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Shelltown era una de las principales bases de la Marina en el East Blue después de Loguetown. Los piratas y criminales solían evitarla por motivos obvios, pero siempre había gente lo bastante loca o desesperada como para ir. O que simplemente aun no eran buscados. Y por eso Émile se había atrevido a parar allí. Tenía un pequeño barco que había conseguido en la anterior isla, por lo que no dependía de navíos de pasajeros aquella vez. Si tenía problemas con los marines, no tendría más que darles esquinazo y marchar al puerto. En el veloz y pequeño velero los marines no podrían darle alcance, pues él no tardaría nada en soltar amarras y partir. Pero en todo caso, no tenía intención de armar ningún jaleo, sólo estaba de paso.
En aquel momento estaba en una taberna frecuentada por los extranjeros, bebiendo una taza de café mientras jugaba al póker. Miró con tranquilidad a los otros tres jugadores y a las cartas en la mesa. Faltaba una por descubrir. De momento había un rey de picas, un tres de diamantes, un cuatro de diamantes y un cinco de diamantes también. En su mano Émile tenía un dos de corazones y un seis de diamantes, una bonita escalera de color. Difícilmente podía pedir mejor mano. Observó a sus rivales y bostezó. Uno de ellos subió la apuesta otros dos mil berries. "Quiere asustarnos. No tiene una mano tan buena." Adivinó sus intenciones por sus gestos. Como quien no quiere la cosa, Émile le igualó sin subir más la apuesta. Otro hizo lo mismo y el cuatro se rajó. En total había diez mil berries en mesa. Se levantó la siguiente carta, otro rey de picas. Émile miró con disimulo a sus oponentes. Uno de ellos, un hombre alto y corpulento, no puso evitar que el labio le temblara por un momento en un amago de sonrisa. El chico mantuvo su actitud tranquila, controlando su expresión facial en todo momento. El tercer jugador parecía algo agobiado. "Esto es entre yo y el señor armario."
- Voy con todo - dijo el hombre, colocando cinco mil berries más en mesa. Tras esto les miró sonriendo con superioridad.
- Lo veo - dijo Émile, esbozando una sonrisa engimática.
El chico ese día iba vestido con una camisa blanca de rayas verticales azules, con los primeros botones abiertos. Completaba el conjunto con unos vaqueros con las rodillas gastadas y mocasines oscuros. El tercero jugador se retiró, dejando sus cartas bocaabajo sobre la mesa con un suspiro. Émile observó a su rival ampliando su sonrisa. Ya no había vuelta atrás por parte de ninguno. Por un momento mantuvieron la tensión, tras el cual el otro desveló sus cartas con una carcajada. Era un póker de reyes. El chico sonrió de nuevo, desconcertando a su rival, y mostró su escalera de color. Este se quedó anonadado, sin saber cómo reaccionar, mientras el otro recogía sus veinte mil berries. Poco a poco, la ira se fue dibujando en el rostro del grandote, mientras una vena le palpitaba en el cuello. Fue a llevarse una mano al cinto para sacar un cuchillo, pero en el tiempo en que hacía el gesto, una pistola negra con símbolos tribales dorados se le apoyó en el cuello. Era la de Émile, que ya no estaba tan amistoso. Los otros dos jugadores consideraron que era un sabio momento para escabullirse de la mesa.
- Haz un gesto en falso y te vuelo la nuez. He ganado limpiamente.
El gigantón se puso pálido y alzó los brazos, apartándolos de la funda del cuchillo. Lentamente se alejó caminando de espaldas, lo que le valió un par de tropezones, y salió del bar. Hasta que no se cerró la puerta, Émile no enfundó de nuevo a Averno y adoptó de nuevo su actitud desenfadada. Recogió sus ganancias y volvió a juntar todas las cartas en la baraja. "Ha sido una partida fructífera."
En aquel momento estaba en una taberna frecuentada por los extranjeros, bebiendo una taza de café mientras jugaba al póker. Miró con tranquilidad a los otros tres jugadores y a las cartas en la mesa. Faltaba una por descubrir. De momento había un rey de picas, un tres de diamantes, un cuatro de diamantes y un cinco de diamantes también. En su mano Émile tenía un dos de corazones y un seis de diamantes, una bonita escalera de color. Difícilmente podía pedir mejor mano. Observó a sus rivales y bostezó. Uno de ellos subió la apuesta otros dos mil berries. "Quiere asustarnos. No tiene una mano tan buena." Adivinó sus intenciones por sus gestos. Como quien no quiere la cosa, Émile le igualó sin subir más la apuesta. Otro hizo lo mismo y el cuatro se rajó. En total había diez mil berries en mesa. Se levantó la siguiente carta, otro rey de picas. Émile miró con disimulo a sus oponentes. Uno de ellos, un hombre alto y corpulento, no puso evitar que el labio le temblara por un momento en un amago de sonrisa. El chico mantuvo su actitud tranquila, controlando su expresión facial en todo momento. El tercer jugador parecía algo agobiado. "Esto es entre yo y el señor armario."
- Voy con todo - dijo el hombre, colocando cinco mil berries más en mesa. Tras esto les miró sonriendo con superioridad.
- Lo veo - dijo Émile, esbozando una sonrisa engimática.
El chico ese día iba vestido con una camisa blanca de rayas verticales azules, con los primeros botones abiertos. Completaba el conjunto con unos vaqueros con las rodillas gastadas y mocasines oscuros. El tercero jugador se retiró, dejando sus cartas bocaabajo sobre la mesa con un suspiro. Émile observó a su rival ampliando su sonrisa. Ya no había vuelta atrás por parte de ninguno. Por un momento mantuvieron la tensión, tras el cual el otro desveló sus cartas con una carcajada. Era un póker de reyes. El chico sonrió de nuevo, desconcertando a su rival, y mostró su escalera de color. Este se quedó anonadado, sin saber cómo reaccionar, mientras el otro recogía sus veinte mil berries. Poco a poco, la ira se fue dibujando en el rostro del grandote, mientras una vena le palpitaba en el cuello. Fue a llevarse una mano al cinto para sacar un cuchillo, pero en el tiempo en que hacía el gesto, una pistola negra con símbolos tribales dorados se le apoyó en el cuello. Era la de Émile, que ya no estaba tan amistoso. Los otros dos jugadores consideraron que era un sabio momento para escabullirse de la mesa.
