Bloothe, la isla natal del Bloody Mary [Hayato - Katyon]

Bloothe, una isla roja, con rocas rojas, ríos rojos, plantas rocas, un frío que te cagas, muchas cabras y, por alguna razón, un refugio pirata que en los últimos meses había visto una subida descarada de su actividad. Desde luego, las calles de El Nido eran bastante irregulares y confusas, con un pavimento empedrado irregular en algunos sitios que invitaba a tropezarse, normalmente, con un resultado no muy bueno. Los edificios, por otro, estaba claro que no habían seguido ni un plan urbanístico, siendo una amalgama irregular de paredes, pisos, ventanas y puertas adosadas de forma chapucera y con diversos materiales mal pintados. Uno no sabía donde terminaba una estructura y empezaba otra, y menos en el barrio en el que me encontraba.

Alice nos había enviado a Sasaki y a mi a buscar información sobre una jugosa recompensa, al parecer teníamos que encontrar a quien supiera cosas de un tal Max Power, aunque creo que a Sasaki le dijo otro nombre. Bueno, Alice era una chica lista, seguro que tenía un plan, confiaba plenamente en ella. Miré a un lado, luego a otro, atraía alguna que otra mirada, se notaba a la legua que era nuevo en la ciudad. Necesitaba la confianza de alguien, un sitio donde la gente hablase sin pensar, donde pudiera tirarles de la lengua sin tapujos, sin que sospechasen que estaba tras una recompensa ¿Y qué mejor sitio que una taberna?

Por supuesto lo primero que había preguntado nada más desembarcar era la dirección del barrio de las tabernas y los bares... aunque debí haberme esperado que, en un asentamiento pirata, el negocio más próspero era el de las tabernas, pubs, bares y burdeles. Por lo que, a ojo de buen cubero, la zona de ocio debía abarcar más de un sesenta por ciento de El Nido.

Me terminé decidiendo por un local llamado "El cordero degollado", no era un nombre muy halagüeño, pero era de los pocos edificios de la zona que parecía tener una estructura claramente diferenciada y, lo suficientemente consistente, como para no parecer que se fuera a caer encima de las cabezas de sus feligreses. Nada más abrir la puerta el olor a alcohol fuerte y puros a medio fumar me abofeteó la cara, unas escaleras bajaban unos cuatro metros a lo que parecía ser un local construido en la bodega de un edificio. Lejos del ruido y jolgorio del exterior, en el interior reinaba cierta calma, música tranquila y gente hablando con voz calmada. Las lámparas colgadas del bajo techo daban una tenue iluminación que ayudaba a la sensación de recogimiento y privacidad. Había gente, pero no mucha, los pocos que habían no parecían demasiado preocupados por mi llegada, volviendo enseguida a la conversación de sus mesas. A un lado había una diana con dardos, al otro una mesa de billar. En medio una barra de madera sorprendentemente bien tratada a pesar de los años que parecía tener, con un camarero de más de dos metros de altura, cuerpo robusto, pelo y barba canos, que limpiaba una jarra de cerveza. Me acerqué casi extrañado de lo decente que parecía el local.

- No suelo ver a alguien tan peculiar en esta zona, recordaría tu cara. - Dijo con una calmada sonrisa, señalando los cuernos. - ¿Qué le pongo joven?

- Creo que una cerveza estará bien para calmar la sed. - Contesté sentándome en uno de los taburetes y apoyando mi arma envuelta en una tela al lado.

En el puerto, sobre uno de los muelles, había un hombre cargando, o tal vez, descargando, cajas, barriles, y demás objetos. Aquel simple humano estaba tan concentrado en su trabajo que llevó un susto enorme cuando aparecí, cayendo del cielo y prendido en llamas. ¿Su primera reacción? Arrojarme un cubo de agua encima.

—Maldita insolencia. ¿Qué diablos crees que estás haciendo? —pregunto, enojado, mientras mis llamas siguen ardiendo en mi espalda y me planteo si romperle las piernas o los brazos.

Todas las desgracias me ocurren a mí. Ahora se trataba de un estúpido que no había visto un lunario en la vida, pero hacía poco se trataba de Tilikum, la orca —por mucho que él dijera que no era una orca— que era capaz de odiar a los humanos aún más que yo. «Mira que le dije que me dejase virar a babor...» pensé mientras recordaba el suceso. Pero no, él se empeñó en estorbar, como la mayor parte de las veces. Aún, a día de hoy, me preguntaba que por qué lo había rescatado. Quizás hubiera estado mejor en la pecera de exhibición de algún niño pijo aburrido, en vez de dándome a mí por culo.

Al final el barco se estrelló y comenzó a hacerse añicos, momento que vi idóneo para recoger mi kanaba y salir volando. Que no necesitase respirar no significaba que me apeteciera hacer una carrera a nado hasta la orilla, y menos con la orca al lado, así que le abandoné sobre su querido mar y me lancé contra las nubes, aprovechando para ejercitar las alas. No es como si ese pescado pudiera morir estando rodeado de agua. Y si era listo hasta sabría dar conmigo. Si no lo hacía... Qué cosas pienso a veces; con lo bien que se le da dar por culo seguro que aparece, aunque sea solo para echarme en cara que lo abandoné.

