Dicen que tras una ola, viene otra. [Evento] Katyon - Sasaki - Thyma

El siguiente tramo del viaje de sus vida resultaba muy poco esperanzador. Atrás dejaban las concurridas calles, las alegres tiendas y las estupendas cafeterías, para sustituirlas por horas y horas, interminables de olas y más olas. Definitivamente a Thyma no le gustaba el mar. Limitaba el número de personas con las que interactuar y eso, al final, resultaba tedioso. Además ya le habían echado de todos los sitios de interés; del almacén por romper una caja jugando, de la cocina por pensar que no podría ayudar en nada y para colmo su hermano estaba literalmente en su mundo.
La pobre Tontatta con muy pocas expectativas de diversión subió a cubierta y se sentó en la baranda a observar el extenso manto marino. -Aaaaayyyy- Suspiró sonoramente. -¿Qué puedo hacer aquí?- Se preguntó mientras rascaba su cabecita. Sólo se le ocurrió una posibilidad: pescar. Thyma no tenía ni idea de cómo se hacía eso, pero había visto a su querido hermano hacerlo cientos de veces. Parecía sencillo, solo necesitaba un palo largo, un hilo bien resistente y algo metálico para atraer los peces. En su mente todo resultaba muy fácil y se puso manos a la obra.
A toda velocidad y como si de un rayo se tratara corrió hasta el almacén, escondida para que no la vieran a buscar un buen palo. No tardó en encontrar un bastón y eso le pareció suficiente. Después ató a un extremo el hilo más duro de su colección, que además era de color rosa y no podía ser más perfecto. La pequeña pensaba que eso le encantaría a los peces. Lo más difícil sería encontrar la cosa metálica que les gustase más para atraerlos. Tras meditarlo un buen rato llegó a la conclusión de que a ningún ser en el mundo le desagradaban los cascabeles y esa sería la mejor opción. Thyma tomó una cajita de entre sus pertenencias que contenía cascabeles de varios tamaños y colores. Los usaba para hacer más divertidos y fantasiosos sus disfraces y creaciones. Ese día les daría un uso diferente.

Con su "caña de pescar" improvisada volvió a la superficie y se sentó de nuevo en la barandilla. Con mucho salero tiró el cascabel atado al hilo rosa al mar, pero se dio cuenta de que el tamaño del hilo era ridículo y apenas sobrepasaba unos centímetros sus pies. -Jaja. Más largo, boba...- Se dijo a si misma algo avergonzada de que alguien la hubiese visto hacer tal ridículo. Una vez estuvieron las modificaciones hechas, Thyma lanzó el cascabel al mar y se sentó a esperar el milagro. Pasaron dos minutos y nada. La pequeña comenzaba a impacientarse, por lo que decidió que igual el cascabel negro no lo veían bien y cambió a uno rojo brillante. Mientras esperaba, varias melodías aparecieron en su mente, al mismo tiempo. La "artista" comenzó a tararearlas y a cantarlas según iban surgiendo en su memoria. -Lalala. Pa' divertirme, pa' divertirme...Por el amooooor de esaa mujeeeeeer...Explota, explótame, expló...Sueño contiiigo....- Y así hasta acabar medio bailando sentada. Los peces seguían sin picar y eso la desesperaba. Cualquiera que estuviera en cubierta o en las estancias aledañas podría escuchar el escándalo que el aburrimiento provocaba en Thyma.

Había navegado en muchos tipos de barcos, pero nunca en uno como aquel. Hacía poco que había obtenido el Estrella Oscura tras arrebatárselo a esa panda de traficantes de animales que se habían vuelto mi tripulación, y estaba deseoso de ponerlo a prueba. Los chicos habían arreglado el estropicio causado por el niño al que llamaban «Sombra», y en aquel momento el barco se encontraba en su mejor estado posible.

—¡Iceberg a la vista! —gritó uno de los vigías, aunque no hacía falta; yo ya lo había visto venir.