- Haz un gesto en falso y te vuelo la nuez. He ganado limpiamente.
El gigantón se puso pálido y alzó los brazos, apartándolos de la funda del cuchillo. Lentamente se alejó caminando de espaldas, lo que le valió un par de tropezones, y salió del bar. Hasta que no se cerró la puerta, Émile no enfundó de nuevo a Averno y adoptó de nuevo su actitud desenfadada. Recogió sus ganancias y volvió a juntar todas las cartas en la baraja. "Ha sido una partida fructífera."
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Alex estaba en un bar de la ciudad. Derian había tenido que ir a hacer unas tareas, y a Alex y Drake se le había dado permiso para dar una vuelta por el pueblo. Alex había perdido de vista a Drake así que se había ido a un bar a tomarse una empanadilla. O quizás dos. En cualquier caso, tenía tiempo hasta que Derian acabara con sus asuntos y decidiera regresar al barco. Había salido de allí con su eterno maletín, y vestido con una sudadera negra con motivos ambarinos tribales. También llevaba un gorro negro, de ala corta, que ahora estaba sobre la mesa, al lado de su bebida.
Alex estaba disfrutando de una deliciosa bebida de cola cuando en una mesa a su lado un hombre sacó una pistola. En el lugar hubo un revuelo. Una agitación debida a un sujeto que estaba apuntando a otro con su arma. Habían estado echando una partida de cartas, y Alex incluso había visto durante un rato la evolución de las ganancias de los participantes. Siempre le habían gustado los juegos de habilidad mental, y el póker, en cierto modo lo era. Sin embargo, no era del todo bueno el aquel juego debido a su poca empatía, y a que no diferenciaría un farol ni aunque el que lo estuviera haciendo llevara un cartel en la cabeza que así lo indicara.
El caso es que uno de los hombres, corpulento, acababa de perder y parecía querer atacar a otro de los participantes. Pero las tornas se habían vuelto, y ahora estaba encañonado. Por lo que Alex vio, el ganador le instó a irse. Alex observó como el gigantón se fue por la puerta, arruinado. El hombre que había ganado era más bien un chico joven, atractivo. Alex vio como guardaba su pistola en su funda y se ponía a recoger las cartas. El médico observó una carta que con la agitación había acabado al lado de su mesa, y se agachó para recogerla. Era un diez de picas. El chico parecía estar buscando algo con intensidad, y Alex supuso que era aquella carta. Decidió que lo mejor sería que el chaval se fuera de allí cuanto antes, por lo que se levantó y caminó hacia él. Con un gesto calmado, se dirigió al chico y le dijo:
- Perdona, creo que buscas esto. -con un gesto, le entregó la carta de la baraja.
Alex estaba disfrutando de una deliciosa bebida de cola cuando en una mesa a su lado un hombre sacó una pistola. En el lugar hubo un revuelo. Una agitación debida a un sujeto que estaba apuntando a otro con su arma. Habían estado echando una partida de cartas, y Alex incluso había visto durante un rato la evolución de las ganancias de los participantes. Siempre le habían gustado los juegos de habilidad mental, y el póker, en cierto modo lo era. Sin embargo, no era del todo bueno el aquel juego debido a su poca empatía, y a que no diferenciaría un farol ni aunque el que lo estuviera haciendo llevara un cartel en la cabeza que así lo indicara.
El caso es que uno de los hombres, corpulento, acababa de perder y parecía querer atacar a otro de los participantes. Pero las tornas se habían vuelto, y ahora estaba encañonado. Por lo que Alex vio, el ganador le instó a irse. Alex observó como el gigantón se fue por la puerta, arruinado. El hombre que había ganado era más bien un chico joven, atractivo. Alex vio como guardaba su pistola en su funda y se ponía a recoger las cartas. El médico observó una carta que con la agitación había acabado al lado de su mesa, y se agachó para recogerla. Era un diez de picas. El chico parecía estar buscando algo con intensidad, y Alex supuso que era aquella carta. Decidió que lo mejor sería que el chaval se fuera de allí cuanto antes, por lo que se levantó y caminó hacia él. Con un gesto calmado, se dirigió al chico y le dijo:
- Perdona, creo que buscas esto. -con un gesto, le entregó la carta de la baraja.
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Émile había terminado de recoger la baraja y ya se había guardado los berries. Comenzó a contar las cartas para ver si estaban todas, pero no era así. Suspiró y se puso a buscar por la mesa y alrededor de esta, cuando un hombre joven de aspecto afable algo mayor que él se le acercó ofreciéndole una carta. Era el diez de picas. El chico sonrió agradecido y la cogió, metiéndola en la baraja y guardándosela.
- Muchas gracias, me has ahorrado el ponerme a buscarla - dijo con jovialidad - Déjame que te lo agradezca - se acercó a la barra y dejó un par de billetes sobre esta - Camarero, cobradme todo lo que tome este caballero. Le invito yo.
Se sentía generoso y de buen humor. A pesar del incidente del grandullón del cuchillo, estaba siendo un día agradable, y Émile ya era propenso de que por sí a tener una actitud amable y atenta. Le hizo un gesto invitándole a sentarse a su mesa, y aprovecho para evaluarle con la mirada. Iba vestido con una sudadera negra con una decoración bastante llamativa y llevaba consigo un sombrero negro. "Tiene estilo" pensó el chico con respeto al ver esto último.
- Mi nombre es Émile, Lion D. Émile - dijo, tendiéndole la mano con cordialidad - Decidme, ¿os gusta el ajedrez?
Había decidido que ahora le apetecía jugar a su juego predilecto, y el moreno parecía una persona agradable. Si él también quería, podía ser la guinda a aquel día. No siempre tenía la ocasión de poder jugar un rato al ajedrez, y agradecía echar una partida de vez en cuando. De paso aprovecharía para su otra gran afición: estudiar a la gente con la que echaba las partidas. Solía hacer movimientos inesperados o ilógicos para estudiar la reacción del otro, algo que a veces le costaba la partida pero le resultaba bastante entretenido.
