Decisiones (Privado Kedra) [Pasado cercano]

Desde hacía varios días había estado deambulando por la ciudad, sin rumbo, sin estrella. Sin saber qué hacer. Quizás fuera hora ya de encontrar a algunos delincuentes de poca monta para empezar a ascender. Al fin me había acabado de recuperar y necesitaba retomar el tono muscular y renovarme, desempolvarme el polvo provocado por haber estado tanto tiempo sin pelear. Y eso estaría bien para empezar *Muy bien en realidad* Quería llegar hasta los altos mandos de la CP, para así poder acabar con la vida que me robó la mía propia. Pero si llamaba demasiado la atención quizás empezarían a investigarme. Y si eso ocurría tendría que huir y dejarlo todo atrás. *No es momento de comenzar una nueva vida* me dije a mi mismo mientras andaba por los adoquines de la ciudad.

Por alguna razón un extraño y poderoso viento azotaba la ciudad sin piedad ni pecado. No había demasiadas personas en la calle debido a esto, pero a mi no me importaba *viento, nada más* Mientras que no me materializara en nieve no tendría ningún problema con él. Además me sentía bien al no haber gente a mi alrededor. Nunca acabé de soportar la compañía de extraños, ni entonces ni ahora ni nunca. Aceleré el paso, me habían dado las direcciones de ir a un lugar con un tablón de: "Se busca" que se adecuaba a mi nivel, y no era mi intención perder el tiempo.

Al fin llegué a la plaza indicada. Como era de esperar no había mucha gente, a pesar de ser la plaza principal del pueblo. Me acerqué al tablón y analicé con mis ojos ambarinos los tablones hasta que memoricé a las víctimas. El siguiente paso sería conseguir información, así que me acerqué a la taberna más cercana con intención de interrogar a quien hiciera falta. Como hiciera falta.

Loguetown, la ciudad del alfa y del omega, la ciudad donde ejecutaron al mismísimo rey de los piratas. A ese lugar se dirigía aquel sujeto llamado Kedra, viajaba en un simple bote, nadie sabía quién era, solo fue un crio que desapareció con cuatro años, ahora el temible ser se estaba acercando. Comenzaba su objetivo de acabar con la humanidad, aún no era muy poderoso y debía comenzar su entrenamiento por lo que no trataría de hacer nada por el momento. No había hecho más que empezar sus planes y ya estaba dirigiéndose a la ciudad del comienzo. Estaba claro para que se estaba desplazando hasta allí, se dirigía para poder admirar el patíbulo donde fue eliminado el rey de los piratas. Remaba de una forma muy calmada mientras sus ojos observaban todo a su alrededor con tranquilidad, el día parecía tener bastante viento. Además las olas estaban algo agitadas y eso era mala señal, debía llegar cuanto antes al puerto. Las gaviotas sobrevolaban aquella isla mientras se tiraban de vez en cuando al mar buscando pescado fresco para poder comer y alimentarse, era increíble como aquellos seres alados detectaban los peces y se tiraban en picado a por ellos, sacándolos después y comiéndoselos.

Por fin el bote llegó al puerto, el castaño bajó de él mientras tomaba una cuerda amarrándolo despacio. Sus fríos ojos observaba el lugar con una mirada seria y temible, había puestos por todo el puerto, estaban bien repartidos y cada uno se especializaba en algo. Unos vendían pescado mientras que otros se ocupaban de vender frescas verduras que parecían tener muy buena pinta. Los de los puestos de carne y especias no se quedaban atrás y gritaban con fuerza para que la gente comprara sus productos, además de otros mercaderes como podían ser vendedores de joyas y recuerdos de aquella isla. La gente se acercaba según los intereses que les surgieran y compraban de todo aquello que les ofrecían, tras unos segundos se pudo ver como todos iban a la zona del puesto de pescado. Un hombre había pescado un tremendo pez de color dorado con símbolos negros y de un buen tamaño, pesaría unos tres kilos. Aquel espectáculo de mercaderes y de precios no le interesaba al lobo espectral, Kedra simplemente volvió a emplear su camino y se dirigió hacia el patíbulo de forma calmada pasando de todos. La gente no era algo que le quitara el sueño, o al menos el poco sueño que solía tener, ya que muchas veces ni dormía.

