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Navega en su barco negro, con mascarón de proa azul con forma de cabeza dracónida y velas plateadas. Se ha ganado muchos insultos a lo largo de su carrera como cazador por su aspecto cuidado, muy extraño en la profesión, y su barco no es más normal. La mayoría van en botes o chalupas de isla en isla, buscando presas pequeñas y entregándolas al marine de turno, arriesgándose a que el hombre escape por culpa de un incompetente. Sin embargo él es diferente; él caza presas de nunca menos de medio millón de beries, y tiene dado caza a gente que valía varios millones. "Que se burlen lo que quieran, yo soy el más apto", piensa, y comienza a divisar una gran isla en frente a él, llena de vegetación densa y una gran montaña de piedra roja en una sección bastante importante. Se va acercando a ella poco a poco, y no divisa un puerto, por lo que decide dejar el barco parado ahí, anclado para que el oleaje no lo mueva. Sin ganas de bajar el bote, observa bien el terreno. "Es una distancia de más o menos 20 metros... Podría planear", piensa mientras mira la playa. De repente se va volviendo de un color azulado, y le nacen pequeñas escamas con forma de zafiro, y brillantes. En su espalda nacen unas alas membranosas, y sus piernas y brazos se vuelven musculados, naciéndoles afiladas garras. Coge carrerilla y pega un potente salto, desplegando sus alas cuando empieza a caer, lo que lo hace descender con ligereza hasta la arena.
Recupera su forma humana, y entra en la fronda. Es un lugar bastante oscuro, pero aún así consigue ver. Hay bastantes animales salvajes, pero siguen a sus cosas, ignorándolo. Siente el aroma de las flores frescas de primavera, y escucha el arrullo de los pájaros, mezclado con el fluir de un riachuelo cercano. Es un entorno casi idílico, y no puede evitar quedarse parado unos segundos, llamado por todo lo que hay a su alrededor. Sigue caminando, y llega a un cruce de caminos. Al norte, la imponente montaña roja, y al sur, la villa. Se decide por la villa, y camina tranquilo mientras el paso se va civilizando más cada vez, hasta llegar a una parte ya pavimentada, donde el bosque se torna jardines, y se sale del camino para sentarse entre la hierba.
Mira al cielo, y ve el azul infinito, sin una sola nube manchándolo. El sol en el horizonte brilla con toda su fuerza, iluminando los prados hasta que los verdes parecen menta, despertando un aroma dulce y agradable alrededor de Dexter, que, finalmente, se tumba sobre la hierba, deshojando una margarita violácea. Los pétalos caen sobre su pecho y la ligera brisa los empuja de vuelta a la hierba. Está relajado. Le gusta esa isla. "Podría vivir aquí algún día, cuando termine mi viaje", piensa, al tiempo que cierra los ojos, dejándose a merced de sus demás sentidos, y se relaja mientras escucha la música de la naturaleza.
Recupera su forma humana, y entra en la fronda. Es un lugar bastante oscuro, pero aún así consigue ver. Hay bastantes animales salvajes, pero siguen a sus cosas, ignorándolo. Siente el aroma de las flores frescas de primavera, y escucha el arrullo de los pájaros, mezclado con el fluir de un riachuelo cercano. Es un entorno casi idílico, y no puede evitar quedarse parado unos segundos, llamado por todo lo que hay a su alrededor. Sigue caminando, y llega a un cruce de caminos. Al norte, la imponente montaña roja, y al sur, la villa. Se decide por la villa, y camina tranquilo mientras el paso se va civilizando más cada vez, hasta llegar a una parte ya pavimentada, donde el bosque se torna jardines, y se sale del camino para sentarse entre la hierba.
Mira al cielo, y ve el azul infinito, sin una sola nube manchándolo. El sol en el horizonte brilla con toda su fuerza, iluminando los prados hasta que los verdes parecen menta, despertando un aroma dulce y agradable alrededor de Dexter, que, finalmente, se tumba sobre la hierba, deshojando una margarita violácea. Los pétalos caen sobre su pecho y la ligera brisa los empuja de vuelta a la hierba. Está relajado. Le gusta esa isla. "Podría vivir aquí algún día, cuando termine mi viaje", piensa, al tiempo que cierra los ojos, dejándose a merced de sus demás sentidos, y se relaja mientras escucha la música de la naturaleza.
