Isla de Bambú (Privado: AlexEmpanadilla, Xalzahar)

El barco de Derian se había desviado. Estúpida tormenta. El viaje estaba siendo cómodo y agradable hasta que aquel maldito tifón se había generado de la nada y los había desviado del rumbo marcado. Alex estaba molesto. Tampoco era que le importase mucho el tardar en llegar a la siguiente excavación o evento social en el que Derian participase, ya que odiaba todas aquellas reuniones de gente pomposa, pero en el barco se aburría sobremanera. Llevaba todo el día caminando por cubierta, de aquí para allá. Haciendo nada. Así que cuando vio una isla a la que se dirigían para tratar de recuperar el rumbo, salió corriendo hacia los botes. Le dijo a un marinero que avisara de que iba a dar una vuelta por la isla y desembarcó.

Cuando llegó a la costa, quedó bastante sorprendido por la vegetación. Bambú. Bambú por todas partes. Enormes tallos de bambú. El médico empezó a caminar por la costa, buscando alguna señal de habitantes, pero no parecía haber nadie. Suspiró y se adentró entre los tallos de bambú. Eran gruesos. Alex tenía sed, y entonces recordó que ciertas especies de bambú almacenaban agua en el interior de los tallos como reserva. Si cortaba uno de los tallos, tal vez pudiera encontrar algo de agua. Sacó su daga y empezó a cortar el tallo. O al menos lo intentaba, pero el filo del arma apenas llegaba a arañar la superficie de la planta. Aquel tallo era extremadamente duro. Ahora sí que estaba interesado en aquellos bambús. Empezó a frotar con el filo de la daga contra el tronco del bambú, esperando conseguir hacer una pequeña mella en la planta. Tras aproximadamente diez minutos, logró abrir un diminuto agujero, lo suficiente como para que empezara a gotear agua. El médico sacó un botellín vacío de su maleta y se dispuso a llenarlo.

Tras seis días a la deriva en ese pequeño bote de remos, el agua de mar empezaba a resultar peligrosamente tentadora. Las pocas provisiones que habia logrado subir a bordo antes de que la explosion de la santabárbara redujera el barco pirata a un millar de tablas llameantes se habian agotado con rapidez. Ahora el curioso personaje que yacía aletargado entre los remos comenzaba a arrepentirse de haber recurrido a medidas tan... Explosivas. No habia tenido alternativa, pero aun asi, su situacion se le antojaba bastante precaria.
En el peor momento del dia, cuando el sol se hallaba en el punto álgido de su recorrido, un olorcillo querido y familiar le trajo la primera alegría de la semana; era el siempre deseado olor a tierra. Saliendo sobresaltado de su sopor, se arregló los maltrechos ropajes lo mejor que pudo y comenzo a remar apresuradamente hacia la costa. Cosa de una hora mas tarde la pequeña embarcacion se adentraba playa adentro arrastrada por nuestro involuntario marinero.
Tras unos momentos que dedicó a tomar aliento y poner en orden tanto pensamientos como equipamiento, comenzó a reconocer el terreno a lo largo de la costa. Se fijó en que la vejetacion costera estaba constituida basicamente por bambú. Apenas pudo contener la sonrisa al darse cuenta de que no necesitaria buscar agua tierra adentro. Sin pensarselo dos veces, guiado por una sed de días, se arrodilló espada en mano y abrió una hendidura horizontal cerca de la base de la caña. El agua comenzó a fluir en un chorro fino y constante. Con un ansia apenas disimulada pego los labios al bambú y comenzo a beber. Sumido aún en el extasis que conlleva beber por primera vez en mucho tiempo, levanto levemente la mirada y, asombrado pero sin dejar de beber, de rodillas y con ambas manos apoyadas en el suelo, se percató de que habia otro hombre a escasos pasos de el, llenando un botellin utilizando el mismo método.

Alex llevaba ya media botella llena cuando a su lado apareció un hombre. Sin mediar una palabra, sacó una espada y pegó un tajazo a uno de los bambús, cortándolo limpiamente. Alex quedó estupefacto. Aquel tipo debía tener una fuerza impresionante en los brazos. El hombre se puso a beber del bambú con fruición. Debía tener mucha sed. Solo cuando hubo parado de tomar del agua, observó al médico. Alex le hizo un gesto de saludo con la mano y le preguntó:

- ¿Podría coger un poco de ese agua? -dijo mientras mostraba su botellín a medio llenar y el minúsculo agujero que había logrado hacer en su bambú. No le apetecía tener que estar otro tanto esperando a que su botella se llenara gota a gota. Prefería entrar en la isla y observar qué era lo que ocultaba aquel bosque de bambú férreo.

