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El Reino de Sakura se extendía por todo el lugar. Siempre tan nevado y frio como de costumbre era allí. Por la costa un pequeño bote de madera marrón se podía apreciar llegando a la isla. En dicho bote se encontraba Tahiko. Sus ojos estaban fijos en aquel lugar el cual era el sitio donde había nacido, los recuerdos de ese sitio eran horribles. Ahora no era el pequeño crio de aquel lugar al que ignoraba. Ahora era un peligroso cazador perteneciente a Ghost Leviatans y uno de los mas fríos y serios que había. No conocía la piedad y disfrutaba con el sufrimiento ajeno. Cuando su bote estaba próximo a la orilla, este saltó al agua. El frio líquido le llegaba por las rodillas y a medida que fue caminando al interior el nivel del agua iba bajando. Finalmente había llegado a la arena. El bote se había quedado allí flotando. Como si le diera igual su vehículo lo ignoró y siguió caminando. No tardó mucho en llegar a un pueblo, el pueblo de Bighorn. Su mirada fría y seria observaba a los ciudadanos que lo observaban asombrados.
Pasando de todos ellos caminó hasta llegar a una taberna de la zona. Entró por la puerta despacio observando a su alrededor. Había poco ambiente y el camarero estaba atendiendo a los pocos clientes que había en el establecimiento. Tahiko caminó hasta una de las mesas y se sentó. La mesa que había escogido era la más alejada de los demás y pegada a una de las esquinas del local. El hombre se quedó mirando al peli naranja y se acercó despacio con una pequeña libreta y un lápiz azulado en la mano para pedirle nota de lo que quería tomar. Una vez estaba a su lado el camarero, el cazador de recompensas no dijo nada, ni siquiera lo miró solo mantenía los ojos cerrados. Una vez pasados unos diez segundos el camarero por educación le preguntó amablemente.
- Señor ¿Qué va a tomar?
Este lo miró a los ojos con seriedad, como si fuera a cargárselo allí mismo, el hombre tragó saliva algo asustado esperando la respuesta y deseando que el cazador hablara ya, pues le tenía asustado y nervioso. Sobre todo por el enorme espadón vendado que llevaba en su espalda y aquellos pircing por todo el rostro. Finalmente el chico conocido como Tahiko y apodado Pain por muchos debido al dolor que producía en sus batallas separó sus finos y fríos labios para hablar. Su tono era muy serio y no expresaba emoción alguna, era como si estuviese hablando con alguien que se creía por encima de él.
- Agua
Se limitó a decir simplemente con total desprecio en su mirada segundos después. El camarero asintió algo molesto por la forma de ser de aquel chico y se fue a la barra trayéndole momentos después un vaso de agua hasta el borde. Tahiko lo observó de nuevo frunciendo un poco el ceño y tan solo dijo.
- Más…
El camarero de los nervios fue a la barra y le trajo una botella de cristal colocándola en la mesa para después girarse y seguir atendiendo a los demás clientes algo molesto. Este se bebió primero el vaso del tirón y después abrió la botella para empezar a beber de ella. En menos de diez segundos se había bebido con gran agilidad la botella y la había dejado sobre la mesa.
Pasando de todos ellos caminó hasta llegar a una taberna de la zona. Entró por la puerta despacio observando a su alrededor. Había poco ambiente y el camarero estaba atendiendo a los pocos clientes que había en el establecimiento. Tahiko caminó hasta una de las mesas y se sentó. La mesa que había escogido era la más alejada de los demás y pegada a una de las esquinas del local. El hombre se quedó mirando al peli naranja y se acercó despacio con una pequeña libreta y un lápiz azulado en la mano para pedirle nota de lo que quería tomar. Una vez estaba a su lado el camarero, el cazador de recompensas no dijo nada, ni siquiera lo miró solo mantenía los ojos cerrados. Una vez pasados unos diez segundos el camarero por educación le preguntó amablemente.
- Señor ¿Qué va a tomar?
Este lo miró a los ojos con seriedad, como si fuera a cargárselo allí mismo, el hombre tragó saliva algo asustado esperando la respuesta y deseando que el cazador hablara ya, pues le tenía asustado y nervioso. Sobre todo por el enorme espadón vendado que llevaba en su espalda y aquellos pircing por todo el rostro. Finalmente el chico conocido como Tahiko y apodado Pain por muchos debido al dolor que producía en sus batallas separó sus finos y fríos labios para hablar. Su tono era muy serio y no expresaba emoción alguna, era como si estuviese hablando con alguien que se creía por encima de él.