Sus botas resonaban por toda la calle, no llevaba camiseta, dejando a si ver su poderoso cuerpo, sus músculos eran increíbles. Unos brazos con buen grosor, un pecho increíble y unos abdominales muy desarrollados. Su cuello era firme y musculado, su pelo era corto y castaño además de muy alborotado, tan solo unos mechones pinchudos caían por su frente. En su pecho, por la zona del corazón, tenía el tatuaje de una luna negra en forma de cuarto creciente. Su pantalón era largo y blanco y sus botas blancas, en su pierna derecha se podía ver la funda de un arma y en su cinturón negro una funda de una pequeña navaja. Era un aspecto interesante para muchos, la gente admiraba su poderoso cuerpo, sin embargo el temible ser mitológico ignoraba las miradas y continuaba caminando de forma calmada hacia la plaza. No debía quedarle mucho pues ya podía ver el patíbulo desde su posición, ya era hora de admirar aquella obra de arte que tanto quería ver. Era increíble que el mismísimo rey de los piratas hubiera muerto en un lugar así, y más increíble era que le hubieran capturado. Antes de continuar con su camino, dirigió su mirada a una pequeña tienda. Se quedó parado en mitad de la calle pensando en si entrar o no, allí parecían vender machetes de buena calidad y balas de armas de fuego.

Entré con decisión y con una tranquilidad inamovible e impertérrita a aquel lugar. Un olor a sudor, alcohol, embriaguez e historias pasadas inundó mi mente durante unos segundos. Estaba a rebosar, seguramente por el vendaval de fuera. O quizás porque estuviera en el centro de la ciudad. Tampoco me importaba, tenía trabajo por delante. Nadie pareció fijarse en mi llegada, algo que me ocurría con más frecuencia de lo habitual. Era mi don y mi maldición, mi fuerza y debilidad, mi capa y espada como espía. Y me encantaba. Me acerqué a la barra mientras que el cabello oscuro como la noche parecía moverse tal y como las olas un día de viento como aquel. Mis ojos citrinos buscaban algún indicio de ilegalidad hasta que llegué en frente del dueño.

Mi mirada se clavó en aquel hombre que parecía achacado en la rutina de atender a quien quisiera que entrara por su puerta. Fría, calculadora, intimidante. Como una muletilla empezó a preguntarme por lo que iba a tomar con un tono alegre y amable, como invitándote a hablar con él. Pero en cuanto alzó su vista y se topó con mis ojos no pudo más que terminar en voz baja y a la defensiva. Una media sonrisa apareció en mi rostro ante esa reacción *miedo, debilidad con tan solo una mirada. No he perdido eso al menos* Pero a pesar de mi mirada le pregunté de la manera más educada y elegante jamás oída por aquello que buscaba.

Sorprendido me dijo lo que sabía. Bastante poco la verdad. Solía utilizar esa contradicción lógica para dejar perpleja a la gente y asegurando así que dijeran la verdad. O al menos parcialmente. Abrumado por esto me decidí a seguir preguntando cuando un hombre entró y empezó a decirle al camarero que un chico muy extraño estaba afuera. Mis pupilas se entrecerraron y me fui de allí. No había pedido nada así que sin más explicaciones empujé la puerta de aquella tasca volviendo al exterior. Y entonces lo vi.

Parado había un chico cuanto menos peculiar. Me paré en la puerta y lo analicé con tranquilidad: claramente musculado llevaba el torso al descubierto donde un tatuaje de media luna llamaba a gritos la atención de aquellos que posaban su mirada en él. Con un pelo castaño como la madera de un sauce, agitado por el viento lo que más destacaba era su mirada. Una mirada fría, de un color inquietantemente amarillo y negro *parecida a la mía* pensé mientras seguía observándole. Vestía de blanco, tanto pantalones como botas. Pero no era eso en lo que tenía que fijarme: una daga pendía de su cinturón y un arma sobresalía de su pernera derecha. Parecía peligroso, cuanto menos un luchador.

