[privado] El orgullo de la marina.

Desembarca en Shellstown. Una isla con encanto, y una ciudad que crece alrededor de un cuartel de la marina. Algunos árboles a la izquierda del puerto, y un bosque crece en la cara norte, subiendo en ladera hasta una amplia costa de acantilados, mientras la cara sur la invade una ciudad de casas unifamiliares y pequeños negocios anexos a ellas. En el centro de la ciudad, situado sobre una colina, un magnífico edificio de tejados azules y una alta torre central desentona entre las pequeñas casas, y domina la isla.  "Un buen sitio para divertirse", piensa, mirando hacia el cuartel, buscando alguna forma de acceder sin llamar mucho la atención. "Ya lo veré más de cerca" se dice, y comienza a caminar por el puerto. Al contrario que la mayoría de ciudades, es de piedra. Una buena opción por si algún vándalo graciosillo intenta prenderle fuego, pero le han estropeado los planes. Se acerca al primer edificio de la ciudad, una taberna atestada, y pide un vaso de whisky con hielo. No es su bebida preferida, pero tiene un sabor agradable, y una subida cálida en la garganta. Se sienta en una mesa apartada, sobre un banco acolchado, y bebe tragos calmados mientras se plantea qué hacer. Podría matar a un par de personas, atraer a unos marines, y cuando lo crean preso apuñalarlos a todos... "No, demasiado típico". Da un trago, pero no lo bebe. Paladea el licor con calma, notando la textura ardiente del alcohol, camuflada con la suavidad del azúcar, mientras se plantea comprar carretes de cuerda y ahorcar gente al azar... "No, podría matar a alguien que no lo merezca, aunque, por otro lado...", aunque lo descarta, porque la ciudad parece muy grande, y haría falta cerca de dos metros por persona. En casa guarda una gran reserva de oro, pero en el East blue apenas lleva lo suficiente para ir sin apuros. Mira para el tabernero, que no le quita el ojo de encima, como si desconfiara de él. "Haces bien, amigo", le dice con la mirada, el hombre no es capaz de mantenérsela y vuelve a sus asuntos, intentando no cruzarle la mirada por miedo a represalias.

Observa la taberna. Es un espacio grande, de techos altos y un segundo piso dedicado a más mesas. "Debe de ser muy transitada. Si no desde luego hoy está arreglando el mes". El local está tan lleno que empieza a ver gente compartir mesas, aunque parece que no se conocen de nada no parece molestarles. Un tipo bajito intenta sentarse con él, pero lo mira a los ojos y, cabizbajo, se aleja. Se fija en el cráneo que decora la puerta de entrada. Parece una especie de buey gigante,aunque con colmillos de elefante. Es probable que sea una amalgama horrible, nacida de algún taxidermista con problemas mentales. Sigue escrutando en cada rincón los detalles de la taberna. Una despensa con la puerta abierta, llena de toneles, un cuadro de una mujer con bigote, extrañamente perturbador. Más allá ve una manada de personas arremolinadas en torno a la barra, pidiendo a gritos la bebida, creyendo que así la conseguirán antes. Odia el ruido. Se levanta un momento, saca su cuchillo de hueso del bolsillo y lo hunde ligeramente en el cuello de un hombre, atravesando solamente el bulbo raquídeo, y deja el cuchillo de nuevo en el bolsillo. Lo deja en una silla. Nadie lo notará, podría parecer un borracho. Vuelve a su sitio y sigue con su vaso. Vuelve un momento la cabeza hacia arriba, y cierra los ojos. Mucho ruido.

Tras unos segundos, la puerta de la taberna se abre, sonando u estruendo al golpear contra la pared. No puede evitar abrir los ojos y mirar hacia la puerta. Un chaval está en el umbral de la puerta, armado con una guadaña y cargando una mochila al hombro. Muchos lo miran con miedo, pero él sólo con curiosidad. No acostumbra asustarse de muchachos, aunque recela un poco. Un hombre lo para, y acaba en el suelo. "Vaya, por fin algo interesante". Se dirige hacia su mesa. En cierto modo es normal, pues es la única libre, pero no quiere compañía. Intenta decírselo con una mirada fría como el acero. No parece funcionar, porque el chaval se sienta en frente a él. Le devuelve la mirada, y le sonríe con gesto burlón.

- ¿Bebemos?