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- Lo siento pero este bote me ha gustado y solo coge uno, es el momento de que mueras. ¡Jyahajajajaja!
Fueron las palabras que el moreno dijo mientras partía de un puñetazo el cuello de aquel pobre hombre que ahora flotaba en el agua. Nero estaba sobre un bote, a sus espaldas un pequeño barco ardía sobre el agua. Había viajado en él y tras eliminar a sus pocos hombres lo había quemado con una antorcha y algo de pólvora. Tras su pequeño asesinato se sentó en el bote con expresión calmada y empezó a remar hacia aquella isla que tenía delante de sus rojizos ojos. No sabía cómo había acabado allí pero había oído hablar de aquella isla. Sabía que había una villa y ahora se dirigía a ella. Allí seguramente podría divertirse un poco como de costumbre.
Remaba de forma calmada bostezando, el sol le daba en la espalda y no era algo que le agradara mucho. Se había unido a los Akay Ryu y ahora no podía ser atacado por marines ni agentes del gobierno. Su capitán era un Shichibukai y este podía hacer travesuras de las suyas por eso. El barco encalló en la arena donde el bote se frenó, desde allí empezó a caminar hacia el interior de la isla de forma calmada y con aquella siniestra sonrisa en su rostro. Ahora sus rojizos ojos observaban un cartel de madera. Su destino fue dirigirse a la villa, empezó a pasear por aquel lugar que poco a poco tomaba la forma de jardines.
Mientras caminaba de forma tranquila pensaba en el modo de fortalecerse aún más pues había oído que había habilidades aparte del haki armadura para ser más fuerte, debería aprender habilidades si quería llegar a su objetivo. Sus ojos se fijaron un momento en el cielo, estaba demasiado azul y bonito para su gusto, este levantó su mano con una media sonrisa. De repente el cielo comenzó a oscurecer y a nublarse de negro totalmente. Aquel precioso día había cambiado ahora totalmente y no parecía haberlo hecho a mejor, todo lo contrario, ahora daba incluso miedo. Sus habilidades habían aumentado desde que comió aquella fruta y ahora era todo un asesino. El olor que había allí no le gustaba nada, era demasiado bueno. Ahora sus ojos pudieron ver a una figura que estaba echada en la hierba, parecía un chico.
Los rojizos ojos del moreno le observaron de forma tranquila para después dar un par de pasos acercándose a él. Dichos pasos habían sido sonoros por lo que seguramente aquel chico le habría escuchado. Seguramente sabría donde estaba mejor situada la villa que Nero buscaba y por ese motivo se acercó. De repente una siniestra sonrisa apareció en su rostro, estaba listo para hablarle cuando tomó aire y después el comenzó a hablar en un tono tranquilo y calmado aunque su voz era grave y además también era un pelín sádica.
- Buenas tardes nubladas, estoy buscando una villa en esta isla, debo hablar con el líder de un asunto muy importante. ¿te importaría llevarme hasta ella caballero?
Fueron las palabras que el moreno dijo mientras partía de un puñetazo el cuello de aquel pobre hombre que ahora flotaba en el agua. Nero estaba sobre un bote, a sus espaldas un pequeño barco ardía sobre el agua. Había viajado en él y tras eliminar a sus pocos hombres lo había quemado con una antorcha y algo de pólvora. Tras su pequeño asesinato se sentó en el bote con expresión calmada y empezó a remar hacia aquella isla que tenía delante de sus rojizos ojos. No sabía cómo había acabado allí pero había oído hablar de aquella isla. Sabía que había una villa y ahora se dirigía a ella. Allí seguramente podría divertirse un poco como de costumbre.
Remaba de forma calmada bostezando, el sol le daba en la espalda y no era algo que le agradara mucho. Se había unido a los Akay Ryu y ahora no podía ser atacado por marines ni agentes del gobierno. Su capitán era un Shichibukai y este podía hacer travesuras de las suyas por eso. El barco encalló en la arena donde el bote se frenó, desde allí empezó a caminar hacia el interior de la isla de forma calmada y con aquella siniestra sonrisa en su rostro. Ahora sus rojizos ojos observaban un cartel de madera. Su destino fue dirigirse a la villa, empezó a pasear por aquel lugar que poco a poco tomaba la forma de jardines.