Miró hacia el mar, a través de unas cañas de bambú. Estaba tranquilo ahora. Maldijo en voz baja la tormenta que los había desviado.

Solo cuando el hombre le habló, Xalhazar salió de su ensimismamiento y se irguió lentamente con toda la dignidad que fue capaz de reunir, que dadas las circunstancias no era mucha. Antes de contestar se tomo su tiempo en observar al individuo que acababa de aparecer. Le pareció extraña su petición, ya que toda la zona estaba poblada de bambú, que eran potenciales fuentes de agua, aunque no tardó en darse cuenta por el dolor en el hombro y la enorme mella en la espada que aquellos bambúes no eran del todo normales. Agradeció no haber utilizado a Stille, si no una espada pirata recién robada para abrirlo. A pesar de estar sediento le pareció buena idea dar vía libre al extraño y no buscarse problemas. Ademas no era ningún perro sarnoso que gruñera a cualquiera que se acercase a su comida, tenía su orgullo, demasiado, tal vez.
Se agachó para dar un ultimo sorbo, retrocedió un paso y le hizo un gesto con la mano ofreciéndole el paso.
-Por favor, sírvase.- Dijo, mientras arrojaba con gesto despreocupado la espada a la maleza, considerándola inútil.
-¿Puedo preguntar con quien tengo el placer de compartir mi agua?
No se encontraba especialmente cómodo en aquella extraña situación, algo le decía que aquel hombre podría resultar peligroso. No obstante, parecía mejor compañía que el grupo de piratas del que acababa de librarse, pues ellos habían intentado matarlo en el momento en que lo vieron.

Alex asintió. El hombre aquel le había cedido la caña de bambú, y no quería ser descortés, así que se presentó:

- Mi nombre es Alex Cooper. Aunque puedes llamarme Cuervo. -llevó la botella al corte y se puso a rellenarla. Cuando estuvo llena, acercó la boca y bebió un poco. El otro hombre tenía un aspecto fiero. El médico se sentía ligeramente intimidado. Pero no dijo nada. Esperó a que su acompañante se presentara y se sentó en el suelo, al lado del bambú cortado. Ciertamente aquel hombre debía tener bastante fuerza.

Miró el mar de nuevo. Tal vez sería buena idea volver, pero aquella isla de plantas aceradas había llamado su atención. Tal vez hubiera algo interesante si entraba en aquel bosque. Y al fin y al cabo, si se perdía siempre podría salir volando gracias a su fruta.

A unos veinte metros de donde estaban los dos, una senda penetraba entre la maleza de bambús. El médico se levantó del suelo, agarrando su maletín con firmeza y dijo:

- No sé a ti, amigo, pero a mi esta isla me ha llamado la atención. Voy a ver si hay algo interesante que ver por ahí. -señaló al camino y se internó en la espesura.

Xalhazar rebuscó en su memoria. Para él era como caminar por una biblioteca laberíntica confeccionada por recuerdos, datos, nombres y fechas. No tardó en reconocer el nombre, había oído hablar del doctor cuervo con anterioridad, de su reputación como médico mas bien; conocer la reputación del máximo de personas posibles era clave para el éxito en su trabajo, y por suerte para él, conocer era su especialidad.

El médico comenzó a adentrarse tierra adentro y no tardó en perderse de vista entre las cañas de bambú. Tras un rápido cálculo sobre sus posibilidades de supervivencia en una isla desconocida, solo y sin mayor embarcación que un bote maltrecho, decidió acompañar al hombre que acababa de conocer. Comenzó a seguirlo a unos pasos de distancia.

-Iré con vos, si no os importa.- Dijo en tono calmado mientras examinaba con curiosidad la densa vegetación que delimitaba los lados del camino.-Estoy al tanto de vuestra labor como medico ambulante, una vocación muy noble, si me lo permite.

