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El sol empezaba a asomar por el horizonte, y por desgracia, la habitación del sargento Teravan estaba orientada hacia el este, por lo que la luz del amanecer le iluminaba toda la cara, impidiéndole dormir con tranquilidad. La noche pasada había sido una noche de juerga para él. No estaba de servicio y había aprovechado para visitar todas y cada una de las malolientes tabernas de la ciudad, probando la cada vez más aguada cerveza. Estaba harto de aquella bebida tan mal hecha, tanto, que casi cae en la tentación de beberse una botella de bourbon que guardaba para una ocasión especial.
Se llevó una mano a la frente, bajándola hasta los ojos, intentando taparse del sol, pero no surtía un efecto considerable. El calor que le proporcionaba, además, le resultaba realmente incómodo. Se dio la vuelta, dándole la espalda a la ventana, pero eso solo hacía que se sintiese más acalorado. Tras unos minutos pensando en una solución a su problema, tomó la solución más difícil y costosa de todas. Se levantó de la cama como buenamente pudo y con pasos lentos y torpes fue hacia la ventana, la cerró y se dirigió de nuevo a la cama, tirándose en ella de un salto. Volviéndose a dormir rápidamente.
Despertó después de un par de horas por unos vecinos vociferantes en la calle, decidió que era hora de levantarse, y así lo hizo. Se vistió y se puso la chaqueta, recogió sus bolsas de balas y salió a la calle. Miró con odio a aquellos vecinos que le había impedido seguir durmiendo y sigiuó su camino hacia la taberna más próxima.
Se llevó una mano a la frente, bajándola hasta los ojos, intentando taparse del sol, pero no surtía un efecto considerable. El calor que le proporcionaba, además, le resultaba realmente incómodo. Se dio la vuelta, dándole la espalda a la ventana, pero eso solo hacía que se sintiese más acalorado. Tras unos minutos pensando en una solución a su problema, tomó la solución más difícil y costosa de todas. Se levantó de la cama como buenamente pudo y con pasos lentos y torpes fue hacia la ventana, la cerró y se dirigió de nuevo a la cama, tirándose en ella de un salto. Volviéndose a dormir rápidamente.
Despertó después de un par de horas por unos vecinos vociferantes en la calle, decidió que era hora de levantarse, y así lo hizo. Se vistió y se puso la chaqueta, recogió sus bolsas de balas y salió a la calle. Miró con odio a aquellos vecinos que le había impedido seguir durmiendo y sigiuó su camino hacia la taberna más próxima.
Era un día soleado. El fulgor veraniego impregnaba cada palmo del suelo empedrado de Water7, buscando un buen lugar para beber. Tal vez allí encontrara algo interesante que ver, o que hacer... Algo divertido, quizás. Caminaba animosamente protegido bajo su sombrero, guardado en el interior de su capa. En el interior de aquella prenda se estaba fresco, aunque la cara le sudaba ya a horrores. Necesitaba un refrigerio. A ser posible con un 73% de alcohol. Entró en una taberna de clase moderada, donde la decoración era modesta, pero la gente silenciosa y educada. El camarero no llevaba uniforme, aunque sonreía a cada cliente y guardaba una palabra amable para el siguiente. Cuando él llegó a la barra el hombre ya tenía una botella de bourbon y un vaso con hielo. "¿Ya seré tan famoso?", pensó. Era la primera vez que se presenciaba en aquel lugar, o eso creía. Había llegado la noche anterior y sólo había tenido oportunidad de visitar una pequeña taberna.
Se dirigió a una silla sencilla, con cojín de cuero verde esmeralda, mientras pensaba en detalles de la noche anterior. Recordaba haber perdido la cuenta de cuántas bebidas había pedido y... "Vale, ya recuerdo", dijo para sí mientras llegaba a su mente la escena del día anterior. Estaba subido una mesa, cantando y riendo, y acabó exigiéndole al camarero que corriera la voz. El hombre del sombrero entraría y pagaría muy bien a quien le sirviera bourbon. "Bueno, al menos el hombre me hizo caso". Se sentó y acomodó, dejando el sombrero en un colgador cercano, dejando su cabello caer sobre la cara, mostrándola a los que allí estuvieran.
Miró al techo. Era sencillo, pero limpio, y la gente charlaba animosamente, pero con rigurosa educación, sin molestar al prójimo. La luz blanca de las lamparitas iluminaba el local, y de la cocina emanaba un delicioso aroma. Estaba desando comer algo de aquella cocina. El camarero lo miraba, y pareció leer su mente, porque le llevó algo de picar mientras bebía. Era un pastelito de manzana, con una porción de carne de cerdo asada junto a él. La situación le resultaba familiar, sólo faltaba que entrara un marine por la puerta.
Se dirigió a una silla sencilla, con cojín de cuero verde esmeralda, mientras pensaba en detalles de la noche anterior. Recordaba haber perdido la cuenta de cuántas bebidas había pedido y... "Vale, ya recuerdo", dijo para sí mientras llegaba a su mente la escena del día anterior. Estaba subido una mesa, cantando y riendo, y acabó exigiéndole al camarero que corriera la voz. El hombre del sombrero entraría y pagaría muy bien a quien le sirviera bourbon. "Bueno, al menos el hombre me hizo caso". Se sentó y acomodó, dejando el sombrero en un colgador cercano, dejando su cabello caer sobre la cara, mostrándola a los que allí estuvieran.
Miró al techo. Era sencillo, pero limpio, y la gente charlaba animosamente, pero con rigurosa educación, sin molestar al prójimo. La luz blanca de las lamparitas iluminaba el local, y de la cocina emanaba un delicioso aroma. Estaba desando comer algo de aquella cocina. El camarero lo miraba, y pareció leer su mente, porque le llevó algo de picar mientras bebía. Era un pastelito de manzana, con una porción de carne de cerdo asada junto a él. La situación le resultaba familiar, sólo faltaba que entrara un marine por la puerta.
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Teravan entró en la taberna, era un lugar bastante elegante, aunque la gente lo estropeaba. Había vociferantes parroquianos discutiendo y apostando, mientras el uniformado camarero les isntaba a que guardasen silencio, para que no espantasen a su clientela. Se acercó a la barra, y el hombre, que por supuesto ya le conocía, le sirvió una jarra de su mejor cerveza de barril. Fresca, espumosa, pues aún no había olvidado que casi pierde una mano por la bazofia aguada que le había servido la primera vez que el marine había acudido allí.
Bebió un trago de su cerveza, y el hombre le llevó un pequeño plato con unos frutos secos, los cuales devoró de buen grado, pues aún no había desayunado. Le pidió algo más sólido de comer, y el hombre de la barra le ofreció un esponjoso vizcocho azucarado. Devoró el majar que se le ofrecía mientras miraba con nada fingido enfado hacia los hombres que no paraban de gritar y que acentuaban su ya de por sí marcada resaca.
Le pagó lo que le debía al uniformado camarero y salió a la calle, dispuesto a disfrutar de su segundo día libre. Solo tenía una semana, e iba a aprovecharla al máximo. Se dirigiría al mercado, a ver a las mujeres del lugar y a conversar con los mercaderes.
Bebió un trago de su cerveza, y el hombre le llevó un pequeño plato con unos frutos secos, los cuales devoró de buen grado, pues aún no había desayunado. Le pidió algo más sólido de comer, y el hombre de la barra le ofreció un esponjoso vizcocho azucarado. Devoró el majar que se le ofrecía mientras miraba con nada fingido enfado hacia los hombres que no paraban de gritar y que acentuaban su ya de por sí marcada resaca.
