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Aquello no tenía buena pinta. Por mucho torniquete que le pudiera poner, si no encontrábamos un lugar para operarle la pierna, no tendríamos otro remedio que amputársela. Afortunadamente el cuerpo humano era sorprendentemente resistente, una máquina de guerrilla adaptada a la supervivencia a lo largo del tiempo y la caza por extenuación. A unas malas lograriamos salir de allí a tiempo para encontrar algún lugar donde practicarle la amputación, y a unas peores sobreviviría lo suficiente como para llegar a tierra -o hielo- firme.
Treinta puñeteros metros. ¡Ay, cuánto lamentaba haber despreciado el Geppou! ¡Tanto prepararme para el combate en tierra firme que me olvidé que vivíamos en un mundo de islas! Aunque claro, aquello era porque pensaba -sin errar en ello- que no podría jamás ir saltando de una isla a otra. ¡Pero con icebergs de por medio la cosa era muy distinta! Eso sí, seguían siendo lamentos que no servían para nada.
Arrojando mi equipaje a la pequeña embarcación contemplé como -afortunada o desafortunadamente, eso tendría que evaluarlo a posteriori- el engendro nos entregaba su "confianza". O medio engendro. La pequeña voz de trapo detrás de la escasa razón que habitaba en el cráneo de aquel ser -que ya no tenía pizca de lamentarse- podría ser incluso más problemática que la naturaleza feral del individuo. Le hacía... demasiado imprevisible.
Mirando al que por obligación era mi compañero, asentí con determinación mientras tomaba un lado de la pequeña embarcación para irlo arrastrando hasta la ventana. No tenía pinta que aquello pesase demasiado como para que dos muchachotes la levantásemos, pero desde luego con todo el cansancio acumulado y el aire enrrarecido y caliente iba a ser un esfuerzo notable. Una vez arrojásemos con relativo cuidado -por las prisas- el bote, solo nos quedaria comprobar casi rezando si aquello, en verdad, tenía pinta de flotar.
Y una vez comprobamos que parecía relativamente estable, debíamos hacer frente a la siguiente y crucial parte del dilema.
¿Quién se montaba primero?
Aquello me recordaba al dilema del saco del granjero que debía cruzar el río con el saco de grano, la oca y el lobo, y como tal solo tenía una unica solución. Primero debia bajar el capitán, usando las fuerzas que le quedasen para tirando de las cortinas -que empecé a atar lo más rápido posible entre ellas- asegurase el bote. Luego debería ir yo, y por último, el lobo.
Señalando el orden esperé a que todos estuviesen deacuerdo. Aunque la verdad es que aceptaria cualquier variante con tal de salir cuanto antes de allí. Por supuesto el capitán no opuso en ser el primero.
Treinta puñeteros metros. ¡Ay, cuánto lamentaba haber despreciado el Geppou! ¡Tanto prepararme para el combate en tierra firme que me olvidé que vivíamos en un mundo de islas! Aunque claro, aquello era porque pensaba -sin errar en ello- que no podría jamás ir saltando de una isla a otra. ¡Pero con icebergs de por medio la cosa era muy distinta! Eso sí, seguían siendo lamentos que no servían para nada.
Arrojando mi equipaje a la pequeña embarcación contemplé como -afortunada o desafortunadamente, eso tendría que evaluarlo a posteriori- el engendro nos entregaba su "confianza". O medio engendro. La pequeña voz de trapo detrás de la escasa razón que habitaba en el cráneo de aquel ser -que ya no tenía pizca de lamentarse- podría ser incluso más problemática que la naturaleza feral del individuo. Le hacía... demasiado imprevisible.
Mirando al que por obligación era mi compañero, asentí con determinación mientras tomaba un lado de la pequeña embarcación para irlo arrastrando hasta la ventana. No tenía pinta que aquello pesase demasiado como para que dos muchachotes la levantásemos, pero desde luego con todo el cansancio acumulado y el aire enrrarecido y caliente iba a ser un esfuerzo notable. Una vez arrojásemos con relativo cuidado -por las prisas- el bote, solo nos quedaria comprobar casi rezando si aquello, en verdad, tenía pinta de flotar.
Y una vez comprobamos que parecía relativamente estable, debíamos hacer frente a la siguiente y crucial parte del dilema.
¿Quién se montaba primero?
Aquello me recordaba al dilema del saco del granjero que debía cruzar el río con el saco de grano, la oca y el lobo, y como tal solo tenía una unica solución. Primero debia bajar el capitán, usando las fuerzas que le quedasen para tirando de las cortinas -que empecé a atar lo más rápido posible entre ellas- asegurase el bote. Luego debería ir yo, y por último, el lobo.
Señalando el orden esperé a que todos estuviesen deacuerdo. Aunque la verdad es que aceptaria cualquier variante con tal de salir cuanto antes de allí. Por supuesto el capitán no opuso en ser el primero.
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Ambos hermanos seguían en el piso gritando de dolor pero eran totalmente inútiles a culaquier confrontación o acto de amotinamiento. Que estúpida es la raza humana blasfemando hasta morir, intentando poner en los hombros de otros la carga ade sus miserables muertes. Al joven parecía quemarle los oídos, pero no por culpa sino por estrés. Los miro por un momento y con sus cuerpos abatidos en el piso sin poder oponer resistencia atino a escupir a ambos como si fuera sin guanaco. Dedico esos valiosos segundos cargando el garguero de flema e inflando los cachetes para que el tiro fiera preciso y con bronca. ¿Porque tenía tanto desprecio? No era más que un par de moribundos desdichados que serían tragados por el mar si un pedazo de madera no los mataba antes. El rostro de Nadir estaba tapado de locura y desquicio, cansancio shock estrés, estaba actuando por instinto.
