Eikel
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
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Intelecto
Agudeza
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Akuma no mi
Varios
La puerta se abría poco a poco, no entendía porque Leah no salía de una maldita vez, las escuchaba hablar pero no salían. Entre el aburrimiento y la maldita espera, los segundos que tardo la puerta en abrirse por completo le parecieron años, incluso le había dando tiempo a comprar los malditos barquillos. La ardilla estaba perdiendo la paciencia, hasta que por fin vio a la nueva Leah.
-Es... maravilloso... Dijo casi entre lagrimas de emoción. El okama al ver la reacción de Eikel salió corriendo de la peluquería y lo agarró de sus pequeñas manos comenzando a girar los dos en una extraña danza de la alegría.
Después de la danza, los decidieron marcharse, Leah estaba algo avergonzada del espectáculo, así que le quito los barquillos al pobre Eikel de malas formas como método de pago. Era la última noche en la ciudad y a Eikel aun le sobraba un montón de dinero, a excepción de unos cuantos libros y diversas chucherías no había gastado un berry. Así que se le ocurrió una genial idea. Empezó a observar con detenimiento los restaurantes de la ciudad por los que pasaban caminando, hasta que por fin dio con uno que le gustaba. Parecía un lugar bien, no demasiado recatado pero tampoco un sucio antro. Cuando entraron en el local, tanto las pintas de Leah, como lo que parecía ser su mascota causaron un pequeño revuelo. El camarero ni siquiera se atrevió decirle animales no, y simplemente le pregunto a la chica que deseaba.
-Mesa para dos por favor. Dijo Eikel, mientras el camarero lo miró fugazmente con una sonrisa, esperando la contestación de Leah. Cuando se dio cuenta que el roedor había hablado, casi se le salen los ojos de las órbitas.
Nervioso, el mozo les llevo hasta una mesa algo apartada, quizás un movimiento empresarial para que no los viera demasiada gente. El pequeño sujetó la carta firmemente mientras la ojeaba, miró a Leah con una sonrisa mientras le hacía un gesto en plan, yo me encargo.
-Queremos todos los dulces de los postres de la carta. Dijo decidido el pequeño mientras el camarero volvía a no dar crédito de lo que había escuchado.
Eikel tuvo que insistir un par de veces, ya que el mozo pensaba que no había escuchado bien. Saldrían de allí o siendo los más felices del mundo, o con diabetes, estaba decidido. Tuvieron que esperar bastante hasta que los carros de dulce llegasen, así que empezaron a tener una pequeña charla de como se había desarrollado el día. Entre risas, recordando el rato que pasaron en la tienda de segunda mano, Eikel se acordó de algo.
-¡Casi se me olvida! Gritó el pequeño llamando la atención de la gente del local. En ese momento el roedor sacó un par de guantes rojos, cortados en los dedos, del bolsillo interior de su capa, y se los entregó a la chica.
-Espero que te gusten, los vi perfectos para tu nuevo look. Exclamó mientras la chica los analizaba.
El próximo día Eikel volvería a casa, no acordarse del regalo podría haber resultado fatal para el ánimo de la ardilla. Una vez entregado el detalle e inmerso en sus pensamientos los dulces llegaron a la mesa. Todo estaba preparado para el festín de despedida.
-Es... maravilloso... Dijo casi entre lagrimas de emoción. El okama al ver la reacción de Eikel salió corriendo de la peluquería y lo agarró de sus pequeñas manos comenzando a girar los dos en una extraña danza de la alegría.
Después de la danza, los decidieron marcharse, Leah estaba algo avergonzada del espectáculo, así que le quito los barquillos al pobre Eikel de malas formas como método de pago. Era la última noche en la ciudad y a Eikel aun le sobraba un montón de dinero, a excepción de unos cuantos libros y diversas chucherías no había gastado un berry. Así que se le ocurrió una genial idea. Empezó a observar con detenimiento los restaurantes de la ciudad por los que pasaban caminando, hasta que por fin dio con uno que le gustaba. Parecía un lugar bien, no demasiado recatado pero tampoco un sucio antro. Cuando entraron en el local, tanto las pintas de Leah, como lo que parecía ser su mascota causaron un pequeño revuelo. El camarero ni siquiera se atrevió decirle animales no, y simplemente le pregunto a la chica que deseaba.
-Mesa para dos por favor. Dijo Eikel, mientras el camarero lo miró fugazmente con una sonrisa, esperando la contestación de Leah. Cuando se dio cuenta que el roedor había hablado, casi se le salen los ojos de las órbitas.
Nervioso, el mozo les llevo hasta una mesa algo apartada, quizás un movimiento empresarial para que no los viera demasiada gente. El pequeño sujetó la carta firmemente mientras la ojeaba, miró a Leah con una sonrisa mientras le hacía un gesto en plan, yo me encargo.