No había reconocido la isla al llegar, y aquello le preocupaba. Tras unos momentos debatiendo consigo mismo si debía o no debía preguntar dejó a un lado el orgullo a favor del instinto de supervivencia.
-¿Os importaría decirme, por cierto, en que isla nos encontramos?-Era el mismo tono de antes, lo había preguntado como quien pregunta por una dirección o por algún plato fuera de carta. Hizo lo posible por ocultar que estaba en serios problemas.

Alex miró a aquel tipo. Sabía quien era él. Poca gente conocería a un médico ambulante como lo era él, pero aquel extraño hombre parecía saber de lo que hablaba. Le preguntó por la isla en la que se encontraban. Alex se giró y le hizo un gesto de frustración:

- Siento decirte que no tengo ni la más remota idea de en qué isla perdida de la mano de Dios nos encontramos. -miró al hombre a los ojos-. Una tormenta nos ha desviado del rumbo y por eso me encuentro aquí. Pero no te preocupes. Si no tienes modo de salir de aquí supongo que mi capitán podría hacerte un hueco. Al menos hasta que lleguemos a un puerto.

Avanzaba despacio, entre la espesura de bambú. Casi no vio la enorme tela de araña que había frente a él. Por suerte, un rayo de sol pasó entre los bambús, reflejándose en la seda de araña, y alertándolo de la situación de la red. No era algo importante, pero no le apetecía mancharse su ropa con seda de araña, pegajosa y asquerosa a partes iguales.

Avanzando un poco más por el bosque de cañas, llegaron a un pequeño claro. Pero había algo extraño allí. En un primer momento no lo detectó, pero tras unos instantes observando el lugar cayó en la cuenta. Aquí y allá había cañas de bambú rotas, algunas de ellas mordidas y arrancadas. ¿Qué clase de animales había en aquella isla? ¿Serían peligrosos?

La propuesta del medico de compartir embarcación lo alivió sobremanera. Por fin una buena noticia, al menos tenía forma de salir de aquella isla. Ya había perdido demasiado tiempo navegando a la deriva, esperar a ser rescatado en aquella isla durante dios sabe cuanto tiempo no habría hecho mas que ralentizar su búsqueda. Debía volver cuanto antes e intentar encontrar de nuevo el rastro de aquel pirata. Ya se le había escapado dos veces, primero por culpa de aquella muchacha pelirroja y ahora su billete de ida al escondrijo de ese rufián había volado en mil pedazos.

-Le estoy muy agradecido, doctor. Me uniré a ustedes gustosamente, prometo que no les importunaré durante demasiado tiempo-. Mientras decía esto, ambos jóvenes se adentraron en un extenso claro, por cuyo suelo se hallaban dispersas cañas de bambú rotas e incluso masticadas. No se dio cuenta al principio, pero tras unos momentos de análisis sintió un ligero escalofrío recorriéndole la espina. Había roto una espada al hacer tan solo un pequeño corte en una de las cañas, le costaba imaginar que clase de mandíbulas tendría el animal que hiciera de ellas parte de su dieta.

Se quedó un momento quieto en completo silencio, y escuchó. Al poco tiempo comenzó a oír débiles crujidos, el lento sonido de pasos entre la maleza. Probablemente se trataba de algún animal así que siguió caminando. Aun sabiendo esto desenvainó ambas dagas por precaución. Tal vez la fauna del lugar le daba alguna pista que le hiciera reconocer el lugar en el que se encontraban.

Alex también lo había escuchado. Eran unos crujidos de pasos sobre la hojarasca. Algo se acercaba, seguramente un animal de aquella isla. Si había logrado tronzar aquellos bambús, debía ser bastante fuerte, o al menos tener unas mandíbulas poderosas. Sentía como aquella cosa se acercaba. Además de los pasos, ahora escuchaba el sonido de las cañas rompiéndose y cediendo ante algo. Aquella cosa era enorme.

Apareció entre las cañas ante ellos. Era un oso panda. Pero no un oso panda normal. Debía medir por lo menos cuatro metros, y su mirada era demencial y agresiva. ¿Qué clase de criatura era aquella? El médico observó sus colmillos, aquellos que habían partido el bambú de acero a su alrededor. Iba a ser difícil vencer a aquella cosa, pero estaba claro que no podían escapar si aquel animal podía romper el bambú y atraparlos.

Sacó una bomba de litio de su mochila lentamente. Sin dejar de mirar al animal, dijo:

- Esta es una bomba de litio. Tal vez llegue para asustarlo. Si no es así, permanece detrás de mi. -no estaba seguro de si aquel tipo iba a hacerle caso, pero si lo hacía, suponía que podría vencer a aquel panda gigante sin muchas complicaciones.