Le pagó lo que le debía al uniformado camarero y salió a la calle, dispuesto a disfrutar de su segundo día libre. Solo tenía una semana, e iba a aprovecharla al máximo. Se dirigiría al mercado, a ver a las mujeres del lugar y a conversar con los mercaderes.
Cogió el vaso con tres dedos y suma parsimonia, dejando que el hielo girara sobre el líquido, transparente pero de tonos marrones. El aroma de la bebida le llenaba los pulmones, saciando casi su sed, aunque no le quitaba las ganas de beber. Estuvo a punto de sacar su cuchillo de hueso y hacer el ritual del vino, pero se acordó de que aquello no lo era. "La sangre arruina el Bourbon, no lo olvides Caspio", sonó una voz en su cabeza, y dio un sorbo al líquido. Tenía una entrada suave, pero subía muy fuerte, aunque él lo aguantaba, ya que acostumbraba a tomarlo cada día de forma relajada, fuera en su barco o en cualquier taberna del lugar. Había tenido, pues, suerte de encontrar aquel local con tan buen ambiente. Más que una taberna parecía un local de alta clase, alejado del barullo de la clase baja y marginal, siempre con sus follones de a ver quién tiene peor la espalda o qué furúnculo tiene más pus. A Nat le gustaba el silencio, y a menudo esas discusiones las convertía en competición de a ver quién tenía más masa cerebral, matándolos y pesando sus sesos en una balanza. Pero hacía tiempo que no disfrutaba con ello, por lo que buscaba alejarse de esas zonas. Sin embargo, deseaba que pasara algo interesante.
Sin mucho que hacer se recostó sobre la silla, mirando nuevamente al techo, haciendo pequeñas escapadas hacia la mesa para probar aquel pastel. Era delicioso, y el cerdo le daba un toque de sal único. Era delicioso. Se lo comió casi con prisa, aunque los últimos bocados, temiendo que se agotaría rápidamente, los tomó con calma, disfrutando cómo cada pedazo se deshacía en su boca. El camarero debió de adivinar su goce, pues no tardó mucho en llevarle otro plato más. Le dio trece monedas de oro puro, seguramente más de la caja que haría en toda la mañana. Comenzó a comer de nuevo, esta vez con calma, intercalando sorbos del licor entre bocado y bocado. Ambos sabores se potenciaban y complementaban. Eran como el sol y la luna formando un eclipse de sabores únicos.
-¡Camarero!- Gritó desde la comodidad de su asiento-. ¿Quién ha preparado esta delicia? Pagaría una fortuna por aprender la receta.
La poca gente del local lo miró momentáneamente, pues esperaban que liara algún jaleo, pero al ver que sólo felicitaba al hombre, se relajaron. Qué mal concepto tenían de él en aquella zona, era como si hubiera hecho algo indigno. De repente, llegó a su cabeza una imagen suya, frotándose contra una mesa de ébano mientras gritaba "Te gusta, ¿Eh morena? Mejor no hables, estropearías lo nuestro". Sin duda el día anterior se le había ido la cabeza. "Meh, por lo menos me divertí".
Estiró las piernas por debajo de la mesa, mientras entraba un hombre al lugar. Era un hombre extremadamente alto, de tal vez dos metros y medio de altura, completamente calvo. Caspio creyó conocerlo por un instante, pero no. Su amigo tenía la nariz más grande y los ojos más pequeños. Continuó bebiendo, ligeramente decepcionado.
Sin mucho que hacer se recostó sobre la silla, mirando nuevamente al techo, haciendo pequeñas escapadas hacia la mesa para probar aquel pastel. Era delicioso, y el cerdo le daba un toque de sal único. Era delicioso. Se lo comió casi con prisa, aunque los últimos bocados, temiendo que se agotaría rápidamente, los tomó con calma, disfrutando cómo cada pedazo se deshacía en su boca. El camarero debió de adivinar su goce, pues no tardó mucho en llevarle otro plato más. Le dio trece monedas de oro puro, seguramente más de la caja que haría en toda la mañana. Comenzó a comer de nuevo, esta vez con calma, intercalando sorbos del licor entre bocado y bocado. Ambos sabores se potenciaban y complementaban. Eran como el sol y la luna formando un eclipse de sabores únicos.
-¡Camarero!- Gritó desde la comodidad de su asiento-. ¿Quién ha preparado esta delicia? Pagaría una fortuna por aprender la receta.
La poca gente del local lo miró momentáneamente, pues esperaban que liara algún jaleo, pero al ver que sólo felicitaba al hombre, se relajaron. Qué mal concepto tenían de él en aquella zona, era como si hubiera hecho algo indigno. De repente, llegó a su cabeza una imagen suya, frotándose contra una mesa de ébano mientras gritaba "Te gusta, ¿Eh morena? Mejor no hables, estropearías lo nuestro". Sin duda el día anterior se le había ido la cabeza. "Meh, por lo menos me divertí".
Estiró las piernas por debajo de la mesa, mientras entraba un hombre al lugar. Era un hombre extremadamente alto, de tal vez dos metros y medio de altura, completamente calvo. Caspio creyó conocerlo por un instante, pero no. Su amigo tenía la nariz más grande y los ojos más pequeños. Continuó bebiendo, ligeramente decepcionado.
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Llegó al mercado, y el barullo inundó su capacidad auditiva. Había gente gritando por todas partes, discutiendo y regateando. Le aturdía un poco, pero no le llegaba a molestar. Miró en derredor, buscando algo con lo que entretenerse, y lo encontró. Había un puesto dedicado exclusivamente a bebidas alcohólicas de otros países, se acercó y echó un vistazo al puesto, valorando qué bebidas tenían mejor aspecto.
Tras unos instantes valorando las diferentes posibilidades, escogió una cerveza de gran calidad, proveniente de una abadía en el South Blue. Compró una jarra y le dio un largo trago. Tras terminársela empezó a hablar con algunas mujeres hermosas de la plaza, sin llegar a ligar con ellas, tan solo siendo amable.
Se dirigió a otra taberna, tras haberse aburrido del mercado, aún quedaba mucho día por delante, y no quería desperdiciarlo con conversaciones intrascendentes. Escogió una con bastante clase, en la que había estado la noche anterior. Nada más entrar vio a un hombre vestido con capa y sombrero. Saboreando un vaso de bourbon y comiendo pastel de manzana, disfrutando cada bocado. Conocía a aquel hombre, así que se sentó a su lado y le saludó.
- Hombre, Zandor, buenos días. ¿Cómo estás hoy? - dijo el marine sin esperar una respuesta larga.
- Pues bastante bien, la verdad. Curándome la resaca con este néctar de los dioses. - levantó su copa, mostrando el líquido.
Teravan pidió una tercera cerveza, mientras hablaba con aquel hombre.
Tras unos instantes valorando las diferentes posibilidades, escogió una cerveza de gran calidad, proveniente de una abadía en el South Blue. Compró una jarra y le dio un largo trago. Tras terminársela empezó a hablar con algunas mujeres hermosas de la plaza, sin llegar a ligar con ellas, tan solo siendo amable.
Se dirigió a otra taberna, tras haberse aburrido del mercado, aún quedaba mucho día por delante, y no quería desperdiciarlo con conversaciones intrascendentes. Escogió una con bastante clase, en la que había estado la noche anterior. Nada más entrar vio a un hombre vestido con capa y sombrero. Saboreando un vaso de bourbon y comiendo pastel de manzana, disfrutando cada bocado. Conocía a aquel hombre, así que se sentó a su lado y le saludó.
