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El día era caluroso y se hacía notar también dentro de los vagones que formaban parte del tren que unía Water Seven con Pucci, aquella isla que se acercaba cada vez más a una velocidad vertiginosa. Sky sostenía unos papeles en su mano izquierda mientras que con la derecha sujetaba la barbilla. Sus ojos caídos de sueño intentaban releer las indicaciones de la nota, o más bien pequeña misión de sus superiores. Una exhalación se le escapó mientras miraba por la ventana con aquellos ojos azulados.
- ¿Por qué siempre me tocan los huevos con este tipo de órdenes? ¿Tengo cara de conocer el arte de los sabores? ¡Soy lo más negado en la cocina que te puedas imaginar y mírame, a punto de hacer un Tour Gourmet, buscando el dulce perfecto para el cumpleaños de la hija de nuestro Oficial. - Su mirada se volvió sombría y de manera incosciente se llevó la mano a la tripa.
El viaje en tren tardó aproximadamente 2 horas y supo que se aproximaban a la estación de Pucci debido a la lenta desaceleración y a los chirridos fríos y cortos de las ruedas que se encontraban a escasa distancia, debajo de los pasajeros del vagón. Sky fué el primero en salir por la puerta, dejándola abierta tras él y buscando con la mirada la salida del tren. No fue tarea difícil ya que le sacaba casi una cabeza a los demás pasajeros y esquivando con suavidad a los demás consiguió respirar aire fresco momentos después. Lo primero que notó fueron diferentes fragancias, en especial dulces. Se hacía notar la canela sobre lo demás y según seguía caminando en dirección a la calle principal que llevaba a la plaza más cercana, las luces se volvían más densas y el olor a manzana luchaba por igualar al de la canela. De repente se encontraba rodeado de manzanas caramelizadas en todos los puestos que tenía por delante. Al parecer había pequeñas callejuelas que estaban formadas por las propias tiendas que había. Eran las fiestas de Pucci y los habitantes, hábiles cocineros, chefs y demás sorprendían a la multitud que llegaba constantemente desde Water Seven con sus más bonitas y dulces elaboraciones.
No era un secreto que Sky era un negado en la cocina, pero sí podía disfrutar de la comida como cualquier otra persona... y tuvo que secarse las babas tras encontrarse a escasos centímetros de unas manzanas gordas, rojas anaranjadas como el atardecer y rociadas con canela por encima. Echó la mano en el bolsillo y tras dejarle unas monedas en el mostrador se llevó 2 pinchadas en unos palos de madera. Miró con atención a su alrededor y resultó que se encontraba rodeado de turistas con niños, con chavales con novia que comían las manzanas a bocados grandes. Al parecer aquellas manzanas eran un producto estrella del districto y no tardó en darles la razón. El jugo que había dentro explosionó en su boca dejándole el azúcar impregnado de canela en los dientes, que se deshacían poco a poco mientras masticaba la manzana. Muy rico todo, y lo mejor de todo era que eso estaba comenzando nada más. Le quedaba un largo viaje por delante, diferentes postres que probar y salir vivo para llevarle la receta perfecta a su oficial.
Sky iba vestido de forma habitual, en su traje de color negro, con esa camisa azul apagada, que pasaba por civil a no ser por aquella Katana que llevaba colgada. Su mirada se posaba por defecto en los demás y se quedaba con sus caras, sin recordarlas... lo que quería decir es que era capaz de recordar en el futuro una cara, pero poco más. Su memoria siempre le ha ayudado en sus misiones ya que los detalles eran piezas que formaban puzles en su memoria y era capaz de acceder a la imagen como la galería de un dispositivo móvil.
Siguió caminando sin prisa, pero sin pararse demasiado observando los diferentes puestos. La noche había caído y ahora las calles estaban repletas de luces de todos los colores, que eran acompañados por risas y la alegría de la gente que festejaban la feria de Pucci, aquella isla Gourmet, que podría esconder los mejores sabores del mundo, pero había que saber dónde buscar y también había mucha gente... quizás demasiada. Sky no debía entretenerse con cualquier cosa e ir en busca de la receta perfecta, al menos ese era el motivo por su viaje hasta allí.
Sus instrucciones eran claras, seguir el rastro de la receta o del cocinero que podría hacer la tarta perfecta y habían enviado al peor cocinero del mundo. De hecho estaba vivo porque la comida se la servían en la base, o porque tenía un sueldo que le permitía comprar alimentos, ya que si de él dependiera la comida, estaría seco como un palo, o envenenado por alguna receta improvisada.
- ¿Por qué siempre me tocan los huevos con este tipo de órdenes? ¿Tengo cara de conocer el arte de los sabores? ¡Soy lo más negado en la cocina que te puedas imaginar y mírame, a punto de hacer un Tour Gourmet, buscando el dulce perfecto para el cumpleaños de la hija de nuestro Oficial. - Su mirada se volvió sombría y de manera incosciente se llevó la mano a la tripa.
El viaje en tren tardó aproximadamente 2 horas y supo que se aproximaban a la estación de Pucci debido a la lenta desaceleración y a los chirridos fríos y cortos de las ruedas que se encontraban a escasa distancia, debajo de los pasajeros del vagón. Sky fué el primero en salir por la puerta, dejándola abierta tras él y buscando con la mirada la salida del tren. No fue tarea difícil ya que le sacaba casi una cabeza a los demás pasajeros y esquivando con suavidad a los demás consiguió respirar aire fresco momentos después. Lo primero que notó fueron diferentes fragancias, en especial dulces. Se hacía notar la canela sobre lo demás y según seguía caminando en dirección a la calle principal que llevaba a la plaza más cercana, las luces se volvían más densas y el olor a manzana luchaba por igualar al de la canela. De repente se encontraba rodeado de manzanas caramelizadas en todos los puestos que tenía por delante. Al parecer había pequeñas callejuelas que estaban formadas por las propias tiendas que había. Eran las fiestas de Pucci y los habitantes, hábiles cocineros, chefs y demás sorprendían a la multitud que llegaba constantemente desde Water Seven con sus más bonitas y dulces elaboraciones.
No era un secreto que Sky era un negado en la cocina, pero sí podía disfrutar de la comida como cualquier otra persona... y tuvo que secarse las babas tras encontrarse a escasos centímetros de unas manzanas gordas, rojas anaranjadas como el atardecer y rociadas con canela por encima. Echó la mano en el bolsillo y tras dejarle unas monedas en el mostrador se llevó 2 pinchadas en unos palos de madera. Miró con atención a su alrededor y resultó que se encontraba rodeado de turistas con niños, con chavales con novia que comían las manzanas a bocados grandes. Al parecer aquellas manzanas eran un producto estrella del districto y no tardó en darles la razón. El jugo que había dentro explosionó en su boca dejándole el azúcar impregnado de canela en los dientes, que se deshacían poco a poco mientras masticaba la manzana. Muy rico todo, y lo mejor de todo era que eso estaba comenzando nada más. Le quedaba un largo viaje por delante, diferentes postres que probar y salir vivo para llevarle la receta perfecta a su oficial.
Sky iba vestido de forma habitual, en su traje de color negro, con esa camisa azul apagada, que pasaba por civil a no ser por aquella Katana que llevaba colgada. Su mirada se posaba por defecto en los demás y se quedaba con sus caras, sin recordarlas... lo que quería decir es que era capaz de recordar en el futuro una cara, pero poco más. Su memoria siempre le ha ayudado en sus misiones ya que los detalles eran piezas que formaban puzles en su memoria y era capaz de acceder a la imagen como la galería de un dispositivo móvil.
Siguió caminando sin prisa, pero sin pararse demasiado observando los diferentes puestos. La noche había caído y ahora las calles estaban repletas de luces de todos los colores, que eran acompañados por risas y la alegría de la gente que festejaban la feria de Pucci, aquella isla Gourmet, que podría esconder los mejores sabores del mundo, pero había que saber dónde buscar y también había mucha gente... quizás demasiada. Sky no debía entretenerse con cualquier cosa e ir en busca de la receta perfecta, al menos ese era el motivo por su viaje hasta allí.