Tomo el bote de un tirón y pudo sentir el peso del mundo en sus espaldas, llevaba tiempo sin mandar bocado a la boca, parecía un tarea imposible de realizar. Pero allí estaba con el cornudo trabajando como mano de obra barata para un capitán armado hasta los dientes, que miraba desde su miserable comodidad. Aleluya, hermosa palabra, hermosa imagen, el bote estaba flotando y en el mar. Con un gesto de su mano el médico intenta imponer el orden para bajar. Lo más sensato era que bajara el capitán primero pero segundo debía ir Nadir, sabía aque si iba por último lo dejarían atrás, ya nada los ataba a el. - Sugiero que nosotros dos seamos los siguientes. Quiero comprobar que la madera pueda aguantar un tiempo. Te ayudaré para bajar el capitán pero cornudo tú vas de último. - Joel se expresó con tonos despreocupados pero con un carácter firme. El capitán no emitió palabra en ese momento, tal vez fue la euforia por querer salir de su difunto navío o estaba igual de cansado que el grupo.
-Usemos las cortinas para bajar al señor.- Dijo la muñeca de paja, cada vez pertenecía más a las decisiones y esencia de Nadir. El joven le entrego, inconscientemente, el control absoluto del comunicación de aquel cuerpo partido en dos. Extendió la mano como para ayudar al cornudo y fue allí que recurrió a un truco viejo y ruin la sonrisa, pero esa era una mueca espantosa en su rostro agitado y repleto de dientes empinados. Ahora bien la imagen era preciosa, la odisea estaba por finalizar, pero un ultimo detalle estaba pasando por alto ¿Donde estaba la segunda pistola?
Tomo el bote de un tirón y pudo sentir el peso del mundo en sus espaldas, llevaba tiempo sin mandar bocado a la boca, parecía un tarea imposible de realizar. Pero allí estaba con el cornudo trabajando como mano de obra barata para un capitán armado hasta los dientes, que miraba desde su miserable comodidad. Aleluya, hermosa palabra, hermosa imagen, el bote estaba flotando y en el mar. Con un gesto de su mano el médico intenta imponer el orden para bajar. Lo más sensato era que bajara el capitán primero pero segundo debía ir Nadir, sabía aque si iba por último lo dejarían atrás, ya nada los ataba a el. - Sugiero que nosotros dos seamos los siguientes. Quiero comprobar que la madera pueda aguantar un tiempo. Te ayudaré para bajar el capitán pero cornudo tú vas de último. - Joel se expresó con tonos despreocupados pero con un carácter firme. El capitán no emitió palabra en ese momento, tal vez fue la euforia por querer salir de su difunto navío o estaba igual de cansado que el grupo.
-Usemos las cortinas para bajar al señor.- Dijo la muñeca de paja, cada vez pertenecía más a las decisiones y esencia de Nadir. El joven le entrego, inconscientemente, el control absoluto del comunicación de aquel cuerpo partido en dos. Extendió la mano como para ayudar al cornudo y fue allí que recurrió a un truco viejo y ruin la sonrisa, pero esa era una mueca espantosa en su rostro agitado y repleto de dientes empinados. Ahora bien la imagen era preciosa, la odisea estaba por finalizar, pero un ultimo detalle estaba pasando por alto ¿Donde estaba la segunda pistola?
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Astuto, astuto lobo...
Habia visto la mentira detrás de aquel acertijo sin sentido. ¿Quién en su sano juicio se montaría con una mala bestia en el bote? Quizá por eso en otras ocasiones era cambiado por un perro, o en su defecto un cerdo. Aunque el plan no había tenido éxito, no podíamos ponernos a discutir. Até el extremo final de la improvisada cuerda a los enganches metálicos que sujetaban uno de los armarios cercanos a la ventana.
Esperaba con impaciencia y recelo el marchar de los que se habían compartido en mis compañeros, de vez en cuando oteando nerviosamente el interior de la sala donde los pobres moribundos se arrastraban presas del shock hemorrágico y el humo. Me gustaría haber sentido un confort al saber que aquellos patanes que bien se merecían la muerte iban a encontrarla, pero, pese a todo, pese al instinto de supervivencia que empañaba mi corazón en aquel instante con su irrevocable propósito, no sentí alegría alguna. Aunque tampoco pena. Era... casi un entumecimiento, una ligera preocupación por cómo las cosas -de no haberse torcido tanto-, o quizás de no haberse torcido en un principio del que no era ni consciente ni podría serlo, hubieran sido arto diferentes.
Pero allí estabamos, seres humanos pisoteándonos los unos a los otros en vez de colaborar para un bien común.... Porque no podía haber un bien común para todos. El paralelismo con el mundo era más que obvio, y aunque ya lo había tenido en cuenta en alguna otra ocasión -fundamentalmente propiciado por los cuñadismos que se promovían en la gran institución- hasta aquel momento no había sido realmente consciente de la obvia verdad, e incómodo secreto, de la realidad que vivíamos.
