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Illje Landvik
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Akuma no mi
Varios
Illje volvió a reírse entre dientes. No iba a contestar a eso último. Había muchas otras cosas que Alice podría haber hecho, como por ejemplo ir a buscar otra ropa. Al fin y al cabo estaban en su barco. Al que ella le había invitado. Para meterla en la bañera.
Meneó la cabeza. De todo eso Alice ya era consciente, estaba segura. Y ella también. Por algo no podía quitárselo de la cabeza. Cada vez que lo pensaba sonreía y aunque ya había pasado un buen rato desde que ambas habían vuelto a vestirse, todavía le duraba la alegría. No era algo que hubiera imaginado que fuera a pasar, pero quizá precisamente por eso le había pillado por sorpresa y lo había hecho todavía más especial. Alice entera era especial, y tremendamente dulce. Illje no podía estar más complacida.
-No sé qué decirte.- comentó, encogiéndose de hombros.- Parece la clase de nombre que le daría alguien que no entiende el fenómeno. Desde luego parece magia, pero imagino que en algún momento alguien será capaz de explicarlo.
No contaba con vivir para entenderlo, desde luego. Sabía cuando una investigación le quedaba grande y desde luego este era el caso. Por otro lado, después de tantas horas pasadas en el laboratorio, una parte de ella se negaba a pensar que hubiera algo que realmente no tuviera una explicación lógica. Hasta cierto punto, al menos. Illje no era alguien que creyera en Dios y desde luego no iba a empezar a creer en los demonios, plural aún encima, solo por haber experimentado algo que no entendía del todo.
-De todas formas no te voy a mentir, el sabor de ese arándano era realmente horrible. Me alegro de que la oscuridad no tenga papilas gustativas, bastante hemos sufrido nosotras.
Le dedicó una pequeña sonrisa antes de ir a por la fruta. Le llamó my lady por ser pomposa y hacer una broma, pero no tuvo el efecto que esperaba. No tardó en levantarse y seguirla, temiendo haber metido la pata.
-Descuida.- se apresuró a decir.- No lo haré más.
No lo entendía, pero no hizo falta que preguntara. Alice se apresuró a explicárselo, o al menos a decirle a grandes rasgos por qué no le gustaba. Para la conejita era suficiente. Dejó que conjurara la masa de oscuridad, pero antes de hacerle caso le dio un breve pero sentido abrazo. No sabía quién le había hecho daño y aunque era consciente de que no era culpa suya, no le gustaba habérselo recordado.
Agarró la fruta y volvió a sonreír, girándose para encarar a la oscuridad. Ah, en fin. Qué mejor manera de pasar página que con una gigantesca distracción.
-Vamos allá.
Se preparó de forma un tanto payasa, como si fuera a lanzar una pelota de beisbol. Apuntó bien, tomó aire y… lanzó. La fruta desapareció en la oscuridad, tragada sin hacer ningún sonido.
-Ah. Vaya. Eso ha sido… decepcionante. ¿Nos habremos equivocado?
Y entonces, la oscuridad relinchó.
Meneó la cabeza. De todo eso Alice ya era consciente, estaba segura. Y ella también. Por algo no podía quitárselo de la cabeza. Cada vez que lo pensaba sonreía y aunque ya había pasado un buen rato desde que ambas habían vuelto a vestirse, todavía le duraba la alegría. No era algo que hubiera imaginado que fuera a pasar, pero quizá precisamente por eso le había pillado por sorpresa y lo había hecho todavía más especial. Alice entera era especial, y tremendamente dulce. Illje no podía estar más complacida.
-No sé qué decirte.- comentó, encogiéndose de hombros.- Parece la clase de nombre que le daría alguien que no entiende el fenómeno. Desde luego parece magia, pero imagino que en algún momento alguien será capaz de explicarlo.
No contaba con vivir para entenderlo, desde luego. Sabía cuando una investigación le quedaba grande y desde luego este era el caso. Por otro lado, después de tantas horas pasadas en el laboratorio, una parte de ella se negaba a pensar que hubiera algo que realmente no tuviera una explicación lógica. Hasta cierto punto, al menos. Illje no era alguien que creyera en Dios y desde luego no iba a empezar a creer en los demonios, plural aún encima, solo por haber experimentado algo que no entendía del todo.
-De todas formas no te voy a mentir, el sabor de ese arándano era realmente horrible. Me alegro de que la oscuridad no tenga papilas gustativas, bastante hemos sufrido nosotras.
Le dedicó una pequeña sonrisa antes de ir a por la fruta. Le llamó my lady por ser pomposa y hacer una broma, pero no tuvo el efecto que esperaba. No tardó en levantarse y seguirla, temiendo haber metido la pata.
-Descuida.- se apresuró a decir.- No lo haré más.
No lo entendía, pero no hizo falta que preguntara. Alice se apresuró a explicárselo, o al menos a decirle a grandes rasgos por qué no le gustaba. Para la conejita era suficiente. Dejó que conjurara la masa de oscuridad, pero antes de hacerle caso le dio un breve pero sentido abrazo. No sabía quién le había hecho daño y aunque era consciente de que no era culpa suya, no le gustaba habérselo recordado.
Agarró la fruta y volvió a sonreír, girándose para encarar a la oscuridad. Ah, en fin. Qué mejor manera de pasar página que con una gigantesca distracción.
-Vamos allá.
Se preparó de forma un tanto payasa, como si fuera a lanzar una pelota de beisbol. Apuntó bien, tomó aire y… lanzó. La fruta desapareció en la oscuridad, tragada sin hacer ningún sonido.
-Ah. Vaya. Eso ha sido… decepcionante. ¿Nos habremos equivocado?
Y entonces, la oscuridad relinchó.
Era cierto. Tarde o temprano alguien descubriría la verdad acerca de las frutas del diablo, pero por el momento habían resultado algo alrededor de lo que hacer ciencia, pero ajeno a esta. Era una investigación que seguramente morirías sin realizar, en parte porque dudabas ser capaz de descubrirlo y, sobre todo, porque no te importaba lo suficiente. Era cierto que se trataba de objetos que vulneraban flagrantemente las leyes de la lógica, pero precisamente por esa cualidad tratabas de mantener su idea de una epistemolgía científica. Podían ser fruto de la ciencia, claro que sí, pero si lo eran... ¿Acaso crear más sería ético? Casi parecía una disyuntiva más filosófica que utilitaria. Y eras, ante todo, pragmática.
Illje era demasiado amable contigo. Demasiado dulce, demasiado tierna. Ni un sobresalto frente a tu exabrupto, tan solo una disculpa breve y el silencio hasta que tú decidiste que le debías una explicación. Ninguna exigencia, tan solo esa extraña comprensión entre dos personas que nunca se habían contado nada ni lo necesitaban, porque os entendíais sin hablar. Una mirada, un gesto, o un simple respingo inquieto parecía ser bastante para que os leyeseis mutuamente. ¿Cómo podía haber traído la casualidad a alguien con tanta importancia a tu vida? Casi te angustiaba pensarlo; lo que con el viento llegaba con la lluvia se iba.
- Adelanta el pecho -le dijiste-. Curva la espalda hacia atrás, colita hacia el cielo. -Sabías lo que estaba haciendo, ¿qué menos que unirte a la payasada?-. Un paso hacia adelante, pero apóyate solo con los dedos. Que toda la inercia recaiga sobre un solo punto, y bolea la fruta; giro completo con el brazo, fuerte. Ahí está, déjate llevar por el movimiento: Fluye... ¡Y Strike!
Alzaste ambos brazos en celebración, con una sonrisa emocionada casi más por el numerito que porque todo estuviese en marcha. No obstante, podías sentirlo. No habías encontrado muchos datos al respecto, pero aun si errabas podías ajustar los cálculos y volver a probar una y otra vez hasta quedarte sin granadas. Pero tu idea era sencilla, con la brillantez inherente a su sutileza. La oscuridad lo absorbía todo, consumiendo hasta el último rastro que se cruzaba en su camino. Salvo aquello.
Illje no podía verlo, claro, pero tú notabas cómo una masa de oscuridad en los adentros más profundos de la esfera habían rodeado la fruta. Como si de una fecundación se tratase, esta se deshizo en cientos de pedazos mientras se fundía con las sombras, y una pequeña bola tomó forma ahí dentro. Sonreíste ilusionada notando cada movimiento, atenta al primer latido de la criatura, acariciando la matriz negra con atención obsesiva mientras el ánimo de Illje se iba apagando.
Entonces, la oscuridad relinchó.
- En absoluto -dijiste. Puede que también te dieses el lujo de dejarle un beso en la mejilla-. No podría haber salido mejor.
No tenías claro a qué te referías cuando decías eso, pero el caballo que salió de las sombras os interrumpió. Era perfectamente negro, humeante, y... Pequeño. Claro, la oscuridad apenas tenía unos segundos, y el animal acababa de nacer. Correteaba con decisión, torpemente, en medio del claro, mirando a todas partes antes de darse cuenta de que estabais ahí... Y bufar.
- Parece que no iba a ser tan fácil, ¿no? -te quejaste-. Espero que sepas domar caballos.
Tú tenías ciertas nociones, pero dudabas que un animal de sombras comiese manzanas. Aunque...
- Illje, ¿podrías hacer una bolita de seda? Como esto. -Generaste una muy pequeña esfera de oscuridad en tu mano y, acuclillándote, llamaste al caballo-. ¡Ven, bonito! ¿Quieres comer un poco?
Extendiste la mano, enseñándole la manzana más negra que habías visto nunca.
Illje era demasiado amable contigo. Demasiado dulce, demasiado tierna. Ni un sobresalto frente a tu exabrupto, tan solo una disculpa breve y el silencio hasta que tú decidiste que le debías una explicación. Ninguna exigencia, tan solo esa extraña comprensión entre dos personas que nunca se habían contado nada ni lo necesitaban, porque os entendíais sin hablar. Una mirada, un gesto, o un simple respingo inquieto parecía ser bastante para que os leyeseis mutuamente. ¿Cómo podía haber traído la casualidad a alguien con tanta importancia a tu vida? Casi te angustiaba pensarlo; lo que con el viento llegaba con la lluvia se iba.
- Adelanta el pecho -le dijiste-. Curva la espalda hacia atrás, colita hacia el cielo. -Sabías lo que estaba haciendo, ¿qué menos que unirte a la payasada?-. Un paso hacia adelante, pero apóyate solo con los dedos. Que toda la inercia recaiga sobre un solo punto, y bolea la fruta; giro completo con el brazo, fuerte. Ahí está, déjate llevar por el movimiento: Fluye... ¡Y Strike!
Alzaste ambos brazos en celebración, con una sonrisa emocionada casi más por el numerito que porque todo estuviese en marcha. No obstante, podías sentirlo. No habías encontrado muchos datos al respecto, pero aun si errabas podías ajustar los cálculos y volver a probar una y otra vez hasta quedarte sin granadas. Pero tu idea era sencilla, con la brillantez inherente a su sutileza. La oscuridad lo absorbía todo, consumiendo hasta el último rastro que se cruzaba en su camino. Salvo aquello.
Illje no podía verlo, claro, pero tú notabas cómo una masa de oscuridad en los adentros más profundos de la esfera habían rodeado la fruta. Como si de una fecundación se tratase, esta se deshizo en cientos de pedazos mientras se fundía con las sombras, y una pequeña bola tomó forma ahí dentro. Sonreíste ilusionada notando cada movimiento, atenta al primer latido de la criatura, acariciando la matriz negra con atención obsesiva mientras el ánimo de Illje se iba apagando.
Entonces, la oscuridad relinchó.
- En absoluto -dijiste. Puede que también te dieses el lujo de dejarle un beso en la mejilla-. No podría haber salido mejor.
No tenías claro a qué te referías cuando decías eso, pero el caballo que salió de las sombras os interrumpió. Era perfectamente negro, humeante, y... Pequeño. Claro, la oscuridad apenas tenía unos segundos, y el animal acababa de nacer. Correteaba con decisión, torpemente, en medio del claro, mirando a todas partes antes de darse cuenta de que estabais ahí... Y bufar.
- Parece que no iba a ser tan fácil, ¿no? -te quejaste-. Espero que sepas domar caballos.
Tú tenías ciertas nociones, pero dudabas que un animal de sombras comiese manzanas. Aunque...
- Illje, ¿podrías hacer una bolita de seda? Como esto. -Generaste una muy pequeña esfera de oscuridad en tu mano y, acuclillándote, llamaste al caballo-. ¡Ven, bonito! ¿Quieres comer un poco?
Extendiste la mano, enseñándole la manzana más negra que habías visto nunca.
Illje Landvik
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Se encontró mirando a la oscuridad con más fijeza de la que nunca lo había hecho. Por otro lado, ahora que la contemplaba, no creía haber tenido la oportunidad. La oscuridad de la noche estaba siempre manchada por el brillo de las estrellas o las luces de la ciudad en la que s encontrara. En el mar, las olas y los diferentes reflejos del agua la hacían parecer tinta e incluso la negrura de la entrada de una cueva o una habitación sin luz en la noche no eran tan oscuras como lo que estaba contemplando. Era casi atrayente y aunque sabía que era muy mala idea seguir el camino de la fruta, se encontró a sí misma preguntándose cómo se sentiría. Tendría que preguntárselo a Alice, pero antes de que dijera nada ella estaba a su lado.
El relincho la sobresaltó mientras Alice le daba la enhorabuena. Lo habían conseguido, entonces. Sonrió al recibir el rápido beso en su mejilla y, de repente, el caballo las separó.
Lo siguió, mirándolo extasiada y con la boca abierta. Era un caballo de sombras. De oscuridad. Un potrillo, más bien, pero un caballo al fin y al cabo. Pequeñito pero furioso, había aprendido a galopar en cuestión de segundos y estaba explorando el mundo por primera vez. Se volvió a mirar la oscuridad de la que había salido, pero ya no estaba ahí. El animal la había reclamado para sí, o más bien la granada lo había hecho. Por un instante bastante estúpido, se preguntó si sabría a la fruta que lo había engendrado. Era consciente de todo lo que había dicho acerca de la ciencia y de cómo un día fenómenos como estos serían adecuadamente estudiados y explicados, pero nada podría haberla preparado para verlo.
-Es precioso. ¿Cómo vas a llamarlo?
Al fin y al cabo, pertenecía a Alice. Era parte de ella, en realidad, por lo menos si había entendido bien. El animal por su lado no parecía recordarlo, porque en cuanto fue consciente de que estaban ahí les bufó con decisión. Se apartó un poco de Alice intentando atraer la atención del caballo, no fuera a ser que decidiera embestirla.
-En realidad… solo he montado osos polares. Y al Nepo, claro.
Parpadeó para contener las lágrimas. No era el momento de pensar en su niño, ya le encontrarían. Estaba decidida. Ahora tenía que centrarse en el potrillo que tenía delante. Imitó a Alice y en su mano se formó capa a capa una delicada manzana hecha de tela de seda blanca. Rellena con hilo de seda, era suave y daba el pego. En realidad no estaba segura de que fuera la dieta adecuada, pero poco importó cuando el animal echó a correr hacia ellas. Y cuando se estaba acercando, Illje hizo lo único que sabía hacer.
Se montó en él.
Cuando estaba llegando generó un par de hilos que le rodearon el cuello. Tiró y saltó, arrastrada por la carrera del animal. Hizo aparecer una tela entre ella y su lomo y se sentó. Era vagamente consciente de que la oscuridad no era sólida, o por lo menos no debería serlo y la idea de tocarla a mano descubierta le asustaba. El animal volvió a relinchar y echó a correr, llevándose a la conejita a dar un paseo por el jardín. Esquivaba los granados cada vez con más agilidad y tras un par de segundos de forcejeo Illje fue capaz de hacer que diera la vuelta para volver con Alice. O al menos eso creía; esperaba que no hubiera sido capricho del animal.
A la primera oportunidad, se dejó caer al suelo junto a ella y se quedó tumbada en la hierba, riendo y bufando.
-Bueno, una cosa es segura Alice. Tu nueva mascota sabe correr.
El relincho la sobresaltó mientras Alice le daba la enhorabuena. Lo habían conseguido, entonces. Sonrió al recibir el rápido beso en su mejilla y, de repente, el caballo las separó.
Lo siguió, mirándolo extasiada y con la boca abierta. Era un caballo de sombras. De oscuridad. Un potrillo, más bien, pero un caballo al fin y al cabo. Pequeñito pero furioso, había aprendido a galopar en cuestión de segundos y estaba explorando el mundo por primera vez. Se volvió a mirar la oscuridad de la que había salido, pero ya no estaba ahí. El animal la había reclamado para sí, o más bien la granada lo había hecho. Por un instante bastante estúpido, se preguntó si sabría a la fruta que lo había engendrado. Era consciente de todo lo que había dicho acerca de la ciencia y de cómo un día fenómenos como estos serían adecuadamente estudiados y explicados, pero nada podría haberla preparado para verlo.