—Y-Yo... No sé... ¡Está ardiendo! —dijo el hombre, aunque ahora que me fijaba, era algo más joven de lo que me había parecido en un principio.

—¡Soy así, imbécil!

Y le golpeé con mi kanabo con todas mis fuerzas. Salió despedido hacia atrás, y su cabeza, el lugar que había recibido el golpe, se convirtió en un amasijo de sangre y huesos. «Al final ni brazos ni piernas» pensé mientras soltaba una risotada. A mi alrededor algunos ojos curiosos observaban las escena, dudando entre intervenir o seguir con sus quehaceres.

—¿Es que nunca han visto a un hombre alado de seis metros en llamas? —pregunté, visiblemente airado.

Que me mirasen así en una isla del Gobierno, pues mira, vale, podía hasta llegar a entenderlo. Pero joder, estábamos en una isla fundada por piratas, donde vivían piratas por y para los piratas. Si eso era lo peor que habían visto en sus vidas... La piratería estaba muerta.

Eché a andar por el muelle buscando un sitio que pudiese satisfacer mis necesidades primarias. La de sangre ya estaba saciada, al menos, de momento. Ahora solo me faltaban la comida y el sake, y quizás una mujer, aunque dudaba encontrar alguna que fuese de mi agrado en aquel lugar.

Finalmente encontré una taberna cuyo nombre me llamó la antención. El Cordero Degollado no parecía gran cosa a simple vista, pero el nombre me hizo cierta gracia. ¿Acaso no tenía yo cara de cordero degollado? Opté por ese local pero casi me arrepiento nada más entrar. El local no se encontraba al nivel del suelo, sino en el sótano, bajando una serie de escalones. Maldije que los humanos lo construyeran todo a tamaño humano. Lo más probable era que no pudiese estar allí dentro totalmente erguido, y mejor ni pensar en extender las alas, pero el bochorno sería aún mayor si daba media vuelta. Ya había tomado una decisión y no pensaba cambiar de parecer.

El fuego de mi espalda se desvaneció y comencé a bajar por las estrechas escaleras, doblando el cuello y las rodillas para poder bajar sin complicaciones. Al llegar al interior, me llevé una decepción. ¿Dónde estaban la música y el jolgorio, los borrachos y los liantes? La gente hablaba demasiado bajo para mi gusto y se quedaron pasmados mirándome. Qué novedad. Todavía erguido, avancé hasta la barra y apartando las diminutas sillas me senté en el suelo con las piernas cruzadas. Y aún así, seguía siendo el más alto de la taberna con diferencia.

—Vaya, vaya, tú sí que eres peculiar —dijo el tabernero.

—Sake, mucho sake —ordené. No estaba de humor para conversaciones estúpidas.

La tranquilidad del local sólo duró media jarra aproximadamente. Las miradas se volvieron todas a la entrada cuando escuchamos cómo la puerta se abría, pero no entraba luz del exterior. Le siguió un ruido de pasos torpes y el murmullo de algo como tela o fibra arrastrándose contra las paredes de ladrillo. Una enorme figura emergió de la entrada, un hombre enorme que tenía que caminar casi con la cabeza agachada, de no ser porque el dueño parecía haber tenido en cuenta la altura de algunos clientes, no podría ni haber entrado en el local. Evidentemente no parecía cómodo, y la cara que tenía sugería que llevaba un mal día. Cuando el dueño asintió marchó tras una puerta, para sacar de la trastienda una calabaza de casi un metro de altura, con un plato que se asemejaba a los vasos de Wano a escala.

- No eres el primero con gustos peculiares chico, menos mal que tengo un buen proveedor. - Comentó mientras seguía a sus quehaceres.

- ¡Sake! - Casi grité sin darme cuenta. - Hacía mucho que no me encontraba con un local que lo sirviera. - Terminé la jarra rápidamente. - Póngame otro, es raro encontrar uno bueno lejos de Wano.

- Marchando. - Contestó con una calmada sonrisa.

- Y tú. Mira que me he encontrado con gente peculiar, pero es la primera vez que veo alguien alado tan grande. Espera ¿Eres un tengu? - Dije olvidando casi olvidando las formalidades.

No creía que fuera una de esas míticas criaturas, los padres de la esgrima como los llamaban en mi tierra natal, siempre llevaban una espada, pero este carecía de la cara de cuervo o de la nariz, y su arma era distinta. Un kanabo no parecía un arma de tengu, pero sí de Wano, me preguntaba si tenía algo que ver con la isla de la que venía, a lo mejor sabía algo de nuestra provincia. Podía hablar un rato, averiguar cosas, pero necesitaba algo más de alcohol para que la conversación fluyese bien.

- Perdona. No me he presentado. Soy Hayato. - Me presenté inclinando la cabeza ligeramente.

Tenía que reconocer una cosa: el dueño de aquel lugar sabía lo que se hacía, al menos en lo concerniente al alcohol. El sake fermentado en calabaza siempre era excepcional, y no podía negar lo cómodo que resultaba usar un utensilio de su tamaño. A pesar del poco animado ambiente, en aquel lugar había en mínimo de requisitos que necesitaba para sentarme a beber.