Realicé una maniobra de esquiva balanceando el timón, movimiento que imitó el barco, y dejamos de lado el iceberg que amenazaba la paz de nuestra travesía. No podía negarlo, estaba de buen humor. No podía recordar la última vez que había dirigido mi propio barco estando al timón, dando órdenes. Desde luego sentaba bien tener tu propia tripulación a la que poder mangonear, y necesitaba a gente que se encargase del mantenimiento del navío. Había descubierto que si quería tener una gran tripulación, no podía esperar que todos los tripulantes fueran como la orca. Un barco en el que todos quisieran ser el capitán estaba condenado al fracaso, y no lo iba a permitir. Por otro lado, los treinta tripulantes de la Estrella Oscura no eran rivales para el pez, ni mucho menos, pero eran un número decente para realizar asaltos y saqueos, y también eran fácilmente sustituibles en caso de morir. Sí, herramientas como aquellas eran necesarias en mi camino de convertirme en el Rey de los Piratas.

—¡Iceberg a la vista! —volvió a gritar el vigía.

Con otra maniobra similar a la anterior volví a virar el barco para evitar estrellarnos contra la masa de hielo. Sí, sin duda lo estaba disfrutando, y ni la extraña presencia de los icebergs sobre el mar me iban a arruinar el día.

—¡Francisco! —bramé, llamando al intendente.

A los pocos segundos apareció desde la bodega del barco, con varios papeles en la mano.

—¿Me llamaba, capitán?

—Sí. Quédate a cargo del timón, voy a comer —le dije—. Y como me rayes el barco, te tiro por la borda.

La amenaza no era ninguna broma. Ahora tenía un barco y lo iba a cuidar como si fuera un bebé. Mejor aún, porque a un bebé no lo hubiese cuidado mucho. Bajé a la bodega, donde encontré un barril lleno de carne en salazón que me comí entero. Para bajarlo me bebí todo el contenido de otro barril, que estaba lleno de sake. Me di cuenta de que no nos quedaban muchos suministros, y no sabía cuánto tardaríamos en llegar a la siguiente isla. Si seguíamos así tendría que prohibirle a la tripulación que comiesen para así poder mantener mi consumo de calorías diario. Si alguien debía estar alimentado, debía ser el capitán.

—¡Barco a la vista! —gritó nuevamente el vigía.

Al menos en aquella ocasión había cambiado la frase, pero eso me comenzaba a cansar. Aún así, volví a la cubierta para observar con mis propios ojos el barco que había visto.

Al igual que habíamos decidido cuando llegamos a Karakuri, Alice y yo decidimos viajar a la siguiente isla por separado, sin duda alguna, el que no apareciese Hayato por ningún lado cada vez me daba peor espina ¿era posible que hubiesen acabado con el samurai y lo que estuviésemos haciendo Alice y yo era perder el tiempo? Sí, era una posibilidad en la que no quería creer bajo ningún concepto. El samurai pudiese ser que fuese un poco corto de mente, pero le conocía lo suficiente como para saber que sabía sobrevivir en casi cualquier lado y le había entrenado un gran espadachín.

Alice viajaría en su barco mientras que yo decidí subirme a otro barco cuando me enteré de que se dirigía a la misma isla. El viaje, me aseguraron y advirtieron que sería largo, aquella idea no me gustó, pero si no había de otra opción, lo mejor sería de armarme de paciencia y buscar algo que hacer durante el viaje, como podía ser entrenar un poco.

Un día durante la travesía, me encontraba en cubierta observando como se comportaba el tiempo en aquel mar, había descubierto con el poco tiempo que llevaba en “el Paraíso” que el tiempo era caprichoso y cambiaba cuando le daba la gana sin dar ninguna pista del cambio. Mientras observaba, me percaté de un ser pequeño que se movía bastante rápido. Pude ver como entró a la bodega y luego salió con un palo, le miré extrañado, pero luego vi como hacía una caña bastante rudimentaria, pude ver como se quedó corta con el hilo y como había usado unos cascabeles al final del hilo en vez de un anzuelo. Se notaba que era la primera vez que lo hacía y no creía que le ayudase que hubiese gente que se rio al ver aquello.