-Es precioso. ¿Cómo vas a llamarlo?
Al fin y al cabo, pertenecía a Alice. Era parte de ella, en realidad, por lo menos si había entendido bien. El animal por su lado no parecía recordarlo, porque en cuanto fue consciente de que estaban ahí les bufó con decisión. Se apartó un poco de Alice intentando atraer la atención del caballo, no fuera a ser que decidiera embestirla.
-En realidad… solo he montado osos polares. Y al Nepo, claro.
Parpadeó para contener las lágrimas. No era el momento de pensar en su niño, ya le encontrarían. Estaba decidida. Ahora tenía que centrarse en el potrillo que tenía delante. Imitó a Alice y en su mano se formó capa a capa una delicada manzana hecha de tela de seda blanca. Rellena con hilo de seda, era suave y daba el pego. En realidad no estaba segura de que fuera la dieta adecuada, pero poco importó cuando el animal echó a correr hacia ellas. Y cuando se estaba acercando, Illje hizo lo único que sabía hacer.
Se montó en él.
Cuando estaba llegando generó un par de hilos que le rodearon el cuello. Tiró y saltó, arrastrada por la carrera del animal. Hizo aparecer una tela entre ella y su lomo y se sentó. Era vagamente consciente de que la oscuridad no era sólida, o por lo menos no debería serlo y la idea de tocarla a mano descubierta le asustaba. El animal volvió a relinchar y echó a correr, llevándose a la conejita a dar un paseo por el jardín. Esquivaba los granados cada vez con más agilidad y tras un par de segundos de forcejeo Illje fue capaz de hacer que diera la vuelta para volver con Alice. O al menos eso creía; esperaba que no hubiera sido capricho del animal.
A la primera oportunidad, se dejó caer al suelo junto a ella y se quedó tumbada en la hierba, riendo y bufando.
-Bueno, una cosa es segura Alice. Tu nueva mascota sabe correr.
El nombre... Versos de Romeo y Julieta llegaron a tu mente como un vendaval. ¿Por qué un nombre para describir algo tan perfecto? En cierto modo era parte de ti, por lo que quizá Alice fuese lo apropiado, pero llamar a un animal por tu propio nombre resultaba inusitadamente confuso. Te sentiste estúpida por no haberlo pensado antes, pero tampoco te importó; el nombre ya surgiría, estabas segura.
- ¿Tú cómo lo llamarías? -preguntaste mientras el animal os encaraba, juguetón, y corría hacia Illje con la ilusión de descubrir algo nuevo. En realidad, para él, todo era nuevo.
Casi no pudiste reaccionar cuando te dijo que había montado osos polares, y sentiste miedo de preguntar qué era un Nepo. Por el nombre no resultaba imponente, pero en realidad un león sin conocer sus garras tampoco resultaba aterrador. Siendo como era la conejita podías esperar de ella que si un oso polar iniciaba el "solo", el Nepo debía ser alguna bestia perdida de entre las islas de Grand Line, de esas que solo aparecían en los cuentos para la mayoría, pero que ella había logrado domar. Un caballo, por oscuro que fuese, no era rival para ella.
O sí...
Trotaba con ilusión y garbo, pero Illje sobre él trataba de controlarlo sin demasiado éxito. La llevaba hacia los árboles y ella debía esquivar las ramas, agacharse para evitar las más bajas, y en conjunto la situación terminaba por hacerte mucha gracia. Tal vez era verdad que nunca había montado un caballo, pero que además lo hiciese con un potrillo bastante más pequeño que ella -Illje era extraordinariamente alta- resultaba casi desternillante.
Al final pasó lo que tenía que pasar: El animal cedió y viró hacia ti con la energía que lo caracterizaba. Correteó de vuelta e Illje se dejó caer para que, de nuevo, se alejase trotando un poco. No tardó en volver para olfatear, curioso, la pelotita de oscuridad en tu mano. Te miró a los ojos; aunque no podía hablar existía cierto nivel de comprensión entre ambos, y entendió que era para él.
Los caballos usualmente no tenían grandes modales y este no era la excepción. Te dio un buen susto cuando le lanzó una dentellada, pero te recompusiste. Él relinchó con cierta alegría y creaste otra más. Esta vez mientras se acercaba le acariciaste el lomo con cuidado. Su crin era humo negro, y su piel pálida oscuridad. Solo había un leve destello de luz blanca en sus ojos y una lengua rosada enmarcada por dientes de marfil.
- Corre como el viento -confirmaste, acariciando la cabeza del caballo, que se dejaba mimar con lo que interpretaste era una sonrisa equina-. Pero Tornado es un nombre demasiado cliché.
Bufó. A él tampoco le gustaba, y tú te reíste.
- ¿Tú cómo lo llamarías? -preguntaste mientras el animal os encaraba, juguetón, y corría hacia Illje con la ilusión de descubrir algo nuevo. En realidad, para él, todo era nuevo.
Casi no pudiste reaccionar cuando te dijo que había montado osos polares, y sentiste miedo de preguntar qué era un Nepo. Por el nombre no resultaba imponente, pero en realidad un león sin conocer sus garras tampoco resultaba aterrador. Siendo como era la conejita podías esperar de ella que si un oso polar iniciaba el "solo", el Nepo debía ser alguna bestia perdida de entre las islas de Grand Line, de esas que solo aparecían en los cuentos para la mayoría, pero que ella había logrado domar. Un caballo, por oscuro que fuese, no era rival para ella.
O sí...
Trotaba con ilusión y garbo, pero Illje sobre él trataba de controlarlo sin demasiado éxito. La llevaba hacia los árboles y ella debía esquivar las ramas, agacharse para evitar las más bajas, y en conjunto la situación terminaba por hacerte mucha gracia. Tal vez era verdad que nunca había montado un caballo, pero que además lo hiciese con un potrillo bastante más pequeño que ella -Illje era extraordinariamente alta- resultaba casi desternillante.
Al final pasó lo que tenía que pasar: El animal cedió y viró hacia ti con la energía que lo caracterizaba. Correteó de vuelta e Illje se dejó caer para que, de nuevo, se alejase trotando un poco. No tardó en volver para olfatear, curioso, la pelotita de oscuridad en tu mano. Te miró a los ojos; aunque no podía hablar existía cierto nivel de comprensión entre ambos, y entendió que era para él.
Los caballos usualmente no tenían grandes modales y este no era la excepción. Te dio un buen susto cuando le lanzó una dentellada, pero te recompusiste. Él relinchó con cierta alegría y creaste otra más. Esta vez mientras se acercaba le acariciaste el lomo con cuidado. Su crin era humo negro, y su piel pálida oscuridad. Solo había un leve destello de luz blanca en sus ojos y una lengua rosada enmarcada por dientes de marfil.
- Corre como el viento -confirmaste, acariciando la cabeza del caballo, que se dejaba mimar con lo que interpretaste era una sonrisa equina-. Pero Tornado es un nombre demasiado cliché.
Bufó. A él tampoco le gustaba, y tú te reíste.
Illje Landvik
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Cómo lo llamaría…
Se quedó mirando al potrillo, con una sonrisa un poco tonta en la cara. El extraño animal la llenaba de ternura. Era negro como la boca de un lobo. Más negro que una cueva, que lo profundo del mar, que una noche sin estrellas. Tanto que temía perderse si se asomaba demasiado. En cierto modo, era como Alice. Estar con ella siempre le hacía querer más. Más aventuras, más conversaciones, más locuras, más.
Pero había mundo más allá de ella y también lo había más allá del color del potrillo. Tenía humo por crin y dos ojos inteligentes y despiertos que miraban la manzana de Alice con desconfianza. No por mucho tiempo, porque estaban hechos de lo mismo y en seguida la devoró con ganas. Illje se encontró pensando que ella habría hecho lo mismo.
Sonrió todavía más al ver la lengüecita rosa asomar entre los dientes. Relinchaba como un caballo normal y quitando su extraño aspecto, también se estaba comportando como uno. La conejita se levantó y se apartó un par de pasos para arrancar una de las granadas del árbol más cercano. Era bastante grande, lo suficiente como para tener que cogerla con ambas manos. La miró con escepticismo. Tan de cerca le parecía extraña y no sabía hasta que punto debía fiarse. Por otro lado, ¿podía un caballo de oscuridad ponerse malo del estómago? Seguramente no haría daño. No mucho.
Agarró a Kamar y partió la granada en dos con cuidado.
-No, desde luego. Tornado es demasiado cliché. – dijo distraídamente.- Y Thánatos demasiado dramático. Oscuro o Darky resultarían un tanto patéticos. – Le miró con ojo crítico, sujetando una mitad de la granada contra la cadera. El caballo le devolvió la mirada, más hacia la fruta que hacia ella.
Pensó y pensó. Se le pasaron por la cabeza no pocos nombres, en no pocos idiomas. Algunos los había leído por ahí, otros le habían venido a la cabeza sin más, otros venían de gente con la que se había cruzado en algún lado. Pero, por algún motivo, ninguno terminaba de cuadrarle. Se acercó al animal y le dejó meter el morro en la granada. Sonrió cuando vio cómo empezaba a zamparse los granos, manchándose toda la boca. Era adorable.
-Te diría que le llamaras Perséfone por la ironía, pero creo que es un macho. Creo. No pienso ir a comprobarlo.
Al final, solo había una conclusión lógica. Se encogió de hombros y empezó a acariciar al animal detrás de las orejas. Miró a Alice, feliz de ser parte de un momento tan especial.
-¿Y tú? ¿Cómo crees que se llama?
Se quedó mirando al potrillo, con una sonrisa un poco tonta en la cara. El extraño animal la llenaba de ternura. Era negro como la boca de un lobo. Más negro que una cueva, que lo profundo del mar, que una noche sin estrellas. Tanto que temía perderse si se asomaba demasiado. En cierto modo, era como Alice. Estar con ella siempre le hacía querer más. Más aventuras, más conversaciones, más locuras, más.
Pero había mundo más allá de ella y también lo había más allá del color del potrillo. Tenía humo por crin y dos ojos inteligentes y despiertos que miraban la manzana de Alice con desconfianza. No por mucho tiempo, porque estaban hechos de lo mismo y en seguida la devoró con ganas. Illje se encontró pensando que ella habría hecho lo mismo.
Sonrió todavía más al ver la lengüecita rosa asomar entre los dientes. Relinchaba como un caballo normal y quitando su extraño aspecto, también se estaba comportando como uno. La conejita se levantó y se apartó un par de pasos para arrancar una de las granadas del árbol más cercano. Era bastante grande, lo suficiente como para tener que cogerla con ambas manos. La miró con escepticismo. Tan de cerca le parecía extraña y no sabía hasta que punto debía fiarse. Por otro lado, ¿podía un caballo de oscuridad ponerse malo del estómago? Seguramente no haría daño. No mucho.
Agarró a Kamar y partió la granada en dos con cuidado.
-No, desde luego. Tornado es demasiado cliché. – dijo distraídamente.- Y Thánatos demasiado dramático. Oscuro o Darky resultarían un tanto patéticos. – Le miró con ojo crítico, sujetando una mitad de la granada contra la cadera. El caballo le devolvió la mirada, más hacia la fruta que hacia ella.
Pensó y pensó. Se le pasaron por la cabeza no pocos nombres, en no pocos idiomas. Algunos los había leído por ahí, otros le habían venido a la cabeza sin más, otros venían de gente con la que se había cruzado en algún lado. Pero, por algún motivo, ninguno terminaba de cuadrarle. Se acercó al animal y le dejó meter el morro en la granada. Sonrió cuando vio cómo empezaba a zamparse los granos, manchándose toda la boca. Era adorable.
-Te diría que le llamaras Perséfone por la ironía, pero creo que es un macho. Creo. No pienso ir a comprobarlo.
Al final, solo había una conclusión lógica. Se encogió de hombros y empezó a acariciar al animal detrás de las orejas. Miró a Alice, feliz de ser parte de un momento tan especial.
-¿Y tú? ¿Cómo crees que se llama?
Tardaste un momento en razonar las acciones de Illje y, cuando lo hiciste, ya era demasiado tarde. Trataste de gritarle que se detuviese, pero de algún modo el horror te enmudecía y todo lo que lograbas era lanzar aspavientos al aire mientras el potrillo devoraba la fruta envenenada.
- Se la ha comido -musitaste, alicaída. Si bien acababas de conocer al animal y de morir solo necesitabas repetir el proceso no querías que sufriese, mucho menos que muriese-. ¿Y si ahora se pone malo?
Apenas escuchabas a la conejita mientras daba nombres, tan solo te acercaste al potro y trataste de ver en sus ojos. Había luz y cierta ternura, manchas y babas por su boca y nada que a simple vista te hiciese pensar que estuviese mal. De haber alguien cazando con veneno no podría utilizar uno demasiado lento o sus presas escaparían, por lo que en muy poco podrías saber si...
Cayó de lado abruptamente. Con los ojos abiertos como platos miraste a Illje, más alarmada que enfadada -bastante enfadada, aun así-. Te arrodillaste junto a él y trataste de comprobar su pulso, medir su temperatura... Todo parecía más o menos estable, e incluso cuando tu oído estaba peligrosamente cerca de su boca profirió un potente ronquido. El sobresalto te hizo caer aparatosamente de espaldas, pero terriblemente aliviada-
Respiraste hondo. No había sido nada; de pura casualidad, claro, pero todo estaba bien. El caballo respiraba y el veneno parecía ser tan solo un somnífero. En cierto sentido tenía lógica, pues comer algo envenenado podía ser peligroso incluso para el cazador. Miraste de nuevo a Illje, esa vez más tranquila, y con toda la calma que pudiste aunar le dijiste:
- Ten más cuidado. La oscuridad no puede morir, pero el caballo sí.
No sabías hasta qué punto era un caballo del todo; su cuerpo no estaba conformado de carne y hueso, sino de sombra y oscuridad. Sus relinchos eran profundos y penetrantes, pero incluso en su piel se podía ver un vello ceniciento y ennegrecido. Tal vez su estómago no funcionase del todo como un caballo, pero precisamente por eso tenías en cuenta una cosa: La oscuridad lo absorbía todo. Esa era la máxima más importante que considerabas con él.
- ¿Qué tal Ceniza? -terminaste por preguntar-. Es como la que se posa tras la erupción de un volcán, negro y humeante. Tiene fuego dentro, aunque no podamos verlo... -Tocaste su pecho-. Arde.
Acariciaste su cabeza, desde la frente hasta el hocico. Era un animal hermoso, en más de un sentido. Tenía un color majestuoso y una forma que ya hubiesen querido los hijos de verdaderos campeones. En cuanto se despertara sería momento de probar lo otro, pero sin embargo...
- Oye, si esto lo ha plantado alguien seguro que nos está vigilando -comentaste-. ¿Te apetece una aventura de verdad?
- Se la ha comido -musitaste, alicaída. Si bien acababas de conocer al animal y de morir solo necesitabas repetir el proceso no querías que sufriese, mucho menos que muriese-. ¿Y si ahora se pone malo?
Apenas escuchabas a la conejita mientras daba nombres, tan solo te acercaste al potro y trataste de ver en sus ojos. Había luz y cierta ternura, manchas y babas por su boca y nada que a simple vista te hiciese pensar que estuviese mal. De haber alguien cazando con veneno no podría utilizar uno demasiado lento o sus presas escaparían, por lo que en muy poco podrías saber si...
Cayó de lado abruptamente. Con los ojos abiertos como platos miraste a Illje, más alarmada que enfadada -bastante enfadada, aun así-. Te arrodillaste junto a él y trataste de comprobar su pulso, medir su temperatura... Todo parecía más o menos estable, e incluso cuando tu oído estaba peligrosamente cerca de su boca profirió un potente ronquido. El sobresalto te hizo caer aparatosamente de espaldas, pero terriblemente aliviada-
Respiraste hondo. No había sido nada; de pura casualidad, claro, pero todo estaba bien. El caballo respiraba y el veneno parecía ser tan solo un somnífero. En cierto sentido tenía lógica, pues comer algo envenenado podía ser peligroso incluso para el cazador. Miraste de nuevo a Illje, esa vez más tranquila, y con toda la calma que pudiste aunar le dijiste:
- Ten más cuidado. La oscuridad no puede morir, pero el caballo sí.
No sabías hasta qué punto era un caballo del todo; su cuerpo no estaba conformado de carne y hueso, sino de sombra y oscuridad. Sus relinchos eran profundos y penetrantes, pero incluso en su piel se podía ver un vello ceniciento y ennegrecido. Tal vez su estómago no funcionase del todo como un caballo, pero precisamente por eso tenías en cuenta una cosa: La oscuridad lo absorbía todo. Esa era la máxima más importante que considerabas con él.
- ¿Qué tal Ceniza? -terminaste por preguntar-. Es como la que se posa tras la erupción de un volcán, negro y humeante. Tiene fuego dentro, aunque no podamos verlo... -Tocaste su pecho-. Arde.