- Hombre, Zandor, buenos días. ¿Cómo estás hoy? - dijo el marine sin esperar una respuesta larga.
- Pues bastante bien, la verdad. Curándome la resaca con este néctar de los dioses. - levantó su copa, mostrando el líquido.
Teravan pidió una tercera cerveza, mientras hablaba con aquel hombre.
Una vez huno terminado su bebida, se levantó lentamente y pagó su consumición, aburrido y con ganas de hacer algo interesante. Se ajustó la capa y el sombrero, tranquilamente, y salió por la puerta. "¿Cómo puede haber una noche tan divertida y un día tan soso?", pensó mientras caminaba por las calles de la ciudad en dirección al mercado. Tal vez allí hubiera algo interesante qué hacer, alguna cosa que comprar, alcohol en grandes cantidades... Mientras caminaba, vio un maniquí tirado en el suelo, con una marca de espada atravesándolo. Otro recuerdo vino a su mente. Un hombre en medio de la noche, cuando caminaba de vuelta a la posada, se puso en su camino y se negaba a moverse. Se lo había pedido educadamente y lo ignoró, por lo que desenfundó el arma y lo atravesó con un gesto simple. "Para que recuerdes, nadie se interpone en mi camino", le había dicho. Definitivamente anoche se había pasado bebiendo, pero por lo menos no había matado a nadie sin querer. Le habría apenado matar a alguien y luego no recordar su cara. Dejó al maniquí en el suelo, allí donde estaba, encima de un hombre gordo y un charco de sangre. "Meh... Seguro que no tienen relación".
Llegó al mercado, un lugar colorido lleno de hombres vendiendo carnes y pescados, mujeres vendiendo frutas y verduras, okamas vendiendo alcoholes. Uno de ellos le resultaba muy familiar. Era pelirrojo, de mediana estatura y tenía cara de buena persona, así como una cicatriz leve en la frente. Iba vestido con un traje de marine, aunque con pequeñas modificaciones para intentar hacer "sensual" al portador. El ambiguo lo miró con alegría y sonrió con gracia, mientras hacía aspavientos y ademanes, invitándolo a acercarse y a probar sus mieles.
-¿Qué tal estás, Fingaredo?- Sí, aquel hombre se llamada Fingaredo-. ¿Qué tienes para mí?
-Pues...-El okama pareció buscar un par de cosas en la licorera ambulante que transportaba-. Tengo vino del South Blue, cosecha de hace tres años, la mejor que se recuerda en 20 años.
-Aún le queda tiempo para madurar, me temo- Dijo, examinando la botella, el experto-. Pero sin duda me dará un servicio agradable. ¿Cuánto será esta vez?
-¿Para mi mejor cliente? Hoy invita la casa. Ya comprarás más otro día.
"Gracias" fue la palabra que salió de su boca al recibir aquel regalo, y prometió a Fingaredo tomarse una copa a su salud. Lo mejor sería ir a una taberna del lugar y compartir el vino con otros. Era mejor que otros probasen antes el alcohol que el okama le daba. Entró en una taberna cercana, en la que una figura conocida, un marine pelirrojo, aquel de verdad un marine, y no una gogó travesti. Le sonreía con amabilidad y acabó saludándolo brevemente, disculpándose porque debía marchar.
-Hasta otra Sigmund. Ya volveremos a vernos.
Llegó al mercado, un lugar colorido lleno de hombres vendiendo carnes y pescados, mujeres vendiendo frutas y verduras, okamas vendiendo alcoholes. Uno de ellos le resultaba muy familiar. Era pelirrojo, de mediana estatura y tenía cara de buena persona, así como una cicatriz leve en la frente. Iba vestido con un traje de marine, aunque con pequeñas modificaciones para intentar hacer "sensual" al portador. El ambiguo lo miró con alegría y sonrió con gracia, mientras hacía aspavientos y ademanes, invitándolo a acercarse y a probar sus mieles.
-¿Qué tal estás, Fingaredo?- Sí, aquel hombre se llamada Fingaredo-. ¿Qué tienes para mí?
-Pues...-El okama pareció buscar un par de cosas en la licorera ambulante que transportaba-. Tengo vino del South Blue, cosecha de hace tres años, la mejor que se recuerda en 20 años.
-Aún le queda tiempo para madurar, me temo- Dijo, examinando la botella, el experto-. Pero sin duda me dará un servicio agradable. ¿Cuánto será esta vez?
-¿Para mi mejor cliente? Hoy invita la casa. Ya comprarás más otro día.
"Gracias" fue la palabra que salió de su boca al recibir aquel regalo, y prometió a Fingaredo tomarse una copa a su salud. Lo mejor sería ir a una taberna del lugar y compartir el vino con otros. Era mejor que otros probasen antes el alcohol que el okama le daba. Entró en una taberna cercana, en la que una figura conocida, un marine pelirrojo, aquel de verdad un marine, y no una gogó travesti. Le sonreía con amabilidad y acabó saludándolo brevemente, disculpándose porque debía marchar.
-Hasta otra Sigmund. Ya volveremos a vernos.
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Charló alegremente con aquel hombre durante media hora. Tenían algunas cosas que contarse, sobre todo lo de la noche anterior. Había bebido tanto que no recordaba qué había pasado con claridad, tenía la sensación de que algo se le pasaba, de que había visto algo importante, algo que hacía tiempo que no veía, o alguien.
Se rascó la barbilla, intentando recordar ese suceso, pero no había manera de que acudiese a su cabeza. Bebió otro trago de su cerveza y se limpió la espuma con la manga de la chaqueta. Pidió algo de comer, pues tanto beber le estaba dejando hambriento, y ya se acercaba la hora prevista para el almuerzo.
Su amigo se fue, y se quedó solo con sus pensamientos, cavilando sobre quién sería aquella persona a la que había visto la noche anterior, pero que no recordaba. Dio un bocado a su costilla de cerdo. Salada, aunque bastante rica, y el pastel de manzana estaba realmente delicioso. El matiz que le otorgaba la cerveza solo acentuaba más el sabor. Entre amargo, salado y dulce.
Una vez hubo terminado, pagó lo que debía, se levantó y se despidió de alguna gente que conocía. Salió por la puerta y se sintió verdaderamente cansado, el calor, junto con la comida que llevaba en el estómago, hizo que el sueño se apoderase de él. Sin encontrar las fuerzas para remediarlo.
Fue hacia el cuartel, para poder dormir una buena siesta antes de la noche, pues debía de disponer de todas sus energías para entonces.
Se rascó la barbilla, intentando recordar ese suceso, pero no había manera de que acudiese a su cabeza. Bebió otro trago de su cerveza y se limpió la espuma con la manga de la chaqueta. Pidió algo de comer, pues tanto beber le estaba dejando hambriento, y ya se acercaba la hora prevista para el almuerzo.
Su amigo se fue, y se quedó solo con sus pensamientos, cavilando sobre quién sería aquella persona a la que había visto la noche anterior, pero que no recordaba. Dio un bocado a su costilla de cerdo. Salada, aunque bastante rica, y el pastel de manzana estaba realmente delicioso. El matiz que le otorgaba la cerveza solo acentuaba más el sabor. Entre amargo, salado y dulce.
Una vez hubo terminado, pagó lo que debía, se levantó y se despidió de alguna gente que conocía. Salió por la puerta y se sintió verdaderamente cansado, el calor, junto con la comida que llevaba en el estómago, hizo que el sueño se apoderase de él. Sin encontrar las fuerzas para remediarlo.
Fue hacia el cuartel, para poder dormir una buena siesta antes de la noche, pues debía de disponer de todas sus energías para entonces.
