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- Contesta - repitió aburrida la mujer - ¿Dónde está el piso franco de Dark Dome?
- ...puedes buscarlo entre mis...
Una nueva serie de puñetazos le hicieron callar. Esta vez no tuvo fuerzas ni siquiera para levantar la cabeza y desafiar con la mirada a su torturador. Jadeando, escupió sangre al suelo. Ser tan robusto tenía sus desventajas. Podían ser realmente bruscos con él en la tortura sin hacer peligrar su vida o que cayese inconsciente. También significaba que tenían que hacer más esfuerzo, pero eso no les había resultado un obstáculo. El hombre que le golpeaba cada vez que no respondía parecía estar disfrutando con aquello. Cansado, Atsu levantó la mirada hacia su torturador. Como interrogador, no podía evitar sentir desprecio por aquel novato. Era todo golpes y violencia, sin nada de sutileza o psicología. Como su víctima... bueno, debía admitir que seguía sin ser una situación agradable. Estaba hecho un desastre. Ensangrentado, encadenado a una silla metálica y con algunas heridas bastante feas. Además al despertar le habían pinchado algo en el cuello que le había tensado toda la espalda y dejado dolorido y débil.
- Seguiremos con esto en un rato. Jean, asegúrate de que no despierte en un rato.
Sin mediar palabra, el enorme norteño cogió una porra y le asestó un golpe en la sien. La visión de Atsu se tiñó de rojo. Miró hacia el suelo, aturdido pero aún consciente. Un segundo golpe. Esta vez sí notó el dolor extenderse por todo el lateral de su cara, agudo y urgente. No llegó a ver el tercer golpe, pero sí lo sintió. Al menos antes de caer en los brazos de Morfeo.
Despertó un tiempo después. A juzgar por el ángulo de la luz de los ventanucos, varias horas. Aún estaba solo. Comprobó su situación: sus heridas no parecían letales, pero sí eran un problema, especialmente si tenía que sacarse de la manga una huida. Iba vestido solo con la camisa y los calzoncillos. Se habían asegurado a conciencia de quitarle todas sus cosas y, por si acaso, se habían llevado hasta sus pantalones. A su alrededor no había nada salvo cajas de madera con una marca de un fabricante de conservas. Así que estaba encadenado, desarmado, herido, posiblemente drogado o intoxicado y, ¿lo mejor de todo?
No recordaba nada que explicase cómo había acabado allí o quién era esa gente.
- ...puedes buscarlo entre mis...
Una nueva serie de puñetazos le hicieron callar. Esta vez no tuvo fuerzas ni siquiera para levantar la cabeza y desafiar con la mirada a su torturador. Jadeando, escupió sangre al suelo. Ser tan robusto tenía sus desventajas. Podían ser realmente bruscos con él en la tortura sin hacer peligrar su vida o que cayese inconsciente. También significaba que tenían que hacer más esfuerzo, pero eso no les había resultado un obstáculo. El hombre que le golpeaba cada vez que no respondía parecía estar disfrutando con aquello. Cansado, Atsu levantó la mirada hacia su torturador. Como interrogador, no podía evitar sentir desprecio por aquel novato. Era todo golpes y violencia, sin nada de sutileza o psicología. Como su víctima... bueno, debía admitir que seguía sin ser una situación agradable. Estaba hecho un desastre. Ensangrentado, encadenado a una silla metálica y con algunas heridas bastante feas. Además al despertar le habían pinchado algo en el cuello que le había tensado toda la espalda y dejado dolorido y débil.
- Seguiremos con esto en un rato. Jean, asegúrate de que no despierte en un rato.
Sin mediar palabra, el enorme norteño cogió una porra y le asestó un golpe en la sien. La visión de Atsu se tiñó de rojo. Miró hacia el suelo, aturdido pero aún consciente. Un segundo golpe. Esta vez sí notó el dolor extenderse por todo el lateral de su cara, agudo y urgente. No llegó a ver el tercer golpe, pero sí lo sintió. Al menos antes de caer en los brazos de Morfeo.
Despertó un tiempo después. A juzgar por el ángulo de la luz de los ventanucos, varias horas. Aún estaba solo. Comprobó su situación: sus heridas no parecían letales, pero sí eran un problema, especialmente si tenía que sacarse de la manga una huida. Iba vestido solo con la camisa y los calzoncillos. Se habían asegurado a conciencia de quitarle todas sus cosas y, por si acaso, se habían llevado hasta sus pantalones. A su alrededor no había nada salvo cajas de madera con una marca de un fabricante de conservas. Así que estaba encadenado, desarmado, herido, posiblemente drogado o intoxicado y, ¿lo mejor de todo?
No recordaba nada que explicase cómo había acabado allí o quién era esa gente.
Blaze Aswen
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Las vacaciones habían terminado. Tras la errática misión en Jaya Maxwell, ahora tuerto, había insistido en que tomase unos días de descanso en lo que los Altos Mandos decidían el destino de Turing y Rubin. Como había predicho, para el centurión salvarse era más importante que su amante y la había traicionado: Ella había sido condenada a muerte bajo la acusación de triple asesinato y traición, mientras él pasaría diez años en una prisión de seguridad media en caso de que siguiese colaborando. Blaze había estado presente en el juicio sumario a ambos; también había acudido a consolar a la condenada antes de marcharse. No había podido, a decir verdad. Al entrar en la celda se encontró poco más que un cascarón vacío, y en todos sus días libres no había sido capaz de olvidar sus últimas palabras.
Pero ya estaba de vuelta. Ni siquiera había llegado a la Lanza y ya había recibido dos notificaciones. Una de ellas respondía a su petición de ingreso en la escuela de oficiales, firmada por tres de los cinco cónsules y bajo la recomendación conjunta de Maxwell y Curie. Habría sonreído de no ser porque la segunda misiva respondía a un encargo directo de la Oficina de Coordinación, el organismo que gestionaba las relaciones entre Legión e Inteligencia. Al parecer un grupo de agentes del Cipher Pol habían logrado superar el cerco impuesto a Sabaody hacía unas cuantas semanas en busca de arrojar luz sobre la misteriosa situación del archipiélago ya que, y eso era alto secreto, un noble mundial había desaparecido poco antes de que se perdiese la conexión.
El objetivo de la misión era suicida: Rescatar al equipo de inteligencia y rastrear los pasos del noble mundial perdido. Blaze suspiró. Ya tenía experiencia en misiones de ese tipo, y si bien parecía extremadamente complicada... Lo era. La isla cercada mientras quién sabe qué sucedía en su interior. Las noticias que llegaban eran confusas e incompletas, además de irrelevantes e inconexas. Ni siquiera había rumores de lo que pasaba, por lo que era altamente probable que mucha gente poderosa estuviese tratando por todos los medios de que así fuera.
Aun así era una misión, y estando su entrada en la escuela de oficiales en juego rechazarla era un lujo que no podía permitirse. En cuanto puso un pie en la Lanza solicitó un barco pequeño sin insignias, solicitó un par de informes de inteligencia recientes y se aseguró de coger un maletín y dos o tres trajes. No había estado nunca en Sabaody, pero si de algo estaba seguro era de que los delincuentes a los que nadie se atrevía a tocar era a los que vestían de traje. El viaje fue rápido con el timonel que le asignaron, y cuando la noche cayó pudieron atravesar el cerco sin que nadie se diese cuenta.
- No hagas ninguna tontería -le advirtió el hombre-. Como salte la liebre no podremos salir vivos de aquí.
Blaze asintió. Tenía que ser discreto, como siempre. Nada había cambiado.
Bajó del barco con decisión. Nada parecía distinto a como se lo había imaginado. Todo un poco más vacío de lo que debía ser normal, claro, pero nada especialmente llamativo. Alguna gente lo miraba por un instante y volvía a bajar la vista con algo de miedo. Él asintió y emprendió su camino. Todas las pistas estaban ahí, estaba seguro, y si no empezaría por el último lugar donde la Agencia había hecho contacto.
Pero ya estaba de vuelta. Ni siquiera había llegado a la Lanza y ya había recibido dos notificaciones. Una de ellas respondía a su petición de ingreso en la escuela de oficiales, firmada por tres de los cinco cónsules y bajo la recomendación conjunta de Maxwell y Curie. Habría sonreído de no ser porque la segunda misiva respondía a un encargo directo de la Oficina de Coordinación, el organismo que gestionaba las relaciones entre Legión e Inteligencia. Al parecer un grupo de agentes del Cipher Pol habían logrado superar el cerco impuesto a Sabaody hacía unas cuantas semanas en busca de arrojar luz sobre la misteriosa situación del archipiélago ya que, y eso era alto secreto, un noble mundial había desaparecido poco antes de que se perdiese la conexión.