- Muchas gracias, me has ahorrado el ponerme a buscarla - dijo con jovialidad - Déjame que te lo agradezca - se acercó a la barra y dejó un par de billetes sobre esta - Camarero, cobradme todo lo que tome este caballero. Le invito yo.
Se sentía generoso y de buen humor. A pesar del incidente del grandullón del cuchillo, estaba siendo un día agradable, y Émile ya era propenso de que por sí a tener una actitud amable y atenta. Le hizo un gesto invitándole a sentarse a su mesa, y aprovecho para evaluarle con la mirada. Iba vestido con una sudadera negra con una decoración bastante llamativa y llevaba consigo un sombrero negro. "Tiene estilo" pensó el chico con respeto al ver esto último.
- Mi nombre es Émile, Lion D. Émile - dijo, tendiéndole la mano con cordialidad - Decidme, ¿os gusta el ajedrez?
Había decidido que ahora le apetecía jugar a su juego predilecto, y el moreno parecía una persona agradable. Si él también quería, podía ser la guinda a aquel día. No siempre tenía la ocasión de poder jugar un rato al ajedrez, y agradecía echar una partida de vez en cuando. De paso aprovecharía para su otra gran afición: estudiar a la gente con la que echaba las partidas. Solía hacer movimientos inesperados o ilógicos para estudiar la reacción del otro, algo que a veces le costaba la partida pero le resultaba bastante entretenido.
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Alex quedó sorprendido por la amabilidad del chico. Pese a que sabía que si lo hacía enfadar tenía una pistola, lo acababa de invitar a una bebida y a echar una partida de ajedrez. No estaba seguro de si podía negarse, y además, hacía tiempo que no jugaba al ajedrez. Si con aquello podía mantener calmado al muchacho, no le importaba jugar con él. Tendría entretenimiento y bebida. No le pareció mala idea.
- Encantado, Émile. Mi nombre es Alex Cooper. -le estrechó la mano y se dispuso a comenzar la partida.
Se sentó frente a él y se colocó las piezas negras. En cuanto Émile hizo su movimiento, Alex empezó a crear una estructura en su lado de tablero. Los alfiles cubrían a los caballos, los peones formaban una sólida linea defensiva y las torres tenían cubierta la zona más interior del pequeño ejército negro. Alex iba a probar a realizar una partida de desgaste, probando a su oponente, y tratando de lograr que hiciera intercambios desfavorables. Trataría de avanzar lo mínimo posible para obligar a Émile a avanzar para debilitarlo y posteriormente atacar con sus piezas más poderosas. Era una estrategia sólida y efectiva, que le daba un mayor control de su zona del tablero al tiempo que minimizaba daños. Ya había visto que el chaval era bueno con el póker, ¿lo sería también con el ajedrez?
- Encantado, Émile. Mi nombre es Alex Cooper. -le estrechó la mano y se dispuso a comenzar la partida.
Se sentó frente a él y se colocó las piezas negras. En cuanto Émile hizo su movimiento, Alex empezó a crear una estructura en su lado de tablero. Los alfiles cubrían a los caballos, los peones formaban una sólida linea defensiva y las torres tenían cubierta la zona más interior del pequeño ejército negro. Alex iba a probar a realizar una partida de desgaste, probando a su oponente, y tratando de lograr que hiciera intercambios desfavorables. Trataría de avanzar lo mínimo posible para obligar a Émile a avanzar para debilitarlo y posteriormente atacar con sus piezas más poderosas. Era una estrategia sólida y efectiva, que le daba un mayor control de su zona del tablero al tiempo que minimizaba daños. Ya había visto que el chaval era bueno con el póker, ¿lo sería también con el ajedrez?
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El joven se presentó como Alex Cooper, y se sentó a la mesa aceptando la invitación. Émile esbozó una sonrisa y abrió su maleta de viaje, rebuscando en su interior. Sacó un tablero plegable y una cajita de madera llena de piezas de ajedrez. Las colocó a ambos lados del tablero y acabó su café de un sorbo, satisfecho. Le hizo un gesto al camarero y le pidió otro café y un bollo. Tras esto, volvió a centrar su atención en la partida. Comenzó tanteando a Alex para ver sus movimientos, pero este era muy cerrado y precavido. Se estaba limitando a hacer movimientos muy defensivos y a mantener el control sobre su lado del tablero. Émile era un jugador experto de ajedrez. Durante años había sido su principal entretenimiento cuando entrenaba con Lao Xuan. En la vastedad de aquella pradera no había mucho que hacer, y en los ratos libres era a lo que jugaban. Podría haber jugado a ganar desde un principio, pero no encontraba placer en ello. Era más interesante buscarle otro objetivo al juego que la mera victoria.
- Interesantes movimientos, amigo mío. Dime, ¿qué te trae por esta ciudad? - dijo, adelantando el alfil - Yo estoy de paso, de camino a Loquetown.
De aquellas jugadas podía sacar en claro perfectamente que era una persona precavida. Aunque eso lo podía ver cualquiera. La pregunta es si era cuidadoso, indeciso, miedoso o sólo calmado y paciente. Cualquiera de esas opciones era posible, junto con otras, y mediante la conversación y su jugada pretendía adivinar más sobre él. El alfil que había adelantado quedaba en una posición amenazada, desde la cual podía comérselo con varias fichas. Sin embargo el atacar al alfil podría resultar arriesgado, pues abriría una brecha en sus defensas. Sin embargo, sin riesgo no había victoria, y según los gestos y la decisión de su oponente conocería un detalle más sobre su carácter.
- Te toca, Alex.
- Interesantes movimientos, amigo mío. Dime, ¿qué te trae por esta ciudad? - dijo, adelantando el alfil - Yo estoy de paso, de camino a Loquetown.
De aquellas jugadas podía sacar en claro perfectamente que era una persona precavida. Aunque eso lo podía ver cualquiera. La pregunta es si era cuidadoso, indeciso, miedoso o sólo calmado y paciente. Cualquiera de esas opciones era posible, junto con otras, y mediante la conversación y su jugada pretendía adivinar más sobre él. El alfil que había adelantado quedaba en una posición amenazada, desde la cual podía comérselo con varias fichas. Sin embargo el atacar al alfil podría resultar arriesgado, pues abriría una brecha en sus defensas. Sin embargo, sin riesgo no había victoria, y según los gestos y la decisión de su oponente conocería un detalle más sobre su carácter.
