries no se molestarían. No demasiado, ¿no?
Se adelantó y cogió las ropas de ambos con una sonrisa. Le preguntó al hombre cuanto le debía y dejó el dinero necesario en el mostrador, tratando de ignorar que el sastre no llevaba pantalones.
-Lo… lo lamento, pero no éramos conscientes de la ley local cuando encargamos las ropas y… y me temo que no seremos capaces de cumplir con el… el intercambio. – Estaba completamente colorado, lo sabía. Le avergonzaba tener que decir que no después de que les hubieran hecho las ropas, pero la alternativa era definitivamente peor. Vio por el rabillo del ojo la cara de enfado del sastre, pero antes de que pudiera decir nada notó la mano del notario en el hombro.
-No te preocupes, hombre. Basta con que le eches una mano. Yo te guío, venga. Será rápido.
Tenía una voz muy amable, pero vio como se movía para intentar agarrarle la mano y actuó por impulso, apartándole de un manotazo y protegiendo las ropas contra su pecho. Empezó a retroceder hacia la puerta, mientras ambos hombres le miraban.
-Yo… yo… ¡lo siento!
Echó a correr. Abrió la puerta y echó a correr por la calle, asustado. ¿Y si le perseguían? Oh dios, esperaba que no le persiguieran.
Todo pasó demasiado deprisa, tanto que no supiste cómo reaccionar. Antes de que te dieses cuenta, Surya había cogido sus cosas y huyó corriendo por la puerta. Casi te sorprendió que con los nervios no hubiese abierto las alas ahí dentro y se hubiese estampado contra los quicios sin querer, pero aun con esa escena en mente frunciste el ceño y maldijiste -en voz no muy baja- a siete generaciones de su familia mientras huía como una rata miserable.
- Ay, qué boca más sucia -dijo el sastre-. Con suerte esta es de las guarras.
Supiste que lo decía más para sí mismo que otra cosa, pero aun así no fuiste capaz de reprimir una mueca de asco. Diste un paso atrás con cierto disimulo, pero ellos ya habían fijado la vista en ti. Te miraban de arriba a abajo, y sabías que te estaban desnudando con los ojos mientras pensaban el orden en que iban a hacerlo con las manos. Por suerte, estaban tratando de mantener un cierto nivel de cortesía profesional.
- Entonces tú firmas por los dos, ¿verdad? -preguntó Terry el notario-. Tienes suerte, Mike es un excelente sellador de tratos y cuando se centra en uno es sumamente... Complaciente.
Diste un paso más hacia atrás cuando se miraron entre ellos con picardía. Al parecer esos dos tenían una relación más allá de lo profesional, o tal vez extremadamente profesional a raíz de su enfermiza relación extraprofesional. En cualquier caso, otro paso más y pisaste algo. Se trataba de una tela roja, una capa forrada y abrigada con capucha y una increíblemente suave -e impermeable, si sabías algo de telas- capa exterior. Poseía hilos de pan de oro en los extremos, y algunas florituras tanto internas como externas. Con curiosidad, casi olvidando que tendrías que sellar un trato con ese hombre, abriste y descubriste un interior forrado de lana merina en color chocolate, discreta y abrigada, con algunos bolsillos. Muchos bolsillos, más bien.
- Creo que me llevaré esto también -dijiste-. No creo que necesite ni siquiera arreglos.
- No, claro -dijo el sastre-. Talla infantil, es lo que tiene. Cuidado no te apriete el pecho. Por un poco más de dinero, podría...
- ¡No! -gritaste-. Voy a pagar por esto, por lo que cuesta, y vamos a terminar con esto cuanto antes. -No podías creer que fueras a hacer eso. Te desabrochaste el primer botón de la blusa y avanzaste un paso, con la capa entre los brazos-. Pero solo por saber... ¿Qué pasa si me niego?
- Seguimos siendo piratas -explicó el sastre.
- Bucaneros hasta la médula -confirmó el notario.
-Espera... ¿Sois piratas? ¿Los dos?
- Saqueamos, golpeamos, robamos botín -dijeron al unísono, sacando sus pistolas y apuntándote con ellas.
