[Privado-Pasado] Trabajo inacabado (Arribor y Flea)

Arribor acababa de llegar a aquel extraño lugar. Su pequeño barco robado había recibido serios daños durante una tormenta y había tenido suerte de poder llegar a salvo hasta tierra. Se acercó con su moribunda embarcación, amparada en la oscuridad de la noche, hasta lo que parecía ser un gigantesco puente con la intención de seguirlo y desembarcar en la isla de la que provenía. Sin embargo parecía que no iba a ser tan fácil, llevaba aproximadamente un par de horas recorriendo en paralelo aquella gigantesca mole de hormigón y no había encontrado rastro alguno del lugar donde comenzaba. Empezó a pensar que solo era un puente en mitad del mar y que no llevaba a ninguna parte, aun así cuando vio que, efectivamente, no llevaba a ninguna parte no pudo evitar sorprenderse en gran medida.

Al principio, cuando vio el enorme puente pensó que conectaba dos partes de la misma isla pero pronto se dio cuenta de que no era algo tan simple. Por lo que podía ver, aquel puente no llegaba a ninguna parte, de hecho todavía estaba en proceso de construcción. Esto habría sido algo normal de no ser por qué era incapaz de ver donde comenzaba el otro extremo del puente. No tuvo más tiempo para pararse a pensar en eso ya que su barco comenzaba a hundirse cada vez más. Rápidamente remó hasta lo que parecía un muelle situado cerca de una de las columnas y saltó justo en el momento en que el mástil se perdía en las profundidades del mar. -“Ha faltado poco” - pensó Arribor aliviado. Ahora solo tenía que robar otra embarcación y largarse de allí. Sin embargo su curiosidad natural le impedía marcharse hasta que no hubiese echado un vistazo al puente.

Subió por una endeble escalerilla de metal y se encontró con un paisaje desolador. A unos 100 metros del lugar donde se seguía construyendo el enorme puente había una interminable hilera de pequeñas casuchas cubiertas por una espesa capa de nieve y tan solo iluminadas por la débil luz de las lámparas. No parecía que aquel lugar fuese muy normal. Paseó por la zona para ver si encontraba a alguien que le aclarase algunas cosas sobre aquel lugar y, ya de paso, para que le diera refugio. No le hacía mucha gracia la idea de volver a zarpar bajo la intensa nevada.

Según andaba podía ver como las casas más alejadas del extremo en construcción del puente parecían cada vez más viejas, algunas incluso abandonadas. No se paró a pensarlo. Simplemente se acercó a una de las casas y tocó la puerta con fuerza. Esperó durante casi un minuto sin que nadie le abriese y probó a tocar alguna puerta más, siempre con el mismo resultado. Al no conseguir respuesta empezó a gritar.

-Maldita sea, ¿qué hay que hacer aquí para que a uno le dejen cubrirse del frío?- exclamó frustrado y a la vez helado.

Sin embargo no parecía que fuesen a dejarle pasar, más bien al revés. Con eso solo consiguió todo lo contrario de lo que pretendía. Se apagaron algunas de las pocas luces de las casas y un grupo de hombres armados comenzó a rodearle y a exigirle que se echara al suelo. Parecía que aquel maldito y helado lugar comenzaba a resultar interesante.

Yo, Flea D. Grohl, estaba durmiendo en mi queridísima chalupa de madera por los tranquilos mares del East Blue, cuando un fuerte estruendo me despertó, indicando que había llegado a tierra. Sin embargo, no fue lo único que logró interrumpir mi sueño, sino también el frío que hacía en ese lugar.

Esta vez no había chocado contra tierra, o arena, sino que raramente fue contra cemento, más bien con un escalón. Cogí mi chaqueta roja, me la coloqué, agarré mis Katanas, y en marcha, para ver en donde había ido a parar esta vez. Subí las escaleras, y llegué a un grande y ancho puente, con la entrada a una ciudad por la izquierda, pero todavía no sabía el qué a la derecha, así que activé mis botas de velocidad, que aumentan un 5% mi rapidez, y corrí hacia mi derecha, para ver que se terciaba por ahí.

Nada, absolutamente nada, casi caigo al agua por no frenar. El puente no terminaba, parecía que querían que conectara con otra isla, pero no por el momento, ya que no veía ninguna cerca. Regresé rápido también gracias al poder de mis botas, y decidí investigar la ciudad.