Sus instrucciones eran claras, seguir el rastro de la receta o del cocinero que podría hacer la tarta perfecta y habían enviado al peor cocinero del mundo. De hecho estaba vivo porque la comida se la servían en la base, o porque tenía un sueldo que le permitía comprar alimentos, ya que si de él dependiera la comida, estaría seco como un palo, o envenenado por alguna receta improvisada.
Artorius D. Donovan
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De todos los lugares donde me habían asignado, por una vez, daba gracias a lo que fuera que hubiera allá arriba por mandarme a la isla de Pucci. ¿Qué por qué es tan especial esa isla? ¡Porque es la meca de la comida gastronómica! ¡Es el jodido Edén para aquellos con un hambre insaciable y para aquellos con ansias de probar platos exóticos que no se podían degustar en otra parte! Era el momento perfecto para que me hubieran mandado de patrulla a esa isla, menos mal que formaba parte de la jurisdicción de la Liga de los Mares. Así podía estar tranquilo sin que ningún Legionario viniera a tocarme los huevos e interrumpir mi comida. La boca se me hacía agua pensando que sería lo primero que me podía comer. ¿Quizás el distrito de la pasta? ¿El distrito de los dulces? Habían tantas opciones pero, por desgracia, mi cartera era demasiada pequeña a comparación con mi estómago. Como mucho podría comer algunos platos. Aunque... también podría apuntarme a algún concurso de comida. Así me podría salir gratis.
Nada más el barco de la Marina atracó en el muelle, salí por patas junto a los demás soldados. Por lo visto no era el único con hambre. La primera parada era el distrito del pescado y el marisco. Tenía sentido, ya que estaba al lado del mar. Me abalancé con rapidez a los puestos. Había de todo lo que una persona se pudiera imaginar. Peces de los tamaños más pequeños a los más grandes. Pescados de todos los colores y mariscos que olían muy rico . Y la gente hacían colas para poder degustar las maravillas de la cocina.
- Joder, que hambre tengo - Dije mientras me llevaba la mano al estómago, rugiendo este como si fuera un león - ¿Por qué siempre tiene que haber gente en masa donde hay rica comida? -
Mientras la gente revoloteaba de allí para allá, yo iba buscando algún puesto que no estuviera muy lleno. Aunque al menos me alegraba ver que la ciudad era bulliciosa y a los negocios locales les iba bien. Eso quería decir que podían seguir haciendo rica comida jejeje. Mis pasos me llevaron hasta un pequeño puesto en una esquina al lado de un callejón. Una abuelita con gafas estaba detrás de un puesto de takoyaki y por suerte, había poca gente. Nada más llegar me puse a mirar mientras babeaba como perro famélico como cocinaba la viejita.
- ¿Quiere un poco, señor marine? - Sonrió la abuelita - No es mucho pero es trabajo honesto. Llevo 30 años vendiendo takoyaki en este puesto, seguro que le gusta -
- ¡Claro que si! ¡Póngame una ración por favor! - Grité con júbilo y una sonrisa de oreja a oreja mientras le daba el dinero -
Nada más probar el primer bocado, mi cuerpo entró en un estado de éxtasis. Mis lágrimas brotaron de mis ojos. Nunca había probado algo tan bueno como aquello. Daba gracias a los altos mandos por destinarme a aquella isla.
Nada más el barco de la Marina atracó en el muelle, salí por patas junto a los demás soldados. Por lo visto no era el único con hambre. La primera parada era el distrito del pescado y el marisco. Tenía sentido, ya que estaba al lado del mar. Me abalancé con rapidez a los puestos. Había de todo lo que una persona se pudiera imaginar. Peces de los tamaños más pequeños a los más grandes. Pescados de todos los colores y mariscos que olían muy rico . Y la gente hacían colas para poder degustar las maravillas de la cocina.
- Joder, que hambre tengo - Dije mientras me llevaba la mano al estómago, rugiendo este como si fuera un león - ¿Por qué siempre tiene que haber gente en masa donde hay rica comida? -
Mientras la gente revoloteaba de allí para allá, yo iba buscando algún puesto que no estuviera muy lleno. Aunque al menos me alegraba ver que la ciudad era bulliciosa y a los negocios locales les iba bien. Eso quería decir que podían seguir haciendo rica comida jejeje. Mis pasos me llevaron hasta un pequeño puesto en una esquina al lado de un callejón. Una abuelita con gafas estaba detrás de un puesto de takoyaki y por suerte, había poca gente. Nada más llegar me puse a mirar mientras babeaba como perro famélico como cocinaba la viejita.
- ¿Quiere un poco, señor marine? - Sonrió la abuelita - No es mucho pero es trabajo honesto. Llevo 30 años vendiendo takoyaki en este puesto, seguro que le gusta -
- ¡Claro que si! ¡Póngame una ración por favor! - Grité con júbilo y una sonrisa de oreja a oreja mientras le daba el dinero -
Nada más probar el primer bocado, mi cuerpo entró en un estado de éxtasis. Mis lágrimas brotaron de mis ojos. Nunca había probado algo tan bueno como aquello. Daba gracias a los altos mandos por destinarme a aquella isla.
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El joven adulto encontró un pequeño banco sobre el que se dejó caer mientras levantaba la vista al cielo. Sus ojos se quedaron quietos, observando el vasto cielo pintado de pequeños puntos blancos que parpadeaban de vez en cuando. Se quedó en esa postura aletargado un largo rato hasta que algo interrumpió su silencioso descanso. Una pelota había golpeado de lleno en su cara dejándose caer algunas motas de polvo. Se le hinchó una vena en la sien y su intención era girar rápidamente la cabeza buscando al culpable pero todo acabó en un pequeño quejido llevándose la mano al cuello. Al haber estado tanto tiempo quieto se le había entumecido el cuello. Unos pequeños pasos, tímidos, se acercaron y un niño apareció con la mano tendida esperando que se le devolviera el balón. Sky le miró durante unos segundos, sopesando su respuesta que acabó en un silencio incómodo, y con un leve gesto le tiró de vuelta aquella pelota.
Acto seguido se levantó y estiró un poco los brazos, recuperando movilidad. Echó mano al bolsillo y se encontró con la cartera. La abrió y sacó un billete. Había pasado un par de horas desde aquella pequeña merienda y se le antojaba una comida de verdad. Echó a andar sin un destino claro ya que desconocía la estructura de la ciudad. Tras una agradable y larga caminata donde se fijaba en la felicidad que reflejaba las caras de los ancianos acompañados de sus nietos, se paró en un cruce donde los olores dulces se combinaban con un fresco aroma marítimo. El cielo se vertía en el mar, en un azul azabache que parecía estar vivo y moviéndose sin prisa alguna hacia la orilla.
Sky se percató de que la ciudad estaba bien distribuida y la organización de los puestos de comida iban acorde a la geografía del terreno. Las zonas costeras te deleitaba con puestos de pescado frito, marisco fresco cocinado de mil formas, mientras que la zona central era el pecado dulce, donde no importaba desde dónde venías, el postre siempre podría encontrarse con facilidad. Él venía del centro y había caminado en línea recta hasta bajar unas escaleras y estar en un paseo marítimo repleto de locales coloridos y repletos de vida. También observó que entre los isleños Pucciníes podía uno ver cada vez más soldados Marines. Su cuerpo se tensó levemente pero en su cara no dejo que se le cambiara la expresión, manteniendo aquella pasiva mirada posándose en los puestos buscando un sitio para cenar.
El muchacho era conocedor del sitio y que estaba en la jurisdicción de la Liga de los Mares, por lo tanto su placa de Legionario se encontraba en forma de colgante, debajo de la camisa. Por su vestimenta neutra sería difícil que alguien adivinara quien es, a no ser que Sky se lo haga saber voluntariamente.