A mi lado, un joven de aspecto extranjero que tomaba una cerveza, decidió tomar lo mismo que yo. Una mueca de superioridad se posó en mi boca; los seres inferiores solían imitar a los superiores de forma subconsciente, sin darse cuenta.

No sabía qué era un «tengu», pero dudaba que se tratase de algo bonito. Mi semblante se endureció, y por un momento pensé en golpearlo con la calabaza. Lo único que me impidió hacerlo fue el propio sake: hubiera sido un desperdicio malgastar tanto mi bebida como la suya.

—Katyon —respondí, no por educación, sino para darme a conocer. Me había dado cuenta de que, para lo grande y llamativo que era, mi nombre no solía extenderse. Quizás tuviera que ver con matar a todos los testigos de mis hazañas—. Y soy un lunario.

No era propenso a dar explicaciones, es más, lo detestaba, pero me exacerbaba la falta de conocimientos de los humanos. ¿Cómo podían haber olvidado a una raza que en su día fueron considerados dioses? Me desquiciaba, pero la única opción para cambiar eso era hacer que me reconocieran.

Era cierto, había llegado a aquella isla para hacer que mi nombre alcanzara los rincones más recónditos del mundo. Para que me admirasen y me temieran. Y no podía quedarme ahí sentado en un lugar que ni siquiera me agradaba. Lo único bueno, la bebida, y aquello no iba a durar mucho.

—Decidido —dije, hablando solo—. Camarero, hoy es tu día de suerte. Cuando llegue a ser el Rey de los Piratas podrás fardar de que yo, Prometheus D. Katyon, bebí aquí.

Agarré la calabaza y la volqué para beberme todo su contenido en un único trago. Acto seguido me levanté, volviendo a encoger la cabeza para salir, no son antes dedicarle unas últimas palabras al joven que no había dejado de mirarme en aquel momento.

—Si quieres algo, habla. Tengo que hacer que me reconozcan en el mundo y no tengo tiempo. Si no vas a aportar nada, bebe y calla. Te irá mejor así.

Un poco tosco, directo, poco refinado pero con un carácter que llegaba a caer bien, no parecía de la tierra natal, sino que había adoptado partes de esta. Le faltaba algo de educación, pero tenía potencial. Este sake era diferente al que estaba acostumbrado, pero entraba bien. Tras un trago pedí que me diera una botella para el viaje, cosa que no tardó en preparar mientras el gigante alado terminaba su discurso de cómo se convertiría en el rey de los piratas. Esperaba alguna que otra risa, normalmente, incluso entre las personas más educadas esa clase de comentarios no dejaban indiferentes. O quedabas con un iluso con aspiraciones o como un fanfarrón, pero algo de este hombre hacía que se me dibujase una sonrisa en los labios.

Pagué lo que había consumido sin decir una palabra y esperé a que Katyon se moviera hasta la entrada, saliendo de la misma forma que entró. Con ese cuerpo me daba tiempo a recoger mis cosas tranquilamente y seguirlo hasta la salida a cierta distancia.

- Y dime... ¿Cómo vas a conseguir esa reputación? - Pregunté poniendo un pie fuera del local, siguiendo a aquel enorme ¿Lunario se había hecho llamar? - Cientos de hombres buscan bronca en estas calles a diario y lo único que consiguen en fama de pendencieros. Ni un mísero berry a nombre de sus cabezas. Quizás tú seas algo diferente y llames más la atención, pero si no haces algo que te distinga no vas a lograr nada.

La gente de la calle lo miraba, bueno acababa de salir agachado de un local más pequeño de lo que esperaba, la sorpresa que se debían haber llevado era comprensible.

- Por otro lado... es un objetivo bastante ambicioso, no pareces tener miedo de decir esas palabras en alto. Sólo por curiosidad ¿Qué lleva a un hombre a tomar ese camino? - Pregunté, la verdad era que muchos decidían hacerse a los mares por una vida de piratería y aventuras, pero sólo unos pocos se atrevían a apuntar a lo más alto, más incluso que los temidos Yonkou. Muchos habían declarado haber encontrado el One Piece, coronándose como reyes de los piratas, pero contados habían llegado verdaderamente a ese punto. Si este hombre tenía madera para ello debía de respaldarlo con un buen motivo.

A veces, muy contadas veces, me arrepiento de abrir la boca. No suelo decir esto, pero me habría gustado volver atrás y retirar las palabras que le dije al mocoso humano. ¿Que por qué? Por el simple hecho de que no solo me las devolvió sino que comenzó a seguirme. Yo pensaba que se iba a quedar sentado, en silencio, tomándose su bebida, pero en cambio obtuve un perrito faldero.

—Esos pendencieros, como tú los llamas, no son más que aficionados. Una simple pelea callejera no llama la atención, y menos en una isla pirata. Eso lo sabe cualquiera —Estaba comenzando a calentarme. El renacuajo parecía cuestionar mis decisiones. Él, un don nadie. Más valía que se apartase pronto si no quería cobrar—. Yo soy quién traerá caos a este mundo. Yo no me pienso conformar con una pelea de taberna, o con un gran botín. Yo pienso sacudir los cimientos del mundo, comenzando por esta isla. Por eso iré a por el pez más gordo del lugar. Haré que todo el mundo me admire, pero, sobre todo, que me teman. Entonces formaré la tripulación más terrorífica que haya navegado por estos mares. Ya tengo al primero de ellos, aunque el muy testarudo se niegue a admitirlo.