Acariciaste su cabeza, desde la frente hasta el hocico. Era un animal hermoso, en más de un sentido. Tenía un color majestuoso y una forma que ya hubiesen querido los hijos de verdaderos campeones. En cuanto se despertara sería momento de probar lo otro, pero sin embargo...
- Oye, si esto lo ha plantado alguien seguro que nos está vigilando -comentaste-. ¿Te apetece una aventura de verdad?
Illje Landvik
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Se dio cuenta de la cara que tenía Alice demasiado tarde. Para entonces, el potrillo ya se había comido la fruta. Al principio, la conejita no entendió por qué parecía preocupada. Pero miraba al potrillo desanimada y en seguida dijo lo que se le pasaba por la cabeza.
Tan pronto lo entendió, Illje se llevó las manos a la boca, soltando la otra mitad de la granada. Cierto. Frutas envenenadas. La pateó, asqueada. ¿Cómo podía haberse olvidado? Se acercó al animal ella también, con las orejas caídas. Posó las manos en su cuello, un tanto nerviosa. Seguía sin ser capaz de tocarle tranquilamente. Algo dentro de ella le susurraba que iba a succionarla y no soltarla nunca jamás. Pero eso no ocurrió y fue capaz de tocar al potrillo sin problemas.
Illje sabía de medicina, pero nunca había atendido a un caballo. Mucho menos, a uno hecho de oscuridad. Y aunque las circunstancias no eran las ideales, se propuso hacer lo que haría de haber un humano envenenado.
-Lo primero que tenemos que hacer es conseguir que vomite, déjame ver qué tengo…
Empezó a remover en su mochila cuando la sobresaltó un sonoro ronquido. Se giró y vio al caballo tumbado en el suelo, durmiendo plácidamente. Menos mal. Miró a Alice y supo que estaba igual de aliviada que ella. Más, seguramente. Mucho más. Sintiéndose fatal, se acercó y se arrodilló a su lado.
-Es un nombre genial. Lo siento mucho, estaba emocionada y… me olvidé por completo.- Le echó un ojo crítico a la granada que había estado zampando, calculando mentalmente.- Si el objetivo era que alguien se tomara toda la granada… ha comido menos de la mitad. Por no hablar de que seguramente era un somnífero pensado para humanos. No creo que tarde mucho en despertar…
Se mordió el labio, preocupada. Lo esperaba, pero no podía asegurarlo. Y aunque la lógica le decía que algo así afectaría menos a caballos, no tenía forma de comprobarlo. Tan solo les quedaba esperar, o eso creía hasta que Alice habló. Illje asintió con resolución y se levantó, desenvainando a Budur de su funda. La espada roja relujo amenazante por un momento.
-Sin ninguna duda. Descubramos quién está detrás de este jardín.
Miró a su alrededor. Pese a que habían caminado un trecho, todavía estaban cerca de las vallas. Echó a caminar hacia lo que debía ser el centro de lugar, mirando atrás un tanto vacilante.
-Estará bien, ¿no? No creo que podamos cargarle.
Se debatió entre dejarle así y construirle una cerca de seda. Creía ser capaz de hacerla lo bastante resistente como para que nadie lograra entrar, pero si se despertaba y se veía encerrado no iba a gustarle. Lógico, a ella tampoco le gustaría. No le había gustado, de hecho. Al final, negó con la cabeza y miró a Alice con decisión.
-Encontremos a ese cabrón. Seguro que está en el centro del jardín, desde donde pueda vigilar los cuatro rincones.
Tenía que estar o bien deleitándose con el caos que había creado o agobiándose con la certeza de que iban a por él. Desde luego, ella esperaba que fuera lo segundo.
Tan pronto lo entendió, Illje se llevó las manos a la boca, soltando la otra mitad de la granada. Cierto. Frutas envenenadas. La pateó, asqueada. ¿Cómo podía haberse olvidado? Se acercó al animal ella también, con las orejas caídas. Posó las manos en su cuello, un tanto nerviosa. Seguía sin ser capaz de tocarle tranquilamente. Algo dentro de ella le susurraba que iba a succionarla y no soltarla nunca jamás. Pero eso no ocurrió y fue capaz de tocar al potrillo sin problemas.
Illje sabía de medicina, pero nunca había atendido a un caballo. Mucho menos, a uno hecho de oscuridad. Y aunque las circunstancias no eran las ideales, se propuso hacer lo que haría de haber un humano envenenado.
-Lo primero que tenemos que hacer es conseguir que vomite, déjame ver qué tengo…
Empezó a remover en su mochila cuando la sobresaltó un sonoro ronquido. Se giró y vio al caballo tumbado en el suelo, durmiendo plácidamente. Menos mal. Miró a Alice y supo que estaba igual de aliviada que ella. Más, seguramente. Mucho más. Sintiéndose fatal, se acercó y se arrodilló a su lado.
-Es un nombre genial. Lo siento mucho, estaba emocionada y… me olvidé por completo.- Le echó un ojo crítico a la granada que había estado zampando, calculando mentalmente.- Si el objetivo era que alguien se tomara toda la granada… ha comido menos de la mitad. Por no hablar de que seguramente era un somnífero pensado para humanos. No creo que tarde mucho en despertar…
Se mordió el labio, preocupada. Lo esperaba, pero no podía asegurarlo. Y aunque la lógica le decía que algo así afectaría menos a caballos, no tenía forma de comprobarlo. Tan solo les quedaba esperar, o eso creía hasta que Alice habló. Illje asintió con resolución y se levantó, desenvainando a Budur de su funda. La espada roja relujo amenazante por un momento.
-Sin ninguna duda. Descubramos quién está detrás de este jardín.
Miró a su alrededor. Pese a que habían caminado un trecho, todavía estaban cerca de las vallas. Echó a caminar hacia lo que debía ser el centro de lugar, mirando atrás un tanto vacilante.
-Estará bien, ¿no? No creo que podamos cargarle.
Se debatió entre dejarle así y construirle una cerca de seda. Creía ser capaz de hacerla lo bastante resistente como para que nadie lograra entrar, pero si se despertaba y se veía encerrado no iba a gustarle. Lógico, a ella tampoco le gustaría. No le había gustado, de hecho. Al final, negó con la cabeza y miró a Alice con decisión.
-Encontremos a ese cabrón. Seguro que está en el centro del jardín, desde donde pueda vigilar los cuatro rincones.
Tenía que estar o bien deleitándose con el caos que había creado o agobiándose con la certeza de que iban a por él. Desde luego, ella esperaba que fuera lo segundo.
- No pasa nada. -Aún estabas casi en shock, pero tus manos habían dejado de temblar. Seguías acariciando a Ceniza, arrodillada junto a su hocico-. Es difícil contenerse frente a algo tan nuevo.
Seguramente si no fuese porque estabas hecha a convivir con el peligro tú habrías cometido el mismo error. Tal vez incluso le habrías dado el fruto entero. Pero llevabas muchos años ocultándote, previendo cualquier movimiento que pudiese ponerte en riesgo, cualquier cosa que fuese capaz de poner a Lewis un paso más cerca de ti. En principio no tenía motivos para hacerlo, y aun así Velkan conocía la orden que pesaba sobre ti; cualquier precaución era poca. Ese miedo penetrante que se colaba por tu mente minuto a minuto había hecho que todo lo vieses con otros ojos, con los ojos del miedo: Siempre en lo peor, siempre baremando la posibilidad de que el desastre se estuviese aproximando silenciosamente a ti, con los ojos siempre puestos en cualquier señal extraña que te pudiese hacer sospechar.
Aunque luego, las más obvias las ignorases.
- Yo puedo -contestaste, mirando al animal-. No sé hasta qué punto será capaz de razonarlo si lo hago, pero podría.
Confiabas demasiado en que el caballo fuese autoconsciente; que supiese que estaba formado de oscuridad era una cuestión compleja de entender, más aún para un animal, pero al mismo tiempo tenías la esperanza de que, dado que algo de ti estaba dentro de él, fuese algo más inteligente que un caballo -si bien los caballos solían ser inteligentes, nunca te habías parado a pensar si eran autoconscientes-. Al final optaste por dejar que se desvaneciese en una nube de oscuridad, pues una vez despierto podría -esperabas- volver a formarse y, mientras no despertase, estaría seguro ahí.
- Un riesgo asumible -dijiste, encogiéndote de hombros. Acto seguido te levantaste, mirando con determinación a Illje-. Vale, sí. Justamente.
Illje había dado en el clavo. Para cazar en ese lugar había que poder comprobar toda la zona, por lo que lo más probable era que se encontrase en un lugar desde el que tener la mejor vista posible. Eso era indudablemente el centro, puesto que alrededor del jardín toda la explanada era más o menos llana. Cualquier edificio estaría demasiado lejos, así que debía estar ahí.
Seguiste a la conejita, mirando a todos lados. Derecha, izquierda, atrás... Buscabas algo sospechoso, algo que te hiciese lanzarte a por lo primero que se moviese, una excusa para atrapar al desgraciado. Entonces, de pronto, algo pasó.
Desenvainaste uno de tus cuchillos al instante, avanzando varios pasos hacia tu derecha, pero entonces fuiste consciente de que las plantas se estaban moviendo. Ya no podías ver a Ceniza desde tu posición, y cuando quisiste buscar a Illje simplemente no había ni rastro de ella. Los árboles habían crecido -no mucho, pero sí lo suficiente como para que no pudieses ver bien- y su follaje era ahora más denso. Notaste que algo te rozaba el hombro, y poniéndote en guardia lanzaste un tajo dándote de nuevo la vuelta. La rama cayó con un ruido seco, pero ya no podías ver las vallas, solo granados.
- ¡¿Illje?! -gritaste-. ¡¿Estás ahí?!
Podías escuchar tu propio eco. Aun así, esperabas que Illje pudiese oírlo también.
Seguramente si no fuese porque estabas hecha a convivir con el peligro tú habrías cometido el mismo error. Tal vez incluso le habrías dado el fruto entero. Pero llevabas muchos años ocultándote, previendo cualquier movimiento que pudiese ponerte en riesgo, cualquier cosa que fuese capaz de poner a Lewis un paso más cerca de ti. En principio no tenía motivos para hacerlo, y aun así Velkan conocía la orden que pesaba sobre ti; cualquier precaución era poca. Ese miedo penetrante que se colaba por tu mente minuto a minuto había hecho que todo lo vieses con otros ojos, con los ojos del miedo: Siempre en lo peor, siempre baremando la posibilidad de que el desastre se estuviese aproximando silenciosamente a ti, con los ojos siempre puestos en cualquier señal extraña que te pudiese hacer sospechar.
Aunque luego, las más obvias las ignorases.
- Yo puedo -contestaste, mirando al animal-. No sé hasta qué punto será capaz de razonarlo si lo hago, pero podría.
Confiabas demasiado en que el caballo fuese autoconsciente; que supiese que estaba formado de oscuridad era una cuestión compleja de entender, más aún para un animal, pero al mismo tiempo tenías la esperanza de que, dado que algo de ti estaba dentro de él, fuese algo más inteligente que un caballo -si bien los caballos solían ser inteligentes, nunca te habías parado a pensar si eran autoconscientes-. Al final optaste por dejar que se desvaneciese en una nube de oscuridad, pues una vez despierto podría -esperabas- volver a formarse y, mientras no despertase, estaría seguro ahí.
- Un riesgo asumible -dijiste, encogiéndote de hombros. Acto seguido te levantaste, mirando con determinación a Illje-. Vale, sí. Justamente.
Illje había dado en el clavo. Para cazar en ese lugar había que poder comprobar toda la zona, por lo que lo más probable era que se encontrase en un lugar desde el que tener la mejor vista posible. Eso era indudablemente el centro, puesto que alrededor del jardín toda la explanada era más o menos llana. Cualquier edificio estaría demasiado lejos, así que debía estar ahí.
Seguiste a la conejita, mirando a todos lados. Derecha, izquierda, atrás... Buscabas algo sospechoso, algo que te hiciese lanzarte a por lo primero que se moviese, una excusa para atrapar al desgraciado. Entonces, de pronto, algo pasó.
Desenvainaste uno de tus cuchillos al instante, avanzando varios pasos hacia tu derecha, pero entonces fuiste consciente de que las plantas se estaban moviendo. Ya no podías ver a Ceniza desde tu posición, y cuando quisiste buscar a Illje simplemente no había ni rastro de ella. Los árboles habían crecido -no mucho, pero sí lo suficiente como para que no pudieses ver bien- y su follaje era ahora más denso. Notaste que algo te rozaba el hombro, y poniéndote en guardia lanzaste un tajo dándote de nuevo la vuelta. La rama cayó con un ruido seco, pero ya no podías ver las vallas, solo granados.
- ¡¿Illje?! -gritaste-. ¡¿Estás ahí?!
Podías escuchar tu propio eco. Aun así, esperabas que Illje pudiese oírlo también.
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Tenía razón. Era difícil contenerse ante algo tan nuevo. Le consolaba que el caballito estuviera bien, pero iba a asegurarse de vengarlo. Ceniza era un nombre hermoso y no podía esperar a verle correteando por el prado de nuevo.
Le estaba mirando, con una mezcla entre preocupación y admiración, cuando se deshizo en una nube de oscuridad y la conejita pegó un brinco sobresaltada. Se quedó mirando a Alice con algo de miedo, pero ella parecía tranquila. Oh, bueno. Ambos eran oscuridad… ¿no? Se lo estaba llevando con ella, claro. Ah, qué extraño era todo. Esperaba que estuviera bien y que no le causara problemas a Alice. Por lo menos así estaría más protegido que si le dejaban ahí, eso desde luego. Al menos nadie podría cogerle.
Empezaron a caminar y de repente, notó que algo iba mal. Sin embargo, no fue lo suficientemente rápida. Se giró y entre Alice y ella estaban creciendo las plantas. Se lanzó a buscarla, pero no fue capaz de traspasar la barrera de madera y liquen. Se dio la vuelta, intentando ubicarse. Solo había granados por todas partes y a su izquierda, un camino recto. Pero sabía que Alice estaba a su espalda, no podía simplemente alejarse. Oyó su grito y respondió todo lo alto que pudo:
-¡Estoy aquí! El dueño del jardín debe de habernos oído. ¡Estoy bien! Voy a intentar llegar a la casa, veo un camino. Ten cuidado, Alice.
No le dijo que le esperara. Estaba bastante convencida de que no lo haría. Lo entendía; ella tampoco podía quedarse quieta. Echó a caminar mientras esbozaba una pequeña sonrisa. Quien fuera que había hecho eso había querido separarlas, seguramente pensando que así sería más fácil reducirlas. Illje opinaba todo lo contrario. Había visto a Alice agarrando un cuchillo justo antes de que uno de los granados le tapara la visión. Y mientras le daba vueltas a Kamar y a Budur en las manos, cortando ramas según avanzaba, empezaba a pensar que a lo mejor había más de un motivo por el que se llevaba tan bien con la joven aventurera. Algo le decía que las dos miraban el mundo con los mismos ojos.
Y si eso era así, quien fuera que había osado separarlas y poner en peligro a Ceniza estaba en serio peligro.
Echó a correr por el camino y no tardó en darse cuenta de que estaba encerrada. El camino se bifurcaba, la guiaba por un lado y por otro dándole callejones sin salida y haciéndole regresar. Pero el lugar estaba cambiando constantemente. Podía oír los árboles crecer y aunque no los veía directamente, juraría que se estaban moviendo. Al final, se quedó quieta. Así no iba a llegar a ninguna parte. Estaba jugando por las normas de quien las había puesto ahí y, lógicamente, no quería que ganaran. Solo quedaba un camino, pensó mientras suspiraba y saltaba, empezando a trepar por uno de los granados.
Ignoraría las normas hasta que pudiera destrozarlas y, luego, destrozaría al que las había ideado.
Le estaba mirando, con una mezcla entre preocupación y admiración, cuando se deshizo en una nube de oscuridad y la conejita pegó un brinco sobresaltada. Se quedó mirando a Alice con algo de miedo, pero ella parecía tranquila. Oh, bueno. Ambos eran oscuridad… ¿no? Se lo estaba llevando con ella, claro. Ah, qué extraño era todo. Esperaba que estuviera bien y que no le causara problemas a Alice. Por lo menos así estaría más protegido que si le dejaban ahí, eso desde luego. Al menos nadie podría cogerle.
Empezaron a caminar y de repente, notó que algo iba mal. Sin embargo, no fue lo suficientemente rápida. Se giró y entre Alice y ella estaban creciendo las plantas. Se lanzó a buscarla, pero no fue capaz de traspasar la barrera de madera y liquen. Se dio la vuelta, intentando ubicarse. Solo había granados por todas partes y a su izquierda, un camino recto. Pero sabía que Alice estaba a su espalda, no podía simplemente alejarse. Oyó su grito y respondió todo lo alto que pudo:
-¡Estoy aquí! El dueño del jardín debe de habernos oído. ¡Estoy bien! Voy a intentar llegar a la casa, veo un camino. Ten cuidado, Alice.