- Agua
Se limitó a decir simplemente con total desprecio en su mirada segundos después. El camarero asintió algo molesto por la forma de ser de aquel chico y se fue a la barra trayéndole momentos después un vaso de agua hasta el borde. Tahiko lo observó de nuevo frunciendo un poco el ceño y tan solo dijo.
- Más…
El camarero de los nervios fue a la barra y le trajo una botella de cristal colocándola en la mesa para después girarse y seguir atendiendo a los demás clientes algo molesto. Este se bebió primero el vaso del tirón y después abrió la botella para empezar a beber de ella. En menos de diez segundos se había bebido con gran agilidad la botella y la había dejado sobre la mesa.
Kenshi Sato
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El mismo café de siempre, la misma taberna y la misma orden. Todos los días en los que se podía permitir una visita, iba al mismo establecimiento. De tantas veces que le veían por ahí, el dependiente y el mesero sabían lo que ordenaría sin siquiera pedir el menú: un frapuccino y un panecillo dulce con nueces y glaseado acaramelado por encima. Ah, este año prevenía algo diferente, sabía -o suponía- que algo interesante vendría en camino. Ojalá no se equivocara, pues no es que estuviera harto de sus superiores y su aguda monotonía o de las limitaciones que conllevaba si puesto, sino que para el Marine Kenshi Sato, le eran absolutamente indiferentes, exceptuando la posibilidad de rechazar un ascenso.
Ese era uno de sus días libres, por lo que el peliblanco decidió hacer algo diferente en algún sitio diferente. Hacía bastante tiempo que no paseaba por el mar o visitaba alguna que otra isla en busca de algo interesante. De hecho recordaba la última vez, donde se había dado un rato libre para entrenar y había acabado peleando contra un Gyojin. Aquellos piratas malfarios nunca sabían cuando tragarse el orgullo. Con aquellos pensamientos sacó un barco a la mar y se dirigió, bien equipado, hacia el Reino de Sakura. ¿Qué otro lugar más sereno que ése para desconectar? El hombre, que ya conocía una pequeña parte del territorio, se dirigió hacia una taberna sin mucha demora, pues el frío comenzaba a calarle desde fuera del abrigo.
Se sentó en la taberna sin darle mucha importancia a los comensales que habían sentados en diferentes partes de ésta o dispersos entre las mesas redondas del local. El hombre que había detrás del mostrador y que acababa de apoyar bruscamente una jarra de agua más allá, se acercó al peliblanco a tomar nota. Pidió un frapuccino con azúcar y dos lyonessas para comer, y entre que lo traía, el Marine extendió la mano para agarrar un ejemplar del periódico diario, el cual hojeó hasta que el olor de su desayuno llenó su cabeza de azúcar. Sato era, sin duda, un adicto al azúcar. La verdad era que él estaba bastante informado de los sucesos tanto revolucionarios como respecto a la piratería gracias a su puesto en la Marina, sin embargo, aunque no estuviera relacionado con ninguna organización de 'justicia', tampoco le hubiera interesado. Él siempre había sido persona de uno sólo, y nadie más que él y sus propósitos podían irrumpir un intenso desayuno dulce.
Con aquellos pensamientos alzó el panecillo hasta su boca, ladeando una sonrisa irónica y saboreando el suave aroma antes de darle un mordisco, las nueces crujieron y su sabor combinado con la harina del pan dieron un gusto exquisito. Eso sí que no le era indiferente. En su regazo descansaba uno de sus libros favoritos, que aunque ya lo había leído repetidas de veces, nunca se cansaría de sus renglones. Se disponía a leerlo cuando un hombre, al parecer intrigado por su forma de vestir, dirigió todo su desprecio hacia su persona con una sola mirada. Así que le devolvió el favor con el mismo gesto, y sumado una sonrisa. El hombre se encogió de hombros colocando una mueca asustadiza y se fue a toda prisa por la calle, caminando velozmente y empujando a los demás transeúntes, y eso era lo más aburrido de llevar el símbolo de la Marina como identificación, ya que nadie se molestaba lo más mínimo en pararse a molestar. Además de ésto y más importante, habían muchos locos sueltos. Hacía demasiado tiempo que su espada no probaba el interior de las carnes humanas, o en definitiva, hacía demasiado tiempo que no cazaba ninguna presa.