Nada más el capitán terminó de posarse sobre la embarcación, que pareciá aguantar, apremié al monstruito con rápidos movimientos de brazos -que en cierta manera, quizás vistos desde fuera por alguien que no estuviera en peligro, podrían ser algo cómicos-.
¡Ah, qué ganas de salir de allí! ¡Qué ganas de pisar el hielo! ¡Qué ganas de estar en tierra firme! ¡Qué ganas de llegar a Shabaody! ¡Qué ansias por volver a casa!
Si nada, nada más, se salía fuera de lo previsible, bajaría con rapidez la cuerda para reunirme con mi escueto equipaje y el obligado compañerismo de la nueva tripulación del pequeño navío sin nombre. Tanto el creador como la obras eran anónimos, y la verdad, cuando tuviera tiempo de darme cuenta de ello, lo consideraría un verdadero fastidio.
Habia visto la mentira detrás de aquel acertijo sin sentido. ¿Quién en su sano juicio se montaría con una mala bestia en el bote? Quizá por eso en otras ocasiones era cambiado por un perro, o en su defecto un cerdo. Aunque el plan no había tenido éxito, no podíamos ponernos a discutir. Até el extremo final de la improvisada cuerda a los enganches metálicos que sujetaban uno de los armarios cercanos a la ventana.
Esperaba con impaciencia y recelo el marchar de los que se habían compartido en mis compañeros, de vez en cuando oteando nerviosamente el interior de la sala donde los pobres moribundos se arrastraban presas del shock hemorrágico y el humo. Me gustaría haber sentido un confort al saber que aquellos patanes que bien se merecían la muerte iban a encontrarla, pero, pese a todo, pese al instinto de supervivencia que empañaba mi corazón en aquel instante con su irrevocable propósito, no sentí alegría alguna. Aunque tampoco pena. Era... casi un entumecimiento, una ligera preocupación por cómo las cosas -de no haberse torcido tanto-, o quizás de no haberse torcido en un principio del que no era ni consciente ni podría serlo, hubieran sido arto diferentes.
Pero allí estabamos, seres humanos pisoteándonos los unos a los otros en vez de colaborar para un bien común.... Porque no podía haber un bien común para todos. El paralelismo con el mundo era más que obvio, y aunque ya lo había tenido en cuenta en alguna otra ocasión -fundamentalmente propiciado por los cuñadismos que se promovían en la gran institución- hasta aquel momento no había sido realmente consciente de la obvia verdad, e incómodo secreto, de la realidad que vivíamos.
Nada más el capitán terminó de posarse sobre la embarcación, que pareciá aguantar, apremié al monstruito con rápidos movimientos de brazos -que en cierta manera, quizás vistos desde fuera por alguien que no estuviera en peligro, podrían ser algo cómicos-.
¡Ah, qué ganas de salir de allí! ¡Qué ganas de pisar el hielo! ¡Qué ganas de estar en tierra firme! ¡Qué ganas de llegar a Shabaody! ¡Qué ansias por volver a casa!
Si nada, nada más, se salía fuera de lo previsible, bajaría con rapidez la cuerda para reunirme con mi escueto equipaje y el obligado compañerismo de la nueva tripulación del pequeño navío sin nombre. Tanto el creador como la obras eran anónimos, y la verdad, cuando tuviera tiempo de darme cuenta de ello, lo consideraría un verdadero fastidio.
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El pesado cuerpo del capitán había echo pasar la primera prueba al joven navío. El joven nunca dudo del pedazo de madera, pero si dudo que el capitán los llevará con el. Para sorpresa el herido de bala tomo recaudos para aque ambos acompañantes pudieran viajar son irse producto de la corriente. Hace tiempo no decía mucho, era como si realmente estuviese comprometido con el equipo, igualmente tenía la ventaja de una pistola y una espada que a Nadir le encantó empuñar. Una espada que bailaba al movimiento de la muñeca sobre la madera, necesitaba atener una herramienta como esa para el.
El barco termino de crujir y de sacudirse de un lado al otro lo que hizo alarmar, sin dudas había llegado al titán de hielo. Tenia que llegar a la embarcación y con unos movimientos previos del cornudo, que realmente estaba ignorando, salto deslizándose por una cuerda de hilo que moría en el ataúd. Capitan tenía uno solo y no era ninguno de esos dos cretinos, no había necesidad de marcarle el ritmo. Tal vez si hubiese estado el esto se hubiera solucionado antes, pero estaba solo, va con Joel.
- Baja calvo que esto tiene cuerda para rato y asegúrate de traer lago para remar. - Joel le grito al agente. Para decir verdad el skaypeano estaba orgulloso de su manualidad y fue eso lo que le dio confianza a Joel. Aunque lo del remo era una realidad imperdonable para el carpintero de un barco. Tal vez fue el estrés y el poco tiempo, pero remo no había y sin eso la cáscara de nuez no se iba a ir a ningún sitio. Corría riesgo incluso de uqe alguna parte del gigante de madera, que se estaba descascarando, pudiera golpearlos y hundirlo. Al bajar Nadir confirmo la firmeza para llevar a los tres, pero jamás aguantaría el peso de un cuarto ser y menos el impacto de culaquier proyectil. El cornudo debía bajar rápido y llevar algo para remar.