No le dijo que le esperara. Estaba bastante convencida de que no lo haría. Lo entendía; ella tampoco podía quedarse quieta. Echó a caminar mientras esbozaba una pequeña sonrisa. Quien fuera que había hecho eso había querido separarlas, seguramente pensando que así sería más fácil reducirlas. Illje opinaba todo lo contrario. Había visto a Alice agarrando un cuchillo justo antes de que uno de los granados le tapara la visión. Y mientras le daba vueltas a Kamar y a Budur en las manos, cortando ramas según avanzaba, empezaba a pensar que a lo mejor había más de un motivo por el que se llevaba tan bien con la joven aventurera. Algo le decía que las dos miraban el mundo con los mismos ojos.
Y si eso era así, quien fuera que había osado separarlas y poner en peligro a Ceniza estaba en serio peligro.
Echó a correr por el camino y no tardó en darse cuenta de que estaba encerrada. El camino se bifurcaba, la guiaba por un lado y por otro dándole callejones sin salida y haciéndole regresar. Pero el lugar estaba cambiando constantemente. Podía oír los árboles crecer y aunque no los veía directamente, juraría que se estaban moviendo. Al final, se quedó quieta. Así no iba a llegar a ninguna parte. Estaba jugando por las normas de quien las había puesto ahí y, lógicamente, no quería que ganaran. Solo quedaba un camino, pensó mientras suspiraba y saltaba, empezando a trepar por uno de los granados.
Ignoraría las normas hasta que pudiera destrozarlas y, luego, destrozaría al que las había ideado.
Hacía ya algún tiempo que no entrabas en pánico. Desde tu primer viaje y el regreso a Hallstat poco a poco habías ido templando tu carácter, forjando una suerte de valor muy lejano a tu miedo infantil. Seguías siendo impulsiva, tal vez más si cabe, pero la parálisis que el miedo te provocaba se disipaba cada vez con mayor facilidad. Esa vez tan solo sentiste un escalofrío recorrer todo tu cuerpo y una repentina presión en la nuca, casi punzante, pero apenas le prestaste atención. Illje había contestado desde el otro lado -fuera cual fuese-, y mientras estuviese bien no había nada que temer. Al menos, en principio.
Atendiendo a la conejita asentiste. Las dos teníais claro dónde quedaba la casa, así que era sencillo. Sin embargo no podías seguir el camino que los árboles cortaban, ni tampoco escalarlos dado que las hojas verdecidas y los frutos rojos formaban una cúpula iridiscente sobre tu cabeza bajo la tenue luz de luna. El único camino que podías seguir era el que se mantenía abierto, pese a que iba en dirección contraria al objetivo.
Te sentaste en el suelo por un momento, pensando. Eras fuerte como para cortar una rama, sí, pero a la larga tu sable quebraría y tú te agotarías si pretendieses talar los árboles para abrirte camino. No podías romper las normas a la ligera, más sabiendo que quien te esperaba manejaba todo el jardín a su antojo. Donde dejases un tocón pronto nacería otro árbol, quién sabe si más denso y grueso. Por otro lado, aunque el espacio entre árboles te permitía pasar no podrías ver la dirección que tomabas ni el camino que ibas a seguir -además de los riesgos que eso te traía, claro-.
Suspiraste, desganada. Solo podías ir hacia donde quienquiera que estuviera detrás de todo aquello decidiese, así que cuanto antes asumieses que debías jugar antes terminarías. Sin embargo, nada decía que estuvieses obligada a seguir todas las reglas al dedillo.
Sacaste la pistola. Era un simple dragón de chispa bastante rudimentario, aunque decorado con cierta nobleza. Te concentraste por un instante para que en tu mano se fuese formando una pequeña esfera de color negro, tan perfecta e infinitamente densa que la luz se curvaba levemente a su alrededor. Con cuidado modulaste su poder de atracción para que no destrozase el arma y la cargaste dentro ceremoniosamente, asegurándote de apuntar al espacio entre los árboles para que llegase lo más lejos posible, y disparaste.
El ruido fue ensordecedor. Los troncos, o al menos en su mayoría, resistieron, pero las raíces se levantaron y tanto hojas como granadas salieron volando de golpe. Sin esperar ni un instante, aun con un oído pitando, activaste las alas de la libertad para salir volando del laberinto.
Las ramas crecieron rápido, pero apenas lograron arañarte el tobillo y, ya en el aire, pudiste ver todo desde otra perspectiva. Las hojas volaron dejando que vieses a Illje por un momento, así que ahí lanzaste el garfio y aterrizaste con sumo cuidado asegurándote de no caer con demasiado ímpetu.
- Hola. -Sonreíste-. ¿Continuamos? -Sacaste una cuerda ligera de tu bolso. Te la ataste por un extremo y le tendiste el otro-. Si quiere separarnos que trabaje un poco más, ¿no te parece?
Atendiendo a la conejita asentiste. Las dos teníais claro dónde quedaba la casa, así que era sencillo. Sin embargo no podías seguir el camino que los árboles cortaban, ni tampoco escalarlos dado que las hojas verdecidas y los frutos rojos formaban una cúpula iridiscente sobre tu cabeza bajo la tenue luz de luna. El único camino que podías seguir era el que se mantenía abierto, pese a que iba en dirección contraria al objetivo.
Te sentaste en el suelo por un momento, pensando. Eras fuerte como para cortar una rama, sí, pero a la larga tu sable quebraría y tú te agotarías si pretendieses talar los árboles para abrirte camino. No podías romper las normas a la ligera, más sabiendo que quien te esperaba manejaba todo el jardín a su antojo. Donde dejases un tocón pronto nacería otro árbol, quién sabe si más denso y grueso. Por otro lado, aunque el espacio entre árboles te permitía pasar no podrías ver la dirección que tomabas ni el camino que ibas a seguir -además de los riesgos que eso te traía, claro-.
Suspiraste, desganada. Solo podías ir hacia donde quienquiera que estuviera detrás de todo aquello decidiese, así que cuanto antes asumieses que debías jugar antes terminarías. Sin embargo, nada decía que estuvieses obligada a seguir todas las reglas al dedillo.
Sacaste la pistola. Era un simple dragón de chispa bastante rudimentario, aunque decorado con cierta nobleza. Te concentraste por un instante para que en tu mano se fuese formando una pequeña esfera de color negro, tan perfecta e infinitamente densa que la luz se curvaba levemente a su alrededor. Con cuidado modulaste su poder de atracción para que no destrozase el arma y la cargaste dentro ceremoniosamente, asegurándote de apuntar al espacio entre los árboles para que llegase lo más lejos posible, y disparaste.
El ruido fue ensordecedor. Los troncos, o al menos en su mayoría, resistieron, pero las raíces se levantaron y tanto hojas como granadas salieron volando de golpe. Sin esperar ni un instante, aun con un oído pitando, activaste las alas de la libertad para salir volando del laberinto.
Las ramas crecieron rápido, pero apenas lograron arañarte el tobillo y, ya en el aire, pudiste ver todo desde otra perspectiva. Las hojas volaron dejando que vieses a Illje por un momento, así que ahí lanzaste el garfio y aterrizaste con sumo cuidado asegurándote de no caer con demasiado ímpetu.
- Hola. -Sonreíste-. ¿Continuamos? -Sacaste una cuerda ligera de tu bolso. Te la ataste por un extremo y le tendiste el otro-. Si quiere separarnos que trabaje un poco más, ¿no te parece?
Illje Landvik
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Nunca se había imaginado que un granado podía ser tan grande. Le costaba hundir las manos en la madera, pero se negaba a dejarse caer. En sus pies, los patines habían sido sustituidos por unos ganchos pensados precisamente para este tipo de situaciones y ahora mismo eran gran parte de su agarre.
Más pronto que tarde, el enorme tronco se acabó y la conejita pudo tirarse sobre una rama bastante más gruesa que ella. Descansó dos segundos de reloj, antes de levantarse y evaluar la situación. Había algo más de luz allí que abajo, pero tampoco mucha más. Encima de ella, las ramas crecían y se acaracolaban formando un tapiz denso y robusto. Una cárcel preciosa, pero no por eso iba a quedarse en ella. No era solo el árbol en el que estaba subida; todo a su alrededor era mucho más grande de lo que debería y cualquier camino que hubiera podido seguir había sido sustituido por un maremágnum de ramas que no le dejaban ver más allá de sus narices.
Escogió una de las más verticales y tras guardar nuevamente a Kamar y Budur, se decidió a continuar. Tenía que reunirse con Alice y tenían que llegar al centro del laberinto. Ahora mismo, esas dos cosas eran lo único que le importaban. No le preocupaba la integridad de la chica de oscuridad. Nada había intentado atacarla todavía y no tenía motivos para pensar que fuera a ser diferente con ella. Por otro lado, estaba convencida de que era más que capaz de defenderse si la ocasión lo requería. Solo tenían que encontrarse. Si llegaba a lo alto del todo, podría ver…
La explosión interrumpió sus pensamientos. Miró hacia arriba, pese a que sabía que no vería nada más que hojas y madera. Y fue así, durante un segundo. Luego, las hojas se apartaron y Alice apareció en el cielo, sonrisa de oreja a oreja y volando sin miedo. Sin pensarlo, Illje sonrió de vuelta y se hizo a un lado para dejarle aterrizar.
-Por supuesto. Vamos allá.
Alice tenía toda la razón, por supuesto. Si ese cabrón quería separarlas iba a tener que trabajárselo. Unos pocos árboles no iban a frenarlas. Agarró la cuerda que le tendía Alice y se la ató con cuidado a la cintura. Echó un vistazo de soslayo al mecanismo que llevaba encima; se lo había construido ella, aunque tenía algunas mejoras. Y, de repente, tuvo una idea. Echó la mano hacia arriba y se concentró. Se concentró mucho. Al principio no pasó nada, pero justo cuando iba a rendirse notó que funcionaba. De la palma de su mano surgió un hilo de seda blanca, fuerte y rápido. Lo vio alzarse en la espesura y en seguida lo perdió de vista, aunque no tardó en notar cómo se atrancaba en algo. Tiró del cable y… nada.
-Oh. Vaya. No sé que esperaba que pasara, la verdad.
Había hecho una cuerda entre ella y alguna rama muy por encima, pero a no ser que se pusiera a escalar por él no tenía forma de utilizarlo para subir. El método de Alice era claramente superior. Encogiéndose de hombros, agarró a Budur y lo cortó sin miramientos. Tenía la sospecha de que si intentaba hacerlo con los dientes no acabaría bien. Guardó la espada y le dedicó una sonrisa a Alice.
-Bien, idea fallida. Sácanos de aquí y vamos a darle una sorpresa a ese tipo.
Fallida… por el momento, pensó mientras se preparaba para salir volando. Quizá si el cable hubiera sido más elástico… ¿podría cambiar su constitución? Tenía que probarlo, pero no ahora. Ahora tenían que llegar hasta la casa para darle un susto al imbécil que había intentado separarlas.
Más pronto que tarde, el enorme tronco se acabó y la conejita pudo tirarse sobre una rama bastante más gruesa que ella. Descansó dos segundos de reloj, antes de levantarse y evaluar la situación. Había algo más de luz allí que abajo, pero tampoco mucha más. Encima de ella, las ramas crecían y se acaracolaban formando un tapiz denso y robusto. Una cárcel preciosa, pero no por eso iba a quedarse en ella. No era solo el árbol en el que estaba subida; todo a su alrededor era mucho más grande de lo que debería y cualquier camino que hubiera podido seguir había sido sustituido por un maremágnum de ramas que no le dejaban ver más allá de sus narices.
Escogió una de las más verticales y tras guardar nuevamente a Kamar y Budur, se decidió a continuar. Tenía que reunirse con Alice y tenían que llegar al centro del laberinto. Ahora mismo, esas dos cosas eran lo único que le importaban. No le preocupaba la integridad de la chica de oscuridad. Nada había intentado atacarla todavía y no tenía motivos para pensar que fuera a ser diferente con ella. Por otro lado, estaba convencida de que era más que capaz de defenderse si la ocasión lo requería. Solo tenían que encontrarse. Si llegaba a lo alto del todo, podría ver…
La explosión interrumpió sus pensamientos. Miró hacia arriba, pese a que sabía que no vería nada más que hojas y madera. Y fue así, durante un segundo. Luego, las hojas se apartaron y Alice apareció en el cielo, sonrisa de oreja a oreja y volando sin miedo. Sin pensarlo, Illje sonrió de vuelta y se hizo a un lado para dejarle aterrizar.
-Por supuesto. Vamos allá.
Alice tenía toda la razón, por supuesto. Si ese cabrón quería separarlas iba a tener que trabajárselo. Unos pocos árboles no iban a frenarlas. Agarró la cuerda que le tendía Alice y se la ató con cuidado a la cintura. Echó un vistazo de soslayo al mecanismo que llevaba encima; se lo había construido ella, aunque tenía algunas mejoras. Y, de repente, tuvo una idea. Echó la mano hacia arriba y se concentró. Se concentró mucho. Al principio no pasó nada, pero justo cuando iba a rendirse notó que funcionaba. De la palma de su mano surgió un hilo de seda blanca, fuerte y rápido. Lo vio alzarse en la espesura y en seguida lo perdió de vista, aunque no tardó en notar cómo se atrancaba en algo. Tiró del cable y… nada.
-Oh. Vaya. No sé que esperaba que pasara, la verdad.
Había hecho una cuerda entre ella y alguna rama muy por encima, pero a no ser que se pusiera a escalar por él no tenía forma de utilizarlo para subir. El método de Alice era claramente superior. Encogiéndose de hombros, agarró a Budur y lo cortó sin miramientos. Tenía la sospecha de que si intentaba hacerlo con los dientes no acabaría bien. Guardó la espada y le dedicó una sonrisa a Alice.
-Bien, idea fallida. Sácanos de aquí y vamos a darle una sorpresa a ese tipo.
Fallida… por el momento, pensó mientras se preparaba para salir volando. Quizá si el cable hubiera sido más elástico… ¿podría cambiar su constitución? Tenía que probarlo, pero no ahora. Ahora tenían que llegar hasta la casa para darle un susto al imbécil que había intentado separarlas.
Illje se ató la cuerda también, a la cintura. En cierto modo te irritaba que la línea entre vosotras fuese diagonal, pero ella era sensiblemente más alta. En general, viéndola, era más de todo, pero tampoco era momento de centrarte en eso y preferiste esperar con no poca curiosidad mientras la conejita lanzaba con bastante esfuerzo un prístino hilo de seda hacia arriba. Una vez este se hubo pegado en algo tiró de él y, aparte de agitar una rama y ponerte en peligro de que una granada cayese directamente sobre tu cabeza, no sucedió nada.
- Igual tienes que lanzarla más fuerte -dijiste, agarrando el hilo del suelo y estirándolo-. Si tu plan se basa en la energía cinética necesitas que la sed se retraiga con cierta violencia; podría calcular cuánta...
Illje había asumido como un fallo algo que... Bueno, sí, en ese momento era un fallo, pero con algo más de técnica cuando hubiera desarrollado cierta soltura con su fruta del diablo podría lograr que esa idea, muy lejos de alocada, funcionase a la perfección. No obstante tampoco era el momento de centraros en eso: Había un loco asesino que controlaba árboles o algo peor muy cerca de ambas, seguramente viéndoos de alguna forma, controlándoos para asegurarse de que no llegarais hasta él o, en el caso opuesto, asegurándose de que llegaseis pero lo más agotadas posible. Al final quienquiera que estuviese haciendo eso tenía comportamientos de cazador; no entendías por qué ese no iba a ser uno más.
- Salir otra vez... -murmuraste, pensativa-. Si depende de mí va a traer problemas logísticos.
Sí, desde luego Illje era muy alta. No dudabas que fuese extraordinariamente resistente, pero si teníais que utilizar las alas de la libertad para dejar el lugar deberías carretar a la conejita, y eso era anatómicamente complicado. Para empezar ella era mucho más alta, y no sabías hasta qué punto podías garantizar su seguridad cuando por poco no podías siquiera garantizar la tuya. Además, en tu cabeza se formaba una imagen bastante bizarra en la que el busto de Illje, también bastante más prominente que el tuyo, se te pondría delante de la cara y te impediría ver bien.
Aun así estabas tentada de repetir la estrategia. Creaste una esfera de oscuridad y la disparaste desde el rifle, pero no lanzaste el garfio hacia la esfera para tomar impulso. En su lugar dejaste que un delgado pilar en el que apenas cogíais las dos -bastante pegadas, cabe decir- ascendiera hacia las alturas. Te habías percatado de que los árboles no podían crecer mientras regeneraba su laberinto, y la altura os daba una posibilidad a mayores de encontrarlo.