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Alex observó aquel movimiento de alfil. Sin duda lo estaba provocando. Quería ver si desprotegía su estructura. En lugar de capturar la pieza, decidió abrir un hueco también, y avanzó su propio alfil, para quedar ambos en una posición más o menos equivalente. Émile le había preguntado qué hacía en la ciudad. Alex soltó su alfil sobre el tablero, al tiempo que contestaba:
- Tan solo estoy de paso. Me encuentro viajando por el East Blue en estos momentos, y he decidido hacer una parada hoy aquí. -alzó la mirada para evaluar a Émile-. No esperaba encontrarme con un oponente que me pidiera jugar al ajedrez, la verdad.
Observó la situación en el tablero, y antes de proseguir, alzó la mirada buscando a un camarero y le pidió un café con chocolate y un plato de empanadillas. Tras ese breve inciso, volvió a mirar el tablero, y esperó a ver qué decidía hacer el otro jugador: aceptar el intercambio o retirarse.
- Tan solo estoy de paso. Me encuentro viajando por el East Blue en estos momentos, y he decidido hacer una parada hoy aquí. -alzó la mirada para evaluar a Émile-. No esperaba encontrarme con un oponente que me pidiera jugar al ajedrez, la verdad.
Observó la situación en el tablero, y antes de proseguir, alzó la mirada buscando a un camarero y le pidió un café con chocolate y un plato de empanadillas. Tras ese breve inciso, volvió a mirar el tablero, y esperó a ver qué decidía hacer el otro jugador: aceptar el intercambio o retirarse.
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Émile esbozó una sonrisa ante la jugada de Alex. Aquel chico empezaba a caerle bien. Como respuesta a un ataque, en lugar de atacar a esa pieza inició un ataque paralelo al suyo. Se rascó la barbilla pensando cual sería su siguiente movimiento. Finalmente avanzó su torre amenazando a un caballo que había quedado desprotegido por el movimiento del alfil. De esa manera daba a Alex toda una serie de posibilidades. "Vamos, enséñame cómo vas a actuar. ¿Serás agresivo, táctico, ambicioso?" Los ojos caoba del chico observaron a su oponente mientras este comía sus empanadillas.
- Tu turno. La verdad, yo tampoco creía que hoy fuese a jugar al ajedrez, pero vi la posibilidad y aproveché. Así que viajas por el East Blue. Yo no tengo un hogar claro, así que me dedico a viajar entre islas y ganarme la vida.
La verdad era que no tenía claro a lo que se dedicaba. Desde que se había ido de la Cripta se había limitado a vagar sin rumbo fijo ni una idea claro de a dónde ir. Tan sólo viajaba de isla en isla sobreviviendo como podía y ganándose la vida de miles de formas distintas: robando, cazando su propia comida, haciendo encargos y trabajos para habitantes de las islas o incluso capturando a algún bandido local a cambio de unas monedas. Sin embargo aun no había encontrado una razón para sus viajes, a parte de buscar a su padre y enfrentarse a él.
- Viajas por el East Blue, pero ¿cómo te ganas la vida? Si no es indiscreción - preguntó Émile dirigiendo de nuevo la mirada hacia Alex.
- Tu turno. La verdad, yo tampoco creía que hoy fuese a jugar al ajedrez, pero vi la posibilidad y aproveché. Así que viajas por el East Blue. Yo no tengo un hogar claro, así que me dedico a viajar entre islas y ganarme la vida.
La verdad era que no tenía claro a lo que se dedicaba. Desde que se había ido de la Cripta se había limitado a vagar sin rumbo fijo ni una idea claro de a dónde ir. Tan sólo viajaba de isla en isla sobreviviendo como podía y ganándose la vida de miles de formas distintas: robando, cazando su propia comida, haciendo encargos y trabajos para habitantes de las islas o incluso capturando a algún bandido local a cambio de unas monedas. Sin embargo aun no había encontrado una razón para sus viajes, a parte de buscar a su padre y enfrentarse a él.
- Viajas por el East Blue, pero ¿cómo te ganas la vida? Si no es indiscreción - preguntó Émile dirigiendo de nuevo la mirada hacia Alex.
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La jugada no había pillado desprevenido a Alex. Sabía que dejaba desprotegido un flanco al iniciar aquella maniobra, pero ahora no podía dar marcha atrás. Masticó con ganas una empanadilla y movió su pieza. Movió el otro alfil para defender al caballo. Con esto había dejado desprotegido uno de sus flancos, el flanco del rey, pero aún tenía la linea defensiva de los peones. Si conseguía llevar a cabo su movimiento, su victoria sería aplastante.
- Así que viajas por el East Blue... Pues yo simplemente soy un apasionado de la medicina que trata a la gente según pasa por las islas. Me gusta viajar, y poder ver mundo a la vez que trabajo es muy gratificante.
Esperó un momento antes de soltar la pieza. A partir de aquel movimiento, la partida podía ir bien o ser un auténtico desastre. Se planteó el probar otra jugada más segura, pero prefirió arriesgarse a probar la estrategia que había tomado forma en su cabeza.
- ¿Y tú, a qué te dedicas?
- Así que viajas por el East Blue... Pues yo simplemente soy un apasionado de la medicina que trata a la gente según pasa por las islas. Me gusta viajar, y poder ver mundo a la vez que trabajo es muy gratificante.
Esperó un momento antes de soltar la pieza. A partir de aquel movimiento, la partida podía ir bien o ser un auténtico desastre. Se planteó el probar otra jugada más segura, pero prefirió arriesgarse a probar la estrategia que había tomado forma en su cabeza.
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Émile sonrió. Se le daba muy bien el ajedrez, y veía perfectamente la estrategia de su contrincante. En tres turnos con los movimientos adecuados podría ganar la partida y desbaratársela. Sin embargo no veía emoción en ello. No estaba allí pata ganar la partida si no para estudiar a su rival. En lugar de continuar con sus arriesgados movimientos, movió la torre a una posición más defensiva, desde la cual frustraba cualquier intento de avance de Alex. "A menos que te lances a lo loco. Pero en ese caso podré poner a tu rey en jaque en dos movimientos. Me has demostrado resolución, pero, ¿eres temerario? Muéstrame tu verdadero carácter." Ocultó una sonrisa tras su taza de café, y contestó al médico.