Mientras caminaba de forma tranquila pensaba en el modo de fortalecerse aún más pues había oído que había habilidades aparte del haki armadura para ser más fuerte, debería aprender habilidades si quería llegar a su objetivo. Sus ojos se fijaron un momento en el cielo, estaba demasiado azul y bonito para su gusto, este levantó su mano con una media sonrisa. De repente el cielo comenzó a oscurecer y a nublarse de negro totalmente. Aquel precioso día había cambiado ahora totalmente y no parecía haberlo hecho a mejor, todo lo contrario, ahora daba incluso miedo. Sus habilidades habían aumentado desde que comió aquella fruta y ahora era todo un asesino. El olor que había allí no le gustaba nada, era demasiado bueno. Ahora sus ojos pudieron ver a una figura que estaba echada en la hierba, parecía un chico.
Los rojizos ojos del moreno le observaron de forma tranquila para después dar un par de pasos acercándose a él. Dichos pasos habían sido sonoros por lo que seguramente aquel chico le habría escuchado. Seguramente sabría donde estaba mejor situada la villa que Nero buscaba y por ese motivo se acercó. De repente una siniestra sonrisa apareció en su rostro, estaba listo para hablarle cuando tomó aire y después el comenzó a hablar en un tono tranquilo y calmado aunque su voz era grave y además también era un pelín sádica.
- Buenas tardes nubladas, estoy buscando una villa en esta isla, debo hablar con el líder de un asunto muy importante. ¿te importaría llevarme hasta ella caballero?
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"¿Para qué me habla si luego se va sin decir nada?", se preguntó Dexter cuando vio al desconocido acercarse, preguntarle y largarse de vuelta. ¿En serio aquello eran modales? Le cabreaba aquel tipo de gente, que empezaba algo y luego no se dignaba a terminarlo. Era odioso. ¿Y ahora qué haría él? Vaya... En verdad tampoco era tan importante aquel tipo, podía moverse libremente por la ciudad, descubrir la isla, y a saber con qué podía encontrarse. Tal vez algo divertido, quizá conociera a alguna mujer en los lugares más recónditos, tal vez pudiera parar y acercarse a las flores de los jardines. Sólo tal vez pudiera oler las flores de alguna mujer y yacer en sus jardines. Todo debía verse. Y lo vería.
-Qué pereza da moverse ahora...-dijo en voz alta, vaga, mientras se estiraba, aún tirado en el suelo, aunque finalmente se levantó.
El cielo había quedado nublado por alguna razón, pero no le importaba. Seguía siendo un día maravilloso y pronto brillaría el sol de nuevo. Se puso en marcha, tranquilo y calmado, con paso relajado, de camino a la ciudad. Un paseo de baldosas amarillas, rodeado de hierba y flores, con pequeños animales silvestres correteando, casi cantando. El piar de los pájaros y los ronroneos casi felinos de algún conejo, los chillidos de los zorros y el sonido de las ardillas partiendo nueces, jugando, corriendo entre los árboles que poblaban el camino... Era un lugar plagado de belleza, un placer para los sentidos, una verdadera jornada placentera.
-Y tú, amiguito- dijo, agachándose para recoger un pajarito, probablemente caído del nido-. ¿De dónde has salido?
Miró a los lados, tratando de reparar con la vista en el hogar del pollito, aunque la opción más inteligente siempre era el olfato. Tan desarrollado estaba que podría oler a sus hermanos, e incluso su posición anterior, en el nido. Sólo necesitaba concentrarse unos instantes para descubrir con certeza dónde se encontraba. Pero... Ahora, con su olor en las manos... La madre lo atacaría. Debía hacer algo. Lo mejor sería llevar al pollo de camino al pueblo, y que alguien se encargara de él. El animalito piaba entre alegría y miedo, y Zafiro Negro no sabía que demonios debía hacer realmente. ¿Qué haría?
-Qué pereza da moverse ahora...-dijo en voz alta, vaga, mientras se estiraba, aún tirado en el suelo, aunque finalmente se levantó.