Dejó de dar vueltas al tema apoyando su libro sobre la barra mientras daba otro bocado, y el primer sorbo del frapuccino. Sí, aquella sería una mañana tranquila, y sólo esperaba que no fuera así. Estaba convencido de que habría dado ese desayuno por ver el espectáculo de algún valiente revelándose o alguna pelea fuera de allí, pero esas cosas eran inusuales allí, en el Reino Sakura, sobre todo habiendo una importante base Marina, y aun que supuestamente eso fuera un alivio, a él me resultaba sobrante. Hizo un ademán al hombre de detrás de la barra y le sirvió dos panecillos dulces más. Se dispuso a abrir el libro apartando el Periódico, las noticias le producían una especie de mezcla entre asco y risa. Por una parte, porque la mitad eran mentira, publicidad engañosa para mantener tranquilo al pueblo, y por la otra, esas mentiras estaban elaboradas descarada e increíblemente mal. Resopló dando otro sorbo a la taza y paseó el dedo índice por las páginas hasta abrir la que buscaba, y tranquilamente en poco tiempo, las letras consumieron al peliblanco.
Ese era uno de sus días libres, por lo que el peliblanco decidió hacer algo diferente en algún sitio diferente. Hacía bastante tiempo que no paseaba por el mar o visitaba alguna que otra isla en busca de algo interesante. De hecho recordaba la última vez, donde se había dado un rato libre para entrenar y había acabado peleando contra un Gyojin. Aquellos piratas malfarios nunca sabían cuando tragarse el orgullo. Con aquellos pensamientos sacó un barco a la mar y se dirigió, bien equipado, hacia el Reino de Sakura. ¿Qué otro lugar más sereno que ése para desconectar? El hombre, que ya conocía una pequeña parte del territorio, se dirigió hacia una taberna sin mucha demora, pues el frío comenzaba a calarle desde fuera del abrigo.
Se sentó en la taberna sin darle mucha importancia a los comensales que habían sentados en diferentes partes de ésta o dispersos entre las mesas redondas del local. El hombre que había detrás del mostrador y que acababa de apoyar bruscamente una jarra de agua más allá, se acercó al peliblanco a tomar nota. Pidió un frapuccino con azúcar y dos lyonessas para comer, y entre que lo traía, el Marine extendió la mano para agarrar un ejemplar del periódico diario, el cual hojeó hasta que el olor de su desayuno llenó su cabeza de azúcar. Sato era, sin duda, un adicto al azúcar. La verdad era que él estaba bastante informado de los sucesos tanto revolucionarios como respecto a la piratería gracias a su puesto en la Marina, sin embargo, aunque no estuviera relacionado con ninguna organización de 'justicia', tampoco le hubiera interesado. Él siempre había sido persona de uno sólo, y nadie más que él y sus propósitos podían irrumpir un intenso desayuno dulce.
Con aquellos pensamientos alzó el panecillo hasta su boca, ladeando una sonrisa irónica y saboreando el suave aroma antes de darle un mordisco, las nueces crujieron y su sabor combinado con la harina del pan dieron un gusto exquisito. Eso sí que no le era indiferente. En su regazo descansaba uno de sus libros favoritos, que aunque ya lo había leído repetidas de veces, nunca se cansaría de sus renglones. Se disponía a leerlo cuando un hombre, al parecer intrigado por su forma de vestir, dirigió todo su desprecio hacia su persona con una sola mirada. Así que le devolvió el favor con el mismo gesto, y sumado una sonrisa. El hombre se encogió de hombros colocando una mueca asustadiza y se fue a toda prisa por la calle, caminando velozmente y empujando a los demás transeúntes, y eso era lo más aburrido de llevar el símbolo de la Marina como identificación, ya que nadie se molestaba lo más mínimo en pararse a molestar. Además de ésto y más importante, habían muchos locos sueltos. Hacía demasiado tiempo que su espada no probaba el interior de las carnes humanas, o en definitiva, hacía demasiado tiempo que no cazaba ninguna presa.
Dejó de dar vueltas al tema apoyando su libro sobre la barra mientras daba otro bocado, y el primer sorbo del frapuccino. Sí, aquella sería una mañana tranquila, y sólo esperaba que no fuera así. Estaba convencido de que habría dado ese desayuno por ver el espectáculo de algún valiente revelándose o alguna pelea fuera de allí, pero esas cosas eran inusuales allí, en el Reino Sakura, sobre todo habiendo una importante base Marina, y aun que supuestamente eso fuera un alivio, a él me resultaba sobrante. Hizo un ademán al hombre de detrás de la barra y le sirvió dos panecillos dulces más. Se dispuso a abrir el libro apartando el Periódico, las noticias le producían una especie de mezcla entre asco y risa. Por una parte, porque la mitad eran mentira, publicidad engañosa para mantener tranquilo al pueblo, y por la otra, esas mentiras estaban elaboradas descarada e increíblemente mal. Resopló dando otro sorbo a la taza y paseó el dedo índice por las páginas hasta abrir la que buscaba, y tranquilamente en poco tiempo, las letras consumieron al peliblanco.
