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Nadir
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Parecía que el barco había avanzado lo suficiente para alejarse de aquel gélido lugar, pero desde la cubierta húmeda y llena de mugre aún se podía sentir la ausencia de temperatura corporal. Los presentes se comenzaban a mover de un lado a otro, todos parecían saber a la perfección lo que debían hacer, excepto el joven. Era la primera vez que viajaba en un barco de manera legal y con un trabajo remunerado, espero que alguien más se dé cuenta y aguardo por una orden que acatar. Estúpido clima, pensó Nadir mientras su voz interna le contesta “Pensé que era yo el violento. Tranquilo Nad solo tenemos que buscar un lugar donde pasar la noche, el barco es gigante”.
-El capitán premia la proactividad. ¿Es tu primera vez en un barco verdad? – Le dice un caballero de edad avanzada, unos sesenta años, mientras le alcanza un cepillo para lustrar la cubierta. -Comienza por limpiar con agua y jabón y tu del resto no has visto nada, no debe explicar más. – Nadir era un niño sin mundo, pero no era idiota, tomo la cubeta de madera y de cuclillas comenzó a cepillar la madera desde el centro al extremo derecho. La gente le pisaba el piso y lo ignoraban, iban de un lugar de la cubierta a las habitaciones trasladando tarrinas, de lo que parecía bebida alcohólica. Era bastante rara la lógica de aquello, tarinas de un lugar a otro del barco, como si estuvieran agitando lo que tenía adentro; era algo que a Nadir no le importo mucho. “No digas nada Nad, demos pasar desapercibidos” le comenta la Joel tras el enojo del joven porque no le respetaban el trabajo.
Un olor terrible le comienza a quemar las napias, una especie de alquitrán y plástico quemado empieza a emanar de una de las chimeneas que morían en cubierta, y en el balcón del timón una ola de jubilo explota haciendo que todos se acerquen allí. – Vamos chico es el capitán. – Lo empuja con una palmada en la espalda el anciano de antes El resto de limpia cubiertas que había a borde le daban mala espina y uno de ellos le hizo muchas preguntas por su saco, el único buena onda era aquel veterano.
-Nos acercamos al mundo caballeros, hoy la vuelta la pagara su capitán, Jiford. – Acompasado con los gritos de idolatría, sonaba la voz de un viejo lobo del mar. Un tipo con parche en el ojo calvo y que cargaba tantas cicatrices como su cuerpo podía sostener. Mas pintas de mafioso que de comerciante, pero Nadir poco sabia de aquello, era una imagen recurrente en el circo que se crio. Aquel tipo de más de metro ochenta no le dio mal rollo, pero el le debía sus labores a otro hombre, hombre que necesitaba encontrar con ansias. Unos cuantos tipos que escoltaban al capitán abrieron unos diez toneles de cerveza y al ruido de las tapas en el suelo el jefe grito. - ¡Salud muchachos! Tómense la jornada libre, mañana a por todo. - Celebra el tipo con una jarra repleta, jarra que apura de un sorbo mientras se retira de escena. Gritan todos mientras la silueta de aquel tipo se pierde en las entrañas del barco.
-El capitán premia la proactividad. ¿Es tu primera vez en un barco verdad? – Le dice un caballero de edad avanzada, unos sesenta años, mientras le alcanza un cepillo para lustrar la cubierta. -Comienza por limpiar con agua y jabón y tu del resto no has visto nada, no debe explicar más. – Nadir era un niño sin mundo, pero no era idiota, tomo la cubeta de madera y de cuclillas comenzó a cepillar la madera desde el centro al extremo derecho. La gente le pisaba el piso y lo ignoraban, iban de un lugar de la cubierta a las habitaciones trasladando tarrinas, de lo que parecía bebida alcohólica. Era bastante rara la lógica de aquello, tarinas de un lugar a otro del barco, como si estuvieran agitando lo que tenía adentro; era algo que a Nadir no le importo mucho. “No digas nada Nad, demos pasar desapercibidos” le comenta la Joel tras el enojo del joven porque no le respetaban el trabajo.
Un olor terrible le comienza a quemar las napias, una especie de alquitrán y plástico quemado empieza a emanar de una de las chimeneas que morían en cubierta, y en el balcón del timón una ola de jubilo explota haciendo que todos se acerquen allí. – Vamos chico es el capitán. – Lo empuja con una palmada en la espalda el anciano de antes El resto de limpia cubiertas que había a borde le daban mala espina y uno de ellos le hizo muchas preguntas por su saco, el único buena onda era aquel veterano.
-Nos acercamos al mundo caballeros, hoy la vuelta la pagara su capitán, Jiford. – Acompasado con los gritos de idolatría, sonaba la voz de un viejo lobo del mar. Un tipo con parche en el ojo calvo y que cargaba tantas cicatrices como su cuerpo podía sostener. Mas pintas de mafioso que de comerciante, pero Nadir poco sabia de aquello, era una imagen recurrente en el circo que se crio. Aquel tipo de más de metro ochenta no le dio mal rollo, pero el le debía sus labores a otro hombre, hombre que necesitaba encontrar con ansias. Unos cuantos tipos que escoltaban al capitán abrieron unos diez toneles de cerveza y al ruido de las tapas en el suelo el jefe grito. - ¡Salud muchachos! Tómense la jornada libre, mañana a por todo. - Celebra el tipo con una jarra repleta, jarra que apura de un sorbo mientras se retira de escena. Gritan todos mientras la silueta de aquel tipo se pierde en las entrañas del barco.
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Sin trasporte oficial -ya que mi hueco iba a ser ocupado por otros de mayor rango- no me quedaba otra que improvisar. Afortunadamente había dos cosas que muchos barcos solían necesitar, la primera era un médico, y la segunda era mano de obra barata. Mi presencia ofrecía ambas. Además, y en palabras del buen capitán de aquel navío de comercio.
—¡Ahora tendré un tripulante que no pueda contestarme! ¡Ni quejarse!
Se las daba de... gracioso. Y como jefe que era no me quedaba otra que asumir aquello como si realmente fuese una verdad inamovible. Afortunadamente las horas de trabajo limpiando me servían bastante bien para mantenerme ocupado, alejado de cualquier posible problema o... sobre exposición. Pertenecer al Cipher Pol era un asunto difícil cuando llegaba a las relaciones interpersonales, y a menos tuviera que relacionarme con los marineros que ya tenían una jerarquía y relaciones establecidas, menos riesgo tenía de que ninguno de ellos me asociara con el gobierno. Para lo que sabían, y lo que debían seguir sabiendo al final de aquel largo viaje complicado por los icebergs escindidos de Karakuri, yo, "Jonás Joaquin", Jojo, porque no iba a complicarme a no reconocer por el acortamiento al que estaba acostumbrado, solo era un artista en busca de nuevas experiencias con un más que oportuno conocimiento en las artes médicas.
—Un niño rico con la carrera pagada, seguro, que no quiere trabajar.
—A lo mejor mató a alguien y no le dejan ser médico.
—Quizás lo han desheredado por bohemio y va perdido por el mundo, ya encontrará su sitio.
Distintas eran las opiniones de cada uno, aunque parecía común en ellos creer que era sordomudo. Sin embargo, entre aquella marabunta de individuos más o menos pintorescos, había... un monstruo. No quizás en el sentido más profundo de la palabra, aquello era algo que aún tenía que averiguar, sino en un sentido puramente estético. Con unos ojos grandes, tan abiertos y húmedos como los de un pez muerto, aquella criatura de piel de ceniza y labios negros podría haber sido fácilmente el monstruoso cruce de un humano y un hijo del mar. Sin embargo, en su más que extraña anatomía, había además algo que no cuadraba. Alas.
¿Sería quizás su horrendo aspecto producto del golpe contra el suelo tras haber caído de los cielos? ¿O quizá solo fruto de un caprichoso y malicioso azar que le había maldecido con una apariencia tan poco acertada? Fuese como fuese, por muy repulsivo e incluso amedrentador que resultara, este demonio no iba a dejarse llevar por la poderosa influencia del aspecto.
¿Y qué mejor momento que este, en una inesperada celebración y descanso, para abordarle? Uniéndome a las apresuradas colas hacia los tragos tomé dos largas pintas, ero, a diferencia de mis compañeros, que tomarían una y luego otra, estas eran para compartir. Y así, ofreciéndole al engendro una jarra con una enorme sonrisa, pretendía comenzar con un muy bien pie.
"Jojo", es lo que ponía en la pizarrita que llevaba colgada al cuello, que , junto a mis ropas de segunda o tercera mano me daban más pinta de un "perro de mar" que de lobo.
—¡Ahora tendré un tripulante que no pueda contestarme! ¡Ni quejarse!
Se las daba de... gracioso. Y como jefe que era no me quedaba otra que asumir aquello como si realmente fuese una verdad inamovible. Afortunadamente las horas de trabajo limpiando me servían bastante bien para mantenerme ocupado, alejado de cualquier posible problema o... sobre exposición. Pertenecer al Cipher Pol era un asunto difícil cuando llegaba a las relaciones interpersonales, y a menos tuviera que relacionarme con los marineros que ya tenían una jerarquía y relaciones establecidas, menos riesgo tenía de que ninguno de ellos me asociara con el gobierno. Para lo que sabían, y lo que debían seguir sabiendo al final de aquel largo viaje complicado por los icebergs escindidos de Karakuri, yo, "Jonás Joaquin", Jojo, porque no iba a complicarme a no reconocer por el acortamiento al que estaba acostumbrado, solo era un artista en busca de nuevas experiencias con un más que oportuno conocimiento en las artes médicas.
—Un niño rico con la carrera pagada, seguro, que no quiere trabajar.
—A lo mejor mató a alguien y no le dejan ser médico.
—Quizás lo han desheredado por bohemio y va perdido por el mundo, ya encontrará su sitio.
Distintas eran las opiniones de cada uno, aunque parecía común en ellos creer que era sordomudo. Sin embargo, entre aquella marabunta de individuos más o menos pintorescos, había... un monstruo. No quizás en el sentido más profundo de la palabra, aquello era algo que aún tenía que averiguar, sino en un sentido puramente estético. Con unos ojos grandes, tan abiertos y húmedos como los de un pez muerto, aquella criatura de piel de ceniza y labios negros podría haber sido fácilmente el monstruoso cruce de un humano y un hijo del mar. Sin embargo, en su más que extraña anatomía, había además algo que no cuadraba. Alas.
¿Sería quizás su horrendo aspecto producto del golpe contra el suelo tras haber caído de los cielos? ¿O quizá solo fruto de un caprichoso y malicioso azar que le había maldecido con una apariencia tan poco acertada? Fuese como fuese, por muy repulsivo e incluso amedrentador que resultara, este demonio no iba a dejarse llevar por la poderosa influencia del aspecto.
¿Y qué mejor momento que este, en una inesperada celebración y descanso, para abordarle? Uniéndome a las apresuradas colas hacia los tragos tomé dos largas pintas, ero, a diferencia de mis compañeros, que tomarían una y luego otra, estas eran para compartir. Y así, ofreciéndole al engendro una jarra con una enorme sonrisa, pretendía comenzar con un muy bien pie.
"Jojo", es lo que ponía en la pizarrita que llevaba colgada al cuello, que , junto a mis ropas de segunda o tercera mano me daban más pinta de un "perro de mar" que de lobo.
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La soledad jamás le incomodo, pero si las celebraciones y el alcohol, lo único bueno en aquel jubilo era la ausencia de trabajo hasta la mañana siguiente. Por lo que opto por apartarse a un lado donde las penumbras maquillaran un poco su rostro y no ser detectado por ningún navegante. Sus tripas rugieron intensamente, tanto fue que algunos señores ebrios casi se caen en sus temblores de borrachera. En los regalos del capitán nunca incluyo la comida, que estúpida costumbre humana de beber hasta perder la conciencia. La última vez que había tomado fue en la noche eterna, es querido vodka que ayudaba a mantenerlo caliente. No había mucho mas que comer, solo una estúpida canasta que todos ignoraban, a Nadir le causaban alergia. Recordó que en sus bolsillos podría haber algo interesante y lo único que encontró fue un billete de quinientos berries, seguramente allí nada de utilidad tendría, y una extraña muñeca de paja con ojos emulados con botones y dejes de hilo azul. Tomo la muñeca y se miro con ella. -Estúpido Nadir no pienses en comerme soy yo Joel. – Nuevamente Joel se manifiesta, era el skaypeano que le hacia la voz de manera impostada como si se tratase de otra persona. Eso fue algo que dejo con dudad al joven como era posible que su compañero imaginario fuera ahora esa muñeca, muñeca que ni siquiera había construido él.
Jojo decía el cartel de el chico que se acerco con dos pintas, pintas que Nadir observo con desprecio. Odiaba tomar alcohol lo veía como una acción baja de humano. Pero el morocho no parecía humano, serian verdaderos esos cuernos. El skaypeano tomo la muñeca de paja e impostando la voz le habla al cornudo. – Acaso te estas burlando de nosotros con ese jojo. No tomamos esa bazofia o acaso no ves que no somos humanos. Si traes comidas podrías ser más oportuno. – Nuevamente Joel tomando el control de la personalidad. A Nadir no le molestaba esa nueva faceta, le facilitaba ahuyentar mirones y comunicarse con gente interesante. Además, quien mierdas carga un pizarrón y se burla de la gente, tenia que ser un retardado mental, o Valente. Era un barco con gente bastante ruda y hacer ese tipo de bromas era bastante comprometedor. El joven lo único que hizo bajo su personalidad fue gruñirle al pálido como si se tratase de una especia de felino, mostrando sus preciosos dientes en pico.
Antes que pudiera pasar algo nuevo entre ambos fenómenos una especie de perico se posa entre ambos y parlotea. – Estar solos tomando cerveza y en penumbras es malo prrrr- Parecía una advertencia mas que un parloteo. Lo malo fue el deseo de matarlo por el cual el nacido en el cielo estaba pasando, se le caía la baba como si fuera una bestia feroz. Mira fijo al ave olvidándose de todo gramo cordura y se lanza en cuatro patas. El emplumado logra escapar al parloteo de – Pedro cuida el barco prrr- ¿Como era posible que aquel ave supiera tantas palabras?
Jojo decía el cartel de el chico que se acerco con dos pintas, pintas que Nadir observo con desprecio. Odiaba tomar alcohol lo veía como una acción baja de humano. Pero el morocho no parecía humano, serian verdaderos esos cuernos. El skaypeano tomo la muñeca de paja e impostando la voz le habla al cornudo. – Acaso te estas burlando de nosotros con ese jojo. No tomamos esa bazofia o acaso no ves que no somos humanos. Si traes comidas podrías ser más oportuno. – Nuevamente Joel tomando el control de la personalidad. A Nadir no le molestaba esa nueva faceta, le facilitaba ahuyentar mirones y comunicarse con gente interesante. Además, quien mierdas carga un pizarrón y se burla de la gente, tenia que ser un retardado mental, o Valente. Era un barco con gente bastante ruda y hacer ese tipo de bromas era bastante comprometedor. El joven lo único que hizo bajo su personalidad fue gruñirle al pálido como si se tratase de una especia de felino, mostrando sus preciosos dientes en pico.
Antes que pudiera pasar algo nuevo entre ambos fenómenos una especie de perico se posa entre ambos y parlotea. – Estar solos tomando cerveza y en penumbras es malo prrrr- Parecía una advertencia mas que un parloteo. Lo malo fue el deseo de matarlo por el cual el nacido en el cielo estaba pasando, se le caía la baba como si fuera una bestia feroz. Mira fijo al ave olvidándose de todo gramo cordura y se lanza en cuatro patas. El emplumado logra escapar al parloteo de – Pedro cuida el barco prrr- ¿Como era posible que aquel ave supiera tantas palabras?