El objetivo de la misión era suicida: Rescatar al equipo de inteligencia y rastrear los pasos del noble mundial perdido. Blaze suspiró. Ya tenía experiencia en misiones de ese tipo, y si bien parecía extremadamente complicada... Lo era. La isla cercada mientras quién sabe qué sucedía en su interior. Las noticias que llegaban eran confusas e incompletas, además de irrelevantes e inconexas. Ni siquiera había rumores de lo que pasaba, por lo que era altamente probable que mucha gente poderosa estuviese tratando por todos los medios de que así fuera.
Aun así era una misión, y estando su entrada en la escuela de oficiales en juego rechazarla era un lujo que no podía permitirse. En cuanto puso un pie en la Lanza solicitó un barco pequeño sin insignias, solicitó un par de informes de inteligencia recientes y se aseguró de coger un maletín y dos o tres trajes. No había estado nunca en Sabaody, pero si de algo estaba seguro era de que los delincuentes a los que nadie se atrevía a tocar era a los que vestían de traje. El viaje fue rápido con el timonel que le asignaron, y cuando la noche cayó pudieron atravesar el cerco sin que nadie se diese cuenta.
- No hagas ninguna tontería -le advirtió el hombre-. Como salte la liebre no podremos salir vivos de aquí.
Blaze asintió. Tenía que ser discreto, como siempre. Nada había cambiado.
Bajó del barco con decisión. Nada parecía distinto a como se lo había imaginado. Todo un poco más vacío de lo que debía ser normal, claro, pero nada especialmente llamativo. Alguna gente lo miraba por un instante y volvía a bajar la vista con algo de miedo. Él asintió y emprendió su camino. Todas las pistas estaban ahí, estaba seguro, y si no empezaría por el último lugar donde la Agencia había hecho contacto.
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Las luces del día fueron muriendo y la noche llegó. Salvo por unas pocas luces artificiales que llegaban desde algún punto del exterior, la sala se había quedado a oscuras. Sala, almacén o lo que fuera el sitio donde estaba. ¿Tal vez un sótano? Los ventanucos estaban en lo más alto de la pared y eran bastante pequeños, así que podía ser el caso. Se revolvió en la silla, comprobando sus ataduras. No parecía que fuese a lograr escurrirse por ellas o hacer alguna jugada así. Sus manos estaban esposadas contra su espalda y las esposas conectadas a las cadenas. Movió las piernas. También tenía grilletes en ella conectados a las cadenas. Para mejorarlo, cada vez que se movía, el vientre y el costado le dolían a horrores. Tenía una puñalada en el vientre pobremente vendada y no tenía claro si no tendría una costilla rota.
- Tienes un aspecto horrendo.
La voz llegó desde la oscuridad. Era una voz masculina sarcástica y burlona. Alzó la mirada, buscando al responsable. Una figura se aproximó desde las sombras hasta quedar casi en el haz de luz que llegaba desde uno de los ventanucos.
- Capturado, apalizado como un perro... ¿cómo has acabado así, Atsu?
Tuvo un escalofrío seguido de una sacudida de dolor en su vientre. ¿Cómo sabía su nombre? Nadie en la agencia salvo sus superiores y subordinados lo conocían. No reconocía la voz, y sin embargo, era curiosamente familiar.
- ¿Quién eres...?
A pesar de que no podía ser sus rasgos en la oscuridad, supo instintivamente que el extraño estaba sonriendo. Sin embargo, no llegó a contestar. Una puerta se abrió en algún punto que no podía ver y una luz se encendió, cegándolo temporalmente. Cuando pudo volver a ver, el extraño había desaparecido. Parecía que no era amigo de sus captores. Nuevamente aparecieron la mujer de antes y el gigantón con acento de Lvneel. Ella se sentó en una silla plegable frente a Atsu, mirándole con aburrimiento.
- Espero que hayas reflexionado y decidido cooperar. Vayamos al grano. ¿Cuántos agentes se encuentran en este momento en Shabaody?
- Púdrete en el infier...
Un puñetazo en el estómago le cortó la respiración. El golpe también reavivó el dolor de su herida, que comenzó a sangrar de nuevo, pero no emitió ningún ruido de queja. Tampoco habría podido. Tomó aire ruidosamente y tosió todo lo suavemente que pudo para evitarse más dolores, con escaso éxito. ¿Debía probar a empezar mentir? No. Desconocía en qué situación se encontraba. Necesitaba más pistas. Si les daba lo que querían, aunque fuesen mentiras, a lo mejor decidían que había perdido su valor. También podían decidirlo si le pillaban en una mentira. Podía decir la verdad, pero, o bien no le creerían, o peor, le creerían.
- ¿Quién ha ayudado a superar el bloqueo?
- Pepito grillo.
El hombre le cruzó la cara tres veces a puñetazos. Atsu gruñó, dolorido. No sabía si era peor la jaqueca, el mareo, la puñalada del vientre o las ganas que tenía de darle de comer sus tripas a aquel tipo. Pero al menos aquellas preguntas parecían seguir un patrón. En el interrogatorio anterior le habían preguntado por otras cosas referidas a diferentes islas. Ahora se centraban en Shabaody. Era posible que estuviese allí.
- Esto no está funcionando. Trae un balde de agua y un trapo. He oído que es una táctica de interrogatorio que usa el Cipher Pol, vamos a comprobar cómo de efectiva es.
Sintió una oleada de frío recorrer su espalda. Sabía lo que le esperaba. Sabía que todo lo anterior era un paseo comparado con lo que iba a pasar ahora. El universo tenía un sentido del humor muy perverso.
- Tienes un aspecto horrendo.
La voz llegó desde la oscuridad. Era una voz masculina sarcástica y burlona. Alzó la mirada, buscando al responsable. Una figura se aproximó desde las sombras hasta quedar casi en el haz de luz que llegaba desde uno de los ventanucos.
- Capturado, apalizado como un perro... ¿cómo has acabado así, Atsu?
Tuvo un escalofrío seguido de una sacudida de dolor en su vientre. ¿Cómo sabía su nombre? Nadie en la agencia salvo sus superiores y subordinados lo conocían. No reconocía la voz, y sin embargo, era curiosamente familiar.
- ¿Quién eres...?
A pesar de que no podía ser sus rasgos en la oscuridad, supo instintivamente que el extraño estaba sonriendo. Sin embargo, no llegó a contestar. Una puerta se abrió en algún punto que no podía ver y una luz se encendió, cegándolo temporalmente. Cuando pudo volver a ver, el extraño había desaparecido. Parecía que no era amigo de sus captores. Nuevamente aparecieron la mujer de antes y el gigantón con acento de Lvneel. Ella se sentó en una silla plegable frente a Atsu, mirándole con aburrimiento.
- Espero que hayas reflexionado y decidido cooperar. Vayamos al grano. ¿Cuántos agentes se encuentran en este momento en Shabaody?
- Púdrete en el infier...
Un puñetazo en el estómago le cortó la respiración. El golpe también reavivó el dolor de su herida, que comenzó a sangrar de nuevo, pero no emitió ningún ruido de queja. Tampoco habría podido. Tomó aire ruidosamente y tosió todo lo suavemente que pudo para evitarse más dolores, con escaso éxito. ¿Debía probar a empezar mentir? No. Desconocía en qué situación se encontraba. Necesitaba más pistas. Si les daba lo que querían, aunque fuesen mentiras, a lo mejor decidían que había perdido su valor. También podían decidirlo si le pillaban en una mentira. Podía decir la verdad, pero, o bien no le creerían, o peor, le creerían.
- ¿Quién ha ayudado a superar el bloqueo?
- Pepito grillo.
El hombre le cruzó la cara tres veces a puñetazos. Atsu gruñó, dolorido. No sabía si era peor la jaqueca, el mareo, la puñalada del vientre o las ganas que tenía de darle de comer sus tripas a aquel tipo. Pero al menos aquellas preguntas parecían seguir un patrón. En el interrogatorio anterior le habían preguntado por otras cosas referidas a diferentes islas. Ahora se centraban en Shabaody. Era posible que estuviese allí.
- Esto no está funcionando. Trae un balde de agua y un trapo. He oído que es una táctica de interrogatorio que usa el Cipher Pol, vamos a comprobar cómo de efectiva es.
Sintió una oleada de frío recorrer su espalda. Sabía lo que le esperaba. Sabía que todo lo anterior era un paseo comparado con lo que iba a pasar ahora. El universo tenía un sentido del humor muy perverso.
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Lo bueno -si se podía considerar bueno- de que el crimen imperase en una isla era la aparente impunidad con la que actuaban los maleantes. Un secuestro en islas con ley implicaba buena planificación, una sala insonorizada y o un refugio alejado de oídos indiscretos. Sin embargo en los dominios del Bajo Mundo la actitud hacia determinados delitos solía ser, en el mejor de los casos, laxa. A nadie importaba si llegaban unos gritos amortiguados desde un sótano, al menos no mientras no fuesen lo bastante vivos como para ser molestos. Sí, podía ser que la banda de turno asaltase el lugar si el secuestrado era de los suyos, pero poco o nada iba a hacer nadie mientras el pobre desgraciado que gritara no fuese de los suyos. Todo era una cuestión de equilibrio, aunque fuese cruel.