Era un pueblo invernal como cualquier otro, con tejados nevados, y pequeñas casas, iluminadas por una única lámpara. Opté por la búsqueda de gente, para averiguar en qué lugar estaba, pero nada. Ni un alma en las calles cubiertas de nieve de aquella ciudad.

Parecía como si el pueblo envejeciera mientras más me alejaba del puente, ya que las casuchas más cercanas a este parecían ser más modernas que las de las afueras. No solo eso, sino que las luces de las lámparas se apagaban a medida que pasaba, y algunos, unos muy pocos, hacían saber su presencia corriendo las cortinas de las ventanas.

De repente, escucho la voz de un hombre que preguntaba exclamando qué había que hacer para protegerse del frío. Escuché poco de lo demás, ya que logré oír gente corriendo. ¿Por qué había gente en donde estaba el sujeto y no donde estaba yo? Corrí yo también, recordando por donde había escuchado el grito, para saber qué ocurría. Sin embargo, y cuando estaba apunto de doblar para encarar al individuo, me dí cuenta de que los tipos que corrían eran gente armada, que estaban con armas, listo para disparar al sujeto.

Subí las escaleras de la casa donde estaba, para subir al tejado. Me acosté boca abajo, escondiéndome en la nieve, ya que tenía una chaqueta blanca. Salté hacia el tipo armado más cercano, trepándome en sus hombros para luego cortar su cuello. Derroté fácilmente a demás. Me sorprendí un montón cuando el hombre al que salvé era nada más y nada menos que el Yonkaikyo, Arribor Reus.

- Vaya sorpresa - dije - Crow, el Yonkaikyo. Tú eres el de la fruta de la sangre, cómo me gustaría tenerla para mí. Creo que me debes unas gracias, ya que te he salvado, pero dejemoslo para otro momento, tengo sangre que beber.

Dicho esto, junté a todos los hombres que derroté y les hice un pequeño corte en la muñeca, para tomar su sangre.

- Con tu Akuma no Mi puedes hacerme unas copas de sangre como agradecimiento - le espeté, riendo y guiñándole mi único ojo.

Era un grupo de unos 10 hombres, todos ellos fuertemente armados y preparados para soportar las bajas temperaturas de aquel lugar gracias a sus gruesos abrigos carmesí. Formaron un círculo a su alrededor impidiéndole moverse debido a la casa que había a sus espaldas. No dejaban de gritarle que se echara al suelo y de agitar nerviosos sus armas.

-¡¿Quién eres?! ¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Estás interrumpiendo la noble tarea que aquí se está llevando a cabo, y por tanto serás castigado?!- gritó el que parecía el líder mientras desenvainaba una lujosa espada.

Arribor no contestó. No le apetecía dar explicaciones. Supuso que tendría que librarse de aquellos tipos si no quería tener problemas; no estaba seguro de cuál era aquella "noble tarea" pero seguramente se metería en líos si le descubría quién no debía. Luego se fijó en las armas que portaban. Parecían rifles normales pero estaban cubiertos por una especie de carcasa metálica que solo dejaba libre el cañón, supuso que sería para evitar que se congelaran. Poco le importaba, los noquearía rápidamente y seguiría a lo suyo.

Ya se estaba preparando para la lucha cuando un nuevo invitado inesperado apareció desde lo alto de un tejado y liquidó sin problemas a los soldados. Este resultó ser un tipo bastante alto con un par de katanas colgadas en la cintura. Lo cierto era que Arribor no tenía pensado matar a aquella gente pues lo veía innecesario, pero aquel tipo parecía ser bastante sanguinario. Eso podría no haberle importado, sin embargo lo que dijo a continuación le tomó completamente por sorpresa.


-Vaya sorpresa. Crow, el Yonkaikyo. Tú eres el de la fruta de la sangre, cómo me gustaría tenerla para mí. Creo que me debes unas gracias, ya que te he salvado, pero dejémoslo para otro momento, tengo sangre que beber.- dijo el desconocido mientras reunía todos los cuerpos y comenzaba a beber susangre. -Con tu Akuma no Mi puedes hacerme unas copas de sangre como agradecimiento.

Arribor no podía creerse lo que estaba viendo. ¿Aquel tipo estaba bebiéndose la sangre de los soldados muertos? Realmente se había topado con un loco peligroso. Sin embargo lo que más le sorprendió fue que supiese tantas cosas sobre él. Sabía que desde que ocupó el puesto de Yonkaikyo había ganado cierta fama pero no sabía que hubiese alguien que conociese cuál era la habilidad de su Akuma no mi. Aquello le sorprendió de verdad, no iba hablando por ahí de ello. Debería tener cuidado con aquel hombre.