- Si su poder funciona como sé hasta ahora, tiene que estar cerca -dijiste. Creías estar repitiéndote, pero aun así no estaba de más recordarlo-. Y tiene que poder vernos a las dos aun si nos separa. -Miraste al castillo. Era el único lugar lo bastante elevado-. ¿Tú qué opinas?
- Igual tienes que lanzarla más fuerte -dijiste, agarrando el hilo del suelo y estirándolo-. Si tu plan se basa en la energía cinética necesitas que la sed se retraiga con cierta violencia; podría calcular cuánta...
Illje había asumido como un fallo algo que... Bueno, sí, en ese momento era un fallo, pero con algo más de técnica cuando hubiera desarrollado cierta soltura con su fruta del diablo podría lograr que esa idea, muy lejos de alocada, funcionase a la perfección. No obstante tampoco era el momento de centraros en eso: Había un loco asesino que controlaba árboles o algo peor muy cerca de ambas, seguramente viéndoos de alguna forma, controlándoos para asegurarse de que no llegarais hasta él o, en el caso opuesto, asegurándose de que llegaseis pero lo más agotadas posible. Al final quienquiera que estuviese haciendo eso tenía comportamientos de cazador; no entendías por qué ese no iba a ser uno más.
- Salir otra vez... -murmuraste, pensativa-. Si depende de mí va a traer problemas logísticos.
Sí, desde luego Illje era muy alta. No dudabas que fuese extraordinariamente resistente, pero si teníais que utilizar las alas de la libertad para dejar el lugar deberías carretar a la conejita, y eso era anatómicamente complicado. Para empezar ella era mucho más alta, y no sabías hasta qué punto podías garantizar su seguridad cuando por poco no podías siquiera garantizar la tuya. Además, en tu cabeza se formaba una imagen bastante bizarra en la que el busto de Illje, también bastante más prominente que el tuyo, se te pondría delante de la cara y te impediría ver bien.
Aun así estabas tentada de repetir la estrategia. Creaste una esfera de oscuridad y la disparaste desde el rifle, pero no lanzaste el garfio hacia la esfera para tomar impulso. En su lugar dejaste que un delgado pilar en el que apenas cogíais las dos -bastante pegadas, cabe decir- ascendiera hacia las alturas. Te habías percatado de que los árboles no podían crecer mientras regeneraba su laberinto, y la altura os daba una posibilidad a mayores de encontrarlo.
- Si su poder funciona como sé hasta ahora, tiene que estar cerca -dijiste. Creías estar repitiéndote, pero aun así no estaba de más recordarlo-. Y tiene que poder vernos a las dos aun si nos separa. -Miraste al castillo. Era el único lugar lo bastante elevado-. ¿Tú qué opinas?
Illje Landvik
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Agitó el hilo que aún colgaba un par de veces más mientras escuchaba lo que Alice le decía. Tenía razón, claro, y quizá si probaba a lanzarlo de otro modo… sacudió la cabeza. No era el momento, pero desde luego era un buen consejo.
Sabía que la idea de salir ambas gracias a su invento era un poco complicado, pero le gustaba ver a Alice utilizarlo y si lograba hacer que funcionase desde luego sería mucho más rápido que ir saltando de rama en rama. Eso quedaría como plan en la recámara, pero salir volando con el ascensor a los cielos sería mucho más práctico. Además… la forma en la que utilizaba su akuma junto con el aparato le fascinaba. Quería estudiarlo y entenderlo. Esto solo era otra oportunidad para ello.
Sin embargo, la estrategia que utilizó fue ligeramente diferente y pronto ambas empezaron a elevarse por un delgado pilar hacia las copas de los árboles. Útil, en realidad. Y les dejaba tiempo para pensar.
Alice tenía razón. Por un momento se preguntó si el hombre podría verlas a través de las plantas que manipulaba. De ser así el rango en el que podía estar se ampliaba bastante, porque con que estuviera a una distancia suficiente como para activar su poder… pero no lo creía. La conejita miró a su alrededor y no tardó en llegar a la misma conclusión que Alice.
-Tiene que estar en el castillo.- confirmó. – Por no hablar de lo útil de la ubicación, no sabemos cuánto tiempo lleva aquí. No es que venga persiguiéndonos, nos ataca porque nos metimos en el huerto. Estoy segura de que está viviendo en el castillo de prestado.
Dicho y hecho, solo quedaba llegar allí. Agarró a Alice de la mano y calculó la distancia. El hombre había creado no pocos árboles entre donde ellas estaban y el castillo, así que lo tenía bastante sencillo para hacer lo que se proponía. Miró a Alice con una sonrisa de oreja a oreja:
-¿Confías en mí?
Dejó que respondiera antes de saltar. Lanzó un nuevo hilo de seda, algo más grueso que los anteriores y ambas chicas se quedaron suspendidas en el aire, cayendo, por un instante. Luego, el hilo hizo contacto con la rama a la que había apuntado y se enroscó un par de veces, asegurándose. Enseguida, el contacto se tensó y ellas pasaron a columpiarse hacia el suelo. Illje se preocupó de tirar un poco de Alice, con delicadeza, para juntarla a ella y evitar que se cayera o chocara contra algo.
Pocos segundos después, aterrizaban sin un rasguño en el suelo. Por un momento pareció que volvían al punto de partida, hasta que la conejita apartó un par de arbustos y le mostró la entrada del castillo, a apenas unos metros.
-¡Voilá, un atajo!
Sabía que la idea de salir ambas gracias a su invento era un poco complicado, pero le gustaba ver a Alice utilizarlo y si lograba hacer que funcionase desde luego sería mucho más rápido que ir saltando de rama en rama. Eso quedaría como plan en la recámara, pero salir volando con el ascensor a los cielos sería mucho más práctico. Además… la forma en la que utilizaba su akuma junto con el aparato le fascinaba. Quería estudiarlo y entenderlo. Esto solo era otra oportunidad para ello.
Sin embargo, la estrategia que utilizó fue ligeramente diferente y pronto ambas empezaron a elevarse por un delgado pilar hacia las copas de los árboles. Útil, en realidad. Y les dejaba tiempo para pensar.
Alice tenía razón. Por un momento se preguntó si el hombre podría verlas a través de las plantas que manipulaba. De ser así el rango en el que podía estar se ampliaba bastante, porque con que estuviera a una distancia suficiente como para activar su poder… pero no lo creía. La conejita miró a su alrededor y no tardó en llegar a la misma conclusión que Alice.
-Tiene que estar en el castillo.- confirmó. – Por no hablar de lo útil de la ubicación, no sabemos cuánto tiempo lleva aquí. No es que venga persiguiéndonos, nos ataca porque nos metimos en el huerto. Estoy segura de que está viviendo en el castillo de prestado.
Dicho y hecho, solo quedaba llegar allí. Agarró a Alice de la mano y calculó la distancia. El hombre había creado no pocos árboles entre donde ellas estaban y el castillo, así que lo tenía bastante sencillo para hacer lo que se proponía. Miró a Alice con una sonrisa de oreja a oreja:
-¿Confías en mí?
Dejó que respondiera antes de saltar. Lanzó un nuevo hilo de seda, algo más grueso que los anteriores y ambas chicas se quedaron suspendidas en el aire, cayendo, por un instante. Luego, el hilo hizo contacto con la rama a la que había apuntado y se enroscó un par de veces, asegurándose. Enseguida, el contacto se tensó y ellas pasaron a columpiarse hacia el suelo. Illje se preocupó de tirar un poco de Alice, con delicadeza, para juntarla a ella y evitar que se cayera o chocara contra algo.
Pocos segundos después, aterrizaban sin un rasguño en el suelo. Por un momento pareció que volvían al punto de partida, hasta que la conejita apartó un par de arbustos y le mostró la entrada del castillo, a apenas unos metros.
-¡Voilá, un atajo!
En realidad la vista era sobrecogedora. Si le hubieses tenido miedo a las alturas ver el vacío bajo tus pies probablemente te habría mareado, pero por suerte estabas, para bien o para mal, hecha a rozar la temeridad en un sinfín de cosas y, de hecho, aquella no era la excepción. De hecho tuviste que contener el impulso de saltar cuando recordaste que no estabas en condición de perder el tiempo, y las palabras de Illje te sacaron de tu ensoñación. Parecía coincidir contigo en que el cazador tendría que encontrarse en el castillo y apuntó una cosa más en la que no habías caído: El bosque se hacía más espeso a medida que se acercaba a esa zona. Si era para protegerlo o meramente porque sus poderes funcionaban mejor cuanta menos distancia abarcase quién sabe, pero si las dos llegabais a la misma conclusión muy probablemente se debiera a que estabais en el buen camino.
Entonces la conejita preguntó. Habías pasado la suficiente cantidad de veces por esa pregunta exacta como para saber a ciencia cierta que tras ella se ocultaba el deseo de practicar algún tipo de comportamiento errático, una idea loca o simple y llanamente, en el sentido más literal del término en ese caso, saltar al vacío.
Ibas a cuestionar la idea cuando un relincho repentino te hizo dar un salto hacia Illje. El maldito Ceniza te había asustado, pero ella lo interpretó como que aceptabas su propuesta -puede que te hubieras pegado más de lo que un simple susto podía justificar- y no tardó en dar un paso adelante para caer, contigo aferrada a su cintura, hacia el suelo.
Sentiste miedo. No sabrías decir hasta qué punto, pero tenías miedo. La conejita había resultado ser más imprudente que tú, pero al mismo tiempo resultó de alguna manera tenerlo todo controlado. Os balanceasteis sin llegar a rozar los árboles y vuestro cuerpo ondeó momentáneamente mientras iba perdiendo velocidad hasta acabar frente a las paredes del castillo, perfectamente enteras y sin ningún contratiempo.
- Estamos vivas -dijiste, perpleja-. ¡Otra vez, otra vez!
Aunque no sabías si había sido por la adrenalina o el estrecho contacto habías disfrutado del accidentado viaje. No distaba mucho del salto base con el invento de la coneja e incluso del vuelo con aquella chaqueta comprada en Little Paradise, pero había tenido un componente más primario, más... Diferente. Estaba bien, creías.
- ¿Buscamos la puerta principal o subimos por una ventana? -preguntaste, aunque no le diste mucho tiempo a responder y esa vez la aferraste tú. También tenías derecho a tomar la iniciativa, pensaste en tono gruñón mientras aferrabas su cintura-. ¡Vamos allá!
Lanzaste un cable hacia lo alto y este se enganchó en la pared, comenzando a ascender. Habrías esperado que perdiese eficiencia al duplicar el peso que cargaba, pero apenas se notó y antes de daros cuenta estabais pateando una ventana para colaros de forma muy poco discreta en la fortaleza del cazador. Ahora era cuestión simplemente de encontrarlo.
Entonces la conejita preguntó. Habías pasado la suficiente cantidad de veces por esa pregunta exacta como para saber a ciencia cierta que tras ella se ocultaba el deseo de practicar algún tipo de comportamiento errático, una idea loca o simple y llanamente, en el sentido más literal del término en ese caso, saltar al vacío.
Ibas a cuestionar la idea cuando un relincho repentino te hizo dar un salto hacia Illje. El maldito Ceniza te había asustado, pero ella lo interpretó como que aceptabas su propuesta -puede que te hubieras pegado más de lo que un simple susto podía justificar- y no tardó en dar un paso adelante para caer, contigo aferrada a su cintura, hacia el suelo.
Sentiste miedo. No sabrías decir hasta qué punto, pero tenías miedo. La conejita había resultado ser más imprudente que tú, pero al mismo tiempo resultó de alguna manera tenerlo todo controlado. Os balanceasteis sin llegar a rozar los árboles y vuestro cuerpo ondeó momentáneamente mientras iba perdiendo velocidad hasta acabar frente a las paredes del castillo, perfectamente enteras y sin ningún contratiempo.
- Estamos vivas -dijiste, perpleja-. ¡Otra vez, otra vez!
Aunque no sabías si había sido por la adrenalina o el estrecho contacto habías disfrutado del accidentado viaje. No distaba mucho del salto base con el invento de la coneja e incluso del vuelo con aquella chaqueta comprada en Little Paradise, pero había tenido un componente más primario, más... Diferente. Estaba bien, creías.
- ¿Buscamos la puerta principal o subimos por una ventana? -preguntaste, aunque no le diste mucho tiempo a responder y esa vez la aferraste tú. También tenías derecho a tomar la iniciativa, pensaste en tono gruñón mientras aferrabas su cintura-. ¡Vamos allá!
Lanzaste un cable hacia lo alto y este se enganchó en la pared, comenzando a ascender. Habrías esperado que perdiese eficiencia al duplicar el peso que cargaba, pero apenas se notó y antes de daros cuenta estabais pateando una ventana para colaros de forma muy poco discreta en la fortaleza del cazador. Ahora era cuestión simplemente de encontrarlo.
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Incluso la conejita había cerrado un ojo durante un instante, preparándose para un impacto que nunca llegó. Cuando aterrizaron todo fue silencio por un momento y, de repente, la voz de Alice lo rompió. Primero perpleja y luego emocionada, retrataba a la perfección el estado de ánimo de la conejita. ¡Había funcionado! Se miró las manos con orgullo; al final iba a resultar tremendamente útil.
Estaban frente al castillo. Por suerte, no había muro ni foso, pero tampoco tenían la llave. Iba a responderle a Alice que evidentemente irían por una ventana, pero ella se le adelantó. Illje confió y se acomodó junto a su cintura mientras la joven las elevaba a ambas.
-Tenemos que tener cuidado. Si de verdad nos veía en todo momento sabrá que estábamos a punto de llegar. Deberíamos contar con que sabrá que estamos dentro, solo por si acaso.
Por un lado, el sentido común le decía que cualquier persona que se tomara tantas molestias para apartar a alguien de su vivienda tendría la misma bien protegida y salvaguardada, con cámaras de vigilancia, trampas para tontos y hasta perros guardianes. Por otro lado, después de semejante espectáculo con los árboles de tantos metros, no podía evitar pensar que esa persona estaba compensando un complejo y en realidad era bastante tonta. Pero como no tenía pruebas ni de lo uno ni de lo otro, era mucho mejor prevenir que curar.
Pateó sin discreción la ventana y ayudó a Alice a colarse junto con ella. En cuestión de segundos estaban dentro, en una habitación que tenía pinta de no haberse utilizado en años. La conejita estornudó por el polvo, antes de mirar a su alrededor.
Era bastante pequeñita y estaba atiborrada de libros carcomidos por las termitas y el paso del tiempo. Un par de sillas, una mesita y tres enormes estanterías; claramente era un rincón de lectura.
-Entiendo que si vive solo no utilice todo el castillo. Imagino que si huimos del polvo no tardaremos en encontrarle.
Agarró a Budur en una mano y fue hacia la puerta. Giró el pomo con cuidado y, poniéndose detrás, la abrió lentamente. No sabía qué esperaba que le saltara, pero el suspense fue para nada. Detrás solo les esperaba un pasillo largo y vació. La conejita se encogió de hombros, antes de lanzarse a lo desconocido.
-Oh, bueno. No creo que vaya a intentar escapar. No sin que le oigamos hacerlo, al menos. Vamos allá.
Estaban frente al castillo. Por suerte, no había muro ni foso, pero tampoco tenían la llave. Iba a responderle a Alice que evidentemente irían por una ventana, pero ella se le adelantó. Illje confió y se acomodó junto a su cintura mientras la joven las elevaba a ambas.
-Tenemos que tener cuidado. Si de verdad nos veía en todo momento sabrá que estábamos a punto de llegar. Deberíamos contar con que sabrá que estamos dentro, solo por si acaso.
Por un lado, el sentido común le decía que cualquier persona que se tomara tantas molestias para apartar a alguien de su vivienda tendría la misma bien protegida y salvaguardada, con cámaras de vigilancia, trampas para tontos y hasta perros guardianes. Por otro lado, después de semejante espectáculo con los árboles de tantos metros, no podía evitar pensar que esa persona estaba compensando un complejo y en realidad era bastante tonta. Pero como no tenía pruebas ni de lo uno ni de lo otro, era mucho mejor prevenir que curar.
Pateó sin discreción la ventana y ayudó a Alice a colarse junto con ella. En cuestión de segundos estaban dentro, en una habitación que tenía pinta de no haberse utilizado en años. La conejita estornudó por el polvo, antes de mirar a su alrededor.
Era bastante pequeñita y estaba atiborrada de libros carcomidos por las termitas y el paso del tiempo. Un par de sillas, una mesita y tres enormes estanterías; claramente era un rincón de lectura.
-Entiendo que si vive solo no utilice todo el castillo. Imagino que si huimos del polvo no tardaremos en encontrarle.
Agarró a Budur en una mano y fue hacia la puerta. Giró el pomo con cuidado y, poniéndose detrás, la abrió lentamente. No sabía qué esperaba que le saltara, pero el suspense fue para nada. Detrás solo les esperaba un pasillo largo y vació. La conejita se encogió de hombros, antes de lanzarse a lo desconocido.