¡Claro, eso era! Tenías una solución. Llevabas suficiente tiempo viajando con piratas como para haber descubierto una cosa, y esos dos acababan de darte la clave a todo el problema. ¡Una solución!
- ¿Podemos hacerlo de forma... Especial? -tiraste la blusa al suelo y te acercaste al chaquetón. La verdad era que la perspectiva resultaba interesante-. Yo nunca me he sentido pirata. ¿Podríamos...? Ya sabéis. -Respiraste profundamente. No sabías si aquello iba a funcionar, y hasta las piernas te temblaban. Doblaste cuidadosamente la capa en silencio, y te giraste hacia ellos. Haciendo memoria comenzaste a pensar en Tom, imitando ritmo y entonación-: I feel offbeat today...
Apenas tardaron dos versos en unirse a la canción, y para el estribillo ya estaban abrazados y cantando al unísono con el ritmo que iba marcando tu voz. Ningún pirata, nunca, rechazaba la oportunidad de cantar. Y, en cuanto te dieron la espalda y sin dejar de cantar tú, te acercaste a la puerta y te largaste.
Al contrario que Surya tú no podías correr, o no de forma efectiva. Aun si hacías uso de tu habilidad sentirías tanto dolor que podría agotarte, así que me pediste que echara un cable y al instante estaban las alas de la libertad de Illje en tu cintura. Arpón a una pared de piedra, recogida de cable y extendiste las manos para que el enorme chaquetón negro desplegase dos alas de color arcoíris. No tardaste mucho en ver al ángel bajo tus pies.
- ¡Cobarde! -le gritaste-. ¡Traidor! ¡Me debes una blusa!
Por ahora, lo importante era llegar al barco y aterrizar sin incidentes.
- Ay, qué boca más sucia -dijo el sastre-. Con suerte esta es de las guarras.
Supiste que lo decía más para sí mismo que otra cosa, pero aun así no fuiste capaz de reprimir una mueca de asco. Diste un paso atrás con cierto disimulo, pero ellos ya habían fijado la vista en ti. Te miraban de arriba a abajo, y sabías que te estaban desnudando con los ojos mientras pensaban el orden en que iban a hacerlo con las manos. Por suerte, estaban tratando de mantener un cierto nivel de cortesía profesional.
- Entonces tú firmas por los dos, ¿verdad? -preguntó Terry el notario-. Tienes suerte, Mike es un excelente sellador de tratos y cuando se centra en uno es sumamente... Complaciente.
Diste un paso más hacia atrás cuando se miraron entre ellos con picardía. Al parecer esos dos tenían una relación más allá de lo profesional, o tal vez extremadamente profesional a raíz de su enfermiza relación extraprofesional. En cualquier caso, otro paso más y pisaste algo. Se trataba de una tela roja, una capa forrada y abrigada con capucha y una increíblemente suave -e impermeable, si sabías algo de telas- capa exterior. Poseía hilos de pan de oro en los extremos, y algunas florituras tanto internas como externas. Con curiosidad, casi olvidando que tendrías que sellar un trato con ese hombre, abriste y descubriste un interior forrado de lana merina en color chocolate, discreta y abrigada, con algunos bolsillos. Muchos bolsillos, más bien.
- Creo que me llevaré esto también -dijiste-. No creo que necesite ni siquiera arreglos.
- No, claro -dijo el sastre-. Talla infantil, es lo que tiene. Cuidado no te apriete el pecho. Por un poco más de dinero, podría...
- ¡No! -gritaste-. Voy a pagar por esto, por lo que cuesta, y vamos a terminar con esto cuanto antes. -No podías creer que fueras a hacer eso. Te desabrochaste el primer botón de la blusa y avanzaste un paso, con la capa entre los brazos-. Pero solo por saber... ¿Qué pasa si me niego?
- Seguimos siendo piratas -explicó el sastre.
- Bucaneros hasta la médula -confirmó el notario.
-Espera... ¿Sois piratas? ¿Los dos?
- Saqueamos, golpeamos, robamos botín -dijeron al unísono, sacando sus pistolas y apuntándote con ellas.