- Una profesión muy digna. Yo no puedo jactarme de ayudar a la gente como tú, soy un mero buscavidas que viaja a lo largo del East Blue ganándose unos berries como puede. No desempeño ninguna profesión concreta, así que me limito a aceptar trabajos temporales por donde viajo y incrementar mi capital jugando a las cartas, aprovechando mi capacidad para ello. Tiene su encanto, pues tengo la oportunidad de conocer muchos lugares lejanos.
Ocultó el hecho de que pretendía unirse a una tripulación pirata y que de vez en cuando robaba para ganarse la vida, pues no venía a cuento. Era lo bastante inteligente para saber que contarle cómo se ganaba la vida al primer extraño que llegase no era buena idea. Menos aun siendo hijo de quien era, pues cuanto más tardase su padre en saber de él mejor. "Pero ahora no es momento de pensar en eso. Me centraré en la partida."
- Haz tu movimiento, Alex. Sorpréndeme.
- Una profesión muy digna. Yo no puedo jactarme de ayudar a la gente como tú, soy un mero buscavidas que viaja a lo largo del East Blue ganándose unos berries como puede. No desempeño ninguna profesión concreta, así que me limito a aceptar trabajos temporales por donde viajo y incrementar mi capital jugando a las cartas, aprovechando mi capacidad para ello. Tiene su encanto, pues tengo la oportunidad de conocer muchos lugares lejanos.
Ocultó el hecho de que pretendía unirse a una tripulación pirata y que de vez en cuando robaba para ganarse la vida, pues no venía a cuento. Era lo bastante inteligente para saber que contarle cómo se ganaba la vida al primer extraño que llegase no era buena idea. Menos aun siendo hijo de quien era, pues cuanto más tardase su padre en saber de él mejor. "Pero ahora no es momento de pensar en eso. Me centraré en la partida."
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Alex observó la situación en el tablero. Tenía un ataque que podía desbaratar toda la defensa de Émile, pero no se atrevía a atacarlo directamente. El motivo era que si no jugaba bien, su rey peligraba. Pensó en dejar ese lado quieto por el momento, y volvió al lado del principio. Atacó con un caballo, capturando una pieza del rival. Era una jugada ciertamente espontánea. Sabía que con eso estaba dando ventaja al dejar desprotegida su posición, pero mantendría al rey a salvo por el momento. No pensaba en ganar la partida en este momento. Podía ver simplemente cómo jugaba su rival y disfrutar de la partida. Las jugadas del chico que tenía enfrente no eran erráticas. Se veía que era bueno jugando. Alex tampoco era malo, pero estaba clara la diferencia de nivel entre los dos. Sin embargo, ahora que sabía que las probabilidades de ganar rozaban el nulo, no iba a preocuparse en exceso por el resultado, simplemente iba a jugar y pasárselo bien un rato. Su jugada con el caballo le había dado al menos un par de turnos para reorganizar su posición y buscar un hueco en la alienación de las otras piezas. Observó a Émile frente a él y dijo:
- Veo que no eres para nada un novato en este juego. Se ve a la legua quien va a ganar esta partida. Pero me parece completamente una falta de respeto el rendirme sin más, así que te propongo algo: quiero que me ganes en el mínimo de jugadas posible. -dicho esto, puso un puñado de berries en la mesa-. Cada turno iré quitando un billete de este montón. Así hasta llegar a cero. Entonces, tu empezarás a poner berries, al igual que yo los quité antes. He visto hace un rato que te gustan las apuestas... ¿aceptas? -sonrió afablemente.
- Veo que no eres para nada un novato en este juego. Se ve a la legua quien va a ganar esta partida. Pero me parece completamente una falta de respeto el rendirme sin más, así que te propongo algo: quiero que me ganes en el mínimo de jugadas posible. -dicho esto, puso un puñado de berries en la mesa-. Cada turno iré quitando un billete de este montón. Así hasta llegar a cero. Entonces, tu empezarás a poner berries, al igual que yo los quité antes. He visto hace un rato que te gustan las apuestas... ¿aceptas? -sonrió afablemente.
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Émile esbozó una amplia sonrisa. La idea de apostar jugando al ajedrez era muy atractiva, y se veía capaz de ganar en dos o tres jugadas (dependiendo de lo que hiciese Alex). Y aquellos berries le vendrían de perlas. Iba a aceptar cuando escuchó un ruido que le llamó la atención. La puerta de la taberna se abrió, y para su horror el tipo al que le había ganado a las cartas entró acompañado de un oficial marine y cinco reclutas. El gigantón le señaló, diciéndole algo al oficial. Émile consideró que era prudente retirarse, y dijo:
- Ha sido un placer, Alex, pero me temo que debo irme. Ya nos veremos en otra ocasión.
Cogió la caja de madera y metió todas las piezas de ajedrez de un manotazo dentro. La tapó y metió la caja y el tablero en su equipaje apresuradamente, mientras los reclutas iban hacia su mesa. Entonces le metió una patada a su silla, tirándosela encima a los marines, y salió corriendo hacia la cocina. A sus espaldas se montón un pandemonium, con el oficial gritando órdenes y los marines tratando de levantarse, tirados unos encima de otros con la silla encima. Apartó al tabernero de un empujón cuando este intentó detenerle, y corrió entre los fogones hasta la puerta trasera, agarrando la maleta con la mano derecha. Al abrir la puerta esquivó por los pelos agachándose un culatazo con un fusil dirigido a su cabeza. Avanzando hacia delante, le hundió la cabeza en el bajo estómago al marine que le impedía el paso. Este retrocedió, dolorido, y un segundo marine que guardaba la puerta trasera también trató de apuntarle. Sin embargo el pirata fue más rápido. Desenfundó a Averno con la mano izquierda y disparó un tiro rápido. Una onda de energía impactó al hombre en la cabeza, tirándolo al suelo. Este se golpeó en la nuca y quedó inconsciente. Mientras tanto, el anterior se había recompuesto y le apuntaba con el fusil.