-¿Y tú quién diablos eres? ¿Y cómo sabes tanto sobre mí?- le preguntó Arribor no de muy buenas formas. No quiso siquiera comentar la posibilidad de ofrecerle parte de su sangre para bebérsela.

Mientras hablaban una puerta se abrió levemente frente a ellos. Una chica joven de unos quince o dieciséis años se asomó por la pequeña abertura y se dirigió a ellos.

-¡Entrad, deprisa! Si os quedáis ahí todos tendremos problemas. Enterradlos para que los vean y entrad antes de que lleguen más.- les indicó la chica. Por lo que parecía, esos soldados no estaban allí para proteger precisamente a los habitantes del lugar.

Arribor cogió una de las armas y comenzó a excavar con la culata. Decidió hacerle caso a la chica, no le habría gustado que todo el pueblo tuviera problemas por su culpa. Mientras excavaba miró al otro tipo y le dijo que dejase de beber sangre y le ayudase a ocultar los cuerpos. No tardaron mucho en hacerlo. Cuando terminaron de ocultar los cuerpos de los soldados hizo caso a las señas de la chica y entró en la casa. Aunque le parecía raro que les ayudase y que dejara entrar a un par de desconocidos a su hogar como si nada, el frío le impedía negarse a tal invitación.

El Yonkaikyo me preguntó quién era yo y cómo sabía tanto de él. Arribor arqueaba las cejas, sorprendido ante mi información. Yo no le presté mucha atención y me presenté:

- Yo soy Flea, un espadachín que nadie conoce - evité decir que era revolucionario porque, por más que fuera pirata, era un Yonkaikyo, y tal vez estaba del lado del gobierno - se sobre ti por tu puesto, vamos, que no eres un don nadie como yo.

De repente, una puerta se abrió, y una muchacha joven salió. Nos dijo que entremos en su casa, y que enteráramos a los oficiales. Arribor me hizo una seña de que deje de beber sangre y lo ayudé a ocultar bajo la nieve los cuerpos moribundos de los tipos. Una vez finalizado eso, entramos donde nos dijo la muchacha. Era una casa pequeña pero acogedora, hecha completamente de piedra, y con unas dos o tres chimeneas, con leña y fuego, para protegerse del frío. Había unas escaleras que conducían hacia arriba, pero no tenía ni idea de lo que había.

Me senté en un sofá, y le pregunté a la muchacha:

- Disculpe, señorita, ¿Pero en qué isla estamos? Yo soy un viajero, y siempre sé de dónde salgo, pero nunca a dónde llego - reí. La chica me dijo que la isla era Tequila Wolf, la isla del puente en construcción - Ah, bueno, gracias. ¿Por qué el puente en construcción? - pregunté. Se me vino a la cabeza un vago recuerdo del puente por el que había corrido antes, y me contestó, efectivamente, que los que trabajaban en el puente eran los ciudadanos de la isla, y prisioneros famosos, y no solo eso, sino también que el puente llevaba más de mil años en construcción - dios, ¿tanto? Una pena, la verdad. Arribor, ¿tú qué deseas hacer? - terminé, volviéndome hacia el Yonkaikyo, que también había escuchado atentamente a la chica.

Yo estaba pensando en matar a todos y cada uno de los oficiales, para que dejen libres a los ciudadanos del pueblo. No podía creer que con el solo hecho de nacer es esta isla, te veas obligado a construir un puente, como si fueras un esclavo. Yo, en mi época en Marijois, no construía puentes, pero me sentía una mierda como ser, como persona. Decidí ocultar estos pensamientos por si Arribor luego quería enviarme de nuevo a Tierra Santa. Luego de unos momentos, otras cinco o seis chicas bajaron por la escalera. Una, la más grande y robusta, dijo que era su hora de construir, pero que nadie los llamaba. Yo sabía la razón, y era que los oficiales encargados de avisar a estas jóvenes, los cuales estaban probablemente ya muertos de frío, enterrados bajo la nieve.

Me quedé mirando a Arribor, esperando la respuesta a mi pregunta previa.