Todo aquello hacía que los especialistas no fuesen tan necesarios como en islas más civilizadas. Si bien había mercenarios experimentados vendiendo sus servicios por varias decenas de millones de berries como poco, cualquier maleante medianamente sobrio valía para realizar determinados encargos en dominios del crimen. Aunque, si habían conseguido atrapar a una célula entera del Cipher Pol cabía la posibilidad de que fuesen algo más que un saco de músculos sin cerebro. Aun así, según los reportes de inteligencia no estaba ante los cuchillos más afilados del cajón. Tal vez los más letales, pero sin duda no los más afilados. Ya había oído hablar del tal agente Omega, un compañero del perro de presa; si era la mitad de llamativo que él y sus métodos una quinta parte de heterodoxos estaba ante una pieza singular. Si todo el comando era así, debía salvar a una suerte de escuadrón suicida.
En realidad aquello destapó varias preguntas que aún no se había hecho. ¿De verdad era una operación de búsqueda al noble mundial desaparecido o se trataba de enviar un mensaje? No habían enviado un cónsul al rescate porque habría hecho saltar las alarmas y se habría encontrado un cadáver, ¿pero entonces por qué enviar un equipo de seis artificieros?
- Los búnkeres -masculló entonces, como si una revelación lo hubiera sacudido repentinamente. Había leído algo respecto a los búnkeres en la vieja zona controlada de Sabaody, pensados para custodiar prohombres y gente importante. Sería una dulce rima que un tenryubito hubiese acabado secuestrado ahí.
Repasó mentalmente los papeles. Sabaody tenía tres búnkeres en los manglares sesenta y cinco, setenta y nueve y cuarenta, al menos hacía cincuenta años. Sin embargo construir aquellas estructuras en un bosque de manglares sin tierra firme bajo el suelo era una tarea complicada, por lo que tenía serias dudas de que hubiesen construido alguno más. Por otro lado, el último reporte llegaba desde el manglar treinta y cuatro, una zona cercana a la casa de subastas pero más cerca aún del búnker. El problema era que, de ser él el secuestrador, no habría dejado a los agentes juntos ni en puntos especialmente cercanos al lugar. Por mucho que los informes dejasen ver a los agentes como descerebrados, habían sido elegidos por algo. Por el momento, no obstante, tenía una visita que hacer.
Edmund Emberton era un delincuente del archipiélago, y también un colaborador del Gobierno Mundial que ganaba no poco traicionando de tapadillo a algún que otro delincuente de poca monta y buscando pisos francos en los que Legión y Cipher Pol pudiesen operar sin llamar especialmente la atención. Como era habitual en aquella ocasión también habían contado con él, por lo que la lógica dictaba que debía encontrarlo primero para interrogarlo después. Por suerte sabía su dirección, así que se puso de camino a ella con un mal presentimiento rondando su mente. O Emberton estaba muerto o había altas probabilidades de que los hubiera traicionado. Y no tenía claro cuál de las dos sería peor.
Todo aquello hacía que los especialistas no fuesen tan necesarios como en islas más civilizadas. Si bien había mercenarios experimentados vendiendo sus servicios por varias decenas de millones de berries como poco, cualquier maleante medianamente sobrio valía para realizar determinados encargos en dominios del crimen. Aunque, si habían conseguido atrapar a una célula entera del Cipher Pol cabía la posibilidad de que fuesen algo más que un saco de músculos sin cerebro. Aun así, según los reportes de inteligencia no estaba ante los cuchillos más afilados del cajón. Tal vez los más letales, pero sin duda no los más afilados. Ya había oído hablar del tal agente Omega, un compañero del perro de presa; si era la mitad de llamativo que él y sus métodos una quinta parte de heterodoxos estaba ante una pieza singular. Si todo el comando era así, debía salvar a una suerte de escuadrón suicida.
En realidad aquello destapó varias preguntas que aún no se había hecho. ¿De verdad era una operación de búsqueda al noble mundial desaparecido o se trataba de enviar un mensaje? No habían enviado un cónsul al rescate porque habría hecho saltar las alarmas y se habría encontrado un cadáver, ¿pero entonces por qué enviar un equipo de seis artificieros?
- Los búnkeres -masculló entonces, como si una revelación lo hubiera sacudido repentinamente. Había leído algo respecto a los búnkeres en la vieja zona controlada de Sabaody, pensados para custodiar prohombres y gente importante. Sería una dulce rima que un tenryubito hubiese acabado secuestrado ahí.
Repasó mentalmente los papeles. Sabaody tenía tres búnkeres en los manglares sesenta y cinco, setenta y nueve y cuarenta, al menos hacía cincuenta años. Sin embargo construir aquellas estructuras en un bosque de manglares sin tierra firme bajo el suelo era una tarea complicada, por lo que tenía serias dudas de que hubiesen construido alguno más. Por otro lado, el último reporte llegaba desde el manglar treinta y cuatro, una zona cercana a la casa de subastas pero más cerca aún del búnker. El problema era que, de ser él el secuestrador, no habría dejado a los agentes juntos ni en puntos especialmente cercanos al lugar. Por mucho que los informes dejasen ver a los agentes como descerebrados, habían sido elegidos por algo. Por el momento, no obstante, tenía una visita que hacer.
Edmund Emberton era un delincuente del archipiélago, y también un colaborador del Gobierno Mundial que ganaba no poco traicionando de tapadillo a algún que otro delincuente de poca monta y buscando pisos francos en los que Legión y Cipher Pol pudiesen operar sin llamar especialmente la atención. Como era habitual en aquella ocasión también habían contado con él, por lo que la lógica dictaba que debía encontrarlo primero para interrogarlo después. Por suerte sabía su dirección, así que se puso de camino a ella con un mal presentimiento rondando su mente. O Emberton estaba muerto o había altas probabilidades de que los hubiera traicionado. Y no tenía claro cuál de las dos sería peor.
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La mente de Atsu funcionaba a toda velocidad tratando de analizar la situación y valorar posibilidades. Huir parecía difícil. ¿Podía esperar refuerzos? Tal vez. Si al menos recordase cómo había acabado allí. Sus voces, por una vez, parecían extrañamente silenciosas. Echó de menos sus presencias y consejos. Aquel silencio era como haber quedado totalmente solo. "Piensa, Atsu. ¿Qué es lo último que recuerdas?" Recordaba haber acabado con RAL la operación en Pucci. También recordaba haber embarcado en el Diplomacia. Habían acudido a Big P, y tras eso... los siguientes días acudían borrosos a su memoria. Recordaba haber tenido un breve descanso que había aprovechado para estudiar y cocinar recetas con las especias nuevas. Tras eso... nada. La perdida de memoria parecía haber sido gradual. ¿Había sido drogado? ¿Podía significar eso que había un traidor en la base?
- El balde paga el señoguito.
El gigantón de Lvneel había vuelto, y le miraba con una sonrisa que no presagiaba nada bueno. Dejó el balde en el suelo y el trapo encima de una caja antes de arrodillarse a su lado y empezar a hacer algo. Había un ruido metálico. Estaba haciendo algo a la silla. Ahora que lo pensaba... la silla nunca se había movido del sitio ni por un momento por más que se moviese. "Está anclada" adivinó. No fue un descubrimiento agradable. Eso mermaba sus posibilidades. Una vez la silla estuvo suelta, el torturador tumbó a Atsu boca arriba y le colocó el trapo en la cara. Sabía lo que venía ahora. Trató de balancearse hacer caer la silla, pero no se movió. A continuación, algo frío le sujetó la mandíbula, inmovilizando su cara.
Ya había sufrido el submarino en su entrenamiento. Saber a lo que se enfrentaba ayudaba en parte, pero no solucionaba su problema. No hacía que su cerebro no entrase en pánico al notar la sensación de asfixia. No impedía que ante la aparente situación de vida o muerte su sistema nervioso comenzase a bombardearle con hormonas. Cuando el agua cayó, el agente se retorció y luchó por mantener la cordura. Un horrendo pensamiento pasó por su cabeza: ¿y si aquel novato se pasaba y lo ahogaba de verdad? El pánico lo atravesó y destrozó su racionalidad. No quería morir.
El momento terminó y el interrogatorio se reanudó. La mujer comenzó a hacerle más preguntas sobre operaciones del Cipher Pol, algunas de las que no había oído hablar y otras que le sonaban. Esta vez no les confrontó tan abiertamente como antes. Sabía que si no claudicaba un poco, podían considerarle un caso perdido. Eso decía su parte racional. En el fondo, no quería que volviesen a ahogarle. Vomitó datos generales e inconexos mezclados con mentiras. Algo debió delatarle, porque tras un rato, la mujer dijo:
- Jules, riégalo un rato más y luego déjalo para que reflexione. Si es listo, mañana estará más hablador y dirá menos gilipolleces.
- El balde paga el señoguito.