-Oh, bueno. No creo que vaya a intentar escapar. No sin que le oigamos hacerlo, al menos. Vamos allá.
La patada podía ser suficiente para alertar a un ala entera del castillo, como Illje te confirmó. Sin embargo ya contabas con que era muy poco probable que no supiese ya de vuestras intenciones. Si os había estado observando mientras hacíais trampas por el jardín de granados muy probablemente había sido quién de ver cómo os acercabais. Si os había visto, podía tener un plan. O no. En realidad no importaba demasiado, porque una vez le pateaseis el culo el elaborado plan le iba a servir de más bien poco.
Entrasteis sin demasiada cautela a un rinconcito de lectura, pegado a la ventana para obtener luz suficiente y en la esquina de una amplia biblioteca. En ella había cientos si no miles de volúmenes, tantos que no eras capaz de contarlos a primera vista. Incluso estabas segura de que había libros tras otros libros, pero no estabas allí para cotillear entre las estanterías -ya tendrías tiempo de hacerlo más adelante- sino para hacer justicia por el pobre Ceniza que no tenía ninguna culpa de que esa maldita rata se dedicase a tender trampas a los pobres animalillos. Y, si de paso evitabas que más gente sufriera por su culpa, también estaba bien.
Illje apostó por una táctica sencilla pero eficaz, consistente en la observación de aquellos elementos distintivos para seguir el rastro. En este caso el polvo eran las miguitas de pan o, más bien, su ausencia. Como bien explicaba, donde él pasaba no podía haber polvo o, al menos, no tanto. Sin embargo había un detalle en el que no estabas del todo de acuerdo:
- ¿Y si son más de uno? -preguntaste. Puede que solo uno tuviese poder para mover los árboles, pero eso no significaba que no pudiese tener familia, amigos o un pequeño ejército. No te terminaba de tener sentido que fuese mucha gente por eso de que no había fuente constante de alimentos, pero un pequeño núcleo... Podía ser-. Deberíamos tener cuidado.
Aunque había algo que te preocupaba más: El poder de quienquiera que hubiese erigido los granados apuntaba a un dominio vegetal, ¿pero y si no? ¿Y si había algo más? En una fruta del diablo siempre existía un misterioso factor de desconocimiento y singularidad, algo que hacía único a su usuario y que lo diferenciaba del resto. Porque un hombre-planta tal vez no utilizase granados cuando otros árboles serían más eficaces, ¿no?
Cuando Illje abrió la puerta tú reaccionaste cubriendo su posición con la pistola. Tensas ambas por un segundo, apenas te relajaste cuando visteis que no había moros en la costa. La conejita salió decidida y tú, si bien dudaste, el tirón de la cuerda en tu cintura te hizo decidirte. Si tu teoría alternativa era cierta la ibais a necesitar.
Avanzasteis por el pasillo a oscuras, confiando en que con cada paso os acercabais más a ese malnacido, pero tan solo llegasteis a una inesperada escalera de caracol que llevaba al piso superior. A los lados había habitaciones, claro, pero hasta el momento ni rastro de polvo visible.
- Necesitamos luz -dijiste-. ¿Tienes algo?
Entrasteis sin demasiada cautela a un rinconcito de lectura, pegado a la ventana para obtener luz suficiente y en la esquina de una amplia biblioteca. En ella había cientos si no miles de volúmenes, tantos que no eras capaz de contarlos a primera vista. Incluso estabas segura de que había libros tras otros libros, pero no estabas allí para cotillear entre las estanterías -ya tendrías tiempo de hacerlo más adelante- sino para hacer justicia por el pobre Ceniza que no tenía ninguna culpa de que esa maldita rata se dedicase a tender trampas a los pobres animalillos. Y, si de paso evitabas que más gente sufriera por su culpa, también estaba bien.
Illje apostó por una táctica sencilla pero eficaz, consistente en la observación de aquellos elementos distintivos para seguir el rastro. En este caso el polvo eran las miguitas de pan o, más bien, su ausencia. Como bien explicaba, donde él pasaba no podía haber polvo o, al menos, no tanto. Sin embargo había un detalle en el que no estabas del todo de acuerdo:
- ¿Y si son más de uno? -preguntaste. Puede que solo uno tuviese poder para mover los árboles, pero eso no significaba que no pudiese tener familia, amigos o un pequeño ejército. No te terminaba de tener sentido que fuese mucha gente por eso de que no había fuente constante de alimentos, pero un pequeño núcleo... Podía ser-. Deberíamos tener cuidado.
Aunque había algo que te preocupaba más: El poder de quienquiera que hubiese erigido los granados apuntaba a un dominio vegetal, ¿pero y si no? ¿Y si había algo más? En una fruta del diablo siempre existía un misterioso factor de desconocimiento y singularidad, algo que hacía único a su usuario y que lo diferenciaba del resto. Porque un hombre-planta tal vez no utilizase granados cuando otros árboles serían más eficaces, ¿no?
Cuando Illje abrió la puerta tú reaccionaste cubriendo su posición con la pistola. Tensas ambas por un segundo, apenas te relajaste cuando visteis que no había moros en la costa. La conejita salió decidida y tú, si bien dudaste, el tirón de la cuerda en tu cintura te hizo decidirte. Si tu teoría alternativa era cierta la ibais a necesitar.
Avanzasteis por el pasillo a oscuras, confiando en que con cada paso os acercabais más a ese malnacido, pero tan solo llegasteis a una inesperada escalera de caracol que llevaba al piso superior. A los lados había habitaciones, claro, pero hasta el momento ni rastro de polvo visible.
- Necesitamos luz -dijiste-. ¿Tienes algo?
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Alice tenía razón. No tenían la seguridad de que el hombre – o la mujer, en realidad – estuviera solo. Eso le llevó a preguntarse por qué querría nadie vivir allí, en realidad. No era exactamente la isla más acogedora en la que había entrado. Y el castillo, dadas las condiciones en las que se encontraba, dudaba que fuera de la propiedad del desconocido. Que va, estaba allí ocupando. Pero entonces, estuviera solo o acompañado, solo le quedaba pensar que estaba allí por algo. Que tenía un objetivo, aunque desconocía cuál. Aunque claro, si iba por ahí asustando a inocentes jovencitas como ellas no podía traerse nada bueno entre manos…
Al final, se encogió de hombros sin llegar a ninguna conclusión razonable.
-En cualquier caso, ahora poco podemos hacer. Si son más de uno esperemos que no estén juntos. Al primero que nos encontremos lo atamos y le preguntamos; así nos aseguraremos.
Por un momento se preguntó si sus métodos no le molestarían, pero en seguida se acordó del pistoletazo que había dado Alice no hacía tanto y sonrió, a sabiendas de que no sería el caso. Todavía la llevaba en la mano, en realidad. Cubría su punto ciego mientras iban avanzando con cautela. Eran un dúo imparable.
Le preguntó si tenía luz y tras pensarlo un poco, la conejita sacó de su mochila un pequeño mechero eléctrico. Siempre lo llevaba por si acaso, porque aunque ella no fumaba el fuego siempre era de utilidad. Lo encendió, pero el pequeño halo de luz que lanzaba la llama no les llegaba a nada. Si fue suficiente, sin embargo, para que Illje notara las antorchas apagadas que había en la pared, a intervalos regulares. De un par de saltos agarró dos y le tendió una a Alice.
-Creo que son tan viejas como el castillo, pero todavía deberían funcionar. Menudo elemento de decoración más raro.
Dicho y hecho. Un chasquido del mechero y en seguida tuvieron sus propias llamas iluminándoles el camino. Illje empezó a subir por la escalera de caracol con cuidado. Ya no había polvo, lo que significaba que habían dejado atrás la parte abandonada. Todavía llevaba a Budur en una mano y se movía con cuidado, atenta a cualquier ruido que pudiera haber. Sin embargo, las dos primeras habitaciones a las que accedieron estaban vacías… pero no deshabitadas.
Illje se sentó en la cama deshecha de una, mirando a su alrededor. Había una maleta a medio deshacer en el suelo y envoltorios de bolsas de patatas desperdigados por el cuarto.
-¿Y si no nos veía por el poder de su fruta? – Dijo en un susurro.- Quizá tiene un observatorio o algo parecido, un lugar desde donde poder observar todo el bosque que ha creado. Si es así… creo que le encontraremos en lo alto de todo.
Al final, se encogió de hombros sin llegar a ninguna conclusión razonable.
-En cualquier caso, ahora poco podemos hacer. Si son más de uno esperemos que no estén juntos. Al primero que nos encontremos lo atamos y le preguntamos; así nos aseguraremos.
Por un momento se preguntó si sus métodos no le molestarían, pero en seguida se acordó del pistoletazo que había dado Alice no hacía tanto y sonrió, a sabiendas de que no sería el caso. Todavía la llevaba en la mano, en realidad. Cubría su punto ciego mientras iban avanzando con cautela. Eran un dúo imparable.
Le preguntó si tenía luz y tras pensarlo un poco, la conejita sacó de su mochila un pequeño mechero eléctrico. Siempre lo llevaba por si acaso, porque aunque ella no fumaba el fuego siempre era de utilidad. Lo encendió, pero el pequeño halo de luz que lanzaba la llama no les llegaba a nada. Si fue suficiente, sin embargo, para que Illje notara las antorchas apagadas que había en la pared, a intervalos regulares. De un par de saltos agarró dos y le tendió una a Alice.
-Creo que son tan viejas como el castillo, pero todavía deberían funcionar. Menudo elemento de decoración más raro.
Dicho y hecho. Un chasquido del mechero y en seguida tuvieron sus propias llamas iluminándoles el camino. Illje empezó a subir por la escalera de caracol con cuidado. Ya no había polvo, lo que significaba que habían dejado atrás la parte abandonada. Todavía llevaba a Budur en una mano y se movía con cuidado, atenta a cualquier ruido que pudiera haber. Sin embargo, las dos primeras habitaciones a las que accedieron estaban vacías… pero no deshabitadas.
Illje se sentó en la cama deshecha de una, mirando a su alrededor. Había una maleta a medio deshacer en el suelo y envoltorios de bolsas de patatas desperdigados por el cuarto.
-¿Y si no nos veía por el poder de su fruta? – Dijo en un susurro.- Quizá tiene un observatorio o algo parecido, un lugar desde donde poder observar todo el bosque que ha creado. Si es así… creo que le encontraremos en lo alto de todo.
Un mechero no parecía gran cosa, pero Illje se percató al instante de las antorchas que colgaban en las paredes. Lógicamente eran viejas, pero aun si el aceite se había secado el trapo y la madera seguirían ardiendo. Ella acercó a tu leño el fuego y prendió, emitiendo una luz tenue que, si bien no iluminaba más de dos metros ante vosotras, era mucho más de lo que os ofrecía la acuciante oscuridad de la fortaleza. Con ella pudisteis ver, al poco de seguir caminando, cómo la estela de polvo se iba haciendo más tenue hasta finalmente desaparecer, dejando delante de vosotras dos puertas contiguas.
Entrasteis ambas a la misma, que estaba vacía. Sin embargo cama deshecha y una maleta tirada en el suelo hacían entender que no llevaba mucho tiempo en ese estado. Las bolsas de patatas a medio terminar desperdigadas por el suelo solo te hacían pensar que estabas delante de un guarro, pero también arrojaba una realidad mucho más terrible: Si tenía una forma de conseguir alimento del exterior cazaba por puro placer. De hecho, si tenía una forma de conseguir comida... Podía haber más gente de la que creíais. Mucha más.
- Es posible, pero... -Rebuscaste por entre los estantes menos polvorientos. Algunos de ellos tenían aún una gruesa pátina, pero otros la habían perdido casi por completo. No sabías qué buscabas realmente, tan solo que había algo que vuestro anfitrión cogía habitualmente de ese lugar-. ¡Bingo!
No debía de llevar mucho tiempo ahí, porque tenía un plano mapeado de todo el castillo, planta a planta y habitación a habitación. En él podían verse los pasadizos secretos, las salas de alivio y las canalizaciones que una fortaleza de esas características podía tener, por precarias que fuesen.
- Illje, mira esto -le dijiste, sentándote junto a ella y abriéndolo-. Tiene hasta tachadas algunas habitaciones. ¿Por qué crees que será?
Mientras esperabas una respuesta dejaste que tu cabeza descansase sobre su hombro. No tenías muy claro por qué, solo que te apetecía. Se sentía bien.
Entrasteis ambas a la misma, que estaba vacía. Sin embargo cama deshecha y una maleta tirada en el suelo hacían entender que no llevaba mucho tiempo en ese estado. Las bolsas de patatas a medio terminar desperdigadas por el suelo solo te hacían pensar que estabas delante de un guarro, pero también arrojaba una realidad mucho más terrible: Si tenía una forma de conseguir alimento del exterior cazaba por puro placer. De hecho, si tenía una forma de conseguir comida... Podía haber más gente de la que creíais. Mucha más.
- Es posible, pero... -Rebuscaste por entre los estantes menos polvorientos. Algunos de ellos tenían aún una gruesa pátina, pero otros la habían perdido casi por completo. No sabías qué buscabas realmente, tan solo que había algo que vuestro anfitrión cogía habitualmente de ese lugar-. ¡Bingo!
No debía de llevar mucho tiempo ahí, porque tenía un plano mapeado de todo el castillo, planta a planta y habitación a habitación. En él podían verse los pasadizos secretos, las salas de alivio y las canalizaciones que una fortaleza de esas características podía tener, por precarias que fuesen.
- Illje, mira esto -le dijiste, sentándote junto a ella y abriéndolo-. Tiene hasta tachadas algunas habitaciones. ¿Por qué crees que será?
Mientras esperabas una respuesta dejaste que tu cabeza descansase sobre su hombro. No tenías muy claro por qué, solo que te apetecía. Se sentía bien.
Illje Landvik
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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Illje no tardó en levantarse de la cama. Puede que no estuviera polvorienta, pero desde luego era vieja e incómoda. Era el colchón más gastado que había probado en su vida. Iba a decir algo al respecto, pero entonces vio a Alice caminando al lado de las estanterías. Fue con ella, curiosa por saber qué se habría encontrado.
Miró a donde ella le indicaba. ¡Un mapa! Un mapa enorme, de todo el castillo. Parecía antiguo, casi tanto como el lugar. Quien fuera que estuviera viviendo ahí claramente lo había estado utilizando para desplazarse. Y no le culpaba, el edificio era… enorme. Cuanto más se fijaba en el documento, más cosas veía. Salas secretas, pasadizos, atajos… era increíble todas las capas que tenía el castillo. Quien lo hubiera construido sabía lo que se hacía.
Se sentaron ambas en la cama, examinando su hallazgo. Illje intentaba dilucidar en dónde se encontraban cuando Alice apoyó la cabeza en su hombro. Por acto reflejo la conejita alzó un brazo y empezó a acariciarle el pelo de forma distraída, mientras pensaba a toda velocidad.
-No estoy segura, pero se me ocurren dos motivos. Bien son sitios a los que no quiere entrar o sitios en los que ya ha estado.
Quizá estaba buscando algo. Parecía haber seguido una ruta lógica. No era posible recorrer todas las habitaciones tachadas en orden, pero al mirarlo un poco más entendió lo que ocurría. Tenía una habitación en el segundo piso a la que debía de estar volviendo de cada vez. Luego salía, investigaba otro cuarto, lo tachaba, y regresaba para escoger el siguiente.
-Solo es una teoría pero y si…- le explicó lo que acababa de pensar, señalando en el mapa a medida que avanzaba, para ilustrar su punto. – Por supuesto, puede ser que simplemente sean habitaciones viejas o algo en las que no quiera entrar.
De repente, la conejita encontró lo que estaba buscando. Sonrió y señaló en el mapa: - Mira, estamos aquí. Esta es la ventana por la que hemos entrado y hemos venido subiendo por esta escalera… vaya, esta cosa tiene mucho detalle.
El mapa diferenciaba incluso las escaleras normales de las de caracol como la que ellas habían subido. Lo cierto es que era una obra de arte. Le gustaría llevárselo, pero no dijo nada porque si Alice lo quería, prefería dejárselo. También quedaría bonito decorando entre su colección de relojes.
-Bueno, ahora sabemos cómo ir… sólo nos falta descubrir a dónde.
Miró a donde ella le indicaba. ¡Un mapa! Un mapa enorme, de todo el castillo. Parecía antiguo, casi tanto como el lugar. Quien fuera que estuviera viviendo ahí claramente lo había estado utilizando para desplazarse. Y no le culpaba, el edificio era… enorme. Cuanto más se fijaba en el documento, más cosas veía. Salas secretas, pasadizos, atajos… era increíble todas las capas que tenía el castillo. Quien lo hubiera construido sabía lo que se hacía.