¡Claro, eso era! Tenías una solución. Llevabas suficiente tiempo viajando con piratas como para haber descubierto una cosa, y esos dos acababan de darte la clave a todo el problema. ¡Una solución!
- ¿Podemos hacerlo de forma... Especial? -tiraste la blusa al suelo y te acercaste al chaquetón. La verdad era que la perspectiva resultaba interesante-. Yo nunca me he sentido pirata. ¿Podríamos...? Ya sabéis. -Respiraste profundamente. No sabías si aquello iba a funcionar, y hasta las piernas te temblaban. Doblaste cuidadosamente la capa en silencio, y te giraste hacia ellos. Haciendo memoria comenzaste a pensar en Tom, imitando ritmo y entonación-: I feel offbeat today...
Apenas tardaron dos versos en unirse a la canción, y para el estribillo ya estaban abrazados y cantando al unísono con el ritmo que iba marcando tu voz. Ningún pirata, nunca, rechazaba la oportunidad de cantar. Y, en cuanto te dieron la espalda y sin dejar de cantar tú, te acercaste a la puerta y te largaste.
Al contrario que Surya tú no podías correr, o no de forma efectiva. Aun si hacías uso de tu habilidad sentirías tanto dolor que podría agotarte, así que me pediste que echara un cable y al instante estaban las alas de la libertad de Illje en tu cintura. Arpón a una pared de piedra, recogida de cable y extendiste las manos para que el enorme chaquetón negro desplegase dos alas de color arcoíris. No tardaste mucho en ver al ángel bajo tus pies.
- ¡Cobarde! -le gritaste-. ¡Traidor! ¡Me debes una blusa!
Por ahora, lo importante era llegar al barco y aterrizar sin incidentes.
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Sentía un pitido en los oídos mientras corría, pero no llegó muy lejos. ¿Qué acababa de hacer? Se paró en seco y miró atrás. Alice seguía dentro. Tenía que volver a por ella, no podía dejarla sola con aquellos dos hombres.
Empezó a correr de vuelta hacia la tienda, pero antes de que pudiera llegar un hombre se cruzó en su camino y del topetazo, ambos acabaron en el suelo.
-¡Mira por dónde vas, cabeza de chorlito!
Frotándose todavía la cabeza, Surya se incorporó y miró a su alrededor, buscando las prendas que hasta hace un momento llevaba en las manos. Demasiado tarde, el hombre acababa de agarrarlas. Era claramente un pirata, camisa blanca y pañuelo a la cabeza incluidos. Llevaba una larga espada curva enganchada al cinto y estaba ojeando su ropa con un silbido de admiración.
-Cuánta tela extra… ¿qué es lo que tienes a la espalda, bonito? ¿me las enseñas?
Surya negó con la cabeza, incómodo. Echó la mano para recuperar su ropa, pero el pirata se las quitó mientras sonreía.
-No tan rápido, cielo. El que las encuentra se las queda, aunque… estoy dispuesto a llegar a un trato.
Oh no. Otra vez no. Ahora sabía a qué se refería y de repente fue terriblemente consciente de las miradas que le estaba echando. Miró por encima del pirata hacia la calle en la que estaba la boutique. ¡No tenía tiempo para esto! Ojeó el arma del pirata. Si sacaba su propia espada, se enzarzarían en combate y no sabía cuánto le llevaría quitarse de encima al desconocido. Nervioso y todavía pensando en Alice, cerró los ojos y levantó la mano. Para cuando los abrió, un brillante rayo le rodeaba el brazo y el pirata le estaba mirando con la boca abierta.
-O-oye chico… tranquilo, ¿sí? Era una broma, aquí todo el mundo hace eso…
Ni siquiera le respondió. Agarró su ropa de vuelta y echó a correr, pasando de él. Sin embargo, no llegó hasta la boutique. Oyó a Alice y se paró en seco en mitad de la calle. Espera, ¿estaba volando? Alzó el vuelo, confuso, y en cuanto la localizó fue a su encuentro.
-¡Lo siento! Entré en pánico. Yo nunca he… no lo suficiente para... perdona. Déjame acompañarte al barco.