El gigantón de Lvneel había vuelto, y le miraba con una sonrisa que no presagiaba nada bueno. Dejó el balde en el suelo y el trapo encima de una caja antes de arrodillarse a su lado y empezar a hacer algo. Había un ruido metálico. Estaba haciendo algo a la silla. Ahora que lo pensaba... la silla nunca se había movido del sitio ni por un momento por más que se moviese. "Está anclada" adivinó. No fue un descubrimiento agradable. Eso mermaba sus posibilidades. Una vez la silla estuvo suelta, el torturador tumbó a Atsu boca arriba y le colocó el trapo en la cara. Sabía lo que venía ahora. Trató de balancearse hacer caer la silla, pero no se movió. A continuación, algo frío le sujetó la mandíbula, inmovilizando su cara.
Ya había sufrido el submarino en su entrenamiento. Saber a lo que se enfrentaba ayudaba en parte, pero no solucionaba su problema. No hacía que su cerebro no entrase en pánico al notar la sensación de asfixia. No impedía que ante la aparente situación de vida o muerte su sistema nervioso comenzase a bombardearle con hormonas. Cuando el agua cayó, el agente se retorció y luchó por mantener la cordura. Un horrendo pensamiento pasó por su cabeza: ¿y si aquel novato se pasaba y lo ahogaba de verdad? El pánico lo atravesó y destrozó su racionalidad. No quería morir.
El momento terminó y el interrogatorio se reanudó. La mujer comenzó a hacerle más preguntas sobre operaciones del Cipher Pol, algunas de las que no había oído hablar y otras que le sonaban. Esta vez no les confrontó tan abiertamente como antes. Sabía que si no claudicaba un poco, podían considerarle un caso perdido. Eso decía su parte racional. En el fondo, no quería que volviesen a ahogarle. Vomitó datos generales e inconexos mezclados con mentiras. Algo debió delatarle, porque tras un rato, la mujer dijo:
- Jules, riégalo un rato más y luego déjalo para que reflexione. Si es listo, mañana estará más hablador y dirá menos gilipolleces.
Blaze Aswen
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El camino se hacía demasiado largo. No lo era realmente, pero se hacía largo. Cada segundo que pasaba era un segundo menos que tenía y cada minuto que se retrasaba en encontrar a los agentes tanto ellos como el noble mundial corrían un riesgo mayor. De hecho, el propio Gobierno Mundial corría un riesgo atroz en caso de que cualquier agente del Cipher Pol abriese la boca. Quizá por eso habían decidido enviarlo a él, que estaba preparado para realizar operaciones de inteligencia pero sus conocimientos acerca del Estado Profundo eran exiguos, siendo generoso.
En el manglar treinta y nueve escuchó gritos. Eran inconstantes y se cortaban cada poco tiempo de forma abrupta. Algunos llegaban a escucharse hasta que se ahogaban de forma natural, mientras que otros eran quejidos inconexos mezclados con maldiciones. Blaze se detuvo en seco, buscando a tientas el origen del sonido, y se encaminó hacia el origen mientras vigilaba que a su alrededor no hubiese nada especialmente peligroso. A pesar de que dudaba entre un par de edificios quiso apostar por el que tenía guardias en la puerta. Eran discretos, parecían simples civiles sentados en un portal, pero las armas abultaban bajo la ropa. Miraban hacia todas partes y sus miradas cruzaban sin dejar ángulos muertos.
Rodeó el edificio buscando cada detalle, intentando ser lo más discreto que podía. Si se habían tomado la molestia de apostar guardias entrenados delante podía haber alguno apostado en las ventanas. No había, pero encontró sin embargo una cosa algo curiosa: Las ventanas estaban cegadas con mantas y cartones, seguramente más para cegar a los cautivos que para evitar ser escuchados. Al fin y al cabo, ¿quién se iba a atrever a hacer algo?
Entrar en ese lugar sin tener un apoyo operativo o un conocimiento del lugar era un suicidio, pero la misión era un suicidio por sí mismo. Apretó el mango de Invierno con cierta frustración, pensando. Si entraba a lo loco tendría que noquear a todo el mundo sin dejar que diesen la voz de alarma y, asumiendo que fuese capaz de hacerlo, aún tendría muchos otros problemas por delante. Sacó la petaca y dio un largo trago. Luego se dirigió a la entrada principal.
- Alto, guapito -ordenó uno de los guardias cuando intentó atravesar el umbral, levantándose en el acto-. ¿Adónde te crees que vas?
Blaze no se detuvo hasta estar a su lado, rígido como una estatua y erguido cuan alto era, mirando al frente. Despacio, lo bastante como para resultar agobiante, movió la cabeza hacia él y clavó sus ojos dorados en los suyos. Callado durante unos segundos, rompió el silencio antes de dejarle hacer ninguna pregunta.
- ¿Quién te crees que eres para hablarme así? -espetó-. Tengo prisa.
Por muy organizado que estuviese un cártel criminal era fácil saber su punto débil: La fuerza. A través de la intimidación y el miedo se construían los cimientos de asociaciones fuertes, pero al mismo tiempo susceptibles de que ante el uso de esas mismas armas estos temblasen. Blaze había estudiado bien aquello, sabía que no sería necesario presentarse hasta que estuviese delante de alguien con verdadera relevancia. Y, cuando estuviese en esa situación, necesitaría más que palabras.
Mientras caminaba comprobó que en el interior del edificio no había cámaras de ninguna clase, fuesen electrónicas o den den mushi. En parte le aliviaba saber que no se habían tomado muchas molestias para vigilar a los torturados, pero por otro lado... ¿Realmente habían dejado a un grupo de agentes sin vigilancia ahí? Algo tenía que haber para impedir que escapasen.
Descendió unas escaleras y abrió la primera puerta a su derecha sin tomarse la molestia de llamar, cerrando de un portazo. Una mujer estaba apoyada sobre una columna y un tipo de modales extrañamente sofisticados para un torturador volcaba agua sobre una persona. Al menos, hasta que él entró y la mujer se alarmó, poniéndose en guardia de golpe.
- ¿Quién eres tú? -preguntó, sacando su arma.
- Mi trabajo será más fácil si no se lo digo, señorita -explicó, poniéndose unos guantes negros de cuero fino-. Señor, si es tan amable... Apártese.
- Ni te muevas, Jules -ordenó-. Identifícate, ya.
Blaze mantuvo expresión indiferente mientras la pistola se levantaba hasta su cabeza y dio un paso adelante, acercándose al hombre.
- Si dispara me temo que no conseguirá lo que necesitamos, y alguien está empezando a impacientarse.
Pudo hacerla dudar, y aunque no bajó la pistola tampoco disparó. Cuando apartó amablemente a Jules ni siquiera protestó. Blaze, por su parte, quitó el trapo de la cara y descubrió al agente Omega bajo él. No parecía en su mejor estado de forma, pero tampoco estaba lo bastante herido como para no poder ayudar en una evacuación de emergencia.
- Parece que no nos han presentado, agente -dijo-. Mi nombre es Ullyses N. Known. -Una broma interna del Cipher Pol que había aprendido de algún compañero, basada en un libro bastante malo-. Seguramente no me conozca, pero cuando termine esta reunión estoy seguro de que seremos grandes amigos. -Hizo una pausa, aprovechando para controlar a la mujer a su espalda. Había bajado el arma-. Verá, usted tiene información que nosotros queremos, y aunque seguramente esté deseoso de colaborar mi madre me dijo que nunca me fiase de un extraño. Por suerte, tenemos un sinfín de herramientas para que yo sepa que me está diciendo la verdad. -Acercó una mesita llena de escalpelos, tenazas y algunos bártulos monstruosos que había tras el agente. Tomó el más pequeño y se lo mostró de cerca, justo antes de hacerle un mínimo corte en la comisura del labio. Nada especialmente doloroso, nada permanente-. Con esto parecerá que nos conocemos de un par de meses; con este de aquí quizá unos pocos más, y con esto... -Le enseñó un pedazo de bambú-. Con esto nos habremos hecho amigos muy pronto. ¿Está listo?
Con cierto mimo comenzó a acariciarlo suavemente con el dorso del escalpelo, solo haciéndole cosquillas, hasta que cerca de las muñecas iniciaba un corte con el único propósito de que el daño que hacía a sus brazos disimulase el profundo tajo que había debilitado un eslabón de la cadena.
- Y bien, ¿agente? -preguntó-. ¿Quiere decirme algo ya? Si cuando terminemos es cierto le prometo que el dolor cesará.
En el manglar treinta y nueve escuchó gritos. Eran inconstantes y se cortaban cada poco tiempo de forma abrupta. Algunos llegaban a escucharse hasta que se ahogaban de forma natural, mientras que otros eran quejidos inconexos mezclados con maldiciones. Blaze se detuvo en seco, buscando a tientas el origen del sonido, y se encaminó hacia el origen mientras vigilaba que a su alrededor no hubiese nada especialmente peligroso. A pesar de que dudaba entre un par de edificios quiso apostar por el que tenía guardias en la puerta. Eran discretos, parecían simples civiles sentados en un portal, pero las armas abultaban bajo la ropa. Miraban hacia todas partes y sus miradas cruzaban sin dejar ángulos muertos.