El cielo había quedado nublado por alguna razón, pero no le importaba. Seguía siendo un día maravilloso y pronto brillaría el sol de nuevo. Se puso en marcha, tranquilo y calmado, con paso relajado, de camino a la ciudad. Un paseo de baldosas amarillas, rodeado de hierba y flores, con pequeños animales silvestres correteando, casi cantando. El piar de los pájaros y los ronroneos casi felinos de algún conejo, los chillidos de los zorros y el sonido de las ardillas partiendo nueces, jugando, corriendo entre los árboles que poblaban el camino... Era un lugar plagado de belleza, un placer para los sentidos, una verdadera jornada placentera.
-Y tú, amiguito- dijo, agachándose para recoger un pajarito, probablemente caído del nido-. ¿De dónde has salido?
Miró a los lados, tratando de reparar con la vista en el hogar del pollito, aunque la opción más inteligente siempre era el olfato. Tan desarrollado estaba que podría oler a sus hermanos, e incluso su posición anterior, en el nido. Sólo necesitaba concentrarse unos instantes para descubrir con certeza dónde se encontraba. Pero... Ahora, con su olor en las manos... La madre lo atacaría. Debía hacer algo. Lo mejor sería llevar al pollo de camino al pueblo, y que alguien se encargara de él. El animalito piaba entre alegría y miedo, y Zafiro Negro no sabía que demonios debía hacer realmente. ¿Qué haría?
- Para el corrector:
- Voy a saltar turnos sin esperar, más que nada porque mi compañero me ha dejado tirado.
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Elanimal se acurrucaba entre sus manos, relajado ya por la presencia del dragón, casi seguro e que no sería devorado por sus fauces. Dexter no era ese tipo de ser, y transmitía aquel pacifismo con su mera presencia. Al contrario que mucha gente, que primaba la comodidad sobre la estética, Zafiro Negro las equiparaba. El día a día no era una batalla, era tan sólo un paseo, un camino agradable que hacía falta recorer, disfrutar, y hacer disfrutar a la gente que lo pasaba contigo. Aquel día el pollito, otros días mujeres, otros enemigos... Incluso con estos últimos había que ser cortés, respetarlos y comportarse con amabilidad. Nadie atacaría a alguien amable, y cuando alguien amable atacase, nadie lo esperaría. Era de pura lógica. O tal vez no tanta, pero el asunto era que la amabilidad y cortesía eran las armas que un verdadero caballero debía utilizar. Un hombre que no podía defenderse con su lengua no era un caballero, ni un hombre, ni sabría satisfacer a una mujer... "Para ya, Dexter, maldito pervertido", soltó su mente veloz como el rayo. ¿Cómo demonios podía su mente llamarlo pervertido por un chistecito? Si era precisamente esa parte de su ser la que lo había soltado... "En fin, estoy loco, qué se le va a hacer...".
-Pío Pío- dijo el pajarillo, casi enérgico pese a estar ligeramente dolido por, al parecer, haberse doblado un ala. Por suerte los niños eran de goma y los pollos, al parecer, también.
-Entiendo lo que me quieres decir. Quieres quedarte conmigo y no separarte de mí- en verdad era muy raro que entendiera el lenguaje de los pollos. Seguramente se lo estaría inventando, pero Dexter siempre fue un chico especial-. Te llamaré Heráclito- véase "especial"-. Bueno Heráclito, vamos a que te curen esa alita.
Y Dexter continuó el camino, pensando en cómo se podía hacer tan buenos amigos en circunstancias tan extrañas. La caída de un pollo del árbol, cual fruta madura, sumado a la enfermiza mente del dragón con buen corazón, hacían que Zafiro Negro trabara amistades extrañas en situaciones estúpidas, pero... En aquel mundo de locos no era tan malo que él se hiciera amigo de un pollo. De hecho era más que razonable hacerse amigo de un animal. Tal vez no tanto llamarlo Heráclito, pero ¿Quién era quien quiera que lo estuviera juzgando para hacerlo? Al fin y al cabo estaba salvando a Heráclito de una muerte segura. Era un héroe...
-Pío Pío- dijo el pajarillo, casi enérgico pese a estar ligeramente dolido por, al parecer, haberse doblado un ala. Por suerte los niños eran de goma y los pollos, al parecer, también.
-Entiendo lo que me quieres decir. Quieres quedarte conmigo y no separarte de mí- en verdad era muy raro que entendiera el lenguaje de los pollos. Seguramente se lo estaría inventando, pero Dexter siempre fue un chico especial-. Te llamaré Heráclito- véase "especial"-. Bueno Heráclito, vamos a que te curen esa alita.