La miró, compungido. Estaba avergonzado por haber salido corriendo de esa manera. Ella tenía razón, había sido una cobardía inexcusable.
-Te compraré otra camisa, prometido. Pero… en la siguiente isla, ¿de acuerdo?
Sabía que había estado mal, pero ni loco iba a arriesgarse a ponerse en la misma situación una segunda vez. Los marineros podían volver cuando quisieran; el no pensaba volver a tocar la tierra de aquel lugar a no ser que fuera estrictamente necesario.
Empezó a correr de vuelta hacia la tienda, pero antes de que pudiera llegar un hombre se cruzó en su camino y del topetazo, ambos acabaron en el suelo.
-¡Mira por dónde vas, cabeza de chorlito!
Frotándose todavía la cabeza, Surya se incorporó y miró a su alrededor, buscando las prendas que hasta hace un momento llevaba en las manos. Demasiado tarde, el hombre acababa de agarrarlas. Era claramente un pirata, camisa blanca y pañuelo a la cabeza incluidos. Llevaba una larga espada curva enganchada al cinto y estaba ojeando su ropa con un silbido de admiración.
-Cuánta tela extra… ¿qué es lo que tienes a la espalda, bonito? ¿me las enseñas?
Surya negó con la cabeza, incómodo. Echó la mano para recuperar su ropa, pero el pirata se las quitó mientras sonreía.
-No tan rápido, cielo. El que las encuentra se las queda, aunque… estoy dispuesto a llegar a un trato.
Oh no. Otra vez no. Ahora sabía a qué se refería y de repente fue terriblemente consciente de las miradas que le estaba echando. Miró por encima del pirata hacia la calle en la que estaba la boutique. ¡No tenía tiempo para esto! Ojeó el arma del pirata. Si sacaba su propia espada, se enzarzarían en combate y no sabía cuánto le llevaría quitarse de encima al desconocido. Nervioso y todavía pensando en Alice, cerró los ojos y levantó la mano. Para cuando los abrió, un brillante rayo le rodeaba el brazo y el pirata le estaba mirando con la boca abierta.
-O-oye chico… tranquilo, ¿sí? Era una broma, aquí todo el mundo hace eso…
Ni siquiera le respondió. Agarró su ropa de vuelta y echó a correr, pasando de él. Sin embargo, no llegó hasta la boutique. Oyó a Alice y se paró en seco en mitad de la calle. Espera, ¿estaba volando? Alzó el vuelo, confuso, y en cuanto la localizó fue a su encuentro.
-¡Lo siento! Entré en pánico. Yo nunca he… no lo suficiente para... perdona. Déjame acompañarte al barco.
La miró, compungido. Estaba avergonzado por haber salido corriendo de esa manera. Ella tenía razón, había sido una cobardía inexcusable.
-Te compraré otra camisa, prometido. Pero… en la siguiente isla, ¿de acuerdo?
Sabía que había estado mal, pero ni loco iba a arriesgarse a ponerse en la misma situación una segunda vez. Los marineros podían volver cuando quisieran; el no pensaba volver a tocar la tierra de aquel lugar a no ser que fuera estrictamente necesario.
La sensación era extraña. Nunca habías despegado los pies del suelo -al menos conscientemente- y de pronto estabas planeando sobre los tejados de la pequeña ciudad a gran velocidad. El viento acariciaba tu cara y agitaba tu pecho hasta el punto de temer que la blusa no fuese lo único que pudieses perder aquel día. Sin embargo, frente al riesgo de quedar desnuda en una isla llena de piratas sátiros, la libertad de las nuevas alas resultaba tan refrescante que casi te dabas el lujo de gritar de emoción. Incluso tras la disculpa de Surya tu enfado pareció disiparse para dejar paso a una sonrisa traviesa.
- Oh, no sabía que fueses... ¡En fin, no importa!
Te inclinaste hacia delante ligeramente, ganando velocidad. Cuando aceleraste lo suficiente volviste a ascender, un poco más que antes, hasta que los edificios se volvieron pequeños bajo tus pies. El aire estaba cada vez más frío, era normal, pero todo se veía tan bonito desde el cielo...