Rodeó el edificio buscando cada detalle, intentando ser lo más discreto que podía. Si se habían tomado la molestia de apostar guardias entrenados delante podía haber alguno apostado en las ventanas. No había, pero encontró sin embargo una cosa algo curiosa: Las ventanas estaban cegadas con mantas y cartones, seguramente más para cegar a los cautivos que para evitar ser escuchados. Al fin y al cabo, ¿quién se iba a atrever a hacer algo?
Entrar en ese lugar sin tener un apoyo operativo o un conocimiento del lugar era un suicidio, pero la misión era un suicidio por sí mismo. Apretó el mango de Invierno con cierta frustración, pensando. Si entraba a lo loco tendría que noquear a todo el mundo sin dejar que diesen la voz de alarma y, asumiendo que fuese capaz de hacerlo, aún tendría muchos otros problemas por delante. Sacó la petaca y dio un largo trago. Luego se dirigió a la entrada principal.
- Alto, guapito -ordenó uno de los guardias cuando intentó atravesar el umbral, levantándose en el acto-. ¿Adónde te crees que vas?
Blaze no se detuvo hasta estar a su lado, rígido como una estatua y erguido cuan alto era, mirando al frente. Despacio, lo bastante como para resultar agobiante, movió la cabeza hacia él y clavó sus ojos dorados en los suyos. Callado durante unos segundos, rompió el silencio antes de dejarle hacer ninguna pregunta.
- ¿Quién te crees que eres para hablarme así? -espetó-. Tengo prisa.
Por muy organizado que estuviese un cártel criminal era fácil saber su punto débil: La fuerza. A través de la intimidación y el miedo se construían los cimientos de asociaciones fuertes, pero al mismo tiempo susceptibles de que ante el uso de esas mismas armas estos temblasen. Blaze había estudiado bien aquello, sabía que no sería necesario presentarse hasta que estuviese delante de alguien con verdadera relevancia. Y, cuando estuviese en esa situación, necesitaría más que palabras.
Mientras caminaba comprobó que en el interior del edificio no había cámaras de ninguna clase, fuesen electrónicas o den den mushi. En parte le aliviaba saber que no se habían tomado muchas molestias para vigilar a los torturados, pero por otro lado... ¿Realmente habían dejado a un grupo de agentes sin vigilancia ahí? Algo tenía que haber para impedir que escapasen.
Descendió unas escaleras y abrió la primera puerta a su derecha sin tomarse la molestia de llamar, cerrando de un portazo. Una mujer estaba apoyada sobre una columna y un tipo de modales extrañamente sofisticados para un torturador volcaba agua sobre una persona. Al menos, hasta que él entró y la mujer se alarmó, poniéndose en guardia de golpe.
- ¿Quién eres tú? -preguntó, sacando su arma.
- Mi trabajo será más fácil si no se lo digo, señorita -explicó, poniéndose unos guantes negros de cuero fino-. Señor, si es tan amable... Apártese.
- Ni te muevas, Jules -ordenó-. Identifícate, ya.
Blaze mantuvo expresión indiferente mientras la pistola se levantaba hasta su cabeza y dio un paso adelante, acercándose al hombre.
- Si dispara me temo que no conseguirá lo que necesitamos, y alguien está empezando a impacientarse.
Pudo hacerla dudar, y aunque no bajó la pistola tampoco disparó. Cuando apartó amablemente a Jules ni siquiera protestó. Blaze, por su parte, quitó el trapo de la cara y descubrió al agente Omega bajo él. No parecía en su mejor estado de forma, pero tampoco estaba lo bastante herido como para no poder ayudar en una evacuación de emergencia.
- Parece que no nos han presentado, agente -dijo-. Mi nombre es Ullyses N. Known. -Una broma interna del Cipher Pol que había aprendido de algún compañero, basada en un libro bastante malo-. Seguramente no me conozca, pero cuando termine esta reunión estoy seguro de que seremos grandes amigos. -Hizo una pausa, aprovechando para controlar a la mujer a su espalda. Había bajado el arma-. Verá, usted tiene información que nosotros queremos, y aunque seguramente esté deseoso de colaborar mi madre me dijo que nunca me fiase de un extraño. Por suerte, tenemos un sinfín de herramientas para que yo sepa que me está diciendo la verdad. -Acercó una mesita llena de escalpelos, tenazas y algunos bártulos monstruosos que había tras el agente. Tomó el más pequeño y se lo mostró de cerca, justo antes de hacerle un mínimo corte en la comisura del labio. Nada especialmente doloroso, nada permanente-. Con esto parecerá que nos conocemos de un par de meses; con este de aquí quizá unos pocos más, y con esto... -Le enseñó un pedazo de bambú-. Con esto nos habremos hecho amigos muy pronto. ¿Está listo?
Con cierto mimo comenzó a acariciarlo suavemente con el dorso del escalpelo, solo haciéndole cosquillas, hasta que cerca de las muñecas iniciaba un corte con el único propósito de que el daño que hacía a sus brazos disimulase el profundo tajo que había debilitado un eslabón de la cadena.
- Y bien, ¿agente? -preguntó-. ¿Quiere decirme algo ya? Si cuando terminemos es cierto le prometo que el dolor cesará.
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La tortura iba a comenzar de nuevo. Esta vez logró mantener la calma el tiempo suficiente como para recordar sus lecciones de buceo en apnea. Mientras el gigantón comenzaba a preparar todo de nuevo, respiró lenta y profundamente tres veces. No tenía tiempo para realizar todo el ejercicio de preparación de los pulmones al completo, pero al menos para ser capaz de aumentar el tiempo que podría aguantar la respiración sin entrar en pánico. Lo importante era oxigenar sus células con respiraciones profundas mientras evitaba moverse. Entonces el trapo volvió a cubrir su cara y supo lo que venía. Cerró los ojos y mantuvo el calma mientras el agua caía sobre él. Los segundos pasaron lentos como horas. Las palpitaciones de una arteria en su sien se volvieron dolorosamente evidentes. En cuanto notó que no aguantaba más, empezó a espirar lentamente el aire contenido. Y, de repente, terminó antes de lo que esperaba.
- ...necesitamos, y alguien está empezando a impacientarse.
No reconocía la nueva voz. Notó a Jules alejarse y de repente alguien le quitó el trapo de la cara. Era un hombre alto y corpulento, de rostro atractivo y ojos dorados. Por un momento le preocupó mucho aquel recién llegado. Alguien así olía a malas noticias. Su mirada era dura e indescifrable y sus manos callosas y marcadas decían claramente que no era alguien a quien molestar. Si le habían mandado los jefes de aquella gente, probablemente se encontraba ante un torturador profesional que no se limitaría a darle algunos puñetazos o con el que funcionaría un simple truco de respiración. Pero entonces se presentó. Algo en él le daba muy mala espina, pero acababa de hacer referencia a una broma interna del Cipher Pol. ¿Era un agente? Si era el caso, ¿estaba para rescatarle, para eliminarle antes de que hablase? ¿Era posible que fuese el topo? "Ulysses" comenzó con unos preliminares que parecían sacados de una novela de detectives o de una sesión de BDSM, y de repente, casi de manera imperceptible, debilitó uno de los eslabones de sus ataduras en cada brazo.
- ¿Sabes qué? Estoy harto de esto. Ese tal Jules es un novato, pero ha logrado hacerme bastante daño a base de insistir - sintió satisfacción al ver el desdén en el rostro de Jules - No estoy en condiciones para resistir el trabajo de un profesional. Hablaré.
Mientras daba su discursito, aprovechando que tenía a Ulysses delante, bloqueando parcialmente el campo visual de sus captores, comenzó a mover el antebrazo derecho lentamente, intentando encontrar un punto en que pudiese mover su brazo, aunque fuese unos milímetros. Lo encontró. ¿Tendría la fuerzas necesarias? "No hay tiempo para dudar". Un único tirón bastó para deformar el eslabón dañado, rompiendo la cadena. Antes incluso de terminar de liberarse, alzó el brazo derecho haciendo presión con el dedo índice contra el pulgar. Tras Ulysses, la mujer estaba levantando la pistola. Atsu apuntó con una precisión fruto de años de entrenamiento y liberó el dedo de golpe. Una pequeña verde recorrió la distancia entre ambos e hizo blanco en el antebrazo de ella, que estalló en una lluvia de carne, sangre y fragmentos de hueso. Sin perder más tiempo, liberó su otro brazo y comenzó a desatarse apresuradamente.
- ...necesitamos, y alguien está empezando a impacientarse.