Y Dexter continuó el camino, pensando en cómo se podía hacer tan buenos amigos en circunstancias tan extrañas. La caída de un pollo del árbol, cual fruta madura, sumado a la enfermiza mente del dragón con buen corazón, hacían que Zafiro Negro trabara amistades extrañas en situaciones estúpidas, pero... En aquel mundo de locos no era tan malo que él se hiciera amigo de un pollo. De hecho era más que razonable hacerse amigo de un animal. Tal vez no tanto llamarlo Heráclito, pero ¿Quién era quien quiera que lo estuviera juzgando para hacerlo? Al fin y al cabo estaba salvando a Heráclito de una muerte segura. Era un héroe...
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-Pío Pío- dijo el pájaro, emocionado por ver la villa a poca distancia, o eso pensaba Dexter que era. En verdad el pollo podría estar amenzándolo o mentando a sus muertos que Dexter no lo entendería. Al fin y al cabo, era un pollo, pero Dexter tenía cierta intuición al respecto. Poca, pero alguna había.
-Sí, Heráclito, ahora llegamos. No seas impaciente- le respondió, mientras se acercaba a los locales y comercios, y examinaba todo con mirada clínica, buscando algún tipo de veterinario o un lugar donde le compraran al pollo. Si pertenecía a otra persona él lo perdería, pero al menos viviría. Probablemente.
Analizaba cada casa, cada persona y cada jardín. Las librerías, las carnicerías y alguna que otra verdulería, donde los productos se amontonaban frescos y se antojaban bastante comestibles, con aspectos vivos y deliciosos. Su estómago rugió. Tenía hambre, un apetito atroz y devorador. Un hambre digna de un dragón. "Eres un dragón, Dexter", se dijo al tiempo que miraba al pollito, que comenzaba a tener algo de miedo. Aunque jamás se comería a un pobre animalillo, si acumulaba mucha ansia acabaría por hacerlo involuntariamente. Debía comer cuanto antes, pero para ello debía encontrar a alguien que cuidara de Heráclito mientras tanto, y a ser posible lo curara ya de paso. No podía permitir que su más antiguo amigo en aquella isla muriese, o siguiera sufriendo. No lo sabía, pero lo intuía. Por suerte había ahí un lugar cuyo rótulo rezaba "clínica veterinaria", y entró.
-Buenos días, necesito que salven a Heráclito- dijo, acercándose a una hermosa mujer con bata blanca, cabello rojizo y ojos verdes-. Y que me curen a mí.
-Buenos días- dijo la mujer, en un principio sorprendida, tanto por el nombre del animal como por la urgencia de la petición, pero relajó mucho el gesto ante la continuación de Dexter-. Creo que puedo hacer algo por el pájaro. Por ti...- lo miró de arriba a abajo-. Creo que me vas a tener que curar tú a mí, porque sufro de calores y fiebres.
"¿En serio ha funcionado esa mierda?", sonó en la mente de Dexter, más incrédulo que feliz, aunque agradado por su carisma de todas formas. Tenía la salvación de Heráclito en una mano y, de regalo, estaba tocándole un seno a través de la bata con la otra. ¿Podía haber un día mejor? Era muy dudoso aquello, sobre todo teniendo en cuenta que la muchacha era muy agraciada, y tenía un pecho amplio digno de ser acariciado, manoseado y un cuerpo digno del más sucio y placentero pecado. "Vas a ir de cabeza al infierno por calenturiento, Dexter Black", dijo su mente, a pesar de que a él poco le importaba. Era feliz viviendo con ello.
-Sí, Heráclito, ahora llegamos. No seas impaciente- le respondió, mientras se acercaba a los locales y comercios, y examinaba todo con mirada clínica, buscando algún tipo de veterinario o un lugar donde le compraran al pollo. Si pertenecía a otra persona él lo perdería, pero al menos viviría. Probablemente.
