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Las montañas Corvo, situadas en la isla de Dawn. Eran el sitio por donde caminaba aquel chico. Después de haber entrado en la mafia de la familia Vongola se había dirigido a aquella isla para conseguir algo de dinero. Sabía que por aquel paisaje solía haber bandidos y si les robaba a ellos no estaría haciendo nada malo por lo que a eso iba. Las pisadas producidas por sus botas eran notorias y firmes, aquel rubio de casi dos metros estaba alerta observando todo alrededor. Había diversas plantas en algunas direcciones y algunas grandes rocas en otras, el camino en si estaba lleno de arboles por todas partes. Pequeños animales como primates o simples lagartijas se movían por aquel lugar de forma calmada sin molestar aquella persona. En sus manos poseía un pequeño libro el cual estaba leyendo mientras caminaba pero siempre alerta y a veces desviando la mirada a otros lugares para examinar la flora y algo de la fauna del lugar.
Los renglones de aquel libro le estaban siendo bastante útiles pues estaba aprendiendo algo que desconocía totalmente, los usuarios de las frutas del diablo. Estaba aprendiendo las clases de frutas, había algunas que convertían a la gente en animales, además se daba el caso de que dichos animales a veces eran los que se habían extinguido o algunos increíbles y poderosos. Otras convertían el cuerpo de alguien o le daban la capacidad de crear un elemento en concreto. Por último examinó las conocidas como logias que le daban la capacidad a su portador de poder ser de un elemento y controlarlo. Leía entendiendo que estas últimas se diferenciaban en materiales sólidos y en etéreos. Los sólidos podían ser por ejemplo elementos como el acero o la madera y los etéreos eran intocables como el fuego o el hielo. Para tocarlos según el libro hacía falta o bien armas hechas de un extraño material marino o bien poseer el haki armadura.
El rubio estaba alucinando con aquello, tanto vivir en la esclavitud hacía que no supiera nada del planeta y sus mares. El haki armadura era una capacidad para tocar a esos logias y para parar golpes más poderosos, aparte también había otros dos tipos de haki. Uno hacía tener visiones y de ese modo adivinar posibles ataques mientras el otro decían que era excesivamente poderoso. Una vez había leído esto observó la ultima pega, el portador de una de aquellas frutas del diablo sería odiado por el mar y perdería la habilidad de poder nadar. Nadar era algo fundamental y perder esa capacidad a cambio de cierto poder no era algo para tomarse a la ligera. De todas formas la mente del rubio estaba algo confusa y no sabía si buscar una de aquellas frutas o quedarse como estaba, si encontraba una no tendría forma de averiguar cuál sería su habilidad por lo que pasó del tema y cerró aquel libro metiéndolo en el bolsillo de su chaqueta y continuando su camino buscando algún bandido con el que poder combatir y robarle.
Los renglones de aquel libro le estaban siendo bastante útiles pues estaba aprendiendo algo que desconocía totalmente, los usuarios de las frutas del diablo. Estaba aprendiendo las clases de frutas, había algunas que convertían a la gente en animales, además se daba el caso de que dichos animales a veces eran los que se habían extinguido o algunos increíbles y poderosos. Otras convertían el cuerpo de alguien o le daban la capacidad de crear un elemento en concreto. Por último examinó las conocidas como logias que le daban la capacidad a su portador de poder ser de un elemento y controlarlo. Leía entendiendo que estas últimas se diferenciaban en materiales sólidos y en etéreos. Los sólidos podían ser por ejemplo elementos como el acero o la madera y los etéreos eran intocables como el fuego o el hielo. Para tocarlos según el libro hacía falta o bien armas hechas de un extraño material marino o bien poseer el haki armadura.
El rubio estaba alucinando con aquello, tanto vivir en la esclavitud hacía que no supiera nada del planeta y sus mares. El haki armadura era una capacidad para tocar a esos logias y para parar golpes más poderosos, aparte también había otros dos tipos de haki. Uno hacía tener visiones y de ese modo adivinar posibles ataques mientras el otro decían que era excesivamente poderoso. Una vez había leído esto observó la ultima pega, el portador de una de aquellas frutas del diablo sería odiado por el mar y perdería la habilidad de poder nadar. Nadar era algo fundamental y perder esa capacidad a cambio de cierto poder no era algo para tomarse a la ligera. De todas formas la mente del rubio estaba algo confusa y no sabía si buscar una de aquellas frutas o quedarse como estaba, si encontraba una no tendría forma de averiguar cuál sería su habilidad por lo que pasó del tema y cerró aquel libro metiéndolo en el bolsillo de su chaqueta y continuando su camino buscando algún bandido con el que poder combatir y robarle.
