Syrio Forel
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Había oído hablar mucho de esa isla. Una inmensa ciudad medieval... no habían muchas cosas que le gustasen tanto como un Reino plagado de nobles, de caballeros, de delicadas doncellas esperando a ser rescatadas. Ese lugar representaba muchas de las cosas que anhelaba. Sentía especial predilección por lo antiguo, sobre todo por lo medieval. Podría batirse en duelo contra algún caballero que rondase la isla si así lo veía necesario y poder demostrar su habilidad en la esgrima contra algún oponente que de la talla. La verdad es que llevaba bastante tiempo sin combatir. Esperaba que bajo ese amanecer lluvioso tuviera al fin un gran encuentro que deseaba desde hace meses.
Desembarcó en el puerto del pueblo, bajando de un galeón que transportaba distintas mercancías, tales como especias, armas para los soldados, y algunos ropajes que se venderían en el mercado. Y se dirigió al centro de la ciudad. El espadachín había entrado en el barco como músico y así pagarse el viaje. Tenía un gran dominio con la guitarra y servía de entretenimiento para todos aquellos tripulantes y viajeros del navío. Era un forma fácil y alegre para viajar. Syrio siempre estaba gustoso de demostrar lo habilidoso que era con distintas artes. No le gustaba esconderse y disfrutaba de sobremanera el tener un público que sepa apreciar su talento. Todo eso le había hecho ganar una confianza en si mismo con la que se veía capaz de enfrentarse a todo tipo de problemas.
Una vez llegó a la zona central del Reino anduvo vagueando y mirando todas las cosas que veía en el mercado. Observaba con curiosidad las mercancías de los puestos , todos cubiertos por un toldo, debido a las continuas lluvias de esa isla. Tenía de todo, frutas, telas, artesanías varias, cuadros antiguos, pociones extrañas, etc. Los ojos, normalmente color ámbar, de Forel quedaron maravillados por toda aquella diversidad. Algunos de los artículos eran muy buenos. Sabía apreciar el arte como nadie y ahí podía haber cosas de gran valor.
Desembarcó en el puerto del pueblo, bajando de un galeón que transportaba distintas mercancías, tales como especias, armas para los soldados, y algunos ropajes que se venderían en el mercado. Y se dirigió al centro de la ciudad. El espadachín había entrado en el barco como músico y así pagarse el viaje. Tenía un gran dominio con la guitarra y servía de entretenimiento para todos aquellos tripulantes y viajeros del navío. Era un forma fácil y alegre para viajar. Syrio siempre estaba gustoso de demostrar lo habilidoso que era con distintas artes. No le gustaba esconderse y disfrutaba de sobremanera el tener un público que sepa apreciar su talento. Todo eso le había hecho ganar una confianza en si mismo con la que se veía capaz de enfrentarse a todo tipo de problemas.
Una vez llegó a la zona central del Reino anduvo vagueando y mirando todas las cosas que veía en el mercado. Observaba con curiosidad las mercancías de los puestos , todos cubiertos por un toldo, debido a las continuas lluvias de esa isla. Tenía de todo, frutas, telas, artesanías varias, cuadros antiguos, pociones extrañas, etc. Los ojos, normalmente color ámbar, de Forel quedaron maravillados por toda aquella diversidad. Algunos de los artículos eran muy buenos. Sabía apreciar el arte como nadie y ahí podía haber cosas de gran valor.
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El mar oteaba mis cabellos oscuros como la obsidiana mientras el ruido del puerto llegaba a mi ser como un susurro acusador. Hacía ya varios días que estaba en la isla, pero la llegada de los barcos era una oportunidad que no podía dejar escapar. Yo mismo me había refugiado antes en las bodegas como un polizón por lo que otros podrían hacerlo. Pero por ahora no había nada raro, nada que llamara la atención para aquel que ya había estudiado el lugar.
