Christa
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Akuma no mi
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Christa soltó un suspiro con los ojos cerrados, recordando lo que había sucedido en Bloothe. Por un momento imaginó que por fin tendría a Stormrage en sus manos, pero todo el esfuerzo dedicado a recuperar la espada que le había regalado su padre acabó en nada. Oh, espera, se había hecho enemiga de un mafioso que daba mucho miedo y tenía prohibido volver a pisar Bloothe. Bueno, tampoco tenía pensado regresar a esa isla que, en realidad, era un vertedero en donde se reunía la escoria, además ahora sabía que el ladrón de Stormrage se encontraba en Dark Dome.
Tuvo que gastar una buena cantidad de dinero en convencer a unos piratas que le llevasen desde Bloothe hasta Dark Dome; se hacían llamar los Piratas de Duke. Al principio pensó que no le haría ninguna gracia viajar con unos piratas que desconocían la palabra higiene, pero resultaron ser buena gente y bastante limpios, lo cual era bastante considerable estando en alta mar. Duke era el capitán del galeón, un imponente hombre de dos metros y medio que tenía una cabellera ondulada y dorada que cuidaba más que sus partes íntimas. Decían que se duchaba dos veces al día, solo tomaba vino blanco y de vez en cuando hacía terapia de caracoles. Tenía una recompensa de cuarenta millones de berries por, según él mismo, ser demasiado hermoso, pero estaba acusado de terrorismo, secuestro y rebeldía; un gran hombre, sin lugar a dudas.
Al cabo de unos pocos días llegaron a Karakuri para reponer provisiones, pues Duke tenía un gran apetito y solía comer lo que diez hombres comían. Christa hubiera preferido ir directo a Dark Dome, pero el capitán era el que mandaba y tampoco quería una discusión con Duke. El plan era pasar solo un par de noches en la isla y marchar al alba, aunque algo le decía a la princesa que nada de eso iba a pasar. Algunos miembros de la tripulación se encargarían de hacer las compras y otros se ocuparían del resto de las labores logísticas, así que Christa debía limitarse a esperar y encontrar una forma de quemar el tiempo.
Decidió recorrer la ciudad con la esperanza de encontrar algo interesante; faltaban unas cuantas horas para el anochecer y no podía quedarse todo el tiempo en la posada que, por cierto, no era la misma que la de los Piratas de Duke. En una esquina encontró un carrito donde un gorila robotizado vestido con un delantal rosa vendía donas. ¿Tenía hambre? La verdad es que no. ¿Le apetecía comer donas? Para nada. Aun así, estaba haciendo la fila para comprar igual que las otras dieciocho personas; al parecer las donas del gorila con el delantal rosa eran la sensación de la ciudad.
—¿Has sabido algo más sobre el cuerpo magullado que encontraron la otra noche cerca del puerto? —le preguntó un hombre bien vestido a otro que igual iba bien vestido.
—No, pero los detectives tienen un sospechoso…
—Espera, ¿no será…?
—Sí, creen que lo hizo el canguro manos de cuchara.
Tuvo que gastar una buena cantidad de dinero en convencer a unos piratas que le llevasen desde Bloothe hasta Dark Dome; se hacían llamar los Piratas de Duke. Al principio pensó que no le haría ninguna gracia viajar con unos piratas que desconocían la palabra higiene, pero resultaron ser buena gente y bastante limpios, lo cual era bastante considerable estando en alta mar. Duke era el capitán del galeón, un imponente hombre de dos metros y medio que tenía una cabellera ondulada y dorada que cuidaba más que sus partes íntimas. Decían que se duchaba dos veces al día, solo tomaba vino blanco y de vez en cuando hacía terapia de caracoles. Tenía una recompensa de cuarenta millones de berries por, según él mismo, ser demasiado hermoso, pero estaba acusado de terrorismo, secuestro y rebeldía; un gran hombre, sin lugar a dudas.
Al cabo de unos pocos días llegaron a Karakuri para reponer provisiones, pues Duke tenía un gran apetito y solía comer lo que diez hombres comían. Christa hubiera preferido ir directo a Dark Dome, pero el capitán era el que mandaba y tampoco quería una discusión con Duke. El plan era pasar solo un par de noches en la isla y marchar al alba, aunque algo le decía a la princesa que nada de eso iba a pasar. Algunos miembros de la tripulación se encargarían de hacer las compras y otros se ocuparían del resto de las labores logísticas, así que Christa debía limitarse a esperar y encontrar una forma de quemar el tiempo.