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Abstemio, tomo nota. Aunque aquello, desde luego, era mucho menos preocupante de que estuviese usando una muñeca de trapo como un títere para hablar y, por otro lado, solo recurriera a su verdadera voz para gruñir y perpetrar salvajadas mucho más propias de un animal que de un ser humano. Tomé un trago de la cerveza que sabía que iba a necesitar para afrontar aquello mientras dejaba la otra sobre la balaustrada, donde, sin atención, no tardaría en desaparecer por la garganta de alguno de los miembros de la tripulación.
Aparte del interesante comportamiento de este... tipo, la escena fue salpicada con interés por la intervención de un loro parlante al que no había visto hasta el momento y que, curiosamente, tenía un léxico mucho más extenso que la mayoría de miembros del barco. Aquello me hizo preguntarme naturalmente qué clase de dueño enseñaría a su mascota, no solo a reconocer cuando decir las frases apropiadas para cada momento, si no la palabra "penumbra". Aunque bueno, se apreciaba la preocupación del amo -o del pájaro- para prevenir los más oscuros quiebros del ya de por sí desagradable alcoholismo.
Habiendo escuchado, y sufrido en mis huesos, el rugido de su ansioso estómago, algo mucho más sincero que las maleducadas palabras en boca de la efigie, se me ocurrió una idea. Dejándome la jarra apoyada sobre la cabeza para escribir, sugerí de manera escrita el mejor curso de acción que podíamos tomar en aquel momento para fraguar lo que, si bien no podría seguramente a llamarse amistad, sería una buena anécdota que contar en un futuro informe.
"Cocina" le enseñé al enfermo mental, esperando que me siguiera sin la necesidad de darme dos golpes en la pierna como le hubiera hecho para indicarle a un sabueso que me siguiese. Desde allí, sorteando los grupos que cantaban a pleno pulmón ebrio, nos iríamos dirigiendo a las entrañas del barco a buscar el origen de la escasa manduca que pocas veces al día nos repartían a los grumetes de mala muerte. Entre aquello y tener que compartir habitación con quince en unas literas llenas del sudor de extraños el viaje se estaba volviendo una experiencia de lo que me aseguraría que no se repitiese. O un buen contrapunto para apreciar cuantas comodidades habían estado a mí disposición que había tomado como garantizadas.
En uno de los requiebros encontramos un bucanero experimentado vestido con una larga bata que en su día fue blanca el cual alzó su mano para parar nuestro viaje.
—¿Dónde váis?—exigió saber, mirándonos de arriba a abajoco con ojos vidriosos.
Señalé la pizarra.
—Ah, la cocina. Es por allí—añadió, extendiendo un dedo tan gordo como fuerte.
Mas cuando intenté pasar puso una mano sobre mi hombro.
—¿Dónde estan las cervezas...?
Y tras señalar hacia arriba robó la que había olvidado aún estaba bien apoyada entre el hueco de mis cuernos y zarpó hacia arriba con prisa para calmar su imperiosa sed.
¡A la cocina!
Aparte del interesante comportamiento de este... tipo, la escena fue salpicada con interés por la intervención de un loro parlante al que no había visto hasta el momento y que, curiosamente, tenía un léxico mucho más extenso que la mayoría de miembros del barco. Aquello me hizo preguntarme naturalmente qué clase de dueño enseñaría a su mascota, no solo a reconocer cuando decir las frases apropiadas para cada momento, si no la palabra "penumbra". Aunque bueno, se apreciaba la preocupación del amo -o del pájaro- para prevenir los más oscuros quiebros del ya de por sí desagradable alcoholismo.
Habiendo escuchado, y sufrido en mis huesos, el rugido de su ansioso estómago, algo mucho más sincero que las maleducadas palabras en boca de la efigie, se me ocurrió una idea. Dejándome la jarra apoyada sobre la cabeza para escribir, sugerí de manera escrita el mejor curso de acción que podíamos tomar en aquel momento para fraguar lo que, si bien no podría seguramente a llamarse amistad, sería una buena anécdota que contar en un futuro informe.
"Cocina" le enseñé al enfermo mental, esperando que me siguiera sin la necesidad de darme dos golpes en la pierna como le hubiera hecho para indicarle a un sabueso que me siguiese. Desde allí, sorteando los grupos que cantaban a pleno pulmón ebrio, nos iríamos dirigiendo a las entrañas del barco a buscar el origen de la escasa manduca que pocas veces al día nos repartían a los grumetes de mala muerte. Entre aquello y tener que compartir habitación con quince en unas literas llenas del sudor de extraños el viaje se estaba volviendo una experiencia de lo que me aseguraría que no se repitiese. O un buen contrapunto para apreciar cuantas comodidades habían estado a mí disposición que había tomado como garantizadas.
En uno de los requiebros encontramos un bucanero experimentado vestido con una larga bata que en su día fue blanca el cual alzó su mano para parar nuestro viaje.
—¿Dónde váis?—exigió saber, mirándonos de arriba a abajoco con ojos vidriosos.
Señalé la pizarra.
—Ah, la cocina. Es por allí—añadió, extendiendo un dedo tan gordo como fuerte.
Mas cuando intenté pasar puso una mano sobre mi hombro.
—¿Dónde estan las cervezas...?
Y tras señalar hacia arriba robó la que había olvidado aún estaba bien apoyada entre el hueco de mis cuernos y zarpó hacia arriba con prisa para calmar su imperiosa sed.
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Que extraña manera de encarar la situación, colocar la jarra de cerveza entre los cuernos y escribir en aquel pizarrón cocina. ¿Acaso lo estaba invitando a comer? Que basto es un l mundo, desde que comenzó a viajar en soledad muchos tipos eran como aquel hambre. Estaba claro que lo iba a acompañar a la cocina, ese lugar no podía ser fiesta sin lago que llevar a la boca. Se alejaron de un grupo de ebrios cantores y comenzaron a transitar el interior del navío. Por supuesto la mecánica era la misma que con Sasaki, mantener una distancia de dos metros de distancia. Nadir era como un perro castigado y no quería sorpresas con el cornudo. - Vamos a la cocina entonces. - Habla Joel a través de la muñeca de paja. Nadir guarda el juguete en uno de los bolsillos y comienza a andar.
En uno de los pasillos un tipo gigante y de pocos amigos se interpone en el paso. Parecía que el cornudo había negociado el pasaje, así lo entendió Nadir que en todo momento mantuvo la distancia. "Nad, creo que este tipo se crió en el circo mira como lleva la jarra en la cabeza, parece un malabarista". La voz de Joel resuena en su cabeza mientras el alado ve que el tipo le señala el paso y se bebe la pinta que llevaba su compañero sin amabilidad. Era un sujeto que parecía ser bastante peligroso por lo que mantuvo contacto visual todo el tiempo con aquel gorila, para su sorpresa no se asustó de él. Al caminar unos metro se toparon con una puerta de metal reforzada con la cantidad de remaches necesaria para detener a un elefante. Sin dejarlos siquiera probar el picaporte se abre una leve ventana de diez centímetros por veinte y unos ojos irritados los observan. - Los nuevos- Se escucha una voz en eco, mientras la puerta se abre chillando por lo pesada que era. Nadir no estaba aseguró de poder abrir aquel umbral por sí solo. En el interior de la habitación había montado un laboratorio, hornos ensayos y paquetes decoraban la habitación de cinco por cinco que no llevaba ventanas solo una chimenea.
- Hola chicos soy su capitan- Habla el tipo repleto de cicatrices de antes como si se tratase de un tur turístico. Aunque iba de broma aquel tipo la situación era un poquito más violenta. Dos tipos se paran tras el par y les ponen un arma en la nuca. Era un frío que Nadir jamás había sentido lo que hizo gruñir y mostrar sus dientes. "Tranquilo Nad" Joel buscaba clamar allí skaypeano. - Tranquilo chicos, son formalidades. Ya se acostumbran al frío de una pistola en la nuca y más en el negocio en el que se metieron. Porque si, en hora buena son traficantes de anfetaminas. - El clavo apoya dos facos de diez mil berries para cada uno. Y resuena su nariz como si estuviera congestionado. -¿Cómo se siente ser los putos limpia cubierta mejores pagos?-.
En uno de los pasillos un tipo gigante y de pocos amigos se interpone en el paso. Parecía que el cornudo había negociado el pasaje, así lo entendió Nadir que en todo momento mantuvo la distancia. "Nad, creo que este tipo se crió en el circo mira como lleva la jarra en la cabeza, parece un malabarista". La voz de Joel resuena en su cabeza mientras el alado ve que el tipo le señala el paso y se bebe la pinta que llevaba su compañero sin amabilidad. Era un sujeto que parecía ser bastante peligroso por lo que mantuvo contacto visual todo el tiempo con aquel gorila, para su sorpresa no se asustó de él. Al caminar unos metro se toparon con una puerta de metal reforzada con la cantidad de remaches necesaria para detener a un elefante. Sin dejarlos siquiera probar el picaporte se abre una leve ventana de diez centímetros por veinte y unos ojos irritados los observan. - Los nuevos- Se escucha una voz en eco, mientras la puerta se abre chillando por lo pesada que era. Nadir no estaba aseguró de poder abrir aquel umbral por sí solo. En el interior de la habitación había montado un laboratorio, hornos ensayos y paquetes decoraban la habitación de cinco por cinco que no llevaba ventanas solo una chimenea.
- Hola chicos soy su capitan- Habla el tipo repleto de cicatrices de antes como si se tratase de un tur turístico. Aunque iba de broma aquel tipo la situación era un poquito más violenta. Dos tipos se paran tras el par y les ponen un arma en la nuca. Era un frío que Nadir jamás había sentido lo que hizo gruñir y mostrar sus dientes. "Tranquilo Nad" Joel buscaba clamar allí skaypeano. - Tranquilo chicos, son formalidades. Ya se acostumbran al frío de una pistola en la nuca y más en el negocio en el que se metieron. Porque si, en hora buena son traficantes de anfetaminas. - El clavo apoya dos facos de diez mil berries para cada uno. Y resuena su nariz como si estuviera congestionado. -¿Cómo se siente ser los putos limpia cubierta mejores pagos?-.
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La seguridad de la "cocina" era tal que en un principio me hizo sospechar de los hábitos alimenticios de aquella tripulación. Bueno, en un principio porque mi mente no tardó en juntar las pequeñas y evidentes pistas que había querido ignorar desde el primer momento para no caer en la cuenta de que aquello era, sin duda alguna, un laboratorio de drogas. Antes de que pudiera permitirme pensar en mis responsabilidades como agente y buen ciudadano, aparecieron actores en la escena que evitaronme complicación alguna.
Todo sucedió, rápido, pero los dos metros que separaban al monstruo de mi me dieron la calma como para no girarme a romper la muñeca de aquel patán con el movimiento al que nos habían acostumbrado en la academia -y el cual, la verdad, creía poco efectivo-. Sin embargo aquella amenaza tan clara no me quitó la sonrisa de la boca, aunque sí que la agrió un tanto. Tomando el fajo de billetes mío, echándomelo al bolsillo y el echándome a un lado para que mi compañero hiciese lo mismo con el suyo, intenté quedarme dando el flanco a aquellos serios hombretones que nos tenían engatillados. Sonreían.
Casi les parecía una broma. La vida de dos personas. El acto de crear drogas, de seguro con uso recreativo y malicioso. Todo aquello para ellos no era más que una forma de ganarse la vida sin contribuir nada más que a su beneficio personal. Incluso si tenían familias, incluso si no les había quedado otra, aquello era... ruin.
Cubriéndome la cara hasta los ojos con la pizarrita, repiqueteé con las uñas sobre su superficie.
—¿La cocina? —dijo, divertido el capitán—. ¡Ah, la cocina-cocina! Al fondo del pasillo, pero vamos... ya comprobaréis que no hay mucho. Los suministros no son baratos, médico.
Asentí, cubierta mi expresión por una falsa sonrisa tapada a su vez con la única voz que tenía. Y con ello me fui alejando, con prudencia, mientras al matón que me había apuntado le pareció gracioso mover su pistola falseando el sonido de un diparo con su boca repleta de dientes torcidos. Verlo así, lejos de provocarme odio, me provocó ganas de lavarme compulsivamente los dientes.
Al llegar a la cocina pude comprobar sin mucha dificultad que estaba tan yerma y seca como la agrietada piel de los más viejos yonkis de aquella tripulación. Pan de taco, alguna conserva encapsulada en sal, huevos de dudosa caducidad y lo que venía siendo un queso blando infestado por hongos que, por su olor, no tenía demasiada pinta de ser comestible. ¿Latas? Ni una. Probablemente la verdadera comida, dada la actividad del resto de tripulantes, y las pequeñas sorpresas en las estipuladas raciones que muy rara vez aparecían en el menú, estaban escondidas en algún lugar del barco lejos del alcance de los más hambrientos.
Aunque claro, ya ganar la amistad de ese engendro me preocupaba menos. Dibujando una serie de monigotes con caña, pregunté al cenizo si sabía pescar. Porque, bueno, yo no tenía nada para ello.
Todo sucedió, rápido, pero los dos metros que separaban al monstruo de mi me dieron la calma como para no girarme a romper la muñeca de aquel patán con el movimiento al que nos habían acostumbrado en la academia -y el cual, la verdad, creía poco efectivo-. Sin embargo aquella amenaza tan clara no me quitó la sonrisa de la boca, aunque sí que la agrió un tanto. Tomando el fajo de billetes mío, echándomelo al bolsillo y el echándome a un lado para que mi compañero hiciese lo mismo con el suyo, intenté quedarme dando el flanco a aquellos serios hombretones que nos tenían engatillados. Sonreían.
Casi les parecía una broma. La vida de dos personas. El acto de crear drogas, de seguro con uso recreativo y malicioso. Todo aquello para ellos no era más que una forma de ganarse la vida sin contribuir nada más que a su beneficio personal. Incluso si tenían familias, incluso si no les había quedado otra, aquello era... ruin.
Cubriéndome la cara hasta los ojos con la pizarrita, repiqueteé con las uñas sobre su superficie.
—¿La cocina? —dijo, divertido el capitán—. ¡Ah, la cocina-cocina! Al fondo del pasillo, pero vamos... ya comprobaréis que no hay mucho. Los suministros no son baratos, médico.
Asentí, cubierta mi expresión por una falsa sonrisa tapada a su vez con la única voz que tenía. Y con ello me fui alejando, con prudencia, mientras al matón que me había apuntado le pareció gracioso mover su pistola falseando el sonido de un diparo con su boca repleta de dientes torcidos. Verlo así, lejos de provocarme odio, me provocó ganas de lavarme compulsivamente los dientes.
Al llegar a la cocina pude comprobar sin mucha dificultad que estaba tan yerma y seca como la agrietada piel de los más viejos yonkis de aquella tripulación. Pan de taco, alguna conserva encapsulada en sal, huevos de dudosa caducidad y lo que venía siendo un queso blando infestado por hongos que, por su olor, no tenía demasiada pinta de ser comestible. ¿Latas? Ni una. Probablemente la verdadera comida, dada la actividad del resto de tripulantes, y las pequeñas sorpresas en las estipuladas raciones que muy rara vez aparecían en el menú, estaban escondidas en algún lugar del barco lejos del alcance de los más hambrientos.