Sin decir ni una palabra bajé a la bodega y a uno de los tripulantes le pedí una caña y cebo para pesca. Un poco a regañadientes me prestó una caña y me dio medio cubo de gusanos para cebo. Luego salí a cubierta y me dirigí donde se encontraba el diminuto ser. Me senté a su lado y preparé la caña con un gusano en el anzuelo, luego lo lancé al agua y sujeté como las piernas la caña para prepararme una pipa.

-¿Pica alguno? – le dije al pequeño mientras cantaba algo que no entendí al no prestar atención – la verdad es que un pez asado recién pescado estaría bien para cenar.

La pesca resultó más difícil y peligrosa de lo que cabía esperar. Ya no era que no picase ni un pez, es que el barco tampoco dejaba de moverse intentando esquivar los enormes bloques de hielo sobre el agua. Algunos de ellos eran tan grandes como casas. Thyma tiraba su caña una y otra vez sin éxito, pero su ilusión de cenar pescado fresco no decaía. Durante esos momentos tuvo tiempo de pensar en su querido hermano. ¿A qué estaría jugando? ¿Qué grandes aventuras estaba viviendo? Y lo más importante: ¿Por qué demonios no le había enseñado a pescar? Todas éstas y muchas más cuestiones surcaron su mente, mientras intentaba por todos los medios no caerse de la barandilla. En realidad, viajar por separado era divertido y emocionante, otorgaba una relativa libertad que nunca antes habían vivido. Además, les habían dicho que eso les ayudaría a crecer y Thyma que era unos minutos más pequeña que su mellizo, lo necesitaba más que nadie. Le aterraba la idea de quedarse canija y por eso, todas y cada una de las noches, antes de dormir, la Tontatta se medía en el marco de la puerta para comprobar la evolución. Todos los días debía medir un poco más y de no ser así no dudaba en alzarse en puntillas para lograr la marca satisfactoria.

Mientras se peleaba con las fuerzas del basto mar, intentando arrebatarle uno de sus habitantes, un chico joven y de cabellos oscuros se posicionó a su lado. Él también portaba una caña de pescar, se la veía profesional, como la de su hermano y parecía que sabía usarla. El muchacho se interesó por las capturas de la pequeña y mostró el mismo deseo que sentía ella, al tiempo que preparaba su pipa. Thyma negó agitando su cabeza. -Ni modo.- Contestó con algo de frustración. Sacó el cascabel rojo del agua y se quedó mirando al chico. -No se si es por esas cosas o es que no les gusta el color rojo.- Le dijo señalando los icebergs. Después dejó "la caña" a un lado, apoyada de forma segura y tomó la caja en sus manos. -Me llamo Thyma Bandle y te prometo que si me ayudas a sacar uno, esta noche cenarás el pescado asado más delicioso de tu vida. Yo misma te lo prepararé.- La confianza, la firmeza con la que hablaba y su amplia sonrisa, no dejaban lugar a dudas sobre su sinceridad. -Si tu fueses un pez ¿Qué cascabel te gustaría más? Mira tengo muchos.- Thyma le enseñó la caja llena de cascabeles ordenados por tamaños y colores, para que le ayudara a escoger el más óptimo.

Thyma decidió que el moreno sería su nuevo amigo y como tal comenzó a tratarlo. Estaba enormemente feliz de que alguien la escuchase y le prestase atención un rato. Durante toda la mañana le habían estado riñendo y echando de todos los lugares, por lo que la presencia del joven era un soplo de aire fresco. La pequeña de mente inquieta no tenía mucha más distracción visual que los enormes bloques de hielo, así es que de vez en cuando, compartía con su amigo las formas que le sugerían. Un pato, un sombrero y hasta una araña pudo ver y lo cierto era que no se podía negar el parecido. Entre iceberg e iceberg y entre intentos de pesca, Thyma posó su mano sobre sus cejas para tapar los reflejos del Sol que le cegaban y visualizó algo no muy lejos. -Oye, ese barco... ¿No va muy rápido? Y... ¿No va muy directo hacia nosotros?- Dijo con un poco de miedo señalando el navío que se les aproximaba a gran velocidad. Aparentemente era bastante más grande que en el que viajaban los recién conocidos.