Analizaba cada casa, cada persona y cada jardín. Las librerías, las carnicerías y alguna que otra verdulería, donde los productos se amontonaban frescos y se antojaban bastante comestibles, con aspectos vivos y deliciosos. Su estómago rugió. Tenía hambre, un apetito atroz y devorador. Un hambre digna de un dragón. "Eres un dragón, Dexter", se dijo al tiempo que miraba al pollito, que comenzaba a tener algo de miedo. Aunque jamás se comería a un pobre animalillo, si acumulaba mucha ansia acabaría por hacerlo involuntariamente. Debía comer cuanto antes, pero para ello debía encontrar a alguien que cuidara de Heráclito mientras tanto, y a ser posible lo curara ya de paso. No podía permitir que su más antiguo amigo en aquella isla muriese, o siguiera sufriendo. No lo sabía, pero lo intuía. Por suerte había ahí un lugar cuyo rótulo rezaba "clínica veterinaria", y entró.
-Buenos días, necesito que salven a Heráclito- dijo, acercándose a una hermosa mujer con bata blanca, cabello rojizo y ojos verdes-. Y que me curen a mí.
-Buenos días- dijo la mujer, en un principio sorprendida, tanto por el nombre del animal como por la urgencia de la petición, pero relajó mucho el gesto ante la continuación de Dexter-. Creo que puedo hacer algo por el pájaro. Por ti...- lo miró de arriba a abajo-. Creo que me vas a tener que curar tú a mí, porque sufro de calores y fiebres.
"¿En serio ha funcionado esa mierda?", sonó en la mente de Dexter, más incrédulo que feliz, aunque agradado por su carisma de todas formas. Tenía la salvación de Heráclito en una mano y, de regalo, estaba tocándole un seno a través de la bata con la otra. ¿Podía haber un día mejor? Era muy dudoso aquello, sobre todo teniendo en cuenta que la muchacha era muy agraciada, y tenía un pecho amplio digno de ser acariciado, manoseado y un cuerpo digno del más sucio y placentero pecado. "Vas a ir de cabeza al infierno por calenturiento, Dexter Black", dijo su mente, a pesar de que a él poco le importaba. Era feliz viviendo con ello.
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-¿Te importa soltarme la teta? No es que me moleste, pero primero va "Heráclito"- matizó aquel nombre con algo de extrañeza, aunque no le importaba. Iba a mantener una estrecha relación con ella, así que podía burlarse del nombre cuanto quisiera. Ya la castigaría.
La miró de nuevo, mientras se retiraba del mostrador con el pollo en la mano. Iba descalza, y bajo la bata blanca se transparentaban sus nalgas desnudas. ¿Aquello era real? Cuanto menos extraño, y demasiado bueno... Pero en aquel momento no le importaba. Sólo quería que curara al pollito y que luego lo tratara a él con métodos más invasivos... hacia ella, claro. Planeaba tocar música sobre su cuerpo, besar cada centímetro y acariciarla. Desnudar las pocas partes vestidas de su voluptuoso cuerpo que llevaba con elegancia y sensualidad... Planeaba muchas cosas, haría unas cuantas y dejaría para su imaginación las demás. Era una chica preciosa, que olía bien, se sentía agradable y no llevaba ropa interior. ¿Podía haber algo mejor? Sí, que curase al pájaro.
Y lo hizo. A los veinte minutos el polluelo voló hasta él. Cómo un animal de pocas semanas (o aquello aparentaba) podía volar con tal maestría era desconocido para Dexter, pero estaba muy agradado por aquello. Y lo mejor estaba por llegar. El pájaro le pió en el oído, y Dexter sabía que aquello significaba algo bueno. Básicamente le estaba diciendo que la Doctora Amor lo invitaba a pasar, a tener un rato divertido y a fabricar un poco de placer que se haría eterno.
-Lo haré, pajarito- le dijo según pió por tercera vez. En su cabeza ya sonaban los gemidos de la veterinaria, aquella mujer que lo había esperado semidesnuda. Era su obligación terminar de desnudarla y hacerla sentir que todo aquello había servido de algo. Era momento de darle mucho amor a la doctora Amor. Era hora de hacer el homónimo.