Tras entrar en la casa, Arribor pudo ver que esta era bastante humilde. Solo había algún que otro mueble con aspecto de ser bastante viejo y varias chimeneas con pilas de leña amontonada al lado de cada una. Arriba parecía haber otro piso, seguramente donde estarían los dormitorios. Mientras ojeaba el interior de la habitación se quedó pensando en el tipo que acababa de conocer, el cual se había identificado como Flea. Arribor intentó recordar si conocía a alguien con ese nombre pero no se le ocurría quien podía ser. Dejó de darle vueltas a eso y se colocó en cuclillas frente a una de las chimeneas encendidas mientras la chica y el tal Flea conversaban.

Según la chica se encontraban en Tequila Wolf, o al menos en el puente que se construía desde esa isla. Según su historia, aquella mole de hormigón sin final aparente llevaba en construcción durante muchísimo tiempo, siendo los propios habitantes de la isla así como algún que otro prisionero condenado la mano de obra. Estos no tenían derecho a decidir si querían o no construir esa estupidez de puente y eran obligados a vivir en aquellas casuchas que ellos mismos iban construyendo según avanzaba la obra. Si realmente era cierto no podía creer lo que sería vivir allí.

-Dios, ¿tanto? Una pena, la verdad.- respondió Flea cuando la chica les contó que el puente llevaba más de mil años en construcción. -Arribor, ¿tú qué deseas hacer?- le preguntó al Yonkaikyo. Por la expresión de su rostro suponía que no tenía intención de dejarlo pasar.

Por su parte Arribor seguía centrado en calentarse. Durante el relato de la chica no había dicho una sola palabra, había permanecido serio y en silencio. Al principio no tenía intención de hacer nada. No tenía ninguna obligación de hacer nada, al fin y al cabo era un pirata, sin embargo hubo algo que le ayudo a tomar una decisión: según la historia de su joven anfitriona, el puente estaba siendo construido para conectar dos islas, una absurda tarea encomendada por uno de los Tenryubitos. Arribor no estaba seguro de quién era aquella gente, pero la idea de que alguien se creyese con poder para obligar a la gente a desperdiciar su vida por un simple capricho le ponía enfermo.

A la vez que se levantaba lentamente, un grupo de jóvenes descendieron del segundo piso. -"¿De verdad vive tanta gente en esta pequeña casa?"- pensó el moreno. Una de ellas afirmó que debía marcharse por qué era su turno de trabajo.

Arribor se acercó hacia la puerta andando despacio pensando en que debería hacer. Si atacaba a los capataces de la construcción el Gobierno Mundial acabaría enterándose y perdería su cargo de Yonkaikyo. No es que no pudiera vivir sin él, pero le resultaba cómodo poder viajar sin preocuparse de la marina. En ese momento vio la solución. Cogió una gruesa bufanda roja y un gorro y se tapó el rostro de manera que su aspecto quedase oculto y nadie pudiera identificarle. No es que tuviese vocación de servicio público pero no le gustaría marcharse de allí como si nada. Se ocuparía del tipo que mandase y de algunos más, el resto no era cosa suya. Imaginaba que el tipo de las espadas también intervendría.

-Solo lo diré una vez.- dijo Arribor con toda la seriedad de la que fue capaz. -No tengo ninguna obligación de ayudar a nadie, sin embargo necesito un barco para salir de aquí. Iré al muelle y robaré el barco más grande que encuentre. Si alguno de los que vivís aquí quiere subir que lo haga. Tenéis de margen hasta que zarpe, lo que pase después no es mi problema.

Dicho esto salió por la puerta y se dirigió hacia el extremo en construcción del puente. Allí buscaría el edificio más grande y más luminoso, que suponía que sería desde donde controlarían la construcción y, antes de pasarse por el muelle y hacerse con un barco, liquidaría a todos los que allí encontrase.  Confiaba en que alguno de ellos supusiera un rival interesante. Más vale que estuviesen preparados, pues pensaba teñir la nieve de rojo.

El Yonkaikyo se levantó, y sin formular palabra, agarró una bufanda colorada y un gorro extraño, y se cubrió el rostro. Supuse que era para que la Marine no se entere quién elimino a los capataces y a los manos de obra, y para no ser descubierto se tapó. Yo no me quedé atrás y me coloqué la capucha de mi abrigo, casi tapando mi ojo, aunque de todas formas, mi parche y mi banda ya me tapaban lo suficiente.

Seriamente, Arribor dijo que no era su obligación ayudar a los esclavos, pero que busca un barco grande para salir. Comentó también que iba a ir hasta el muelle, y que dejaría subir a los esclavos que quisiesen irse con él. Yo lo miré sonriendo, pensando en que iba a cooperar con un Yonkaikyo, y que sería un honor para mí.