Por otra parte en algún lugar cerca del barco se encontraba un perico ensangrentado revoloteando y confuso con un arma entre sus patas buscando a su dueño. El vuelo era torpe y tosco debido a la herida que tenía, pero estaba lo suficientemente desesperado como para usar la poco energía que tenía en sobrevivir. ¿Sería oportuno que vea al grupo con el capitán? En fin era aún perico que parecía estar bastante entrenado para comunicarse.
El barco termino de crujir y de sacudirse de un lado al otro lo que hizo alarmar, sin dudas había llegado al titán de hielo. Tenia que llegar a la embarcación y con unos movimientos previos del cornudo, que realmente estaba ignorando, salto deslizándose por una cuerda de hilo que moría en el ataúd. Capitan tenía uno solo y no era ninguno de esos dos cretinos, no había necesidad de marcarle el ritmo. Tal vez si hubiese estado el esto se hubiera solucionado antes, pero estaba solo, va con Joel.
- Baja calvo que esto tiene cuerda para rato y asegúrate de traer lago para remar. - Joel le grito al agente. Para decir verdad el skaypeano estaba orgulloso de su manualidad y fue eso lo que le dio confianza a Joel. Aunque lo del remo era una realidad imperdonable para el carpintero de un barco. Tal vez fue el estrés y el poco tiempo, pero remo no había y sin eso la cáscara de nuez no se iba a ir a ningún sitio. Corría riesgo incluso de uqe alguna parte del gigante de madera, que se estaba descascarando, pudiera golpearlos y hundirlo. Al bajar Nadir confirmo la firmeza para llevar a los tres, pero jamás aguantaría el peso de un cuarto ser y menos el impacto de culaquier proyectil. El cornudo debía bajar rápido y llevar algo para remar.
Por otra parte en algún lugar cerca del barco se encontraba un perico ensangrentado revoloteando y confuso con un arma entre sus patas buscando a su dueño. El vuelo era torpe y tosco debido a la herida que tenía, pero estaba lo suficientemente desesperado como para usar la poco energía que tenía en sobrevivir. ¿Sería oportuno que vea al grupo con el capitán? En fin era aún perico que parecía estar bastante entrenado para comunicarse.
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¡¿Y no podríais haberlo dicho mientrsa me ponía a atar las puñeteras cortinas?! Mi rostro apretado en un frustrado mohin. Miré a mi alrededor para tomar lo primero que se me puso al alcance que pudiera -remotamente- servir de remo. ¿Un cajón de la mesa? Un cajón de la mesa iba a ser. Arrancando aquel portapapeles lo lancé por la ventana sin consideración alguna por los que estaban abajo para luego ir bajando yo.
"Quizás debiera matarlo ahora", pensó el capitán, un brillo en sus despiadados y cansados ojos de viejo lobo de mar. Justo en el momento en el que la horrenda criatura estaba distraída y a tiro, pendiente del único individuo que le importaba -solo porque realmente le servía para extender su vida y bienestar-, justo en el instante en que su dedo iba a deslizarse por el gatillo.
"Clonk" Castigo divino.
—¡AYAYAYAYA! —maldició el señor, frotándose la dura cabeza intentando librarse de aquel dolor esquinero—. ¡¿PRETENDES MATARNOS O QUÉ?!
Bajando con la rapidez de un lemúrido inchado a anfetas, Jojo solo redució su ritmo para tantear con el pie la embarcación antes de, con cuidado y cómica parsimonia tomar su precario asiento.
Vale. Parece que funciona. Flotar, flota. No tengo que preocuparme de que tenga pinta de ataud. No es ningún tipo de señal del destino ni nada. Tan solo quedan treinta metros, cuarenta como mucho, todo acompañado bajo el no tan lejano crepitar de las llamas, el crujir de la madera y el ocasional grito de los pobres desgraciados que aún estan dentro. Aunque aun debíamos enfrentarnos al problema de los que ya estaban fuera...
Y no, no me refería a la cercana y desagradable compañía de los que aún podíamos considerarnos marineros.
Alrededor de la pequeña embarcación había algún que otro cuerpo flotando, y a lo lejos, los pocos supervivientes que habian sobrevivido de momento a la hipotermia esperaban en las heladas costas de los iceberg con ojos ansiosos. Esperé a que otro tomase la función de remar, pero como parecía que nadie estaba muy por la labor -aunque solo hubo un lapsus de tres segundos- finalmente fui yo quien cogió el improvisado remo, vaciandolo sobre mis piernas antes de ponernos en movimiento. ¡Y la mar, qué cosa más lenta!
Dos a la derecha. Dos a la izquierda. Dos a la derecha. Dos a la izquierda. Movimiento total: Ni medio metro.
Saldríamos de allí, eso ya parecia más seguro, pero lo menos echaríamos un rato.
"Quizás debiera matarlo ahora", pensó el capitán, un brillo en sus despiadados y cansados ojos de viejo lobo de mar. Justo en el momento en el que la horrenda criatura estaba distraída y a tiro, pendiente del único individuo que le importaba -solo porque realmente le servía para extender su vida y bienestar-, justo en el instante en que su dedo iba a deslizarse por el gatillo.
"Clonk" Castigo divino.
—¡AYAYAYAYA! —maldició el señor, frotándose la dura cabeza intentando librarse de aquel dolor esquinero—. ¡¿PRETENDES MATARNOS O QUÉ?!
