Raion Blaze

Su infancia era como la de cualquier otro chico corriente hasta que alcanzó los catorce años. A penas un par de meses después de celebrar su decimocuarto cumpleaños, la ciudad en la que vivía fue asaltada por una banda de bandidos que arrasaron todo a su paso. Durante el ataque, el joven Raion siguiendo las órdenes de su padre se escondió en un rincón de la casa para evitar ser encontrado por los vándalos. Cuando todo se quedó en silencio, salió de su escondite y encontró los cuerpos sin vida de sus padres a escasos metros de su casa.

Huérfano y sin ningún lugar donde ir, vagó por las calles, durmiendo en callejones arropado por cartones y mantas que sus antiguos dueños arrojaban a la basura y alimentándose a base de robar comida en el mercadillo de la ciudad.

Pronto se celebró una exhibición de artes marciales organizada por el gimnasio de la ciudad. El chico quedó maravillado ante lo que vieron sus ojos. Asombrado por la fuerza que demostraban los participantes y lo emocionante del combate comenzó a practicar por su cuenta ya que no tenía dinero ni para comprar una barra de pan, mucho menos para pagar las clases de uno de los mejores gimnasios del mundo. Aquello le hizo ver que si quizá hubiera sabido combatir hace apenas unos meses, quizá podría haber protegido a sus padres y las otras víctimas que hubieron durante el atentado.

Así pues, entrenó día y noche en las montañas que se encontraban en las afueras de la ciudad para llegar a ser un adversario duro. Cada día observaba las clases que se impartían en el patio del gimnasio y trataba de aprender a hacer los movimientos por su cuenta. Pasaron tres años y el entrenamiento parecía empezar a dar resultados. La mejoría física era obvia, era más fuerte y rápido pero necesitaba comprobar si sus dotes para el combate eran buenas ya que jamás había tenido la oportunidad de medirse a otro rival.

Como cada año, en la ciudad se organizaba un torneo a la que acudían participantes de todo el mundo para demostrar quién era el mejor karateka de los siete mares. Era la oportunidad perfecta para Raion para comprobar su nivel y como la inscripción era gratis, no lo dudo un segundo.

No consiguió ganar el torneo, pero consiguió vencer a rivales de cierto renombre y habilidad quedándose a las puertas de la final… nada mal para un mendigo sin formación. Al ver que era realmente bueno en el noble arte de la lucha decidió seguir entrenándose para ganar el año siguiente el torneo y derrotar a aquellos que no pudo en el anterior torneo pero Raion no se imaginaba que aquel torneo iba a cambiar tanto su vida.

Las siguientes semanas fueron de lo más corrientes. Se despertaba tiritando entre cartones, robaba hábilmente una manzana en el puesto de frutas del mercado y corría a las montañas a entrenar, pero ese día fue distinto. Después de un largo y duro entrenamiento golpeando arboles regresó a su “casa”, uno de los callejones de la ciudad. Pero el destino le tenía prevista una visita de lo más afortunada. Un hombre de unos cuarenta años aproximadamente de repente se paró frente a él y lo miro fijamente con rostro dubitativo.

Raion reconoció al instante a aquel hombre, era el Director del gimnasio de la ciudad el cual estuvo presente durante el torneo y quera considerado uno de los mejores luchadores del mundo. Al cabo de unos segundos, el hombre al final reconoció a Raion.

El hombre felicitó al chico por su actuación y le preguntó en qué gimnasio se había formado ya que no le sonaba haberle visto nunca en el suyo a lo que Raion le constestó que había practicado por su cuenta lo cual el hombre no podía creer ya que le parecía sorprendente que un chico de deicisiete años mostrara tanto talento sin ningún tipo de formación. Una cosa llevó a la otra y Raion acabó contando su historia al hombre el cual conmovido y viendo en el chico un gran potencial, le ofreció asistir a las clases del gimnasio gratuitamente e incluso le ofreció vivir en la residencia para alumnos extranjeros que debían quedarse en Karate Island para asistir al gimnasio.

Muy agradecido, Raion aceptó la oferta y su vida dio un giro de ciento ochenta grados. El talento y potencial que llevaba dentro pronto explotaron al recibir formación del hombre que le ofreció su ayuda y que se convirtió en su Sensei. En apenas un par de años se convirtió en uno de los jóvenes prodigios de las artes marciales. Comenzó a ganar todos los torneos en los que participaba y muchos lo consideraban el mejor luchador en activo. Pronto le otorgaron el sobrenombre de “Puño de hierro”.