Claro que no todo era tan genial. Desde allí había un montón de cosas que no veías, corrientes que no sabías manejar y toda una plétora de circunstancias de las que, atada a tu existencia terrestre, jamás habías podido experimentar. Volar podía resultar fácil, pero controlar el vuelo ya era otra historia. Si bien acelerar, bajar y subir parecía bastante intuitivo -un picado agresivo y un ascenso suave-, virar y mantener la dirección resultaban tareas mucho más complicadas de lo que a primera vista podía parecer. Sin embargo, estabas volando. ¡Estabas volando!
- ¡Ahí está el barco! -gritaste-. ¡Rápido, ¿cómo se frena esto?!
No tenías tiempo de esperar una respuesta. Los pájaros lo hacían de una forma que, en realidad, tenía bastante sentido. Comenzaste a aletear inútilmente antes de percatarte de que tu diseño no era tan perfecto como un ala funcional. La velocidad no descendía, así que trataste de pensar rápido: Intentaste erguirte en el aire, haciendo que este pasase más difícilmente bajo las capas de la chaqueta y poco a poco te hiciera perder velocidad. No la suficiente, claro, y tuviste que dar un par de vueltas alrededor del barco mientras peleabas por no ascender sin querer. De hecho, al final te rendiste y enganchaste un riel al mástil del barco. Las alas te hicieron de freno, por lo que de casualidad no te mataste. Aun así, tirada en el suelo de cubierta, empezaste a reír como una desquiciada.
- ¡Joder, Surya, ha sido impresionante!
- Oh, no sabía que fueses... ¡En fin, no importa!
Te inclinaste hacia delante ligeramente, ganando velocidad. Cuando aceleraste lo suficiente volviste a ascender, un poco más que antes, hasta que los edificios se volvieron pequeños bajo tus pies. El aire estaba cada vez más frío, era normal, pero todo se veía tan bonito desde el cielo...
Claro que no todo era tan genial. Desde allí había un montón de cosas que no veías, corrientes que no sabías manejar y toda una plétora de circunstancias de las que, atada a tu existencia terrestre, jamás habías podido experimentar. Volar podía resultar fácil, pero controlar el vuelo ya era otra historia. Si bien acelerar, bajar y subir parecía bastante intuitivo -un picado agresivo y un ascenso suave-, virar y mantener la dirección resultaban tareas mucho más complicadas de lo que a primera vista podía parecer. Sin embargo, estabas volando. ¡Estabas volando!
- ¡Ahí está el barco! -gritaste-. ¡Rápido, ¿cómo se frena esto?!
No tenías tiempo de esperar una respuesta. Los pájaros lo hacían de una forma que, en realidad, tenía bastante sentido. Comenzaste a aletear inútilmente antes de percatarte de que tu diseño no era tan perfecto como un ala funcional. La velocidad no descendía, así que trataste de pensar rápido: Intentaste erguirte en el aire, haciendo que este pasase más difícilmente bajo las capas de la chaqueta y poco a poco te hiciera perder velocidad. No la suficiente, claro, y tuviste que dar un par de vueltas alrededor del barco mientras peleabas por no ascender sin querer. De hecho, al final te rendiste y enganchaste un riel al mástil del barco. Las alas te hicieron de freno, por lo que de casualidad no te mataste. Aun así, tirada en el suelo de cubierta, empezaste a reír como una desquiciada.
- ¡Joder, Surya, ha sido impresionante!
Surya
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Todavía algo colorado, Surya musitó en tono de reproche:
-Tampoco es que sea… no realmente. En fin.
Desistió en seguida de explicarse. Al fin y al cabo, lo que importaba ahora era que se habían logrado librar de los piratas y que tenían sus ropas nuevas. ¡Alice estaba volando junto a él! No pudo evitar mirarla y juzgar un poco su forma a la hora de dejarse llevar por la corriente, pero no era para menos; acababa de empezar. Él mismo había tenido dificultades para aprender, simplemente porque sus alas no eran precisamente comunes. Había tenido que ingeniárselas para aprender a manejarlas por su cuenta, porque los consejos que su familia y amigos le daban, simplemente, no se aplicaban. Una cosa era revolotear o planear como hacían ellos y otra era alzarse y hacerse uno con el viento.