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El chico observó como entraba otro hombre pero este se sentó cogiendo un periódico. Después se puso a leer un libro por lo que no pasaba nada serio en aquel lugar. Los ojos del peli naranja observaba el lugar atento para ver si pasaba algo que le hiciera esforzarse. Últimamente no había nada importante en su gremio salvó la investigación que debía hacer en gran Torino para encontrar a un tipo. Hasta ese día buscaba algo con lo que divertirse. Aquel lugar seguía siendo frio y no solo por el clima sino por el aburrimiento. Pensaba en levantarse y largarse de allí y eso era lo que iba a hacer. De repente dos tipos entraron en el bar, ambos con capuchas y pasamontañas armados con espadas. Uno de ellos corrió acercándose al tipo de la barra y situando el filo de su espada en su cuello. El tipo asustado levantó las manos tragando saliva y fue cuando el otro hombre comenzó a hablar.
- Vamos, saca todo el dinero que tengas y que nadie se mueve. No estoy para tonterías y matare a todo el que se ponga chulito o se haga el héroe. Hay mas amigos míos esperando fuera así que nada de estupideces.
- Pero señor no puedo darle el dinero, me despedirán y además somos un pueblo tranquilo y no queremos problemas. Le ruego por favor que abandone el bar o se tome algo por invitación de la casa pero por favor tranquilícese. No queremos que nadie salga herido de aquí y podrían alertar a los marines y llevarse a sus compañeros y a usted.
Aquel hombre se tomó el comentario del tipo de la barra como una amenaza y levantó su arma para tratar de cortarle el cuello al tipo cuando de repente un ruido se escuchó. Una mesa salió disparada de la nada estampándose contra aquel ladrón dándole en la cabeza y tirándolo al suelo por donde empezó a sangrar. Su compañero le auxilió cuanto antes viendo que tenía una maldita brecha en la cabeza por la que se estaba desangrándose, lo había dejado además inconsciente por el fuerte golpe. Aquel segundo criminal sacó su espada mirando de repente a todos lados mientras se levantaba frunciendo el ceño y apretaba los puños.
- ¡¿Quién ha sido?!
Dijo alterado cabreado cuando de repente a unos cuatro metros de él estaba el causante. El chico peli naranja lo observaba de forma seria de pie y con el enorme arma envuelto en vendas en su mano. Al parecer el cazador había usado su fuerza para lanzar la mesa contra aquel idiota, además la idea de que había más idiotas fuera le gustaba. Aquel tipo salió corriendo a por el cazador lanzando un tajo recto a su cuello. Este interpuso su extraña arma sin ni siquiera esforzarse. Su mirada permanecía seria y fría. Tras haber bloqueado el golpe lanzó un golpe con su arma al tipo que tenía delante. Este salió disparado contra la barra pues le había dado en las costillas y un sonido a hueso roto se escuchó. Pero no era solo eso, la sangre salía de las costillas de aquel hombre. El arma de las vendas estaba en un color rojo por la sangre y algunos pinchos sobresalían de estas. Era un enorme mandoble lleno de pinchos. Pero tan solo se veían dos o tres de estos pues estaba envuelta en vendas. El hombre se levantó herido y tambaleándose dirigiéndose al cazador con su arma mientras sus ojos se cerraban de forma lenta a punto de morir. El cazador lanzó su pierna a su pecho tirándolo al suelo de espaldas y rematándolo.
- Conoce el dolor. Siente el dolor.
Sus palabras eran frías y serias. Para evitar problemas sacó su licencia de cazador y la mostró ante todos para después guardarla y dirigir su mirada a la calle donde decían que había más. Aún había trabajo que hacer por allí con aquellos criminales y los derrotaría e eliminaría si era necesario.
- Vamos, saca todo el dinero que tengas y que nadie se mueve. No estoy para tonterías y matare a todo el que se ponga chulito o se haga el héroe. Hay mas amigos míos esperando fuera así que nada de estupideces.