No reconocía la nueva voz. Notó a Jules alejarse y de repente alguien le quitó el trapo de la cara. Era un hombre alto y corpulento, de rostro atractivo y ojos dorados. Por un momento le preocupó mucho aquel recién llegado. Alguien así olía a malas noticias. Su mirada era dura e indescifrable y sus manos callosas y marcadas decían claramente que no era alguien a quien molestar. Si le habían mandado los jefes de aquella gente, probablemente se encontraba ante un torturador profesional que no se limitaría a darle algunos puñetazos o con el que funcionaría un simple truco de respiración. Pero entonces se presentó. Algo en él le daba muy mala espina, pero acababa de hacer referencia a una broma interna del Cipher Pol. ¿Era un agente? Si era el caso, ¿estaba para rescatarle, para eliminarle antes de que hablase? ¿Era posible que fuese el topo? "Ulysses" comenzó con unos preliminares que parecían sacados de una novela de detectives o de una sesión de BDSM, y de repente, casi de manera imperceptible, debilitó uno de los eslabones de sus ataduras en cada brazo.
- ¿Sabes qué? Estoy harto de esto. Ese tal Jules es un novato, pero ha logrado hacerme bastante daño a base de insistir - sintió satisfacción al ver el desdén en el rostro de Jules - No estoy en condiciones para resistir el trabajo de un profesional. Hablaré.
Mientras daba su discursito, aprovechando que tenía a Ulysses delante, bloqueando parcialmente el campo visual de sus captores, comenzó a mover el antebrazo derecho lentamente, intentando encontrar un punto en que pudiese mover su brazo, aunque fuese unos milímetros. Lo encontró. ¿Tendría la fuerzas necesarias? "No hay tiempo para dudar". Un único tirón bastó para deformar el eslabón dañado, rompiendo la cadena. Antes incluso de terminar de liberarse, alzó el brazo derecho haciendo presión con el dedo índice contra el pulgar. Tras Ulysses, la mujer estaba levantando la pistola. Atsu apuntó con una precisión fruto de años de entrenamiento y liberó el dedo de golpe. Una pequeña verde recorrió la distancia entre ambos e hizo blanco en el antebrazo de ella, que estalló en una lluvia de carne, sangre y fragmentos de hueso. Sin perder más tiempo, liberó su otro brazo y comenzó a desatarse apresuradamente.
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Omega pareció darse cuenta del ardid, porque comenzó a soltar vaguedades a medida que él iba trabajando. Para su gusto estaba hablando demasiado deprisa, pero tampoco le quiso prestar atención. Él por su parte trató de seguir con el vodevil para ahorrarle problemas y ser capaces de salir sin llamar la atención. Era sencillo, tan solo necesitaban coordinarse una vez tuviese todas las extremidades libres y... Omega era imbécil.
Quizá producto de la tortura, se había precipitado liberando su brazo antes de tiempo, lo que como era de esperar llamó la atención de la mujer y conllevó a la reacción instantánea del agente. Instantánea y brutal, de hecho. Notó cómo por su vera una corriente de aire volaba violentamente, casi al mismo tiempo que escuchó en la pared el repiqueteo de la sangre, así como la percusión gomosa de la carne. Sin tomarse el tiempo para razonar lo ocurrido se movió al instante hacia el interrogador, propinándole un intenso puñetazo en la sien que lo dejó inconsciente en el acto. Había aprendido, mucho tiempo atrás, que daba igual lo fuerte que uno fuese; si un golpe te cogía desprevenido, muy probablemente cayeses sin remedio.
- Eso ha sido... -Buscó la palabra exacta-. Excesivo.
En muchos sentidos lo había sido. La fama que los reportes sobre el agente Omega le granjeaban hacían poca justicia a la brutalidad de la que podía llegar a hacer gala. Había tantas formas menos dañinas de neutralizar a un enemigo -incluso algunas particularmente agresivas que él mismo utilizaba- que no veía lógico mutilar a la gente por capricho. Pero así era el Cipher Pol, asumió. así era el mundo en el que se movía.
Con un suspiro cansado sacó la petaca y dio un sorbo no demasiado largo, lo suficiente para que su mente supiese que más alcohol iba entrando, y se sacó la chaqueta. Con sumo cuidado arremangó su camisa mientras se acercaba a la mujer. En cuanto Omega se liberó por completo la colocó en su asiento. Estaba inconsciente. No recordaba haberla oído gritar, pero el impacto había sido lo bastante escandaloso como para alertar a la gente en cuartos contiguos. Trató de ayudar en lo que pudo para evitar que siguiera perdiendo sangre hasta que dejó de ser necesario y abrió el maletín para cambiarse tanto la camisa ensangrentada como la chaqueta con restos de hueso clavados.
- Espero que sus compañeros sean menos efusivos, agente -comentó mientras volvía a anudarse la corbata-. Solo me queda una chaqueta limpia más. -Se acercó a la puerta-. Si llamamos la atención comprometeremos aún más el éxito del operativo. Así pues, recuerde que en esta misión el sigilo no es opcional. Déjese ver y puede estar matando a sus compañeros... Y al objetivo. Por otro lado, si todas las habitaciones cuentan con el mismo número de personas dentro debemos neutralizar a catorce más otros dos de la puerta. Quizá alguno más; no he mirado qué había en el primer piso antes de entrar.
Dicho eso abrió la puerta y miró al exterior. Nadie los esperaba; eso era bueno. Salió y se acercó a una segunda puerta mientras indicaba al agente que robase la ropa del grandullón. Una vez estuviese visible podrían entrar. Debería ser pan comido.
Quizá producto de la tortura, se había precipitado liberando su brazo antes de tiempo, lo que como era de esperar llamó la atención de la mujer y conllevó a la reacción instantánea del agente. Instantánea y brutal, de hecho. Notó cómo por su vera una corriente de aire volaba violentamente, casi al mismo tiempo que escuchó en la pared el repiqueteo de la sangre, así como la percusión gomosa de la carne. Sin tomarse el tiempo para razonar lo ocurrido se movió al instante hacia el interrogador, propinándole un intenso puñetazo en la sien que lo dejó inconsciente en el acto. Había aprendido, mucho tiempo atrás, que daba igual lo fuerte que uno fuese; si un golpe te cogía desprevenido, muy probablemente cayeses sin remedio.
- Eso ha sido... -Buscó la palabra exacta-. Excesivo.
En muchos sentidos lo había sido. La fama que los reportes sobre el agente Omega le granjeaban hacían poca justicia a la brutalidad de la que podía llegar a hacer gala. Había tantas formas menos dañinas de neutralizar a un enemigo -incluso algunas particularmente agresivas que él mismo utilizaba- que no veía lógico mutilar a la gente por capricho. Pero así era el Cipher Pol, asumió. así era el mundo en el que se movía.
Con un suspiro cansado sacó la petaca y dio un sorbo no demasiado largo, lo suficiente para que su mente supiese que más alcohol iba entrando, y se sacó la chaqueta. Con sumo cuidado arremangó su camisa mientras se acercaba a la mujer. En cuanto Omega se liberó por completo la colocó en su asiento. Estaba inconsciente. No recordaba haberla oído gritar, pero el impacto había sido lo bastante escandaloso como para alertar a la gente en cuartos contiguos. Trató de ayudar en lo que pudo para evitar que siguiera perdiendo sangre hasta que dejó de ser necesario y abrió el maletín para cambiarse tanto la camisa ensangrentada como la chaqueta con restos de hueso clavados.
- Espero que sus compañeros sean menos efusivos, agente -comentó mientras volvía a anudarse la corbata-. Solo me queda una chaqueta limpia más. -Se acercó a la puerta-. Si llamamos la atención comprometeremos aún más el éxito del operativo. Así pues, recuerde que en esta misión el sigilo no es opcional. Déjese ver y puede estar matando a sus compañeros... Y al objetivo. Por otro lado, si todas las habitaciones cuentan con el mismo número de personas dentro debemos neutralizar a catorce más otros dos de la puerta. Quizá alguno más; no he mirado qué había en el primer piso antes de entrar.
Dicho eso abrió la puerta y miró al exterior. Nadie los esperaba; eso era bueno. Salió y se acercó a una segunda puerta mientras indicaba al agente que robase la ropa del grandullón. Una vez estuviese visible podrían entrar. Debería ser pan comido.
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La vista de la carnicería que había montado y la mirada que le dirigió Ulysses fueron suficiente para hacerle volver en sus cabales. ¿Se había dejado llevar por la impaciencia? Sí, lo había hecho. En el momento, destrozado psicológicamente por la tortura y el aprisionamiento, había parecido una buena idea liberarse antes de que notasen que algo iba mal. Había dejado que el estrés decidiese por él. Una vez la mujer se había dado cuenta y había levantado la pistola, no le había quedado más remedio que actuar. Se había metido él solo en aquel jaleo. Sin embargo, el verdadero horror estaba por llegar: estaban en una misión y otros compañeros suyos también eran prisioneros. Un escalofrío recorrió su espalda. Eso convertía su desliz en un error en toda regla.