Continuó su caminata por las calles de Bloothe. Aunque había dicho unas palabras tan grandilocuentes, lo cierto es que no sabía muy bien por dónde empezar. Acababa de arribar en la isla y todavía no sabía dónde estaba la persona de más poder del lugar, sin contar que se había separado de la puta orca. Conociéndolo estaría matando a un par de humanos, así que no tardaría en dar con él, pero aún así... Desvió la mirada hacia el joven cornudo.

—¿Acaso debo tener un motivo? Los hombres grandes deben tener metas grandes, ni más ni menos—porfié. Su forma de hablar estaba comenzando a agotar mi paciencia. Poco a poco la había ido estirando como chicle y estaba a punto de ceder. Pero, tal vez, y solo tal vez, pudiera ser de utilidad—. A ver, dime, ya que te gusta cuestionarlo todo. ¿Quién es el pez más grande de la isla? ¿A quién le rinden cuentas los demás pececillos?

A medida que caminábamos sin rumbo, la gente no podía evitar mirarme, preguntándose qué clase de ser tenía mi aspecto. Decidí volver a prender mi espalda en llamas, aportando un toque más intimidatorio. La explosión roja atrajo aún más ojos de curiosos, pero yo continué con lo mío. Si descubría dónde se encontraba el jefazo del lugar y lo derrotaba, no solo comenzaría a extenderse mi nombre, sino que podría robar su barco y hasta su tripulación, si es que estos últimos eran de mi agrado. Sí... Era un buen plan.

¿El que traerá el caos a este mundo? Al principio pensé que llegaría a ser un problema con esas ideas, un maníaco homicida que sólo quería ver el mundo arder y bañarse en sus cenizas, un villano en el sentido de la palabra. Luego seguí escuchándolo, sacudir los cimientos del mundo, tener la tripulación más temida, nada de lo que preocuparse, el paquete completo. No sabía cuánto crecería un lunario, pero tenía pinta de que tenía todavía margen para un poco más, al fin y al cabo casi parecía que estuviese escuchando a un adolescente. Asentí, en silencio, todos hemos tenido nuestras fases, no era quien para estallar su burbuja, de eso se encargarían sus padres.

- Yo también soy un recién llegado. - Dije encogiéndome de hombros. - Yo sólo he venido aquí a caz... a seguir el rastro de alguien que me ha dicho mi jefa. - Casi había dicho en alto que era un cazador. - Al parecer tiene... una cuenta pendiente, sí, eso es, una cuenta pendiente con un tal ¿Cómo se llamaba? Era un nombre ridículo, de estos que te hacen pensar si son falsos o no ¡Ah! Ya me acuerdo, Max Power.

No sabía si nos estaban mirando por el espectáculo de fuego que estaba ofreciendo a los transeúntes, o porque el nombre que había dicho le sonaba de algo a alguien. Lo que estaba claro era que habíamos llamado la atención de todos los presentes, y eso en esta isla no eran precisamente buenas noticias, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría, sino todos los habitantes, estaban armados y la violencia era su respuesta por defecto.

- Pero debe de ser un nombre real, no se me ocurre una razón para cruzar el mar y tomar un desvío a esta isla de mierda sólo por capricho. Si busca a ese tal Max Power. - Reí un poco al decir el nombre. - Será porque es importante. En serio ¿A qué padres se les ocurre poner de nombre a su hijo Max Power?

Cuando terminé de hablar me di cuenta de un pequeño detalle, había menos gente en la calle, pero todos los que quedaban nos estaban observando. Tenían cara de pocos amigos y alguno era lo suficientemente poco discreto como para sacar su arma. Poco a poco una docena de hombres empezaron a cortar el paso por cada lado de la calle mientras se acercaban.

- Los tienes bien puestos para hablar así del amo Max en su territorio chico. - Dijo uno con un machete adelantándose al resto - Pide perdón y quizás te dejemos ir sin esos cuernos tan bonitos. Y tu amigo... dile que apague esas llamas o colgamos por las alas del palo mayor.

Como dije, llamar la atención en esta isla no era buena idea.

Aquel humano no estaba resultando de utilidad. Hablaba mucho y decía bien poca cosa, aunque hubo un detalle que me llamó la atención.

—¿Tu jefa? —pregunté, curioso. Quiénes eran considerados jefes y jefas solían ser fuertes. Quizás aquello resultase en un enfrentamiento curioso—. ¿Tu jefa es fuerte? ¿Y ese Max Power? Su nombre irradia poder.

Mientras caminaba, el joven cornudo seguía parloteando a mi lado, aunque yo solo podía pensar en derrotar a aquellas personas a las que aún no les ponía el rostro. No se por qué di por hecho que tanto él como su jefa eran piratas. ¿De qué otra forma se encontraría visitando aquella isla? Simplemente me resultaba difícil creer que uno de esos uniformados interrumpiera en territorio enemigo para ir detrás de un solo hombre, aunque cosas más raras había visto, como una orca que hablaba. Y aunque ese fuese el caso, me daba igual. Simplemente acabaría con todo aquel que se interpusiese en mi camino.