Las gaviotas volaban alborotadas alrededor del pescado fresco mientras los pasajeros bajaban tranquilamente de los diferentes barcos... Nadie reseñable, nadie que pareciera esconderse o huir. Suspiré pensando en dejar la isla, mientras que la gente pasaba junto a mí ajetreada. Con los pesqueros los mercados de pescado se abrían para ofrecer los nuevos productos en el mejor de los estados y, por supuesto, al más alto de los precios. Tuve que marcharme de allí abrumado por la multitud y me dirigí al mercado principal de la ciudad.
Esperaba, en vano, que no hubiera la misma aglomeración de personas que en el puerto. Pero me equivoqué, al fin y al cabo los barcos acababan de llegar y los mercaderes tenían muchos clientes y nuevos y bizarros objetos a los que echar el ojo y comprar a un precio injusto a la baja, para después poner su precio desorbitado. *¿Algo mejor que hacer?* y así entre puesto y puesto decidí salir de aquella isla, o al menos de aquella ciudad al día siguiente al alba. No quería estar perdiendo el tiempo allí teniendo tantísimas cosas que hacer. Tantos hilos por atar...
Las gaviotas volaban alborotadas alrededor del pescado fresco mientras los pasajeros bajaban tranquilamente de los diferentes barcos... Nadie reseñable, nadie que pareciera esconderse o huir. Suspiré pensando en dejar la isla, mientras que la gente pasaba junto a mí ajetreada. Con los pesqueros los mercados de pescado se abrían para ofrecer los nuevos productos en el mejor de los estados y, por supuesto, al más alto de los precios. Tuve que marcharme de allí abrumado por la multitud y me dirigí al mercado principal de la ciudad.
Esperaba, en vano, que no hubiera la misma aglomeración de personas que en el puerto. Pero me equivoqué, al fin y al cabo los barcos acababan de llegar y los mercaderes tenían muchos clientes y nuevos y bizarros objetos a los que echar el ojo y comprar a un precio injusto a la baja, para después poner su precio desorbitado. *¿Algo mejor que hacer?* y así entre puesto y puesto decidí salir de aquella isla, o al menos de aquella ciudad al día siguiente al alba. No quería estar perdiendo el tiempo allí teniendo tantísimas cosas que hacer. Tantos hilos por atar...
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Antes de llegar al puerto de Hallstat desembarqué, tirándome por a borda. Me habían encargado inspeccionar unas ruinas que había en la isla, ya que se sospechaba que había un pequeño yacimiento de kairoseki. Mi objetivo era explorar la zona e informar. Parte de las órdenes era pasar todo lo desapercibido que me fuese posible, así que en lugar de atravesar la ciudad y dirigirme a las colinas, rodeé la isla buceando y salí a la superficie en la zona deshabitada. En el momento de llegar a la playa, pude notar unas gotas de agua caídas del cielo tocar mi cara. Decir que me estaban mojando hubiese sido mentir, ya que estaba completamente empapado por salir del mar. Me adentré en el bosque y exploré un poco a zona. Aproveché que para esta misión no iba acompañado para explorar poco y jugar mucho. Cogí unas cuantas ramas y piedras para hacer como que jugaba a un deporte que había visto en una isla remota. Más tarde, intenté construir una cabaña. Finalmente la noche cayó y me fui a dormir. A la mañana siguiente, desperté con los primeros rayos de sol acariciando mi cara, como tenía por costumbre en el cuartel.
Desayuné las provisiones que me quedaban y emprendí la marcha de nuevo. Aprovechaba la exploración para ir jugando. Jugaba a que era un mono e iba saltando de rama en rama, después a que en el suelo había bombas y no podía pisar las zonas que no tuvieran nada de cubierta vegetal. En mitad del bosque, abandonada encontré una vieja chistera, me acerqué, la recogí y me la puse.
- ¡Ala! ¡Una chistera! ¡Cómo mola!
