Toda Leyenda tiene un Principio [Libre]

El bote navegaba por las olas del East Blue, aquella zona de la que no había salido ni conocía nada que no estuviera emparejado con ella. El cadáver del jabalí que mató en otra isla anterior, era un delicioso manjar que le encantó probar con los dientes. El sabor de la carne era algo que no recordaba desde hacía algunos que otros días, mas fue su sabor a la brasa lo que le encantó. En el bote no llevaba nada más que su cadáver cortado en varios trozos, y algún que otro palillo con piedras que prendieran al contacto para crear una pequeña hoguera que lo cocinase bien. El tiempo se había vuelto algo inestable, y era difícil remar tranquilamente por aquel oleaje como había estado haciendo anteriormente. Necesitaba mostrarse apacible y no perder los nervios, pero sabía que definitivamente un bote como el que estaba usando en la actualidad no era un buen método de transporte entre islas. Por eso la gente empleaba barcos, transportes más grandes en los que podrías llevar millares de alimentos si los distribuyeses bien por las distintas habitaciones, con varias velas que se dejaban llevar por el viento hasta alcanzar el nuevo lugar de destino. Y precisamente sería eso, el usar un nuevo método de transporte, lo que le llevaría a dejar su pequeño bote aquel día, adentrándose en una gran aventura para la que, desde luego, no estaba preparado.

La lluvia comenzó a caer del cielo, a la par que unos pequeños truenos sacudían las nubes. No tenía nada para taparse, por lo que toda su ropa comenzó a mojarse rápidamente, conforme las gotas de lluvia impactaban contra su traje de tonalidad negra. ¿Cuál sería el siguiente destino de aquella vida? Tal vez encontrase nuevos animales raros como los de la última isla, o se topara con la Marina. Todavía no había realizado ningún acto delictivo, aunque su corazón solitario y frío necesitaba realizar alguna que otra fechoría para sentirse vivo, saber que podía ganar wanted simplemente con un gesto de sus patrones.

Mas una respuesta a una de sus plegarias llegó por el horizonte, cuando un barco que parecía ser mercante se acercaba a su trayectoria, posicionándose al lado del bote del joven en cuestión de segundos. Tirando el cadáver del jabalí al mar, se acercó lo suficiente como para poder emplear sus manos y pies para escalar su superficie y colarse por la primera ventana abierta en el costado derecho del barco. El bote que empleaba hasta entonces lo dejó en la mar, sin preocuparme de su futuro. Todos los puertos tenían botes como aquel, por lo que sería una pérdida a reemplazar con facilidad en el futuro. Y para su suerte, en el interior de aquella habitación a la que accedí, todo estaba lleno de frutas y verduras. Rápidamente cogió una manzana y la comió entera de tres muerdos, mientras que con la otra mano hábilmente comenzaba a quitarle la piel a unas naranjas bastante grandes. Su sabor cítrico le revitalizó, mientras que seguía probando más y más, harto del pescado que se escondía en las profundidades marinas, anhelando lo que siempre teníamos a mano y nunca le habíamos dado el valor nutritivo que se merecía. Tendría que ocultar su presencia de todas aquellas personas que viajasen en el barco, mas era algo que se le daba bien. Y cuando desembarcase en una nueva isla, bajaría a tierra para continuar con sus aventuras. La puerta de una nueva historia, estaba abierta.

Horas habían transcurrido desde que ese barco surcaba el oleaje propuesto por el mar para viajar hacia una nueva isla de nombre desconocido. Era el inicio del viaje del joven de largo pelo oscuro, quien armado con una única mente llena de sueños, esperaba que aquella aventura le hiciera madurar y dejar de ser el niño inmaduro que actualmente era. Apoyado sobre una baranda lateral del barco, el cuerpo del joven arqueólogo se dejaba caer hacia adelante hundiendo sus ojos en las profundidades marinas. El agua era cristalina y dejaba ver algún que otro pececillo en su interior, mas una voz requirió su atención cuando se pudo escuchar alto y claro. - ¡Tierra a la vista! - Y los ojos del chico se dirigieron hacia la dirección en que señalaban los ojos de los demás pasajeros. Una isla lejana, que por la información que los hombres y mujeres comenzaron a decir, se trataba de Syrup, se acercaba cada vez más a ellos, intimidante y llena de flora lo suficientemente abundante como para volver loco a un biólogo durante un tiempo.

Con el transcurrir de los minutos, fue fácil que el barco llegase a tierra y replegase las velas y tirase el ancla al agua, para que la gente que quisiera desembarcar en dicho lugar lo hiciera. Esperarían unos minutos, y el pelinegro no desaprovechó la oportunidad. Ciertamente le daba igual a dónde fuera, a qué isla se dirigiese. Solo quería salir de su isla de nacimiento. Y en cuanto sus botas pisaron la arena mojada de la playa, un extraño sentimiento cruzó su cabeza: tenía el presentimiento de que algo ocurriría en aquella isla, algo que sería un buen inicio para su periplo. ¿Pero el qué? Con ansias de respuestas, dejó atrás la avanzadilla de personas que habían desembarcado, y se coló en solitario, como siempre solía hacer, entre los matorrales y arbustos del lugar. Su mirada no reflejaba sentimiento alguno, aunque tal vez la pasividad y tranquilidad eran dos gestos que habían quedado bastante claros en él. Mas una nueva pizca de excitación recorría la mirada del joven. Era la primera vez que se enfrentaría a sus propios miedos por sí mismo, sin ayuda de nadie. Y eso le daba algo de miedo. Sin preocupaciones, avanzó, adentrándose más en aquella desconocida isla, dejando sus huellas en la arena, las cuales fueron desapareciendo conforme el agua volvía a pasar por encima de ellas.