- ¡Estás bajo arresto! ¡Suelta esa pistola, criminal!
Casi a desgana, en un movimiento que pareció estar cargado de desprecio, le apuntó y le disparó al brazo derecho. El recluta, que esperaba que Émile se rindiera, recibió el tiro de lleno y soltó el fusil. El disparo de energía le había quemado toda la zona del impacto. Mientras gritaba de dolor, el pirata se acercó y lo remató de un maletazo en la sien. Su arrestador cayó inconsciente junto a su compañero, y el fugitivo se escabulló por unas callejuelas justo a tiempo para que no le viese el resto de la patrulla, que llegaban en aquel momento. Émile enfundó a Averno y corrió en dirección al puerto. No quedaba muy lejos, apenas a dos calles. Cuando llegó, tuvo que esconderse de nuevo en la calle de la que había salido, tras un barril. Había un grupo de diez reclutas esperando, y en ese momento llegó el oficial de antes. Pero más que eso, hubo algo que le llamó la atención especialmente: un carabela con la bandera del reino de Hallstat y la de un ducado de este. Émile notó un escalofrío al reconocer el navío, pues lo había visto en los periódicos. Era el barco del yonkaikyo Derian Markov. ¿Qué narices hacía allí?
- Ha sido un placer, Alex, pero me temo que debo irme. Ya nos veremos en otra ocasión.
Cogió la caja de madera y metió todas las piezas de ajedrez de un manotazo dentro. La tapó y metió la caja y el tablero en su equipaje apresuradamente, mientras los reclutas iban hacia su mesa. Entonces le metió una patada a su silla, tirándosela encima a los marines, y salió corriendo hacia la cocina. A sus espaldas se montón un pandemonium, con el oficial gritando órdenes y los marines tratando de levantarse, tirados unos encima de otros con la silla encima. Apartó al tabernero de un empujón cuando este intentó detenerle, y corrió entre los fogones hasta la puerta trasera, agarrando la maleta con la mano derecha. Al abrir la puerta esquivó por los pelos agachándose un culatazo con un fusil dirigido a su cabeza. Avanzando hacia delante, le hundió la cabeza en el bajo estómago al marine que le impedía el paso. Este retrocedió, dolorido, y un segundo marine que guardaba la puerta trasera también trató de apuntarle. Sin embargo el pirata fue más rápido. Desenfundó a Averno con la mano izquierda y disparó un tiro rápido. Una onda de energía impactó al hombre en la cabeza, tirándolo al suelo. Este se golpeó en la nuca y quedó inconsciente. Mientras tanto, el anterior se había recompuesto y le apuntaba con el fusil.
- ¡Estás bajo arresto! ¡Suelta esa pistola, criminal!
Casi a desgana, en un movimiento que pareció estar cargado de desprecio, le apuntó y le disparó al brazo derecho. El recluta, que esperaba que Émile se rindiera, recibió el tiro de lleno y soltó el fusil. El disparo de energía le había quemado toda la zona del impacto. Mientras gritaba de dolor, el pirata se acercó y lo remató de un maletazo en la sien. Su arrestador cayó inconsciente junto a su compañero, y el fugitivo se escabulló por unas callejuelas justo a tiempo para que no le viese el resto de la patrulla, que llegaban en aquel momento. Émile enfundó a Averno y corrió en dirección al puerto. No quedaba muy lejos, apenas a dos calles. Cuando llegó, tuvo que esconderse de nuevo en la calle de la que había salido, tras un barril. Había un grupo de diez reclutas esperando, y en ese momento llegó el oficial de antes. Pero más que eso, hubo algo que le llamó la atención especialmente: un carabela con la bandera del reino de Hallstat y la de un ducado de este. Émile notó un escalofrío al reconocer el navío, pues lo había visto en los periódicos. Era el barco del yonkaikyo Derian Markov. ¿Qué narices hacía allí?
AlexEmpanadilla
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
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Acababa de proponer la apuesta a Émile cuando un grupo de marines junto al tipo de la partida de póker apareció en la taberna y se acerco a ellos. Uno de ellos se acercó al chico e intentó detenerlo, pero Émile lanzó una silla contra ellos y salió corriendo de allí, apartando al tabernero de un empujón. Algunos de ellos salieron tras él. Alex se iba a levantar también cuando uno de los marines le puso la mano en el hombro y le dijo:
- Eh, tú... ¿conoces a ese tipo? -le preguntó con cara seria.
- Para nada, lo acabo de conocer, y estábamos echando una partida de ajedrez. ¿Hay algún problema con ello?
- Necesitaríamos que vinieras con nosotros a responder unas cuantas preguntas, amigo. -Alex notó el tono de hostilidad en la última de las palabras.
- No me importaría quedarme a charlar, pero como médico del Yonkaikyo Derian Markov, tengo cosas que hacer -el médico le sostuvo la mirada, y el marine quedó chocado. Alex se levantó, apartando la mano de su hombro y le dijo-. Ahora, si no te importa, ya que habéis espantado a mi contrincante, me gustaría hacer algunos recados antes de reunirme con Derian.
Al salir de allí, sintió un revuelo en una calle cercana. Un grupo de marines salió de un callejón, seguramente buscando a Émile. Alex se dirigió al muelle, hacia el barco de Derian. Iba a tirarse en su camarote para vaguear. Lo de los recados era una excusa. Ahora que Émile se había ido, se aburría.
- Eh, tú... ¿conoces a ese tipo? -le preguntó con cara seria.
- Para nada, lo acabo de conocer, y estábamos echando una partida de ajedrez. ¿Hay algún problema con ello?
- Necesitaríamos que vinieras con nosotros a responder unas cuantas preguntas, amigo. -Alex notó el tono de hostilidad en la última de las palabras.
- No me importaría quedarme a charlar, pero como médico del Yonkaikyo Derian Markov, tengo cosas que hacer -el médico le sostuvo la mirada, y el marine quedó chocado. Alex se levantó, apartando la mano de su hombro y le dijo-. Ahora, si no te importa, ya que habéis espantado a mi contrincante, me gustaría hacer algunos recados antes de reunirme con Derian.