Cuando el pequeño ser habló me sorprendió un poco la voz que tenía, se le entendía perfectamente y con el tono propio de una mujer, pero mucho más agudo, ¿acaso podía ser por el tamaño? La joven hizo una negativa con la cabeza que confirmó con palabras de frustración. Tiró del hilo y pude ver que estaba pescando con unos cascabeles de color rojo, luego hizo un comentario para saber el motivo por el que no picaba ninguno.

-Pero, si se te ha olvidado el anzuelo, ¿cómo quieres pescar? – le pregunté acercándome a los cascabeles –. Puede que el agua ría haga que no haya tantos, pero si no tienes esto no picarán nunca. – le dije enseñándole el de la caña que me habían prestado donde ya había un gusano atravesado y que aún se movía un poco.

La joven se presentó como Thyma y me prometió cenar pescado si le proveía de dicho ingrediente y luego me preguntó por cascabeles para que les gustasen a los peces. Por un momento, en mi cabeza se me pasó por quitarle aquella sonrisa que mostraba diciéndole que los cascabeles no le servirían de nada, pero me contuve e inspeccioné la caja que me enseñaba.

-Mmm, no soy más que un iniciado en esto, pero diría que este pequeño y amarillo podría llamarles la atención, pero recuerda ponerle también un gancho para que cuando lo muerdan no se escapen. – Fui lo más amable que podía a pesar de mi aspecto, parecía que era de las pocas personas que no se sentía intimidada por solo mi apariencia.

Me quedé mirando el agua en el punto en el que la traspasaba el cordel de la caña cuando de pronto la voz de Thyma me sacó del ensimismamiento. Mencionó a otra embarcación que parecía dirigirse hacia nosotros. La miré y efectivamente, parecía que iba descontrolada o con intenciones de embestirnos. Si nos embestía quedaba claro lo que eso podía significar, piratas.

-Disculpame, joven amiga, pero voy a ver si cambio el rumbo o nos embestirá, parece que nadie, salvo tú y yo ahora, se ha dado cuenta.

Recogí la caña y corrí hacia el puesto del timonel. No había nadie en aquel momento y lo habían dejado fijo con dos cuerdas, me coloqué en posición y miré el velamen para ver hacia donde se movía el aire. Mientras lo hacía le quité las sujeciones al timón y lo comencé a girar para que las velas aprovechasen por completo el viento. Como fue evidente, casi nadie se esperaba aquel giro y en poco tiempo llegó el timonel y el capitán a reprenderme por lo que había hecho, pero antes de que pudiesen quejarse les señalé el otro barco. Sin más comenzaron a tomar sus puestos y seguir.

La pequeña no podía sentirse mas conforme con el nuevo amigo que se había echado. No solo fue muy amable, si no que además le encantaban los peces asados y era un gran pescador. Con paciencia le dio su punto de vista, a lo que Thyma se mostró muy atenta. -¿Estás seguro de eso?- Le preguntó mientras observaba el gusano retorcerse en el anzuelo, con cierta expresión de asco. -¿Cómo puede saber un pez que le encantan los bichos, si solo viven en la tierra?- Continuó preguntando al tiempo que golpeaba su sien con el dedito, invitando a su amigo a pensar. Pese a todo Thyma caso a sus palabras, a ella el cascabel amarillo también le parecía una buena opción.