De hecho, debía decir que estaba bastante impresionado con la maestría del sastre. Le habría gustado que no fuera un pervertido, porque entonces podría decírselo a la cara, pero no iba a arriesgarse a volver y mucho menos para darle un halago. Capaz no volvía a salir por esa puerta, no entero al menos.
Siguió a Alice arriba, abajo, todos los caminos que quiso probar los recorrió con ella. Intentó aconsejarla, pero no podía acercarse mucho por miedo a desestabilizarla. No podía corregir su postura como le habría gustado, pero lo cierto es que tampoco parecía necesitarlo. Puede que fuera un poco tembloroso y algo escorada hacia la izquierda, pero se estaba manteniendo en el aire e incluso había sido capaz de atrapar alguna que otra corriente. No estaba nada mal para ser el primer día y pronto el ángel se encontró sonriendo con orgullo y alegría. ¡Tenía una compañera de vuelo!
-Rápido, pies hacia delante. Alza los brazos y ve con cuidado.
Estaban llegando al barco. Surya le demostró cómo aterrizar y se quedó mirando a ver como lo hacía Alice, preguntándose si no debería volver a subir con ella. Dio un par de vueltas extra y tuvo que usar una especie de… ¿cable? ¿eso era parte del abrigo? Pero al final, logró aterrizar. Surya se apresuró a ir a su lado al verla tirada en la cubierta, pero al menos a simple vista, parecía estar entera. Que se estuviera riendo no sabía si le tranquilizaba o le preocupaba. Al final optó por reír con ella y ayudarle a incorporarse.
-Sí, sí que lo ha sido. Volar es increíble. Oh, ¡oh! Un día tenemos que atravesar nubes juntos. Y volar al atardecer. Y al amanecer. ¡Son los mejores momentos! Te va a encantar.
En seguida se perdió en las posibilidades. Por fin podía compartir la experiencia con alguien y había tantas cosas que quería enseñarle que prácticamente estaba vibrando en el sitio de la emoción. De repente, se acordó de sus propias ropas y comprobó que estuvieran de una pieza. Sorprendentemente, aunque un tanto arrugadas, habían resistido bien toda la carrera. Agarró la sudadera y se la colocó. Le llevó un poco entender cómo colocarla alrededor de sus alas, y en cuanto lo hizo aleteó un par de veces para comprobar cómo de cómodo era. Sonrió y dio una vuelta frente a Alice.
-¿Qué te parece? Lo cierto es que va a ser tremendamente útil. Qué rabia me da no poder… - un saludo le interrumpió. Uno de los marineros estaba de vuelta, con una sonrisa gigante en la cara. Surya se agachó y le susurró a Alice, a medio camino entre la vergüenza y la curiosidad.- ¿Tú crees que si le pido a Kirk que vaya a agradecérselo al sastre de mi parte… ? Ya sabes…
Al fin y al cabo a juzgar por la sonrisa que llevaba en la cara, empezaba a pensar que incluso agradecería una excusa para permanecer un poco más en la isla.
-Tampoco es que sea… no realmente. En fin.
Desistió en seguida de explicarse. Al fin y al cabo, lo que importaba ahora era que se habían logrado librar de los piratas y que tenían sus ropas nuevas. ¡Alice estaba volando junto a él! No pudo evitar mirarla y juzgar un poco su forma a la hora de dejarse llevar por la corriente, pero no era para menos; acababa de empezar. Él mismo había tenido dificultades para aprender, simplemente porque sus alas no eran precisamente comunes. Había tenido que ingeniárselas para aprender a manejarlas por su cuenta, porque los consejos que su familia y amigos le daban, simplemente, no se aplicaban. Una cosa era revolotear o planear como hacían ellos y otra era alzarse y hacerse uno con el viento.
De hecho, debía decir que estaba bastante impresionado con la maestría del sastre. Le habría gustado que no fuera un pervertido, porque entonces podría decírselo a la cara, pero no iba a arriesgarse a volver y mucho menos para darle un halago. Capaz no volvía a salir por esa puerta, no entero al menos.
