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- Ireos... han pasado tres largos años. Todo ha cambiado y nada al mismo tiempo. - murmuró Karl.
El marine se hallaba en lo alto de un monte de la montañosa isla norteña. Era una isla despoblada, cubierta de montañas y montes de baja altura (Entre 100 y 300 metros) con un pueblo destrozado y deshabitado en el sur. Tres años atrás el destino de Karl había cambiado. Estaba entrenando en aquella isla con su maestro cuando se encontró con aquel que se convertiría en su socio a partir de entonces, Kaín. Hacía tres años ya que no pisaba aquella isla. Pensó en todo lo que había cambiado. Había madurado, y había pasado de ser un ex-pirata que se adiestraba en el arte marcial del Sokudan para entrar en la Marina a ser un marine temido, respetado y muy famoso. Así como uno de los pocos guerreros del Sokudan que llegaron a lo largo de la historia a tener el honor de obtener el Kuro no Arm.
Karl era una hombre alto, de unos dos metros de altura, terriblemente musculoso y de piel bronceada. Su barba (Espesa y bien recortada) le recorría el contorno de la cara y estaba afeitada por las mejillas y bigote. Su pelo castaño estaba peinado hacia atrás. Iba vestido con una chaqueta de oficial, una camiseta negra y pantalones y zapatos blancos. El marine observaba la isla con aire soñador, recordando el pasado. Tras un rato, caminó hasta el borde de la montaña. Parecía que se iba a tirar, pero al llegar al borde comenzó a levitar. Con calma comenzó a descender lentamente hacia el valle que había entre esa montaña y la siguiente. En este había un bosque que le interesaba explorar. Posiblemente encontraría algún animal que cazar con el que darse un buen atracón. Tenía mucha hambre.
El marine se hallaba en lo alto de un monte de la montañosa isla norteña. Era una isla despoblada, cubierta de montañas y montes de baja altura (Entre 100 y 300 metros) con un pueblo destrozado y deshabitado en el sur. Tres años atrás el destino de Karl había cambiado. Estaba entrenando en aquella isla con su maestro cuando se encontró con aquel que se convertiría en su socio a partir de entonces, Kaín. Hacía tres años ya que no pisaba aquella isla. Pensó en todo lo que había cambiado. Había madurado, y había pasado de ser un ex-pirata que se adiestraba en el arte marcial del Sokudan para entrar en la Marina a ser un marine temido, respetado y muy famoso. Así como uno de los pocos guerreros del Sokudan que llegaron a lo largo de la historia a tener el honor de obtener el Kuro no Arm.
Karl era una hombre alto, de unos dos metros de altura, terriblemente musculoso y de piel bronceada. Su barba (Espesa y bien recortada) le recorría el contorno de la cara y estaba afeitada por las mejillas y bigote. Su pelo castaño estaba peinado hacia atrás. Iba vestido con una chaqueta de oficial, una camiseta negra y pantalones y zapatos blancos. El marine observaba la isla con aire soñador, recordando el pasado. Tras un rato, caminó hasta el borde de la montaña. Parecía que se iba a tirar, pero al llegar al borde comenzó a levitar. Con calma comenzó a descender lentamente hacia el valle que había entre esa montaña y la siguiente. En este había un bosque que le interesaba explorar. Posiblemente encontraría algún animal que cazar con el que darse un buen atracón. Tenía mucha hambre.
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Finalmente llegaba, tras mucho tiempo a la deriva, a una pequeña isla. Había, como era algo habitual en mi, naufragado en un pequeño bote, tras, por culpa de un pequeño malentendido, hundir el barco de los que me llevaban. Al final llegando a aquella isla me decidí a ir a investigar un poco, pero, lejos de encontrar cosas interesantes, tras un rato caminando, me encontré una roca que se interponía en mi camino. –Estúpida roca! Muere! –Y tras decir aquello comencé a golpear la roca una y otra vez, no sabía si con la intención de romperla o solo de darle un “escarmiento” por ponerse en medio. Tras un buen rato haciendo esto, me di cuenta de lo inútil que era, por lo que decidí escalarla. Mientras subía por la ladera de esta pude ver a un tipo que estaba descendiendo, aunque aparentemente volaba, por lo que, pese a estar a unos 40 metros del suelo, di un salto al aire, esperando volar yo también, algo que me hacía ilusión, pero lejos de esto, caí en picado con mis más de 300 kilos, dejando un pequeño hueco en el suelo al caer, aunque en lo que a dolor se refiere, no sentí más que un golpecito. –Ah! Estúpido suelo! –Y, de nuevo, comencé a golpear el suelo, culpándolo a él de que yo no pudiera haber volado.
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Karl descendía hacia el valle cuando escuchó unos chillidos. Miró en esa dirección y vio a un hombre gigantesco saltando de una colina. Desapareció entre los árboles con un gran estruendo. Los abetos cercanos temblaron. El marine cambió de dirección y comenzó a levitar hacia allí. Tenía curiosidad por ver qué ocurría. Sobrevoló las copas de los árboles y se metió entre estos, desplazándose en completo silencio. Comenzó a escuchar ruidos de gritos y golpes, cada vez más cerca. En aquella zona los árboles temblaban ligeramente. Se posó sobre una rama, mientras contemplaba un curioso espectáculo. Un hombre gigantesco, poco más bajo que los árboles más pequeños de la zona, golpeaba el suelo con furia mientras soltaba improperios. Karl lo observó con curiosidad. "¡Diantres! No tengo claro si es un gigante pequeño o un hombre gigantesco, pero, ¡qué jaleo arma!"
- Impresionante musculatura, amigo mío. Lástima que vuestro cerebro no sea igual de grande - dijo, mordaz.
Karl esbozó una sonrisa sardónica y le observó, esperando su reacción. Estaba apoyado sobre la rama de cuclillas, con los brazos apoyados sobre las rodillas.
- Impresionante musculatura, amigo mío. Lástima que vuestro cerebro no sea igual de grande - dijo, mordaz.
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Tras estar un rato golpeando el suelo llegó un tipo, como levitando, y se posó tras de mí. Sin siquiera presentarse comenzó a faltarme al respeto, cosa que nunca me había importado, y esta vez no iba a ser una excepción, de hecho ni tan siquiera me volteé a ver que decía mientras hablaba. Pasados unos segundos, sorprendido, me volteé finalmente, y lo miré. Era un tipo pequeño, o a mi parecer así era, y dado que se metió conmigo, cosa que entendí vagamente, lejos de rebatir su argumento con un corte soez, imitando la sagacidad que aquel hombre presumía de demostrar, tan solo anduve hacia uno de los árboles, que yacía caído en el suelo. Alcé el tronco sobre mi cabeza, usando solo la fuerza de mi portentoso cuerpo, y, antes de lanzarlo con toda esta contra él, le dije: -Hombre malo, tonto...Yo aplasto! -Y tras decir aquello le lancé aquel inmenso tronco encima.
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