- Espera... espera, espera. ¿Operativo? ¿Objetivo? Lo siento, pero creo que he debido recibir un golpe en la cabeza en algún momento. No recuerdo nada desde hace... no lo sé. Recuerdo estar en Big P con mi equipo descansando tras la última misión y mi siguiente recuerdo es despertar en esta habitación herido y encadenado.
Echó un vistazo a la mujer, pero su misterioso compañero estaba ya atendiéndola para evitar que se desangrase. Decidió intentar aprovechar un poco su tiempo y recogió la pistola de ella. Sacó el cargador y observó las balas. Calibre .22 corto, sin nada en especial. La pistola era corriente y vieja, pero bien cuidada. Le puso el seguro y la dejó encima de una caja mientras se cambiaba. La ropa de Jules le quedaba enorme, pero al menos le entraba. Ella tenía una complexión demasiado delgada para que se pusiera su ropa. Se vistió como pudo y dobló las mangas del pantalón y la camisa.
- Creo que vas a tener que ponerme al día. Creo que estamos en Shabaody, ¿me equivoco? Eso pude deducir de las preguntas. ¿Cuál es el objetivo y cuántos agentes han venido aquí conmigo?
Adivinaba de las palabras del hombre que había cierto grado de inmediatez en la tarea. Probablemente porque había hecho más ruido de la cuenta. Sin embargo, necesitaba saber al menos qué estaban haciendo. Mientras esperaba la respuesta, cogió la chaqueta de Jules, limpió como pudo los restos del antebrazo y se la puso. Al menos era negra, así que la sangre llamaba menos la atención. Tras eso, se guardó la pistola dentro. Entonces una sospecha se le pasó por la mente. No hacía demasiado que RAL y él le habían sonsacado información a un revolucionario con una treta similar.
- No es el mejor momento para cortesías, pero, ¿quién eres? ¿Te envía la agencia?
- Espera... espera, espera. ¿Operativo? ¿Objetivo? Lo siento, pero creo que he debido recibir un golpe en la cabeza en algún momento. No recuerdo nada desde hace... no lo sé. Recuerdo estar en Big P con mi equipo descansando tras la última misión y mi siguiente recuerdo es despertar en esta habitación herido y encadenado.
Echó un vistazo a la mujer, pero su misterioso compañero estaba ya atendiéndola para evitar que se desangrase. Decidió intentar aprovechar un poco su tiempo y recogió la pistola de ella. Sacó el cargador y observó las balas. Calibre .22 corto, sin nada en especial. La pistola era corriente y vieja, pero bien cuidada. Le puso el seguro y la dejó encima de una caja mientras se cambiaba. La ropa de Jules le quedaba enorme, pero al menos le entraba. Ella tenía una complexión demasiado delgada para que se pusiera su ropa. Se vistió como pudo y dobló las mangas del pantalón y la camisa.
- Creo que vas a tener que ponerme al día. Creo que estamos en Shabaody, ¿me equivoco? Eso pude deducir de las preguntas. ¿Cuál es el objetivo y cuántos agentes han venido aquí conmigo?
Adivinaba de las palabras del hombre que había cierto grado de inmediatez en la tarea. Probablemente porque había hecho más ruido de la cuenta. Sin embargo, necesitaba saber al menos qué estaban haciendo. Mientras esperaba la respuesta, cogió la chaqueta de Jules, limpió como pudo los restos del antebrazo y se la puso. Al menos era negra, así que la sangre llamaba menos la atención. Tras eso, se guardó la pistola dentro. Entonces una sospecha se le pasó por la mente. No hacía demasiado que RAL y él le habían sonsacado información a un revolucionario con una treta similar.
- No es el mejor momento para cortesías, pero, ¿quién eres? ¿Te envía la agencia?
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La situación parecía ir empeorando por segundos. El agente Omega parecía sufrir alguna clase de estrés postraumático -lógico, por otro lado- y no recordaba el cometido por el que había llegado a Sabaody. La amnesia anterógrada podría ser un diagnóstico también, sobre todo si en medio de un arrebato el gigantón le hubiese golpeado la cabeza, pero era demasiado pronto para establecer un diagnóstico y, además, el shock sería mucho mayor al que evidentemente estaba sufriendo. Blaze cerró la puerta muy despacio para no hacer ruido, dándose la vuelta y acercándose. Necesitaba unos segundos para examinarlo. ¿Por qué no se habría acordado antes?
- Soldado... No. Comandante cadete Blaze Aswen -se corrigió para presentarse, dejando el maletín en el suelo-. Operaciones Especiales. Me envía la Oficina de Coordinación.
Quizá por eso lo habían enviado a él. Cuando estuvo a unos pasos del agente comenzó a chasquear los dedos de la mano izquierda, moviéndolos por cada esquina de su campo de visión sin decirle nada. Primero a su izquierda, luego arriba, un par de veces abajo... Cada vez más rápido, tratando de estresar sus retinas y su cerebro. Entonces, de golpe, movió su brazo derecho a toda velocidad hasta detenerse a escasos centímetros de su cara. Quería ver su reacción, saber hasta qué punto comprometía la misión las secuelas de su tortura. Si las superaba, que esperaba que así fuese, recogería el maletín y lo dejaría sobre una de las cajas, sentándose al lado. Lanzó una lata de alubias al agente para que comiese un poco y oteó las demás cajas por si había algo de agua. Más allá del balde, claro.
En el maletín no llevaba muchas cosas aparte de sus trajes, pero siempre dejaba en él los papeles: Sus distintas identificaciones, mapas por si se perdía y una pequeña nota codificada en jerga del departamento de Inteligencia, pensada por si las moscas. Se trataba de un documento sin membrete, una aparente carta de un padre a su hija, pero que conociendo la imaginería de encriptación del Gobierno Mundial era sencilla de captar. Así pues se la tendió con la esperanza de que comprendiese que había llegado a la isla con seis compañeros más en busca del noble mundial desaparecido en el archipiélago. Tenía ciertas dudas acerca de que lo recordase, claro, pero quizá con un pequeño empujón bastase para que su memoria volviese a la normalidad.
- El contacto con tu equipo se perdió hace una semana. El reporte llegó hace tres días; he venido lo más rápido que he podido.
En realidad era casi un milagro que hubiese resistido una semana de torturas. Se preguntaba si todos los demás agentes estaban mostrando la misma tenacidad o se toparía con alguno que ya hubiera cantado. Que alguno habría muerto era una probabilidad nada desdeñable con la que debía contar, pero suponía tener menos efectivos -y que los vivos estuviesen probablemente en pésimas condiciones- para una misión que alguien lo bastante atrevido como para semejante secuestro seguramente tuviese mucho más controlada de lo que él pensaba. Y pensaba mucho.
- En fin, vamos a por tus compañeros -ordenó, con voz sedosa, guardando de nuevo todo en el maletín.
- Soldado... No. Comandante cadete Blaze Aswen -se corrigió para presentarse, dejando el maletín en el suelo-. Operaciones Especiales. Me envía la Oficina de Coordinación.
Quizá por eso lo habían enviado a él. Cuando estuvo a unos pasos del agente comenzó a chasquear los dedos de la mano izquierda, moviéndolos por cada esquina de su campo de visión sin decirle nada. Primero a su izquierda, luego arriba, un par de veces abajo... Cada vez más rápido, tratando de estresar sus retinas y su cerebro. Entonces, de golpe, movió su brazo derecho a toda velocidad hasta detenerse a escasos centímetros de su cara. Quería ver su reacción, saber hasta qué punto comprometía la misión las secuelas de su tortura. Si las superaba, que esperaba que así fuese, recogería el maletín y lo dejaría sobre una de las cajas, sentándose al lado. Lanzó una lata de alubias al agente para que comiese un poco y oteó las demás cajas por si había algo de agua. Más allá del balde, claro.
En el maletín no llevaba muchas cosas aparte de sus trajes, pero siempre dejaba en él los papeles: Sus distintas identificaciones, mapas por si se perdía y una pequeña nota codificada en jerga del departamento de Inteligencia, pensada por si las moscas. Se trataba de un documento sin membrete, una aparente carta de un padre a su hija, pero que conociendo la imaginería de encriptación del Gobierno Mundial era sencilla de captar. Así pues se la tendió con la esperanza de que comprendiese que había llegado a la isla con seis compañeros más en busca del noble mundial desaparecido en el archipiélago. Tenía ciertas dudas acerca de que lo recordase, claro, pero quizá con un pequeño empujón bastase para que su memoria volviese a la normalidad.
- El contacto con tu equipo se perdió hace una semana. El reporte llegó hace tres días; he venido lo más rápido que he podido.
En realidad era casi un milagro que hubiese resistido una semana de torturas. Se preguntaba si todos los demás agentes estaban mostrando la misma tenacidad o se toparía con alguno que ya hubiera cantado. Que alguno habría muerto era una probabilidad nada desdeñable con la que debía contar, pero suponía tener menos efectivos -y que los vivos estuviesen probablemente en pésimas condiciones- para una misión que alguien lo bastante atrevido como para semejante secuestro seguramente tuviese mucho más controlada de lo que él pensaba. Y pensaba mucho.