Aunque claro, ya ganar la amistad de ese engendro me preocupaba menos. Dibujando una serie de monigotes con caña, pregunté al cenizo si sabía pescar. Porque, bueno, yo no tenía nada para ello.
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Nadir no tenía nada que decir, y dejar que Joel participará sería muy arriesgado, era gente muy peligrosa y no quería morir por loco. Todo esto lo pensó por los tipos que los apuntaban con revolver, porque desconocía lo que eran las anfetaminas y el narcotráfico, realmente tomo literal que aquello era un protocolo. Por lo que sin decir nada tomo el dinero calcando la acción de su compañero pero no sin antes dejar su billete de quinientos berries haciendo caso a la voz en su cabeza. "Nad deja nuestro billete en señal de paz, que no piensen que somos pobres". Más que un gesto de tregua el skaypeano paso por retardado, algo que le agrado al capitán, no sería un problema. Al girar la vista hacia el tipo que lo apuntaba el armado se atemorizó con el rostro del alado, al parecer no todos eran tan rudos como para soportarlo. Guardo el dinero y acompaño a su nuevo compañero en busca de la verdadera cocina. Aquella situación lo confundió un poco a lo que Joel, aprovechando que estaban solos le pregunto a Hush. -¿Que clase de comida es la anfetamina que se cocina bajo esas condiciones? - Nuevamente Nadir apunta la muñeca de paja a su compañero pero esta vez ignorando la distancia de dos metros, se la acerco a la oreja cómo secreteando.
La cocina cocina, así fue como lo llamo el capitán, era un nido de pestes y ratas, ni siquiera los animales de circo se atreverían a comer esa basura podrida. Los garabatos en la pizarra del cornudo mostraban dibujitos pescando. Joel volvió a tomar el control de las emociones de Nadir. - Mi compañero puede hacerte un palo de pesca, solo necesitamos un poco de tanza, anzuelo y carnada.- parecía un respuesta sensata hasta que la muñeca la mueve con violencia como si está estuviera desquiciada. - ¿Acaso eres calvo?- Nuevamente una palabra mal utilizada para insultar. Cuando en eso el perico vuelve a revolotear entre ambos como si los estuviera vigilando. Nadir en sus ansias de matarlo, se olvida de Joel y la charla. Eran más fuertes sus instintos y no iba a permitir otro animal en el barco. De un salto llega hasta el emplumado y engañando al perico, aparenta que la caída iba a ser más brutal, planea con las alas dándole la sorpresa para tomarlo con la boca y quitarle la vida de un mordisco. Con en el animal en la boca y sangrando el amigo imaginario vuelve ha hablar a través de la muñeca de paja con la boca llena, dificultando la dicción. - Tenemos pollo fresco. -
La cocina cocina, así fue como lo llamo el capitán, era un nido de pestes y ratas, ni siquiera los animales de circo se atreverían a comer esa basura podrida. Los garabatos en la pizarra del cornudo mostraban dibujitos pescando. Joel volvió a tomar el control de las emociones de Nadir. - Mi compañero puede hacerte un palo de pesca, solo necesitamos un poco de tanza, anzuelo y carnada.- parecía un respuesta sensata hasta que la muñeca la mueve con violencia como si está estuviera desquiciada. - ¿Acaso eres calvo?- Nuevamente una palabra mal utilizada para insultar. Cuando en eso el perico vuelve a revolotear entre ambos como si los estuviera vigilando. Nadir en sus ansias de matarlo, se olvida de Joel y la charla. Eran más fuertes sus instintos y no iba a permitir otro animal en el barco. De un salto llega hasta el emplumado y engañando al perico, aparenta que la caída iba a ser más brutal, planea con las alas dándole la sorpresa para tomarlo con la boca y quitarle la vida de un mordisco. Con en el animal en la boca y sangrando el amigo imaginario vuelve ha hablar a través de la muñeca de paja con la boca llena, dificultando la dicción. - Tenemos pollo fresco. -
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Este tipo de situaciones las daban como ejemplo en la academia. Si algún dia estáis infiltrados en una situación peliaguda, probablemente criminal, incluso en contra del gobierno mundial, y no os queda otra que seguirles el rollo para seguir con vida : hacedlo. Eso sí, no dejéis pasar la oportunidad de medrar la organización si eso no expone vuestro disfraz. Esperad, pacientemente, al momento apropiado, bien sea para contactar con otros agentes, la institución o incluso la legión. O, por contra parte, si os véis capaces, dad el golpe vosotros mismos. Los criminales no juegan limpio y tampoco debéis hacerlo ustedes. Envenenadles, gaseadles, id a por sus puntos débiles, encerradles en un edificio y prendedles fuego. Acabad con ellos como gustéis si no véis la posibilidad de detenerlos. Aunque claro, deberéis justificar que estas personas eran escoria criminal, y creedme si os digo que los auditores de los informes y los investigadores de las escenas no se andan con chiquitas cuando se perpetra un acto contra los ciudadanos de las mil y un naciones.
Muchos se tomaban a broma aquello. Otros se revolcaban con una ansiosa sonrisa en la posibilidad de destrozar gustosamente a aquellos criminales. ¿Yo? Yo estaba como ahora estaba. Confuso, asqueado, sintiéndome incapaz de arrebatar con tanta facilidad vidas que, si las cosas hubieran sido de manera diferente, hubieran podido servir a un mejor y mayor propósito. Solo quedaba relegarme, en silencio, a dejar esto pasar hasta que pudiera informar, todo sin poder preguntarme si... Si era débil. Si llegado el momento en el que tuviera que mancharme las manos de sangre no dudaría antes de hacerlo, permitiendo a mis enemigos aprovecharse de una debilidad de la que seguramente ellos se habían desecho hace mucho. Debía tomar una decisión, alli y en aquel instante, antes de que llegara el terrible momento.
Y lo hice.
Y la tensión de aquello se añadió a la que ya soportaba como entrenamiento desde que había abandonado Karakuri. Una carga que me ralentizaba, cuando no me detenía en seco, y provocaba que mis músculos -y para mi desgracia mi mandibula- se agarrotasen. Claro está, había momentos de descanso, pero justo en aquellos en los que mi cuerpo podía soltarse, era cuando la tensión acumulada me sobrevenía para hacerme sentir el dolor de las fibras tan cansadas como desgarradas.
Desgraciadamente, tan ocupadoa estaba en mi fuero interno, y tan absurdo fue aquello, que no pude reaccionar hasta el final. Lo cierto es que ya no importaba cómo había llegado el loro hasta alli, porque ya no había loro. Salí corriendo de la escena, chocándome contra la misma puerta e impulsado en todo mi trayecto por el miedo. Pero no, no era miedo al monstruo... Si no a las consecuencias de haber cometido aquel acto tan pero tan estúpido. A cada sombra borracha o no que me encontraba me limitaba con señalarle el camino que habia dejado atrás con un dedo tembloroso y la prisa por seguir corriendo; y pronto recorrieron mi estela los curiosos que deseaban saber qué habia pasado.
Muchos se tomaban a broma aquello. Otros se revolcaban con una ansiosa sonrisa en la posibilidad de destrozar gustosamente a aquellos criminales. ¿Yo? Yo estaba como ahora estaba. Confuso, asqueado, sintiéndome incapaz de arrebatar con tanta facilidad vidas que, si las cosas hubieran sido de manera diferente, hubieran podido servir a un mejor y mayor propósito. Solo quedaba relegarme, en silencio, a dejar esto pasar hasta que pudiera informar, todo sin poder preguntarme si... Si era débil. Si llegado el momento en el que tuviera que mancharme las manos de sangre no dudaría antes de hacerlo, permitiendo a mis enemigos aprovecharse de una debilidad de la que seguramente ellos se habían desecho hace mucho. Debía tomar una decisión, alli y en aquel instante, antes de que llegara el terrible momento.
Y lo hice.
Y la tensión de aquello se añadió a la que ya soportaba como entrenamiento desde que había abandonado Karakuri. Una carga que me ralentizaba, cuando no me detenía en seco, y provocaba que mis músculos -y para mi desgracia mi mandibula- se agarrotasen. Claro está, había momentos de descanso, pero justo en aquellos en los que mi cuerpo podía soltarse, era cuando la tensión acumulada me sobrevenía para hacerme sentir el dolor de las fibras tan cansadas como desgarradas.
Desgraciadamente, tan ocupadoa estaba en mi fuero interno, y tan absurdo fue aquello, que no pude reaccionar hasta el final. Lo cierto es que ya no importaba cómo había llegado el loro hasta alli, porque ya no había loro. Salí corriendo de la escena, chocándome contra la misma puerta e impulsado en todo mi trayecto por el miedo. Pero no, no era miedo al monstruo... Si no a las consecuencias de haber cometido aquel acto tan pero tan estúpido. A cada sombra borracha o no que me encontraba me limitaba con señalarle el camino que habia dejado atrás con un dedo tembloroso y la prisa por seguir corriendo; y pronto recorrieron mi estela los curiosos que deseaban saber qué habia pasado.
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El cornudo salió tan rápido como pudo sin decir nada, era como si la imagen de Nadir lo halla atormentado, o tal vez debía ir muy rápido al baño. Y allí estaba Joel de nuevo, "la has cagado Nad no sabemos nada de este chico y tú matas al ave frente de el. La has cagado, tira al estúpido loro por la ventana y reza que el mudo no te delate". La situación había le había caído en la mollera justo en ese momento, debía pensar rápido. Ese estúpido impulso nuevamente de cargarse a los animales. Una vez en el circo supo hacerlo con un perro de bolsillo y se supo comer unas cuantas hostias. Estos tipos estaban armados, movían una carga de comida llamada anfetaminas que parecía dejar mucha pasta, no era una situación ordinaria. Y allí estaba el joven tratando de abrir la ventana que parecía estar soldada. Jalo y jalo la desesperación fue creciendo junto con el miedo y el arrepentimiento. Y con un gran movimiento de muñeca al ruido de descorche se abrió el cristal. "Rápido Nad" y sin ver atrás arrojó al ave al mar la cual quedó en flote por lo liviano de la muerte.
Detrás de él un grupo de sujetos se fue haciendo presentes de a uno. Curiosos que fueron arrastrados por el cornudo llegaron al lugar y en asombro de sus ojos un tipo de más de dos metros de cuero niveo goteaba linfa carmín de las fauces. Nadir solo atino a abrir muy rápido las alas y emitir un gruñido propio de una fiera acorralada. Los ebrios que allí llegaron se fueron entre tropiezos y mareo coreando hay un demonio en el barco. Nuevamente la misma situación que en el mundo, que en el circo que en cada puta isla que había pisado. Malditos humanos, malditos todos, malditos impulsos. Soplo el farol que mantenía encendida la sala no sin antes borrar un poco de sangre, pero era inútil. Salió de la sala y trato de colarse en las entrañas más profundas del barco sin ser visto. "Estamos jodidos Nad, y ese puto clavo no ha delatado". Una sensación de odio al ex compañero y rechazo a los humanos lo llevo a querer saltar del navío. No podía confiar más en nadie, tenía que comenzar a ser un solitario.
Aprovechando la sangre y moviéndose rápido trato de hacer un rastro de esta para engañar a posibles cazadores. Entró a una sala, parecía un habitación en ella había un cama cucheta y no mucho más. Aprovechando la sábanas se limpio el rostro escondió la evidencia bajo el colchón. Al dejar la sala atrás se escucho un fuerte estruendo y el barco se sacudió lo suficiente para que perdiera el equilibrio y quedará de cuclillas.- quédate quiero o te vuelo los censos.- Una voz que no conocía, voz que no le permitió voltear, pero esa fragancia era conocida. Nadir estaba muy jodido y el no caía del todo donde estaba metido.
Detrás de él un grupo de sujetos se fue haciendo presentes de a uno. Curiosos que fueron arrastrados por el cornudo llegaron al lugar y en asombro de sus ojos un tipo de más de dos metros de cuero niveo goteaba linfa carmín de las fauces. Nadir solo atino a abrir muy rápido las alas y emitir un gruñido propio de una fiera acorralada. Los ebrios que allí llegaron se fueron entre tropiezos y mareo coreando hay un demonio en el barco. Nuevamente la misma situación que en el mundo, que en el circo que en cada puta isla que había pisado. Malditos humanos, malditos todos, malditos impulsos. Soplo el farol que mantenía encendida la sala no sin antes borrar un poco de sangre, pero era inútil. Salió de la sala y trato de colarse en las entrañas más profundas del barco sin ser visto. "Estamos jodidos Nad, y ese puto clavo no ha delatado". Una sensación de odio al ex compañero y rechazo a los humanos lo llevo a querer saltar del navío. No podía confiar más en nadie, tenía que comenzar a ser un solitario.
Aprovechando la sangre y moviéndose rápido trato de hacer un rastro de esta para engañar a posibles cazadores. Entró a una sala, parecía un habitación en ella había un cama cucheta y no mucho más. Aprovechando la sábanas se limpio el rostro escondió la evidencia bajo el colchón. Al dejar la sala atrás se escucho un fuerte estruendo y el barco se sacudió lo suficiente para que perdiera el equilibrio y quedará de cuclillas.- quédate quiero o te vuelo los censos.- Una voz que no conocía, voz que no le permitió voltear, pero esa fragancia era conocida. Nadir estaba muy jodido y el no caía del todo donde estaba metido.
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No tardé mucho en pasar la falsa cocina. Lo cierto es que en ese momento no se me pasó por la cabeza llamar para avisar al capitán del brutal asesinato que había tenido lugar en su barco, lo único que quería era alejarme de aquella cosa antes de que, en uno de esos sirocos que ya le atribuía como comunes, decidiese darle un tiento a algo con más carne. Perdido, casi a medias entre el estrés y el seguir señalando hacia la fuente de los problemas a todos cuantos me encontraba, acabé en la larga sala donde más de uno había ido a echarse la mona.
Si ya el olor del cuarto común solía ser malo, ahora resultaba prácticamente insoportable. Aunque lo más intolerable de aquella situación era lo que estaba viendo con mis propios ojos.
—¡¿Has visto este?! Marica, fijo.
—Nada nada, aquí también hay mucha mujer y tío feo. Son solo garabatejos de práctica.
—Deberiamos pedirle uno de todo el grupo. Pa'tenerlo.
Estaban registrando MIS cosas. Sin permiso. Sin decoro. Y, afortunadamente, sin poder relaccionar nada allí con mi pertenencia al cuerpo. El miedo, tras aquel lapsus de incomprensión, pasó a ser una negra rabia. Si al menos los hubieran admirado, tomándolos con cuidado, hubiera aquello tenido un pase... pero los estaban manchando con sus manos mojadas de cerveza y pringue que apenas habian secado al limpiarse las manos con la camisa. No. No sus camisas. Mis camisas.
Con los miembros tensos, anclados casi, con un andar robótico y amenazador, me acerqué al inmundo trío sin lugar a sonrisas en mi rostro. Fue entonces, antes de decidir cual sería el golpe que les arremetería a los tres, cuando algo chocó contra el barco. Perdí el equilibrio, no así el odio, y caí como un pesado tronco de hierro sobre uno de ellos, dejándolo, cosa que pude comprobar nada más levantarme, inconsciente.
—¡¿Qué puñetas ha sido eso?! —bramó uno que habiá sido tirado de su humilde hamaca.
Y a esta incomprensión generalizada se le unieron tantas otras voces mientras yo tomaba de las viles pezuñas del ahora duo lo que era legítimamente mío.