Cuando aquella gigantesca criatura apareció de entre los las cañas de bambú Xalhazar se dio cuenta por fin de que isla se trataba, desgraciadamente en aquella situación eso no le servía de mucho. No podría huir entre la maleza durante demasiado tiempo hasta que la criatura lo alcanzara, y tampoco parecía una sabia idea quedarse quieto. Solo una cosa lo confortaba: que la piel de ese animal no podía ser tan dura como los bambús que los rodeaban.
Vio como su compañero sacaba un artilugio de su mochila, dijo que era una bomba. Lo mas probable era que a un animal de ese tamaño un petardazo lo pusiera furioso, así que se preparó para lo peor.
Desenvainó a Stille y la blandió en la mano derecha, la izquierda la extendió con la palma abierta hacia el suelo. Desde debajo de su manga unos filamentos negros comenzaron a deslizarse por su piel hacia su mano. Parecía un dibujo en movimiento, un entrelazado de venas negras que se agrupaban en su palma, como un río que se dirige hacia su desembocadura. Poco a poco comenzó a emerger desde debajo de su piel algo que parecía un filo. Primero despacio, después mas rápido, fue tomando la forma de una espada. Una espada completamente negra que había surgido de su piel como por arte de magia. La blandió con fuerza, como si se tratara de una extensión de su propio cuerpo.
-Veamos de que estás hecho, cachorrito.- Dijo con arrogancia, mientras hacia desaparecer completamente la expresión seria de su rostro y la sustituía por una amplia sonrisa.

Alex no se lo pensó dos veces. Lanzó la bomba al animal. El explosivo detonó justo al lado de la cabeza del panda, que durante un instante quedó aturdido. El médico aprovechó para saltar hacia él, sacando su daga del maletín y lanzándolo al suelo, al lado de su acompañante. El oso lo vio venir, pero el médico era rápido, y le hizo un corte profundo en el cuello. Había estudiado la suficiente anatomía para detectar los puntos vitales del objetivo, y sabía que por la zona por la que acababa de cortar se encontraba la yugular. Si la había cercenado, a aquel monstruo apenas le quedaban unos instantes de vida.

En efecto, el monstruo empezó a expulsar sangre a presión por el corte, como si de una fuente o un aspersor se tratase. El médico miró su arma, llena de sangre del animal, e hizo un movimiento brusco con la mano para limpiarla, con lo que manchó el suelo con diminutas gotitas carmesí. El animal se derrumbó tras él.

Un rugido sonó proveniente de donde había salido aquel panda monstruoso. Alex observó el camino que había creado el oso a su paso. Allá, a lo lejos, cuatro osos bajaban a toda velocidad hacia donde estaban ellos. Aquello no tenía buena pinta. Agarró su maletín del suelo y retrocedió hasta donde estaba su acompañante.

Xalazar observó estático como su compañero acababa de un solo corte con la vida del monstruo, que calló al suelo causando un enorme estruendo. Por desgracia el ruido había alertado a mas de esos gigantescos osos panda, y cuatro de ellos avanzaban en tropel arrancando el bambú a su paso como si fuera paja. Respiró hondo y se preparó. Ahora que conocía el punto débil de aquellos seres la desventaja en la que se encontraba había disminuido considerablemente. No obstante hizo desaparecer la espada negra de su mano, ya que mientras estuviera a ras de suelo iba a resultar inefectiva.
No podía permitirse el lujo de dejar que esas fieras lo arrollaran, obviamente el golpe lo destrozaría, sería como ser aplastado bajo un alud, y no quería repetir aquella experiencia. Salió a su encuentro a toda velocidad a pesar de que le habían dicho que no tomara parte, intuía que aquella petición solo habría tenido validez en caso de que solo hubiera un enemigo. Según corría asió la espada y la arrojó con fuerza hacia adelante, ligeramente desviada hacia la derecha. La espada girando en el aire sobre si misma se clavó horizontalmente a unos tres metros de altura en un bambú a medio camino entre él y los osos.
Vio como estas bestias se acercaban hacia el, apenas a unos metros de distancia. Aumentó su velocidad, saltó hacia las cañas del borde del camino, se impulsó en una de ellas hacia adelante, permitiéndole alcanzar su espada. Dando una fuere patada al bambú arrancó la espada y saltó hacia el oso que iba en cabeza. Este en plena carrera, arrojó un manotazo en su dirección, destrozando la vegetación y partiendo por la mitad todo el bambú que llegó a alcanzar. Pero a el no lo logró golpear, y trepaba agarrándose al abundante pelo de su lomo.
El oso, que no había parado daba sacudidas a cada paso que daba, pero Xalhazar se mantuvo agarrado como una garrapata a su espalda, avanzando hacia la cabeza del animal. Llegando ya al punto de origen donde estaba su compañero, pudo clavar a Stille profundamente en el cráneo de la bestia. Esta paró en seco y la inercia propulsó a Xalhazar hacia adelante, que agarrado a la empuñadura de su espada quedó colgando frente a frente con la cara del animal.
Se soltó, cayendo al suelo y rodando para no partirse las piernas. Al momento siguiente el animal se desplomó frente a ellos, y tras ponerse en pie el espadachín le sacó la espada ensangrentada de la cabeza. Miró al frente, por encima del cuerpo del animal, y lo que vio no le resultó para nada alentador. Vio la sombra de varios animales igualmente enormes que el primero, que saltaban por encima del cadáver de su compañero caído. Parecían furiosos.

