Selene Veritas
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Entró por las puertas de la brillante ciudad, los blancos edificios se alzaban ante ella, hermosos, puros. A cada paso que daba nuevos callejones ofrecían a su vista innumerables toques de humanidad a ese lugar. Los niños corrían y se acercaban a la mujer, atraídos por su bondadoso aspecto, a lo que ella respondía con caricias y sonrisas. Le gustaba aquel lugar, a pesar de que podía notar que no todo era bondad en él, sabía que habitaban allí personas de tierno corazón. Además, para eso estaba ella, para ayudar a encontrar el camino a las ovejas descarriadas.
Cogió una manzana de su bolsa y se la tendió a uno de los niños, el cual le puso una pulsera de flores. La mujer la miró con una enorme sonrisa en los labios, alabando el trabajo del muchacho. Le puso una mano en su cabeza y le frotó el pelo con cariño, sacándole una sonrisa al pequeño. Siguió caminando por las calles, adentrándose en lo más profundo de la urbe, mirando hacia todas partes, deleitándose con la magnificencia de las estructuras, casi bailando mientras caminaba. Le ofrecieron una fruta de un establecimiento, un hombre mayor con una bondadosa expresión en el rostro, agradeciéndole el trato que le daba a los niños, que solían resultar problemáticos. La mujer aceptó gustosa el fruto, y pagó al hombre el doble de su precio, alegando que una casa pura no debía tener la despensa vacía.
Cuando llegaron a una calle menos concurrida, los niños ya casi habían desaparecido. Pero algunos seguían riendo y bailando con ella. Miró alrededor y observó a un joven adolescente llorando a la sombra de un árbol. Cesó su alegría y su corazón se encogió, acto seguido fue casi corriendo a donde se encontraba el muchacho. - ¿Qué te ocurre, pequeño? - dijo con una tierna sonrisa. - ¿cuál es el mal que te aqueja?
Le miró, tímido, con los ojos llorosos, y le dijo que su madre se había ido y no había vuelto todavía. Estaba preocupado, pues no solía retrasarse. Selene estaba segur de que a su madre no le había pasado nada, pues si hubiese ocurrido algún accidente notable en la ciudad, lo habría visto. Por lo tanto, decidió que lo mejor que podía hacer era entretener al chaval mientras su madre no regresaba. Sacó su flauta y su arpa, y empezó a tocar la segunda mientras cantaba una canción improvisada, haciéndole comprender que su madre estaba a salvo y que ella querría que sonriese. Poco tiempo después, todos los niños, incluido él, estaban coreando la canción y bailando. Así que Selene cogió al flauta travesera y tocó para animar su danza.
Llevaban un buen rato disfrutando de la música cuando una mujer de mediana edad se acercó a donde estaban, y se quedó mirando la escena, con una expresión enternecida. Al advertirlo, la mujer dejó de tocar, permitiendo que el niño corriese junto a su progenitora y le diese un fuerte abrazo.
- Gracias por cuidar de él, me retrasé debido a un par de asuntos, y estaba preocupada de que hubiese hecho alguna tontería debido a la preocupación. - Dijo con una sonrisa la recién llegada. - Me alegra saber que por lo menos se ha estado divirtiendo, hacía tiempo que no le veía sonreír de esa forma.
- Tan solo he tocado un poco de música, tiene un hijo encantador, no ha sido una molestia. - Cerró los ojos y esbozó una cálida sonrisa que hizo que el adolescente se sonrojase.
Estaba anocheciendo, y los chicos se fueron a sus respectivos hogares. Selene guardó sus instrumentos y se sentó bajo el árbol, en la hierba, disfrutando de los últimos rayos de sol. Su ya de por sí angelical condición se vio acentuada por la dorada luz. Su brillante cabello, sus ojos cerrados y su barbilla alzada le conferían una elegancia inigualable, tan natural como la del viento arrastrando las flores de un cerezo.