Arribor se fue y yo salí corriendo detrás tuyo. Sin embargo, me detuve unos momentos, me volví hacia las jóvenes, y les dije:

- Volveremos con la cabeza del jefe, se los prometo - y me fui rápidamente - ¡Arribor, espera!

Había llegado hasta él y su cara no era la mejor. Yo lo único que quería era beber sangre y más sangre, y para eso, debía matar gente relacionada con el Gobierno, en este caso, los jefes, que obligan a la gente inocente a trabajar en la construcción del puente.

- Tal vez te descubren por más que tengas ese gorro y bufanda, podremos entrar por el techo si así lo quieres. Sino, pues a lo salvaje: entramos por la puerta y los matamos a todos - le dije, esperando respuesta. Seguimos caminando, en el barrio de las casas viejas, por llamarlo así, cuando la modernidad invadió nuestros ojos. Ya se podía ver el comienzo del puente, y a un lado, un gran edificio, del otro lado de mi chalupa - ¿vamos? ¿qué dices?

Esta vez no esperé a que contestara, desenvaine una de mis katanas, y lentamente comencé a superar a Arribor en velocidad, caminando más rápido. Estaba nervioso, debido a mis actos, no sabía si este Yonkaikyo iba a terminar siendo aliado o enemigo, pero haría lo posible para que esté de mi lado.

Estábamos a metros de la puerta, cuando le pregunté una vez más: - ¿Sigiloso o a lo loco?

OFF:

El frío del exterior le chocó como un golpe al salir de la casa. En ese momento se preguntaba por qué nadie había inventado algo para mantenerse caliente en situaciones así. Por si fuera poco, entre le parche, el gorro y la gruesa bufanda, apenas podía ver nada. Al menos no se le helaría la cara. Mientras buscaba hacia donde debía dirigirse, se percató de que el hombre de las espadas había decidido seguirle.

-Tal vez te descubren por más que tengas ese gorro y bufanda, podremos entrar por el techo si así lo quieres. Sino, pues a lo salvaje: entramos por la puerta y los matamos a todos - le dijo nada más llegar a su altura. Parecía que tendría que tomar una decisión importante, sigilo o acción. La respuesta parecía clara, el sigilo no tenía cabida dentro de su concepción de un combate.

Caminó decidido junto al tal Flea, dirigiéndose hacia la zona más iluminada. Conforme avanzaban podían contemplar la creciente modernidad de las simples hileras de casas en las que vivían las personas que construían el puente. Realmente odiaba aquel lugar. Al llegar casi hasta el límite donde comenzaban las obras, contempló el gran edificio que, según suponía, servía como centro de control. Flea desenvainó una de sus armas y, cuando estaban a escasos metros de la puerta principal volvió a preguntarle que estrategia quería seguir. Lo cierto era que Arribor suponía que a su nuevo compañero no le importaba demasiado que opción escoger así que optó por lo que le resultaba más natural.

Cuando se encontraban a poco más de un par de metros un guardia salió por la puerta, armado con uno de esos extraños rifles. No parecía que se hubiese percatado de su presencia, más bien parecía que había salido a tomar el aire. Este cerró la puerta al salir y se encontró de frente con los dos hombres. Arribor no se lo pensó dos veces, agarró la cabeza del soldado y echó abajo la puerta utilizándola como ariete. Nada más entrar pudo ver que el edificio estaba en su mayor parte vacío. Al fondo de la estancia donde se encontraban había varias escaleras ascendentes y, aparte de eso, solo había un gran mueble blanco circular en el centro, con varios Den Den Mushi de vigilancia. Sin embargo, al ver la gran cantidad de guardias supuso que les habían detectado antes de entrar. Por desgracia para el guardia anterior, este no se había dado cuenta.

Sin dudarlo un instante se lanzó al ataque. Comenzó a repartir golpes a diestro y siniestro, sin siquiera pensar a quien golpeaba. En ese momento utilizó las púas ocultas en sus anillos y se hirió en la palma de la mano derecha. De esta forma utilizó su sangre para crear varias lanzas que salieron disparadas hacia sus enemigos, aunque manteniéndose unidas mediante su sangre. No tenía intención de hacer distinciones, iba a acabar con todos ellos sin dudarlo un solo segundo. Allí no había nadie digno de su perdón, y su sangre sería la prueba de ello.