Un encuentro predestinado: Luz y Oscuridad [Selene y Émile]

Émile corría todo lo rápido que podía. Sus pasos resonaban con fuerza por todo el lugar, mientras la oscuridad lo iba devorando todo. Pero él era más rápido, y siempre iba dos pasos por delante de la sombra. Saltó por encima de un tronco caído y siguió corriendo, jadeando. Miró hacia atrás y vio la oscuridad devorando el pedazo de madera, junto con el suelo de alrededor. Aceleró el paso, pero de repente ya no había suelo. Caía hacia un pozo de oscuridad, en el cual podía ver dos ojos rojizos relucientes. Estos le miraban fijamente, ante esa mirada se sintió aterrorizado y desnudo. Una palabras resonaron en su mente "Eres mío. Eres mi esclavo para toda la eternidad. Da igual a dónde vayas o lo que hagas, porque yo estoy en ti y siempre estaré ahí para torturarte. Puedo ver a través de tu alma, Lion D. Émile, y he visto miedo, odio, rencor, ira, tristeza. Déjame alimentarlos."



Émile despertó de golpe, gritando y empapado en sudor. Respiró con fuerza durante unos momentos y se levantó, diciéndose a sí mismo era sólo un sueño. Pero en el fondo sabía que no lo había sido. Era plenamente consciente de que aquellas palabras se las había dicho Lucifer. Desde que había despertado totalmente a la Bestia como consecuencia de emplear su akuma más de lo debido, el señor de los Infiernos en persona le hablaba. Normalmente mantenía bajo control sus emociones negativas, con lo que el Diablo no era capaz de alimentarse de estas y hablarle. Pero cuando era más vulnerable (en situaciones de gran estrés o mientras dormía) acudía a su mente a hablarle y torturarle. Sabía que no podía continuar así o acabaría volviéndose loco, o peor, como un esclavo de Lucifer. Suspiró, se levantó y comenzó a vestirse. "No puedo llevar esta actitud. Tengo que mentalizarme y mantenerle a ralla. Aun tengo una misión que cumplir." Se puso una camisa blanca, vaqueros y su habitual gabardina. Tras eso cogió a Hades y a Averno, sus pistolas, y se las enganchó al cinturón. Hades era una pistola blanca con símbolos tribales en rojo oscuro, y Averno era igual pero de color negra y con los símbolos dorados. Las fundas eran de cuero negro, y ambas tenían el mismo símbolo, un pentáculo de metal rojo pegado a estas.

Se levantó y salió de la habitación, de camino al piso de abajo de la taberna donde había alquilado una habitación. Se hallaba en el South Blue, tomándose unas semanas de descanso. Ahora que tenía precio por su cabeza no podía andarse con tonterías, y dado que se le buscaba en el East Blue, no creía que nadie pensara que en realidad podría estar en Baterilla. Al fin y al cabo, 8.000.000 de recompensa no era una tan elevada. La gente corriente no tendría noticia de él, y malo sería que se encontrase con un cazarrecompensas o un oficial marine. Los reclutas seguramente estarían desinformados también, al ser él de otro mar. Bajó hasta la estancia principal y se sentó en una mesa alejada. En cuanto el tabernero se le acercó le pidió el periódico y un café con leche. Este le trajo ambas cosas y el pirata se puso a leer por encima las noticias, viendo si había novedades importantes. Parecía ser que el corsario Meneror "Il Bianco" había vuelto a asaltar una flota mercante en el North Blue, y que había un nuevo Yonkaikyo, Lionel Racovich. A parte de eso, nada en especial. Y por suerte no le mencionaban.

- Bueno, algo menos de qué preocuparse - murmuró, doblando el periódico.

Selene caminaba con paso tranquilo por la isla de Baterilla. Había llegado hacía tan solo unas horas y tenía ganas de descansar. Era un lugar magnífico, pues la imagen que le ofrecía el paisaje estaba adornada con los cálidos rayos solares. Sin embargo, a medida que se acercaba a la ciudad, había algo que no le permitía disfrutar del paisaje. Era como si hubiese una pequeña nube sobre esa isla, algo que restaba belleza a todo aquel idílico paraíso.

Llegó a la pequeña villa y observó con atención las calles. No eran muy diferentes a cualquier otra isla. Los niños corrían con espadas de madera en la mano, imaginando ser piratas y marines; los mercaderes anunciaban a voz en grito sus productos y los habitantes paseaban tranquilamente por los pavimentados caminos. Los edificios parecían un poco antiguos, pero no destacaban demasiado. Caminó por las calles, buscando un lugar tranquilo y alejado de las miradas indiscretas, necesitaba saber qué era lo que le daba tan mala espina. Paseó durante unos minutos antes de llegar a una especie de parque diminuto interior. Se sentó en la hierba y se transformó en su celestial figura. Dos níveas alas salieron de sus homóplatos y el brillo de su cabello se acentuó, su piel adquirió un tono más claro un aura rodeó su cuerpo.

Nada más terminar la transformación sintió un fuerte estremecimiento, como si hubiese entrado en un vertedero recién llenado. Había algo, algo muy oscuro en ese lugar, más oscuro que en cualquier lugar que hubiese visto nunca. No era natural, no era humano. Intentó advertir de dónde procedía y pudo intuir que venía de una taberna que había a unos metros de distancia. Deshizo su forma completa y entró en aquel lugar. No le gustaban las tabernas en absoluto, pero no tenía elección, tenía que saber de dónde procedía esa corrupción.