Decidió recorrer la ciudad con la esperanza de encontrar algo interesante; faltaban unas cuantas horas para el anochecer y no podía quedarse todo el tiempo en la posada que, por cierto, no era la misma que la de los Piratas de Duke. En una esquina encontró un carrito donde un gorila robotizado vestido con un delantal rosa vendía donas. ¿Tenía hambre? La verdad es que no. ¿Le apetecía comer donas? Para nada. Aun así, estaba haciendo la fila para comprar igual que las otras dieciocho personas; al parecer las donas del gorila con el delantal rosa eran la sensación de la ciudad.
—¿Has sabido algo más sobre el cuerpo magullado que encontraron la otra noche cerca del puerto? —le preguntó un hombre bien vestido a otro que igual iba bien vestido.
—No, pero los detectives tienen un sospechoso…
—Espera, ¿no será…?
—Sí, creen que lo hizo el canguro manos de cuchara.
Mikazuki Hayato
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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"Sasaki me va a matar" Fue lo primero que pensé rascándome la nuca confundido mientras miraba a mi alrededor. La isla en la que estaba era completamente diferente a Bllothe. Para empezar no había cabras, y hacía ligeramente más frío que en la anterior, los picos nevados se alzaban sobre el mar y las poblaciones a la vista tenían un aspecto mucho más metálico y tecnológico que lo que estaba acostumbrado a ver.
- ¿Y cómo decíais que se llamaba esta isla? - Pregunté a uno de mis estimados acompañantes, Gerome. Un hombre de complexión algo achatada y corpulenta, con la cabeza rapada para ocultar el avance de la calvicie y una poblada barba pelirroja.
- K-karakuri señor, una isla famosa por tener una avanzada tecnología y ser la cuna de varios genios. - Contestó con una voz sumisa y algo tímida mientras remaba.
- Nunca he estado, si tienen tecnología a lo mejor encuentro la forma de contactar con mi tripulación. - Tras decir eso di un bocado a una manzana, demasiado buena para las condiciones de la bodega de su barco.
- Nosotros sólo pasamos por aquí una vez cada uno o dos años, así que tampoco la conocemos al detalle, pero seguro que alguien te puede ayudar. - Comentó Alex, otro miembro de la tripulación de Gerome, un hombre larguirucho con una melena rubia y casi cara de niño.
Los dos hombres remaban un bote en el que habían salido del barco para vender su mercancía y, de paso, comprar provisiones. Al parecer en medio de la reyerta contra los hombres de Max Power me debí quedar dormido al lado del embarcadero. Caí en un contenedor lleno de fruta y me quedé ahí durante varias horas, seguramente los hombres de Max me dieron por muerto y, quedando medio tapado por un montón de fruta y en penumbra nadie se dio cuenta de que estaba ahí antes de cerrar el contenedor. El susto que les di a los pobres comerciantes cuando salí a golpes pensando que me habían secuestrado. Pero ya era tarde para dar media vuelta, las corrientes eran traicioneras si no seguías la ruta, o por lo menos fue lo que me dijo el timonel. Y aquí estaba, a pocos minutos de llegar a un puerto desconocido, separado de mi tripulación y con una cartera que menguaba lentamente.
- Gracias por traerme chicos, y disculpad las molestias. - Dije al despedirme de ellos en el puerto.
- Oh, no pasa nada, pensamos que eras un pirata, casi nos matas del susto. - Dijo Gerome rascándose la calva.
- Si mal no recuerdo cuesta arriba está la zona turística y comercial, por ahí deberías poder encontrar a alguien que te ayude, las posadas siempre tienen un puesto de comunicación aquí. - Añadió Alex.
Tras tomar en cuenta esas indicaciones les agradecí de nuevo la ayuda con una ligera reverencia, me despedí de ellos y me puse en marcha. Ni Sasaki ni yo teníamos un den den mushi, y no sabía cual era el número de Alice, así que tendría que pensar en una forma de decirles que estaba bien y que me encontraba en Karakuri. A lo mejor por correspondencia, pero tardaría tiempo en llegar, puede que quedándome por la zona del puerto y esperar a que apareciera el barco, al fin y al cabo tenían que seguir esta ruta. Pero les podía llevar tiempo... No se me ocurría nada, y pensar no era lo mío. Por ahora pasaría por una posada y pensaría en lo que hacer con un trago.
O, bueno, eso es lo que pensaba hacer, pero algo que se movió por la periferia de mi mirada me llamó la atención. Una figura envuelta en la penumbra se deslizó rápidamente hasta perderse entre las calles, todo en el momento en el que noté que hicimos contacto visual. Al principio pensé que no sería nada, pero un olor familiar llegó a mi nariz.