Cogió una manzana de su bolsa y se la tendió a uno de los niños, el cual le puso una pulsera de flores. La mujer la miró con una enorme sonrisa en los labios, alabando el trabajo del muchacho. Le puso una mano en su cabeza y le frotó el pelo con cariño, sacándole una sonrisa al pequeño. Siguió caminando por las calles, adentrándose en lo más profundo de la urbe, mirando hacia todas partes, deleitándose con la magnificencia de las estructuras, casi bailando mientras caminaba. Le ofrecieron una fruta de un establecimiento, un hombre mayor con una bondadosa expresión en el rostro, agradeciéndole el trato que le daba a los niños, que solían resultar problemáticos. La mujer aceptó gustosa el fruto, y pagó al hombre el doble de su precio, alegando que una casa pura no debía tener la despensa vacía.
Cuando llegaron a una calle menos concurrida, los niños ya casi habían desaparecido. Pero algunos seguían riendo y bailando con ella. Miró alrededor y observó a un joven adolescente llorando a la sombra de un árbol. Cesó su alegría y su corazón se encogió, acto seguido fue casi corriendo a donde se encontraba el muchacho. - ¿Qué te ocurre, pequeño? - dijo con una tierna sonrisa. - ¿cuál es el mal que te aqueja?
Le miró, tímido, con los ojos llorosos, y le dijo que su madre se había ido y no había vuelto todavía. Estaba preocupado, pues no solía retrasarse. Selene estaba segur de que a su madre no le había pasado nada, pues si hubiese ocurrido algún accidente notable en la ciudad, lo habría visto. Por lo tanto, decidió que lo mejor que podía hacer era entretener al chaval mientras su madre no regresaba. Sacó su flauta y su arpa, y empezó a tocar la segunda mientras cantaba una canción improvisada, haciéndole comprender que su madre estaba a salvo y que ella querría que sonriese. Poco tiempo después, todos los niños, incluido él, estaban coreando la canción y bailando. Así que Selene cogió al flauta travesera y tocó para animar su danza.
Llevaban un buen rato disfrutando de la música cuando una mujer de mediana edad se acercó a donde estaban, y se quedó mirando la escena, con una expresión enternecida. Al advertirlo, la mujer dejó de tocar, permitiendo que el niño corriese junto a su progenitora y le diese un fuerte abrazo.
- Gracias por cuidar de él, me retrasé debido a un par de asuntos, y estaba preocupada de que hubiese hecho alguna tontería debido a la preocupación. - Dijo con una sonrisa la recién llegada. - Me alegra saber que por lo menos se ha estado divirtiendo, hacía tiempo que no le veía sonreír de esa forma.
- Tan solo he tocado un poco de música, tiene un hijo encantador, no ha sido una molestia. - Cerró los ojos y esbozó una cálida sonrisa que hizo que el adolescente se sonrojase.
Estaba anocheciendo, y los chicos se fueron a sus respectivos hogares. Selene guardó sus instrumentos y se sentó bajo el árbol, en la hierba, disfrutando de los últimos rayos de sol. Su ya de por sí angelical condición se vio acentuada por la dorada luz. Su brillante cabello, sus ojos cerrados y su barbilla alzada le conferían una elegancia inigualable, tan natural como la del viento arrastrando las flores de un cerezo.
Nat acababa de desembarcar. Hacía un sol espectacular, a pesar de haber comenzado a anochecer. La gran estrella emanaba su luz dorada sobre cada ápice del reino de Lvnel, una isla bastante conocida por sus tabernas al lado de prostíbulos y sus nobles libidinosos. Había encontrado varias tabernas en viajes anteriores, aunque aquel día no le interesaba demasiado beber, sino escuchar buena música, probar buena comida y tal vez buenas mozas. Aquel era un sitio bastante tranquilo, en el fondo. Había encontrado varios amigos en otros momentos, como a Krauser o a Minakko, amigos con los que brindar, cantar, beber... A veces los echaba realmente de menos, pero tenía unos días de descanso y pensaba aprovecharlos.