—Sea real o no el nombre, si es fuerte quiero enfrentarme a él —manifesté. No solo quería derrotarlo para quedarme con todo lo que era suyo. Su barco, su tripulación e incluso sus influencias poco me importaban comparado con volverme aún más fuerte. Y la única forma de hacerlo era enfrentándome a grandes guerreros tan poderosos como yo o más—. Quiero ver de qué es capaz, y destruirlo después de que lo haya dado todo.

Al poco, nuestra conversación —si es que se le podía llamar así— se vio interrumpida por unos hombres maleducados que decidieron cortarnos el paso. A ambos lados de la calle. No me hizo falta escucharles hablar para saber que buscaban camorra; había pasado ya por tantas peleas que reconocía ciertos patrones. Las miradas de odio, las amenazas no verbales, gente armada que le impedía seguir su camino... Uno de ellos se adelantó, profiriendo amenazas que le iban a salir muy caras.

—Yo no acepto... —dije, levantando por encima de mi cabeza el kanabo a la vez que sacaba pecho, para dejarlo caer sobre el hombre del machete—. ¡Órdenes de nadie!

El arma chocó contra el suelo descargando toda mi fuerza. El de las amenazas saltó, logrando esquivarlo, pero todos sus compañeros se pusieron en marcha. Sacaron sus armas y las alzaron contra nosotros haciendo una declaración de intenciones en toda regla. Sonreí. Tracé un arco paralelo al suelo con mi arma, y por lo menos tres de ellos volaron varios metros hacia atrás, cayendo inconscientes sobre el suelo.

—¡Cornudo! —llamé al joven que me había estado acompañando hasta el momento—. Más te vale que sepas pelear, porque no te pienso proteger.

Pues al final sí que el nombre de Max Power era real, y sí que era alguien importante para tener seguidores en una calle completamente aleatoria de una isla que a penas conocía. Tenía que ser un pez gordo fijo. El tipo enorme de las alas y el fuego parecía estar ansioso de buscar a alguien fuerte para enfrentarse a él, la verdad era que no me hacía gracia aprovecharme de un extraño para mi beneficio, pero la situación tampoco me dejaba muchas opciones.

- Procura no matarlos, seguro que alguno de ellos habla. - Dije dándome la vuelta y encarando a los que nos habían cortado la retirada.

Seis personas contra una, todas ellas armadas con cadenas, navajas, alguna espada y demás armas que parecían o bien robadas o improvisadas. No podían ser una pandilla de maleantes tan cliché, toda esta situación parecía seguir casi un guion. Los dos de ellos se adelantaron, uno de ellos haciendo girar a gran velocidad una cadena con un peso al final, el otro apuntando de forma amenazante con un sable. El de la cadena por fin lanzó un golpe, levanté el brazo y agaché la cabeza, la cadena golpeó mi extremidad y giró por encima de mi nuca, pivotando hasta golpear al del sable, derribándolo. Dejé que por su fuerza se enrollara en mi brazo y cuando estuvo bien fija sonreí. Tiré de él, dejándolo seco de un cabezazo.

Tras eso desenvolví mi arma, la enorme espada encadenada a su vaina oxidada. Aferré el mango con las dos manos y la alcé por encima de mi cabeza, aspirando todo el aire que pude. Esta técnica no había podido entrenarla mucho, no era recomendable usarla en un barco, pero aquí, podría practicarla sin temor. Esperé a que los otros cuatro se lanzasen como locos al ver a sus dos compañeros caídos.

- Arashi no kokyu... ¡Sanda! - Grité afianzando mi posición en el suelo y descargando un golpe descendente contra el pavimento con el arma. Un estruendo como el de un trueno resonó por las calles circundantes, seguido de una fuerza que mandó a volar a los cuatro hombres, sin dejarlos fuera de combate, pero sí tocados. - Hmm, me falta práctica, debería centrar más fuerza en los pies. - Dije casi para mí mismo mientras miraba a los cuatro oponentes, casi retándolos a volver.

Aquellos esbirros de segunda demostraron ser más fuertes de lo que aparentaban en un principio. Los tres que había derribado, que al principio pensé que había dejado inconscientes, se estaban levantando, mientras los otros tres venían directos a por mí. No estaba asustado, ni mucho menos. Quizás ligeramente sorprendido; creía haber golpeado con todas mis fuerzas a los que derribé. Pero no me importaba. Si intentaban volver a por mí los estaría esperando, listo para atizarles una y otra vez hasta acabar con ellos en cuerpo y alma.

Mientras tanto, el cornudo no lo estaba haciendo mal por su parte. Quizás demasiado dado a dar órdenes, pero bastante capaz al enfrentarse a la morralla. Para ser un humano, claro. Portaba una espada extraña: estaba encadenada de forma que no podía desenvainarse. Parecía algo más grande que una espada normal, al menos en sus manos. En las mías no sería mayor que un cuchillo, pero eso daba igual. Lo más curioso de todo fue el manejo de su arma. Al usarla parecía más un garrote que un arma de filo. No podía evitar pensar en lo rara que era la gente. ¿Quién usaría una espada sin desenfundarla? Quizás yo no fuera el indicado para hablar, ya que aún no había conocido a nadie que pudiera prenderse en llamas a voluntad, pero eso al menos tenía más sentido.