Miró al camarero, y le tendió la botella, junto con un par de billetes, para que entendiera que pagaría aunque la bebida fuera suya. Le hizo un gesto para que repartiera una copa a cada uno de los siete otros hombres, y lo hizo. Su copa esperó oxigenándose un rato, mientras los parroquianos brindaban en su honor. Uno a uno, todos bebieron, y no pareció sentar mal a ninguno. Bebió un sorbo, y estaba bastante bueno para ser un vino tan joven, aunque sin duda le faltaban unos años de barril para ser lo que debía. Miró al camarero, pues le sonaba bastante, y su mente volvió a lanzarle un chispazo. El día anterior estaba en la taberna, con una mujer de cabello plateado, muy esbelta, compitiendo por ver quién bebía más. "Yazori", sonó en su mente. "¿Por qué me sigues allá dónde vaya, sol negro?". Recordaba haberla abrazado, aunque no sabía si era un sueño, pero aún era capaz de notar su olor a naranja. Se había encontrado con ella, y no lo había aprovechado.
Se terminó la copa y pidió un bourbon, que comenzó a tomar en la barra. ¿Cómo podía haberla dejado escapar otra vez?¿Tan estúpido era? Tenía que retarla, una y otra vez. Debía conseguir enfrentarla, y llegar a vencerla. Pero había bebido tanto que ni siquiera se le había antojado invitarla a pasar más tiempo por allí. Qué cagada...
Terminó de otro trago el bourbon y pagó, volviendo a salir al mercado. Esta vez posó su mirada sobre un puesto de frutas. Había melocotones frescos, ciruelas de apariencia deliciosa y una frutera con dotes espectaculares. "Podría probarlo todo...", pensó mientras la mujercita, pícara, le guiñaba un ojo. Tomó una ciruela y le pagó con un billete. Tomó su mano al tiempo que ella lo iba a coger, y le dio un beso en el dorso. Se alejó con la ciruela y el billete, pues no le acabó de interesar la chica. Tenía manos feas, y Nat no quería líos con mujeres de manos feas.
Se terminó la copa y pidió un bourbon, que comenzó a tomar en la barra. ¿Cómo podía haberla dejado escapar otra vez?¿Tan estúpido era? Tenía que retarla, una y otra vez. Debía conseguir enfrentarla, y llegar a vencerla. Pero había bebido tanto que ni siquiera se le había antojado invitarla a pasar más tiempo por allí. Qué cagada...
Terminó de otro trago el bourbon y pagó, volviendo a salir al mercado. Esta vez posó su mirada sobre un puesto de frutas. Había melocotones frescos, ciruelas de apariencia deliciosa y una frutera con dotes espectaculares. "Podría probarlo todo...", pensó mientras la mujercita, pícara, le guiñaba un ojo. Tomó una ciruela y le pagó con un billete. Tomó su mano al tiempo que ella lo iba a coger, y le dio un beso en el dorso. Se alejó con la ciruela y el billete, pues no le acabó de interesar la chica. Tenía manos feas, y Nat no quería líos con mujeres de manos feas.
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Llegó al cuartel, saludó amigablemente al encargado de la recepción, pues se conocían bien, y subió a su habitación. Nada más llegar abrió la puerta con aire perezoso, causando un leve rechinar en sus goznes. La habitación estaba oscura, no había abierto la ventana, por lo que no podía entrar la luz. Eso causaba que la estancia estuviese agradablemente fresca.
Se tiró en la cama de un salto y soltó un largo y sonoro suspiro. Se deleitó con cada segundo allí tumbado, dejando que el sueño lo invadiese por momentos, disfrutando de la sensación de calma y tranquilidad que le proporcionaba. Se giró y puso una mano debajo de la almohada, buscando la posición que le era más cómoda para dormir. Aunque para conseguir la más cómoda necesitaría una mujer a su lado.
No tardó en caer en un profundo sueño, en el que la imagen de su isla natal apareció en su mente. Recordando sucesos de su infancia y su adolescencia, momentos muy felices para él, que si estuviese despierto le causarían melancolía. Soñó con Laura, con su hermana y con varios de sus amigos, jugando y pasando buenos ratos en sus lugares predilectos.
Se despertó con la sensación de haber dormido horas, abrió la ventana y vio que estaba en lo cierto, ya casi estaba anocheciendo. Se puso de nuevo lo chaqueta y se colgó sus bolsitas de munición, por si las moscas, y salió al bullicio de las calles, dirigiendo sus pasos hacia el mercado, que estaría menos rebosante de gente a esas horas de la tarde.
Se tiró en la cama de un salto y soltó un largo y sonoro suspiro. Se deleitó con cada segundo allí tumbado, dejando que el sueño lo invadiese por momentos, disfrutando de la sensación de calma y tranquilidad que le proporcionaba. Se giró y puso una mano debajo de la almohada, buscando la posición que le era más cómoda para dormir. Aunque para conseguir la más cómoda necesitaría una mujer a su lado.
No tardó en caer en un profundo sueño, en el que la imagen de su isla natal apareció en su mente. Recordando sucesos de su infancia y su adolescencia, momentos muy felices para él, que si estuviese despierto le causarían melancolía. Soñó con Laura, con su hermana y con varios de sus amigos, jugando y pasando buenos ratos en sus lugares predilectos.
Se despertó con la sensación de haber dormido horas, abrió la ventana y vio que estaba en lo cierto, ya casi estaba anocheciendo. Se puso de nuevo lo chaqueta y se colgó sus bolsitas de munición, por si las moscas, y salió al bullicio de las calles, dirigiendo sus pasos hacia el mercado, que estaría menos rebosante de gente a esas horas de la tarde.
Volvió a la posada, donde anoche dejó todas sus cosas. Cuando entró vio una hermosa mujer regentando el local. Tenía el cabello rubio y pechos alegres, que parecían caminar alegremente botando sin preocupaciones a cada paso que la muchacha daba. No pudo evitar tener la sensación de que la noche anterior había pasado algo con ella, algún romance fugaz, aunque, a juzgar por el hecho de que le sonreía, supuso que no hubo nada entre ellos. Se acercó y pidió la llave de su habitación. La mujer, traviesa, se lo sacó del escote. "Vale. Definitivamente pasó algo". Le dio las gracias algo avergonzado, y se alejó deprisa.
Mientras subía al dormitorio, varias imágenes corrieron por su mente. Era él abrazado a una chica rubia, riendo ambos y respondiendo con arrumacos a las caricias del otro. Parecía que algo en la noche había ido bien. Seguía recordando escenas de él con la muchacha, subiendo por las escaleras, intentando discretamente arrancarse la ropa sin llegar a la habitación. Se acercaron a la puerta, ya ambos deseosos, ardiendo en placer. Habían entrado a la estancia, y se habían retirado la ropa mutuamente. Recordaba aquellos gloriosos pechos cubiertos sólo por el sostén, y cómo lo retiró prontamente. Recordaba la lujuria del momento, y el placer de la noche en aquel nocturno y carnal encuentro. Se dio la vuelta rápidamente y corrió hacia la recepcionista de vuelta.
-Hola- Le dijo, sonriente-. ¿Nos reencontramos?
La chica sonrió y pareció decir que sí. Se abrazaron de nuevo y se comieron a besos. Subieron a la habitación retirándose la ropa, despreocupados por las miradas indiscretas que otros huéspedes pudieran lanzar sobre ellos. Entraron a la habitación, semidesnudos, bañados en lujuria, deseándose más que la noche anterior. En aquella ocasión, el baño no era de alcohol, y lo disfrutó a fondo. Cada beso, cada caricia era un sueño cumplido, aunque con la persona equivocada. A él no le llenaba, aunque ella pareció sentirse llena cuando terminaron, abrazados, plenos, felices.