Comenzó a caminar con paso tranquilo por las calles empedradas. Los niños ya no jugaban, y los pocos que había eran llevados por la mano de sus madres de vuelta a casa. Era un día bastante tranquilo, tal vez llegara a ser aburrido. Debería haberle pedido al lobo que lo acompañara, para tener risas y acompañamiento. Tal vez incluso al médico, para charlar de forma calmada y pausada, quizás comiendo una empanadilla mientras tomaban un refrigerio, o incluso con Deri-chan, mientras se probaba vestiditos y se sentía como una princesa. Caspio le diría, como mentira inocente "estás hermosa". Sería bastante entretenido verlo contento con algo para variar.
Al rato vio a una hermosa muchacha sentada bajo la sombra de un almendro. Tal vez se llamara Eloísa. Caspio se rió pedantemente de aquel endiablado chiste tan enrevesado, orgulloso de su humor tan británico. Se acercó a ella con precaución, pues a simple vista las mujeres hermosas desconfiaban de hombres que iban cubiertos de la cabeza a los pies. Se sentó a su lado, sin mirarla siquiera, y comenzó a hablar.
-Es una tarde maravillosa, ¿No crees? Podríamos estar toda la noche aquí y no pasaría nada.
Se quedó mirando al cielo, sin prestar mucha atención a la chica, sólo esperando una respuesta.
Comenzó a caminar con paso tranquilo por las calles empedradas. Los niños ya no jugaban, y los pocos que había eran llevados por la mano de sus madres de vuelta a casa. Era un día bastante tranquilo, tal vez llegara a ser aburrido. Debería haberle pedido al lobo que lo acompañara, para tener risas y acompañamiento. Tal vez incluso al médico, para charlar de forma calmada y pausada, quizás comiendo una empanadilla mientras tomaban un refrigerio, o incluso con Deri-chan, mientras se probaba vestiditos y se sentía como una princesa. Caspio le diría, como mentira inocente "estás hermosa". Sería bastante entretenido verlo contento con algo para variar.
Al rato vio a una hermosa muchacha sentada bajo la sombra de un almendro. Tal vez se llamara Eloísa. Caspio se rió pedantemente de aquel endiablado chiste tan enrevesado, orgulloso de su humor tan británico. Se acercó a ella con precaución, pues a simple vista las mujeres hermosas desconfiaban de hombres que iban cubiertos de la cabeza a los pies. Se sentó a su lado, sin mirarla siquiera, y comenzó a hablar.
-Es una tarde maravillosa, ¿No crees? Podríamos estar toda la noche aquí y no pasaría nada.
Se quedó mirando al cielo, sin prestar mucha atención a la chica, sólo esperando una respuesta.
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A Selene no le hizo falta abrir los ojos para saber que alguien se estaba acercando, pues gozaba de un buen oído. Además, notaba algo en el alma de aquel hombre, no era maldad, no era oscuridad... pero sí que había algo borroso en aquel hombre, algo sucio. Abrió sus ambarinos ojos y lo miró con intensidad, observando el tono de su mirada. El hombre parecía confiado, amigable, a pesar de que no se habían visto antes. O al menos eso pensaba...
- Todas las tardes son maravillosas si sabes con qué ojos mirar, tan solo tienes que querer apreciar las cosas pequeñas para que todos los días sean perfectos. - dijo mientras le miraba de reojo, con una tierna sonrisa. - Mi nombre es Selene, Selene Véritas, aunque hay quien me llama Nebael. ¿Cómo he de dirigirme a vos, misterioso caballero?
En verdad era misterioso, la capa y el sombrero ocultaban casi todo su cuerpo, y apenas podía apreciar su rostro, mas pudo observar que era atractivo y lo suficientemente joven para conservar sus sueños. Pudo advertir, por el sonido que realizó al sentarse, que llevaba algo oculto bajo la capa, algo metálico, que bien podrían ser armas o bolsas de monedas. De todas formas, no advertía agresividad ni maldad en las palabras de aquel hombre, y en todo caso podría acudir a su forma completa para saber cuánta oscuridad habitaba su corazón.