Rei Sakagami
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No hacia mucho que había llegado a la Isla de Dawn y había llegado a unas montañas. Iba vestido con una simple camisa blanca y unos pantalones negros. Llevaba unas gafas y mi lobo negro me acompañaba. Ahora simplemente quería una cosa, encontrar un sitio que fuera tranquilo para poder escribir cualquier cosa que se me pasara por la cabeza. Después de andar bastante rato por un camino encontré una roca en la que podría sentarme para escribir relajadamente. Me senté en esta y saqué una libreta que solía llevar siempre. Ahora solo faltaba saber que ponerme a escribir, no era que estuviera falto de ideas, era simplemente que tenía demasiadas que no sabía que escribir.
-Ya se me ocurrirá algo.- Pensé entre mi mientras acariciaba la cabeza de Virus. Si no fuera porque ese lobo me cogió cariño, seguramente me intentaría matar, pero por suerte el lobo ya me había cogido cariño. Guardé la libreta en el bolsillo de mi pantalón al no saber que escribir y seguí sentado en aquella roca. Esperando a que alguien pasara y poder divertirme un poco haciéndole sufrir. Para mi era demasiado divertido ver las caras de terror y desesperación en otros. También lo era cuando la sangre de mis víctimas me salpicaba, manchando mi ropa de rojo o incluso mi cara. Quizás se le podría considerar un vicio que tenía, o simplemente era que estaba mal de la cabeza.
-A ver si viene una presa pronto, ¿no?- Dije al lobo como si este pudiera entender lo que le dijera, aunque no me importaba. Después de todo, Virus era un lobo y siempre le había alimentado con carne humana. Eso de esperar empezaba a ser aburrido, pero al final pude verse acercar a dos personas. Estas iban con un pañuelo rojo cubriéndoles la boca y vestían una camiseta negra y unos pantalones del mismo color. -Al fin llegó un poco de diversión.- Pensé de nuevo mientras sacaba un cuchillo y Virus se ponía a mi lado. Esas dos personas no parecían ir armadas, así que en teoría tendría que ser fácil encargarme de ellos.
Virus saltó encima del que parecía mas mayor y lo tiro al suelo de una embestida. Empezó a comer la cabeza del chico mientras yo me acercaba al otro. Era muy divertido ver como el chico temblaba de miedo y intentaba correr para huir de mi. Le lancé el cuchillo con intención de que esté se clavase en su cuello y entonces el chico cayó al suelo con el cuchillo clavado en su cuello. -Supongo que tendría que haber pensado en como torturarle mejor... pero es mejor así... hoy solo quiero escribir.- Dije mientras volvía a sentarme en la roca y Virus volvía con su boca llena de la sangre del otro chico. Saque de nuevo la libreta para intentar escribir alguna cosa, o mas bien, decidirme que escribir debido a la gran cantidad de ideas que se me habían pasado por la cabeza.
-Ya se me ocurrirá algo.- Pensé entre mi mientras acariciaba la cabeza de Virus. Si no fuera porque ese lobo me cogió cariño, seguramente me intentaría matar, pero por suerte el lobo ya me había cogido cariño. Guardé la libreta en el bolsillo de mi pantalón al no saber que escribir y seguí sentado en aquella roca. Esperando a que alguien pasara y poder divertirme un poco haciéndole sufrir. Para mi era demasiado divertido ver las caras de terror y desesperación en otros. También lo era cuando la sangre de mis víctimas me salpicaba, manchando mi ropa de rojo o incluso mi cara. Quizás se le podría considerar un vicio que tenía, o simplemente era que estaba mal de la cabeza.
-A ver si viene una presa pronto, ¿no?- Dije al lobo como si este pudiera entender lo que le dijera, aunque no me importaba. Después de todo, Virus era un lobo y siempre le había alimentado con carne humana. Eso de esperar empezaba a ser aburrido, pero al final pude verse acercar a dos personas. Estas iban con un pañuelo rojo cubriéndoles la boca y vestían una camiseta negra y unos pantalones del mismo color. -Al fin llegó un poco de diversión.- Pensé de nuevo mientras sacaba un cuchillo y Virus se ponía a mi lado. Esas dos personas no parecían ir armadas, así que en teoría tendría que ser fácil encargarme de ellos.
Virus saltó encima del que parecía mas mayor y lo tiro al suelo de una embestida. Empezó a comer la cabeza del chico mientras yo me acercaba al otro. Era muy divertido ver como el chico temblaba de miedo y intentaba correr para huir de mi. Le lancé el cuchillo con intención de que esté se clavase en su cuello y entonces el chico cayó al suelo con el cuchillo clavado en su cuello. -Supongo que tendría que haber pensado en como torturarle mejor... pero es mejor así... hoy solo quiero escribir.- Dije mientras volvía a sentarme en la roca y Virus volvía con su boca llena de la sangre del otro chico. Saque de nuevo la libreta para intentar escribir alguna cosa, o mas bien, decidirme que escribir debido a la gran cantidad de ideas que se me habían pasado por la cabeza.