-Queremos todos los dulces de los postres de la carta. Dijo decidido el pequeño mientras el camarero volvía a no dar crédito de lo que había escuchado.
Eikel tuvo que insistir un par de veces, ya que el mozo pensaba que no había escuchado bien. Saldrían de allí o siendo los más felices del mundo, o con diabetes, estaba decidido. Tuvieron que esperar bastante hasta que los carros de dulce llegasen, así que empezaron a tener una pequeña charla de como se había desarrollado el día. Entre risas, recordando el rato que pasaron en la tienda de segunda mano, Eikel se acordó de algo.
-¡Casi se me olvida! Gritó el pequeño llamando la atención de la gente del local. En ese momento el roedor sacó un par de guantes rojos, cortados en los dedos, del bolsillo interior de su capa, y se los entregó a la chica.
-Espero que te gusten, los vi perfectos para tu nuevo look. Exclamó mientras la chica los analizaba.
El próximo día Eikel volvería a casa, no acordarse del regalo podría haber resultado fatal para el ánimo de la ardilla. Una vez entregado el detalle e inmerso en sus pensamientos los dulces llegaron a la mesa. Todo estaba preparado para el festín de despedida.
Leah estaba como nueva después de aquel fabuloso tratamiento, lo que significaba que aún le quedaba energía para rato y que mejor que gastar esa energía comiendo. Dejando atrás al okama estilista, quien entre lloros, mocos y pañuelos de seda se despedía de ellos, pusieron rumbo a un restaurante que parecía cumplir las expectativas con un cinco raspado. Una vez se asentaron en el interior, la ardilla parecía ir a saco. Pidió solo postres y eso habría sonado descabellado si no fuese porque Eikel conocía a Leah demasiado bien, y sabía que era con el azúcar lo que un vampiro con la sangre.
Con más azúcar que otra cosa recorriéndoles las venas, salieron del local tras la comilona. Leah se puso los guantes tras examinarlos detenidamente. Le dio la impresión de que podría convertirse en una maestra del parkour solo con ponérselos, pero era más impresión que otra cosa. Como ella ya le había regalado un envoltorio de chocolatina supuso que estaban en paz. A partir de ahí el día fue bastante más sosegado, no quedaba mucho más por hacer en la ciudad y las ganas de relajarse empezaban a aparecer en la extraña pareja.
Si lo pensaba bien nunca nadie le había hecho replantearse tantas cosas como la puñetera ardilla, pero por mucho que cambiase por fuera o probase lo que es ayudar desinteresadamente al prójimo, al final del día seguía siendo la misma Leah de siempre. Era como intentar cambiar el comportamiento de un octogenario terco y tozudo, tarea imposible.
Se dirigieron de vuelta al cuartel sin perder más el tiempo. La chica tuvo que dar alguna que otra explicación y probar que era quien decía ser, pero ningún problema mayor realmente. Otra noche más y Eikel se volvería a casa en el primer barco que partiese por la mañana. Bien estaba, no se arrepentía de haberlo invitado y seguramente el roedor agradecía el vivir una pequeña aventura aunque no fuese otra que el ver algo de mundo.
Con más azúcar que otra cosa recorriéndoles las venas, salieron del local tras la comilona. Leah se puso los guantes tras examinarlos detenidamente. Le dio la impresión de que podría convertirse en una maestra del parkour solo con ponérselos, pero era más impresión que otra cosa. Como ella ya le había regalado un envoltorio de chocolatina supuso que estaban en paz. A partir de ahí el día fue bastante más sosegado, no quedaba mucho más por hacer en la ciudad y las ganas de relajarse empezaban a aparecer en la extraña pareja.
Si lo pensaba bien nunca nadie le había hecho replantearse tantas cosas como la puñetera ardilla, pero por mucho que cambiase por fuera o probase lo que es ayudar desinteresadamente al prójimo, al final del día seguía siendo la misma Leah de siempre. Era como intentar cambiar el comportamiento de un octogenario terco y tozudo, tarea imposible.
Se dirigieron de vuelta al cuartel sin perder más el tiempo. La chica tuvo que dar alguna que otra explicación y probar que era quien decía ser, pero ningún problema mayor realmente. Otra noche más y Eikel se volvería a casa en el primer barco que partiese por la mañana. Bien estaba, no se arrepentía de haberlo invitado y seguramente el roedor agradecía el vivir una pequeña aventura aunque no fuese otra que el ver algo de mundo.