Lo que más me pudo sorprender fue su técnica. Nunca me habría esperado tanta fuerza en un cuerpo tan pequeño, pero no podía preocuparme por esas tonterías.

Me centré en los valientemente estúpidos malhechores que defendían el nombre de su jefe.

—¡Vuestro jefe debe de ser un cobarde si se esconde detrás de tarugos como vosotros! —grité—. Si de verdad es un hombre, que luche él mismo.

Aquello no le sentó muy bien a sus súbditos.

—Te advertimos sobre lo que pasaría si no apagabas las llamas —dijo uno de ellos—. Y ahora también perderás la lengua.

Los tres hombrecitos se movieron a gran velocidad. Dos de ellos fueron directos a por mis pies, mientras el tercero saltaba para clavarme una katana en el vientre. Hice descender mi arma para clavarla en el suelo y bloquear los ataques. Los atacantes retrocedieron, pero los tres del principio se habían vuelto a unir a la contienda e intentaban rodearme.

—¿Creéis que me dais miedo? Vais a saber lo que es bueno.

Aún no había logrado dominarlo, pero tenía que intentarlo. Volví a sujetar mi arma, y la sostuve en un estado de relajación y concentración a la vez. Aquellos debiluchos no eran rivales para mí, pero serían un buen calentamiento para luego hacer frente a Max Power, y también me servirían como práctica. Por un instante sentí como si la fuerza abandonara mi cuerpo, pero sujeté al kanabo con más ímpetu enfocado en mi ambición. Levanté el arma por encima de mi cabeza y, dando un salto, volé unos pocos metros para coger impulso y dejar caer el arma con toda la fuerza posible centrándome en el grupo de atacantes. Uno de ellos, el de la katana , intentó detener el golpe con su propia arma para detener la onda expansiva en un acto de locura.

El kanabo rompió la espada y aplastó al hombre, destrozando la mitad de los huesos de su cuerpo. La mitad de sus compañeros retrocedieron, dudosos de continuar.

—Aún me falta para dominarlo —murmuré por lo bajo.

La verdad, era prácticamente lo que me esperaba, no necesitaba mirar a mis espaldas para saber que el otro grandullón tenía la situación más o menos controlada. O bueno, se podría decir que mientras escuchase que alguien luchaba a mis espaldas seguía vivito y coleando. Pero no era el momento de mirar atrás, tenía cuatro oponentes delante, mientras tuviera la espalda cubierta no tendría que preocuparme más que de ellos.

Se incorporaron, alguno más magullado que otro, pero todos con intención de seguir. Sonreí, miré a uno de los lados, donde dos de ellos se estaban preparando para avanzar, intentando cubrir a los otros dos restantes. Había estado ya en situaciones parecidas, no podías permitir que se reagrupasen, había que golpear mientras el shock todavía los mantuviera aturdidos y confusos. Avancé rápidamente en su dirección, blandiendo el arma a la altura de las piernas de uno, golpeando sus mulsos y haciendo que cayese hacia un lado, pero antes de que tocase el suelo usé la mano libre para agarrarlo del cuello de la camiseta y lanzarlo contra su compañero. En ese momento de distracción, en el que estaba más ocupado tratando de quitarse de encima el peso muerto de alguien inconsciente, fue cuando lo golpeé en el pecho, lanzándolo contra la pared más cercana. No parecía que se fuese a levantar.

Tomé aire, había pasado los últimos segundos luchando sólo con un par de bocanadas, y tras el esfuerzo necesitaba que el oxígeno volviera al cuerpo. Los dos restantes se miraron, uno de ellos con dos cuchillos asintió ante la mirada del otro.

- Vuelve al barco a avisar, no tiene pinta de que el otro grupo pueda retener al de las alas si se le une el cornudo este. - Le dijo antes de interponerse para evitar que interceptase al otro, asegurando así su escape. - Nosotros intentaremos retenerlos y reagruparnos los que salgamos de esta. Tras eso el jefe Max sabrá lo que hacer. - Tras eso silbó, tratando de llamar la atención de sus otros compañeros y haciéndoles un gesto con la cabeza a los que pudieron, si es que los había, mirar.

Tras eso el que quedó enfundó el arma, asintió, y sin decir una palabra empezó a correr en dirección a los callejones. Inteligente por su parte, normalmente la chusma de las calles de estas ciudades solían lanzarse confiando el superar en número a alguien fuerte, dándose cuenta demasiado tarde de que no tenían un plan o posibilidades de vencer. Estos, por lo menos, parecían tener los dedos de frente necesarios para sobrevivir en un entorno tan volátil como Bloothe.

- Noble por tu parte sacrificarte por tus compañeros. - Dije sin apartar la mirada de sus ojos.

- Somos camaradas, compartimos barco y bandera. Si no hubiera gente así nuestra tripulación hubiera muerto en los mares hace tiempo.

- Respeto tu determinación, y como muestra de ello dejaré escapar a tu compañero. - Tras decir eso empuñé el arma con ambas manos, preparándome para terminar este combate.