¿Cuántos años tendrá? No más de veinte, o al menos no lo aparenta. Intenta averiguar si a parte de la guadaña lleva algún arma encima. No encuentra ningún indicio, aunque podría llevar algo en la mochila. Agarra su vaso por el culo, y se lo lleva a la boca, terminando lo que queda de un trago. No puede evitar abrir la boca cuando el ardor le sube por la garganta. Mira de nuevo hacia arriba, esta vez sin cerrar los ojos. Una gigantesca lámpara esférica ilumina todo el local, con un brillo amarillo y titilante, irregular. Le duele mirarla directamente, así que baja la cabeza, y vuelve a mirar al chico que se ha sentado frente a él. "¿Quién eres?", piensa en sus adentros, mientras intenta ver más allá de él. Ve a un muchacho, pero todo lo demás se oculta en un velo de misterio. Sin dejar de desconfiar, accede a beber con él, y así llegar a entenderlo.

-Tú invitas.

-Está bien- Dice, encendiendo un cigarro.

Hace un gesto con los dedos, mirando al tabernero. Seguramente pase de él, pues el local está atestado y, por lo general, en las tabernas no sirven a mesa. En cualquier caso el whisky quizás sea demasiado fuerte para un chico. Lo mira con más curiosidad todavía cuando ve al hombre detrás de la barra sacar la misma botella con la que lo sirvió a él, y dos vasos. "¿Quién eres?" pregunta una voz en su cabeza, aunque anhela liberar esa curiosidad que lo carcome. No parece nadie especial, y ni siquiera recuerda su cara de ninguna parte. Si fuera alguien conocido, o buscado por el gobierno, él habría tenido noticia. Los asesinos a sueldo siempre son más baratos que pagar una recompensa.

Mira al cadáver sobre la silla. Todavía nadie ha reparado en que no respira. Tal vez las muertes sean algo habitual en ese sitio. Eligió mal metiéndose en la primera taberna que vio. Se frota las manos, como intentando eliminar suciedad de ellas, aunque las lleva limpias. De repente, recibe una pregunta que no sabe muy bien cómo responder.

-¿Qué hace un hombre como tú en una isla como esta?

Vuelve a mirarlo, sin entender. Parece una frase de ligoteo. Tampoco sabe si debe responder, pues, al fin y al cabo, sólo busca dar rienda suelta a sus fantasías sádicas. Parece que lo ha preguntado sin segundas, de forma inocente, así que olvida lo mal que suena y piensa muy detenidamente qué va a decir. Llega el camarero con los whiskies, y se lo bebe de un trago. Esta vez aguanta el ardor de subida, sin dejar de mirar fijamente al chico de pelo castaño que tiene delante.

-Busco fuego, sangre y muerte.

- Veo que ya has empezado tu masacre, animal-Le dice el muchacho tras mirar el cuerpo sobre la silla. El hecho de que palidezca y no respire ayuda a cualquiera con dos dedos de frente a deducirlo, al fin y al cabo-. Deberías pensar las cosas antes de hacerlas o podrías tener problemas. ¿ Y no queremos eso verdad ?

Mientras dice eso, acerca la mano a su guadaña, como preparándose para atacar en cualquier momento. Parece que no debió haber dicho eso, lo ha asustado. "Es como un animalillo, saca las garras cuando menos ganas tiene de luchar". Baja la mano derecha de la mesa y toca el puño de la bastarda. No piensa usarla ahí, hay demasiada gente y no podría moverla con soltura. Para estas situaciones es mucho mejor un par de dagas, pero éstas no necesita tocarlas, pues las nota a su espalda, rozándole la camisa dentro de su funda. Mira de nuevo la posada, y ve un par de marines, medio borrachos. Es bastante probable que pueda pasar un buen rato gracias a ellos. Se levanta de forma calmada, se reajusta la capa y coloca bien el sombrero. Mira al muchacho y da un par de pasos alejándose de la mesa. Se da la vuelta y le dice:

-Ahora vengo, dame un momento.