Siguió a Alice arriba, abajo, todos los caminos que quiso probar los recorrió con ella. Intentó aconsejarla, pero no podía acercarse mucho por miedo a desestabilizarla. No podía corregir su postura como le habría gustado, pero lo cierto es que tampoco parecía necesitarlo. Puede que fuera un poco tembloroso y algo escorada hacia la izquierda, pero se estaba manteniendo en el aire e incluso había sido capaz de atrapar alguna que otra corriente. No estaba nada mal para ser el primer día y pronto el ángel se encontró sonriendo con orgullo y alegría. ¡Tenía una compañera de vuelo!
-Rápido, pies hacia delante. Alza los brazos y ve con cuidado.
Estaban llegando al barco. Surya le demostró cómo aterrizar y se quedó mirando a ver como lo hacía Alice, preguntándose si no debería volver a subir con ella. Dio un par de vueltas extra y tuvo que usar una especie de… ¿cable? ¿eso era parte del abrigo? Pero al final, logró aterrizar. Surya se apresuró a ir a su lado al verla tirada en la cubierta, pero al menos a simple vista, parecía estar entera. Que se estuviera riendo no sabía si le tranquilizaba o le preocupaba. Al final optó por reír con ella y ayudarle a incorporarse.
-Sí, sí que lo ha sido. Volar es increíble. Oh, ¡oh! Un día tenemos que atravesar nubes juntos. Y volar al atardecer. Y al amanecer. ¡Son los mejores momentos! Te va a encantar.
En seguida se perdió en las posibilidades. Por fin podía compartir la experiencia con alguien y había tantas cosas que quería enseñarle que prácticamente estaba vibrando en el sitio de la emoción. De repente, se acordó de sus propias ropas y comprobó que estuvieran de una pieza. Sorprendentemente, aunque un tanto arrugadas, habían resistido bien toda la carrera. Agarró la sudadera y se la colocó. Le llevó un poco entender cómo colocarla alrededor de sus alas, y en cuanto lo hizo aleteó un par de veces para comprobar cómo de cómodo era. Sonrió y dio una vuelta frente a Alice.
-¿Qué te parece? Lo cierto es que va a ser tremendamente útil. Qué rabia me da no poder… - un saludo le interrumpió. Uno de los marineros estaba de vuelta, con una sonrisa gigante en la cara. Surya se agachó y le susurró a Alice, a medio camino entre la vergüenza y la curiosidad.- ¿Tú crees que si le pido a Kirk que vaya a agradecérselo al sastre de mi parte… ? Ya sabes…
Al fin y al cabo a juzgar por la sonrisa que llevaba en la cara, empezaba a pensar que incluso agradecería una excusa para permanecer un poco más en la isla.
Permaneciste no poco rato tirada sobre la madera, terminando de racionalizar todo lo que había pasado. Padre siempre te había comparado con un pajarito de alas rotas, pero de pronto habías volado. No solo eso, sino que tres personas diferentes... Era una asquerosidad, claro, pero se les había visto muy interesadas. Era mejor verlo como un halago desafortunado ya desde lejos, sin perderte en las calles llenas de vicio de Little Paradise. Preferías entender que simplemente esa cultura no era apropiada para ti, ni en general para nadie que no tuviese que sentarse en un cajón de hielo para aliviar su ardor genital.
- Quiero volar a cualquier hora -le respondiste-. Quiero ver el mar bajo mis pies, y dejarlo atrás...
Cerraste los ojos, extasiada. La adrenalina circulaba por tus venas, quemándote desde dentro. A momentos casi dolía, pero el latido incesante de tu corazón se sentía lleno de placidez. No fue hasta que las siguientes palabras de Surya fueron interrumpidas por la aparición de Kirk que volviste en ti. Estabas medio desnuda, riéndote por momentos con los ojos cerrados y tirada en el suelo. Sin embargo, fue instintivo cubrir tu pecho con las manos, extendiendo el abrigo con ellas. Su simple mirada te hacía sentir sucia.