Me acerqué a él sin cautela ni disimulo. Mis pasos eran calmados y mis movimientos elegantes, pero mi mente estaba preparada para una batalla. Y así me aproximé a él y educadamente y de manera directa aunque fría le dije-Hola, disculpe que le moleste, ¿pero me podría decir si  ha visto a alguna de las personas que aparecen en aquél cartel, por favor?-

Kedra continuaba observando de forma fría aquella tienda, sus temibles ojos estaban pegados a los cristales donde podía ver algunas balas de magnum 44. Justo las que necesitaba para su revólver, no tenía muy buena puntería pero siempre solía usarlo a quemarropa por lo que no había problema. Las balas eran un bien que no se conseguía fácilmente, por lo que pretendía quedarse con algunas, el viento seguía meciendo sus cabellos, pero no le importaba mucho. Estaba teniendo un pequeño debate interno, no sabía si dirigirse primero a la plaza y ver el patíbulo o si entrar en la tienda. No llevaba mucho dinero encima por lo que no tendría para mucho, seguramente un cargador de seis balas y si tenía suerte, ya que no sabía los precios y quizás costaba más de lo que pensaba. La cristalera parecía muy fácil de romper, pero no era aconsejable hacerlo en una ciudad donde todo estaba lleno de marines, era mejor seguir sin liarla mucho por el momento. Prefería seguir caminando tranquilamente por las calles sin ningún cartel por su cabeza, eso por el momento pues lo primero que iba a hacer sería conseguir una elevada recompensa. De momento no tenían cargos contra él y era como un simple ciudadano de paso.
 
Mientras pensaba pudo notar una voz detrás de él, el que fuera el culpable había sido muy sigiloso. El castaño tenía un buen oído debido a su poder pero en ese momento estaba en su mundo, de repente analizó poco a poco las palabras que había escuchado, le preguntaban si había visto a las personas de los carteles. Lo que más le impresionó sin duda, fue que le hablara en todo educado, la gente solía ser muy descarada y engreída, pero aquel tipo no parecía ser de esos. Kedra no se giró, no dijo tampoco nada, simplemente dirigió su mirada a los carteles, se hallaban a una distancia de unos cinco metros, entrecerró los ojos y empezó a caminar hacia ellos. Su mirada empezó a analizarlos, había varios revolucionarios como Jack Silvers o Legim. No solo estaban esos, pero fueron los que más le llamaron la atención. También pudo ver a varios piratas como Jallial Reezeck o Kaiser. Estaba claro que todos aquellos eran tipos fuertes, el de su hermano pequeño no estaba, no entendía la razón pues cuando vio su cartel costaba 151.130.000. Frunció el ceño al no verlo y tras un suspiro empezó a pensar si había visto alguno de los otros. Pudo ver otros piratas de poca monta sin apenas recompensa por lo que tranquilamente se volvió a girar hacia aquella persona viéndolo ahora tal y como era.
 
Era un tipo moreno y de ojos fríos y serios como los suyos, Kedra no acostumbraba a hablar con nadie, muchas veces parecía ser mudo debido a que no decía ni una sola palabra. Pensó en hacer lo mismo y simplemente negó con la cabeza observando a aquella persona dándole a entender que no sabía nada de nada sobre las personas de los carteles. Era curioso pues dentro de poco sería su cabeza la que estaría en uno de esos carteles y seguramente con un buen precio. De repente el sonido de un grito llegó a los oídos del lobo espectral, venía del puerto, la gente corría ahora metiéndose en sus casas a toda prisa. Se escuchaban disparos y demás, desde su actual posición pudo ver una bandera por encima de unas casas. Una bandera negra con una calavera, estaban atacando el puerto, vaya idiotas, atacar una ciudad custodiada por la marina. El lobo fantasmal volvió a mirar aquel tipo que le había preguntado para después empezar a caminar al puerto de forma calmada.

Aquel extraño fijó sus enigmáticos ojos en el cartel y se dirigió hacia él sin mediar palabra. Esperé pacientemente mientras el joven observaba concienzudamente todos y cada uno de los "Se busca". Era extraño, aunque pareciera peligroso me "gustaba" su estar, su pose tranquila y sosegada. Como si todo estuviera bajo control y nada pudiera perturbarlo. Cuando acabó se giró hacia mí por primera vez y sus ojos parecieron atravesarme, analizándome. No le di importancia, yo lo había hecho al fin y al cabo, no era nada por lo que alarmarse. Una desesperanzadora negativa llegó con un ladeo de su cabeza, por lo que le me disponía a darle las gracias y a seguir mi camino...