Saqué el mapa y una vez conseguí orientarme me dirigí hacia las ruinas, con la chistera puesta. Me sentía como un alto cargo del Cipher pol con ella puesta. Me daba un aire de seriedad y distinción. Paseando tranquilamente, sumido en mis juegos, encontré a un grupo de gente. No fui consciente de su presencia hasta que los tuve a escasos metros.
- Hola. ¿Queréis acompañarme un rato? ¡Será divertido! - Les dije dando un paso hacia ellos. - Podemos jugar todos.
El grupo de personas se sorprendieron tanto como lo hice yo. Una mueca de asco se fue dibujando en sendas caras. En un principio yo pensé que se trataba porque habían mascado alguna planta de sabor desagradable, ya que poco después de verme y preguntarles, alguno de ellos escupieron.
- ¿Qué te acompañemos? ¿Osas dirigirte a nosotros mirándonos a la cara, escoria inmunda?
Al oír aquellas palabras, toda mi simpatía desapareció. Sentí crecer en mi interior un sensación ardiente, que me quemaba y consumía a medida que avanzaba desde lo más hondo de mi ser hasta prácticamente materializarse. Sin pensarlo dos veces, salvé la distancia que me separaba de aquellos humanos y descargué una lluvia de golpes a puntos vitales, sin añadir ni una sola palabra más. En el momento en que ataqué al primero, partiéndole el brazo, el resto se abalanzaron sobre mí. Utilicé al hombre que acababa de herir como escudo para que recibiera los golpes de sus compañeros y lo lancé contra el suelo. Cogí por la pechera a otro de los humanos y lo levanté a pulso. Lo miré furiosamente y en el momento de lanzarlo a volar, la rabia interna desapareció. Volvía a ser consciente de mi entorno. Miré a la cara al tipo mirando hacia arriba y observé una expresión de auténtico terror en su rostro. Tenía la mandíbula medio desencajada y un grito ahogado salía de su garganta. Al bajarlo, pude ver que la parte interior de los camales estaban más oscuras que el resto del pantalón. Se había meado encima del miedo. No bien sus pies volvieron a estar en contacto con el suelo, echó a correr en la misma dirección que habían venido. Tras él, fueron el resto de sus compañeros. Cuando se hubieron alejado unas decenas de metros uno de ellos tropezó con una raíz que sobresalía. Se levantó inmediatamente y desaparecieron de mi vista.
De repente fui consciente de una cosa. ¡Mi chistera! Preocupado me llevé la mano derecha a la cabeza y al comprobar que todavía seguía allí sonreí alegremente.
Desayuné las provisiones que me quedaban y emprendí la marcha de nuevo. Aprovechaba la exploración para ir jugando. Jugaba a que era un mono e iba saltando de rama en rama, después a que en el suelo había bombas y no podía pisar las zonas que no tuvieran nada de cubierta vegetal. En mitad del bosque, abandonada encontré una vieja chistera, me acerqué, la recogí y me la puse.
- ¡Ala! ¡Una chistera! ¡Cómo mola!
Saqué el mapa y una vez conseguí orientarme me dirigí hacia las ruinas, con la chistera puesta. Me sentía como un alto cargo del Cipher pol con ella puesta. Me daba un aire de seriedad y distinción. Paseando tranquilamente, sumido en mis juegos, encontré a un grupo de gente. No fui consciente de su presencia hasta que los tuve a escasos metros.
- Hola. ¿Queréis acompañarme un rato? ¡Será divertido! - Les dije dando un paso hacia ellos. - Podemos jugar todos.
El grupo de personas se sorprendieron tanto como lo hice yo. Una mueca de asco se fue dibujando en sendas caras. En un principio yo pensé que se trataba porque habían mascado alguna planta de sabor desagradable, ya que poco después de verme y preguntarles, alguno de ellos escupieron.
- ¿Qué te acompañemos? ¿Osas dirigirte a nosotros mirándonos a la cara, escoria inmunda?