No tardó mucho en interrumpir su caminata ya que le llamó la atención una risa tonta y una silueta observando a una señora muy entrada en edad preparando Takoyaki. El olor era fuerte y agradable, parecido al de la brisa marina. Se notaba que usaba producto fresco, pescado ese mismo día y la salsa que usaba para el alimento era espesa pero bien homogenizada. A pesar de ser un negado con las manos en la cocina él era consciente de la dificultad y los procesos específicos que hacen falta para conseguir un resultado tan perfecto como el de aquella anciana preparando Takoyaki; parece hasta fácil.
Sky encontró una silla libre y aceleró durante dos pasos para cogerla. Acto seguido la acercó arrastrando sus patas traseras hasta que la anciana quedó en su rango de visión, al lado de una familia y unos Marines que estaban más atrás riendo y zampando unos takoyaki preparados con anterioridad. Había otra persona más, que parecía disfrutar tanto como él del proceso que hacía falta para transformar los ingredientes en unas pequeñas bolitas calientes y de rico sabor.
- ¿Podría ponerme una ración grande, abuela? ¡Tengo hambre! - dijo Sky dejándose caer sobre la silla mientras dejaba escapar una sonrisa pura. Aquellas noches le recordaban a las tardías caminatas que hacía con sus padres de pequeño, tras dejar el trabajo hecho y el barco cargado de mercancía. El olor a mar formaba parte de su niñez hasta que el olor a hierro de la sangre la contaminó, pero momentos como ese, como el simple hecho de pedir unos Takoyaki, mantenían la esencia pura de un recuerdo y no dejaba que las pesadillas se adueñaran de él.
La abuela le miró un rato y tras limpiarse las manos, mostró una dentadura perfecta a pesar de su edad y se puso manos a la obra, contenta de que alguien, con un solo gesto, había valorado y agradecido el trabajo que ella cumplía en esa ciudad gourmet.
- Por cierto abuelita, estoy buscando información sobre los postres típicos de la zona, y no me vale cualquier Puddin de sobre, ¿me entiendes? Estoy buscando algo más profundo, algo que contenga varias capas de sabores. Algo que eleve tu espíritu en cada cucharada... ¿Sabrías recomendarme a alguien?
El muchacho había entablado aquella conversación en voz alta, en un principio dirigida a la anciana, pero con afán de que si alguien poseía más información, estaría dispuesto a escucharla de buena gana.
Acto seguido se levantó y estiró un poco los brazos, recuperando movilidad. Echó mano al bolsillo y se encontró con la cartera. La abrió y sacó un billete. Había pasado un par de horas desde aquella pequeña merienda y se le antojaba una comida de verdad. Echó a andar sin un destino claro ya que desconocía la estructura de la ciudad. Tras una agradable y larga caminata donde se fijaba en la felicidad que reflejaba las caras de los ancianos acompañados de sus nietos, se paró en un cruce donde los olores dulces se combinaban con un fresco aroma marítimo. El cielo se vertía en el mar, en un azul azabache que parecía estar vivo y moviéndose sin prisa alguna hacia la orilla.
Sky se percató de que la ciudad estaba bien distribuida y la organización de los puestos de comida iban acorde a la geografía del terreno. Las zonas costeras te deleitaba con puestos de pescado frito, marisco fresco cocinado de mil formas, mientras que la zona central era el pecado dulce, donde no importaba desde dónde venías, el postre siempre podría encontrarse con facilidad. Él venía del centro y había caminado en línea recta hasta bajar unas escaleras y estar en un paseo marítimo repleto de locales coloridos y repletos de vida. También observó que entre los isleños Pucciníes podía uno ver cada vez más soldados Marines. Su cuerpo se tensó levemente pero en su cara no dejo que se le cambiara la expresión, manteniendo aquella pasiva mirada posándose en los puestos buscando un sitio para cenar.
El muchacho era conocedor del sitio y que estaba en la jurisdicción de la Liga de los Mares, por lo tanto su placa de Legionario se encontraba en forma de colgante, debajo de la camisa. Por su vestimenta neutra sería difícil que alguien adivinara quien es, a no ser que Sky se lo haga saber voluntariamente.
No tardó mucho en interrumpir su caminata ya que le llamó la atención una risa tonta y una silueta observando a una señora muy entrada en edad preparando Takoyaki. El olor era fuerte y agradable, parecido al de la brisa marina. Se notaba que usaba producto fresco, pescado ese mismo día y la salsa que usaba para el alimento era espesa pero bien homogenizada. A pesar de ser un negado con las manos en la cocina él era consciente de la dificultad y los procesos específicos que hacen falta para conseguir un resultado tan perfecto como el de aquella anciana preparando Takoyaki; parece hasta fácil.
Sky encontró una silla libre y aceleró durante dos pasos para cogerla. Acto seguido la acercó arrastrando sus patas traseras hasta que la anciana quedó en su rango de visión, al lado de una familia y unos Marines que estaban más atrás riendo y zampando unos takoyaki preparados con anterioridad. Había otra persona más, que parecía disfrutar tanto como él del proceso que hacía falta para transformar los ingredientes en unas pequeñas bolitas calientes y de rico sabor.
- ¿Podría ponerme una ración grande, abuela? ¡Tengo hambre! - dijo Sky dejándose caer sobre la silla mientras dejaba escapar una sonrisa pura. Aquellas noches le recordaban a las tardías caminatas que hacía con sus padres de pequeño, tras dejar el trabajo hecho y el barco cargado de mercancía. El olor a mar formaba parte de su niñez hasta que el olor a hierro de la sangre la contaminó, pero momentos como ese, como el simple hecho de pedir unos Takoyaki, mantenían la esencia pura de un recuerdo y no dejaba que las pesadillas se adueñaran de él.
La abuela le miró un rato y tras limpiarse las manos, mostró una dentadura perfecta a pesar de su edad y se puso manos a la obra, contenta de que alguien, con un solo gesto, había valorado y agradecido el trabajo que ella cumplía en esa ciudad gourmet.
- Por cierto abuelita, estoy buscando información sobre los postres típicos de la zona, y no me vale cualquier Puddin de sobre, ¿me entiendes? Estoy buscando algo más profundo, algo que contenga varias capas de sabores. Algo que eleve tu espíritu en cada cucharada... ¿Sabrías recomendarme a alguien?
El muchacho había entablado aquella conversación en voz alta, en un principio dirigida a la anciana, pero con afán de que si alguien poseía más información, estaría dispuesto a escucharla de buena gana.
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Joder que bueno estaba el maldito pulpo, me daban ganas de mudarme a aquella isla y poder comer todos los días estos platos tan ricos. Si un takoyaki estaba tan rico, no me quería ni imaginar como serían los otros platos de la zona. La pizza, la carne... Ufff, una pizza de piña y un buen bistec. De solo pensarlo la boca se me hacía agua. Y el plato que me acababa de comer de pulpo no me bastaba para saciar mi gran apetito. Me apresuré a pedirle otra ración grande a la amable abuelita. No sin antes felicitarla por lo rica que estaba su comida y que no entendía porque no se acercaba más gente como en los otros puestos. Me di cuenta que un muchacho se había sentado al lado y también le había pedido comida a la abuela. Parecía ser un hombre un poco mayor que yo con una katana en su hombro. Iba vestido de traje. Parecía que él también sabía apreciar la buena comida. La abuela se apresuró a hacer los pedidos con una habilidad y rapidez que me sorprendieron. Se notaba que llevaba muchos años tras los fogones, construyendo su técnica.