—Tranqui tio, que no te hemos quitado nada.
—Aunque no es como que hubiera nada interesante que tomar. Ea, ya esta el Jonny durmiendo... si es que no aguanta un par de cervezas...
De haber podido mascullar lo hubiera hecho. En un principio parecía que estaba todo, aunque desordenado y sucio. Valientes hijos de la grandísima...
—Vamos a ver qué ha sido eso...
Y con aquello, como otros muchos, se marcharon por el pasillo para tomar las escaleras cubierta arriba. En cierta manera, en retrospectiva, creo que debi agradecerles a aquellos impertinentes yonkis que me hiciesen pararme a recoger mis cosas, de rodillas en el suelo, agachado para lo que estaba a punto de suceder y que nadie, salvo los que lo debieron ver de primera mano y ya sabían que era demasiado tarde, pudo prever.
Pum
Si ya el olor del cuarto común solía ser malo, ahora resultaba prácticamente insoportable. Aunque lo más intolerable de aquella situación era lo que estaba viendo con mis propios ojos.
—¡¿Has visto este?! Marica, fijo.
—Nada nada, aquí también hay mucha mujer y tío feo. Son solo garabatejos de práctica.
—Deberiamos pedirle uno de todo el grupo. Pa'tenerlo.
Estaban registrando MIS cosas. Sin permiso. Sin decoro. Y, afortunadamente, sin poder relaccionar nada allí con mi pertenencia al cuerpo. El miedo, tras aquel lapsus de incomprensión, pasó a ser una negra rabia. Si al menos los hubieran admirado, tomándolos con cuidado, hubiera aquello tenido un pase... pero los estaban manchando con sus manos mojadas de cerveza y pringue que apenas habian secado al limpiarse las manos con la camisa. No. No sus camisas. Mis camisas.
Con los miembros tensos, anclados casi, con un andar robótico y amenazador, me acerqué al inmundo trío sin lugar a sonrisas en mi rostro. Fue entonces, antes de decidir cual sería el golpe que les arremetería a los tres, cuando algo chocó contra el barco. Perdí el equilibrio, no así el odio, y caí como un pesado tronco de hierro sobre uno de ellos, dejándolo, cosa que pude comprobar nada más levantarme, inconsciente.
—¡¿Qué puñetas ha sido eso?! —bramó uno que habiá sido tirado de su humilde hamaca.
Y a esta incomprensión generalizada se le unieron tantas otras voces mientras yo tomaba de las viles pezuñas del ahora duo lo que era legítimamente mío.
—Tranqui tio, que no te hemos quitado nada.
—Aunque no es como que hubiera nada interesante que tomar. Ea, ya esta el Jonny durmiendo... si es que no aguanta un par de cervezas...
De haber podido mascullar lo hubiera hecho. En un principio parecía que estaba todo, aunque desordenado y sucio. Valientes hijos de la grandísima...
—Vamos a ver qué ha sido eso...
Y con aquello, como otros muchos, se marcharon por el pasillo para tomar las escaleras cubierta arriba. En cierta manera, en retrospectiva, creo que debi agradecerles a aquellos impertinentes yonkis que me hiciesen pararme a recoger mis cosas, de rodillas en el suelo, agachado para lo que estaba a punto de suceder y que nadie, salvo los que lo debieron ver de primera mano y ya sabían que era demasiado tarde, pudo prever.
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Una segunda detonación más fuerte estremeció la madera del barco.El joven en su habitual posición de cuatro patas pudo soportar con más estabilidad el movimiento quejoso del navio. Por lo que el hombre que lo apuntaba trastabilló y perdió el revolver. - No te atrevas a avanzar novato-. La angustia de aquel era más por la zona del barco a la que se dirigía que por la tragedia del perico. Parecía que aquel grandulón ignoraba por completo la culpabilidad de Nadir por lo que Joel, a través de la muñeca se manifestó. - Tranquilo buen hombre, solo venimos aquí porque hacen las mejores anfetas. - Era una tras otra de cagarla, seguía ignorando en el lío que se habían metido. Ya no solo era un asesino de animales también estaba husmeando por ahí buscando droga. Quería materia prima tan preciada y cara, era como una broma aque monólogo, así lo tomo el grandulón. - Pero que mierda eres, Santo Dios del mar.- Con un rezo y corriendo en la posición de cuclillas, estaba intento mermar la imagen que daba Nadir hablando a través de una muñeca lo mas parecida al vudú y con sus pintas de demonio.
La madera crujió casi como si llorara, era un sonido agudo casi imperceptible, estaba agonizando. Que manera de tratar tan bella artesanía, esto no son los años es fuego. El olor aquel que se caló en sus napias no era otro que la tan custodiada cocina de anfetas. También se llenó de fragancia barbacoa, de hierro hirviendo no había dudas aquellas detonaciones parecían provenir del laboratorio de la falsa cocina. Pudo sentir un grito desgarrador que provenía de la cubierta y la lejana melodía de júbilo se convirtió en pánico. El frió ya no era tanto y el abrigo parecía sobrar en los hombros del chico. - ¡Fuego!- Un grito desgarrador, ansiosos de ayuda había inundado por cometo cada rincón del barco. Una campana comenzó a sonar y al compás del perfume a carne cociendose. Lo que hizo que sus tripas se exalten y tuvieran como un oso hambriento. "Nad, busquemos la manera de salir de aquí, es como aquella ves en Arabasta"
Volver a cubierta y pasar como el puto limpia cubiertas mejor pago no era una opción, no después que sospechaban de él y lo veían como un maldito ser del infierno, manías de los humanos. Respiro unas cuantas veces sin incorporarse de su felina postura buscando una luz una salida de aquel infierno que él solito se había metido.
La madera crujió casi como si llorara, era un sonido agudo casi imperceptible, estaba agonizando. Que manera de tratar tan bella artesanía, esto no son los años es fuego. El olor aquel que se caló en sus napias no era otro que la tan custodiada cocina de anfetas. También se llenó de fragancia barbacoa, de hierro hirviendo no había dudas aquellas detonaciones parecían provenir del laboratorio de la falsa cocina. Pudo sentir un grito desgarrador que provenía de la cubierta y la lejana melodía de júbilo se convirtió en pánico. El frió ya no era tanto y el abrigo parecía sobrar en los hombros del chico. - ¡Fuego!- Un grito desgarrador, ansiosos de ayuda había inundado por cometo cada rincón del barco. Una campana comenzó a sonar y al compás del perfume a carne cociendose. Lo que hizo que sus tripas se exalten y tuvieran como un oso hambriento. "Nad, busquemos la manera de salir de aquí, es como aquella ves en Arabasta"
Volver a cubierta y pasar como el puto limpia cubiertas mejor pago no era una opción, no después que sospechaban de él y lo veían como un maldito ser del infierno, manías de los humanos. Respiro unas cuantas veces sin incorporarse de su felina postura buscando una luz una salida de aquel infierno que él solito se había metido.
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La larga y cansada exhalación de cansancio que había soltado fruto del azaroso destino probablemente previno a mis pulmones de explotar, aunque lo cierto es que no tenía ni idea -ni planeaba tenerla- de medir la dimensión de aquel momento que aún retumbaba tanto en mis oídos como en mis huesos. La pared a mi izquierda había quebrado, casi estallado, fruto de la aberrante explosión que -sin yo saberlo aún- había destrozado toda la cubierta principal. Hecho que, después de todo aquello, no tardaría en relaccionar con la situación de la precaria chimenea que quedaba a medio mástil.
Perdido y confuso, continué abrazando mi maleta en el suelo repleto de esquirlas de tablones rotos. Al cabo de unos treinta segundos me obligué a salir de mi estupor, reincorporándome a duras penas en la oscuridad solo interrumpida por las lenguas de fuego de las lámparas de aceite que -tanto allí, como suponía en todo en barco- habían estallado. Más de uno yacía en el suelo, no sabía si muerto, y los pocos que demostraban estar vivos lo hacían gritando al ser lamidos por las llamas. Trastabillando me encontré arrancando una de las hamacas con la intención de ir luego a aplacar el fuego pero... me había dicho a mi mismo que iba -si se presentaba la rara oportunidad- dejarles a su suerte. Eso, claro está, no me evitó el sentirme enfermo.
Saliendo de la sala para buscar una salida cuanto antes, no sin antes lanzar la hamaca arrancada a uno de los muy pocos que intentaban salvar al resto, me encontré rápidamente rodeado por un caos de ratas deseosas -como yo- de abandonar el navío. Gritos por aquí y gritos por allá de voces desesperadas que chillaban malinformándose de los pasillos envueltos en llamas, escaleras destrozadas y agua entrando por a saber dónde. Estábamos bien jodidos.
Y, de pronto, más gritos. Y disparos. Porque cuando las cosas se ponen feas y las sociedades caen, la gente demuestra que, en el fondo, por mucho que queramos vestirnos de etiqueta y usar servilletas, no somos más que animales. No, peor... Monstruos. Pero lejos de encontrarme al que verdaderamente encarnaba en sus carnes esa verdad velada, me encontré a uno de los más grandes y recios demostrando a golpe de espada que nada -y nadie- se interpondría en su camino hacia la supervivencia.
—¡Fuera! ¡Apartad! —gritaba, su sobaco soportando el peso de un pequeño cofre que repiqueteaba al paso. Aunque bien podrían haber sido sus piercings.
Mas no esperaba. Y los heridos y mareados veían arrancada su vida a recios golpes de sable. Yo me metí como un cobarde en la sala y le vi pasar, como algun otro que se metió conmigo, y contemplé con cierta incredulidad el rastro de sangre y almas abandonadas que dejaba a su paso. Eso sí, parecía que sabía a donde iba, y como otros sucumbí al impulso de seguirle.
Perdido y confuso, continué abrazando mi maleta en el suelo repleto de esquirlas de tablones rotos. Al cabo de unos treinta segundos me obligué a salir de mi estupor, reincorporándome a duras penas en la oscuridad solo interrumpida por las lenguas de fuego de las lámparas de aceite que -tanto allí, como suponía en todo en barco- habían estallado. Más de uno yacía en el suelo, no sabía si muerto, y los pocos que demostraban estar vivos lo hacían gritando al ser lamidos por las llamas. Trastabillando me encontré arrancando una de las hamacas con la intención de ir luego a aplacar el fuego pero... me había dicho a mi mismo que iba -si se presentaba la rara oportunidad- dejarles a su suerte. Eso, claro está, no me evitó el sentirme enfermo.
Saliendo de la sala para buscar una salida cuanto antes, no sin antes lanzar la hamaca arrancada a uno de los muy pocos que intentaban salvar al resto, me encontré rápidamente rodeado por un caos de ratas deseosas -como yo- de abandonar el navío. Gritos por aquí y gritos por allá de voces desesperadas que chillaban malinformándose de los pasillos envueltos en llamas, escaleras destrozadas y agua entrando por a saber dónde. Estábamos bien jodidos.
Y, de pronto, más gritos. Y disparos. Porque cuando las cosas se ponen feas y las sociedades caen, la gente demuestra que, en el fondo, por mucho que queramos vestirnos de etiqueta y usar servilletas, no somos más que animales. No, peor... Monstruos. Pero lejos de encontrarme al que verdaderamente encarnaba en sus carnes esa verdad velada, me encontré a uno de los más grandes y recios demostrando a golpe de espada que nada -y nadie- se interpondría en su camino hacia la supervivencia.
—¡Fuera! ¡Apartad! —gritaba, su sobaco soportando el peso de un pequeño cofre que repiqueteaba al paso. Aunque bien podrían haber sido sus piercings.
Mas no esperaba. Y los heridos y mareados veían arrancada su vida a recios golpes de sable. Yo me metí como un cobarde en la sala y le vi pasar, como algun otro que se metió conmigo, y contemplé con cierta incredulidad el rastro de sangre y almas abandonadas que dejaba a su paso. Eso sí, parecía que sabía a donde iba, y como otros sucumbí al impulso de seguirle.
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"Nadir debemos dejar el barco no sin antes hacernos de algunas provisiones" Fueron las palabras más sensatas que Joel emuló en la cabeza del joven. Desconocía por cometo la hecatombe, y en el lugar que se encontraba no podía adivinar el estado que causaron esas detonaciones, el lado oscuro de la luna. Desde su lugar de privilegio visual pensó mil ideas para sobrevivir, para robar comida e incluso crear lago que flotara. Pero el hedor a carne ya carbonizada lo espanto, su olfato logro darle un shock de realidad. Había cuerpos en algún lugar de la nave ardiendo, pero lo que era más alucinante era que más de medio casco estaban reventados y el agua y desesperación se estaban apoderando del interior.
Sabía que el alcohol lo ayudaría con el frió, aunque la cerveza no la había probado no dejaba ade ser eso líquidos que ponían estúpidos a los seres, la cubierta estaba repleta de esta bazofia. En cuatro ruedas y a toda velocidad trato de colarse entre el caos el olor a muerte y los escombros, valla mierda de situación se estaba viviendo en la parte alta del barco. El caos había arrebatado de ración a los traficantes que cada uno peleaba por sus vidas o se aferraban a tesoros, que bajo la escasa posibilidad de vivir eran innecesarios. Nadir desconocía la acción de avaricia, desconocía los lujos, incluso él puedo ver con aberración como cada humano de ese puto barco buscaban y peleaban sus intereses, donde quedaba la lealtad.
Un sin fin de balas perdidas insultos y vidas quitadas por otras vidas se daban en aquel pedazo de madera. Nadir entendió que debía refugiarse, los mástiles comenzarían a caer y el barco detendría su marcha, aunque era el lugar más alejado del agua la madera podía ser un brutal proyectil. En su extraña forma de andar busco resguardarse, pero el grito de una víctima le hizo voltear por la cercanía del pánico. Un tipo más loco que cuerdo iba rebanando y mutilando seres a su paso resguardando su tesoro. El skaypeano era idiota pero no lo suficiente como para mirar la escena de cerca por lo que con un salto hacia atrás se puso a una distancia prudente del filo. El tipo comenzó a correr ya con el paso más despejado y tras el un rastro de curiosos, entre las ratas iba el cornudo, al cual no dudó en ladrarle desde lo alto de un cacho de madera.
Sabía que el alcohol lo ayudaría con el frió, aunque la cerveza no la había probado no dejaba ade ser eso líquidos que ponían estúpidos a los seres, la cubierta estaba repleta de esta bazofia. En cuatro ruedas y a toda velocidad trato de colarse entre el caos el olor a muerte y los escombros, valla mierda de situación se estaba viviendo en la parte alta del barco. El caos había arrebatado de ración a los traficantes que cada uno peleaba por sus vidas o se aferraban a tesoros, que bajo la escasa posibilidad de vivir eran innecesarios. Nadir desconocía la acción de avaricia, desconocía los lujos, incluso él puedo ver con aberración como cada humano de ese puto barco buscaban y peleaban sus intereses, donde quedaba la lealtad.
Un sin fin de balas perdidas insultos y vidas quitadas por otras vidas se daban en aquel pedazo de madera. Nadir entendió que debía refugiarse, los mástiles comenzarían a caer y el barco detendría su marcha, aunque era el lugar más alejado del agua la madera podía ser un brutal proyectil. En su extraña forma de andar busco resguardarse, pero el grito de una víctima le hizo voltear por la cercanía del pánico. Un tipo más loco que cuerdo iba rebanando y mutilando seres a su paso resguardando su tesoro. El skaypeano era idiota pero no lo suficiente como para mirar la escena de cerca por lo que con un salto hacia atrás se puso a una distancia prudente del filo. El tipo comenzó a correr ya con el paso más despejado y tras el un rastro de curiosos, entre las ratas iba el cornudo, al cual no dudó en ladrarle desde lo alto de un cacho de madera.