Alex observó con sorpresa cómo aquel tipo realizaba una serie de movimientos acrobáticos, a cada cual más rápido que el anterior. Acabó atravesando la cabeza del oso que iba en cabeza, rodando y viendo como los demás pasaban por encima del caído, con ganas de venganza. El tipo extraño estaba en problemas. Alex había visto como sacaba y guardaba de nuevo una espada negra de no se sabía donde.

Pero mientras aquel tipo acababa con el oso, el médico no se había quedado quieto. Agarró una bomba de su maletín y se desmaterializó, elevándose entre el bambú, a la espalda del hombre. Cuando estuvo alto, se aferró a una de las cañas más gruesas y lanzó la bomba sobre los osos que se lanzaban contra su acompañante. El ruido y la explosión hizo que se desviaran ligeramente y no lo alcanzaran. El Doctor Cuervo saltó entonces, utilizando el bambú como un trampolín, y convirtiéndose en gas en medio del aire. Aterrizó sobre uno de los osos, y se aferró con fuerza, pese a los movimientos que hacía. Mientras con la mano izquierda se agarraba, acercó la derecha al ojo del animal, que pegó un cabezazo y casi lo tira, dejándolo colgad de un solo brazo y una pierna, con su cara a escasos centímetros del ojo del animal, que se movía contra los bambús para aplastarlo. El doctor cerró abrió la boca, soltando un escupitajo con alto contenido en cloro en el ojo del animal, que rugió furioso. Entonces, el médico se soltó, y el oso continuó, medio a ciegas, estrellándose contra un montículo rocoso unos veinte metros más allá y quedando sin conocimiento.

Vio como los otros dos osos corrían hacia su acompañante. Se lanzó para interponerse, agarrándolos por la mandíbula inferior y soltándo una andanado de cloro mientras lo arrastraban por el suelo.Los animales se detuvieron, con los ojos llorosos y una respiración pesada, tratando de coger aire. Alex estaba entre los dos, tirado en el suelo. Agarró su daga y se la clavó a uno de ellos en el estómago mientras el otro trataba de respirar.

Desde esa posición vio como Alex lo sacaba del apuro, de una forma bastante peculiar. Al parecer aquel hombre había probado de la fruta del demonio. No habría podido decir cual era su poder, peo no le apetecía preguntárselo mientras un oso gigante intentaba matarlo. El medico acababa de dejar inconsciente a uno de los osos y ahora lidiaba con los otros dos. Al parecer había soltado un especie de gas que resultaba bastante nocivo, por lo que decidió no respirar demasiado cerca de él.
Uno de los osos parecía seriamente afectado, daba mordiscos al aire como loco y gruñía. Parecía que no podía respirar, seguramente por culpa del gas. Aguantándose la respiración y entrecerrando los ojos corrió hacia el animal. Lanzó la espada al aire con fuerza y cogiendo impulso en el hocico de la criatura, que ahora estaba casi a ras de suelo saltó hacia lo alto. Otra vez la espada negra apareció de la nada la asió con firmeza con ambas manos. Al caer sobre el animal clavó la espada con todas sus fuerzas a la izquierda de su cabeza. Sin detenerse un momento volvió a impulsarse. Cogió al vuelo a Stille mientras caía y la clavó esta vez a la derecha del cuello del oso. El filo de ambas espadas formaban ahora una cruz en las entrañas de la pobre criatura. Asiendo ambas espadas saltó hacia atrás y calló de pie en tierra. Se agachó justo a tiempo para evitar que el zarpazo del otro oso le diera de lleno, aunque no fue lo bastante rápido. El golpe le dio de refilón en el hombro derecho y Xalhazar salio despedido rodando por el suelo. Se levantó rápidamente, aunque estaba ligeramente aturdido y notaba que no era capaz de mover el brazo. Al parecer alguna articulación ya no estaba donde tenía que estar.