Al salir de allí, sintió un revuelo en una calle cercana. Un grupo de marines salió de un callejón, seguramente buscando a Émile. Alex se dirigió al muelle, hacia el barco de Derian. Iba a tirarse en su camarote para vaguear. Lo de los recados era una excusa. Ahora que Émile se había ido, se aburría.
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Émile suspiró y se fijó en los marines. Estos se separaron y comenzaron a patrullar a lo largo del puerto. Se quedó escondido en el sitio, con la cabeza asomada planeando cómo haría para llegar hasta su barco sin que lo acribillasen a balazos. La tentación de salir en forma completa y destrozarlos a todos, oficial incluido, era muy grande. "Calma" se dijo a sí mismo "tiene que haber otra manera." Pero no la había y lo sabía. No había tiempo para pensar otra cosa. Pronto la zona se llenaría de marines buscándole, y de momento sólo era capaz de transformarse durante doce segundos. Ese era el tiempo que tenía para derrotar a los marines. En ese momento se fijó en que Alex llegaba al muelle, y se dirigía... ¿al barco del yonkaikyo?
- ¡¿Qué coj...?! - dijo, casi gritando.
Se calló al momento, al darse cuenta de que así le descubrirían. Estaba muy sorprendido por la revelación. Parecía que el médico no le había contado todo sobre él. "Así que viajas entre islas... lo que no me dijiste era que trabajabas para alguien." En todo caso daba igual. Tenía prisa y debía apurarse para lograr escapar de la isla indemne. "Sabes que vas a recurrir a mi... ahora deja de hacer el idiota y sal a matar." La voz de Lucifer resonó en su cabeza, acompañado de una risotada malévola. Émile se levantó y salió del callejón, dirigiéndose a los marines. Estos se giraron hacia él al percatarse de su presencia y le apuntaron con los fusiles. El oficial se adelantó y sacó una pistola, apuntándole.
- Parece que has entendido que no podrás huir. Ahora pon las manos en alto.
Émile obedeció las órdenes. Mientras el resto seguía apuntándole, un marine se le acercó con unas esposas. Los ojos del pirata relucían con un brillo rojo sobrenatural. Al verlo, el marine se estremeció, pero debió decidir que era su imaginación. Esbozó una sonrisa malévola y comenzó a reírse lentamente. Ya no era Émile quien controlaba aquel cuerpo, si no ente malévolo y antiguo. El oficial le miró frunciendo el ceño.
- ¿De qué te ríes, carroña?
- Me preguntaba qué tal sabría tu carne - dijo, con una voz grave y gutural que no era la suya.
De repente Émile comenzó a cambiar y a crecer. Su piel se volvió grisácea azulada, y su pelo rubio platino. Una placa ósea morada picuda le cubrió la mitad superior del rostro y de la cabeza. Además de eso, un tercer ojo le surgió en la placa, donde debería estar la frente, y un traje de cuero negro le cubrió el cuerpo entero. Por último, de sus manos le salieron garras metálicas, alas negras emplumadas a la espalda y una larga cola.
- ¡¿Qué narices es eso?! ¡DISPARAD! ¡DISPARAD!
Los asustados marines obedecieron a su oficial, pero cuando apretaron el gatillo, ya no estaba allí. Estaba tras uno de los marines, atravesándole el pecho con las garras. Velozmente, arrancó la mano del cuerpo del marine, que cayó al suelo inerte. Entonces apuntó a cinco marines con la palma de su mano, y un estallido de energía verde los envolvió. Los cinco cayeron al suelo, muertos. Lucifer se giró hacia los cuatro reclutas que quedaban. Velozmente corrió entre ellos en una orgía de sangre, destrozándolos con sus garras. El oficial retrocedió, asustado, y le disparó con la pistola. La bala a duras penas atravesó el duro cuero de la chaqueta, haciéndole una leve herida superficial. El demonio siguió avanzando hacia el marine.
- Me quedan cinco segundos, vamos a divertirnos.
El marine intentó suplicar piedad, pero Lucifer le ignoró. Le agarró la cabeza con ambas manos y comenzó a apretársela. El marine gritó con fuerza, hasta que hubo un sonoro crujido, una explosión de carne y cachos de cerebro, y después, silencio. De repente el demonio comenzó a cambiar de nuevo, y en lugar apareció Émile, empapado de sangre y con cara de estar en otro mundo.
- ¿Eh? ¿Qué ha pasado?
Entonces se miró las manos y miró a su alrededor. El rostro comenzó a transformársele en una máscara de desesperación. Empezó a respirar velozmente, agobiado.
- No... no he podido ser yo. Yo... yo sólo quería derrotarlos y escapar.
Se llevó las manos a la cabeza, con los ojos inyectados en sangre.
- No... ¡NOOOO!
Salió corriendo hacia su barco. Sólo quería escapar de aquel lugar lo más rápido posible y alejarse de aquella carnicería. Empezó a revolvérsele el estómago al recordar el estado de la cabeza del oficial marine. Entonces recordó que se había dejado la maleta. Indeciso, se paró a medio camino de su barcaza. Dio un quejido y salió corriendo hacia donde estaba escondido antes. Pasó junto a la masacre, tratando de ignorarla, y recogió su maleta. Al volver de nuevo hacia su barco, dos marines más llegaron y le vieron rodeado de los cuerpos y manchado de sangre.
- ¡Ey tú, detente!
El chico comenzó a correr, con los marines a su espalda. Llegó a la barcaza, tirando la maleta en su interior. Apartó la pasarela de una patada y saltó a cubierta. Desenfundó sus pistolas y cortó las amarras a disparos. Velozmente desplegó las velas. Por suerte lo tenía todo preparado, y había viento a favor. Los marines llegaron al muelle y se pusieron a dispararle, pero Émile ya estaba alejándose. A pesar del peligro en que estaba, no pensaba en eso. Un único pensamiento martilleaba en su mente. "Los he matado. He sido yo. Podría haberlos dejado vivir, pero los he matado. Y... he disfrutado haciéndolo." Un escalofrío recorrió su espalda.
- ¡¿Qué coj...?! - dijo, casi gritando.