Bajando con la rapidez de un lemúrido inchado a anfetas, Jojo solo redució su ritmo para tantear con el pie la embarcación antes de, con cuidado y cómica parsimonia tomar su precario asiento.
Vale. Parece que funciona. Flotar, flota. No tengo que preocuparme de que tenga pinta de ataud. No es ningún tipo de señal del destino ni nada. Tan solo quedan treinta metros, cuarenta como mucho, todo acompañado bajo el no tan lejano crepitar de las llamas, el crujir de la madera y el ocasional grito de los pobres desgraciados que aún estan dentro. Aunque aun debíamos enfrentarnos al problema de los que ya estaban fuera...
Y no, no me refería a la cercana y desagradable compañía de los que aún podíamos considerarnos marineros.
Alrededor de la pequeña embarcación había algún que otro cuerpo flotando, y a lo lejos, los pocos supervivientes que habian sobrevivido de momento a la hipotermia esperaban en las heladas costas de los iceberg con ojos ansiosos. Esperé a que otro tomase la función de remar, pero como parecía que nadie estaba muy por la labor -aunque solo hubo un lapsus de tres segundos- finalmente fui yo quien cogió el improvisado remo, vaciandolo sobre mis piernas antes de ponernos en movimiento. ¡Y la mar, qué cosa más lenta!
Dos a la derecha. Dos a la izquierda. Dos a la derecha. Dos a la izquierda. Movimiento total: Ni medio metro.
Saldríamos de allí, eso ya parecia más seguro, pero lo menos echaríamos un rato.
Nadir
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La pistola del capitán apuntaba a Nadir, un joven que estaba distraído esperando por el remo. El cornudo no demoro en dejar caer un pedazo de madera, que reboto sobre la cabeza del jefe y libero al skaypeano de una muerte inminente. Era clara las intenciones del viejo pirata y actual narcotraficante, era una boca mas para alimentar, era un ser mas para mantener callado y era un tipo inservible y notablemente mal de la cabeza. El único objetivo que aun estaba con viva el alado fue la utilidad para crear la carrosa marina, pero echa la artesanía se podía dispensar del creador. A todas estas acciones el joven se mantuvo ignorante desconoció las intenciones del capitán, pero no era tonto, sabia que representaba ser una carga para ambos compañeros. El medico bajo al pedazo de madera flotante, que cumplía a la perfección con el cometido, el recién llegado tomo control del rumbo tomando el improvisado remo.
-Capitán prrr- Escucho esa voz tan particular, voz de un ave imitando a un ser parlante. El olor ferroso que cargaba no impedía que el joven supiera quien había emitido ese sonido. Ahora si estaba jodido, el animal estaba lo suficientemente entrenado para poder transmitir lo vivido antes del caos. El joven se acercó haciéndose el tonto, sabia que esa espada era para él y podría robarla y defenderse ante cualquier rapto de hostilidad. Miro al médico marcándole quien era el nuevo compañero que se aproximaba, y que en resumidas cuentas ambos podrían estar jodidos, pero no hizo mas que mirarlo con preocupación.
El perico se acerco por la espalda de Nadir con el revolver entre las patas, este conociendo que el ave podría venir decidió no voltear. – ¡Pedro! - Grito el capitán mostrándole el camino a un bote seguro, la admiración al animal se reflejo en la intensidad y sonrisa del llamado. Pero el ave siguió en dirección al joven y cuando estuvo lo suficientemente cerca un click de revolver hizo sudar al skaypeano. Pero la detonación nunca apareció, la pólvora mojada, había salvado al alado. Mientras el perico callo desmallado sobre las manos del engendro. – Quita tus manos de mi compañero. – El capitán se manifiesta nervioso e intenso con Nadir, sabia a la perfección que si su mascota había tomado esas acciones algo había pasado antes. Nadir gruño, y solo pensó en matar al animal para distraer al capitán lanzando al animal al mar helado, aprovechar y robar la katana. Pero el capitán no era un tipo que se dejara engatusar por acciones desesperadas. -Alto, o el ave muere. – Se manifiesta Joel.
-Capitán prrr- Escucho esa voz tan particular, voz de un ave imitando a un ser parlante. El olor ferroso que cargaba no impedía que el joven supiera quien había emitido ese sonido. Ahora si estaba jodido, el animal estaba lo suficientemente entrenado para poder transmitir lo vivido antes del caos. El joven se acercó haciéndose el tonto, sabia que esa espada era para él y podría robarla y defenderse ante cualquier rapto de hostilidad. Miro al médico marcándole quien era el nuevo compañero que se aproximaba, y que en resumidas cuentas ambos podrían estar jodidos, pero no hizo mas que mirarlo con preocupación.
El perico se acerco por la espalda de Nadir con el revolver entre las patas, este conociendo que el ave podría venir decidió no voltear. – ¡Pedro! - Grito el capitán mostrándole el camino a un bote seguro, la admiración al animal se reflejo en la intensidad y sonrisa del llamado. Pero el ave siguió en dirección al joven y cuando estuvo lo suficientemente cerca un click de revolver hizo sudar al skaypeano. Pero la detonación nunca apareció, la pólvora mojada, había salvado al alado. Mientras el perico callo desmallado sobre las manos del engendro. – Quita tus manos de mi compañero. – El capitán se manifiesta nervioso e intenso con Nadir, sabia a la perfección que si su mascota había tomado esas acciones algo había pasado antes. Nadir gruño, y solo pensó en matar al animal para distraer al capitán lanzando al animal al mar helado, aprovechar y robar la katana. Pero el capitán no era un tipo que se dejara engatusar por acciones desesperadas. -Alto, o el ave muere. – Se manifiesta Joel.