- Podéis descubriros la cabeza, mi señor. No hay enemigos en este lugar, estáis en un lugar seguro. - cerró los ojos y esbozó una sonrisa repleta de ternura. Si ese hombre sufría algún mal, le gustaría prestarle su ayuda
- Todas las tardes son maravillosas si sabes con qué ojos mirar, tan solo tienes que querer apreciar las cosas pequeñas para que todos los días sean perfectos. - dijo mientras le miraba de reojo, con una tierna sonrisa. - Mi nombre es Selene, Selene Véritas, aunque hay quien me llama Nebael. ¿Cómo he de dirigirme a vos, misterioso caballero?
En verdad era misterioso, la capa y el sombrero ocultaban casi todo su cuerpo, y apenas podía apreciar su rostro, mas pudo observar que era atractivo y lo suficientemente joven para conservar sus sueños. Pudo advertir, por el sonido que realizó al sentarse, que llevaba algo oculto bajo la capa, algo metálico, que bien podrían ser armas o bolsas de monedas. De todas formas, no advertía agresividad ni maldad en las palabras de aquel hombre, y en todo caso podría acudir a su forma completa para saber cuánta oscuridad habitaba su corazón.
- Podéis descubriros la cabeza, mi señor. No hay enemigos en este lugar, estáis en un lugar seguro. - cerró los ojos y esbozó una sonrisa repleta de ternura. Si ese hombre sufría algún mal, le gustaría prestarle su ayuda
El sol comenzaba a ocultarse, y brillaba con más fuerza que hacía unos instantes, tanto que casi dañaba la vista, pero era hermoso. Como aquella muchacha que estaba sentada a su lado, y a la vez se separaba años de él. No la conocía de nada, pero era radiante. Su cabello era dorado y sus ojos parecían pepitas macizas. Se habría quedado mirándola todo el día, pero no deseaba importunarla. Tampoco deseaba prendarse de aquella chiquilla, pues todos los que se acercaban a él acababan sufriendo irremediablemente, como Yun y sus tres hijas. Yazori ya sufría por sí sola, y nadie se atrevía a tratar de que sufriera en mayor grado, pues era capaz de atravesar a una persona casi con mirarla, y su espada hacía el resto. De repente, sintió la mirada de la joven clavada en él, y la chica comenzó a hablar.
- Todas las tardes son maravillosas si sabes con qué ojos mirar, tan solo tienes que querer apreciar las cosas pequeñas para que todos los días sean perfectos. Mi nombre es Selene, Selene Véritas, aunque hay quien me llama Nebael. ¿Cómo he de dirigirme a vos, misterioso caballero? Podéis descubriros la cabeza, mi señor. No hay enemigos en este lugar, estáis en un lugar seguro.
Aquellas palabras, no sabía por qué, reconfortaron a Caspio. De repente no se sentía tan sólo, y hasta sentía el deseo de descubrir su rostro ante ella. Descubrir también su cuerpo, y mostrarse ante ella envuelto en lujuria. "No", le dijo su mente. Acababa de conocer a aquella chica hermosa, no podía permitirse seguir el desenfreno si quería llegar a cumplir su objetivo. Yazori debía caer ante él, y cumplirle su deseo. Se quitó el sombrero, y dejó caer el cabello sobre su cabeza, cubriendo rápidamente la cicatriz que recorría su cara. ¿Debería decirle su verdadero nombre?¿O debería mantenerse como una sombra, un misterio? Al fin y al cabo no la conocía de nada.
-Mi nombre es Caspio, mi señora. Jamás había escuchado hablar de vos por estos lares, hecho harto complicado pues me presento con relativa frecuencia en este bello lugar. ¿Puedo saber pues qué asuntos os traen a este lugar?
Miró hacia ella, tratando de no parecer amenazante pese a sus tétricos y helados ojos azules.
- Todas las tardes son maravillosas si sabes con qué ojos mirar, tan solo tienes que querer apreciar las cosas pequeñas para que todos los días sean perfectos. Mi nombre es Selene, Selene Véritas, aunque hay quien me llama Nebael. ¿Cómo he de dirigirme a vos, misterioso caballero? Podéis descubriros la cabeza, mi señor. No hay enemigos en este lugar, estáis en un lugar seguro.