Se calló al momento, al darse cuenta de que así le descubrirían. Estaba muy sorprendido por la revelación. Parecía que el médico no le había contado todo sobre él. "Así que viajas entre islas... lo que no me dijiste era que trabajabas para alguien." En todo caso daba igual. Tenía prisa y debía apurarse para lograr escapar de la isla indemne. "Sabes que vas a recurrir a mi... ahora deja de hacer el idiota y sal a matar." La voz de Lucifer resonó en su cabeza, acompañado de una risotada malévola. Émile se levantó y salió del callejón, dirigiéndose a los marines. Estos se giraron hacia él al percatarse de su presencia y le apuntaron con los fusiles. El oficial se adelantó y sacó una pistola, apuntándole.
- Parece que has entendido que no podrás huir. Ahora pon las manos en alto.
Émile obedeció las órdenes. Mientras el resto seguía apuntándole, un marine se le acercó con unas esposas. Los ojos del pirata relucían con un brillo rojo sobrenatural. Al verlo, el marine se estremeció, pero debió decidir que era su imaginación. Esbozó una sonrisa malévola y comenzó a reírse lentamente. Ya no era Émile quien controlaba aquel cuerpo, si no ente malévolo y antiguo. El oficial le miró frunciendo el ceño.
- ¿De qué te ríes, carroña?
- Me preguntaba qué tal sabría tu carne - dijo, con una voz grave y gutural que no era la suya.
De repente Émile comenzó a cambiar y a crecer. Su piel se volvió grisácea azulada, y su pelo rubio platino. Una placa ósea morada picuda le cubrió la mitad superior del rostro y de la cabeza. Además de eso, un tercer ojo le surgió en la placa, donde debería estar la frente, y un traje de cuero negro le cubrió el cuerpo entero. Por último, de sus manos le salieron garras metálicas, alas negras emplumadas a la espalda y una larga cola.
- Spoiler:
- ¡¿Qué narices es eso?! ¡DISPARAD! ¡DISPARAD!
Los asustados marines obedecieron a su oficial, pero cuando apretaron el gatillo, ya no estaba allí. Estaba tras uno de los marines, atravesándole el pecho con las garras. Velozmente, arrancó la mano del cuerpo del marine, que cayó al suelo inerte. Entonces apuntó a cinco marines con la palma de su mano, y un estallido de energía verde los envolvió. Los cinco cayeron al suelo, muertos. Lucifer se giró hacia los cuatro reclutas que quedaban. Velozmente corrió entre ellos en una orgía de sangre, destrozándolos con sus garras. El oficial retrocedió, asustado, y le disparó con la pistola. La bala a duras penas atravesó el duro cuero de la chaqueta, haciéndole una leve herida superficial. El demonio siguió avanzando hacia el marine.
- Me quedan cinco segundos, vamos a divertirnos.
El marine intentó suplicar piedad, pero Lucifer le ignoró. Le agarró la cabeza con ambas manos y comenzó a apretársela. El marine gritó con fuerza, hasta que hubo un sonoro crujido, una explosión de carne y cachos de cerebro, y después, silencio. De repente el demonio comenzó a cambiar de nuevo, y en lugar apareció Émile, empapado de sangre y con cara de estar en otro mundo.
- ¿Eh? ¿Qué ha pasado?
Entonces se miró las manos y miró a su alrededor. El rostro comenzó a transformársele en una máscara de desesperación. Empezó a respirar velozmente, agobiado.
- No... no he podido ser yo. Yo... yo sólo quería derrotarlos y escapar.
Se llevó las manos a la cabeza, con los ojos inyectados en sangre.
- No... ¡NOOOO!
Salió corriendo hacia su barco. Sólo quería escapar de aquel lugar lo más rápido posible y alejarse de aquella carnicería. Empezó a revolvérsele el estómago al recordar el estado de la cabeza del oficial marine. Entonces recordó que se había dejado la maleta. Indeciso, se paró a medio camino de su barcaza. Dio un quejido y salió corriendo hacia donde estaba escondido antes. Pasó junto a la masacre, tratando de ignorarla, y recogió su maleta. Al volver de nuevo hacia su barco, dos marines más llegaron y le vieron rodeado de los cuerpos y manchado de sangre.
- ¡Ey tú, detente!
El chico comenzó a correr, con los marines a su espalda. Llegó a la barcaza, tirando la maleta en su interior. Apartó la pasarela de una patada y saltó a cubierta. Desenfundó sus pistolas y cortó las amarras a disparos. Velozmente desplegó las velas. Por suerte lo tenía todo preparado, y había viento a favor. Los marines llegaron al muelle y se pusieron a dispararle, pero Émile ya estaba alejándose. A pesar del peligro en que estaba, no pensaba en eso. Un único pensamiento martilleaba en su mente. "Los he matado. He sido yo. Podría haberlos dejado vivir, pero los he matado. Y... he disfrutado haciéndolo." Un escalofrío recorrió su espalda.
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Alex se dirigió al barco. Subió en silencio a cubierta y se dirigió a su camarote. Quería dormir. Mucho. No tenía ganas de nada. De nada. Se dirigió a su camarote, pasando por delante del camarote de Olivia. Observó la puerta. Hacía tiempo que no la veía salir del camarote, aunque Nat decía que escuchaba sus ronquidos toda la noche, por lo que supuso que ella seguía allí, o que al menos no estaba muerta. Además, no olía raro, el primer síntoma de descomposición. Se preguntó si sería sensato llamar a la puerta, más que nada para ver si la noble estaba bien. Pero desechó la idea. No tenía ánimos para nada. No le apetecía tener que estar escuchando las reprimendas de una noble amargada porque la habían despertado de su siesta. Aunque había que reconocer, que no le importaría encontrarse con Sebastian para echar una partida de ajedrez, ya que se había quedado con las ganas de terminar su partida con Émile.
Llegó a su camarote y se tiró en cama. Se quedó mirando el techo. "Que aburrimiento". Suspiró y soltó un bostezo. Ahora le apetecía dormir. Mucho.
Llegó a su camarote y se tiró en cama. Se quedó mirando el techo. "Que aburrimiento". Suspiró y soltó un bostezo. Ahora le apetecía dormir. Mucho.
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