Al oír aquellas palabras, toda mi simpatía desapareció. Sentí crecer en mi interior un sensación ardiente, que me quemaba y consumía a medida que avanzaba desde lo más hondo de mi ser hasta prácticamente materializarse. Sin pensarlo dos veces, salvé la distancia que me separaba de aquellos humanos y descargué una lluvia de golpes a puntos vitales, sin añadir ni una sola palabra más. En el momento en que ataqué al primero, partiéndole el brazo, el resto se abalanzaron sobre mí. Utilicé al hombre que acababa de herir como escudo para que recibiera los golpes de sus compañeros y lo lancé contra el suelo. Cogí por la pechera a otro de los humanos y lo levanté a pulso. Lo miré furiosamente y en el momento de lanzarlo a volar, la rabia interna desapareció. Volvía a ser consciente de mi entorno. Miré a la cara al tipo mirando hacia arriba y observé una expresión de auténtico terror en su rostro. Tenía la mandíbula medio desencajada y un grito ahogado salía de su garganta. Al bajarlo, pude ver que la parte interior de los camales estaban más oscuras que el resto del pantalón. Se había meado encima del miedo. No bien sus pies volvieron a estar en contacto con el suelo, echó a correr en la misma dirección que habían venido. Tras él, fueron el resto de sus compañeros. Cuando se hubieron alejado unas decenas de metros uno de ellos tropezó con una raíz que sobresalía. Se levantó inmediatamente y desaparecieron de mi vista.
De repente fui consciente de una cosa. ¡Mi chistera! Preocupado me llevé la mano derecha a la cabeza y al comprobar que todavía seguía allí sonreí alegremente.
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Entre tanto artículo dónde escoger, tanta variedad de mercancía, tantos objetos variopintos... había uno que destacaba especialmente entre la multitud. Aunque sería más propio decir que era alguien más que algo. Era una extraña criatura, de estas que sólo cuentas en las leyendas o recitan los juglares cuando llegan a los puertos de sus largos e interminables viajes. Era un hombre pez. Bastante más pequeño de lo que él se esperaba. Syrio siempre había escuchado las características principales de ellos. Honbres-pez, grandes y mucho más fuertes que un humano común, sobretodo especialmente hábiles, en el agua. Sin embargo él no era un hombre y promedio. Quería ver que tanto de leyenda tenía y que tanto de verdad, a pesar de que ese ejemplar era bastante pequeño, incluso por debajo de la media humana. A su lado, el espadachín le sacaba al menos dos cabezas.
No tardó en llamar la atención, y a pesar de su trato jovial y casi infantil los guardias no se lo tomaron a bien, insultándole por su aspecto físico. Claramente no les gustaba ese hombre-pez. Observó curioso la escena, desatendiendo totalmente lo que estaba mirando hasta entonces. Toda su atención se centraba en ese momento en el pequeño híbrido y los matones que se metían con él. La actitud despreocupada del anfibio cambió radicalmente y se lanzó a por ellos, acabando con todos rápidamente. Estos, tras el ataque, huyeron despavoridos. Syrio quedó un poco decepcionado, pues esperaba que los soldados de ese reino demostrasen un poco más de valor. Pero al menos se alegraba de que no todo lo que decían acerca de los hombres-pez era falso. Parecía bastante fuerte, aunque increíblemente inocente. Quizás todos fueran así.
Caminó un poco pasando al lado de una puesto donde vendían distintos animales y tras soltar unas monedas, cogió un conejo blanco y lo escondió cuidadosamente bajo su capa. Se dirigió directamente a la posición del pequeño Gyojin, que todavía estaba un metros delante de él, al otro lado de la multitud. Mientras pasaba entre toda aquella marabunta de gente, en gran aprtr alborotada por la presencia del Gyojin, se topó con un individuo vestido de blanco que portaba una extraña espada. Sin más dilación, y con total disimulo, se la robó y siguió con una solemne normalidad hasta su destino.