Aquellas palabras, no sabía por qué, reconfortaron a Caspio. De repente no se sentía tan sólo, y hasta sentía el deseo de descubrir su rostro ante ella. Descubrir también su cuerpo, y mostrarse ante ella envuelto en lujuria. "No", le dijo su mente. Acababa de conocer a aquella chica hermosa, no podía permitirse seguir el desenfreno si quería llegar a cumplir su objetivo. Yazori debía caer ante él, y cumplirle su deseo. Se quitó el sombrero, y dejó caer el cabello sobre su cabeza, cubriendo rápidamente la cicatriz que recorría su cara. ¿Debería decirle su verdadero nombre?¿O debería mantenerse como una sombra, un misterio? Al fin y al cabo no la conocía de nada.
-Mi nombre es Caspio, mi señora. Jamás había escuchado hablar de vos por estos lares, hecho harto complicado pues me presento con relativa frecuencia en este bello lugar. ¿Puedo saber pues qué asuntos os traen a este lugar?
Miró hacia ella, tratando de no parecer amenazante pese a sus tétricos y helados ojos azules.
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Selene observó cada movimiento del apuesto muchacho. Parecía agradable, pero cuando ella dijo esas palabras, notó algo sucio dentro de él, afortunadamente desapareció casi al instante. Creía que no corría peligro, pero era capaz de sentir algo dentro de él, pero no sabría identificar el qué sin transformarse en su forma completa. Le miró penetrantemente con sus ojos dorados, intentando transmitirle calma y tranquilidad, tratando de apaciguar su ser.
¿Acaso importa la razón que me trajo a este hermoso lugar? ¿O es más importante apreciar la belleza de este atardecer, junto con una buena conversación? ¿Preferís pensar en por qué ocurren los buenos momentos, o vais a decidir disfrutarlos en su totalidad? Si os centráis en nimiedades, os perderéis los mejores detalles... ¿Os habéis fijado en esa hormiga, que acaba de salvar a una mariposa de las redes de aquella cruel araña? ¿Habéis posado siquiera la mirada en esa flor, que lentamente está cerrando su capullo al notar la falta de sol? Y sin embargo aquí estáis, disfrutando de un paisaje cuando otros no lo verán en su vida. Preguntándoos por qué una simple mujer está en ese lugar. - Esbozó una leve sonrisa, llena de ternura.
Se fijó en la forma de ocultar el rostro nada más quitarse el sombrero, era evidente que quería ocultar algo, algo de lo que, o bien se avergonzaba, o bien lo atormentaba. Le rompía el corazón que un hombre tan apuesto y educado se pudiese sentir mal. Así que optó por ayudarle. Llevó lentamente su mano derecha al rostro del hombre, acariciándolo como una madre acaricia a un hijo, la posó en su mejilla, rodeándola, y le retiró el pelo con la lentitud del mismo atardecer. - No tenéis que avergonzaros de nada, estáis seguro aquí. - Dijo mientras retiraba la mano, con una caricia, y observaba la cicatriz del hombre. Como sospechaba, eso indicaba que su vida no había sido un camino de rosas, y pensaba remediarlo.
¿Acaso importa la razón que me trajo a este hermoso lugar? ¿O es más importante apreciar la belleza de este atardecer, junto con una buena conversación? ¿Preferís pensar en por qué ocurren los buenos momentos, o vais a decidir disfrutarlos en su totalidad? Si os centráis en nimiedades, os perderéis los mejores detalles... ¿Os habéis fijado en esa hormiga, que acaba de salvar a una mariposa de las redes de aquella cruel araña? ¿Habéis posado siquiera la mirada en esa flor, que lentamente está cerrando su capullo al notar la falta de sol? Y sin embargo aquí estáis, disfrutando de un paisaje cuando otros no lo verán en su vida. Preguntándoos por qué una simple mujer está en ese lugar. - Esbozó una leve sonrisa, llena de ternura.