De repente un grito arrastrado por el viento llegó a la plaza con más rapidez y fuerza que un rayo. Cientos de personas que estaban en el puerto se dirigieron hacia la ciudad en busca del refugio del hogar mientras una bandera negra decorada con una calavera blanca como la escarcha ondeaba furiosamente por encima de las casas. Mi suerte estaba echada, habían llegado en el mejor momento. No tenía demasiada prisa ya que un asedio no era algo que durara dos segundos. Se supone que era algo planeado y si atacaban en una ciudad no sería fácil repelerlos. Aún así estúpidos teniendo en cuenta que la base de la marina estaba aquí.

Así que sonriendo, mas por suficiencia que por felicidad, me acerqué a aquel muchacho que había comenzado a andar tranquilamente hacia el puerto y le dije con el mismo tono que antes pero algo más animado-muchísimas gracias por su tiempo, tenga cuidado y deseo que pase un bonito día- era una muletilla que tenía pensada y que usaba siempre que tenía que dar las gracias a alguien por cualquier cosa. Y así me crují los nudillos y me puse la garra de acero.

Esprinté mientras acariciaba la empuñadura de mi sable dispuesto a sacarlo al menor signo de peligro. No tardé en llegar a la fiesta. Desenvainé mi sable y tomé aire. Ansiaba esto, lo necesitaba. Analicé el campo de batalla: había llegado casi de los primeros, ya que los piratas superaban en gran número a los marines, *por ahora* me dije. Y así, como si fuera natural, el viento comenzó a arrastrar copos de nieve, como si de una nevada tranquila se tratase. Geométricos y desiguales, perfectos y letales, los copos comenzaron a calar el suelo mientras la temperatura descendía notablemente para estar en la costa. Y yo me sentía preparado para comenzar el baile polar.

Me acerqué a un marine que estaba siendo rodeado por tres piratas algo perplejos por la nevada que acontecía.
Herida álgida
Cubrí de escarcha el filo del sable utilizando 0´25L de mi capacidad de manipular la nieve.
Y así, un primer corte certero llegó a uno de esos despistados piratas, tajándole la parte trasera de las rodillas y provocando que cayera hacia delante pintando la poca nieve que había en el suelo de un color escarlata y haciendo que aullara de dolor.
Los otros dos tardaron en reaccionar: Lie consiguió parar un primer ataque con el sable. *Grave error* pensé ya que se había acercado demasiado, lo suficiente como para que mi garra se hundiera en su barriga desparramando sus tripas por el suelo. El marine había matado al primero que había en el suelo y estaba luchando contra el tercero. Miré a mi alrededor, aún había mucho que hacer.

Los gritos se alzaban como tambores de un ritmo frenético. Estertores de júbilo, victorias de desesperación, sangre y sudor, lágrimas sin perdón. Como una melodía compuesta por los mismísimos dedos huesudos de la muerte se hacía oír el fragor de la batalla. Dolor sin castigo, infierno sin purgatorio. El mar rugía cada vez más mientras el viento helado cortaba mi respiración agitada. Un baho parecía indicar la última duda, el último deseo de los que muchos se hallaban allí. Como si del alma escapando se tratase.

*¿Qué hacer?* El campo de batalla se mostraba cada vez más difuso mientras mil cañones se añadían a aquella incestuosa ópera bélica. Mi mirada se posó en las distintas salidas. Tenía que cubrir mi huida en caso de que todo implosionara sobre sí mismo y la marina decidiera destruir ese puerto antes de dárselo a los piratas. Una, dos, tres... todas cubiertas o por escombros o por un numeroso grupo de piratas. Tenía que haber alguna... Entonces me fijé por donde yo mismo había llegado a aquel caos. Y mi mirada cambió, expectante ante lo que iba a suceder.

Aquel chico al que le había preguntado antes se mostraba impasible ante un grupo de piratas que se dirigía hacia él. Demasiado calmado para que fuera el terror el que no le permitiera moverse. *¿Debería ayudarle?* Parecía tenerlo todo bajo control, pero eran muchos *¿Podría con ellos? ¿Llegaría a tiempo para ayudarle?* pensé mordiéndome un labio. *Ante la duda es mejor actuar en estos casos. Estarse quieto en una batalla es convertirte en un objetivo fácil* me dije decidido. Así que lancé mi sable esperando atravesar el pecho de uno de ellos mientras corría a echarle una mano. Había perdido momentáneamente mi arma pero aún tenía mi garra y en cualquier caso siempre podía convertirme en una nieve intocable por ataques físicos. Además la distancia no era para nada larga así que en cuanto llegara cogería mi sable sin dilación.