Se aproxima a los dos marines, que parecen casi tambalearse. Balbucean con un aire alegre y su cara está roja como un tomate. "Deben de llevar aquí todo el día". Cada paso que da vuelven a levantar el brazo, llevándose la jarra de cerveza a la boca. "Con este tipo de gente es normal que haya tantos piratas". Se le ocurre que jugar al "Atrapa a ese chiquillo" quizás podría ser una desventaja para ellos. Así, se acerca aún más a uno y le aproxima su dedo índice a la oreja. Lanza mercurio por su oído, reventándole el tímpano, por lo que grita. "Tranquilo, sólo es un momento", piensa, mientras el mercurio inunda el interior del cráneo del marine. Cae desplomado al suelo, y el metal se desliza lentamente por su nariz. Su compañero va tan borracho que no ha visto nada, pero no quiere correr riesgos. Mira que, entre tanta gente, nadie se esté fijando en él y le parte el cuello. El marine cae desplomado sobre su compañero y nadie parece percatarse, o, por lo menos, darle importancia. El alboroto de la estancia, aunque molesto, amortiguó el grito del primero, y lo agradece, aunque a la vez lo pone de muy mal humor. En esa orgía de risas, chistes baratos, gritos y una música de fondo apenas audible bajo el barullo, es incapaz de guiarse por su oído. Pide un whisky más, y se lo da el tabernero en mano. Lo lleva a la mesa, y se sienta de nuevo. Toma un trago pausado, observando el panorama de la taberna, y al chico que tiene en frente. "Me ha llamado animal", piensa para sí. "Tal vez lo sea".

-Vine a esta isla porque busco problemas.

"Buena proposición", piensa para sí. Sin embargo, lo ha llamado animal. "Vamos a pasarlo por alto. Al fin y al cabo, es sólo un chaval". Se despereza como puede sin levantarse, intentando no parecer muy interesado en el tema. Lo mira mientras fuma. El humo le molesta, pero no es cosa de perder los estribos con alguien que está dispuesto a morir en Shellstown armando follón. Mira los cadáveres del suelo, y el charco plateado que hay al lado de uno. Lo mueve debajo de una mesa, para que la gente no piense nada raro, y piensa en la primera vez que mató así. Acabó agotado, casi tirado sobre un muelle, y ahora lo acaba de hacer sin apenas inmutarse. Saca la caja de cerillas del bolsillo y la enciende, dejando que se consuma en su mano. El ligero dolor de la llama quemándole la piel es agradable en cierto modo. El brillo del fuego mientras se consume es, además, hipnótico. Podría pasarse el día jugando con las cerillas, quemándose la mano.

Se levanta, y le da un toque en el hombro al chiquillo.

-Yo me voy. Si quieres entrar en el cuartel, te recomiendo que vengas.

Se dirige a la puerta, pero el hombre que antes recibió una patada del chico la bloquea, y parece buscar problemas. Intenta pasar de largo, pero en cuanto le ve abrir la boca saca el cuchillo de hueso y le rebana la tráquea. El hombre cae de rodillas, intentando tapar la herida con las manos. Sale por la puerta con elegancia, sin mirar atrás, pese a que sabe, por el absoluto silencio de la taberna, que lo han visto. "Perfecto". Sale al aire libre y ve un grupo de marines. Siete, para ser concretos. Se acerca a ellos y les pide un poco de tabaco. Mientras lo están mandando a la mierda, desenvaina sus dos dagas y degüella a uno. Antes de que puedan reaccionar, le da una patada a uno y clava sendas dagas en otros dos. "Quedan cuatro". Guarda cuan rápido puede las dagas y saca la bastarda, mientras se aleja de los marines de un salto hacia atrás. Se pone en posición de combate, agarrando la espada con las dos manos, y da un golpe lateral a la altura del estómago. Dos se abren, desparramando tripas casi al instante, y el otro recibe el golpe de refilón, pero no parece muy herido, aunque sí sorprendido. El cuarto aún se está recuperando de la patada. Aún con la espada empuñada con las dos manos, le atraviesa el corazón. Casi le dan pena, ni siquiera esperaban que alguien agresivo se acercara a ellos hoy, pero no llegan a dársela. Al último le sesga una pierna de un golpe fuerte, y acto seguido la otra. El marine cae sin piernas al suelo, gritando de dolor, pero a él le da igual. Le quita la mano, cortando como si el mandoble fuera un cuchillo, mientras el hombre aúlla por el nervio dañado. Envaina la espada, y el hombre, pese al dolor, relaja el gesto pensando que todo ha terminado. "Pobre iluso". Saca las dagas de nuevo y le corta las orejas. Se las mete en la boca y le tira el pie encima, aplastándole el esternón. Las dos orejas saltan a propulsión, y el hombre ensangrentado suplica piedad, la piedad de la muerte. Guarda de vuelta las dagas, saca la bastarda y le arranca el brazo útil de cuajo. Ya ni siquiera se oyen gritos, y el marine, envuelto en un charco de sangre propia, palidece. Se apiada de él y le arranca la cabeza con un corte limpio.