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No había llegado a recorrer todo el barco, no solo porque no me hacía falta, sino porque como novato en aquella empresa hubiera estado demás. Poco tardé en comprobar, por los murmullos de las desesperadas almas que iban conmigo, que nos dirigíamos hacia el camarote del capitán. Se me escapaba cómo podríamos salir de allí con vida, huyendo del fuego, ya que aunque aquel mamotreto se viera capaz de destrozar alguna pared para llegar hasta el exterior quedaba el desagradable detalle de cómo sobrevivir en alta mar.
Aunque suponía que todos los allí presentes sabiamos como nadar, mi preocupación no era otra que el choque térmico -tan ignorado por muchos- al que no podríamos hacer frente. Con los icebergs escindidos de Karakuri, y la consecuente bajada de la temperatura del agua circundante, ninguno llegaríamos lejos. Aunque claro, con las heridas de algunos, fruto de la metralla o el fuego, se podía ver claramente quién tenía más oportunidades de sobrevivir en aquel infierno. Todo allí era una competición, y no creo que fuera uno de los primeros que ya estaba mirando a sus compatriotas con recelo, buscando las cuchillas y pistolas que serían cruciales en el momento de negociar por la vida propia y ajena.
Casi no me reconocía, ni podía realmente evaluar, las cosas que me estaban pasando por la cabeza. De hecho, cuando pretendía hacerlo, mi voluntad parecía titilar y quebrarse bajo el peso de una moralidad nada apropiada para la situación en la que nos encontrábamos. Por lo que me centré en ignorar mis convinciones, sin reparar en la crisis moral que más adelante tendría, sin duda alguna, que enfrentar.
Por el rabillo del ojo, y más que nada debido a su ladrido, pude ver al ser que era más animal que humano. Justo lo que necesitaba, más razones para las que tensar mi cuerpo, porque no eran comparables las consecuencias de recibir un sucio bocado de aquel engendro a un filo relativamente limpio. Eso sí, ninguna, desde luego, iba a ser agradable. Poco a poco, según el grandullón entraba en el camarote del capitán e ibamos todos tras él, fui buscando razones y pistas que me ayudasen en salir de allí con vida.
Sin duda alguna el grandullón estaba buscando algo, y las amplias ventanas del camarote habían sido un tesoro que ya habíamos encontrado. Un par de valientes salieron hacia estas, abriéndola y lanzándose fuera antes de que el espadachín pudiese siquiera vociferarles una amenaza.
—¡Que nadie se acerque! —amenazó, pateando las pertenencias y abriendo cajones buscando aquello que, la verdad, poco nos importaba.
Yo pegué mi espaldas a la pared del camarote, y fue desde allí donde pude notar cómo suavemente la embarcación iba hundiéndose bajo su propio peso. Pronto aquella ventana, aunque no inalcanzable, representaría un lugar por el que no podríamos lanzar la cama... Ni aunque, primero, claro está, la desanclásemos del suelo. Todos los muebles, a excepción del par de inútiles sillas alrededor de la mesita donde quedó la jaula de la que había sido la mascota, estaban anclados.
Aunque suponía que todos los allí presentes sabiamos como nadar, mi preocupación no era otra que el choque térmico -tan ignorado por muchos- al que no podríamos hacer frente. Con los icebergs escindidos de Karakuri, y la consecuente bajada de la temperatura del agua circundante, ninguno llegaríamos lejos. Aunque claro, con las heridas de algunos, fruto de la metralla o el fuego, se podía ver claramente quién tenía más oportunidades de sobrevivir en aquel infierno. Todo allí era una competición, y no creo que fuera uno de los primeros que ya estaba mirando a sus compatriotas con recelo, buscando las cuchillas y pistolas que serían cruciales en el momento de negociar por la vida propia y ajena.
Casi no me reconocía, ni podía realmente evaluar, las cosas que me estaban pasando por la cabeza. De hecho, cuando pretendía hacerlo, mi voluntad parecía titilar y quebrarse bajo el peso de una moralidad nada apropiada para la situación en la que nos encontrábamos. Por lo que me centré en ignorar mis convinciones, sin reparar en la crisis moral que más adelante tendría, sin duda alguna, que enfrentar.
Por el rabillo del ojo, y más que nada debido a su ladrido, pude ver al ser que era más animal que humano. Justo lo que necesitaba, más razones para las que tensar mi cuerpo, porque no eran comparables las consecuencias de recibir un sucio bocado de aquel engendro a un filo relativamente limpio. Eso sí, ninguna, desde luego, iba a ser agradable. Poco a poco, según el grandullón entraba en el camarote del capitán e ibamos todos tras él, fui buscando razones y pistas que me ayudasen en salir de allí con vida.
Sin duda alguna el grandullón estaba buscando algo, y las amplias ventanas del camarote habían sido un tesoro que ya habíamos encontrado. Un par de valientes salieron hacia estas, abriéndola y lanzándose fuera antes de que el espadachín pudiese siquiera vociferarles una amenaza.
—¡Que nadie se acerque! —amenazó, pateando las pertenencias y abriendo cajones buscando aquello que, la verdad, poco nos importaba.
Yo pegué mi espaldas a la pared del camarote, y fue desde allí donde pude notar cómo suavemente la embarcación iba hundiéndose bajo su propio peso. Pronto aquella ventana, aunque no inalcanzable, representaría un lugar por el que no podríamos lanzar la cama... Ni aunque, primero, claro está, la desanclásemos del suelo. Todos los muebles, a excepción del par de inútiles sillas alrededor de la mesita donde quedó la jaula de la que había sido la mascota, estaban anclados.
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El ladrido no fu mas que producto de la ira que lo había consumido, ya la desdicha de morir congelado o por el filo de aquel idiota armado no le preocupaban. Sentía la necesidad impetuosa de arrancarle una extremidad a semejante nada preso. Pero por mas que toda aquella demostración de enfado fue lo suficiente aparatosa para que otros seres se alejaran el morocho continuo su marcha sin dedicarle un lugar. Aquel cornudo seguía su marcha tras el idiota armado y ese estúpido tesoro que amaraba con una pasión incontenible. “Nad, acércame a ese calvo que tengo unas cuantas cosas que decirle”. Joel parecía molesto también, el más profundo subconsciente manifestándose a la par de él, un echo bastante raro. Tomo un trozo de madera, que posiblemente se desprendió del suelo y fue tras el morocho para aclarar unas cuantas cuestiones.
Puedo ver que llegaron a lo que parecía ser el camarote del capitán y el tipo se puso a revisar los cajones al grito de que lo dejaran en paz y mantuvieran la distancia. Nadir era ajeno a lo que llevaba aquel tipo ni lo que buscaba, estaba bastante ajeno de razón. Cuando tuvo al cornudo en mira le arrojo el tablón, no para dañarlo ni lastimarlo si no para que este le diera la atención que ameritaba ser semejante soplón. Quedando en la entrada comienza a ladrar de nuevo y gruñir como un felino mientras apunta la muñeca a Hush. – Escúchame calvo como pudiste ser capaz de mandarnos a esos matones. – Pero sin dejar que aquello fuera una escena propia del Titanic una pierna impacta de lleno en la espalda de Nadir dejándolo de alfombra mientras un sujeto bastante fuerte y pesado lo pisa. – Pero cállate, tarado. – El capitán del barco, con la mitad de la cara quemada y harapos en vez de ropas llega a su habitación. – He decidido tomar una siesta en medio del caos y encuentro un nido de ratas. – Pese a estar bastante lastimado, ejercía fuerza suficiente para impedir que el skaypeano pudiera recuperar la postura. Saca un revolver y y emulando la el sonido de bang con la boca hace escupir una bala precisa al que llevaba la espada y el cofre. El cráneo de aquel repugnante ser tapiza la sala, el calibre de aquella pistola era tan brutal que le arranco toda la cabeza del cuello. – Si alguien se va a llevar la puñetera llave y el cofre va a ser vuestro capitán. ¿Qué les parece? – El tipo parecía estar de broma, mientras apuntaba a los presentes con el revolver y atravesando el cuerpo de Nadir que se irguió de un movimiento. Levanta una de las tablas bajo el escritorio y de alli saco algo que guarda entre sus ropas sin dejar de apuntar a los presentes.
Puedo ver que llegaron a lo que parecía ser el camarote del capitán y el tipo se puso a revisar los cajones al grito de que lo dejaran en paz y mantuvieran la distancia. Nadir era ajeno a lo que llevaba aquel tipo ni lo que buscaba, estaba bastante ajeno de razón. Cuando tuvo al cornudo en mira le arrojo el tablón, no para dañarlo ni lastimarlo si no para que este le diera la atención que ameritaba ser semejante soplón. Quedando en la entrada comienza a ladrar de nuevo y gruñir como un felino mientras apunta la muñeca a Hush. – Escúchame calvo como pudiste ser capaz de mandarnos a esos matones. – Pero sin dejar que aquello fuera una escena propia del Titanic una pierna impacta de lleno en la espalda de Nadir dejándolo de alfombra mientras un sujeto bastante fuerte y pesado lo pisa. – Pero cállate, tarado. – El capitán del barco, con la mitad de la cara quemada y harapos en vez de ropas llega a su habitación. – He decidido tomar una siesta en medio del caos y encuentro un nido de ratas. – Pese a estar bastante lastimado, ejercía fuerza suficiente para impedir que el skaypeano pudiera recuperar la postura. Saca un revolver y y emulando la el sonido de bang con la boca hace escupir una bala precisa al que llevaba la espada y el cofre. El cráneo de aquel repugnante ser tapiza la sala, el calibre de aquella pistola era tan brutal que le arranco toda la cabeza del cuello. – Si alguien se va a llevar la puñetera llave y el cofre va a ser vuestro capitán. ¿Qué les parece? – El tipo parecía estar de broma, mientras apuntaba a los presentes con el revolver y atravesando el cuerpo de Nadir que se irguió de un movimiento. Levanta una de las tablas bajo el escritorio y de alli saco algo que guarda entre sus ropas sin dejar de apuntar a los presentes.
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*Clonk*
El sonido del impacto me descolocó más que el propio golpe. Aunque claro, agradeci aquello más que un golpe puramente fisico o -Dios no lo quisiera- una mordida. Mirándole con el ceño fruncido me hice el ofendido, más que sorprendido, que no hacía falta falsearlo, ya que aquella cosa no humana había creído que fui yo, y no su falta total de razocinio, lo que le había puesto en peligro en primera instancia. ¡Comerse el puto loro! ¿A quién se le ocurre? Pero no, claro, me culpaba a mí, como si mi reacción no hubiera sido lo más natural del mundo.
Me limité a señalar la pizarra, donde aún ponía el tema de la pesca, intentando darle a entender que si alguien había dicho algo no había sido yo. Por supuesto, el tema del gesto y de la obvia cara de espanto que se me había quedado al verle morder al ave eran cosas que omitía en mi falso relato. Si alguien le había golpeado de camino aquí para vengar al pobre animal, bien que se lo merecía.
Entonces apareció el capitán, con quemaduras de segundo grado en un lado del cuerpo, algo mucho más evidente en la cara, y la ropa destrozada. El cómo había sobrevivido a la explosión, juzgando por la última vez que lo ví aún estando en el propio laboratorio, escapaba de mi comprensión. Representando el epítope de la dureza y la bucanería características de sus pintas y la mala vida que debía haber llevado hasta aquel momento, el tipo asesinó a sangre fría al que consideraba el más vil de los traidores.
Me limité a levantar el pulgar en señal de tranquila sumisión y aprobación de su comentario. ¿Qué puñetas daba el oro en un momento como aquel? Moviéndome con prudencia, rodeando la sala, fui acercándome a la ventana abierta para encaramarme a ella antes de que la gravedad, que ya empezaba a convertir la sala en una pendiente suave, nos diese más problemas.
Abajo quedaba el agua y los pobres desdichados que intentaban nadar tras el choque térmico. Algo más adelante, a unos veinte o treinta metros, la inseguridad de un iceberg cuyo hermano, hundido y probablemente subacuático, había provocado el inicio de toda aquella tragedia.
—Todo listo. Bueno, casi —masculló con tristeza mirando la jaula vacía. Tras sacudir el pensamiento de la cabeza y mirar su escapatoria, no pudo evitar cruzar miradas conmigo—-. ¡Y el médico en el lugar apropiado! ¡Perfecto! —vociferó, apuntándome—. Tú me trataras las heridas cuando salgamos de aquí.
Aunque aquello, o hacerlo con vida, era poco probable. Aunque... si cogíamos la espada del muerto y cortábamos algún mueble para improvisar una balsa...
El sonido del impacto me descolocó más que el propio golpe. Aunque claro, agradeci aquello más que un golpe puramente fisico o -Dios no lo quisiera- una mordida. Mirándole con el ceño fruncido me hice el ofendido, más que sorprendido, que no hacía falta falsearlo, ya que aquella cosa no humana había creído que fui yo, y no su falta total de razocinio, lo que le había puesto en peligro en primera instancia. ¡Comerse el puto loro! ¿A quién se le ocurre? Pero no, claro, me culpaba a mí, como si mi reacción no hubiera sido lo más natural del mundo.
Me limité a señalar la pizarra, donde aún ponía el tema de la pesca, intentando darle a entender que si alguien había dicho algo no había sido yo. Por supuesto, el tema del gesto y de la obvia cara de espanto que se me había quedado al verle morder al ave eran cosas que omitía en mi falso relato. Si alguien le había golpeado de camino aquí para vengar al pobre animal, bien que se lo merecía.
Entonces apareció el capitán, con quemaduras de segundo grado en un lado del cuerpo, algo mucho más evidente en la cara, y la ropa destrozada. El cómo había sobrevivido a la explosión, juzgando por la última vez que lo ví aún estando en el propio laboratorio, escapaba de mi comprensión. Representando el epítope de la dureza y la bucanería características de sus pintas y la mala vida que debía haber llevado hasta aquel momento, el tipo asesinó a sangre fría al que consideraba el más vil de los traidores.
Me limité a levantar el pulgar en señal de tranquila sumisión y aprobación de su comentario. ¿Qué puñetas daba el oro en un momento como aquel? Moviéndome con prudencia, rodeando la sala, fui acercándome a la ventana abierta para encaramarme a ella antes de que la gravedad, que ya empezaba a convertir la sala en una pendiente suave, nos diese más problemas.
Abajo quedaba el agua y los pobres desdichados que intentaban nadar tras el choque térmico. Algo más adelante, a unos veinte o treinta metros, la inseguridad de un iceberg cuyo hermano, hundido y probablemente subacuático, había provocado el inicio de toda aquella tragedia.
—Todo listo. Bueno, casi —masculló con tristeza mirando la jaula vacía. Tras sacudir el pensamiento de la cabeza y mirar su escapatoria, no pudo evitar cruzar miradas conmigo—-. ¡Y el médico en el lugar apropiado! ¡Perfecto! —vociferó, apuntándome—. Tú me trataras las heridas cuando salgamos de aquí.