Tras dar el aviso del navío veloz, Sasaki se puso raudo manos a la obra para solventar el problema, disculpándose previamente con su amiga. Al parecer era cierto que nadie, salvo ellos, habían visualizado el peligro. El Barco cada vez estaba más cerca y no parecía tener ninguna intención de apartarse del camino. Sin que Thyma se diera cuenta el chico desapareció. La Tontatta miró hacia todos los lados buscando un rastro de su amigo, pero no veía nada. -Esto solo se gira con el volante del barco.- Dijo segura de sus palabras. Thyma comenzó a correr por cubierta, buscando el acceso al puesto del timonel. Cuando llegó, encontró a su amigo haciéndose cargo del navío. Le resultó espectacular la soltura con la que se movía y como controlaba al milímetro cada acción. Desde su posición la pequeña podía ver como el barco que les atacaba pasaba de refilón por uno de los laterales. -¡TOOOMAAAAAAA LO HAS CONSEGUIDO!- Gritó emocionada con la voz aguda y estridente. En ese momento, el capitán del barco y su timonel hicieron acto de presencia. Ambos estaban furiosos por lo sucedido, aquella había sido una maniobra arriesgada y bien podría haber puesto en peligro las maderas del propio navío. Como era natural, comenzaron a reprender al muchacho. A Thyma la bronca le pareció un atropello y no lo iba a consentir. Con todo el énfasis actoral que poseía les explicó como el barco volaba hacia ellos a la velocidad de la luz y como su amigo había logrado esquivarlo de forma perfecta. - ¿Lo entendéis? Mi amigo es un héroe.- Thyma negaba con la cabeza y golpeaba el suelo con la punta de sus zapatos. -¿Es así como se tratan a los héroes por aquí?- Preguntó retóricamente con sobrado desdén. Inocentemente esperó una disculpa de aquellos hombres de mar. Disculpa la cual nunca llegó. Aquellos hombres se pusieron a trabajar de inmediato, en cuanto vieron el problema que les señalaba Sasaki, sin duda algo mucho más útil, eficaz y silencioso, que la opción de Thyma.

De malos modos y como forma de castigo les obligaron a limpiar y recoger los desperfectos que alguna rata había ocasionado en los almacenes. El capitán no tenía por qué contarles a unos viajeros esporádicos, sus apuros económicos y la falta de personal que le produjo aquella tormenta. Si Sasaki y Thyma viajaban en ese navío era única y exclusivamente porque la tripulación necesitaba conseguir berries como fuese. Pero ni por todo el oro del mundo le permitiría a un mequetrefe y a su mascota, poner en peligro lo que tanto le había costado salvar. Ese barco era su vida y nadie excepto su personal de confianza podía dirigirlo.
Una vez estuvieron en el almacén, Thyma empezó a agrupar los objetos que se encontraba desperdigados por el suelo. Con un enorme jarrón en sus manos, que movía sin esfuerzo alguno pese a su reducido tamaño, la pequeña comenzó a protestar. -Me parece fatal que te hayan castigado. ¿Qué habría pasado si no coges el volante? Eres un héroe y tal vez te tienen envidia. ¿A que si?- Le dijo mirándolo con gran fascinación.

El barco parecía ser un barco normal. Sin duda no pertenecía a la Marina o a la Legión, pero tampoco tenía el aspecto de un barco pirata. ¿Un barco de pasajeros? ¿Un barco privado? ¿Un barco de mercancías? Con suerte, se tratase de lo que se tratase, sería un barco con un botín decente.

—¡Tripulación! ¡Todos a sus puestos! —bramé.

Sin esperar ni un segundo me dirigí hacia el timón del barco, donde Francisco estaba siguiendo mis órdenes al pie de la letra. No podía decir que me sintiera orgulloso, porque no esperaba menos de mi intendente, pero en mi interior estaba complacido. Sin embargo, lo aparté bruscamente del lugar de mando y tomé las riendas de mi barco.

—Intendente, compruebe que los cañones están listos y que la tripulación tiene a punto los garfios y los tablones. Vamos a asaltar ese barco.