- Aquí tenéis vuestros pedidos, jóvenes. Os he añadido un poco más porque me caéis bien, tengo buen ojo para la gente - Sonrió dejando la comida en la madera - Respecto a tu pregunta joven... No sé si me estás preguntando por droga o por alguna comida que te deje en un estado similar - Respondió al joven de la katana para después acercarse un poco más, bajando la voz - Pero conozco a un cocinero de alto nivel que fácilmente podría estar entre los mejores del mundo, su comida te deja en un estado de estasis, como si todos tus problemas desaparecieran de un plumazo y estuvieras en otra dimensión. Podrías probar por el barrio de la pasta, en el restaurante Dolce Dressrossa -
¿Una comida que era tan buena que te dejaba en un estado de euforia? ¡Tenía que encontrar yo también a ese legendario cocinero y que me preparase su mejor plato también! No había que pensarlo mucho, si podía probar un platillo de otro mundo no me importaba recorrer toda la maldita isla buscando al susodicho hasta debajo de las piedras. Me preguntaba si su legendaria técnica podría calmar mi apetito. Muchos lo habían intentado pero muchos habían fracasado. Durante años había recorrido muchos restaurantes y bares buscando chefs que pudieran acabar con mi constante hambre. Según me había dicho el psicólogo del cuartel, sufría de una adición a la comida además de que debido a ella, me era muy difícil saciar mi apetito. Esperaba que esta fuera distinto y me llevara una agradable sorpresa.
-¡Ey! ¡Si vas en busca de ese legendario chef déjame ayudarte! Yo quiero probar esa deliciosa comida - Dije poniendo el envase de la comida en la tabla del puesto con un poco de comida en la cara - Soy Artorius D. Donovan, Marine. Es un placer conocerte... ¿Cómo te llamas? - Pregunté con una sonrisa cálida .
- Aquí tenéis vuestros pedidos, jóvenes. Os he añadido un poco más porque me caéis bien, tengo buen ojo para la gente - Sonrió dejando la comida en la madera - Respecto a tu pregunta joven... No sé si me estás preguntando por droga o por alguna comida que te deje en un estado similar - Respondió al joven de la katana para después acercarse un poco más, bajando la voz - Pero conozco a un cocinero de alto nivel que fácilmente podría estar entre los mejores del mundo, su comida te deja en un estado de estasis, como si todos tus problemas desaparecieran de un plumazo y estuvieras en otra dimensión. Podrías probar por el barrio de la pasta, en el restaurante Dolce Dressrossa -
¿Una comida que era tan buena que te dejaba en un estado de euforia? ¡Tenía que encontrar yo también a ese legendario cocinero y que me preparase su mejor plato también! No había que pensarlo mucho, si podía probar un platillo de otro mundo no me importaba recorrer toda la maldita isla buscando al susodicho hasta debajo de las piedras. Me preguntaba si su legendaria técnica podría calmar mi apetito. Muchos lo habían intentado pero muchos habían fracasado. Durante años había recorrido muchos restaurantes y bares buscando chefs que pudieran acabar con mi constante hambre. Según me había dicho el psicólogo del cuartel, sufría de una adición a la comida además de que debido a ella, me era muy difícil saciar mi apetito. Esperaba que esta fuera distinto y me llevara una agradable sorpresa.
-¡Ey! ¡Si vas en busca de ese legendario chef déjame ayudarte! Yo quiero probar esa deliciosa comida - Dije poniendo el envase de la comida en la tabla del puesto con un poco de comida en la cara - Soy Artorius D. Donovan, Marine. Es un placer conocerte... ¿Cómo te llamas? - Pregunté con una sonrisa cálida .
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Sky rió entre dientes al ver que la abuelita era una cachonda perdida. Ofreció aquella ración grande de bolitas de pulpo que fue devorada en cuestión de segundos. Primero, estaba rica y segundo, Sky tenía bastante hambre.
- Entonces, me estás diciendo que este cocinero, que está en el barrio de la pasta... en el Dolce Dressrossa has dicho, verdad¿ -.Vio mover la cabeza en señal de aprobación, pero la voz del otro invitado de la abuela se había fijado en él y se presentó con amabilidad.
- ¡Puedes llamarme Sky, a secas! -, Su tono de voz era firme y directo. Le transmitía buenas vibraciones aquel joven, pero mantuvo un pequeño atisbo de tristeza. Artorius se había presentado como Marine, es decir hubo una época en la que compartían las creencias y modo de vivir pero ahora Sky seguía siendo leal al Gobierno Mundial. Lo único que le tranquilizaba era que al menos, mantenían su firmeza en la justicia y seguirían protegiendo al débil. Por lo tanto, mirando más allá del velo de las autoridades, Artorius parecía un buen hombre. Quizás no fuera mala idea ir con él y acompañarle a lo largo de la noche, ya que mejor 2 opiniones que la de uno, tratándose del sabor de la comida.
- Te invito yo a esta ronda. ¡Abuelita, guárdate lo que te ha pagado él como propina y he aquí el dinero para ambas raciones! -. El muchacho añadió otras 2 monedas al montón que había dejado antes en la mesa y tras levantarse dió por aceptada la invitación de Artorius para ir en busca de la elevación suprema, del éxtasis culinario. Seguramente aquel cocinero sería capaz de hacer la receta que básicamente era su misión.
Miró con la cara embobada al marine y le hizo señas para que le siguiese fuera y ambos empezaron a caminar por las calles en dirección al barrio de la pasta. Sky no se había presentado como legionario, simplemente dijo su nombre, ya que no sabía como podría reaccionar Artorius y eso era un factor que pondría en riesgo la pequeña misión. Tampoco era de importancia en esa situación, al fin y al cabo eran 2 hombres que se acababan de conocer y que compartían una alegría, un placer básico que era la buena comida.
Volvió a dejar 1 moneda ligeramente más pesada, que contenía el valor suficiente para pagar las 2 cervezas que ahora sostenía y alargando el brazo, dejó una de ellas al cuidado de Artorius.
- ¡Salud! -. Bebió tras lo cual se limpió con la otra mano la espuma y un olor a Pesto le llamó la atención tanto que se puso de puntillas (a pesar de su altura 1,90) en busca del origen. Sin haberse dado cuenta, estaban a las puertas del barrio de la pasta y el ambiente era ligeramente mas cargado. Había menos niños, los hombres iban casi todos de traje y las mujeres insinuaban más piel con su moda y estilo. Había muchas vitrinas donde estaban a la vista una variedad inimaginable de recetas preparadas de mil formas y todas ellas, relacionadas con la pasta. En algunas vitrinas había incluso mujeres bailando, haciéndoles señas y bajándose ligeramente el tirante del sujetador (barrio rojo). Sky se sonrojó y miró hacia otro lado, evitando la tentación. Le gustaban las mujeres, como a cualquiera, pero era disciplinado y eso venía de serie en un legionario.
- Artorius, gracias por acompañarme, o dejarme acompañarte. Ya no sé ni lo que digo, será por culpa de esta cerveza, que está muy buena. ¿Has conseguido ver algo que nos lleve hasta aquel cocinero exótico, que es exitoso y que cumple con las expectativas, de tal manera que sus recetas son exquisitas? -. Tras aquella frase rompió a reir a que le había salido un juego de palabras un tanto extraño. Tampoco era un showman, eso había que entenderlo. Sky era simplemente un chaval de 26 años, que acababa de conocer a un amigo, y era cierto que se encontraba bien. La búsqueda del mejor cocinero podría haber sido tediosa, pero nada más y nada menos y por supuesto, con una cerveza en la mano se estaba volviendo agradable.
- Entonces, me estás diciendo que este cocinero, que está en el barrio de la pasta... en el Dolce Dressrossa has dicho, verdad¿ -.Vio mover la cabeza en señal de aprobación, pero la voz del otro invitado de la abuela se había fijado en él y se presentó con amabilidad.
- ¡Puedes llamarme Sky, a secas! -, Su tono de voz era firme y directo. Le transmitía buenas vibraciones aquel joven, pero mantuvo un pequeño atisbo de tristeza. Artorius se había presentado como Marine, es decir hubo una época en la que compartían las creencias y modo de vivir pero ahora Sky seguía siendo leal al Gobierno Mundial. Lo único que le tranquilizaba era que al menos, mantenían su firmeza en la justicia y seguirían protegiendo al débil. Por lo tanto, mirando más allá del velo de las autoridades, Artorius parecía un buen hombre. Quizás no fuera mala idea ir con él y acompañarle a lo largo de la noche, ya que mejor 2 opiniones que la de uno, tratándose del sabor de la comida.