Me metí en el callejón y, en efecto, no muy lejos, apoyado en una esquina contra una serie de tuberías abolladas, estaba el cuerpo de un hombre. Completamente magullado y con heridas muy recientes, la sangre todavía goteaba de su cabeza. Lo revisé, no hacía falta ser un médico para darse cuenta de que esas heridas eran mortales, era demasiado tarde para este hombre. Suspiré y me dispuse a perseguir al culpable, pero entonces el chillido de una mujer me sobresaltó. Estaba en la entrada del callejón, mirándome mientras me señalaba con una expresión aterrorizada. En ese momento me percaté, estaba inclinado frente a un cuerpo con las manos manchadas de sangre de haberlo tocado. Un problema más a la lista.
- ¿Y cómo decíais que se llamaba esta isla? - Pregunté a uno de mis estimados acompañantes, Gerome. Un hombre de complexión algo achatada y corpulenta, con la cabeza rapada para ocultar el avance de la calvicie y una poblada barba pelirroja.
- K-karakuri señor, una isla famosa por tener una avanzada tecnología y ser la cuna de varios genios. - Contestó con una voz sumisa y algo tímida mientras remaba.
- Nunca he estado, si tienen tecnología a lo mejor encuentro la forma de contactar con mi tripulación. - Tras decir eso di un bocado a una manzana, demasiado buena para las condiciones de la bodega de su barco.
- Nosotros sólo pasamos por aquí una vez cada uno o dos años, así que tampoco la conocemos al detalle, pero seguro que alguien te puede ayudar. - Comentó Alex, otro miembro de la tripulación de Gerome, un hombre larguirucho con una melena rubia y casi cara de niño.
Los dos hombres remaban un bote en el que habían salido del barco para vender su mercancía y, de paso, comprar provisiones. Al parecer en medio de la reyerta contra los hombres de Max Power me debí quedar dormido al lado del embarcadero. Caí en un contenedor lleno de fruta y me quedé ahí durante varias horas, seguramente los hombres de Max me dieron por muerto y, quedando medio tapado por un montón de fruta y en penumbra nadie se dio cuenta de que estaba ahí antes de cerrar el contenedor. El susto que les di a los pobres comerciantes cuando salí a golpes pensando que me habían secuestrado. Pero ya era tarde para dar media vuelta, las corrientes eran traicioneras si no seguías la ruta, o por lo menos fue lo que me dijo el timonel. Y aquí estaba, a pocos minutos de llegar a un puerto desconocido, separado de mi tripulación y con una cartera que menguaba lentamente.
- Gracias por traerme chicos, y disculpad las molestias. - Dije al despedirme de ellos en el puerto.
- Oh, no pasa nada, pensamos que eras un pirata, casi nos matas del susto. - Dijo Gerome rascándose la calva.
- Si mal no recuerdo cuesta arriba está la zona turística y comercial, por ahí deberías poder encontrar a alguien que te ayude, las posadas siempre tienen un puesto de comunicación aquí. - Añadió Alex.
Tras tomar en cuenta esas indicaciones les agradecí de nuevo la ayuda con una ligera reverencia, me despedí de ellos y me puse en marcha. Ni Sasaki ni yo teníamos un den den mushi, y no sabía cual era el número de Alice, así que tendría que pensar en una forma de decirles que estaba bien y que me encontraba en Karakuri. A lo mejor por correspondencia, pero tardaría tiempo en llegar, puede que quedándome por la zona del puerto y esperar a que apareciera el barco, al fin y al cabo tenían que seguir esta ruta. Pero les podía llevar tiempo... No se me ocurría nada, y pensar no era lo mío. Por ahora pasaría por una posada y pensaría en lo que hacer con un trago.
O, bueno, eso es lo que pensaba hacer, pero algo que se movió por la periferia de mi mirada me llamó la atención. Una figura envuelta en la penumbra se deslizó rápidamente hasta perderse entre las calles, todo en el momento en el que noté que hicimos contacto visual. Al principio pensé que no sería nada, pero un olor familiar llegó a mi nariz.
Me metí en el callejón y, en efecto, no muy lejos, apoyado en una esquina contra una serie de tuberías abolladas, estaba el cuerpo de un hombre. Completamente magullado y con heridas muy recientes, la sangre todavía goteaba de su cabeza. Lo revisé, no hacía falta ser un médico para darse cuenta de que esas heridas eran mortales, era demasiado tarde para este hombre. Suspiré y me dispuse a perseguir al culpable, pero entonces el chillido de una mujer me sobresaltó. Estaba en la entrada del callejón, mirándome mientras me señalaba con una expresión aterrorizada. En ese momento me percaté, estaba inclinado frente a un cuerpo con las manos manchadas de sangre de haberlo tocado. Un problema más a la lista.
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