Se sentaron ambas en la cama, examinando su hallazgo. Illje intentaba dilucidar en dónde se encontraban cuando Alice apoyó la cabeza en su hombro. Por acto reflejo la conejita alzó un brazo y empezó a acariciarle el pelo de forma distraída, mientras pensaba a toda velocidad.
-No estoy segura, pero se me ocurren dos motivos. Bien son sitios a los que no quiere entrar o sitios en los que ya ha estado.
Quizá estaba buscando algo. Parecía haber seguido una ruta lógica. No era posible recorrer todas las habitaciones tachadas en orden, pero al mirarlo un poco más entendió lo que ocurría. Tenía una habitación en el segundo piso a la que debía de estar volviendo de cada vez. Luego salía, investigaba otro cuarto, lo tachaba, y regresaba para escoger el siguiente.
-Solo es una teoría pero y si…- le explicó lo que acababa de pensar, señalando en el mapa a medida que avanzaba, para ilustrar su punto. – Por supuesto, puede ser que simplemente sean habitaciones viejas o algo en las que no quiera entrar.
De repente, la conejita encontró lo que estaba buscando. Sonrió y señaló en el mapa: - Mira, estamos aquí. Esta es la ventana por la que hemos entrado y hemos venido subiendo por esta escalera… vaya, esta cosa tiene mucho detalle.
El mapa diferenciaba incluso las escaleras normales de las de caracol como la que ellas habían subido. Lo cierto es que era una obra de arte. Le gustaría llevárselo, pero no dijo nada porque si Alice lo quería, prefería dejárselo. También quedaría bonito decorando entre su colección de relojes.
-Bueno, ahora sabemos cómo ir… sólo nos falta descubrir a dónde.
Te gustaban las caricias. Sus caricias. Mientras su mano se movía distraídamente por tu nuca el mundo simplemente dejó de existir y cerraste los ojos por un rato, solo deseando que ese momento no terminase nunca. Illje tenía una forma muy particular y alocada de hacer las cosas, pero al mismo tiempo delicada y metódica. Sus dedos no dibujaban ninguna forma en particular mientras recorría tu cabeza, pero sus dedos marcaban con pulso firme y línea definida un cuadro lleno de significados.
En cierto modo podías escuchar los engranajes de su cabeza trabajando, pero solo cuando habló despertaste de golpe de tu ensueño, irguiéndote al instante. Parpadeaste varias veces desorientada mientras atendías a su explicación, casi habiendo olvidado por qué estabais allí, tomando un momento el libro en tus manos.
- Solo es un orden lógico si busca algo en el castillo -repusiste-. ¿Pero el qué?
No sabías mucho de Thriller Bark. No sabías mucho de nada en el Grand Line, realmente. Illje había apuntado una cosa fundamental particularmente llamativa: No había ido de más cercana a más lejana, e incluso asumiendo la idea de ir desde más lejos hasta la habitación que usaba como base perdía un poco de sentido si no abría puerta a puerta todo. Que buscaba algo era obvio, pero tenía que haber algo en el propio mapa que incitase a pensar que a priori estaba ahí.
- Vale, eso es fácil... En las habitaciones tachadas tiene que haber algo en común. Están esparcidas por los pisos y algunas son interiores, así que no todas tienen ventanas. Algunas no tienen muro de carga, columnas...
Te detuviste a observar cada detalle de la leyenda y el trazo. ¿Qué elementos había en esas habitaciones que las demás no poseían? Entrecerraste los ojos, concentrada, hasta comprender qué las hacía diferentes. Cuando lo viste te levantaste quizá demasiado deprisa de la cama y el dolor fue inmenso, pero te repusiste con una simple sonrisa y tiraste de la cuerda para hacer a la conejita levantarse.
- ¡La habitación de al lado está tachada! -exclamaste-. ¡Vamos!
Libro en mano avanzaste hasta el dormitorio contiguo y sonreíste. Tal como pensabas, no encajaba del todo bien con el mapa, y más importante aún: Uno de sus muros estaba picado.
- Todas las estancias que visita tienen forma de L -explicaste-. Está buscando un pasadizo secreto a algún lado, o un tesoro, o lo que sea. Solo tenemos que encontrar la siguiente habitación en forma de L y así lo encontraremos. -Te encogiste de hombros-. O al menos en teoría debería funcionar.
En cierto modo podías escuchar los engranajes de su cabeza trabajando, pero solo cuando habló despertaste de golpe de tu ensueño, irguiéndote al instante. Parpadeaste varias veces desorientada mientras atendías a su explicación, casi habiendo olvidado por qué estabais allí, tomando un momento el libro en tus manos.
- Solo es un orden lógico si busca algo en el castillo -repusiste-. ¿Pero el qué?
No sabías mucho de Thriller Bark. No sabías mucho de nada en el Grand Line, realmente. Illje había apuntado una cosa fundamental particularmente llamativa: No había ido de más cercana a más lejana, e incluso asumiendo la idea de ir desde más lejos hasta la habitación que usaba como base perdía un poco de sentido si no abría puerta a puerta todo. Que buscaba algo era obvio, pero tenía que haber algo en el propio mapa que incitase a pensar que a priori estaba ahí.
- Vale, eso es fácil... En las habitaciones tachadas tiene que haber algo en común. Están esparcidas por los pisos y algunas son interiores, así que no todas tienen ventanas. Algunas no tienen muro de carga, columnas...
Te detuviste a observar cada detalle de la leyenda y el trazo. ¿Qué elementos había en esas habitaciones que las demás no poseían? Entrecerraste los ojos, concentrada, hasta comprender qué las hacía diferentes. Cuando lo viste te levantaste quizá demasiado deprisa de la cama y el dolor fue inmenso, pero te repusiste con una simple sonrisa y tiraste de la cuerda para hacer a la conejita levantarse.
- ¡La habitación de al lado está tachada! -exclamaste-. ¡Vamos!
Libro en mano avanzaste hasta el dormitorio contiguo y sonreíste. Tal como pensabas, no encajaba del todo bien con el mapa, y más importante aún: Uno de sus muros estaba picado.
- Todas las estancias que visita tienen forma de L -explicaste-. Está buscando un pasadizo secreto a algún lado, o un tesoro, o lo que sea. Solo tenemos que encontrar la siguiente habitación en forma de L y así lo encontraremos. -Te encogiste de hombros-. O al menos en teoría debería funcionar.
Illje Landvik
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Mientras Alice murmuraba, tratando de averiguar el nexo común entre todas las habitaciones tachadas, fue el turno de Illje de acomodarse. Se echó un poco hacia atrás y apoyó la barbilla en el hombro de Alice, mirando el mapa con curiosidad tratando de seguirle el ritmo. Curiosamente estaba cómoda en esa postura, pese a que había tenido que agacharse un poco. Pero el pelo de Alice le hacía cosquillas en las orejas y desde ahí podía ver más de cerca los diminutos símbolos de leyenda en el papel.
No estaba segura de seguir a Alice. Podía ver las diferentes habitaciones, pero en cuanto empezó a hablar de muros de carga se perdió completamente. Sabía lo que eran, claro, pero le costaba verlos representados en el mapa. Quizá por eso sus propios esquemas solían salir un tanto chapuceros. Era una artista con el escalpelo y todavía más a la hora de soldar y programar, pero en cuanto tenía que explicar exactamente cómo había conseguido sus resultados, la cosa cambiaba. En su cabeza todo tenía sentido pero en el papel era otra historia.
L o que sí tenía que admitir era que el grabado del castillo era increíblemente pulcro y detallado. Tanto que le daba un poco de envidia. Incluso los diminutos letreros parecían escritos a mano y no era capaz de entender cómo nadie podía ser tan limpio escribiendo y dibujando algo tan pequeño. ¡Todas las líneas eran perfectamente rectas! No era justo.
Salió de su ensimismamiento cuando Alice gritó, habiendo encontrado la solución. Illje la siguió y en cuanto vio el muro a medio picar de la habitación de al lado ella también entendió lo que buscaba. Un pasadizo secreto… lo que le sorprendía era que no estuviera también anotado en el mapa, pero tal vez el libro no era para el dueño del castillo. O quizá esa persona no lo necesitaba. Era un pasadizo secreto por algo. De momento, lo que importaba era que Alice había dado con la pista definitiva. La conejita agarró el libro y lo escaneó a toda velocidad, ahora que sabía lo que tenía que buscar. Siguió en el mapa con el dedo hasta encontrarlo y sonrió de oreja a oreja.
-Bingo. Estamos a medio piso de distancia. Y dado que ha dejado aquí el mapa, bien está en algún otro lado buscándonos o bien está pico en mano buscando lo suyo propio. Vamos a comprobarlo.
No podían descartar que el hombre siguiera buscándolas entre el bosque, o que se hubiera atrincherado para que no le encontraran si sabía que habían entrado. Pero había dejado el mapa atrás y quizá tenía más prisa por hallar el tesoro… o lo que fuera.
Caminaron en silencio por el castillo, antorchas en mano y unidas todavía por la cuerda. Avanzaron por un par de pasillos, giraron varias veces y subieron una escalerita. Se estaban acercando y fue entonces cuando lo oyeron.
Clack. Clack. Clack.
Estaba picando. Illje frenó y miró a Alice. Era el momento, podían sorprenderle. Precavida, se agachó y se desanudó la cuerda. Ahora estaban juntas y temía que si había un enfrentamiento fuera a funcionar en su contra. Agarró a Budur en una mano y aguardo a una señal de Alice. En cuanto ambas estuvieran listas, entrarían.
No estaba segura de seguir a Alice. Podía ver las diferentes habitaciones, pero en cuanto empezó a hablar de muros de carga se perdió completamente. Sabía lo que eran, claro, pero le costaba verlos representados en el mapa. Quizá por eso sus propios esquemas solían salir un tanto chapuceros. Era una artista con el escalpelo y todavía más a la hora de soldar y programar, pero en cuanto tenía que explicar exactamente cómo había conseguido sus resultados, la cosa cambiaba. En su cabeza todo tenía sentido pero en el papel era otra historia.
L o que sí tenía que admitir era que el grabado del castillo era increíblemente pulcro y detallado. Tanto que le daba un poco de envidia. Incluso los diminutos letreros parecían escritos a mano y no era capaz de entender cómo nadie podía ser tan limpio escribiendo y dibujando algo tan pequeño. ¡Todas las líneas eran perfectamente rectas! No era justo.
Salió de su ensimismamiento cuando Alice gritó, habiendo encontrado la solución. Illje la siguió y en cuanto vio el muro a medio picar de la habitación de al lado ella también entendió lo que buscaba. Un pasadizo secreto… lo que le sorprendía era que no estuviera también anotado en el mapa, pero tal vez el libro no era para el dueño del castillo. O quizá esa persona no lo necesitaba. Era un pasadizo secreto por algo. De momento, lo que importaba era que Alice había dado con la pista definitiva. La conejita agarró el libro y lo escaneó a toda velocidad, ahora que sabía lo que tenía que buscar. Siguió en el mapa con el dedo hasta encontrarlo y sonrió de oreja a oreja.
-Bingo. Estamos a medio piso de distancia. Y dado que ha dejado aquí el mapa, bien está en algún otro lado buscándonos o bien está pico en mano buscando lo suyo propio. Vamos a comprobarlo.
No podían descartar que el hombre siguiera buscándolas entre el bosque, o que se hubiera atrincherado para que no le encontraran si sabía que habían entrado. Pero había dejado el mapa atrás y quizá tenía más prisa por hallar el tesoro… o lo que fuera.
Caminaron en silencio por el castillo, antorchas en mano y unidas todavía por la cuerda. Avanzaron por un par de pasillos, giraron varias veces y subieron una escalerita. Se estaban acercando y fue entonces cuando lo oyeron.
Clack. Clack. Clack.
Estaba picando. Illje frenó y miró a Alice. Era el momento, podían sorprenderle. Precavida, se agachó y se desanudó la cuerda. Ahora estaban juntas y temía que si había un enfrentamiento fuera a funcionar en su contra. Agarró a Budur en una mano y aguardo a una señal de Alice. En cuanto ambas estuvieran listas, entrarían.
El libro era viejo. Estaba bien cuidado, pero era viejo. Si todo encajaba con lo que estabas pensando se trataba del plano de obra original, y quienquiera que estuviese allí debía haber invertido grandes cantidades de esfuerzo en hacerse con esos papeles, quizá porque valía la pena. Quizá tú habrías buscado un plano más tardío para compararlo, ya que estabas segura de que alguna habitación encima o debajo de una de esas debería estar inaccesible de algún modo, pero comprendías que alguna gente prefería hacer uso de métodos más rudimentarios. Al fin y al cabo era la única manera de comprobar que todas y cada una de las estancias tenían algo único.
Seguiste a Illje en su particular cruzada. Ella tenía la corazonada de dónde se encontraría el sujeto -o uno de ellos-, y había apostado por una habitación a poca distancia, en la misma ala y sin cambiar de piso. Por qué seguía ese orden era difícil de predecir, pero sin intentar adivinarlo tan solo aferraste la antorcha en una mano y la pistola en la otra, confiando en que la conejita había dado con la repuesta. Y así fue.
El sonido del pico dando contra una pared resonó en el pasillo cuando os ibais acercando. Ella se deshizo de la cuerda y tú la imitaste, cuidadosamente, asintiendo sin hacer ningún ruido. Illje esperó tu señal con la empuñadura de su hoja en la mano. Tú contabas la frecuencia de los golpes intentando adivinar cuánta gente os encontraríais dentro, pero estabas casi segura de que solo una persona os esperaba al otro lado.
Te acercaste cuidadosamente a la puerta, dándole por señal el girar del picaporte, y te quedaste a un lado del marco, pistola en mano, lista para entrar, pero lo que viste te dejó simplemente sin palabras:
No eran uno ni dos, sino siete hombres de barba extraordinariamente bajitos que picaban al unísono en silencio. Uno de ellos miró hacia la puerta abierta y dio un grito de alarma, pero entraste antes de que pudiesen hacer nada apuntando a uno de ellos.
- ¿Qué está pasando aquí? -preguntaste-. ¿Quiénes sois y por qué habéis intentado matarnos?
Uno de ellos, de larga barba blanca y gafas de media luna clavó sus ojos azules en ti. Suspiró por un momento mirando a sus compañeros, hasta que al final decidió hablar:
- Estamos buscando al rey del laberinto -dijo-. Nuestra protegida entró un día aquí y consumió una granada envenenada. No sabemos dónde la tiene, o qué ha sido de ella, pero vamos a sacarle las respuestas a ese mequetrefe a golpes si hace falta.
- ¡Sí, y le meteremos el pico por el...!
- ¡Silencio, Dope! -le reprochó uno, vestido de rojo, con voz rasposa-. Por eso nunca te dejamos hablar. -Entonces se dirigió a vosotras de nuevo-. Vamos a machacar a ese maldito por lo que le hizo a la puñetera mocosa. ¡Como que me llamo Andrew Gerald Rumpey que va a pagar!
Miraste a Illje. Os habíais metido en otro cuento.
Seguiste a Illje en su particular cruzada. Ella tenía la corazonada de dónde se encontraría el sujeto -o uno de ellos-, y había apostado por una habitación a poca distancia, en la misma ala y sin cambiar de piso. Por qué seguía ese orden era difícil de predecir, pero sin intentar adivinarlo tan solo aferraste la antorcha en una mano y la pistola en la otra, confiando en que la conejita había dado con la repuesta. Y así fue.
El sonido del pico dando contra una pared resonó en el pasillo cuando os ibais acercando. Ella se deshizo de la cuerda y tú la imitaste, cuidadosamente, asintiendo sin hacer ningún ruido. Illje esperó tu señal con la empuñadura de su hoja en la mano. Tú contabas la frecuencia de los golpes intentando adivinar cuánta gente os encontraríais dentro, pero estabas casi segura de que solo una persona os esperaba al otro lado.
Te acercaste cuidadosamente a la puerta, dándole por señal el girar del picaporte, y te quedaste a un lado del marco, pistola en mano, lista para entrar, pero lo que viste te dejó simplemente sin palabras:
No eran uno ni dos, sino siete hombres de barba extraordinariamente bajitos que picaban al unísono en silencio. Uno de ellos miró hacia la puerta abierta y dio un grito de alarma, pero entraste antes de que pudiesen hacer nada apuntando a uno de ellos.
- ¿Qué está pasando aquí? -preguntaste-. ¿Quiénes sois y por qué habéis intentado matarnos?
Uno de ellos, de larga barba blanca y gafas de media luna clavó sus ojos azules en ti. Suspiró por un momento mirando a sus compañeros, hasta que al final decidió hablar:
- Estamos buscando al rey del laberinto -dijo-. Nuestra protegida entró un día aquí y consumió una granada envenenada. No sabemos dónde la tiene, o qué ha sido de ella, pero vamos a sacarle las respuestas a ese mequetrefe a golpes si hace falta.
- ¡Sí, y le meteremos el pico por el...!