Una vez hubo llegado clavó la espada que acaba de tomar y la clavó en el suelo, a su costado, para distraer la atención del pequeño anfibio. No quería usar su propia espada, pues eso sería desvelar sus armas y probablemente su estilo, además de que podría dañarse. Sin más tardar también le quitó su chistera, esperando que tarde unos instantes en darse cuenta del engaño. El espadachín tenía un gran juego de manos, con el que camuflar muchas cosas, y era un gran mago. Su espectáculo acaba de empezar. Espero un poco hasta captar la atención de la mayoría de los presentes para darle la vuelta a la chistera y sacó el conejo blanco que acababa de conseguir hace escasos momentos. Soltó al animal y este salio corriendo empapado, lejos de todos ellos. -Hagamos un trato. Si me ganas, te devuelvo la chistera y te cuento como he hecho el truco. Si pierdes no te cuento cómo lo he hecho pero al menos te llevas tu chistera de vuelva-le ofreció el espadachín, haciendo pequeños malabares con el sombrero ajeno. La gente parecía expectante por ver como transcurrían los acontecimientos.
No tardó en llamar la atención, y a pesar de su trato jovial y casi infantil los guardias no se lo tomaron a bien, insultándole por su aspecto físico. Claramente no les gustaba ese hombre-pez. Observó curioso la escena, desatendiendo totalmente lo que estaba mirando hasta entonces. Toda su atención se centraba en ese momento en el pequeño híbrido y los matones que se metían con él. La actitud despreocupada del anfibio cambió radicalmente y se lanzó a por ellos, acabando con todos rápidamente. Estos, tras el ataque, huyeron despavoridos. Syrio quedó un poco decepcionado, pues esperaba que los soldados de ese reino demostrasen un poco más de valor. Pero al menos se alegraba de que no todo lo que decían acerca de los hombres-pez era falso. Parecía bastante fuerte, aunque increíblemente inocente. Quizás todos fueran así.
Caminó un poco pasando al lado de una puesto donde vendían distintos animales y tras soltar unas monedas, cogió un conejo blanco y lo escondió cuidadosamente bajo su capa. Se dirigió directamente a la posición del pequeño Gyojin, que todavía estaba un metros delante de él, al otro lado de la multitud. Mientras pasaba entre toda aquella marabunta de gente, en gran aprtr alborotada por la presencia del Gyojin, se topó con un individuo vestido de blanco que portaba una extraña espada. Sin más dilación, y con total disimulo, se la robó y siguió con una solemne normalidad hasta su destino.
Una vez hubo llegado clavó la espada que acaba de tomar y la clavó en el suelo, a su costado, para distraer la atención del pequeño anfibio. No quería usar su propia espada, pues eso sería desvelar sus armas y probablemente su estilo, además de que podría dañarse. Sin más tardar también le quitó su chistera, esperando que tarde unos instantes en darse cuenta del engaño. El espadachín tenía un gran juego de manos, con el que camuflar muchas cosas, y era un gran mago. Su espectáculo acaba de empezar. Espero un poco hasta captar la atención de la mayoría de los presentes para darle la vuelta a la chistera y sacó el conejo blanco que acababa de conseguir hace escasos momentos. Soltó al animal y este salio corriendo empapado, lejos de todos ellos. -Hagamos un trato. Si me ganas, te devuelvo la chistera y te cuento como he hecho el truco. Si pierdes no te cuento cómo lo he hecho pero al menos te llevas tu chistera de vuelva-le ofreció el espadachín, haciendo pequeños malabares con el sombrero ajeno. La gente parecía expectante por ver como transcurrían los acontecimientos.
- OFF para Lie (principalmente xD):
- Lie, espero que quitarte la espada sea suficiente provocación como para que intentes meterte en el combate y se convierta así en uno de tres bandas. Lo siento, no se me ocurría ninguna otra forma de "provocarte". Era eso o darte con un guante y retarte a un duelo xD.
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