- Pero señor no puedo darle el dinero, me despedirán y además somos un pueblo tranquilo y no queremos problemas. Le ruego por favor que abandone el bar o se tome algo por invitación de la casa pero por favor tranquilícese. No queremos que nadie salga herido de aquí y podrían alertar a los marines y llevarse a sus compañeros y a usted.
Aquel hombre se tomó el comentario del tipo de la barra como una amenaza y levantó su arma para tratar de cortarle el cuello al tipo cuando de repente un ruido se escuchó. Una mesa salió disparada de la nada estampándose contra aquel ladrón dándole en la cabeza y tirándolo al suelo por donde empezó a sangrar. Su compañero le auxilió cuanto antes viendo que tenía una maldita brecha en la cabeza por la que se estaba desangrándose, lo había dejado además inconsciente por el fuerte golpe. Aquel segundo criminal sacó su espada mirando de repente a todos lados mientras se levantaba frunciendo el ceño y apretaba los puños.
- ¡¿Quién ha sido?!
Dijo alterado cabreado cuando de repente a unos cuatro metros de él estaba el causante. El chico peli naranja lo observaba de forma seria de pie y con el enorme arma envuelto en vendas en su mano. Al parecer el cazador había usado su fuerza para lanzar la mesa contra aquel idiota, además la idea de que había más idiotas fuera le gustaba. Aquel tipo salió corriendo a por el cazador lanzando un tajo recto a su cuello. Este interpuso su extraña arma sin ni siquiera esforzarse. Su mirada permanecía seria y fría. Tras haber bloqueado el golpe lanzó un golpe con su arma al tipo que tenía delante. Este salió disparado contra la barra pues le había dado en las costillas y un sonido a hueso roto se escuchó. Pero no era solo eso, la sangre salía de las costillas de aquel hombre. El arma de las vendas estaba en un color rojo por la sangre y algunos pinchos sobresalían de estas. Era un enorme mandoble lleno de pinchos. Pero tan solo se veían dos o tres de estos pues estaba envuelta en vendas. El hombre se levantó herido y tambaleándose dirigiéndose al cazador con su arma mientras sus ojos se cerraban de forma lenta a punto de morir. El cazador lanzó su pierna a su pecho tirándolo al suelo de espaldas y rematándolo.
- Conoce el dolor. Siente el dolor.
Sus palabras eran frías y serias. Para evitar problemas sacó su licencia de cazador y la mostró ante todos para después guardarla y dirigir su mirada a la calle donde decían que había más. Aún había trabajo que hacer por allí con aquellos criminales y los derrotaría e eliminaría si era necesario.
Kenshi Sato
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El Marine pasó la página desgastada del libro para comenzar la siguiente. Había leído ese ejemplar unas cinco veces, y cada una de ellas había tenido una valoración distinta. A pesar de la tranquilidad que le aportaba el ambiente dentro de esa taberna, siempre echaba algo de menos un poco de movimiento; sobre todo tratándose de lugares nuevos. ¿Pero qué demonios podía esperarse de el Reino de Sakura, más que plazas de arena; bosques de árboles bajos; ciudadanía amable y una gigantesca y bendita serenidad? Había ido hasta allí con la intención de todo aquello, pero a medida que pasaban los minutos, más sentía que se desgastaba su espada.
Dejó el libro abierto de cara a la mesa para que no se le perdiera la página, después levantó su taza de frapuccino y sorbió.
El chirrido de las bisagras de la puerta del bar resonó en toda la estancia, acompañando de los sonoros pasos que produjeron dos desconocidos individuos. No fue muy difícil para Sato adivinar cuáles eran las intenciones de los comensales, porque inmediatamente, dentro de las cuatro paredes de la taberna, no se oía ni el más mínimo aleteo de una mosca.
Uno de los dos se acercó a paso acelerado a la barra, y agarró de detrás a un cliente unas cuantas sillas más allá del Marine. Utilizaba como ofensa una larga katana de hoja comúnmente afilada, que ahora adornaba decisivamente el cuello del rehén. No mucho después soltó unas cuantas exigencias que le delataron estúpidamente como pirata; o eso, o un simplucho criminal de banda ciudadana.
La respuesta del cliente no le extrañó en absoluto: el diálogo sería para ellos la primera opción, pues tampoco parecía esa isla muy entrada en criminalidad: aquello sería, sin duda, un suceso comentado por todo el pueblo nada más correrse la voz.