- Te invito yo a esta ronda. ¡Abuelita, guárdate lo que te ha pagado él como propina y he aquí el dinero para ambas raciones! -. El muchacho añadió otras 2 monedas al montón que había dejado antes en la mesa y tras levantarse dió por aceptada la invitación de Artorius para ir en busca de la elevación suprema, del éxtasis culinario. Seguramente aquel cocinero sería capaz de hacer la receta que básicamente era su misión.
Miró con la cara embobada al marine y le hizo señas para que le siguiese fuera y ambos empezaron a caminar por las calles en dirección al barrio de la pasta. Sky no se había presentado como legionario, simplemente dijo su nombre, ya que no sabía como podría reaccionar Artorius y eso era un factor que pondría en riesgo la pequeña misión. Tampoco era de importancia en esa situación, al fin y al cabo eran 2 hombres que se acababan de conocer y que compartían una alegría, un placer básico que era la buena comida.
Volvió a dejar 1 moneda ligeramente más pesada, que contenía el valor suficiente para pagar las 2 cervezas que ahora sostenía y alargando el brazo, dejó una de ellas al cuidado de Artorius.
- ¡Salud! -. Bebió tras lo cual se limpió con la otra mano la espuma y un olor a Pesto le llamó la atención tanto que se puso de puntillas (a pesar de su altura 1,90) en busca del origen. Sin haberse dado cuenta, estaban a las puertas del barrio de la pasta y el ambiente era ligeramente mas cargado. Había menos niños, los hombres iban casi todos de traje y las mujeres insinuaban más piel con su moda y estilo. Había muchas vitrinas donde estaban a la vista una variedad inimaginable de recetas preparadas de mil formas y todas ellas, relacionadas con la pasta. En algunas vitrinas había incluso mujeres bailando, haciéndoles señas y bajándose ligeramente el tirante del sujetador (barrio rojo). Sky se sonrojó y miró hacia otro lado, evitando la tentación. Le gustaban las mujeres, como a cualquiera, pero era disciplinado y eso venía de serie en un legionario.
- Artorius, gracias por acompañarme, o dejarme acompañarte. Ya no sé ni lo que digo, será por culpa de esta cerveza, que está muy buena. ¿Has conseguido ver algo que nos lleve hasta aquel cocinero exótico, que es exitoso y que cumple con las expectativas, de tal manera que sus recetas son exquisitas? -. Tras aquella frase rompió a reir a que le había salido un juego de palabras un tanto extraño. Tampoco era un showman, eso había que entenderlo. Sky era simplemente un chaval de 26 años, que acababa de conocer a un amigo, y era cierto que se encontraba bien. La búsqueda del mejor cocinero podría haber sido tediosa, pero nada más y nada menos y por supuesto, con una cerveza en la mano se estaba volviendo agradable.
Artorius D. Donovan
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El joven respondió al nombre de Sky, un nombre divertido en mi opinión. Había oído muchos nombres a lo largo de mi vida, pero nunca uno como ese. Me olía que el joven podría ser un pirata o algo por el estilo. Pero me daba igual, pues le veía con buenos ojos. ¡Además se ofreció a invitarme a algo! Si me invitaba a comer era imposible que fuera alguien malvado. Además, necesitaba a alguien que me acompañara por la isla y evitara que me saliera de control. Me conocía y probablemente me iba a meter en algún follón a causa de mi hambre constante. Ya había recibido varias quejas de mi oficial al mando. ¡Pero es que no podía evitarlo! ¡La comida era un regalo de los dioses y me habían castigado con comer hasta explotar!
- ¡Muchas gracias por la invitación, Sky! ¡A la próxima invito yo - Exclamé con una sonrisa de oreja a oreja - Creo que eres buena persona, sobre todo por tu forma de hablar con la anciana - Devoré la ración como una llama un pasto - Debes saber que tengo una adicción a la comida, así que no sorprendas mucho si me ves hacer o decir algo raro -
Reí a carcajadas. Luego de comer y saciar un mínimo el estómago además de disfrutar de una refrescante cerveza. Mi nuevo amigo me hizo señas de que le siguiera. Anduvimos por las calles, con delicioso olor a especias y condimentos. Al fin habíamos llegar al barrio de la pasta. Mucha gente parecían sacados de una peli de mafias. Trajes elegantes para los hombres y las mujeres iban coquetas con aroma a perfume de flores. Aquello era realmente pastalandia. ¡Había comida de pasta en todos sitios! ¡Incluso los malditos escaparates mostraban platos de spaghetti, pizzas y demás como si fueran cosas de lujo! Pero lo más raro de todo, era que en algunos escaparates habían mujeres incitando con la mirada y sus cuerpos mientras dudaban de si quitarse la ropa o no.
- Meh, si no es comida no estoy interesado - Me encogí de hombros mirando a lo que realmente importaba, la comida. Sin embargo, observé que mi compañero estaba rojo por el espectáculo de las chicas - ¡Vaya, parece que te da un poco de vergüenza ver a un par de mujeres ligeras de ropa, ¿eh? - Reí bien alto y le di una palmadita en la espalda - No te preocupes colega, yo también te necesito. Me podría perder por esta capital de la gula -
Para comenzar nuestra búsqueda del cocinero famoso, había que entrar en el restaurante que mencionó la anciana. ¿Dolce Dressrosa se llamaba? Vaya nombre más simplón le ponen a las cosas, macho. Busqué con la mirada entre los numerosos locales de la zona. Hasta que encontré un restaurante con terraza con un letrero con luces de león. Un poco más y me dejaba ciego, el cartelito de los cojones.
- Ey, creo que ya vi nuestro destino. ¡Podrían ser un poco menos cantosos con las luces! - Me quejé llevándome las manos a los ojos - Si me dejan ciego les arruino el negocio comiéndomelo todo, yo aviso - Sonreí de forma pícara a la vez que lideraba el camino rumbo a la primera parada.
El exterior era una terraza elegante, decorada con algunas plantas en los lados y con mucha gente de clases sociales distintas, pero había más de clase media. Las camareras eran guapas, eso tenía que reconocerlo. Iban vestidas con un traje blanco y llevaban sus pelos recogidos en una trenza. Me acerqué a una de ellas.
- Disculpa, bonita. ¿Podríamos hablar con el encargado? Queremos preguntarle algo - Nada más acabar de hablar, la chica se ruborizó, siempre tenía el mismo efecto mi sonrisa de galán.
- Ehmmm... ¡Si, si! El señor Giorno está en su despacho, ¡por favor, seguidme! - Desvió la mirada y se tapó la cara con la bandeja caminando hacia el interior del restaurante a paso ligero.
- Vamos, Skye. Parece que el uniforme ayuda para estas cosas - Reí siguiéndole el paso a la muchacha.
- ¡Muchas gracias por la invitación, Sky! ¡A la próxima invito yo - Exclamé con una sonrisa de oreja a oreja - Creo que eres buena persona, sobre todo por tu forma de hablar con la anciana - Devoré la ración como una llama un pasto - Debes saber que tengo una adicción a la comida, así que no sorprendas mucho si me ves hacer o decir algo raro -
Reí a carcajadas. Luego de comer y saciar un mínimo el estómago además de disfrutar de una refrescante cerveza. Mi nuevo amigo me hizo señas de que le siguiera. Anduvimos por las calles, con delicioso olor a especias y condimentos. Al fin habíamos llegar al barrio de la pasta. Mucha gente parecían sacados de una peli de mafias. Trajes elegantes para los hombres y las mujeres iban coquetas con aroma a perfume de flores. Aquello era realmente pastalandia. ¡Había comida de pasta en todos sitios! ¡Incluso los malditos escaparates mostraban platos de spaghetti, pizzas y demás como si fueran cosas de lujo! Pero lo más raro de todo, era que en algunos escaparates habían mujeres incitando con la mirada y sus cuerpos mientras dudaban de si quitarse la ropa o no.