La propuesta del ángel te descolocó. ¿De verdad estaba proponiéndote enviar a un hombre a pagar con sexo por vuestra ropa? Lo miraste con incredulidad mientras te levantabas. ¿Ese era el ejemplo de virtud que debía llevarte por el buen camino? Frunciste el ceño, cayendo en que tal vez no era tan angelical como decía; el Maligno adoptaba las formas más hermosas para atraer a sus víctimas a la oscuridad. Y, claro, si existían los ángeles, ¿por qué no iban a existir también los demonios?
No, no tenía sentido. Había algo que, de una forma u otra, te estabas perdiendo. No terminabas de hacerte a la idea de qué, pero era importante. ¡Claro! Todo tenía sentido si añadías una única cosa a aquello:
- Surya, sé que soy tu primera protegida -lo tranquilizaste-. Tal vez no estés hecho a las costumbres humanas y estés tratando de hacerlo lo mejor posible, pero no podemos hacer que un hombre pague por nuestros pecados.
- ¡Si es follar me apunto!
- ¡Cállate Kirk! -le ordenaste, clavando una mirada más afilada que tus cuchillos en sus ojos-. El caso, Shuri, es que si hemos pagado por esto sin tener sexo ahora debemos asumir nuestros actos, hacer análisis de conciencia y rezar para que a Pawtacket le llegue con el dinero.
- Pawtacket, sexo -dijo Kirk-. Entendido.
Trataste de ordenarle que se quedara, pero cuando trataste de gritar ya se había disipado en una nube de polvo. El hombre, vago hasta la médula, parecía haber estado reservando energías para ese momento... Maldito sea.
- Estoy por dejarlo en tierra -confesaste, mirando por la borda.
Esperabas que Bill no hubiese comprado nada o le iba a caer una buena.
- Quiero volar a cualquier hora -le respondiste-. Quiero ver el mar bajo mis pies, y dejarlo atrás...
Cerraste los ojos, extasiada. La adrenalina circulaba por tus venas, quemándote desde dentro. A momentos casi dolía, pero el latido incesante de tu corazón se sentía lleno de placidez. No fue hasta que las siguientes palabras de Surya fueron interrumpidas por la aparición de Kirk que volviste en ti. Estabas medio desnuda, riéndote por momentos con los ojos cerrados y tirada en el suelo. Sin embargo, fue instintivo cubrir tu pecho con las manos, extendiendo el abrigo con ellas. Su simple mirada te hacía sentir sucia.
La propuesta del ángel te descolocó. ¿De verdad estaba proponiéndote enviar a un hombre a pagar con sexo por vuestra ropa? Lo miraste con incredulidad mientras te levantabas. ¿Ese era el ejemplo de virtud que debía llevarte por el buen camino? Frunciste el ceño, cayendo en que tal vez no era tan angelical como decía; el Maligno adoptaba las formas más hermosas para atraer a sus víctimas a la oscuridad. Y, claro, si existían los ángeles, ¿por qué no iban a existir también los demonios?
No, no tenía sentido. Había algo que, de una forma u otra, te estabas perdiendo. No terminabas de hacerte a la idea de qué, pero era importante. ¡Claro! Todo tenía sentido si añadías una única cosa a aquello:
- Surya, sé que soy tu primera protegida -lo tranquilizaste-. Tal vez no estés hecho a las costumbres humanas y estés tratando de hacerlo lo mejor posible, pero no podemos hacer que un hombre pague por nuestros pecados.
- ¡Si es follar me apunto!
- ¡Cállate Kirk! -le ordenaste, clavando una mirada más afilada que tus cuchillos en sus ojos-. El caso, Shuri, es que si hemos pagado por esto sin tener sexo ahora debemos asumir nuestros actos, hacer análisis de conciencia y rezar para que a Pawtacket le llegue con el dinero.
- Pawtacket, sexo -dijo Kirk-. Entendido.
Trataste de ordenarle que se quedara, pero cuando trataste de gritar ya se había disipado en una nube de polvo. El hombre, vago hasta la médula, parecía haber estado reservando energías para ese momento... Maldito sea.
- Estoy por dejarlo en tierra -confesaste, mirando por la borda.
Esperabas que Bill no hubiese comprado nada o le iba a caer una buena.
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