A pesar de todo y a costa de lo divertida que comenzaba a ponerse la situación, Sato debía intervenir, después de todo, apenas le costaría trabajo y podría llevarse algo de mérito si lo entregaba (tratándose de un pirata). Se llevó la mano al mango de su katana y se levantó con intención de detener al muchacho. Sin embargo y para su impresión, una mesa ya había realizado el trabajo por él. El Marine dirigió la mirada al segundo criminal, que alterado empuñaba su espada hacia arriba. Tardó poco en descubrir quién había atacado a su compañero, al igual que Sato, porque aparte de ellos dos, sólo había una persona más de pie dentro de esa taberna. El muchacho miraba seriamente al individuo, quien tardó poco en avanzar hasta el con su arma blandida horizontalmente. El pelinaranja supo, hábilmente, zafarse de ese golpe y después le atajó uno en las costillas que le envió unos metros más allá de la posición del Marine, quien sonreía de manera escalofriante. Se fijó en el mazo recubierto de pinchos y vendas con el que había derrumbado a su oponente, y su atención se derivó entonces a la placa de cazador con la que, legalmente, justificaba sus actos.
El muchacho, después de mencionar unas cuantas palabras, dio media vuelta y se dirigió a la calle, probablemente para encargarse del resto de la banda. Aquello decepcionó a Kenshi, pues ya no estaba obligado a intervenir de ninguna manera, sin embargo, siempre podía divertirse en compañía.
- Eh, muchacho, ¿vas a sacar toda esa basura tú solo?
La voz de Sato resultaba irónica y, a su vez, decidida. No esperaba un no como respuesta, pues sería bastante egoísta no compartir un poco de trabajo, aun así, también disfrutaría si se tratara sólo de observar; aquel mazo le había producido curiosidad.
Dejó el libro abierto de cara a la mesa para que no se le perdiera la página, después levantó su taza de frapuccino y sorbió.
El chirrido de las bisagras de la puerta del bar resonó en toda la estancia, acompañando de los sonoros pasos que produjeron dos desconocidos individuos. No fue muy difícil para Sato adivinar cuáles eran las intenciones de los comensales, porque inmediatamente, dentro de las cuatro paredes de la taberna, no se oía ni el más mínimo aleteo de una mosca.
Uno de los dos se acercó a paso acelerado a la barra, y agarró de detrás a un cliente unas cuantas sillas más allá del Marine. Utilizaba como ofensa una larga katana de hoja comúnmente afilada, que ahora adornaba decisivamente el cuello del rehén. No mucho después soltó unas cuantas exigencias que le delataron estúpidamente como pirata; o eso, o un simplucho criminal de banda ciudadana.
La respuesta del cliente no le extrañó en absoluto: el diálogo sería para ellos la primera opción, pues tampoco parecía esa isla muy entrada en criminalidad: aquello sería, sin duda, un suceso comentado por todo el pueblo nada más correrse la voz.
A pesar de todo y a costa de lo divertida que comenzaba a ponerse la situación, Sato debía intervenir, después de todo, apenas le costaría trabajo y podría llevarse algo de mérito si lo entregaba (tratándose de un pirata). Se llevó la mano al mango de su katana y se levantó con intención de detener al muchacho. Sin embargo y para su impresión, una mesa ya había realizado el trabajo por él. El Marine dirigió la mirada al segundo criminal, que alterado empuñaba su espada hacia arriba. Tardó poco en descubrir quién había atacado a su compañero, al igual que Sato, porque aparte de ellos dos, sólo había una persona más de pie dentro de esa taberna. El muchacho miraba seriamente al individuo, quien tardó poco en avanzar hasta el con su arma blandida horizontalmente. El pelinaranja supo, hábilmente, zafarse de ese golpe y después le atajó uno en las costillas que le envió unos metros más allá de la posición del Marine, quien sonreía de manera escalofriante. Se fijó en el mazo recubierto de pinchos y vendas con el que había derrumbado a su oponente, y su atención se derivó entonces a la placa de cazador con la que, legalmente, justificaba sus actos.
El muchacho, después de mencionar unas cuantas palabras, dio media vuelta y se dirigió a la calle, probablemente para encargarse del resto de la banda. Aquello decepcionó a Kenshi, pues ya no estaba obligado a intervenir de ninguna manera, sin embargo, siempre podía divertirse en compañía.
- Eh, muchacho, ¿vas a sacar toda esa basura tú solo?
La voz de Sato resultaba irónica y, a su vez, decidida. No esperaba un no como respuesta, pues sería bastante egoísta no compartir un poco de trabajo, aun así, también disfrutaría si se tratara sólo de observar; aquel mazo le había producido curiosidad.
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