-Bueno, es hora de que te vayas- Aquello le costó una bofetada y una mirada ofendida de la muchacha.
Recogió muy ofendida su ropa y se vistió, sin dirigirle la palabra, dándole la espalda, dejándole una perfecta vista de sus cuartos traseros, hermosos. Cuando la muchacha se fue, se lavó y fue de vuelta a la calle. Seguía haciendo un sol refulgente.
Mientras subía al dormitorio, varias imágenes corrieron por su mente. Era él abrazado a una chica rubia, riendo ambos y respondiendo con arrumacos a las caricias del otro. Parecía que algo en la noche había ido bien. Seguía recordando escenas de él con la muchacha, subiendo por las escaleras, intentando discretamente arrancarse la ropa sin llegar a la habitación. Se acercaron a la puerta, ya ambos deseosos, ardiendo en placer. Habían entrado a la estancia, y se habían retirado la ropa mutuamente. Recordaba aquellos gloriosos pechos cubiertos sólo por el sostén, y cómo lo retiró prontamente. Recordaba la lujuria del momento, y el placer de la noche en aquel nocturno y carnal encuentro. Se dio la vuelta rápidamente y corrió hacia la recepcionista de vuelta.
-Hola- Le dijo, sonriente-. ¿Nos reencontramos?
La chica sonrió y pareció decir que sí. Se abrazaron de nuevo y se comieron a besos. Subieron a la habitación retirándose la ropa, despreocupados por las miradas indiscretas que otros huéspedes pudieran lanzar sobre ellos. Entraron a la habitación, semidesnudos, bañados en lujuria, deseándose más que la noche anterior. En aquella ocasión, el baño no era de alcohol, y lo disfrutó a fondo. Cada beso, cada caricia era un sueño cumplido, aunque con la persona equivocada. A él no le llenaba, aunque ella pareció sentirse llena cuando terminaron, abrazados, plenos, felices.
-Bueno, es hora de que te vayas- Aquello le costó una bofetada y una mirada ofendida de la muchacha.
Recogió muy ofendida su ropa y se vistió, sin dirigirle la palabra, dándole la espalda, dejándole una perfecta vista de sus cuartos traseros, hermosos. Cuando la muchacha se fue, se lavó y fue de vuelta a la calle. Seguía haciendo un sol refulgente.
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La noche empezó como todas la noches, y como todos los días... y las tardes. Bueno, empezó como todo empieza para Teravan, en una taberna. Se sentó y se dispuso a pedir una cerveza, mas cuando el camarero se acercó, cambió de idea, y en honor a un viejo amigo, pidió una copa de bourbon y bebió un trago. Era absolutamente elegante y refinado, pues con tan solo un sorbo le dieron ganas de ponerse una capa y un sombrero. Tal vez por eso su amigo llevaba ese atuendo a todas partes. Disfrutó del dulce aroma de la bebida y de la sensación que causaba al pasar por su gaznate, tal vez fuera momento de cambiar de costumbres.
Se terminó la copa y pidió otra de lo mismo, y otra, y otra más. Cuando vio que era suficiente, pues esa bebida era claramente más fuerte que la cerveza que acostumbraba a tomar, se levantó con dificultad, mantuvo el equilibrio, y dejando unas monedas encima de la mesa salió a la calle. El ruido y el jolgorio de las calles invadieron sus capacidades auditivas. Sus capacidades motoras en el tren inferior se habían visto indudablemente reducidas, y su sinapsis cerebral había disminuido de forma alarmante. Un poco más, y el volumen del líquido haría entrar a su organismo en un estado de emergencia, causando un colapso de sus sentidos y dejándole literalmente inconsciente.
Se sacudió la cabeza, no pensaba con claridad, así que caminó un poco para despejarse. Todavía no distinguí bien los rostros y la gente parecía moverse demasiado deprisa. Vio una cara que le resultó alarmantemente familiar. Le saludó, por si acaso, sin reparar mucho en su aspecto. La figura negra le devolvió el saludo y ambos prosiguieron su camino.
Llegó al mercado y, al verse más despejado, siguió bebiendo, pero no bebió cerveza sino otras bebidas extrañas y exóticas, buscando nuevos sabores y sensaciones. Vio a una hermosa mujer con cara de pocos amigos, parecía avergonzada y enfadada. Tenía el cabello rubio y pechos alegres, que parecían caminar alegremente botando sin preocupaciones a cada paso que la muchacha daba. No pensó que una mujer tan hermosa debiera pasar una noche tan mala. Así que se acercó y le susurró una sola palabra al oído: "Sonríe." Acto seguido, le dio un pasional beso en los labios.
Quería pasar un buen rato con esa mujer, por lo que quería estar sobrio. Así que echó toda la bebida que pudo por sus dedos, disimuladamente, sin que la mujer se diese cuenta, y fueron charlando alegremente hacia el cuartel. La mujer le explicaba cómo un imbécil la había utilizado, acostándose con ella y echándola de su cuarto nada más terminar. Así que, para remendar sus errores, se la llevó a su cuarto y se acostó con ella, haciéndole olvidar la ofensa de aquel desgraciado.
La chica pasó una de las mejores noches de su vida, y justo después se quedó dormida, abrazada al pecho de aquel aguerrido marine. Teravan no se quejó en absoluto.
Se terminó la copa y pidió otra de lo mismo, y otra, y otra más. Cuando vio que era suficiente, pues esa bebida era claramente más fuerte que la cerveza que acostumbraba a tomar, se levantó con dificultad, mantuvo el equilibrio, y dejando unas monedas encima de la mesa salió a la calle. El ruido y el jolgorio de las calles invadieron sus capacidades auditivas. Sus capacidades motoras en el tren inferior se habían visto indudablemente reducidas, y su sinapsis cerebral había disminuido de forma alarmante. Un poco más, y el volumen del líquido haría entrar a su organismo en un estado de emergencia, causando un colapso de sus sentidos y dejándole literalmente inconsciente.
Se sacudió la cabeza, no pensaba con claridad, así que caminó un poco para despejarse. Todavía no distinguí bien los rostros y la gente parecía moverse demasiado deprisa. Vio una cara que le resultó alarmantemente familiar. Le saludó, por si acaso, sin reparar mucho en su aspecto. La figura negra le devolvió el saludo y ambos prosiguieron su camino.
Llegó al mercado y, al verse más despejado, siguió bebiendo, pero no bebió cerveza sino otras bebidas extrañas y exóticas, buscando nuevos sabores y sensaciones. Vio a una hermosa mujer con cara de pocos amigos, parecía avergonzada y enfadada. Tenía el cabello rubio y pechos alegres, que parecían caminar alegremente botando sin preocupaciones a cada paso que la muchacha daba. No pensó que una mujer tan hermosa debiera pasar una noche tan mala. Así que se acercó y le susurró una sola palabra al oído: "Sonríe." Acto seguido, le dio un pasional beso en los labios.
Quería pasar un buen rato con esa mujer, por lo que quería estar sobrio. Así que echó toda la bebida que pudo por sus dedos, disimuladamente, sin que la mujer se diese cuenta, y fueron charlando alegremente hacia el cuartel. La mujer le explicaba cómo un imbécil la había utilizado, acostándose con ella y echándola de su cuarto nada más terminar. Así que, para remendar sus errores, se la llevó a su cuarto y se acostó con ella, haciéndole olvidar la ofensa de aquel desgraciado.