Entró en el lugar, y tan solo había dos hombres. Un tabernero limpiando unos vasos de forma distraída y un hombre leyendo el periódico. Pudo observar la mirada inteligente y el rostro cansado de aquella persona, pero aún sin estar en su forma completa notó que aquel hombre era el que buscaba. Sin embargo, notó algo extraño, pues no vio maldad en el rostro del muchacho. Se sentó enfrente suya y lo miró con interés, normalmente era discreta, pero no podía conservar aquella frialdad después de lo que había visto. Pasados unos segundos, para remediar la probable sorpresa de aquel hombre, rompió el silencio.

- Oye, ¿estás bien? - dijo con un tono claramente preocupado. - Quiero decir... ehm... ¿estás bien? - dijo con cara de duda, sin saber bien cómo abordar ese tema.

Émile dejó el periódico sobre la mesa y se centró en su café. Aparentaba serenidad, pero estaba inquieto. Notaba una presión en su estómago y algo de ansiedad repentina, y Lucifer en su interior se revolvía. No le dio importancia y siguió bebiendo. Decidió que en cuanto acabase iría a dar un paseo por el pueblo y buscaría algún encargo o trabajo temporal para ganarse unos berries. Mientras pensaba esto, una mujer rubia un par de años mayor que él se sentó frente a él. Era muy hermosa. Émile se quedó sin aliento, pero no precisamente por eso. Esta le preguntó algo incómoda si estaba bien. El chico se derrumbó sobre la mesa agarrándose el estómago, sintiendo un dolor intensísimo. En su interior Lucifer rugía enfurecido, y se revolvía en su prisión espiritual tratando de liberarse y poseerle. "¡AVALON!" Repetía constantemente.

- Discúlpame, no me encuentro muy bien...

Velozmente se levantó y se escabulló hacia las habitaciones, pero no llegó a salir de la estancia. Se vio obligado a apoyarse contra la pared, manteniendo el control de sus actos a duras penas. No entendía por qué, pero Lucifer quería matar a esa mujer. Los ojos del chico se volvieron rojos, y se fijó en que su mano derecha comenzaba a alargarse, mientras sus uñas pasaban a ser garras. "Ahora no... no puedo transformarme."

- Será mejor... que salga a tomar el aire - declaró, bastante pálido.

Salió al exterior y se apoyó contra la pared de la taberna, respirando con dificultad. Su voluntad se quebraría en cualquier momento, y no entendía nada de lo que estaba pasando, lo cual le asustaba bastante. El Diablo mascullaba palabras en un idioma que le resultaba desconocido mientras seguía tratando de poseerle. De repente, se dirigió directamente hacia él, en un tono autoritario. "Émile, dame el control. Es una orden. Tengo algo que hacer, y si no me dejas lo haré por las malas." El chico, ignorando al Diablo, se metió la mano en la bota derecha y sacó un cuchillo de caza. Trató de controlar el temblor de su mano y se lo clavó en la pierna derecha. Con un quejido, lo retorció en el sitio, usando el dolor para tratar de ignorar a la Bestia y aislarla. Al instante, se notó algo mejor. Sus ojos volvieron a ser color caoba. Con el corazón latiéndole a mil por hora, se arrancó el cuchillo de la pierna y se dejó caer al suelo.

- ¿Qué cojones acaba de pasar? - se preguntó, alucinando.

Observó cómo el joven hombre corría hacia el piso superior. Quiso seguirle, pero lo vio como poco apropiado, así que esperó a que bajase. Su sorpresa fue máxima cuando observó a esa misma persona cruzar la sala casi a la carrera, como alma que lleva el diablo. Se levantó de la silla y pagó la cuenta del hombre, por si acaso se olvidaba de saldar lo que debía. Salió fuera y vio, con una mirada repleta de sorpresa, un cuchillo clavado en la pierna de Émile. Se acercó corriendo y rompió un trozo de la tela de su falda para , acto seguido, vendarle la pierna herida.

Bien, no era muy complicado discernir lo que pasaba. Aquel hombre tenía algo dentro, algo que le atormentaba hasta el punto de autolesionarse. No tenía ni idea de qué era, pero debía intentar detenerlo, pues no había duda de que ese era el rastro que había visto. Eso debía ser eliminado, o la gente de su alrededor correría grave peligro, además de él. Le puso una mano en la cara y le abrió los párpados con los pulgares, intentando ver algo inusual. Sin embargo, la única imagen que ofreció fue la de unos ojos color caoba completamente comunes. Le soltó los párpados mientras le daba una suave caricia en el rostro, apenada y preocupada por ese muchacho, de menor edad que ella. Se acercó y lo abrazó con ternura, poniendo una mano en su nuca, siendo lo más cariñosa posible, intentando que se serenase.

- Tranquilo, pequeño. Todo va a salir bien, estás seguro aquí, no pasa nada. - dijo mientras cerraba los ojos, con dulzura.

Siguió abrazada a él, esperando a que se normalizase su pulso, y empezó a entonar una especie de canción de cuna. Jamás notarían que era una nana, pues estaba escrita en un idioma olvidado hacía tiempo. Las palabras salían de su boca casi sin pensarlas y los tonos agudos y graves se sucedían en una armoniosa melodía. No había humano mortal que no se ablandase con eso.