- En fin, vamos a por tus compañeros -ordenó, con voz sedosa, guardando de nuevo todo en el maletín.
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En cuanto explicó su situación, su rescatador cambió de actitud. Debía haber entendido la seriedad de su situación, pues decidió presentarse en condiciones. Que fuese un legionario le impactó un poco, pues estaba acostumbrado a ser él quien regañaba al brazo bruto del Gobierno por falta de sutileza y cuidado, no al revés. Supuso que el hecho de que fuese un oficial, aunque fuera uno en instrucción, tenía mucho que ver. La tropa no era escogida con tanto cuidado como en el Cipher Pol, así que había muchos legionarios que sabían poco más que apuntar, disparar y seguir órdenes. Con eso bastaba para muchas de sus tareas. Cuando Blaze comenzó a chasquear los dedos frente a sus cara, sacudió la cabeza, confuso.
- ¿Qué...?
Tuvo que contener su reacción instintiva al puñetazo, que hubiera sido responder con otro. Se limitó a retroceder un paso rápidamente e interponer un brazo, pero Blaze nunca terminó el golpe. Se sintió algo ofendido y molesto por el dolor que le había despertado el súbito movimiento. Con el corazón latiendo con fuerza por la adrenalina, se obligó a respirar hondo y razonar. El legionario se había detenido y ahora hurgaba en las cajas del almacén. ¿Le había estado poniendo a prueba? Tal vez quería ver su estado mental. Al fin y al cabo, acababa de decirle que estaba amnésico. Cogió al vuelo una lata de alubias que Blaze le lanzó, momento en que se dio cuenta de lo hambriento que estaba. Normalmente cuidaba lo que comía y preparaba sus comidas con esmero, pero en aquel momento le dio igual no tener nada con que calentarlas, algo para mejorar su sabor o siquiera cubiertos. Abrió la lata apresuradamente y comenzó a devorar su contenido con las manos. Cuando Blaze le pasó una botella de agua, dio un largo trago para ayudarse a bajar la masa de alubias masticadas por su garganta reseca, y de paso aliviar su sed. Tras parar para soltar un sonoro eructo, siguió comiendo y bebiendo.
- ¿Qué'jejto? - preguntó, con la boca llena.
Se limpió las manos con la camisa ensangrentada que se había quitado antes y cogió el papel. En apariencia era una carta de un padre a su hija, pero Atsu reconoció el patrón en la escritura. Era un código muy sencillo que se empleaba para comunicaciones discretas pero que no requiriesen un elevado nivel de seguridad. Leyó con cuidado el documento, traduciéndolo en silencio. Mierda. Un tenryuubito. Y no solo había fallado, sino que él y su equipo eran prisioneros. ¿Qué equipo? ¿Quiénes habían ido con él? ¿Ray, Andy, RAL, Julianna? ¿Therese? Tragó saliva y empezó a sudar al recordar las palabras de Blaze acusándole de poner en peligro a sus compañeros.
- ... una semana - repitió en voz baja, aún impactado.
Confiaba en sus subordinados y compañeros, pero una semana bajo las atenciones de algún criminal de escasa moral podían quebrar a cualquiera. Respiró hondo y retuvo el aire mientras contaba mentalmente los diez primero números primos. Al terminar comenzó a liberar el aire, lentamente. Le tendió el informe a Blaze y le respondió, con voz más resuelta que antes:
- Vámonos. Hay que realizar el rescate y largarnos de aquí. Si has venido hasta aquí, supongo que tenemos un medio de extracción ¿no?
Subió las escaleras hasta la puerta y apoyó el oído contra la pared. Cerró los ojos y se centró en las vibraciones. No sentía pasos, pero eso solo significaba que no había nadie caminando cerca. Sí que sentía, sin embargo, movimientos algo más fuertes lejos. A unos... ¿treinta metros? ¿Veinte? Las vibraciones llegaban bastante difusas. Eran golpes pesados, pero no muy violentos.
- Alguien mueve algo pesado en algún lugar cercano. ¿Cajas, tal vez? Por lo demás... creo que el otro lado de la puerta está despejado.
Atravesaron el umbral con cuidado y en silencio. La puerta daba a una estancia pequeña donde había dos puertas y una ventana pequeña y estrecha. Atsu miró en todas direcciones en silencio mientras se centraba. La noticia de que sus compañeros estaban en peligro y la comida le habían ayudado a centrarse y aclarar un poco sus pensamientos. Usando su haki de observación, presintió dónde estaba la gente cercana.
- Doce personas - le informó en un susurro - Hay... dos ahí. El resto están en la otra puerta.
Señaló a la puerta que tenían a la izquierda. Esperó a ver la opinión de Blaze, que habría visto más del edificio y seguramente tendría una idea más precisa de cómo podían actuar, pero mientras tanto, se aproximó a la puerta de la izquierda y aguardó a un lado del marco, en tensión y listo para actuar. Si al menos tuviese sus cosas a mano...
- ¿Qué...?
Tuvo que contener su reacción instintiva al puñetazo, que hubiera sido responder con otro. Se limitó a retroceder un paso rápidamente e interponer un brazo, pero Blaze nunca terminó el golpe. Se sintió algo ofendido y molesto por el dolor que le había despertado el súbito movimiento. Con el corazón latiendo con fuerza por la adrenalina, se obligó a respirar hondo y razonar. El legionario se había detenido y ahora hurgaba en las cajas del almacén. ¿Le había estado poniendo a prueba? Tal vez quería ver su estado mental. Al fin y al cabo, acababa de decirle que estaba amnésico. Cogió al vuelo una lata de alubias que Blaze le lanzó, momento en que se dio cuenta de lo hambriento que estaba. Normalmente cuidaba lo que comía y preparaba sus comidas con esmero, pero en aquel momento le dio igual no tener nada con que calentarlas, algo para mejorar su sabor o siquiera cubiertos. Abrió la lata apresuradamente y comenzó a devorar su contenido con las manos. Cuando Blaze le pasó una botella de agua, dio un largo trago para ayudarse a bajar la masa de alubias masticadas por su garganta reseca, y de paso aliviar su sed. Tras parar para soltar un sonoro eructo, siguió comiendo y bebiendo.
- ¿Qué'jejto? - preguntó, con la boca llena.
Se limpió las manos con la camisa ensangrentada que se había quitado antes y cogió el papel. En apariencia era una carta de un padre a su hija, pero Atsu reconoció el patrón en la escritura. Era un código muy sencillo que se empleaba para comunicaciones discretas pero que no requiriesen un elevado nivel de seguridad. Leyó con cuidado el documento, traduciéndolo en silencio. Mierda. Un tenryuubito. Y no solo había fallado, sino que él y su equipo eran prisioneros. ¿Qué equipo? ¿Quiénes habían ido con él? ¿Ray, Andy, RAL, Julianna? ¿Therese? Tragó saliva y empezó a sudar al recordar las palabras de Blaze acusándole de poner en peligro a sus compañeros.
- ... una semana - repitió en voz baja, aún impactado.
Confiaba en sus subordinados y compañeros, pero una semana bajo las atenciones de algún criminal de escasa moral podían quebrar a cualquiera. Respiró hondo y retuvo el aire mientras contaba mentalmente los diez primero números primos. Al terminar comenzó a liberar el aire, lentamente. Le tendió el informe a Blaze y le respondió, con voz más resuelta que antes:
- Vámonos. Hay que realizar el rescate y largarnos de aquí. Si has venido hasta aquí, supongo que tenemos un medio de extracción ¿no?
Subió las escaleras hasta la puerta y apoyó el oído contra la pared. Cerró los ojos y se centró en las vibraciones. No sentía pasos, pero eso solo significaba que no había nadie caminando cerca. Sí que sentía, sin embargo, movimientos algo más fuertes lejos. A unos... ¿treinta metros? ¿Veinte? Las vibraciones llegaban bastante difusas. Eran golpes pesados, pero no muy violentos.
- Alguien mueve algo pesado en algún lugar cercano. ¿Cajas, tal vez? Por lo demás... creo que el otro lado de la puerta está despejado.
Atravesaron el umbral con cuidado y en silencio. La puerta daba a una estancia pequeña donde había dos puertas y una ventana pequeña y estrecha. Atsu miró en todas direcciones en silencio mientras se centraba. La noticia de que sus compañeros estaban en peligro y la comida le habían ayudado a centrarse y aclarar un poco sus pensamientos. Usando su haki de observación, presintió dónde estaba la gente cercana.
- Doce personas - le informó en un susurro - Hay... dos ahí. El resto están en la otra puerta.
Señaló a la puerta que tenían a la izquierda. Esperó a ver la opinión de Blaze, que habría visto más del edificio y seguramente tendría una idea más precisa de cómo podían actuar, pero mientras tanto, se aproximó a la puerta de la izquierda y aguardó a un lado del marco, en tensión y listo para actuar. Si al menos tuviese sus cosas a mano...
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