La chica pasó una de las mejores noches de su vida, y justo después se quedó dormida, abrazada al pecho de aquel aguerrido marine. Teravan no se quejó en absoluto.
Comenzaba a oscurecer, como era habitual a aquellas horas. Sin darse cuenta había perdido gran parte del día y no se había molestado en cumplir con lo que había prometido, pero por otro lado no se acordaba de qué demonios tenía que hacer en aquella isla, además de emborracharse y tener sexo con posaderas. Caminaba sin rumbo, buscando una taberna que no hubiera pisado a lo largo del día o durante la noche anterior, pero de las treinta y dos tabernas que había en Water 7, había estado en veintinueve, y las otras tres cerraban por motivos personales un tiempo. "Se les habrá acabado el alcohol... En el peor momento", pensó mientras miraba el cartel que lo anunciaba en la última. Por lo menos, mirando el lado positivo, tenía veintinueve tabernas que visitar.
Comenzó en la taberna más cercana, junto a un pequeño astillero. Era el negocio perfecto. Vendían bebida a los armadores, éstos, borrachos como cubas, se amputaban alguna extremidad y necesitaban más alcohol para calmar el dolor. Sin duda el ingenio que creó aquello sería un psicópata muy inteligente. Entró y pudo apreciar el maravilloso panorama de una noche tranquila. Los hombres bebían, las mujeres bailaban y había un médico cosiendo el muñón de un hombre que cantaba al ritmo de una pianola. Había entornos idílicos y luego estaba aquel. Se sentó a la barra tranquilamente, sin llamar demasiado la atención, con los pies sobre la banqueta, observando todo el panorama. A su espalda un camarero preguntó si deseaba algo.
-Un bourbon... No, mejor una cerveza. Pero negra- La cerveza le recordaba a un viejo conocido, y lo sentía bastante cerca.
Trataba de paladear la bebida, aunque sin ingentes cantidades de alcohol le era insípida. Sin duda la bebida destilada era mejor que la fermentada, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Pidió al cantinero que le sirviera un vaso de bourbon, con un par de hielos, para aliviar el calor que la bebida daba. Dio un sorbo y se le inundó la boca. Era un mejunje delicioso, nadie se imaginaría nunca que aquellas cosas se hacían probablemente en una bañera sucia. De repente se sintió un poco asqueroso, pero el alcohol amortiguó la sensación. En vez de repulsión, sentía un magnetismo atrayente hacia el vaso, una sensación muy parecida al amor. "No hay amor más puro que el de un hombre y su licor". Aquello era verdad. El licor no traicionaba, nunca necesitaba disculpas, siempre estaba allí dispuesto a meterse en la boca de uno y, lo más importante, los Sentokis no trataban de apuñalar licores.
Terminó el vaso y se marchó. Fuera ya era noche velada y le faltaban aún veintiocho tabernas que recorrer. Según recorría el camino, le pareció ver a un marine pelirrojo caminar junto a la chica que había utilizado para desfogar sus impulsos más primarios. Ella nunca lo sabría, pero con aquel gesto de largarla tras la relación seguramente le estuviera salvando la vida. El último espadachín Sentoki lo buscaba, y cualquier persona que tuviera cierta relación con él estaba en peligro. La chica le gustaba, aquello era obvio para cualquier persona que hubiera visto sus dotes bambolearse, pero no podía permitirse el cariño con nadie que no supiera cuidarse solo. Caspio Hurr no podía perder a más mujeres.
Entró en la siguiente taberna, luego en otra, y otra, y otra más. También en la otra, la contigua, la del centro, la de más allá. Todas las visitó, despertando recuerdos del día anterior, riéndose por la mayoría. Cuando la velada comenzó a hacerse aburrida volvió a su habitación. La recepcionista no estaba en su sitio, y Caspio imaginaba por qué. La mujer era algo ligerita de cascos, y bastante irresponsable. Cogió su llave con cuidado, subió hasta la habitación y se tumbó en la cama. Tuvo que apartar de su almohada unas sensuales braguitas rojas, de las que tenía certeza casi absoluta de quién eran. La chica de la habitación de al lado, una morena de ojos verdes, no tan voluptuosa como su otra conquista, pero igual de desinhibida. Recordaba la noche anterior cómo llamó a la puerta quejándose del ruido y los dos rubios la hicieron gritar más aún.
"En fin, es mi obligación devolverlas a la dueña". Las cogió y, totalmente desnudo, se presentó con ellas en la mano ante la hermosa morena. Pasó allí hasta el amanecer.
Comenzó en la taberna más cercana, junto a un pequeño astillero. Era el negocio perfecto. Vendían bebida a los armadores, éstos, borrachos como cubas, se amputaban alguna extremidad y necesitaban más alcohol para calmar el dolor. Sin duda el ingenio que creó aquello sería un psicópata muy inteligente. Entró y pudo apreciar el maravilloso panorama de una noche tranquila. Los hombres bebían, las mujeres bailaban y había un médico cosiendo el muñón de un hombre que cantaba al ritmo de una pianola. Había entornos idílicos y luego estaba aquel. Se sentó a la barra tranquilamente, sin llamar demasiado la atención, con los pies sobre la banqueta, observando todo el panorama. A su espalda un camarero preguntó si deseaba algo.
-Un bourbon... No, mejor una cerveza. Pero negra- La cerveza le recordaba a un viejo conocido, y lo sentía bastante cerca.
Trataba de paladear la bebida, aunque sin ingentes cantidades de alcohol le era insípida. Sin duda la bebida destilada era mejor que la fermentada, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Pidió al cantinero que le sirviera un vaso de bourbon, con un par de hielos, para aliviar el calor que la bebida daba. Dio un sorbo y se le inundó la boca. Era un mejunje delicioso, nadie se imaginaría nunca que aquellas cosas se hacían probablemente en una bañera sucia. De repente se sintió un poco asqueroso, pero el alcohol amortiguó la sensación. En vez de repulsión, sentía un magnetismo atrayente hacia el vaso, una sensación muy parecida al amor. "No hay amor más puro que el de un hombre y su licor". Aquello era verdad. El licor no traicionaba, nunca necesitaba disculpas, siempre estaba allí dispuesto a meterse en la boca de uno y, lo más importante, los Sentokis no trataban de apuñalar licores.
Terminó el vaso y se marchó. Fuera ya era noche velada y le faltaban aún veintiocho tabernas que recorrer. Según recorría el camino, le pareció ver a un marine pelirrojo caminar junto a la chica que había utilizado para desfogar sus impulsos más primarios. Ella nunca lo sabría, pero con aquel gesto de largarla tras la relación seguramente le estuviera salvando la vida. El último espadachín Sentoki lo buscaba, y cualquier persona que tuviera cierta relación con él estaba en peligro. La chica le gustaba, aquello era obvio para cualquier persona que hubiera visto sus dotes bambolearse, pero no podía permitirse el cariño con nadie que no supiera cuidarse solo. Caspio Hurr no podía perder a más mujeres.
Entró en la siguiente taberna, luego en otra, y otra, y otra más. También en la otra, la contigua, la del centro, la de más allá. Todas las visitó, despertando recuerdos del día anterior, riéndose por la mayoría. Cuando la velada comenzó a hacerse aburrida volvió a su habitación. La recepcionista no estaba en su sitio, y Caspio imaginaba por qué. La mujer era algo ligerita de cascos, y bastante irresponsable. Cogió su llave con cuidado, subió hasta la habitación y se tumbó en la cama. Tuvo que apartar de su almohada unas sensuales braguitas rojas, de las que tenía certeza casi absoluta de quién eran. La chica de la habitación de al lado, una morena de ojos verdes, no tan voluptuosa como su otra conquista, pero igual de desinhibida. Recordaba la noche anterior cómo llamó a la puerta quejándose del ruido y los dos rubios la hicieron gritar más aún.