- ¡Silencio, Dope! -le reprochó uno, vestido de rojo, con voz rasposa-. Por eso nunca te dejamos hablar. -Entonces se dirigió a vosotras de nuevo-. Vamos a machacar a ese maldito por lo que le hizo a la puñetera mocosa. ¡Como que me llamo Andrew Gerald Rumpey que va a pagar!
Miraste a Illje. Os habíais metido en otro cuento.
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El pico golpeteaba de forma rítmica sobre la piedra. A veces había un extraño eco, pero estaba clarísimo que allí solo había una persona. ¡Perfecto! Podrían sorprenderla sin más tardanza. Alice giró el picaporte y mientras ella se quedaba en guardia con la pistola, Illje irrumpió espada en mano.
Se quedó con Budur en lo alto, procesando lo que estaba viendo. No era una persona. Ni dos, ni tres. Eran siete hombres, muy bajitos, subidos unos encima de los hombros de los otros. Picaban al unísono y por un momento pensó que tan compenetración era digna de admiración. Sin embargo en seguida tuvo otras cosas en las que pensar, porque Alice fue rápida y les preguntó qué rayos hacían ahí… y contestaron, sin pelos en la lengua.
Bajó el arma con cautela, baremando la situación. Alguien había caído por lo de las granadas envenenadas y ahora estaba cautiva en el castillo. Con razón los… hombres… enanitos… estaban picando con tanta organización; no querían dejar nada al azar. Miró a Alice con cara de cachorrito.
-Tenemos que ayudarles. Ese rey del castillo parece la persona que estamos buscando de todas maneras…
Claramente era el hombre que las había atacado con tantos árboles, no había duda ninguna. Sin embargo, antes de que pudiera decir más, uno de los enanitos habló.
-¡Cómo que ayudarnos! Somos perfectamente capa… aaah.. aachACHÚS! ¡Capaces de encontrarlo solos!
-Sneez, no te calientes… si quieren ayudar no perdemos nada. Llevamos tres días ya buscando.
Tres días… el castillo era verdaderamente grande. ¿Cómo podía ser que aún no hubieran encontrado al hombre? Por un momento se le pasó por la cabeza la posibilidad de que pudiera alterar el castillo igual que había alterado el bosque. Se estremeció, pero en seguida la descartó. El lugar seguía el mapa que habían encontrado al pie de la letra, así que eso no podía ser.
Fue con Alice y abrió el libro de nuevo, estudiándolo. Los enanitos debían de tener razón, debía de haber alguna cámara o pasadizo secreto tras el que estarse escondiendo. Pero tenía que tener o una enorme despensa o contacto con el exterior…
-¡Eh! ¡Nos han robado el libro las muy…!
-¡Dope, cállate! – El más anciano bajó el pico y se masajeó la frente. Claramente estaba cansado.- Si tenéis alguna idea, os escuchamos. De lo contrario, devolvednos el libro.
Era pequeño, pero la forma en que sujetaba el pico era amenazante. Illje no sabía qué pasaría si escogían desobedecer, pero sabía que no quería averiguarlo. Tendrían que encontrar sí o sí al rey del laberinto.
Se quedó con Budur en lo alto, procesando lo que estaba viendo. No era una persona. Ni dos, ni tres. Eran siete hombres, muy bajitos, subidos unos encima de los hombros de los otros. Picaban al unísono y por un momento pensó que tan compenetración era digna de admiración. Sin embargo en seguida tuvo otras cosas en las que pensar, porque Alice fue rápida y les preguntó qué rayos hacían ahí… y contestaron, sin pelos en la lengua.
Bajó el arma con cautela, baremando la situación. Alguien había caído por lo de las granadas envenenadas y ahora estaba cautiva en el castillo. Con razón los… hombres… enanitos… estaban picando con tanta organización; no querían dejar nada al azar. Miró a Alice con cara de cachorrito.
-Tenemos que ayudarles. Ese rey del castillo parece la persona que estamos buscando de todas maneras…
Claramente era el hombre que las había atacado con tantos árboles, no había duda ninguna. Sin embargo, antes de que pudiera decir más, uno de los enanitos habló.
-¡Cómo que ayudarnos! Somos perfectamente capa… aaah.. aachACHÚS! ¡Capaces de encontrarlo solos!
-Sneez, no te calientes… si quieren ayudar no perdemos nada. Llevamos tres días ya buscando.
Tres días… el castillo era verdaderamente grande. ¿Cómo podía ser que aún no hubieran encontrado al hombre? Por un momento se le pasó por la cabeza la posibilidad de que pudiera alterar el castillo igual que había alterado el bosque. Se estremeció, pero en seguida la descartó. El lugar seguía el mapa que habían encontrado al pie de la letra, así que eso no podía ser.
Fue con Alice y abrió el libro de nuevo, estudiándolo. Los enanitos debían de tener razón, debía de haber alguna cámara o pasadizo secreto tras el que estarse escondiendo. Pero tenía que tener o una enorme despensa o contacto con el exterior…
-¡Eh! ¡Nos han robado el libro las muy…!
-¡Dope, cállate! – El más anciano bajó el pico y se masajeó la frente. Claramente estaba cansado.- Si tenéis alguna idea, os escuchamos. De lo contrario, devolvednos el libro.
Era pequeño, pero la forma en que sujetaba el pico era amenazante. Illje no sabía qué pasaría si escogían desobedecer, pero sabía que no quería averiguarlo. Tendrían que encontrar sí o sí al rey del laberinto.
- La sala oculta está aquí -dijiste, abriendo el libro por la última planta de la intersección entre ambas alas, sobre la que la torre debía elevarse-. De hecho, dudo que esté particularmente oculta dado que tiene que poder entrar y salir fácilmente, así que... Este es el punto exacto.
Era casi imperceptible, pero la biblioteca de la última planta también tenía una de esas protuberancias extrañas. Lo habías estado pensando un rato mientras caminabais, y ahora que tenías delante a toda aquella gente que no buscaba algo sino a alguien todo tenía mucho más sentido: Algo solo debía estar oculto, pero el rey del laberinto debía moverse, conseguir comida, pasear... Asumiendo que buscase un lugar remoto dentro del castillo la torre era lo más lógico, y una entrada secreta -en tu opinión completamente innecesaria- debía estar mejor camuflada que aquellas paredes de concreto que los enanos picaban. Seguramente fuese la clase de cosa que cualquiera pasaría por alto.
- Los libros mitigan el sonido, así que sería muy complicado dar con una pared hueca sin desmantelarla entera. Más una como esta. -La biblioteca ocupaba al menos tres de las innumerables plantas del castillo. En ella debía haber toneladas de madera y metal, millares de libros y tantas otras cosas que harían de investigar el lugar una tarea titánica, al tiempo que colocar una entrada secreta en alguna de las libreras era relativamente sencillo-. Pero es justo en esta planta, la última. Si os fijáis, en comparación con el resto...
Les explicaste la diferencia: Las plantas anteriores eran más pequeñas, totalmente rectangulares. La última era una "L" algo aplastada, pero esa pequeña protuberancia en el plano era algo de lo que no podías darte cuenta sin saber por qué picabas, y los enanos no parecían tener muy claro qué estaban haciendo ahí. No ibas a culparlos, pero cualquiera habría esperado que se diesen cuenta tras manosear el libro constantemente durante quizá meses. Te daba pena la "mocosa", ya debía estar irreconocible.
Miraste a Illje mientras pensabas una última cosa. Te daba miedo preguntarla porque la respuesta que esperabas era justamente la más decepcionante, pero ibas a tener que hacerla en algún momento, y si había un observatorio para los jardines debía estar en lo alto de la torre o en lo más bajo del castillo. Y nadie con semejante castillo viviría en la primera planta, iba muy en contra de compensar los complejos que te llevarían a vivir en una isla del terror en un castillo embrujado.
- ¿Cómo sabéis que está tras una puerta secreta?
- Es el rey del laberinto. Si se pudiese llegar recto no sería un laberinto. -El de gafas parecía muy convencido de su teoría, y todo el mundo asintió con convicción.
- ¿Lo habéis comprobado? Quiero decir, ¿habéis peinado el castillo antes?
- Eso no sería nada científico, jovencita -repuso el enano-. Si tuviésemos que demostrar todo empíricamente la ciencia se convertiría en ensayo y error. Hay que probar una teoría antes de...
- ¡Tengo una teoría! -interrumpiste-. Mi hipótesis es que el laberinto está fuera y no hay ninguna entrada secreta a su guarida del mal; ¿podemos comprobar esa?
Miraste a Illje, esperando que te apoyara. Sabías que cavar con siete aguerridos enanos podía ser entretenido, pero olían a tigre y no te gustaba perder el tiempo.
Era casi imperceptible, pero la biblioteca de la última planta también tenía una de esas protuberancias extrañas. Lo habías estado pensando un rato mientras caminabais, y ahora que tenías delante a toda aquella gente que no buscaba algo sino a alguien todo tenía mucho más sentido: Algo solo debía estar oculto, pero el rey del laberinto debía moverse, conseguir comida, pasear... Asumiendo que buscase un lugar remoto dentro del castillo la torre era lo más lógico, y una entrada secreta -en tu opinión completamente innecesaria- debía estar mejor camuflada que aquellas paredes de concreto que los enanos picaban. Seguramente fuese la clase de cosa que cualquiera pasaría por alto.
- Los libros mitigan el sonido, así que sería muy complicado dar con una pared hueca sin desmantelarla entera. Más una como esta. -La biblioteca ocupaba al menos tres de las innumerables plantas del castillo. En ella debía haber toneladas de madera y metal, millares de libros y tantas otras cosas que harían de investigar el lugar una tarea titánica, al tiempo que colocar una entrada secreta en alguna de las libreras era relativamente sencillo-. Pero es justo en esta planta, la última. Si os fijáis, en comparación con el resto...
Les explicaste la diferencia: Las plantas anteriores eran más pequeñas, totalmente rectangulares. La última era una "L" algo aplastada, pero esa pequeña protuberancia en el plano era algo de lo que no podías darte cuenta sin saber por qué picabas, y los enanos no parecían tener muy claro qué estaban haciendo ahí. No ibas a culparlos, pero cualquiera habría esperado que se diesen cuenta tras manosear el libro constantemente durante quizá meses. Te daba pena la "mocosa", ya debía estar irreconocible.
Miraste a Illje mientras pensabas una última cosa. Te daba miedo preguntarla porque la respuesta que esperabas era justamente la más decepcionante, pero ibas a tener que hacerla en algún momento, y si había un observatorio para los jardines debía estar en lo alto de la torre o en lo más bajo del castillo. Y nadie con semejante castillo viviría en la primera planta, iba muy en contra de compensar los complejos que te llevarían a vivir en una isla del terror en un castillo embrujado.
- ¿Cómo sabéis que está tras una puerta secreta?
- Es el rey del laberinto. Si se pudiese llegar recto no sería un laberinto. -El de gafas parecía muy convencido de su teoría, y todo el mundo asintió con convicción.
- ¿Lo habéis comprobado? Quiero decir, ¿habéis peinado el castillo antes?
- Eso no sería nada científico, jovencita -repuso el enano-. Si tuviésemos que demostrar todo empíricamente la ciencia se convertiría en ensayo y error. Hay que probar una teoría antes de...
- ¡Tengo una teoría! -interrumpiste-. Mi hipótesis es que el laberinto está fuera y no hay ninguna entrada secreta a su guarida del mal; ¿podemos comprobar esa?
Miraste a Illje, esperando que te apoyara. Sabías que cavar con siete aguerridos enanos podía ser entretenido, pero olían a tigre y no te gustaba perder el tiempo.
Illje Landvik
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Caminó hasta volver a ponerse detrás de Alice y miró el libro por donde ella lo había abierto. Los enanitos avanzaron también – en realidad solo caminó el de abajo – y el de arriba examinó la página mientras los demás esperaban un veredicto. Illje tenía que admitir que tenían un equilibrio envidiable. Y el de debajo de todo, unas piernas increíblemente fuertes. ¿Se pondrían siempre así o irían turnándose?
Miró el mapa, pensando en las palabras de Alice. Sí, veía a lo que se refería. Y al fin y al cabo, la torre era el lugar más apropiado para una guarida secreta, aunque no estaba segura de que eso formase parte de su argumento. Del del rey del laberinto sí, fijo. Fue a decir que estaba de acuerdo, pero Alice se le adelantó preguntándole a los enanos cómo sabían que estaba tras una puerta secreta. Ella tenía otra pregunta.
-Oíd, ¿cómo sabéis que hay un rey del laberinto? Si no volvisteis a verla desde que entró aquí… a nosotras nos ha atacado, ¿y a vosotros?
Uno de los enanos la miró con verdadero enfado y pareció que iba a decir algo, pero el enano de las gafas y la enorme barba blanca le miró de reojo y al final decidió que no valía la pena.
-Eso es asunto nuestro y de nuestra muchacha, jovencita. No podemos ir por ahí aireando sus trapos sucios.
Illje se preguntó por qué habían sido tan rápidos para explicarles la situación si ahora no querían contar más detalles. Quizá necesitaban ayuda y esa era su forma de decirlo. Se encogió de hombros. Había asistido al debate sobre la ciencia y se había mordido la lengua para no contestarle dos cosas bien dichas, lo mejor era que no tentara la suerte. Pero Alice le miró y tuvo que darse prisa para adelantarse a los enanos.
-¡Estoy de acuerdo! Además, si no tenemos razón no tenéis más que tachar esa parte en el mapa ¿no?
Eso por suerte pareció convencerlos y en cuestión de momentos la comitiva abandonaba el lugar para ir en pos de la torre. El enanito de debajo de todo parecía haberse rendido y uno a uno se fueron desmontando y colocando en fila india. Incluso así caminaban en completa sintonía. Casi era hipnótico.
Dejó que Alice guiara el camino, ya que ella llevaba el mapa. Illje sujetaba la antorcha para que pudiera ver bien y así, pasito a pasito, pronto encontraron justo lo que buscaban. Una puerta de madera pulida que al abrirla les llevó a la base de una enorme escalera de caracol. Subieron poco a poco, dando círculos y viendo por las ventanas cómo el suelo se iba haciendo más y más pequeño.
-Han desaparecido la mayoría de los árboles…- le dijo a Alice en un susurro.- creo que nos está esperando. O a los enanos. No lo tengo claro.
Por fin, tras mucho caminar, llegaron a lo alto. Otra puerta de madera, cerrada, aguardaba tranquilamente a que descubrieran lo que había al otro lado.
Miró el mapa, pensando en las palabras de Alice. Sí, veía a lo que se refería. Y al fin y al cabo, la torre era el lugar más apropiado para una guarida secreta, aunque no estaba segura de que eso formase parte de su argumento. Del del rey del laberinto sí, fijo. Fue a decir que estaba de acuerdo, pero Alice se le adelantó preguntándole a los enanos cómo sabían que estaba tras una puerta secreta. Ella tenía otra pregunta.
-Oíd, ¿cómo sabéis que hay un rey del laberinto? Si no volvisteis a verla desde que entró aquí… a nosotras nos ha atacado, ¿y a vosotros?
Uno de los enanos la miró con verdadero enfado y pareció que iba a decir algo, pero el enano de las gafas y la enorme barba blanca le miró de reojo y al final decidió que no valía la pena.
-Eso es asunto nuestro y de nuestra muchacha, jovencita. No podemos ir por ahí aireando sus trapos sucios.
Illje se preguntó por qué habían sido tan rápidos para explicarles la situación si ahora no querían contar más detalles. Quizá necesitaban ayuda y esa era su forma de decirlo. Se encogió de hombros. Había asistido al debate sobre la ciencia y se había mordido la lengua para no contestarle dos cosas bien dichas, lo mejor era que no tentara la suerte. Pero Alice le miró y tuvo que darse prisa para adelantarse a los enanos.
-¡Estoy de acuerdo! Además, si no tenemos razón no tenéis más que tachar esa parte en el mapa ¿no?
Eso por suerte pareció convencerlos y en cuestión de momentos la comitiva abandonaba el lugar para ir en pos de la torre. El enanito de debajo de todo parecía haberse rendido y uno a uno se fueron desmontando y colocando en fila india. Incluso así caminaban en completa sintonía. Casi era hipnótico.
Dejó que Alice guiara el camino, ya que ella llevaba el mapa. Illje sujetaba la antorcha para que pudiera ver bien y así, pasito a pasito, pronto encontraron justo lo que buscaban. Una puerta de madera pulida que al abrirla les llevó a la base de una enorme escalera de caracol. Subieron poco a poco, dando círculos y viendo por las ventanas cómo el suelo se iba haciendo más y más pequeño.
-Han desaparecido la mayoría de los árboles…- le dijo a Alice en un susurro.- creo que nos está esperando. O a los enanos. No lo tengo claro.
Por fin, tras mucho caminar, llegaron a lo alto. Otra puerta de madera, cerrada, aguardaba tranquilamente a que descubrieran lo que había al otro lado.
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