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Tu rema, Jojo, y no te metas. Aquella clara idea se puso de manifiesto en mi cerebro hasta que vi al capitán apuntar con aquel pedazo de arma al engendro que ocupaba el puesto medio del bote. Echándome a un lado y mirándolo por el costado de la silueta del monstruo, negué con cara de pocos amigos. Como el muy imbécil le disparara, con la potencia que tenía aquella arma, acabaría muerto, y por ende, todos los estaríamos.
Afortunadamente el peso de aquel loro era irrisorio, pero, por el bien de todos, debía evitar que la criatura lo matase. Si lo hacía, y aunque no estuviese en lo cierto, un solo tiro de aquel pistolón esgrimido con rabia nos llevaría a todos con Neptuno. Ya mojarnos en aquellas condiciones era bastante fatal como para también acabar heridos...
La tensión en el pequeño bote casi podía mascarse. Una cecina densa y dura que se hacía bola por mucho que uno intentase reducirla para tragarla con un insípido desagrado. La muerte nos acechaba y la suerte se reía de nosotros. La opción de darle con el improvisado remo un testarazo en la cabeza al piel de ceniza se me pasó por la cabeza, pero si aquello no le mataba, o si su cuerpo en un último estertor de consciencia provocaba el fin de pájaro... Bueno. Corríamos un alto riesgo de morir.
Porque todo apuntaba a que aquel tal "Pedro" compañero, loro excesivamente parlante, criatura a la que no habíamos visto hasta aquel día de travesía, fuese un usuario de akuma. Una zoan mediocre que no querría nadie ciego al macabro potencial de ser una criatura de la que pocos sospecharían. Herido, probablemente no le había quedado otra que optar por seguir en su forma animal para poder volar ante todo el barullo que se había formado sin cansarse más de la cuenta. Además, el ser pequeño tenía sus muchas ventajas, entre ellas caber en cualquier pequeño pecio o madera flotante que se excindiese del naufragio.
Pero claro, si perdía la consciencia, si su poder no era tan innato como aquellos que vivían largo y tendido como animales para sincronizarse con su fruta. Bum. Mínimo cuarenta kilos de peso. Cuarenta kilos que se hundirían como plomo al mínimo contacto con el cruel mar que recelaba de los diabólicos poderes de los usuarios.
Quince metros. Ocho. Tres... Entonces intenté hacer girar la embarcación para que el costado que se movía con lentitud acabase dando contra la baja superficie del islote iceberg.
¿Quién haría entonces el primer movimiento? Porque si se retrasaban, si dudaban ante quién dispararía, sin duda mi certeza por salir de allí a toda prisa me haría ser el primero.
Afortunadamente el peso de aquel loro era irrisorio, pero, por el bien de todos, debía evitar que la criatura lo matase. Si lo hacía, y aunque no estuviese en lo cierto, un solo tiro de aquel pistolón esgrimido con rabia nos llevaría a todos con Neptuno. Ya mojarnos en aquellas condiciones era bastante fatal como para también acabar heridos...
La tensión en el pequeño bote casi podía mascarse. Una cecina densa y dura que se hacía bola por mucho que uno intentase reducirla para tragarla con un insípido desagrado. La muerte nos acechaba y la suerte se reía de nosotros. La opción de darle con el improvisado remo un testarazo en la cabeza al piel de ceniza se me pasó por la cabeza, pero si aquello no le mataba, o si su cuerpo en un último estertor de consciencia provocaba el fin de pájaro... Bueno. Corríamos un alto riesgo de morir.
Porque todo apuntaba a que aquel tal "Pedro" compañero, loro excesivamente parlante, criatura a la que no habíamos visto hasta aquel día de travesía, fuese un usuario de akuma. Una zoan mediocre que no querría nadie ciego al macabro potencial de ser una criatura de la que pocos sospecharían. Herido, probablemente no le había quedado otra que optar por seguir en su forma animal para poder volar ante todo el barullo que se había formado sin cansarse más de la cuenta. Además, el ser pequeño tenía sus muchas ventajas, entre ellas caber en cualquier pequeño pecio o madera flotante que se excindiese del naufragio.
Pero claro, si perdía la consciencia, si su poder no era tan innato como aquellos que vivían largo y tendido como animales para sincronizarse con su fruta. Bum. Mínimo cuarenta kilos de peso. Cuarenta kilos que se hundirían como plomo al mínimo contacto con el cruel mar que recelaba de los diabólicos poderes de los usuarios.
Quince metros. Ocho. Tres... Entonces intenté hacer girar la embarcación para que el costado que se movía con lentitud acabase dando contra la baja superficie del islote iceberg.
¿Quién haría entonces el primer movimiento? Porque si se retrasaban, si dudaban ante quién dispararía, sin duda mi certeza por salir de allí a toda prisa me haría ser el primero.