"En fin, es mi obligación devolverlas a la dueña". Las cogió y, totalmente desnudo, se presentó con ellas en la mano ante la hermosa morena. Pasó allí hasta el amanecer.
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El sol empezaba a asomar por el horizonte, y por desgracia, la habitación del sargento Teravan estaba orientada hacia el este, por lo que la luz del amanecer le iluminaba toda la cara, impidiéndole dormir con tranquilidad. La noche pasada había sido una noche de juerga para él. No estaba de servicio y había aprovechado para visitar todas y cada una de las malolientes tabernas de la ciudad, probando la cada vez más aguada cerveza. Estaba harto de aquella bebida tan mal hecha, tanto, que casi cae en la tentación de beberse una botella de bourbon que guardaba para una ocasión especial.
Se llevó una mano a la frente, bajándola hasta los ojos, intentando taparse del sol, pero no surtía un efecto considerable. El calor que le proporcionaba, además, le resultaba realmente incómodo. Se dio la vuelta, dándole la espalda a la ventana, pero eso solo hacía que se sintiese más acalorado. Tras unos minutos pensando en una solución a su problema, tomó la solución más difícil y costosa de todas. Se levantó de la cama como buenamente pudo y con pasos lentos y torpes fue hacia la ventana, la cerró y se dirigió de nuevo a la cama, tirándose en ella de un salto. Volviéndose a dormir rápidamente.
Despertó después de un par de horas por unos vecinos vociferantes en la calle, decidió que era hora de levantarse, y así lo hizo. Se vistió y se puso la chaqueta, recogió sus bolsas de balas y salió a la calle. Miró con odio a aquellos vecinos que le había impedido seguir durmiendo y sigiuó su camino hacia la taberna más próxima
Se llevó una mano a la frente, bajándola hasta los ojos, intentando taparse del sol, pero no surtía un efecto considerable. El calor que le proporcionaba, además, le resultaba realmente incómodo. Se dio la vuelta, dándole la espalda a la ventana, pero eso solo hacía que se sintiese más acalorado. Tras unos minutos pensando en una solución a su problema, tomó la solución más difícil y costosa de todas. Se levantó de la cama como buenamente pudo y con pasos lentos y torpes fue hacia la ventana, la cerró y se dirigió de nuevo a la cama, tirándose en ella de un salto. Volviéndose a dormir rápidamente.
Despertó después de un par de horas por unos vecinos vociferantes en la calle, decidió que era hora de levantarse, y así lo hizo. Se vistió y se puso la chaqueta, recogió sus bolsas de balas y salió a la calle. Miró con odio a aquellos vecinos que le había impedido seguir durmiendo y sigiuó su camino hacia la taberna más próxima
Caspio se despertó por la mañana, abrazado a la ardiente muchacha morena. Le dio un beso en la cabellera negra, a modo de despedida. Aquel día abandonaría la isla, en completo silencio. Si no recordaba qué hacía en la isla de poco le iba a valer seguir allí. Fue a su habitación y recogió sus cosas, llenando su maleta ordenadamente como era costumbre. Se vistió con su hermosa capa azul y se cinchó las armas correctamente. Salió a la calle, pasando por la recepción, donde una mujer de pecho alegre lo miraba con una sonrisa malévola. Estaba despeinada y llevaba la misma ropa que el día anterior, amén de unas manchas sospechosas cerca de sus labios. "¿Con cuántos habrás estado esta noche?", pensó mientras hacía cálculos. Como mínimo eran dos. Salió a la calle, y comenzó a caminar.
Era un día soleado. El fulgor veraniego impregnaba cada palmo del suelo empedrado de Water7, y Nat volvía a buscar un buen lugar para beber. Tal vez allí encontrara algo interesante que ver, o que hacer... Algo divertido, quizás. Caminaba animosamente protegido bajo su sombrero, guardado en el interior de su capa. En el interior de aquella prenda se estaba fresco, aunque la cara le sudaba ya a horrores. Necesitaba un refrigerio. A ser posible con un 73% de alcohol. Entró en una taberna de clase moderada, donde la decoración era modesta, pero la gente silenciosa y educada. El camarero no llevaba uniforme, aunque sonreía a cada cliente y guardaba una palabra amable para el siguiente. Cuando él llegó a la barra el hombre ya tenía una botella de bourbon y un vaso con hielo. "¿Ya seré tan famoso?", pensó. Era la primera vez que se presenciaba en aquel lugar, o eso creía. Había llegado la noche anterior y sólo había tenido oportunidad de visitar una pequeña taberna.
Se dirigió a una silla sencilla, con cojín de cuero verde esmeralda, mientras pensaba en detalles de la noche anterior. Recordaba haber perdido la cuenta de cuántas bebidas había pedido y... "Vale, ya recuerdo", dijo para sí mientras llegaba a su mente la escena del día anterior. Estaba subido una mesa, cantando y riendo, y acabó exigiéndole al camarero que corriera la voz. El hombre del sombrero entraría y pagaría muy bien a quien le sirviera bourbon. También había hecho eso hacía dos noches, estaba seguro. "Bueno, al menos el hombre me hizo caso, las dos veces". Se sentó y acomodó, dejando el sombrero en un colgador cercano, dejando su cabello caer sobre la cara, mostrándola a los que allí estuvieran.
Miró al techo. Era sencillo, pero limpio, y la gente charlaba animosamente, pero con rigurosa educación, sin molestar al prójimo. La luz blanca de las lamparitas iluminaba el local, y de la cocina emanaba un delicioso aroma. Estaba desando comer algo de aquella cocina. El camarero lo miraba, y pareció leer su mente, porque le llevó algo de picar mientras bebía. Era un pastelito de manzana, con una porción de carne de cerdo asada junto a él. La situación le resultaba familiar, sólo faltaba que entrara un marine por la puerta.
Era un día soleado. El fulgor veraniego impregnaba cada palmo del suelo empedrado de Water7, y Nat volvía a buscar un buen lugar para beber. Tal vez allí encontrara algo interesante que ver, o que hacer... Algo divertido, quizás. Caminaba animosamente protegido bajo su sombrero, guardado en el interior de su capa. En el interior de aquella prenda se estaba fresco, aunque la cara le sudaba ya a horrores. Necesitaba un refrigerio. A ser posible con un 73% de alcohol. Entró en una taberna de clase moderada, donde la decoración era modesta, pero la gente silenciosa y educada. El camarero no llevaba uniforme, aunque sonreía a cada cliente y guardaba una palabra amable para el siguiente. Cuando él llegó a la barra el hombre ya tenía una botella de bourbon y un vaso con hielo. "¿Ya seré tan famoso?", pensó. Era la primera vez que se presenciaba en aquel lugar, o eso creía. Había llegado la noche anterior y sólo había tenido oportunidad de visitar una pequeña taberna.
Se dirigió a una silla sencilla, con cojín de cuero verde esmeralda, mientras pensaba en detalles de la noche anterior. Recordaba haber perdido la cuenta de cuántas bebidas había pedido y... "Vale, ya recuerdo", dijo para sí mientras llegaba a su mente la escena del día anterior. Estaba subido una mesa, cantando y riendo, y acabó exigiéndole al camarero que corriera la voz. El hombre del sombrero entraría y pagaría muy bien a quien le sirviera bourbon. También había hecho eso hacía dos noches, estaba seguro. "Bueno, al menos el hombre me hizo caso, las dos veces". Se sentó y acomodó, dejando el sombrero en un colgador cercano, dejando su cabello caer sobre la cara, mostrándola a los que allí estuvieran.