Eikel
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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Ante la estupefacción de los allí presentes, consiguieron acabar con toda la tanda de dulces que habían pedido, incluso parecía que Leah podría comer algo mas pero decidió guardar las formas y salir del local, dejando a la ardilla pagando mientras tanto. Una vez fuera, la joven se probó los guantes que le había regalado y realmente encajaban con su nuevo estilo. Caminaron a paso lento por la ciudad, hacía fresco pero se estaba bien, así que la ardilla decidió aminorar el paso para disfrutar de su último día. Mañana temprano tendría que coger su barco de vuelta para volver a su antigua vida. Realmente tenía ganas de volver, pero algo le decía que disfrutaría mas quedándose allí, había descubierto las maravillas de viajar, no lo olvidaría fácilmente.
Cuando llegaron al cuartel tenían que repetir la trece-catorce para colarse, pero esta vez, Eikel tuvo que esperar un buen rato a que Leah diese explicaciones acerca de su cambio de apariencia y presentar acreditaciones. Esta vez habían llegado algo mas tarde, no tenían que pasar por la lavandería y casi todos los reclutas estaba en la cama, osea que era un paseo llegar hasta los barracones. La noche pasó sin incidentes y Leah despertó a Eikel a primera hora, antes de que nadie se levantase y salieron del cuartel zumbando.
El barco zarpaba en una hora y tenían que apurar el paso, si querían tener un rato para despedirse. Después de una caminata haciendo algunas bromas para quitarle hierro al asunto, por fin llegaron al puerto. El viaje de Eikel terminaba aquí, la verdad es que tenían bastantes cosas que contar a pesar de haber sido solo un par de días. Había visto a Leah que era lo importante y consiguió un par de libros muy interesantes, sobretodo uno de medicina que estaba seguro que le ayudaría a progresar en sus estudios. En el horizonte, el barco se aproximaba, los dos dicharacheros, se sumieron en un profundo silencio durante unos segundos. Era más incomodo que la última vez, quizás cada vez le estaba cogiendo mas cariño a la marine. El barco atracó y el momento había llegado.
-Bueno, mi visita termina aquí. Espero volverte a ver pronto. Dijo el pequeño entrecortado para que las emociones no se apoderasen de él.
Sabía que Leah no era muy de despedidas emotivas, así que decidió tenderle la mano como gesto caballeroso para estrechársela. El roedor corrió hacia la rampa de embarque para no llorar delante de la chica, antes de subir completamente al barco se giró para despedirse con la mano de nuevo. Una vez en la cubierta, se volvió a colocar en la proa del barco como en su viaje de ida y se sentó. Había bastante gente rodeándolo y los sentimientos afloraban, algo estaba cambiando en él y no le gustaba mostrar debilidad, así que se cubrió con su capa a modo de capucha y soltó unas cuantas lagrimas mientras el barco partía rumbo hacia su hogar.
Cuando llegaron al cuartel tenían que repetir la trece-catorce para colarse, pero esta vez, Eikel tuvo que esperar un buen rato a que Leah diese explicaciones acerca de su cambio de apariencia y presentar acreditaciones. Esta vez habían llegado algo mas tarde, no tenían que pasar por la lavandería y casi todos los reclutas estaba en la cama, osea que era un paseo llegar hasta los barracones. La noche pasó sin incidentes y Leah despertó a Eikel a primera hora, antes de que nadie se levantase y salieron del cuartel zumbando.
El barco zarpaba en una hora y tenían que apurar el paso, si querían tener un rato para despedirse. Después de una caminata haciendo algunas bromas para quitarle hierro al asunto, por fin llegaron al puerto. El viaje de Eikel terminaba aquí, la verdad es que tenían bastantes cosas que contar a pesar de haber sido solo un par de días. Había visto a Leah que era lo importante y consiguió un par de libros muy interesantes, sobretodo uno de medicina que estaba seguro que le ayudaría a progresar en sus estudios. En el horizonte, el barco se aproximaba, los dos dicharacheros, se sumieron en un profundo silencio durante unos segundos. Era más incomodo que la última vez, quizás cada vez le estaba cogiendo mas cariño a la marine. El barco atracó y el momento había llegado.
-Bueno, mi visita termina aquí. Espero volverte a ver pronto. Dijo el pequeño entrecortado para que las emociones no se apoderasen de él.
Sabía que Leah no era muy de despedidas emotivas, así que decidió tenderle la mano como gesto caballeroso para estrechársela. El roedor corrió hacia la rampa de embarque para no llorar delante de la chica, antes de subir completamente al barco se giró para despedirse con la mano de nuevo. Una vez en la cubierta, se volvió a colocar en la proa del barco como en su viaje de ida y se sentó. Había bastante gente rodeándolo y los sentimientos afloraban, algo estaba cambiando en él y no le gustaba mostrar debilidad, así que se cubrió con su capa a modo de capucha y soltó unas cuantas lagrimas mientras el barco partía rumbo hacia su hogar.
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