La miró de nuevo, mientras se retiraba del mostrador con el pollo en la mano. Iba descalza, y bajo la bata blanca se transparentaban sus nalgas desnudas. ¿Aquello era real? Cuanto menos extraño, y demasiado bueno... Pero en aquel momento no le importaba. Sólo quería que curara al pollito y que luego lo tratara a él con métodos más invasivos... hacia ella, claro. Planeaba tocar música sobre su cuerpo, besar cada centímetro y acariciarla. Desnudar las pocas partes vestidas de su voluptuoso cuerpo que llevaba con elegancia y sensualidad... Planeaba muchas cosas, haría unas cuantas y dejaría para su imaginación las demás. Era una chica preciosa, que olía bien, se sentía agradable y no llevaba ropa interior. ¿Podía haber algo mejor? Sí, que curase al pájaro.
Y lo hizo. A los veinte minutos el polluelo voló hasta él. Cómo un animal de pocas semanas (o aquello aparentaba) podía volar con tal maestría era desconocido para Dexter, pero estaba muy agradado por aquello. Y lo mejor estaba por llegar. El pájaro le pió en el oído, y Dexter sabía que aquello significaba algo bueno. Básicamente le estaba diciendo que la Doctora Amor lo invitaba a pasar, a tener un rato divertido y a fabricar un poco de placer que se haría eterno.
-Lo haré, pajarito- le dijo según pió por tercera vez. En su cabeza ya sonaban los gemidos de la veterinaria, aquella mujer que lo había esperado semidesnuda. Era su obligación terminar de desnudarla y hacerla sentir que todo aquello había servido de algo. Era momento de darle mucho amor a la doctora Amor. Era hora de hacer el homónimo.
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Miró a la sala de operaciones, donde se suponía debían ser llevados a cabo los servicios veterinarios que la mujer ofrecía, y por lo visto, no tan clínicos. Era una mujer cálida, bastante europea en el sentido sexual, liberada de bastantes prejuicios y gustosa de llevar relaciones anónimas de alto contenido placentero, sobre todo si aquello podía conllevar placer. "Ganador del concurso de obviedades, ¡Dexter Black! Pase por caja a recoger su premio", soltó su mente casi despectiva, desesperada por el cómico barato al que tenía que soportar.
Heráclito lo miraba con curiosidad, piando y cantando mientras trataba de volar con bastantes dificultades. Pobre pollito, no era capaz de alzar el vuelo con el ala rota, pro canturreaba con una alegría insana, casi loca, que le hacía pararse a plantear mentalmente qué demonios estaba sucediendo en aquel lugar. Era como si el pequeño Heráclito lo estuviera invitando a satisfacer sus ansias depredadoras por la vía sexual. Era un animal en ese aspecto, necesitaba satisfacer sus más bajos instintos, alimentarse cual íncubo de una relación con una desconocida de cuestionable integridad. "Aunque es preciosa".
-Voy a entrar- se dijo, decidido a saciar su hambre eterna. Aquella mujer iba a ser su alimento.
Pasó a la salita, y la mujer, desnuda, lo esperaba tumbada en una cama amplia, chocante teniendo en cuenta el lugar. El cabecero era de hermosa caoba y las sábanas eran de un color ceniza, combinado con detalles blancos que hacían refulgir el dorado de la manta bajera a los pies del mueble. Tenía cara de deseo y su desnudez latente hacía que la incomodidad apareciera en sus pantalones. Deseaba poseerla, y lo pensaba hacer. Iba a hacer el amor a la doctora. Estaba enfermo, e iban a tomarse ambos una buena medicina.
-Te deseo, doctora.
-Y yo a ti, Zafiro negro.
Dexter no reparó en aquello, y se dirigió a besarla. Sin embargo, jamás dijo su nombre aquel día. ¿Qué acababa de suceder? Y de repente, comenzaron a llover hamburguesas. De todos los tipos y tamaños, deliciosas y crujientes, pero hamburguesas. Lloviendo. En una habitación. ¿Qué demonios estaba pasando?
Heráclito lo miraba con curiosidad, piando y cantando mientras trataba de volar con bastantes dificultades. Pobre pollito, no era capaz de alzar el vuelo con el ala rota, pro canturreaba con una alegría insana, casi loca, que le hacía pararse a plantear mentalmente qué demonios estaba sucediendo en aquel lugar. Era como si el pequeño Heráclito lo estuviera invitando a satisfacer sus ansias depredadoras por la vía sexual. Era un animal en ese aspecto, necesitaba satisfacer sus más bajos instintos, alimentarse cual íncubo de una relación con una desconocida de cuestionable integridad. "Aunque es preciosa".