- Meh, si no es comida no estoy interesado - Me encogí de hombros mirando a lo que realmente importaba, la comida. Sin embargo, observé que mi compañero estaba rojo por el espectáculo de las chicas - ¡Vaya, parece que te da un poco de vergüenza ver a un par de mujeres ligeras de ropa, ¿eh? - Reí bien alto y le di una palmadita en la espalda - No te preocupes colega, yo también te necesito. Me podría perder por esta capital de la gula -
Para comenzar nuestra búsqueda del cocinero famoso, había que entrar en el restaurante que mencionó la anciana. ¿Dolce Dressrosa se llamaba? Vaya nombre más simplón le ponen a las cosas, macho. Busqué con la mirada entre los numerosos locales de la zona. Hasta que encontré un restaurante con terraza con un letrero con luces de león. Un poco más y me dejaba ciego, el cartelito de los cojones.
- Ey, creo que ya vi nuestro destino. ¡Podrían ser un poco menos cantosos con las luces! - Me quejé llevándome las manos a los ojos - Si me dejan ciego les arruino el negocio comiéndomelo todo, yo aviso - Sonreí de forma pícara a la vez que lideraba el camino rumbo a la primera parada.
El exterior era una terraza elegante, decorada con algunas plantas en los lados y con mucha gente de clases sociales distintas, pero había más de clase media. Las camareras eran guapas, eso tenía que reconocerlo. Iban vestidas con un traje blanco y llevaban sus pelos recogidos en una trenza. Me acerqué a una de ellas.
- Disculpa, bonita. ¿Podríamos hablar con el encargado? Queremos preguntarle algo - Nada más acabar de hablar, la chica se ruborizó, siempre tenía el mismo efecto mi sonrisa de galán.
- Ehmmm... ¡Si, si! El señor Giorno está en su despacho, ¡por favor, seguidme! - Desvió la mirada y se tapó la cara con la bandeja caminando hacia el interior del restaurante a paso ligero.
- Vamos, Skye. Parece que el uniforme ayuda para estas cosas - Reí siguiéndole el paso a la muchacha.
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Aquellas doncellas atrapadas entre el aire lleno de fragancias feriales y aroma de escaparate sabían ganarse la atención de cualquiera que pasara por allí menos de su acompañante. Artorius le dió una palmada que lo sacó de su ensimismamiento y le hizo seguirle hacia un local grande con un letrero majestuoso el estilo de neón. Aquellas luces se reflejaban en la ropa, en las mejillas y generaba una atmósfera peculiar que te invitaba sin palabras a entrar y descubrir qué más escondía aquel restaurante. Las letras eran grandes y gruesas y estaban perfectamente alineadas una con otra, quizás obra de la misma perfección. El olor a tomate y orégano se adueñaba del olfato y bajaba como una piedra hacia el estómago haciendo olvidar al cuerpo que había comido y le invitaba a ponerse en modo hambre de nuevo.
Sky salió de sus pensamientos cuando escuchó la irritable risa nerviosa de una de las camareras que había sido secuestrada unos instantes por Artorius, un chaval con mucho carisma, muy seguro de sí mismo y con una sonrisa que sabía hacerte callar cuando quería. La camarera asintió ligeramente y nos hizo seguirla. Íbamos a ver al jefe del restaurante y eso, no era algo que pedían unos comensales baratos ni típicos. También era un poco extraño que la chica no ofreció ningún tipo de resistencia disuasoria y aceptó de buena gana. ¿Sería un jefe maravilloso?
El ambiente cambió al girar la segunda esquina. Primero tuvimos que pasar por un pasillo largo lleno de cuadros en ambos lados de cocineros muy fornidos, de robusto cuerpo y pelirrojos. Ese pelo te recordaba a la salsa de tomate con orégano y si uno se descuidaba podría encontrarse lamiendo la foto. Siguieron unos pasos más y tras cruzar una puerta doble y alargada de madera todo el aire se humedeció y asesinó la fragancia de la comida, dando paso al olor de las flores de cerezo. Los dos chicos habían permanecido en silencio, observando todo y siguieron a la camarera sin decir ni mú, pero toda la sala se había quedado en silencio, observándolos.
Los chicos estaban ahora mismo en unos jacuzzis, que estaban formados por 2 piscinas gigantes con paredes de madera, el agua cubría hasta la cintura y en cada lado podría haber al menos 50 personas tatuadas en la espalda y brazos. Aquel restaurante, aquella familia al parecer no se dedicaba únicamente a la comida y podría tratarse de una mafia Pucciníe. Cuando se abrieron las puertas y la camarera caminó sin aminorar su marcha, el silenció cayó como una cortina de humo que poco a poco fué diluyéndose y empezaron a caer murmullos como gotas de agua en una lluvia de verano.
Sky miró relajado de derecha a izquierda, Artorius mantenía su sonrisa firme y mantuvieron su silencio. Al parecer aquella camarera, en su inocencia, entendió por parte de Artorius que estaban pidiendo una cita con el jefe del clan de la mafia de Pucci, y no con el simple encargado de la terraza, de la parte exclusivamente que ofrecía pasta. Quizás la katana que iba con Sky tuviera algo que ver , quizás el atuendo y la confianza de Artorius hizo que la chica interpretara que ambos tenían asuntos pendientes con Buñuelo, el jefe del clan.
Aquella sala se hizo infinita de caminar, los presentes afilaron miradas unos contra otros pero nadie soltó ningún comentario, ninguna provocación, ningún gesto. Eso demostraba honradez, respeto hacia su jefe. Nadie tenía permitido hacer algo que no fueran seguir las órdenes de Buñuelo. Los invitados no habían mostrado señales de violencia ni provocación por lo tanto ellos mantendrían un carácter pasivo. El jefe recibía visitas de vez en cuando y siempre pasaban por aquel jacuzzi antes para demostrar que Buñuelo tenía recursos, era un pez gordo en aquel barrio, en aquella isla.
La puerta crujió ligeramente al abrirse y el ambiente húmedo del jacuzzi se quedó atrás dando paso a un ambiente mucho más oscuro, una mesa redonda para un puñado de gente pero ahora mismo solo había 3 personas presentes más las 3 que estaban llegando, la camarera, Artorius y Sky. En la mesa estaba Buñuelo, su guardaespaldas y un cocinero que vestía un pañuelo blanco en la cabeza y un delantal de color rosa salmón. Todo lo demás sobraba, el cocinero estaba como Dios le trajo al mundo. Draken, el guardaespaldas no sonrió, no puso mala cara, de hecho no estaban seguros de si era una estatua o una persona porque parecía que no estaba ni respirando. Era el hombre mas pasivo del mundo. Todos estos fueron presentados por la camarera, que a su vez presentó a los 2 nuevos invitados. Por supuesto, salió su nerviosa risa y desapareció de la escena volviendo por el mismo camino.
El pelirrojo, Buñuelo les observó un buen rato y acto seguido cogió un cuchillo de cocina de la mesa y empezó a moverlo entre los dedos con una soltura increible. Draken ladeó ligeramente el cuello haciéndolo crujir y el cocinero, que no tenía nombre por ahora había ignorado completamente a todos, sonriendo y ronroneando una canción mientras hacía saltar las verduras y carne en la sartén. En la mesa, el ambiente se podía confundir con extrema facilidad en un ambiente no hostil pero todo lo contrario. Cualquier acción por parte de los recién llegados podría cambiar el rumbo de aquella noche.
¿Se sentarán en la mesa o abrirán un diálogo? Sky no dijo nada y cogió una silla y en un instante estaba sentado, al lado de Buñuelo, mirándole a él e ignorando por completo aquellos malabares con el cuchillo. Estaba mostrando control, cero miedo por un jefe de la mafia. Eran importantes las primeras impresiones. Estaba esperando a ver qué es lo que haría Artorius.