Se fijó en la forma de ocultar el rostro nada más quitarse el sombrero, era evidente que quería ocultar algo, algo de lo que, o bien se avergonzaba, o bien lo atormentaba. Le rompía el corazón que un hombre tan apuesto y educado se pudiese sentir mal. Así que optó por ayudarle. Llevó lentamente su mano derecha al rostro del hombre, acariciándolo como una madre acaricia a un hijo, la posó en su mejilla, rodeándola, y le retiró el pelo con la lentitud del mismo atardecer. - No tenéis que avergonzaros de nada, estáis seguro aquí. - Dijo mientras retiraba la mano, con una caricia, y observaba la cicatriz del hombre. Como sospechaba, eso indicaba que su vida no había sido un camino de rosas, y pensaba remediarlo.
-¿Acaso importa la razón que me trajo a este hermoso lugar? ¿O es más importante apreciar la belleza de este atardecer, junto con una buena conversación? ¿Preferís pensar en por qué ocurren los buenos momentos, o vais a decidir disfrutarlos en su totalidad? Si os centráis en nimiedades, os perderéis los mejores detalles... ¿Os habéis fijado en esa hormiga, que acaba de salvar a una mariposa de las redes de aquella cruel araña? ¿Habéis posado siquiera la mirada en esa flor, que lentamente está cerrando su capullo al notar la falta de sol? Y sin embargo aquí estáis, disfrutando de un paisaje cuando otros no lo verán en su vida. Preguntándoos por qué una simple mujer está en ese lugar.
La voz de aquella mujer resultaba dulce, casi etérea, como si perteneciera a otro mundo más liviano. Así como sus ojos resplandecían cual soles al ocaso, y para aquella luz no resultó discreto el movimiento de colocarse el cabello, ocultando la cicatriz en su rostro. La muchacha pudo verla sin ningún problema, cosa que le extrañó, pero lo que lo puso de los nervios fue la actitud serena de ella mientras acercaba la mano a su cara y apartaba el flequillo que ocultaba la cicatriz en su rostro. Tras unos segundos que para el verdugo fueron eternos, la mujer comenzó a acariciar su rostro, con la mano delicada y protectora, como una madre que acaricia el rostro de un niño que llora. Poco a poco, con cada suave caricia la calma iba volviendo a su mente, y apenas le molestaba ya hasta el contacto de las dulces manos de la joven.
Por un instante su mente pudo volar libre, y volver a sentir los labios de Yun, sus caricias, la suavidad de su cuerpo... Se fundía en un cálido abrazo con su esposa, y no tardaban en unirse las niñas. Por un instante fue feliz, pero de repente cayó al más oscuro foso de desconsuelo. Ya no estaban, ni estarían. Cada mujer que le había interesado, cada amor conocido, cada minuto de compañía... Todo era polvo y viento. Algo que jamás volvería, y que no tenía forma de buscar de nuevo. Realmente desolador.
-Señora mía, por favor, os ruego apartéis la mano. Revivís fantasmas enterrados harto ha en mi memoria, y despertarlos no es menester placentero. Lo siento.
Se levantó del suelo, lentamente, para alejarse de aquel dolor que le oprimía el pecho. De repente cayó al suelo, desmayado.
La voz de aquella mujer resultaba dulce, casi etérea, como si perteneciera a otro mundo más liviano. Así como sus ojos resplandecían cual soles al ocaso, y para aquella luz no resultó discreto el movimiento de colocarse el cabello, ocultando la cicatriz en su rostro. La muchacha pudo verla sin ningún problema, cosa que le extrañó, pero lo que lo puso de los nervios fue la actitud serena de ella mientras acercaba la mano a su cara y apartaba el flequillo que ocultaba la cicatriz en su rostro. Tras unos segundos que para el verdugo fueron eternos, la mujer comenzó a acariciar su rostro, con la mano delicada y protectora, como una madre que acaricia el rostro de un niño que llora. Poco a poco, con cada suave caricia la calma iba volviendo a su mente, y apenas le molestaba ya hasta el contacto de las dulces manos de la joven.