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Los pasos de Koga seguían por aquellas montañas de manera calmada y tranquila. Después de haber guardado su libro se ajustó su camisa morada y después sonrió de lado caminando. Poco a poco iba relajándose sin ver a ningún bandido. Tranquilamente continuó cuando de repente pisó una rama y unas flechas salieron despedidas hacia él desde el frente. Por acto reflejo el chico rodó a un lado esquivándolas por los pelos. Frunció el ceño al observar dichas flechas clavadas en el suelo cuando de repente un tipo salió de unos arbustos con un sable. El rubio chaqueó la lengua y desenvaino su enorme espadón casi más grande que él. Ahora sus ojos verdosos observaban aquel bandido que se acercaba con gesto amenazante en su mirada. Además parecía estar molesto por haber esquivado el rubio su trampa sin llevarse ningún daño en el momento.
Era un tipo que mediría los 1,74. Era de complexión delgada y su pelo era largo con varios mechones alborotados y pinchudos a los lados. El color de su cabello era de un tono azulado pálido y el color de sus ojos de un verde claro y pálido. Era de piel pálida también y parecía tener expresión enfadada. Vestía con una camiseta de manga corta a rayas mezclando los colores azul y negro. En su cintura portaba un cinturón de color marrón oscuro con una hebilla plateada en forme de cocodrilo. Sus pantalones eran negros y sus botas de color negras. Llevaba un sable en su mano, este sería de un tamaño normal y el mango era azul oscuro. La hoja de un color blanco brillante con algunas líneas negras en esta. En su oreja derecha tenía un pendiente de color rojizo en forma de manzana y en el cuello un collar con el símbolo de una serpiente negra, una cobra para especificar.
Ambos se observaron de forma definitiva y el tipo de pelo azul lanzó un tajo hacia el rubio. Este interpuso su enorme arma sin que nada le preocupara. El chico seguía atacando con su arma pero de nade la servían sus ataques contra la capacidad del arma del mafioso. Este tras unos segundos más bloqueando lanzó un solo corte para después guardar su espada y seguir caminando hacia lo más profundo de las montañas con una media sonrisa. El chico de pelo azul había caído partido en dos mitades por la bestial arma del rubio.
Tras unos minutos llegó a una roca, allí observo a un chico rubio con gafas y a un lobo negro. También había dos cuerpos, uno tenía el rostro irreconocible y hecho pedazos seguramente por aquel lobo negro. El otro tenía una marca mortal en el cuello y por lo que el mafioso deducía debía haber sido el chico de la roca. Este se quedó observándole sin expresión en el rostro para después escupir a un lado y sentarse en un árbol cercano. Ahora le apetecía descansar un poco y no le importaba nada hacerlo allí mismo en aquel árbol.
Era un tipo que mediría los 1,74. Era de complexión delgada y su pelo era largo con varios mechones alborotados y pinchudos a los lados. El color de su cabello era de un tono azulado pálido y el color de sus ojos de un verde claro y pálido. Era de piel pálida también y parecía tener expresión enfadada. Vestía con una camiseta de manga corta a rayas mezclando los colores azul y negro. En su cintura portaba un cinturón de color marrón oscuro con una hebilla plateada en forme de cocodrilo. Sus pantalones eran negros y sus botas de color negras. Llevaba un sable en su mano, este sería de un tamaño normal y el mango era azul oscuro. La hoja de un color blanco brillante con algunas líneas negras en esta. En su oreja derecha tenía un pendiente de color rojizo en forma de manzana y en el cuello un collar con el símbolo de una serpiente negra, una cobra para especificar.
Ambos se observaron de forma definitiva y el tipo de pelo azul lanzó un tajo hacia el rubio. Este interpuso su enorme arma sin que nada le preocupara. El chico seguía atacando con su arma pero de nade la servían sus ataques contra la capacidad del arma del mafioso. Este tras unos segundos más bloqueando lanzó un solo corte para después guardar su espada y seguir caminando hacia lo más profundo de las montañas con una media sonrisa. El chico de pelo azul había caído partido en dos mitades por la bestial arma del rubio.
Tras unos minutos llegó a una roca, allí observo a un chico rubio con gafas y a un lobo negro. También había dos cuerpos, uno tenía el rostro irreconocible y hecho pedazos seguramente por aquel lobo negro. El otro tenía una marca mortal en el cuello y por lo que el mafioso deducía debía haber sido el chico de la roca. Este se quedó observándole sin expresión en el rostro para después escupir a un lado y sentarse en un árbol cercano. Ahora le apetecía descansar un poco y no le importaba nada hacerlo allí mismo en aquel árbol.
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