Alex sintió como el otro oso se alejaba. Se levantó justo en el momento en el que el oso atacaba a su compañero. El hombre se había agachado para evitar el golpe del animal, pero no había sido lo suficientemente rápido y se había llevado un buen zarpazo en el hombro. Pese al impacto, el médico vio cómo se levantaba con rapidez. Sin embargo, algo le pasaba a su brazo. Estaba inerte, colgando del hombro. Tal vez se hubiera dislocado algo, pero eso no podía saberlo en ese momento. El médico corrió hacia su maletín y lo agarró con rapidez, buscando una caja de píldoras de colores. Sacó una verde, una roja y una azul. Las metió las tres en la boca. Sintió como sus piernas y brazos ardían, aumentando la oxigenación hasta límites sobrehumanos. También notó como la ropa le empezaba a apretar según sus músculos crecían. Y de repente, el tiempo pareció ralentizarse. Sabía que en ese estado solo podía permanecer un límite de tiempo corto antes de que las sustancias dejasen de hacer efecto. Metió la mano en el maletín y sacó un botellín del que dio un trago largo. Sus músculos se tensaron, y el doctor salió corriendo a una velocidad sobrehumana. Todo esto lo hizo en apenas cinco segundos. Cuando llegó a socorrer a su compañero, agarró la zarpa del oso con una mano mientras con la otra mantenía el otro brazo del oso inmovilizado. Las píldoras de fuerza y velocidad funcionaban a la perfección. El oso lo atacó, intentando morderlo, pero lo esquivó moviéndose a un lado con facilidad. Los activadores de sinapsis también eran perfectamente operativos. Entonces, cerró el puño derecho y saltó en el aire, hasta casi igualar la altura del oso. De un puñetazo rápido y poderoso, noqueó al animal. Su mano no tenía ni un rasguño. El endurecedor cutáneo también funcionaba. Aterrizó de forma ligera y se giró hacia el espadachín:

- Veamos si puedo arreglar eso -dijo mientras de un golpe seco colocaba el hueso en el sitio-. Pronto estas sustancias dejarán de hacerme efecto y seremos presas fáciles, así que mejor volvamos al barco. -dijo mientras empezaba a caminar en silencio, sintiendo como se le desvanecían las capacidades sobrehumanas.

Aunque sentía un fuerte dolor en el hombro, el brazo volvía a responder. No obstante prefirió dejarlo quieto al menos durante un tiempo. Alex echó a andar por donde habían venido, en dirección al barco. Sentía curiosidad acerca de los poderes que había demostrado, pero no llegó a preguntar. Había aprendido a respetar los secretos de los demás, para que no rebuscaran en los suyos.
Había conseguido transporte a los diez minutos de llegar a aquella isla y solo se había dislocado un hombro. En retrospectiva parecía que la suerte estaba de su parte. Caminaron en silencio durante el trayecto, Alex por delante en todo momento, pues era quien sabia el camino a seguir. Mientras andaba se puso a juguetear con la garra de panda que se había llevado como souvenir. Era negra, preciosa y afilada. Se la guardó en el bolsillo de la chaqueta, pensando que tal vez algún coleccionista pagaría bien por ella.
No pasaría demasiado tiempo en aquel barco. Desembarcó en el primer puerto en el que tomaron amarras, pues tenía cosas que hacer, gente que buscar, y ya había perdido demasiado tiempo en alta mar. Agradeció debidamente al medico que le había socorrido en aquella isla perdida de la mano de dios y se perdió entre la multitud del muelle, inmerso en sus pensamientos.