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El cornudo señalaba la puta pizarra como queriendo decir algo, pero que era aquello que qeria contar estaban los tonos garabatos de seres pescando. Ups y fue ahí que se le cayo una idea, fue el ultimo dibujo que hizo el mudo sobre ella antes de separarse, a no ser que realmente supiese hablar no parecía ser el traidor que buscaba. ¿Pero acaso podía confiar en aquel ser? No parecía ser humano, y todo aquello que no fuera humano era mejor que la duda. Trato de sonreír, pero no pudo, y le regalo una reverencia como pidiendo disculpas tras ver los dibujos en la pizarra.
El sonido de la bala quedo ladrando por el eco que se generaban en aquellas cuatro paredes. El capitán ya había conseguido aquella preciada llave y lo que cojones tuviera ese baúl de madera. El cornudo le pareció ser útil ante su delicado estado de salud y apuntándolo con el dedo lo llama de médico. Valla sorpresa, míralo al calladito, que es casi obligado a prestar servicio en aquel lio. No parecía ser una persona con la cual negociar, y mirando la jaula que probablemente sea del ave se lleno de tristeza.
-Capitán los botes no están- Llegan dos gorilas armados con pistolas y revolver, la situación comenzaba ha hacerse compleja y el barco estaba siendo devorado por el agua. Las sillas se pegan de golpe contra una de las paredes marcando el claro desnivel, el máximo ángulo para buscar una sensata solución. – Estamos jodidos a casi treinta metros tenemos un gigante de hielo. – Al parecer un gigantesco cubo de hilo amenazaba con llevarse lo que quedaba de barco. En capitán escupe una flema amarilla al suelo y con el revolver en la pera comienza a pensar.
En la habitación quedaban diez personas las cuales el capitán cuenta a punta de pistola llegando a la decima le pregunta. – ¿Tu nombre es? – Y sin dejarlo contestar le hace bailar una bala en el cráneo. Se limpia la película de sangre que le salpico y haciendo equilibro entre el suelo y el escritorio dijo con voz de cachondeo. – Quedamos nueve. Tu, tu y tu van conmigo. – Señalo a ambos matones que reían, como sabiendo de que iba todo eso y el tercero fue el médico. – El resto tiene cinco segundos para darme motivos de no morir, ya que no los conozco. El que mate era Gabino y su novia tiene unas tetas gigantes que serán mías. Jajaja – Reía mientras comenzó la cuenta regresiva. Uno de los presentes comenzó a tartamudear y sin llegar a cero lo liquido como a los otros dos. Joel ni onto ni perezoso se manifestó por medio de la muñeca de paja. – Le corrijo mi capitán quedábamos diez, pero lo mejor de todo es que mi compañero es carpintero. ¿No lo ve bastante oportuno? - La pistola se detono dos veces, y al tercer gatillazo la ausencia de munición salvo a otro de los presentes. Levanto la espada del suelo como si se tratase de un balo de futbol y se la tira a Nadir. – Nos deben quedar unos minutos antes de hundirnos. Eso te facilitara el trabajo, somos seis comienza a trabajar ya. – Y girando el rostro y riendo al hombre que lo salvo la falta de metralla continúo hablando. Parecía que nadie quería interrumpirlo, tenia esa aura de poder. – Creo en el destino, algo nos va a unir. - Nadir toma la espada y nota que tenia la apariencia de una cierra repleta de dientes, ademas de sentir una extraña sensacion extraña como si aquel artefacto le hablara.
El sonido de la bala quedo ladrando por el eco que se generaban en aquellas cuatro paredes. El capitán ya había conseguido aquella preciada llave y lo que cojones tuviera ese baúl de madera. El cornudo le pareció ser útil ante su delicado estado de salud y apuntándolo con el dedo lo llama de médico. Valla sorpresa, míralo al calladito, que es casi obligado a prestar servicio en aquel lio. No parecía ser una persona con la cual negociar, y mirando la jaula que probablemente sea del ave se lleno de tristeza.
-Capitán los botes no están- Llegan dos gorilas armados con pistolas y revolver, la situación comenzaba ha hacerse compleja y el barco estaba siendo devorado por el agua. Las sillas se pegan de golpe contra una de las paredes marcando el claro desnivel, el máximo ángulo para buscar una sensata solución. – Estamos jodidos a casi treinta metros tenemos un gigante de hielo. – Al parecer un gigantesco cubo de hilo amenazaba con llevarse lo que quedaba de barco. En capitán escupe una flema amarilla al suelo y con el revolver en la pera comienza a pensar.
En la habitación quedaban diez personas las cuales el capitán cuenta a punta de pistola llegando a la decima le pregunta. – ¿Tu nombre es? – Y sin dejarlo contestar le hace bailar una bala en el cráneo. Se limpia la película de sangre que le salpico y haciendo equilibro entre el suelo y el escritorio dijo con voz de cachondeo. – Quedamos nueve. Tu, tu y tu van conmigo. – Señalo a ambos matones que reían, como sabiendo de que iba todo eso y el tercero fue el médico. – El resto tiene cinco segundos para darme motivos de no morir, ya que no los conozco. El que mate era Gabino y su novia tiene unas tetas gigantes que serán mías. Jajaja – Reía mientras comenzó la cuenta regresiva. Uno de los presentes comenzó a tartamudear y sin llegar a cero lo liquido como a los otros dos. Joel ni onto ni perezoso se manifestó por medio de la muñeca de paja. – Le corrijo mi capitán quedábamos diez, pero lo mejor de todo es que mi compañero es carpintero. ¿No lo ve bastante oportuno? - La pistola se detono dos veces, y al tercer gatillazo la ausencia de munición salvo a otro de los presentes. Levanto la espada del suelo como si se tratase de un balo de futbol y se la tira a Nadir. – Nos deben quedar unos minutos antes de hundirnos. Eso te facilitara el trabajo, somos seis comienza a trabajar ya. – Y girando el rostro y riendo al hombre que lo salvo la falta de metralla continúo hablando. Parecía que nadie quería interrumpirlo, tenia esa aura de poder. – Creo en el destino, algo nos va a unir. - Nadir toma la espada y nota que tenia la apariencia de una cierra repleta de dientes, ademas de sentir una extraña sensacion extraña como si aquel artefacto le hablara.
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No sabía muy bien por qué, pero aquella reverencia casi a modo de exagerada disculpa me hizo sentir... nervioso. Bueno, sabía por qué, porque el tipo parecía estar más loco que el rey de los majaretas, y de hecho podía apostar a que su semblante era causa de su retorcido interior. ¿O... quizás habia sido justo al revés? ¡Maldita sea mi buena naturaleza por querer torcer las cosas para ver lo mejor en toda situación o persona! ¡Aquella situación no era momento de compadecerme de nadie! ¡Era el momento de ser egoísta, avaro, cruel y maligno! ¡Era el momento de sobrevivir a toda costa!
¿Incluso aunque el coste fuera mi verdadero yo? O, bueno, el yo que creía verdadero hasta aquel terrible momento...
Dos minutos. La perspectiva simple de dos minutos de tiempo había marcado un lapsus en el que no podía hacer nada más que reflexionar sobre cosas que no tenía que pensar en aquel momento. En cosas como mi propio caracter, la interacción con los demás, la sociedad, el devenir de cada alma de un mundo siempre injusto y caprichoso al que no le preocupábamos lo más minimo. ¡Joder!
¡Y toda nuestra supervivencia, la de los seis, quedaba en manos de aquel engendro! ¡Claro! ¡¿Por qué no?! ¡Y todo rodeado de rufianes que no tardarían en lanzarse al cuello los unos a los otros para apuñalarse, dispararse o realizar cualquier truco con tal de mantener la vida! Lo peor... lo peor es que me veía obligado, aunque no hizo falta nada más que la perspectiva de una cruda realidad, a volverme como ellos.
Me senté en el alfeizar, esperando, como teníamos que hacerlo todos, mientras nos mirábamos con detenimiento en la búsqueda del más minimo gesto de hostilidad. Bueno, de verdadera hostilidad. Era, cuanto menos, estresante, una tensión fija acumulada en el revés de la nuca que hacía que mi Tekkai, practicado a cada rato, con insistencia, a cada momento que mi concentración y cansancio asi me lo permitia, aflorase casi como un reflejo.
No había sitio para seis. Ni de coña. Como mucho para dos, tres a lo sumo. ¿Pero cuantas balas le quedaban al capitán? ¿Y cómo pensaba usarlas? Aunque hubiera dicho que necesitaba de un médico, y ello parecía más que evidente por su estado -y natural deterioro una vez las endorfinas del momento se acabasen- aquello no significaba que pudiera fiarme de él más de lo que podía fiarme de los allí presentes.
Podía sentir mi pulso reverberándome en la sien... Cada palpitación midiendo el lento paso del tiempo y las rápidas miradas que nos echábamos los unos a los otros mientras el angel estrellado trabajaba.
¿Incluso aunque el coste fuera mi verdadero yo? O, bueno, el yo que creía verdadero hasta aquel terrible momento...
Dos minutos. La perspectiva simple de dos minutos de tiempo había marcado un lapsus en el que no podía hacer nada más que reflexionar sobre cosas que no tenía que pensar en aquel momento. En cosas como mi propio caracter, la interacción con los demás, la sociedad, el devenir de cada alma de un mundo siempre injusto y caprichoso al que no le preocupábamos lo más minimo. ¡Joder!
¡Y toda nuestra supervivencia, la de los seis, quedaba en manos de aquel engendro! ¡Claro! ¡¿Por qué no?! ¡Y todo rodeado de rufianes que no tardarían en lanzarse al cuello los unos a los otros para apuñalarse, dispararse o realizar cualquier truco con tal de mantener la vida! Lo peor... lo peor es que me veía obligado, aunque no hizo falta nada más que la perspectiva de una cruda realidad, a volverme como ellos.
Me senté en el alfeizar, esperando, como teníamos que hacerlo todos, mientras nos mirábamos con detenimiento en la búsqueda del más minimo gesto de hostilidad. Bueno, de verdadera hostilidad. Era, cuanto menos, estresante, una tensión fija acumulada en el revés de la nuca que hacía que mi Tekkai, practicado a cada rato, con insistencia, a cada momento que mi concentración y cansancio asi me lo permitia, aflorase casi como un reflejo.
No había sitio para seis. Ni de coña. Como mucho para dos, tres a lo sumo. ¿Pero cuantas balas le quedaban al capitán? ¿Y cómo pensaba usarlas? Aunque hubiera dicho que necesitaba de un médico, y ello parecía más que evidente por su estado -y natural deterioro una vez las endorfinas del momento se acabasen- aquello no significaba que pudiera fiarme de él más de lo que podía fiarme de los allí presentes.
Podía sentir mi pulso reverberándome en la sien... Cada palpitación midiendo el lento paso del tiempo y las rápidas miradas que nos echábamos los unos a los otros mientras el angel estrellado trabajaba.
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- Después guarda esa cosa aquí. Solo te la preste- Dice el capitán mientras arroja la funda de la katana a Nadir. Parecía estar más nervioso que de costumbre, pero no lo suficiente como la situación lo ameritaba. Por su parte el alado estaba temblando y el peso de aquel filo era brutal, sumando el cansancio y la falta de alimento por algunas horas."Nad, te pido que no la cagues por favor. Tienes madera suficiente" Era importante recalcar que en el tiempo de impacto las condiciones climáticas y el deterioro del joven era imposible hacer una embarcación lo suficientemente precisa para navegar aquel averno. Cómo mierda iba a explicarle al capitán que necesitaba pinturas impermeables, cuerdas, clavos y herramientas que era imposible reunir. En ningún momento se le pasó por la cabeza quedarse con aquel filo, su preocupaciones eran salir con vida de allí el barco no iba a tolerar más.
Como si se tratase de un serrucho el skaypeano intenta hacer un corte al piso, era la madera más apta para arrojar al mar, esa y la del casco que estaba esparcida por la cubierta. Para su sorpresa el arma no necesitaba siquiera moverse para cortar la madera bailaba en ella como si fuera mantequilla punto pomada. No sólo fue la sorpresa sino que el corte fue más pronunciado de lo que esperaba llegando a perder el equilibrio y caer. - Sabes manejar esa mierda no te vallas a morir-. Aclara el capitán que a es altura había vuelto a cargar el revolver con algunas balas que sacó de sus harapos. Nadir no hizo caso y se puso a trabajar, nunca había usado una espada pero si una sierra, aquella arma era el sueño de todo carpintero. Sin nivel, ni escuadras, a irimetro, viaja frase familiar, quito del suelo varias piezas de madera para improvisar algo que flote y los pueda cargar. Algunos curiosos comenzaron a sospechar lo que pasaba allí y se comenzaron a pegar a las ventanas cómo moscas, los gorilas podían echar a un par, pero no iban a poder mantener la calma por mucho mas tiempo. No sólo el equilibrio era clave, ahora también faltaba una proporción exagerada de suelo, pero por más que era mucho madera el joven sabía que solo soportaría el viaje de tres o tal vez cuatro personas. Entre sus ropas saco la caja ade trabajo y comenzó a darle forma, más de ataúd que de bote al cacho de suelo. Los clavo los quito del escritorio y con los cajones de este improviso asientos. Solo faltaba unir aquello y ponerlo a prueba. Para ser sinceros era la primera vez que hacía este tipo de artesanías sin supervisión de sus padres. Y de esto ya pasaron muchos años.
El capitán mori la estructura a acaso terminar y lo entendió. Gatillo la pistola quitándole la vida al hombre "afortunado". No sólo fue la falta de espacio el sitio se llenó de mirones y el rigor de un pistola podía poner sierta disciplina en aquel caos. - Que destino ni mierdas. - Aún necesitaba de Nadir sus matones y el cornudo. Pero ante la falta de espacio el skaypeano tenía todos los números de las balas que se estaban rifando.
Como si se tratase de un serrucho el skaypeano intenta hacer un corte al piso, era la madera más apta para arrojar al mar, esa y la del casco que estaba esparcida por la cubierta. Para su sorpresa el arma no necesitaba siquiera moverse para cortar la madera bailaba en ella como si fuera mantequilla punto pomada. No sólo fue la sorpresa sino que el corte fue más pronunciado de lo que esperaba llegando a perder el equilibrio y caer. - Sabes manejar esa mierda no te vallas a morir-. Aclara el capitán que a es altura había vuelto a cargar el revolver con algunas balas que sacó de sus harapos. Nadir no hizo caso y se puso a trabajar, nunca había usado una espada pero si una sierra, aquella arma era el sueño de todo carpintero. Sin nivel, ni escuadras, a irimetro, viaja frase familiar, quito del suelo varias piezas de madera para improvisar algo que flote y los pueda cargar. Algunos curiosos comenzaron a sospechar lo que pasaba allí y se comenzaron a pegar a las ventanas cómo moscas, los gorilas podían echar a un par, pero no iban a poder mantener la calma por mucho mas tiempo. No sólo el equilibrio era clave, ahora también faltaba una proporción exagerada de suelo, pero por más que era mucho madera el joven sabía que solo soportaría el viaje de tres o tal vez cuatro personas. Entre sus ropas saco la caja ade trabajo y comenzó a darle forma, más de ataúd que de bote al cacho de suelo. Los clavo los quito del escritorio y con los cajones de este improviso asientos. Solo faltaba unir aquello y ponerlo a prueba. Para ser sinceros era la primera vez que hacía este tipo de artesanías sin supervisión de sus padres. Y de esto ya pasaron muchos años.