Pasaron los años, diez concretamente y Raion alcanzó los treinta años. Fueron diez años de entrenamiento duro y cada año que pasaba se hacía más fuerte siendo ya un oponente terrible.
Al poco tiempo, su Sensei cayó gravemente enfermo. Durante sus últimos días de vida, Raion pasaba las veinticuatro horas del día a su lado cuidándolo y haciéndole compañía pues era como un padre para él. Con las últimas fuerzas que le quedaban antes de que llegara el inevitable final, confío el destino del gimnasio a Raion y una extraña y preciada pertenencia… una especie de fruta con una pinta muy extraña. Al parecer la ganó en un torneo hace un par de décadas y era una fruta “mágica” que confería poderes asombrosos a aquel que la comiera. Extrañado, Raion le preguntó a su Sensei por que no se la había comido él para obtener esos “poderes” a lo que él le respondió que por miedo. Según le habían contado, cualquier persona no es capaz de asimilar los poderes de una fruta como esa y muchos podían morir en el intento pero que estaba convencido de que Raion sería capaz de controlar los poderes de dicha fruta.

Al día siguiente, el corazón del Sensei dejó de latir. Raion cumplió con la última voluntad de su maestro e ingirió la fruta. A los pocos minutos su cuerpo entero parecía arder por dentro, sentía el dolor mas intendo jamás imaginado. Notaba como sus musculos, articulaciones y huesos se desgarraban, rompían y cambiaban de forma hasta que su cuerpo se covirtío en el de un licántropo blanco de dimensiones considerables. Todo ese sufrimiento había valido la pena, el poder que sentía en su poder era enorme. Mas fuerte, más ágil, sus sentidos se habían desarrollado pero no era capaz de controlar sus movimientos bien e incluso a veces parecía perder la noción de lo que hacía pero con entrenamiento en las montañas alejado del resto de las personas por lo que pudiera pasar, aprendió a dominar los poderes que le había proporcionado aquella fruta.

Pasaron los meses, unos meses muy duros para Raion pues sentía un gran vacío dejado por la marcha de su Sensei y con la carga de llevar el gimnasio adelante ejerciendo él como Sensei, cosa que le encantaba pero que a veces era estresante. Los últimos años habían sido financialmente duros y llegó un momento, en el que Raion no puedo mantener el gimnasio económicamente hablando y no tuvo más remedio que cerrarlo.

A los pocos meses se enteró de un tal tesoro pirata llamado One Piece y pensó que con él, tendría el suficiente dinero para reabrir el gimnasio e incluso abrir otros nuevos por todo el mundo para que los jóvenes tuvieran un lugar donde se les enseñara a defenderse y a defender a sus seres queridos. Cogió el barco que le había dejado en herencia su maestro, pues Raion había mostrado admiración por el mar en el pasado a su maestro y este decidió dárselo cuando murió y salió en busca del ansiado tesoro.

Solo había un pequeño problema: Raion no tenía ni idea acerca de navegar los mares. Tras varios días perdido en el mar, sin un rumbo fijo llegó por casualidad a una pequeña isla donde se encontraba un particular hombre cantando como un loco. Cuando la barcaza “atracó” en la isla, y cuando digo atracar me refiero a estamparse contra la orilla, el primer impulso de Raion fue ponerse en guardia por si aquel hombre desconocido y aparentemente loco arremetía contra él.

Tras una pequeña pelea sin heridas, ambos comenzaron a hablar y aquel hombre llamado Willem resultó ser una persona bastante amable.

[Cogido de la historia de Willem van der Decken al ser la historia similar] A la mañana siguiente entablaron una conversación bastante más tranquila que la noche anterior. Se contaron sus vidas, y Raion reconoció que no sabía muy bien como llegar a puerto sin quedarse sin suministros, a lo que Willem contestó con un plan genial. LLevaba años sin comer, y todavía no había muerto. Unos días o semanas más no eran nada. De modo que hicieron un trato. Si Raion le dejaba irse con él en su barco, Willem llevaría el barco de noche mientras él descansaba, y lo haría sin comer ni beber para conservar los alimentos. Realmente Raion no tenía otra alternativa, así que aceptó de buen gusto.

Durante su viaje, Willem le llenó la cabeza a Raion de historias sobre piratas y de las posibilidades que se le abren a uno cuando se convierte en pirata. Para acabar de convencerlo le propuso otro trato: si él ponía el barco, Willem le conseguía una tripulación. Y así lo hicieron. Incluso consiguieron reclutar a 3 tripulantes más, un pez, una ardilla y una niña. La tripulación perfecta. Hasta que su barco se fue a la mierda en la tormenta padre, pero por suerte pasaban cerca de Logue Town que fue donde acabaron. Willem y Raion tuvieron que pagar otro barco a medias a un hombre, llamado Vash, que posteriormente se unió a su tripulación. Desde luego el nuevo barco era bastante mejor y más grande que el anterior.

Y así es como siguen hasta el día de hoy.