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El peso de la embarcación no podía superar unos gramos más, era un improvisado bote después de todo. La idea de que aquel barco domine los mares le seducía, pero su habilidad aun no era como la de sus padres. Y allí estaba flotando con tres desconocidos que querían darle muerte cualquiera de ellos, y con una voz que le arrebataba la razón. ¿Cómo había llegado a terminar así? ¿Dónde estaba su capitán? Necesitaba acurrucarse en algún lugar que sienta propio, pero definitivamente la muerte le mordía los talones. “No debo estar aquí” Piensa mientras observa el loro, la pistola, al cornudo y el bote. “Tranquilo Nad, tu solo no dejes ir al pájaro. Parece que es nuestro boleto hacia la vida.” Le gana Joel nuevamente a sus pensamientos.
Causas y azares. Cuando dejo se perdió del circo, cuando encontró a su nuevo capitán, cuando solo despertó lejos de su familia. No sabia que esos momentos eran como luz de sus últimos días y el azar se le iba enredando poderoso, invencible. No podía morir allí lo sabía, un islote se podía ver tras el desquiciado capitán y supo que la tierra serviría de abrigo a su escasa suerte. Pero nuevamente sus ojos captaron el absurdo mas absoluto, un tipo entre sus manos se manifestó y parecía estar totalmente agotado y desmallado. Si tener idea que aquello los iba a hundir Nadir de la sorpresa arroja como puede al cuerpo y este termina en el mar devorado. – Pedro mi amor. - El grito desgarrador del capitán, marcaba mas una historia de amor que camaradería. Antes de morir ahogado, aquel que llamaban pedro y era un hombre animal o brujo, moriría producto del cambio térmico. Llámenlo loco pero el capitán en su delicado estado decidió saltar del bote e ir tras su amado dejando todo lo que era de el atrás. Y antes de saltar del ataúd maldijo a ambos, pese que el cornudo no tenia culpa alguna. – El mar nos volverá a encontrar. – Y el cuerpo moribundo del que era dueño del titan de madera en ruinas se dejo tomar por las profundidades en un acto de salvavidas. ¿Por qué no jalo del gatillo? ¿Por qué no tomo la vida del engendro? Conocía la capacidad de su pistola, conocía cuantas detonaciones podrían dar las pistolas y de la que aun estaba seca no quedaban proyectiles. Seguir manteniendo la farsa peso menos que la vida de aquel joven amante.
Nadir no sabia que mierda estaba pasando, un animal que se convierte en humano, un humano que deja su vida por otro. Una pistola que no detono e hizo valer mierda todos sus sueños, una maldición mal contada por un idiota muriendo. No sabia como actuar, el cornudo había dado movimientos específicos para el ritmo del navío cosa que no había notado. Y sobre la improvisada cubierta en movimientos había dos pistolas, la katana que tanto lo llamaba y un cofre sin llave. Pues la llave se había ido con su dueño. De aquello solo conocía el sabor del filo acerrado y de un movimiento brusco fue tras ella, lo que hizo que el barco tuviera una grieta irrevertible.
Causas y azares. Cuando dejo se perdió del circo, cuando encontró a su nuevo capitán, cuando solo despertó lejos de su familia. No sabia que esos momentos eran como luz de sus últimos días y el azar se le iba enredando poderoso, invencible. No podía morir allí lo sabía, un islote se podía ver tras el desquiciado capitán y supo que la tierra serviría de abrigo a su escasa suerte. Pero nuevamente sus ojos captaron el absurdo mas absoluto, un tipo entre sus manos se manifestó y parecía estar totalmente agotado y desmallado. Si tener idea que aquello los iba a hundir Nadir de la sorpresa arroja como puede al cuerpo y este termina en el mar devorado. – Pedro mi amor. - El grito desgarrador del capitán, marcaba mas una historia de amor que camaradería. Antes de morir ahogado, aquel que llamaban pedro y era un hombre animal o brujo, moriría producto del cambio térmico. Llámenlo loco pero el capitán en su delicado estado decidió saltar del bote e ir tras su amado dejando todo lo que era de el atrás. Y antes de saltar del ataúd maldijo a ambos, pese que el cornudo no tenia culpa alguna. – El mar nos volverá a encontrar. – Y el cuerpo moribundo del que era dueño del titan de madera en ruinas se dejo tomar por las profundidades en un acto de salvavidas. ¿Por qué no jalo del gatillo? ¿Por qué no tomo la vida del engendro? Conocía la capacidad de su pistola, conocía cuantas detonaciones podrían dar las pistolas y de la que aun estaba seca no quedaban proyectiles. Seguir manteniendo la farsa peso menos que la vida de aquel joven amante.
Nadir no sabia que mierda estaba pasando, un animal que se convierte en humano, un humano que deja su vida por otro. Una pistola que no detono e hizo valer mierda todos sus sueños, una maldición mal contada por un idiota muriendo. No sabia como actuar, el cornudo había dado movimientos específicos para el ritmo del navío cosa que no había notado. Y sobre la improvisada cubierta en movimientos había dos pistolas, la katana que tanto lo llamaba y un cofre sin llave. Pues la llave se había ido con su dueño. De aquello solo conocía el sabor del filo acerrado y de un movimiento brusco fue tras ella, lo que hizo que el barco tuviera una grieta irrevertible.
Hush
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
¿Qué?