Sinceramente, la cosa no iba bien. Tengo un don para saber cuando las cosas van bien o no, y en aquel momento lo sabía. Y no se trataba de que fuera a perder el combate —cosa que ni se me había pasado por la cabeza—, sino del entrenamiento que estaba realizando., si es que podía considerarse así. Aquellos ineptos apenas me servían para sacar a relucir todo mi potencial, y sentía cómo no lograba lo que pretendía. Sabía que no era suficiente, que aún me faltaba.

Y eso me frustraba.

Emití un gruñido grotesco, casi parecido a un rugido. Las llamas de mi espalda se movieron con ímpetu, y los que se preguntaban si acercarse o no encontraron su respuesta. Observaron a su compañero moribundo en el suelo, mi miraron a mis ojos plagados de furia y salieron corriendo, sin mirar atrás. Por un momento pensé en perseguirlos, pero no valía la pena; yo no corro detrás de la morralla, y si les perdonaba la vida podrían propagar mi nombre. Y en ese momento caí en la cuenta: ¡no les había dicho mi nombre!

—¡Decidle a Max Power que Prometheus D. Katyon le está esperando! —anuncié a grito pelado, esperando que mi voz alcanzara sus oídos.

«Mierda, me ha entrado hambre» pensé al escuchar cómo mis tripas se revolvían. Necesitaba una buena dosis de comida, pero antes me giré, esperando disfrutar de un buen espectáculo.

—¡Buh, debilucho! —atiné a decir ante el comentario del pirata de los cuchillos. El necesitar de otros para sobrevivir te convierte en alguien débil y dependiente; si no eres capaz de sobrevivir por tu propia cuenta, es que no mereces vivir—. ¡Acaba con él!

He de admitirlo: soy fan de los combates. Rara vez puedo disfrutar de ellos como espectador ya que soy yo el que siempre los comienza, y tras aguantar a los cobardes que huyeron de mí el cambio de perspectiva resultaba, como mínimo, refrescante. Me senté con las piernas cruzadas desde mi posición, que era bastante cercana a los combatientes, y me quedé expectante.

Del combate no tengo mucho que decir, la verdad. Esperaba otra cosa, pero ya que había terminado, me levanté y volví con mis quehaceres. Me acerqué hasta el cuerpo moribundo del hombre que había aplastado con mi kanabo y lo recogí del suelo. Todavía respiraba, aunque no sabía por cuánto tiempo. Lo estrujé en mi mano y le dije:

—¿Dónde está Max Power?

Sí, probablemente su jefe me buscase para vengarse por la paliza que le di a sus hombres, pero ¿para qué esperar? Era más fácil ir directo a por él.

Derecha, izquierda, finta, vuelta a la derecha. Su guardia era buena, tenía la ventaja del alcance, pero para alguien de una banda de maleantes no lo hacía mal. Contaba con unos movimientos ágiles que evitaban que pudiera medir bien el golpe antes de darlo, mejor dicho, no me atrevía a lanzarlo. Un fallo de cálculos y podía aprovechar para apuñalarme, no era la primera vez que me enfrentaba a este tipo de oponentes, un arma corta no significaba necesariamente menos peligrosa. De todas formas y, a pesar de lo que pudiera parecer desde el exterior, era él quien estaba a la defensiva, si dejaba ese baile en algún momento sabía lo que significaba. Bien, sea pues, no me gustaba hacer esto.

Con un grito desde el fondo de mis pulmones lancé un golpe descendente, directo, potente, predecible. Con un ágil movimiento se echó a un lado, evitando la trayectoria del arma y lanzando una puñalada directa a mis ojos. De todas formas y para su sorpresa, había soltado el arma, las dos manos. La derecha se interpuso en el camino de la daga, dejando la hoja entre los dedos y parando su mano en seco, la izquierda pasó a hacer un rápido movimiento, golpeando su mandíbula con la palma. Sus ojos se pusieron en blanco a la vez que su cuerpo caía al suelo, por mi parte relajé el agarre y miré el corte entre los dedos corazón y anular, no era muy profundo, pero escocía. Sin decir una palabra más recogí mi arma y la volví a envolver en la tela que la ocultaba, poniéndola de nuevo a la espalda. Me incliné, presentando mis respetos y me di la vuelta, encarando el ahogado grito de uno de los piratas que había quedado. Estaba atrapado en la mano del alado.

- No te lo dirá, parecen hombres leales. - Comenté al ponerme al lado. - Además... comentó algo del barco, eso significa que deben de estar en el puerto. Y yo que tú le dejaba en el suelo antes de que se te cague en la mano, está tan acojonado que no se le va a olvidar tu nombre en la vida. - Miré calle abajo, hacia el mar, ellos conocían mejor las calles, pero sus opciones eran limitadas. - Yo voy a bajar al puerto, mira a ver si quieres acompañarme, con tu aspecto no tardarán en dar con nosotros.

Aquella persona buscaba fama y bronca, si venía conmigo lo más seguro era que los hombres de Max no tardasen en arremolinarse a su alrededor como moscas a la mierda. Y si el susodicho Max aparecía, entonces podría capturarlo y llevárselo a Alice ¿Me había dicho capturarlo o simplemente averiguar su paradero? Bueno, no importaba, si lo capturaba entonces sabría dónde estaba en todo momento, a mi lado.

—Paparruchas —solté ante el comentario del renacuajo. No lo había hecho mal, pero su forma de terminar el combate me había desilusionado—. Si aprieto lo suficiente, hablará. ¿Verdad que sí? —pregunté al ser de mi mano.