Normalmente podría haberlo hecho yo solo. Habría volado hasta el barco y, al aterrizar sobre él, me habría encargado de aplastar a cualquier pasajero hasta que no quedase nadie que pudiera impedirme hacerme con el botín. Pero en esta ocasión quería poner a prueba a la tripulación. Aún no habían tenido la ocasión de probar su valía, y necesitaban curtirse en batalla antes de enfrentarnos a auténticos enemigos.

Guíe a la Estrella Oscura en dirección al navío al que perseguía, cuando me di cuenta de que habían hecho un extraño movimiento. Habían realizado un giro muy cerrado, lo que indicaba que les habían visto y pretendían evadirles.

—¡Fuego! —grité.

Uno de los cañones lanzó su munición contra el barco, aunque no lo alcanzó. Aún estaban lejos y, aunque íbamos acortando la distancia poco a poco, no era suficiente, pero el disparo servía de señal. Si seguían huyendo, seguiríamos disparando.

Sujeté con más fuerza el timón y realicé la misma maniobra que habían hecho ellos hacía un instante. El barco dio un brusco giro, pero la tripulación parecía estar atenta y preparada y no hubo ningún incidente. Tampoco esperaba menos.

A medida que nos movíamos para alcanzarlos, pude distinguir algo bastante preocupante. Más allá de la dirección hacia la que se movían, parecía que iban a adentrarse en una zona de icebergs. Había grandes picos de hielos sobresaliendo de la superficie del mar, amenazando con destruir los barcos de los incautos. Yo sin dudar, continué con la persecución.

—¡Fuego! —volví a gritar.

El sonido de un cañón volvió a escucharse, y está vez el proyectil se acercó más al barco, aún sin alcanzarlo, pero lo suficiente para salpicar a alguien que estuviese asomado a la barandilla. No pensaba dejarlos escapar.

La pequeña Thyma vino hasta la popa del barco donde estaba con el timón y celebró el hecho de que evite la colisión del con el otro barco y pareció que fue la que más se molestó por la bronca que me habían echado el timonel y capitán del barco. Tanto fue así, que comenzó a explicarles lo que había sucedido con claro enojo, y como fue normal, no le hicieron caso de lo que había pasado, de pronto, un cañonazo sonó junto a un impacto a varios metros de distancia en el agua. Tal y como imaginaba, piratas.

El capitán nos ordenó bajar a la bodega para realizar algún tipo de trabajo, posiblemente recoger lo que se había caído al hacer aquella maniobra. No quise tener más problemas y le hice caso, la pequeña también lo hizo y bajó conmigo.

-Bueno, tienen razón en parte, para ellos solo soy un pasajero que no tiene idea de nada y que solo pago. Se lo pueden haber tomado como un acto de diversión. – Cogí mis armas y comprobé que estuviesen bien, en ese momento otro cañonazo impactó cerca del barco –. Parece que nos ganan terreno, esto solo puede terminar con nosotros hundiéndonos o teniendo que combatir. – Informé a la chica – Va a ser complicado que podamos disfrutar del pescado asado.

Me preparé y cogí un par de objetos que pudiese lanzar, al hacerlo los marqué, por donde los agarré para que no se viesen los kanjis, de la misma forma toqué con la punta de los dedos los clavos que llevaba en la armadura.

-Tranquila, no dejaré que lleguen hasta aquí – Dije mostrando una sonrisa, casi desquiciada –. Se me da bien lo de combatir.

No sabía si era por los nervios de que iba a comenzar un combate o porque iba a ser una forma de liberar un montón de estrés que se había ido acumulando desde la desaparición del inútil de Hayato. Al salir de la bodega vi que había bastante movimiento y bastante desorganización en cubierta. Vi que un tripulante de los que se había reído de la chica iba corriendo como perdido. Según pasó le agarre y le di unas órdenes.

-Sube al mástil principal con otros dos patanes y liberad más vela si no queréis morir. Yo me ocuparé del rumbo.

Sin esperar a replica lo empuje hacia un lado y fui hasta la cubierta del timón, donde ni el capitán ni el timonel se percataron de mi presencia.