Miró al techo. Era sencillo, pero limpio, y la gente charlaba animosamente, pero con rigurosa educación, sin molestar al prójimo. La luz blanca de las lamparitas iluminaba el local, y de la cocina emanaba un delicioso aroma. Estaba desando comer algo de aquella cocina. El camarero lo miraba, y pareció leer su mente, porque le llevó algo de picar mientras bebía. Era un pastelito de manzana, con una porción de carne de cerdo asada junto a él. La situación le resultaba familiar, sólo faltaba que entrara un marine por la puerta.
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Entró a la taberna de bastante buen humor, pues a pesar de que le habían vuelto a despertar, tenía buenas vibraciones hacia ese día. Había despertado sin tener a la hermosa rubia al lado, pero le había dejado una nota diciéndole que tenía que ir a trabajar. Tal vez le hiciese una visita esa tarde, pues le había alegrado la noche.
Pestañeó un par de veces, acostumbrando sus ojos a la penumbra, pues la diferencia de luz en el umbral era considerable, y recordó de golpe a quién se había encontrado la noche anterior, y la anterior también. Se arrepintió de haber bebido tanto esos días. La capa era diferente, pero su estampa era la misma y no había mucha gente que bebiese lo que aquel hombre tenía en las manos. Ni más ni menos que un vaso de bourbon.
- Veo que hay cosas que no cambian, ¿eh, Nat? - dijo con una sonrisa de medio lado mientras se acercaba a la silla contigua. - Que se me lleven los vientos del South Blue... No te veo desde esos asquerosos pantanos de Shoko... Esta taberna es mucho mejor que aquel tugurio, ¿no es cierto?
Pidió un vaso de bourbon, igual que su compañero, lo que seguramente le causaría una grata sorpresa. Pidió también comida y bebida en abundancia, para celebrar su reencuentro. Tenían muchas cosas de las que hablar. Y aún tenía que agradecerle el regalo que le había dejado en aquella invernal isla.
- Por cierto, gracias por la nieve que me regalaste. Me ha sido muy útil... - dijo alzando su vaso de bourbon.
Aquel iba a ser un día perfecto, pero es ya es otra historia.
Pestañeó un par de veces, acostumbrando sus ojos a la penumbra, pues la diferencia de luz en el umbral era considerable, y recordó de golpe a quién se había encontrado la noche anterior, y la anterior también. Se arrepintió de haber bebido tanto esos días. La capa era diferente, pero su estampa era la misma y no había mucha gente que bebiese lo que aquel hombre tenía en las manos. Ni más ni menos que un vaso de bourbon.
- Veo que hay cosas que no cambian, ¿eh, Nat? - dijo con una sonrisa de medio lado mientras se acercaba a la silla contigua. - Que se me lleven los vientos del South Blue... No te veo desde esos asquerosos pantanos de Shoko... Esta taberna es mucho mejor que aquel tugurio, ¿no es cierto?
Pidió un vaso de bourbon, igual que su compañero, lo que seguramente le causaría una grata sorpresa. Pidió también comida y bebida en abundancia, para celebrar su reencuentro. Tenían muchas cosas de las que hablar. Y aún tenía que agradecerle el regalo que le había dejado en aquella invernal isla.
- Por cierto, gracias por la nieve que me regalaste. Me ha sido muy útil... - dijo alzando su vaso de bourbon.
Aquel iba a ser un día perfecto, pero es ya es otra historia.
A veces las casualidades suceden. Por la puerta entró un marine de estatura media, pelirrojo y gran amigo. Nat lo reconoció en seguida. Teravan, el sargento de la marina con el que tenía tratos de vez en cuando indebidos y que a ambos compensaban en gran medida. Se lo veía bastante alegre y despreocupado, bastante más, por lo menos, que la última vez que lo vio. De repente se dio cuenta de que lo había visto varias veces en el tiempo que llevaba allí, y se sintió ligeramente avergonzado de no haberse dado cuenta. El marine se acercó a él y lo saludó tranquilamente, al tiempo que se sentaba junto a él.
- Veo que hay cosas que no cambian, ¿eh, Nat? Que se me lleven los vientos del South Blue... No te veo desde esos asquerosos pantanos de Shoko... Esta taberna es mucho mejor que aquel tugurio, ¿no es cierto?
Se lo veía radiante, e incluso generoso. Pidió comida y bebida, y cuando se la trajeron no dudó en beber como si hubiera bebida infinita y su hígado fuera infranqueable. Le caía bien aquel tipo, y tenía bastantes ganas de hablar con él, pero también tenía un barco que coger y un horario que cumplir. No podía estar todo el día de cháchara, aunque un encuentro con su confidente era una verdadera casualidad, y pensaba aprovecharla.
- Por cierto, gracias por la nieve que me regalaste. Me ha sido muy útil... -Le dijo el marine, alzando el vaso con gracia.
-De nada, siempre es un placer regalar nieve a compañeros. Por cierto, un día de estos tengo que pasar por Little Garden, que dicen que hay buena tierra. Tal vez te mande un poco. Y ahora, si me disculpas- Dijo, levantándose de la silla y poniéndose el sombrero-. He de irme hacia allí.
Se marchó por la puerta, pensando en aquel chico. Llegaría muy alto a la marina o lo cazarían en el intento. Todo podía suceder, pero estaba claro que el destino los había juntado por alguna razón, y debían responder a ella en el futuro. Fuera por unas o por otras, aquella relación seguiría siendo bastante fuerte hasta que Caspio hubiera cumplido sus objetivos. Caminó por las calles de la isla, sin pararse en ninguna taberna, con paso raudo, buscando el barco que lo esperaba para su viaje hacia Little garden.
- Veo que hay cosas que no cambian, ¿eh, Nat? Que se me lleven los vientos del South Blue... No te veo desde esos asquerosos pantanos de Shoko... Esta taberna es mucho mejor que aquel tugurio, ¿no es cierto?
Se lo veía radiante, e incluso generoso. Pidió comida y bebida, y cuando se la trajeron no dudó en beber como si hubiera bebida infinita y su hígado fuera infranqueable. Le caía bien aquel tipo, y tenía bastantes ganas de hablar con él, pero también tenía un barco que coger y un horario que cumplir. No podía estar todo el día de cháchara, aunque un encuentro con su confidente era una verdadera casualidad, y pensaba aprovecharla.
- Por cierto, gracias por la nieve que me regalaste. Me ha sido muy útil... -Le dijo el marine, alzando el vaso con gracia.
-De nada, siempre es un placer regalar nieve a compañeros. Por cierto, un día de estos tengo que pasar por Little Garden, que dicen que hay buena tierra. Tal vez te mande un poco. Y ahora, si me disculpas- Dijo, levantándose de la silla y poniéndose el sombrero-. He de irme hacia allí.
Se marchó por la puerta, pensando en aquel chico. Llegaría muy alto a la marina o lo cazarían en el intento. Todo podía suceder, pero estaba claro que el destino los había juntado por alguna razón, y debían responder a ella en el futuro. Fuera por unas o por otras, aquella relación seguiría siendo bastante fuerte hasta que Caspio hubiera cumplido sus objetivos. Caminó por las calles de la isla, sin pararse en ninguna taberna, con paso raudo, buscando el barco que lo esperaba para su viaje hacia Little garden.
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