¡Eh cocinero, no sabrás donde se venden los mejores Takoyakis de la isla, verdad? - Dijo Sky con un tono divertido obviando la violencia del momento, recién llegado con personas que no conocía, pero por alguna razón el cocinero no se sentía amenazado por los 100 soldados del jacuzzi, por el aislado despacho de Buñuelo que consistía en una batería de cocina y una mesa redonda a la que asistían ahora 4 personas más.
Una voz melodiosa y divertida brotó del cocinero. - ¡Veo que habéis conocido a mi abuelita! Esos Takoyaki se derriten en tu boca.. pero yo estoy en medio de un reto con Buñuelo ahora mismo. Tengo que cocinarle el mejor plato de su vida ahora mismo o me matará, Ja Ja Ja -. Aquella risa era sincera y de ninguna manera amenazada. Era confuso, no sabían si el cocinero estaba loco o le gustaba la adrenalina. No sabían si Buñuelo era un mafioso más, o un antiguo amigo del cocinero que desconocían su nombre y aquello era un juego, un desafío que sucedía todos los años en la feria de Pucci.
Sky miró una fracción de segundo a Artorius y le hizo señas con la cabeza hacia el cocinero. Era hora de averiguar algún detalle más.
Sky salió de sus pensamientos cuando escuchó la irritable risa nerviosa de una de las camareras que había sido secuestrada unos instantes por Artorius, un chaval con mucho carisma, muy seguro de sí mismo y con una sonrisa que sabía hacerte callar cuando quería. La camarera asintió ligeramente y nos hizo seguirla. Íbamos a ver al jefe del restaurante y eso, no era algo que pedían unos comensales baratos ni típicos. También era un poco extraño que la chica no ofreció ningún tipo de resistencia disuasoria y aceptó de buena gana. ¿Sería un jefe maravilloso?
El ambiente cambió al girar la segunda esquina. Primero tuvimos que pasar por un pasillo largo lleno de cuadros en ambos lados de cocineros muy fornidos, de robusto cuerpo y pelirrojos. Ese pelo te recordaba a la salsa de tomate con orégano y si uno se descuidaba podría encontrarse lamiendo la foto. Siguieron unos pasos más y tras cruzar una puerta doble y alargada de madera todo el aire se humedeció y asesinó la fragancia de la comida, dando paso al olor de las flores de cerezo. Los dos chicos habían permanecido en silencio, observando todo y siguieron a la camarera sin decir ni mú, pero toda la sala se había quedado en silencio, observándolos.
Los chicos estaban ahora mismo en unos jacuzzis, que estaban formados por 2 piscinas gigantes con paredes de madera, el agua cubría hasta la cintura y en cada lado podría haber al menos 50 personas tatuadas en la espalda y brazos. Aquel restaurante, aquella familia al parecer no se dedicaba únicamente a la comida y podría tratarse de una mafia Pucciníe. Cuando se abrieron las puertas y la camarera caminó sin aminorar su marcha, el silenció cayó como una cortina de humo que poco a poco fué diluyéndose y empezaron a caer murmullos como gotas de agua en una lluvia de verano.
Sky miró relajado de derecha a izquierda, Artorius mantenía su sonrisa firme y mantuvieron su silencio. Al parecer aquella camarera, en su inocencia, entendió por parte de Artorius que estaban pidiendo una cita con el jefe del clan de la mafia de Pucci, y no con el simple encargado de la terraza, de la parte exclusivamente que ofrecía pasta. Quizás la katana que iba con Sky tuviera algo que ver , quizás el atuendo y la confianza de Artorius hizo que la chica interpretara que ambos tenían asuntos pendientes con Buñuelo, el jefe del clan.
Aquella sala se hizo infinita de caminar, los presentes afilaron miradas unos contra otros pero nadie soltó ningún comentario, ninguna provocación, ningún gesto. Eso demostraba honradez, respeto hacia su jefe. Nadie tenía permitido hacer algo que no fueran seguir las órdenes de Buñuelo. Los invitados no habían mostrado señales de violencia ni provocación por lo tanto ellos mantendrían un carácter pasivo. El jefe recibía visitas de vez en cuando y siempre pasaban por aquel jacuzzi antes para demostrar que Buñuelo tenía recursos, era un pez gordo en aquel barrio, en aquella isla.
La puerta crujió ligeramente al abrirse y el ambiente húmedo del jacuzzi se quedó atrás dando paso a un ambiente mucho más oscuro, una mesa redonda para un puñado de gente pero ahora mismo solo había 3 personas presentes más las 3 que estaban llegando, la camarera, Artorius y Sky. En la mesa estaba Buñuelo, su guardaespaldas y un cocinero que vestía un pañuelo blanco en la cabeza y un delantal de color rosa salmón. Todo lo demás sobraba, el cocinero estaba como Dios le trajo al mundo. Draken, el guardaespaldas no sonrió, no puso mala cara, de hecho no estaban seguros de si era una estatua o una persona porque parecía que no estaba ni respirando. Era el hombre mas pasivo del mundo. Todos estos fueron presentados por la camarera, que a su vez presentó a los 2 nuevos invitados. Por supuesto, salió su nerviosa risa y desapareció de la escena volviendo por el mismo camino.
El pelirrojo, Buñuelo les observó un buen rato y acto seguido cogió un cuchillo de cocina de la mesa y empezó a moverlo entre los dedos con una soltura increible. Draken ladeó ligeramente el cuello haciéndolo crujir y el cocinero, que no tenía nombre por ahora había ignorado completamente a todos, sonriendo y ronroneando una canción mientras hacía saltar las verduras y carne en la sartén. En la mesa, el ambiente se podía confundir con extrema facilidad en un ambiente no hostil pero todo lo contrario. Cualquier acción por parte de los recién llegados podría cambiar el rumbo de aquella noche.
¿Se sentarán en la mesa o abrirán un diálogo? Sky no dijo nada y cogió una silla y en un instante estaba sentado, al lado de Buñuelo, mirándole a él e ignorando por completo aquellos malabares con el cuchillo. Estaba mostrando control, cero miedo por un jefe de la mafia. Eran importantes las primeras impresiones. Estaba esperando a ver qué es lo que haría Artorius.
¡Eh cocinero, no sabrás donde se venden los mejores Takoyakis de la isla, verdad? - Dijo Sky con un tono divertido obviando la violencia del momento, recién llegado con personas que no conocía, pero por alguna razón el cocinero no se sentía amenazado por los 100 soldados del jacuzzi, por el aislado despacho de Buñuelo que consistía en una batería de cocina y una mesa redonda a la que asistían ahora 4 personas más.
Una voz melodiosa y divertida brotó del cocinero. - ¡Veo que habéis conocido a mi abuelita! Esos Takoyaki se derriten en tu boca.. pero yo estoy en medio de un reto con Buñuelo ahora mismo. Tengo que cocinarle el mejor plato de su vida ahora mismo o me matará, Ja Ja Ja -. Aquella risa era sincera y de ninguna manera amenazada. Era confuso, no sabían si el cocinero estaba loco o le gustaba la adrenalina. No sabían si Buñuelo era un mafioso más, o un antiguo amigo del cocinero que desconocían su nombre y aquello era un juego, un desafío que sucedía todos los años en la feria de Pucci.
Sky miró una fracción de segundo a Artorius y le hizo señas con la cabeza hacia el cocinero. Era hora de averiguar algún detalle más.