Lejos de encontrar aquella felicidad que tanto buscaba, el chico de personalidad oscura avanzaba por los arbustos de aquellos lugares tan inverosímiles. Era la primera vez que se encontraba en otra isla que no fuera en la que nació, por lo que todo eso podía quedarle un poco grande. No tenía demasiada experiencia, y sus habilidades eran muy limitadas. Pero eso, como todo, podía suplirse con el tiempo y dedicación suficientes. Avanzaba entre la maleza, todo parecía normal: los verdes arbustos mantenían ocultos pequeños seres vivos no hostiles, pacíficos como el pelinegro, que descansaban tranquilamente observando cómo el chico que paseaba por aquel lugar les miraba con una cara de indiferencia. Fue cuestión de tiempo que dejase atrás esas zonas verdes y serenas para dar paso a la civilización. Según lo que había podido oír durante su travesía a escondidas en el barco que lo había traído hasta este lugar, se encontraba en la isla de Syrup. Tras unirse a la Revolución, mucha información se le había dado, sobre todo por cuestiones de política y otras cosas que eran de difícil entendimiento. Además, su carrera como arqueólogo le brindaba mucha información sobre cada lugar del mundo, llegando a aprenderse todos los nombres de las ciudades de un tirón, recitándolas como si fuera un juego de niños. Por eso, la mente de aquel chico se encontraba suficientemente preparada para afrontar cualquier cosa que se le viniera encima. Al menos, estaba enterado de todo lo que podía pasar en dicho lugar.

El chico cavilaba en si habría muchos marines por allá. Ciertamente, todavía no constaba de ningún cartel que señalase su existencia como algo peligroso para la humanidad, por lo que no tendría problema en pasar desapercibido. Su agilidad y velocidad le permitirían escabullirse entre la gente ... No, eso le sería difícil. La apariencia de una persona promedio en aquel lugar ya estaba más que establecida. Ver a un chico de las características fisiológicas de Zhown no solo haría que la gente se preguntase de dónde venía, sino también el motivo por el que había desembarcado en su isla propia. Aquella ciudad era demasiado tranquila, no estaban acostumbrados a visitas de gente ajena a ellos. Según el diario de historia de la arqueología, Syrup constaba de trabajadores que araban los campos y se dedicaban a tener una simple vida lejos de las complicaciones. Les gustaba lo fácil, resumiendo. Y eso se podía ver con los propios ojos. En cuanto pisó con sus pies en el camino principal que recorría la mayoría de la ciudad, los ojos se posaron sobre él llamándole a primera instancia extraño. Se le daba bien escuchar, mas todas las palabras ofensivas que pudieran soltarle resbalarían por sus oídos hasta caer en el olvido de su subconsciente. No tardó mucho en que sus pasos le llevasen hasta la entrada de un restaurante, algo viejo y de madera desgastada, cuya tonalidad grisácea indicaba que llevaba abierto demasiado tiempo. Sin titubear, entró en dicho lugar, preparado para tomar algo que le hiciera olvidar toda la fruta que días atrás había estado ingiriendo, incluso llegando a cansarse de estas.

El interior del bar-restaurante era cálido, un ambiente demasiado hogareño que acogió al joven nada más empujar las puertas de madera de aquella fácil entrada. Allí adentro, un leve calor se elevaba. Gritos de felicidad de mujeres y hombres borrachos hasta la saciedad recorrían todo el local, además del olor del tabaco y el alcohol que seguramente muchos combinaban teniendo un efecto placebo que les quitaría todos sus problemas durante un buen rato. El chico de gabardina oscura avanzó por el lugar, siendo observado como un extraño, lo cuál a fin de cuentas era, hasta posicionarse en la barra de aquel lugar. Cogió un pequeño taburete que había libre, y se sentó encima de él con cuidado, poniendo sus codos por encima de la barra y esperando a que el camarero viniera para preguntarle qué quería. Una vez que lo hizo, secándose las manos con una nimia toalla, el calvo dependiente de aquel lugar se fue para traerle al joven un zumo de naranjas. ¿Cómo lo pidió? Ni siquiera había soltado una frase desde que había bajado del barco en aquella isla. Pues muy simple. Ya que él no era de palabras, señaló con uno de sus blanquecinos dedos a un dibujo de un zumo que se encontraba enmarcado en la pared de una viga de soporte del restaurante. Seguramente, un dibujo de uno de los hijos de aquel hombre, aunque todo ello era una suposición que ni se molestaría en contrastar. Cuando lo trajo, agradeció y posó sus manos en el vaso, llevándolo a sus labios y dando un tímido sorbo. La gente de su alrededor no paraba de hablar, y él se mantenía callado. No encajaba para nada en aquella isla ... Mejor aún, en ninguna del mundo.