Un acto de amor puro. Un brillo de buena voluntad del corazón del más despiadado. Desde el borde de hielo, maletita en mano, contemplé aquel acto de necesaria crueldad tan seguido por la tragedia del corazón. Frunci el ceño. Sentí el impulso de saltar tras ellos, de salvarles, de intentar llevarles una redención que, pese a todo, seguramente no podría llevarles. Aquel crisol de posibilidades, aquel multiverso de lo que podría haber sido si las condiciones fueran otras me... me... hervían en el pecho.
Tras contemplar con melancolía el fin de aquellos dos, la vida reclamó mi atención haciéndome notar la figura del cenizo. Me aleje dando un par de pasos, sin darle la espalda, observando cómo el agua se introducia en el pequeño bote mojando poco a poco las armas y el cofrecito abandonado.
No me interesaba qué pudiera guardar aquello. Si acaso me hubiera interesado lanzar aquellas armas al mar, para extinguir cualquier posibilidad de convertirme en presa. No quería problemas, y creo que ninguno los queríamos, pero estaría dispuesto a luchar allí si aquel engendro pretendía retorcerlas más de lo que ya el propio devenir de acontecimientos había hecho.
Estaba cansado, harto, con la esperanza medio perdida, fragmentada al enfrentarse a la despiadada realidad que los pocos individuos que poblaban aquel archipiélago helado a la deriva habían tenido que vivir.
Señalé con mi brazo libre el horizonte de placas anexionadas de hielo, pidiéndole, no, exigiéndole, que se marchase. Un camino marcado por la decisión, inspirada por aquel buen acto, de intentar salvar a cuantos pudieran ser salvados pese al choque termico. Un vano intento, reconocería, en muchas ocasiones, por mitigar el sufrimiento de aquellas pobres almas. Quizá alguno podía salvarse, quizá otros tantos no, pero no podía dejarme llevar -como ya había hecho- por el miedo o los prejuicios.
Porque podía, todavía, que alguno de ellos contuviese en su interior una pequeña chispa de bondad que pudiese ser avivada. Una pequeña chispa lo suficientemente intensa como para mantener mi propio fuego candente pese a la innata crueldad del mundo. Una crueldad de la que habia sido un necesario cómplice... Una que me había hecho ver una faceta que todos los seres humanos, de eso estaba bastante seguro, éramos capaces de adoptar.
Mi gesto casi era de súplica. No queria enfrentarme a él. No queria hacer daño a nadie. No más. No cuando quedaba la posibilidad, por pequeña que fuese, de que mi bilis, mi odio y mi frustración se equivocasen con respecto a los malvados. Aquello no era una debilidad, no, sino una decisión adoptada tras contemplar las profundidades del abismo a las que podía, demasiado fácilmente, haber llegado.
Un acto de amor puro. Un brillo de buena voluntad del corazón del más despiadado. Desde el borde de hielo, maletita en mano, contemplé aquel acto de necesaria crueldad tan seguido por la tragedia del corazón. Frunci el ceño. Sentí el impulso de saltar tras ellos, de salvarles, de intentar llevarles una redención que, pese a todo, seguramente no podría llevarles. Aquel crisol de posibilidades, aquel multiverso de lo que podría haber sido si las condiciones fueran otras me... me... hervían en el pecho.
Tras contemplar con melancolía el fin de aquellos dos, la vida reclamó mi atención haciéndome notar la figura del cenizo. Me aleje dando un par de pasos, sin darle la espalda, observando cómo el agua se introducia en el pequeño bote mojando poco a poco las armas y el cofrecito abandonado.
No me interesaba qué pudiera guardar aquello. Si acaso me hubiera interesado lanzar aquellas armas al mar, para extinguir cualquier posibilidad de convertirme en presa. No quería problemas, y creo que ninguno los queríamos, pero estaría dispuesto a luchar allí si aquel engendro pretendía retorcerlas más de lo que ya el propio devenir de acontecimientos había hecho.
Estaba cansado, harto, con la esperanza medio perdida, fragmentada al enfrentarse a la despiadada realidad que los pocos individuos que poblaban aquel archipiélago helado a la deriva habían tenido que vivir.
Señalé con mi brazo libre el horizonte de placas anexionadas de hielo, pidiéndole, no, exigiéndole, que se marchase. Un camino marcado por la decisión, inspirada por aquel buen acto, de intentar salvar a cuantos pudieran ser salvados pese al choque termico. Un vano intento, reconocería, en muchas ocasiones, por mitigar el sufrimiento de aquellas pobres almas. Quizá alguno podía salvarse, quizá otros tantos no, pero no podía dejarme llevar -como ya había hecho- por el miedo o los prejuicios.
Porque podía, todavía, que alguno de ellos contuviese en su interior una pequeña chispa de bondad que pudiese ser avivada. Una pequeña chispa lo suficientemente intensa como para mantener mi propio fuego candente pese a la innata crueldad del mundo. Una crueldad de la que habia sido un necesario cómplice... Una que me había hecho ver una faceta que todos los seres humanos, de eso estaba bastante seguro, éramos capaces de adoptar.
Mi gesto casi era de súplica. No queria enfrentarme a él. No queria hacer daño a nadie. No más. No cuando quedaba la posibilidad, por pequeña que fuese, de que mi bilis, mi odio y mi frustración se equivocasen con respecto a los malvados. Aquello no era una debilidad, no, sino una decisión adoptada tras contemplar las profundidades del abismo a las que podía, demasiado fácilmente, haber llegado.
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