-Voy a entrar- se dijo, decidido a saciar su hambre eterna. Aquella mujer iba a ser su alimento.
Pasó a la salita, y la mujer, desnuda, lo esperaba tumbada en una cama amplia, chocante teniendo en cuenta el lugar. El cabecero era de hermosa caoba y las sábanas eran de un color ceniza, combinado con detalles blancos que hacían refulgir el dorado de la manta bajera a los pies del mueble. Tenía cara de deseo y su desnudez latente hacía que la incomodidad apareciera en sus pantalones. Deseaba poseerla, y lo pensaba hacer. Iba a hacer el amor a la doctora. Estaba enfermo, e iban a tomarse ambos una buena medicina.
-Te deseo, doctora.
-Y yo a ti, Zafiro negro.
Dexter no reparó en aquello, y se dirigió a besarla. Sin embargo, jamás dijo su nombre aquel día. ¿Qué acababa de suceder? Y de repente, comenzaron a llover hamburguesas. De todos los tipos y tamaños, deliciosas y crujientes, pero hamburguesas. Lloviendo. En una habitación. ¿Qué demonios estaba pasando?
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Se despertó. Había echado una larga siesta. Ya era de noche y los truenos llegaban. Se sentía extrañamente cómodo ante esa situación, y por algún motivo eso lo ponía nervioso. Heráclito no estaba en el lugar, y Robin se había quedado en el barco. ¿Qué demonios había sucedido? Había soñado con un pájaro, un tipo de larga melena negra con el azabache y una veterinaria demasiado cariñosa. Pero aquello no estaba en absoluto mal.Lo que había estado mal era la lluvia de hamburguesas. Le rugía el estómago. Quería comer algo, a ser posible algo con carne. Tenía ganas de ver a Robin, pasar por la cocina y agenciarse un buen filete del frigorífico.
Se levantó con pereza, pensando en la comida, muy seriamente. ¿Deseaba comer filete o prefería tal vez albóndigas? Aquello mantenía la pureza del sabor carnívoro, aunque a Robin no parecían agradarle del todo. Tal vez podría preparar algo de pollo, o un poco de cordero. "Dios, cuántas cosas tengo en la nevera", pensó mientras se adentraba en el bosque que lo llevaría al barco. La Joya lo esperaba, y Robin también. Tal vez pudiera encontrarse con algo interesante, quizá incluso por el camino encontrase una mujer con la que hacer el amor. Ésta difícil y real.
Pero no apareció. Llegó al barco sin incidentes y subió. Robin estaba emocionado, y meneaba la cola con entusiasmo, como si no lo hubiera visto en meses. La verdad era que aquello era perfecto. Perfecto y real. ¿Podía desear algo más? Estaba con su perro, en un barco lleno de comida y lejos de la isla el sol se ponía en el horizonte. Un brillo naranja reinaba en el mar, y un sentimiento se colaba en su corazón. Se sentía incompleto. ¿Por qué se sentía así? De todas formas, ya tendría momento de averiguarlo más tarde. De momento tenía que preparar la cena.
Se levantó con pereza, pensando en la comida, muy seriamente. ¿Deseaba comer filete o prefería tal vez albóndigas? Aquello mantenía la pureza del sabor carnívoro, aunque a Robin no parecían agradarle del todo. Tal vez podría preparar algo de pollo, o un poco de cordero. "Dios, cuántas cosas tengo en la nevera", pensó mientras se adentraba en el bosque que lo llevaría al barco. La Joya lo esperaba, y Robin también. Tal vez pudiera encontrarse con algo interesante, quizá incluso por el camino encontrase una mujer con la que hacer el amor. Ésta difícil y real.
Pero no apareció. Llegó al barco sin incidentes y subió. Robin estaba emocionado, y meneaba la cola con entusiasmo, como si no lo hubiera visto en meses. La verdad era que aquello era perfecto. Perfecto y real. ¿Podía desear algo más? Estaba con su perro, en un barco lleno de comida y lejos de la isla el sol se ponía en el horizonte. Un brillo naranja reinaba en el mar, y un sentimiento se colaba en su corazón. Se sentía incompleto. ¿Por qué se sentía así? De todas formas, ya tendría momento de averiguarlo más tarde. De momento tenía que preparar la cena.
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