Por un instante su mente pudo volar libre, y volver a sentir los labios de Yun, sus caricias, la suavidad de su cuerpo... Se fundía en un cálido abrazo con su esposa, y no tardaban en unirse las niñas. Por un instante fue feliz, pero de repente cayó al más oscuro foso de desconsuelo. Ya no estaban, ni estarían. Cada mujer que le había interesado, cada amor conocido, cada minuto de compañía... Todo era polvo y viento. Algo que jamás volvería, y que no tenía forma de buscar de nuevo. Realmente desolador.
-Señora mía, por favor, os ruego apartéis la mano. Revivís fantasmas enterrados harto ha en mi memoria, y despertarlos no es menester placentero. Lo siento.
Se levantó del suelo, lentamente, para alejarse de aquel dolor que le oprimía el pecho. De repente cayó al suelo, desmayado.
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Selene adquirió una expresión de profunda tristeza ante las palabras de su joven acompañante, observó cómo se alejaba, apenada por haber causado mal a su interlocutor. Mas, en cuanto cayó al suelo, se levantó y llego a su lado, cogiéndole antes de que se diese un golpe contra la tierra. Lo depositó suavemente sobre la hierba y aprovechó las hojas que había alrededor para construir un lecho improvisado, en el cual dispuso con suavidad a Nat. Recogió unas cuantas flores que por allí cerca había, pues creía firmemente que la belleza podía curar cualquier corazón roto, y las colocó alrededor del apuesto caballero, en sus costados y en su pecho. Le aflojó la corbata, para su mayor comodidad, y comenzó a cantar en voz baja y con suavidad una dulce nana.
Sacó también su laúd, para acompañar los versos, y sus dedos comenzaron a recorrer hábilmente las cuerdas del instrumento, volando y tañendo con armónicos sonidos. Era una melodía lenta, suave, dulce como el beso de buenas noches de una madre; no, más aún, de una abuela. Miraba a Nat mientras tocaba, preguntándose que clase de experiencia podría hacer desmayarse a un hombre como él, pues parecía bastante fuerte de espíritu y de corazón. Podía notar el tormento que le aquejaba, mas no parecía haber mal en su corazón. Pensar en lo mal que lo había pasado ese hombre casi le hacía aflorar una lágrima en sus ojos.
Algunos animales comenzaron a acercarse, atraídos por el sonido de su laúd y de su voz, y casi parecía que acompañasen la música con sus sonidos. Empezaba a oscurecerse el cielo, mas haciendo uso de sus poderes, pudo generar una tenue luz para iluminar el ambiente. Terminó la canción y apartó un mechón de pelo del rostro de Nat, notando que comenzaba a estar frío. Se quitó su capa y la colocó encima del cuerpo de su compañero, extendiendo a su vez las alas para taparlo del viento.
Sacó también su laúd, para acompañar los versos, y sus dedos comenzaron a recorrer hábilmente las cuerdas del instrumento, volando y tañendo con armónicos sonidos. Era una melodía lenta, suave, dulce como el beso de buenas noches de una madre; no, más aún, de una abuela. Miraba a Nat mientras tocaba, preguntándose que clase de experiencia podría hacer desmayarse a un hombre como él, pues parecía bastante fuerte de espíritu y de corazón. Podía notar el tormento que le aquejaba, mas no parecía haber mal en su corazón. Pensar en lo mal que lo había pasado ese hombre casi le hacía aflorar una lágrima en sus ojos.
Algunos animales comenzaron a acercarse, atraídos por el sonido de su laúd y de su voz, y casi parecía que acompañasen la música con sus sonidos. Empezaba a oscurecerse el cielo, mas haciendo uso de sus poderes, pudo generar una tenue luz para iluminar el ambiente. Terminó la canción y apartó un mechón de pelo del rostro de Nat, notando que comenzaba a estar frío. Se quitó su capa y la colocó encima del cuerpo de su compañero, extendiendo a su vez las alas para taparlo del viento.
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