- Representación de Buñuelo:
- Representación del mejor cocinero de Pucci, cocinando para los presentes:
- Draken, el guardaespaldas:
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Mi atolondrado compañero y yo seguimos a la chica hacia el interior del restaurante. Tenía que concentrarme en lo que estábamos haciendo, porque el olor a pizza estaba empezando a hacer gruñir a mi estómago, el cual protestaba como un niño porque no le daba su chuchería. Además de que me estaba dando cuenta que comenzaba a salivar un poco más de la cuenta. Un poco más y parecía un lobo famélico. Cruzamos por un pasillo lleno de cuadros de lo que parecían ser cocineros. Todos eran fuertotes y tenían el pelo del color del fuego. ¿Acaso era una familia de cocineros? ¿O eran los mejores empleados que había tenido el restaurante a lo largo del tiempo? Lo desconocía, pero ya que la camarera no dijo nada al respecto, lo dejé pasar. Cuando nos dimos cuenta, estábamos en medio de una zona de baño. Lleno de gente completamente tatuada por todo el cuerpo. Me fijé en sus cuerpos. Algunos tenían unos cuerpos bien entrenados con varias heridas de arma blanca y otras de arma de fuego. Yo era un amante de los cuerpos desnudos además de los musculados. Mi amigo se mostraba impasivo, centrándose en caminar. ¿Acaso estábamos interrumpiendo una reunión de familia o de amigos? Todos esos tipos nos miraban con mala cara, como esperando que hiciéramos algo. Dejamos atrás la zona de baño y entramos en lo que parecía ser un despacho.
Había una mesa redonda grande de madera. Tres personas estaban en la sala. Un chico joven pelirrojo que jugaba con un cuchillo de cocina mientras nos miraba con unos ojos curiosos. Un hombre rubio alto que parecía ser una estatua pero que se crujió el cuello por alguna razón y un otro joven que andaba cocinando con solo un delantal cubriéndole las vergüenzas. Un camarada nudista. Iba a decir algo para romper el ambiente tan tenso que había pero mi compañero se me adelantó.
- ¡Oh, eres el nieto de la amable abuelita! ¡Tu abuela hace una comida de primera! - Dije sonriendo con un pulgar hacia arriba - Te hemos estado buscando, ¡yo también quiero que me prepares un plato de muerte! -
- ¡Seguro! Pero... como verás no es el mejor momento - Río el cocinero - Buñuelo me tiene atareado.
- ¿Por qué tienes retenido a un chef de su categoría? ¡Todo el mundo tiene que probar su comida, hombre! ¡No puedes dejar a la gente sin disfrutar de un buen plato de comida! - Exclamé acercándome al pelirrojo.
Sin embargo, el rubio que se había mantenido estático, se puso en medio con una mirada de loco.
- ¿Quién te crees que eres para entrar de esta manera y hablarle así al jefe como si nada? ¡Pedazo de basura! ¡Estas hablando con Don Buñuelo, uno de los capos y además cocineros más influyentes de la isla! - Gritó el rubio mientras una vena se le iba formando en la frente.
De pronto, el pelirrojo sonrió y dejó el cuchillo en la mesa mientras se reía a carcajadas.
- Déjalo Draken, me cae bien este hombre aunque sea un Marine. Tiene agallas además de que noto un amor hacia la comida. No suelo ver a muchos así - Se levantó de su silla y nos observó con una mirada divertida - No estoy reteniendo a nadie. Carbonara solo es un conocido y me está mostrando que realmente se merece el título de chef legendario. Veréis... - Comenzó a moverse por la habitación - Mi familia se ha dedicado a la cocina durante generaciones, lideramos el mercado durante muchos años. Pero de repente, este muchacho aparece y con solo unos simples platos pasa de ser un don nadie a , según muchos, el mejor chef de la isla. Realmente eso es malo para el negocio -
- ¡Pero Buñuelo chan, si somos amigos de la infancia! - Interrumpió Carbonara - Desde que te convertiste en cabeza de la familia te has vuelto muy frío
- No entiendo nada, pero únicamente quiero probar la mejor comida de la isla. Tengo un estómago difícil de llenar , realmente me da igual el drama que tengáis entre manos mientras alguien exceda mi paladar - Dije encogiéndome de hombros
- Hmmm... ¿Qué te parece esto? Ya que quieres disfrutar de buena comida os propongo como juez entre nosotros dos. Lucharemos en la cocina por el título de mejor chef y el que pierda dejará los fogones para siempre. ¿Qué te parece Carbonara? - Sonrió Buñuelo con una mirada confiada
- Me parece bien, pero no quiero que ninguno dejemos los fogones. Antes te veía más pasional, has cambiado demasiado, Buñuelo - Contestó el actual mejor chef de Pucci
Miré a mi compañero esperando su respuesta pero realmente estaba muy emocionado por comer algo rico. Fue entonces, cuando el pelirrojo pulsó un botón en la mesa y de las paredes salieron mesas, neveras, utensilios de cocina y todo aquello que uno pudiera necesitar a la hora de preparar comida.
- ¿Empezamos pues? - Buñuelo se puso una banda en la cabeza
Había una mesa redonda grande de madera. Tres personas estaban en la sala. Un chico joven pelirrojo que jugaba con un cuchillo de cocina mientras nos miraba con unos ojos curiosos. Un hombre rubio alto que parecía ser una estatua pero que se crujió el cuello por alguna razón y un otro joven que andaba cocinando con solo un delantal cubriéndole las vergüenzas. Un camarada nudista. Iba a decir algo para romper el ambiente tan tenso que había pero mi compañero se me adelantó.
- ¡Oh, eres el nieto de la amable abuelita! ¡Tu abuela hace una comida de primera! - Dije sonriendo con un pulgar hacia arriba - Te hemos estado buscando, ¡yo también quiero que me prepares un plato de muerte! -
- ¡Seguro! Pero... como verás no es el mejor momento - Río el cocinero - Buñuelo me tiene atareado.
- ¿Por qué tienes retenido a un chef de su categoría? ¡Todo el mundo tiene que probar su comida, hombre! ¡No puedes dejar a la gente sin disfrutar de un buen plato de comida! - Exclamé acercándome al pelirrojo.
Sin embargo, el rubio que se había mantenido estático, se puso en medio con una mirada de loco.
- ¿Quién te crees que eres para entrar de esta manera y hablarle así al jefe como si nada? ¡Pedazo de basura! ¡Estas hablando con Don Buñuelo, uno de los capos y además cocineros más influyentes de la isla! - Gritó el rubio mientras una vena se le iba formando en la frente.
De pronto, el pelirrojo sonrió y dejó el cuchillo en la mesa mientras se reía a carcajadas.
- Déjalo Draken, me cae bien este hombre aunque sea un Marine. Tiene agallas además de que noto un amor hacia la comida. No suelo ver a muchos así - Se levantó de su silla y nos observó con una mirada divertida - No estoy reteniendo a nadie. Carbonara solo es un conocido y me está mostrando que realmente se merece el título de chef legendario. Veréis... - Comenzó a moverse por la habitación - Mi familia se ha dedicado a la cocina durante generaciones, lideramos el mercado durante muchos años. Pero de repente, este muchacho aparece y con solo unos simples platos pasa de ser un don nadie a , según muchos, el mejor chef de la isla. Realmente eso es malo para el negocio -
- ¡Pero Buñuelo chan, si somos amigos de la infancia! - Interrumpió Carbonara - Desde que te convertiste en cabeza de la familia te has vuelto muy frío
- No entiendo nada, pero únicamente quiero probar la mejor comida de la isla. Tengo un estómago difícil de llenar , realmente me da igual el drama que tengáis entre manos mientras alguien exceda mi paladar - Dije encogiéndome de hombros
- Hmmm... ¿Qué te parece esto? Ya que quieres disfrutar de buena comida os propongo como juez entre nosotros dos. Lucharemos en la cocina por el título de mejor chef y el que pierda dejará los fogones para siempre. ¿Qué te parece Carbonara? - Sonrió Buñuelo con una mirada confiada
- Me parece bien, pero no quiero que ninguno dejemos los fogones. Antes te veía más pasional, has cambiado demasiado, Buñuelo - Contestó el actual mejor chef de Pucci
Miré a mi compañero esperando su respuesta pero realmente estaba muy emocionado por comer algo rico. Fue entonces, cuando el pelirrojo pulsó un botón en la mesa y de las paredes salieron mesas, neveras, utensilios de cocina y todo aquello que uno pudiera necesitar a la hora de preparar comida.
- ¿Empezamos pues? - Buñuelo se puso una banda en la cabeza
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