Su rostro se estaba volviendo morado, y en vez de palabras solo era capaz de emitir sonidos asfixiados. Aflojé la mano, pero de pronto sus ojos se volvieron blancos y empezó a echar espuma por la boca. Asqueado, lo lancé al suelo.

—Tss, será inútil... —dije por lo bajo; no soportaba a los debiluchos, y aún menos a los debiluchos inútiles—. Conque un barco en el puerto, ¿eh? Espero que sea un buen barco.

Me colgué el kanabo a la espalda y puse rumbo al puerto. La sangre de nuestros asaltantes comenzaba a teñir de rojo la nieve del suelo, aunque no había mucha debido a que la mayoría de ellos habían escapado. Por un momento pensé en ir volando hasta el puerto, pero lo descarté enseguida. Volando llegaría antes que los cobardes que huyeron, y yo quería que se convirtieran en mis heraldos. Me daba igual que de esta forma Max Power quedara advertido de mi llegada; no le tenía miedo.

A mi lado se encontraba el cornudo. Nuestros caminos se habían visto cruzados y aquello no me terminaba de agradar, aunque debía reconocer que, como guerrero, no era malo. Era raro, sin duda, y hablaba un poco demás, pero con buena disciplina podría adiestrarlo, y parecía saber cosas. El único problema es que ya tenía una jefa.

—Oye, Cornudo, dime quién es tu jefa —le dije durante el trayecto—. ¿Es fuerte? Si la derroto, podrías trabajar para mí.

Al fin y al cabo había ido hasta aquella isla para reclutar una tripulación y obtener un barco, y no pensaba irme de allí sin lo uno ni lo otro. Aunque lo primero era lo primero: demostrar quién mandaba. Sin demostrar mi fuerza y mi autoridad, todo lo demás no importaba. Necesitaba hacerme un nombre, y lo necesitaba ya. Si no lo había conseguido antes había sido por culpa de la orca...

—Puta orca —murmuré. Incluso separados, solo pensar en él resultaba un incordio. Más le valía no causarme más problemas si no quería tener que vérselas conmigo.

Entonces me llegó un aroma que solo podía catalogarse como exquisito. Al buscar el origen de aquella embriagadora fragancia encontré un local que debía de ser un restaurante. La puerta no era lo suficientemente grande para pasar, pero me dio igual. Había fijado mi objetivo y, si ya tenía hambre de antes, aquello había abierto mi apetito por completo. Introduje mi brazo hasta el hombro dentro del restaurante y alcancé una mesa. Agarré un cerdo asado, crujiente y grasiento, y lo saqué para tener algo que comer por el camino. Varios humanos salieron corriendo, asustados, y otros me gritaron improperios y que les devolviera la comida, pero una mirada bastó para acallarlos.

—¡Joder, qué bueno! —dije al probarlo—. Creo que necesito a un buen cocinero, ¿tú sabes cocinar, Cornudo?

Esa pregunta era interesante ¿Quién era la jefa? Bueno, no sabía si su nombre era muy conocido, así que, para no delatarme como cazador lo mejor sería andar con rodeos. No mentiría, la honestidad era fundamental para la integridad del alma, pero podía decir lo suficiente como para dejarla en buen lugar, sino puede que aumentara la deuda que tenía con ella por difamación.

- Mi jefa... - Comencé poniendo la mano en el mentón y levantando la mirada. - Digamos que es una joven rubia de aspecto demasiado inocente para su fuerza, la cual comanda la oscuridad bajo el velo de la noche con férrea disciplina, líder de la banda, dueña de las peludas zapatillas de andar por casa, cómodas a pesar de su color rosado. - Me estaba desviando del tema. - Pero si dices de derrotarla... - Lo miré de arriba a abajo mientras recordaba su técnica a la hora de luchar. Me encogí de hombros. - Eres libre de intentar derrotarla, pero créeme, aunque la derrotaras no quieres que trabaje para ti, te llevarías una sorpresa al saber que trabajo de ca...- Me llevé la mano a la boca, casi se me escapaba. - De cocinero de abordo, sí. Aunque, bueno, no creo que quieras un cocinero como yo.

Un cuchillo aserrado se precipitó sobre mi cabeza desde el cerdo que había robado de un restaurante cercano, atrapándolo al vuelo, lo empuñé con el puño firme y cerrado. Extendí el otro brazo y me arremangué hasta el codo, entonces puse el filo del cuchillo contra mi piel, presionando con fuerza y moviendo de un lado a otro. Para cualquiera parecería que estaba intentando cortarme la mano por la muñeca, pero sabía lo que hacía.

- Como puedes ver, no sé la razón, pero desde que tengo recuerdos soy incapaz de cortar nada, no importa lo afilada que esté la hoja. Así que me tomo mi tiempo en la cocina.

Entre la cháchara estábamos llegando por fin al puerto, el olor a sal no era nada nuevo en la isla, pero la brisa que llegaba desde el muelle era algo que faltaba en la ciudad. Ahora sólo quedaba encontrar el barco del tal Max... o esperar a que sus secuaces nos encontrasen a nosotros, lo mismo me daba que me daba lo mismo.