Limpia su espada con la lengua, saboreando el regusto amargo de la sangre aún caliente. "Delicioso". En la calle el silencio se hace patente. Las mujeres corren alejando a los niños de él, y un hombre envalentonado se acerca, murmurando maldiciones a su persona. Parece mucho más civilizado cuando le atraviesa el pescuezo. Lame de nuevo el arma, y esa sangre está dulce. Cada vez la gente parece más aterrada, y el ambiente en la taberna parece caldeado. La música ha cesado y se oyen gritos, golpes y muebles destrozados. Se da la vuelta mientras enfunda el arma, y sale por la puerta el chaval con el que habló hace un momento. Parece tranquilo, y le da la sensación que tras él está la bronca de la taberna. El chico, tranquilo, saca un cigarro y le tiende la cajetilla, como ofrecimiento.

- Por cierto que descortés por mi parte, no me he presentado. Encantado de conocerte soy Leumas Akynton. Aunque todos me conocen como Kuroi Kage.

"Kuroi Kage... 17 millones y pico...", susurra su mente de asesino. Un precio así parece excesivo para un simple chiquillo, aunque algo especial brilla en sus ojos, una seguridad que lo fascina. Lo ve junto a una pila de cadáveres y ni tiembla. "Oculta algo". Lo mira a los ojos, en busca de cualquier debilidad, y ve algo que no llega a comprender. Declina con la mano el cigarro y comienza a caminar calle arriba.

-Si quieres hacer ruido acompáñame, Kuroi. Es hora de cazar.

El muchacho camina con él, aparentemente tranquilo. Es extraño ver a alguien con tanta calma tras presenciar una exhibición "made in Nat", pero curiosamente reconfortante. Sentir el miedo de alguien es placentero, pero conocer a alguien con cierto valor también lo es. La duda entre si es valor o arrogancia asalta su mente, aunque muchas veces esos dos conceptos están cercanamente unidos. Las caladas que Kuroi da al cigarro lo ponen de los nervios, y la gente apartándose de su camino mientras una manada de reclutas de la marina los persigue no parece mejorar la situación. "La mejor opción sería entregarse", piensa para sí a la vez que Kuroi le pregunta si quiere saber algo de él.

-¿Te importaría mucho si te apresaran?

Se detiene, y no avanza más, dejando seguramente perplejo al chico. Mira al horizonte, y el imponente edificio de la marina se alza ante él a unos cien metros escasos. Extasiado, casi contento, comienza a darse la vuelta, muy despacio. Por el rabillo del ojo ya puede ver pequeños detalles de lo que se le viene encima. "Uno, dos, tres... ¿Veinte? Bueno, mejor. Así lo tienen difícil". Les dirige una mirada, sombría bajo el ala de su sombrero mientras un ligero viento hace ondear su capa. Le da un toque realmente siniestro, y la sonrisa que les dedica contribuye bastante a dejarlos petrificados. Un hombre da un paso al frente, medio tembloroso. Es un hombre gordo, con cara de bonachón y cabello castaño, casi rapado. Ojos pequeños y un bigote con perilla. "Me caes bien, tú vivirás", piensa para sí mientras da un paso adelante, sin dejar de sonreír. El hombre no retrocede, pese a que en su cara se refleja un miedo primario. Tiene un aspecto un tanto ridículo, pero es valiente. Lo coge del hombro y trata de apartarlo, pero el obeso marine no cede. "No queda otro remedio". Saca la daga en un santiamén y le saja la garganta al hombre. No le da tiempo a guardarla antes de que un grupo de hombres se echen sobre él, aunque por suerte consigue esquivarlos por los pelos, y lo que es más importante, salvar su sombrero.