El capitán mori la estructura a acaso terminar y lo entendió. Gatillo la pistola quitándole la vida al hombre "afortunado". No sólo fue la falta de espacio el sitio se llenó de mirones y el rigor de un pistola podía poner sierta disciplina en aquel caos. - Que destino ni mierdas. - Aún necesitaba de Nadir sus matones y el cornudo. Pero ante la falta de espacio el skaypeano tenía todos los números de las balas que se estaban rifando.
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A pesar de su aberrante naturaleza, tanto fisica como interna, al muchacho -si a eso podia considerar muchacho por un mínimo acto propio de un humano- parecía un verdadero artesano. Uno con prisas y cuya vida dependia de la labor que tenía que desempeñar ante la amenaza de espadas y pistolas... pero uno sin duda alguna. Aunque, bueno, verle blandir una espada -que mas que espada tenía de fina sierra, no me hacía sentir especialmente seguro. Segaba la madera como quien cortaba papel con unas tijeras, rápida y fácilmente sin encontrar más resistencia que la de la propia herramienta volando sobre el material. Si en algún momento se le planteaba que, probablemente, aún tuviese hambre; no dudaria en que su psique tan alejada del humano promedio detectara a alguno de los allí presentes como simple carnaza.
Y esa nueva amenaza se juntaba al resto.
Cinco objetivos. El capitán, dos matones, uno con pinta de muerto de hambre, y un monstruoso carpintero.
Y mientras todos esperábamos con paciencia a que la criatura terminase su labor, el barco siguió hundiéndose y ardiendo. Y los gritos de otras habitaciones se veían apenas interrumpidos por los saltos al agua de los desesperados que no sabían qué era peor, si el calor o el frío. Y mientras ejercíamos nuestra paciencia y yo intentaba relajar mis músculos para no sobrecargar la tensión en ellos por si llegasen a fallar en el momento de un muy necesario tekkai, el capitán recargó su arma. De la pistola que había segado ya dos vidas sin esfuerzo alguno sacó un amplio tambor cuyos huecos formaban la maligna silueta de una boca. Mas no tardé en desviar la mirada de nuevo a los que representaban alli una amenaza más sincera, aunque velada.
¿Quién nos traicionaría antes? ¿El monstruo o los hombres del capitán? Aunque bueno, no se puede llamar traición a ejercer el derecho que uno tiene de preservar su propia vida sin importarle nada el coste de otras, ¿verdad? Por mucho que los jueces, los códigos morales, penales y personales quisiesen convencernos de lo contrario, aquella extrema situación en la que nos encontrábamos demostraba sin duda alguna que solo los ruines y cobardes, los que se escondían, los que habían hecho lo necesario para sobrevivir eran los que habían dejado su prole en este mundo. No eramos más que los herederos de estas sabandijas... y nuestra sangre, nuestra carne y nuestros huesos estaba teñida con aquel pecado original.
Ocho balas... Aquello era más que suficiente para matarnos a todos.
Y esa nueva amenaza se juntaba al resto.
Cinco objetivos. El capitán, dos matones, uno con pinta de muerto de hambre, y un monstruoso carpintero.
Y mientras todos esperábamos con paciencia a que la criatura terminase su labor, el barco siguió hundiéndose y ardiendo. Y los gritos de otras habitaciones se veían apenas interrumpidos por los saltos al agua de los desesperados que no sabían qué era peor, si el calor o el frío. Y mientras ejercíamos nuestra paciencia y yo intentaba relajar mis músculos para no sobrecargar la tensión en ellos por si llegasen a fallar en el momento de un muy necesario tekkai, el capitán recargó su arma. De la pistola que había segado ya dos vidas sin esfuerzo alguno sacó un amplio tambor cuyos huecos formaban la maligna silueta de una boca. Mas no tardé en desviar la mirada de nuevo a los que representaban alli una amenaza más sincera, aunque velada.
¿Quién nos traicionaría antes? ¿El monstruo o los hombres del capitán? Aunque bueno, no se puede llamar traición a ejercer el derecho que uno tiene de preservar su propia vida sin importarle nada el coste de otras, ¿verdad? Por mucho que los jueces, los códigos morales, penales y personales quisiesen convencernos de lo contrario, aquella extrema situación en la que nos encontrábamos demostraba sin duda alguna que solo los ruines y cobardes, los que se escondían, los que habían hecho lo necesario para sobrevivir eran los que habían dejado su prole en este mundo. No eramos más que los herederos de estas sabandijas... y nuestra sangre, nuestra carne y nuestros huesos estaba teñida con aquel pecado original.
Ocho balas... Aquello era más que suficiente para matarnos a todos.
Nadir
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Claro que la madera flota, pero esa improvisada embarcación echa con el afán ruin de salvarse el pellejo no les iba a durar más que unos kilómetros. Si Nadir pudiera quedarse con el barquito sería más que suficiente para él y Joel. Quedábamos cinco personas y al parecer todos habíamos percatado de aquello, además ¿Que humano en su sano juicio navegaria con él? Lo más sensato era hacer equipo, por una primera y única vez hacer equipo. Y el único ser apropiado para ello era el cornudo. El capitán y sus matones no se separarían, a no ser que esté realmente herido y necesite médico. ¿Entonces sería capaz de dejar atrás al médico o a un colega.? L asociación era escandalosamente tensa y los calores junto al trabajo acelerado hacían transpirar más de lo habitual al joven. Aquello era un relativo infierno, y solo quedaban dos clavos por clavar, no quería apurarse. ¿ La espada cortará con la misma facilidad la carne?
Una melodía comenzó a sonar de fondo, como si un grupo de cinco instrumentos hicieran de la imagen del barco devorado algo más poético. La música no era la apropiada para todo aquello eran escalas menores y ritmos, música para bailar. Pero era como música para la bestia el no lo sabía pero en cubierta un grupo de bohemios payasos se dejó ganar y decidieron morir tocando hasta la muerte. Guitarra, órgano, trompeta, timbales y bajo sonaron como si las almas en pena el olor a carne quemada y el titán de hielo que se aproximaba era una fiesta.
El frió de un arma nuevamente se le posó en la nuca acompañado por el chasquido de los labios de uno de los matones. Y el disparo de una segunda pistola cercana le quema los oídos arrebatándole el poco equilibrio que tenía. La bala de uno de los matones impacto en la rodilla del capitán y en un movimiento brusco el segundo matón tomo el cofre la pistola y la llave de su capitán. - No se muevan y no morirán. Tu puto demonio coloca esos putos clavos. - La traición que menos esperaba será la de aquellos dos que parecían perros fieles, pero hasta en situaciones límites el humano se separaba enormemente de los animales que nunca dejarían su manada atrás. Entonces uno de los dos piso el ataúd terminado y les dijo al grupo mientras el capitán gritaba y blasfemaba.- No los vamos a matar a menos que quiera morir rápido, pero el barco me lo llevan ustedes al mar y lo dejan para nosotros. -
Una melodía comenzó a sonar de fondo, como si un grupo de cinco instrumentos hicieran de la imagen del barco devorado algo más poético. La música no era la apropiada para todo aquello eran escalas menores y ritmos, música para bailar. Pero era como música para la bestia el no lo sabía pero en cubierta un grupo de bohemios payasos se dejó ganar y decidieron morir tocando hasta la muerte. Guitarra, órgano, trompeta, timbales y bajo sonaron como si las almas en pena el olor a carne quemada y el titán de hielo que se aproximaba era una fiesta.
El frió de un arma nuevamente se le posó en la nuca acompañado por el chasquido de los labios de uno de los matones. Y el disparo de una segunda pistola cercana le quema los oídos arrebatándole el poco equilibrio que tenía. La bala de uno de los matones impacto en la rodilla del capitán y en un movimiento brusco el segundo matón tomo el cofre la pistola y la llave de su capitán. - No se muevan y no morirán. Tu puto demonio coloca esos putos clavos. - La traición que menos esperaba será la de aquellos dos que parecían perros fieles, pero hasta en situaciones límites el humano se separaba enormemente de los animales que nunca dejarían su manada atrás. Entonces uno de los dos piso el ataúd terminado y les dijo al grupo mientras el capitán gritaba y blasfemaba.- No los vamos a matar a menos que quiera morir rápido, pero el barco me lo llevan ustedes al mar y lo dejan para nosotros. -
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¡Bang!
Mas aquel tiro, aunque poderoso, ni en tono ni en potencia eran comparables con el arma del capitán. Claro está, aquello no quitaba que no fuera poderoso. Con la bala clavada en su rodilla buena -con ello refiérome al lado menos afectado por las quemaduras- el marinero no pudo mantenerse en pie. Y por si fuera poco el otro lobo de mar de la pareja se abalanzó con rapidez, aprovechando aquella distracción como buena sabandija para arrancarle las pertenencias al pobre hombre mientras este intentaba parar la sangre -y la vida- que se le escapaba por la rodilla.
No me moví, aunque mi cuerpo agarrotado se encorvó en previsión a huir o a ayudar al pobre desgraciado. Lo cierto es que no supe cual de mis dos facetas tan obvias ahora, y tan contrarias, hubiera ganado. Aunque mi vista estaba clavada en el pobre diablo que se desangraba, el resto de mis sentidos estaban puestos en la pareja que tan bien coordinada estaba. Aprovechaban los gestos del uno, del otro, para actuar como un ensayado dueto que solo una larga vida de travesías conjunta podía haber forjado.
No. Algo así no valía la pena traicionarlo. No cuando aún tenían que enfrentar a un mundo que podía volverse todavía más injusto.
Levantando la palma de mi mano libre como rendición, comence a caminar a cauteloso paso hasta el bote que bien podría haber caído a la cubierta inferior si la embarcación no pareciese haber detenido -o al menos frenado- su lento devenir. Quizás aquello podríamos agradecerselo al iceberg hundido, que evitaba con su masa un rápido descenso, pero lo cierto es que era este al que teníamos que culpar del inicio de todo, así que...
Y dados un par de pasos, mientras el muchacho cargado de cosas intentaba darle la vuelta a la pistola recién robada para usarla de manera apropiada, actué. Me abalancé sobre él. Aunque, bueno, aquel leve forcejeo no duró mucho.
Antes de hacer aquella temeridad había pensado en sus consecuencias. Y las había temido por encima de todas las cosas. Incluso aunque pudiera preveer la clara acción que iba a tomar el matón, aquello no quitaba lo fácilmente que podía torcerse todo aquello. Tenía miedo. Pánico. Una sensación que iba más allá de los sentidos físicos pero que, como cualquier otro sentimiento, seguía teniendo sus consecuencias fisiológicas.
No sabría decir si sentí el disparo antes de escucharlo... Fue... cuanto menos, raro. Nunca me habían disparado. Nunca había tenido la certeza de que alguien -sin dudar lo más mínimo, sin preocuparse del pecado de arrebatar la vida de un ser humano- iba a dispararme.
Me desplomé, o quizás me tiró la fuerza -ya fuera esta del disparo o la impresión-, como un tronco.
¿Había valido aquello el arebatarle el poderoso revólver?
Mas aquel tiro, aunque poderoso, ni en tono ni en potencia eran comparables con el arma del capitán. Claro está, aquello no quitaba que no fuera poderoso. Con la bala clavada en su rodilla buena -con ello refiérome al lado menos afectado por las quemaduras- el marinero no pudo mantenerse en pie. Y por si fuera poco el otro lobo de mar de la pareja se abalanzó con rapidez, aprovechando aquella distracción como buena sabandija para arrancarle las pertenencias al pobre hombre mientras este intentaba parar la sangre -y la vida- que se le escapaba por la rodilla.
No me moví, aunque mi cuerpo agarrotado se encorvó en previsión a huir o a ayudar al pobre desgraciado. Lo cierto es que no supe cual de mis dos facetas tan obvias ahora, y tan contrarias, hubiera ganado. Aunque mi vista estaba clavada en el pobre diablo que se desangraba, el resto de mis sentidos estaban puestos en la pareja que tan bien coordinada estaba. Aprovechaban los gestos del uno, del otro, para actuar como un ensayado dueto que solo una larga vida de travesías conjunta podía haber forjado.
No. Algo así no valía la pena traicionarlo. No cuando aún tenían que enfrentar a un mundo que podía volverse todavía más injusto.
Levantando la palma de mi mano libre como rendición, comence a caminar a cauteloso paso hasta el bote que bien podría haber caído a la cubierta inferior si la embarcación no pareciese haber detenido -o al menos frenado- su lento devenir. Quizás aquello podríamos agradecerselo al iceberg hundido, que evitaba con su masa un rápido descenso, pero lo cierto es que era este al que teníamos que culpar del inicio de todo, así que...
Y dados un par de pasos, mientras el muchacho cargado de cosas intentaba darle la vuelta a la pistola recién robada para usarla de manera apropiada, actué. Me abalancé sobre él. Aunque, bueno, aquel leve forcejeo no duró mucho.
Antes de hacer aquella temeridad había pensado en sus consecuencias. Y las había temido por encima de todas las cosas. Incluso aunque pudiera preveer la clara acción que iba a tomar el matón, aquello no quitaba lo fácilmente que podía torcerse todo aquello. Tenía miedo. Pánico. Una sensación que iba más allá de los sentidos físicos pero que, como cualquier otro sentimiento, seguía teniendo sus consecuencias fisiológicas.
No sabría decir si sentí el disparo antes de escucharlo... Fue... cuanto menos, raro. Nunca me habían disparado. Nunca había tenido la certeza de que alguien -sin dudar lo más mínimo, sin preocuparse del pecado de arrebatar la vida de un ser humano- iba a dispararme.
Me desplomé, o quizás me tiró la fuerza -ya fuera esta del disparo o la impresión-, como un tronco.
¿Había valido aquello el arebatarle el poderoso revólver?
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El frió de una pistola en la nuca es espantoso, era una manera terrible de trabajar. El dúo coordinado por señas era rústico y acto rápido, tal vez más rápido actuó el cornudo que se le abalanzó al ladrón del capitán. Y en un leve forcejeo una detonación del revolver helo las acciones de Nadir. No quiso mirar más, solo pudo ver el cuerpo del médico tendido parecía que aquella detonación le había tomado la vida. Y una estera de linfa carmín le maquillo una mejilla.
El tipo que lo custodiaba se llenó de energía al grito de hermano. ¿Quién iba a decir que dos montañas de carne y huesos compartirían los mismos progenitores? Era bastante obvio, casi como una manía del mafioso de contratar hermanos para matar. Pero que ante aquella situación de pánico miedo y catástrofe la familia estaba primero. Pero la pasión podía nublar la razón y el coloso dejo de apuntar a Nadir para atender a su familia con el grito de aquella detonación.
El joven estaba solo y desarmado. La única persona capaz de ayudar al capitán, que seguía tumbado y tomándose la rodilla luchando para no caer producto de la terrible inclinación, estaba muerto producto de un disparo. La sangre derramada en la su propia mejilla era el claro testigo que de allí iba a salir con los pies para adelante si no se adelantaba. Aprovechando la distracción del que lo apuntaba tomo la espada y con un brutal irá arremetió contra los miembros inferiores de aquel gigante. "Eso es Nad, mata a estos estúpidos humanos esa espada le arrancará ambas piernas." Joel llevaba tiempo sin manifestarse y ante aquel acto casi mortal contra el hombre tapo las pocas culpas que podían detener al skaypeano. Aquella espada que bailaba sobre la madera daría un corte limpio, liviano, sin el peso de quitarle la vida a aquel mastodonte.