Algunos marines dan pasos hacia él mientras retrocede con cuidado de no topar ningún obstáculo a su espalda, ocultando de nuevo las manos bajo la capa y guardando la daga. Se lleva con cuidado de que sus movimientos no se vean bajo la capa, buscando la empuñadura de sus espadas. Poco a poco, mientras pierde de vista a Kuroi, se adentra de espaldas en un callejón, donde dos personas cogen bien en pareja, aunque una se puede mover con agilidad. Desenvaina ambas espadas y corta sendas cabezas, dejando dos fuentes de sangre y un par de cabezas rodando. Se aparta para no mancharse y sigue de espaldas, hasta que se golpea contra una pared. Otro par de marines avanzan de cara a él, ya preparados para un corte que se pueda aproximar. Sin que se den cuenta, impregna de mercurio el suelo bajo sus propios pies, bajo la capa, a salvo de la vista de los hombres, y en un pequeño hilo lo va moviendo hasta el final del callejón. Con un poco de suerte podrá llegar al otro lado sin que se den cuenta, aunque es muy arriesgado. "¿Qué demonios?", piensa al tiempo que lanza dos estocadas a los pechos de los marines. Estaban listos para un corte, pero no para una punzada. Pero cada vez van llegando más, y la sangre se amontona en el suelo y le hace perder el equilibrio. Varias feces está a punto de resbalar. Es hora de irse. "¿Qué estará haciendo Kuroi?". Guarda las armas, alza las manos y grita.

-Kuroi, no hagas caso a nadie a partir de ahora. ¡ME RINDO!

Antes de que me diese cuenta Nat me había asaltado con una extraña pregunta y se había quedado parado mirando el edificio de la marina que se alzaba imponente frente a nosotros. La pregunta con la que me asalto me dejo perplejo por unos segundos hasta que me recompuse y la entendí del todo. Mi respuesta fue algo seca y con un tono tranquilo mientras tiraba mi cigarro al suelo y me aseguraba de que se apagase pisándolo con la mi pie derecho vestido con una oscura bota que brillaba por la luz del sol.

- No es algo que me agrade especialmente pero si tú crees que no hay otra manera confiaré en ti, eso si me voy a llevar a un buen par por el camino.

Tras oír esto Nat se giró y se encaró con un pequeño grupo de los marines que se encontraba a nuestras espaldas. Aquello comenzó a animarse y los marines comenzaron a rodear bulliciosos a Nat y también a mi. Por suerte conseguí zafarme pero esto me alejo de Nat haciéndome perderlo de vista y por si esto fuese poco acabar arrinconado en el muro que daba al patio frontal del cuartel de la Marina. Algo estaba claro no iba a conseguir salir de allí sin hacer correr la sangre, tome mi guadaña y me dispuse en una posición de defensa para esperar los ataques de los marines. Había abierto mis piernas y las había situado paralelas estando la derecha estirada y la izquierda flexionada mientras cruzaba la guadaña frente a mi y sonreía. Fue entonces cuando les deje claro a los marines cual era su situación.

- Muerte. prisión o trabajos forzados. Nada de eso os va a servir conmigo así que rendiros malditos marines: Yo soy la muerte, mi libertad es solo mía y de nadie más y yo solo trabajo para mi mismo así que no tenéis nada con lo que poder castigarme. Y si todo esto no os parece razón suficiente para abrirme paso y dejarme marchar venid y conocer la fría muerte.- Dije mientras cargaba contra ellos abandonando mi posición defensiva y reía a carcajadas. -

Cuando los marines vieron esto trataron de retroceder unos pasos pero para los que se encontraban en las primeras filas ya era muy tarde yo pase entre estos dando vueltas a mi guadaña seccionándoles brazos, piernas e incluso alguna que otra cabeza. Todas las extremidades inertes iban cayendo al suelo acompañadas de ríos de sangre y de gritos de sufrimiento. Esta dispuesto a morir allí si era necesario con tal de poder sacar a Nat de aquel lío y irme yo también no me importaba abandonar mi actual objetivo pero hoy no sería cuando me cogerían. Fue entonces cuando oí aquel grito entre todos los chillidos y órdenes marines, era Nat y estaba diciendo lo siguiente:

- Kuroi, no hagas caso a nadie a partir de ahora. ¡ME RINDO!

Tras oír eso yo ya había entendido cual era la idea de Nat y que por más marines que matara aquellos no iba a ayudar en esa situación. Lo sentía por los 7 u 8 que había matado pues sus familias no iban a volver a verlos y sus almas me iban a acompañar hasta que la mía abandonase mi cuerpo. Limpie la guadaña en un par de movimientos rápidos haciendo que la sangre se despegase de esta y la dispuse en mi espalda mientras ponía mis manos en alto.

- ¿ Contentos ? La vida de ocho de vuestros compañeros vale menos que la mía o es que acaso no sabéis situar vuestras prioridades. - Dije mientras me sentaba en el suelo y encendía un cigarro. -