La carne parecía dura fibrosa, el bateo uqe uso para dañarlas no fue lo suficientemente fuerte para arrancarla siquiera un miembro inferior. El corte fue grave y los dientes del filo quedaron clavados en los músculos de aquel opresor. Pero lejos estuvo de ser lo que esperaba. De un jalón intento sacar el arma y cada diente en dirección a el desgarro carne tendón y músculo hasta llegar al hueso, que no se cortó y no quebró producto de la falta de fuerza. A Nadir se le revolvieron las tripas era como estar cortando un trozo de carne con un cuchillo de pan. El gigante pego un gran grito y soltó el revolver que voló por lo la habitación, el joven esto lo ignoro y perdió de vista la pistola.
La acción de matar para sobrevivir le daba aún shock de adrenalina y hacia que sus más bajos instintos salgan a flor de piel. Pero aquel acto carnicero no era lo que tenía en mente. Mantuvo el filo en alto el cual logro apartar de la pierna, a medio cortar, y sim mas que poder acotar sintió que el tiempo se estaba deteniendo. Una inmensa sensación de vacío y arrepentimiento lo hizo caer en juicio la escuchar los alaridos de aquel hombre que veía como el cacho de carne, que era su pierna, se movía como un fleco. Me he convertido en un humano pensó en aquel momento donde la sangre tenía las paredes.
El tipo que lo custodiaba se llenó de energía al grito de hermano. ¿Quién iba a decir que dos montañas de carne y huesos compartirían los mismos progenitores? Era bastante obvio, casi como una manía del mafioso de contratar hermanos para matar. Pero que ante aquella situación de pánico miedo y catástrofe la familia estaba primero. Pero la pasión podía nublar la razón y el coloso dejo de apuntar a Nadir para atender a su familia con el grito de aquella detonación.
El joven estaba solo y desarmado. La única persona capaz de ayudar al capitán, que seguía tumbado y tomándose la rodilla luchando para no caer producto de la terrible inclinación, estaba muerto producto de un disparo. La sangre derramada en la su propia mejilla era el claro testigo que de allí iba a salir con los pies para adelante si no se adelantaba. Aprovechando la distracción del que lo apuntaba tomo la espada y con un brutal irá arremetió contra los miembros inferiores de aquel gigante. "Eso es Nad, mata a estos estúpidos humanos esa espada le arrancará ambas piernas." Joel llevaba tiempo sin manifestarse y ante aquel acto casi mortal contra el hombre tapo las pocas culpas que podían detener al skaypeano. Aquella espada que bailaba sobre la madera daría un corte limpio, liviano, sin el peso de quitarle la vida a aquel mastodonte.
La carne parecía dura fibrosa, el bateo uqe uso para dañarlas no fue lo suficientemente fuerte para arrancarla siquiera un miembro inferior. El corte fue grave y los dientes del filo quedaron clavados en los músculos de aquel opresor. Pero lejos estuvo de ser lo que esperaba. De un jalón intento sacar el arma y cada diente en dirección a el desgarro carne tendón y músculo hasta llegar al hueso, que no se cortó y no quebró producto de la falta de fuerza. A Nadir se le revolvieron las tripas era como estar cortando un trozo de carne con un cuchillo de pan. El gigante pego un gran grito y soltó el revolver que voló por lo la habitación, el joven esto lo ignoro y perdió de vista la pistola.
La acción de matar para sobrevivir le daba aún shock de adrenalina y hacia que sus más bajos instintos salgan a flor de piel. Pero aquel acto carnicero no era lo que tenía en mente. Mantuvo el filo en alto el cual logro apartar de la pierna, a medio cortar, y sim mas que poder acotar sintió que el tiempo se estaba deteniendo. Una inmensa sensación de vacío y arrepentimiento lo hizo caer en juicio la escuchar los alaridos de aquel hombre que veía como el cacho de carne, que era su pierna, se movía como un fleco. Me he convertido en un humano pensó en aquel momento donde la sangre tenía las paredes.
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Si. Pero en todo sí solía haber un pero.
El dolor de recibir una bala, pese al tekkai, era bastante intenso. Casi comparable a esas prácticas temporales que tuvimos con los chalecos antibala que cambiaban el poder penetrante de los proyectiles por un ostión contundente esparcido en torno al punto de impacto. Incluso aunque mis músculos transformados en hierro habían soportado aquella bala, la calidez que manaba de mi espalda me dejaba bastante claro que mi piel había sido traspasada tras el impacto. De haber podido gritar seguramente lo hubiera hecho, pero quedé tendido en el suelo bendiciendo mi mudez -que no hubiera hecho más que atraer más atenciones indeseadas- mientras mi rostro clavado en la madera se rompía en una mueca de dolor.
—¡Hermano!—gritó al que me había enfrentado, abandonando mi lado dejando caer las pertenencias que brevemente habían sido suyas para sacar su arma.
Exalé, aunque aquello no ayudó a poner fin a mi dolor, sí que marcó el final de mi técnica. Y al hacerlo mi nariz clavada quedó amoldada al hueco que había hecho al caer. Entonces, tomando mis codos como apoyo, me reincorporé lo suficiente como para dar el tiro. Le había apuntado a la pierna, con la intención de detenerle sin acabar con su vida, pero en todo aquel caos...el retroceso... entre todo el dolor y el cansancio... Yo...
Acabé destrozando la cadera del hombre. Un hueco donde había estado su muslo y parte de su torso. Un grito de terror se unió al de su hermano mientras, ambos, irremediablemente, estaban destinados a morir.
Ya había visto a gente morir. Había muerto gente por mi mano. Siempre había sido un accidente. Ahora también lo era, pero no podía, ni quería, sacudir aquel sentimiento de culpa.
El olor a humo, los gritos, la sangre, la visión de aquel monstruo y los chillidos de ayuda de cada uno de los caídos mientras se desvanecían se habían convertido en una atmósfera insoportable. Aquel no era mi lugar. Aquel no era mi sitio. Muchos me lo habían intentado hacer ver antes. Respiraba con dificultad, presa del pánico y el estrés. Pero atrapado en aquella emoción tenía las cosas claras, muy claras, mucho más claras de los que las había tenido en mi vida.
Sonreí. ¿O quizás desde el primer momento había estado sonriendo? Bueno, en aquel momento era plenamente consciente de mi sonrisa. Apunté al demonio tras levantarme.
Él iba armado, yo iba armado, y el capitán se desangraba.
Retrocedí encañonando a aquel engendro. ¿Tirarme por la ventana? No. No estaba tan loco. Estaba más lúcido de lo que había estado en toda mi vida. Le tendí la pistola al capitán mientras me quitaba la camisa para hacer un torniquete. Alguien tenía que estar apuntando al monstruo, por si se le ocurría traicionarnos también. Alguien quien no pudiera sobrevivir sin mí.
Con aquel seguro, como si de una partida de piedra papel tijeras se tratase, todos podríamos colaborar.
Si yo moría, el capitán desde luego moriría a causa de sus heridas. Si yo o el mosntruo moríamos, no podríamos sacar la embarcación a la mar. Y si alguno de nosotros dos moríamos... bueno, el último de seguro acabaría con el monstruo antes de que le... ¿comiese?
Fruncí el ceño al notar aquella emoción que había sido previa a la que debió suceder con el encañonamiento. ¿Asco? ¿Miedo? ¿Qué había sido? ¿Pena? No podía atribuirle nada a un recuerdo dispuesto, como cada hombre al borde de su vida, a traicionarme.
El dolor de recibir una bala, pese al tekkai, era bastante intenso. Casi comparable a esas prácticas temporales que tuvimos con los chalecos antibala que cambiaban el poder penetrante de los proyectiles por un ostión contundente esparcido en torno al punto de impacto. Incluso aunque mis músculos transformados en hierro habían soportado aquella bala, la calidez que manaba de mi espalda me dejaba bastante claro que mi piel había sido traspasada tras el impacto. De haber podido gritar seguramente lo hubiera hecho, pero quedé tendido en el suelo bendiciendo mi mudez -que no hubiera hecho más que atraer más atenciones indeseadas- mientras mi rostro clavado en la madera se rompía en una mueca de dolor.
—¡Hermano!—gritó al que me había enfrentado, abandonando mi lado dejando caer las pertenencias que brevemente habían sido suyas para sacar su arma.
Exalé, aunque aquello no ayudó a poner fin a mi dolor, sí que marcó el final de mi técnica. Y al hacerlo mi nariz clavada quedó amoldada al hueco que había hecho al caer. Entonces, tomando mis codos como apoyo, me reincorporé lo suficiente como para dar el tiro. Le había apuntado a la pierna, con la intención de detenerle sin acabar con su vida, pero en todo aquel caos...el retroceso... entre todo el dolor y el cansancio... Yo...
Acabé destrozando la cadera del hombre. Un hueco donde había estado su muslo y parte de su torso. Un grito de terror se unió al de su hermano mientras, ambos, irremediablemente, estaban destinados a morir.
Ya había visto a gente morir. Había muerto gente por mi mano. Siempre había sido un accidente. Ahora también lo era, pero no podía, ni quería, sacudir aquel sentimiento de culpa.
El olor a humo, los gritos, la sangre, la visión de aquel monstruo y los chillidos de ayuda de cada uno de los caídos mientras se desvanecían se habían convertido en una atmósfera insoportable. Aquel no era mi lugar. Aquel no era mi sitio. Muchos me lo habían intentado hacer ver antes. Respiraba con dificultad, presa del pánico y el estrés. Pero atrapado en aquella emoción tenía las cosas claras, muy claras, mucho más claras de los que las había tenido en mi vida.
Sonreí. ¿O quizás desde el primer momento había estado sonriendo? Bueno, en aquel momento era plenamente consciente de mi sonrisa. Apunté al demonio tras levantarme.
Él iba armado, yo iba armado, y el capitán se desangraba.
Retrocedí encañonando a aquel engendro. ¿Tirarme por la ventana? No. No estaba tan loco. Estaba más lúcido de lo que había estado en toda mi vida. Le tendí la pistola al capitán mientras me quitaba la camisa para hacer un torniquete. Alguien tenía que estar apuntando al monstruo, por si se le ocurría traicionarnos también. Alguien quien no pudiera sobrevivir sin mí.
Con aquel seguro, como si de una partida de piedra papel tijeras se tratase, todos podríamos colaborar.
Si yo moría, el capitán desde luego moriría a causa de sus heridas. Si yo o el mosntruo moríamos, no podríamos sacar la embarcación a la mar. Y si alguno de nosotros dos moríamos... bueno, el último de seguro acabaría con el monstruo antes de que le... ¿comiese?
Fruncí el ceño al notar aquella emoción que había sido previa a la que debió suceder con el encañonamiento. ¿Asco? ¿Miedo? ¿Qué había sido? ¿Pena? No podía atribuirle nada a un recuerdo dispuesto, como cada hombre al borde de su vida, a traicionarme.
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Aquel movimiento no fue azar, no fue más que el instinto control el instinto. Un hombre moría de dolor con la pierna desgarrada y el corazón del joven en pleno galope. La música no dejaba de sonar y el olor a muerte lo escoltaban los alaridos de cuerpos rezando por sus vidas. El fin del titán de madera era inminente, no era momento de estúpidas melancolías no frases de autoayuda. Estaba echo arrancar por pedazos la pierna de aquel hombre no podía ser penada allí, ya el tiempo se encargaría de pasarle factura. Pero el joven no podía aflojar la tención de la mano con la espada, no estaba en shock pero necesitaba romper ese acto de sonambulismo.
Ideas de lastimarse lo inundaron al ver el hombre exclamando misericordia con sus gritos de horror. Mientras el hermano, en pleno a desatención y arrebato de ira, iba en auxilio. Pero aquella imagen no tuvo otro desenlace que ambos familiares abatidos, el sonido de la pistola hizo caer al tipo en plena desatención. Allí estaba el cornudo vivo y con una pistola en la mano, lleno ade muerto, con tantas penas que el infierno tenía un lugar para ella. Esa bala vomitada fue lo que ayudó a Nadir a entrar nuevamente a la puta realidad. Pero valla sorpresa aquel inocente cornudo lo estaba apuntando con la misma pistola que había usado para dañar. El joven no dudó en apuntar el filo hacia el pero era inútil, jamás la espada iba alcanzar a la bala. Sabía que estaba jodido, sus piernas no dejaban de temblar y la sensación de cargarse le vino de golpe. Era como si el cuerpo esperase el impacto mortal e ir lo más liviano posible, lo siento era que no podía cagarse en la ropa no mientras estuviera vivo.
El médico hizo que el capitán apuntará al alado mientras le hacía una especie de curación en la pierna. Está era la alianza que no podía perder y allí estaba ese hijo de puta siendo más rápido. Eso lo hizo enojar, malditos humanos malditos escoria. Los gritos de los desafortunados hermanos lo hacían irritar. Apretó con fuerza los nudillos estaba en un arrebato de ira. En su cabeza se repetía una y otra vez la imagen de el asesinando a todos. Comenzó a tensarse quería moverse y fue entonces que Joel hablo. - Veo que con esa pistola eres todo un charlatán. - Dirigió la muñeca al médico y con un movimiento de muñeca la redirección al hombre armado. - Capitán a menos que seas un idiota, jala el gatillo. Necesitas que tire este puto barco al mar. - Joel parecía estar igual de irritado y nervioso que Nadir pero era más comunicativo. - Hay lugar para tres- El joven enfunda la espada y se la lanza al capitán. - Ahora soy un perro desarmado. - Dice la muñeca mientras Nadie frunce la nariz como un perro molesto, maldice para sus adentros a ambos tipos.
Ideas de lastimarse lo inundaron al ver el hombre exclamando misericordia con sus gritos de horror. Mientras el hermano, en pleno a desatención y arrebato de ira, iba en auxilio. Pero aquella imagen no tuvo otro desenlace que ambos familiares abatidos, el sonido de la pistola hizo caer al tipo en plena desatención. Allí estaba el cornudo vivo y con una pistola en la mano, lleno ade muerto, con tantas penas que el infierno tenía un lugar para ella. Esa bala vomitada fue lo que ayudó a Nadir a entrar nuevamente a la puta realidad. Pero valla sorpresa aquel inocente cornudo lo estaba apuntando con la misma pistola que había usado para dañar. El joven no dudó en apuntar el filo hacia el pero era inútil, jamás la espada iba alcanzar a la bala. Sabía que estaba jodido, sus piernas no dejaban de temblar y la sensación de cargarse le vino de golpe. Era como si el cuerpo esperase el impacto mortal e ir lo más liviano posible, lo siento era que no podía cagarse en la ropa no mientras estuviera vivo.
El médico hizo que el capitán apuntará al alado mientras le hacía una especie de curación en la pierna. Está era la alianza que no podía perder y allí estaba ese hijo de puta siendo más rápido. Eso lo hizo enojar, malditos humanos malditos escoria. Los gritos de los desafortunados hermanos lo hacían irritar. Apretó con fuerza los nudillos estaba en un arrebato de ira. En su cabeza se repetía una y otra vez la imagen de el asesinando a todos. Comenzó a tensarse quería moverse y fue entonces que Joel hablo. - Veo que con esa pistola eres todo un charlatán. - Dirigió la muñeca al médico y con un movimiento de muñeca la redirección al hombre armado. - Capitán a menos que seas un idiota, jala el gatillo. Necesitas que tire este puto barco al mar. - Joel parecía estar igual de irritado y nervioso que Nadir pero era más comunicativo. - Hay lugar para tres- El joven enfunda la espada y se la lanza al capitán. - Ahora soy un perro desarmado. - Dice la muñeca mientras Nadie frunce la nariz como un perro molesto, maldice para sus adentros a ambos tipos.
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