Mark Kjellberg
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Hiatus. ¿Se podría denominar así a mi repentina desaparición del mundo? Tal vez. Me había transformado en un completo ermitaño retraído hacia sí mismo, comiendo lo que la naturaleza le otorgaba y nada más. Pero... ¿porqué? Simplemente me había aburrido de buscar a Von Karma, aquel pirata responsable de haber asesinado a mi madre. Luego de tanto tiempo buscando al responsable y ahora que lo sabía, no nacía de mi interior el querer encontrarlo. Aunque una pista de repente llamó mi atención, la cual me llevó hasta Shelltown. Pocas oportunidades había tenido de venir hasta esta isla, pero algo estaba claro, destinado me encontraba a rearmar mi vida como Caza recompensas, y sobre todo, como un humano más en este vasto mundo; Llegué temprano, eran alrededor de las siete y media de la mañana.
Divisamos el puerto con la luz del alba, habiendo pagado mi viaje y bajado por el puerto. El día estaba parcialmente nublado, algo tormentoso más allá del horizonte aunque eso me daba lo mismo sinceramente, no le prestaba atención al clima, al menos por ahora. Caminaba a pasos agigantados teniendo en cuenta mi altura, la gente me miraba raro ya a mi pasar, el cual taciturno y petulante, denotaba mi presencia inmediatamente. Era conocido en el East Blue gracias a mis acciones pasadas, pero poca gente las recordaba teniendo en cuenta el tiempo de ausencia que tuve. ¿Qué asuntos tenía en Shelltown entonces? Buscar cualquier pista, por más pequeña que fuera, que me llevara al paradero de Von Karma, y así de una vez y por todas capturarle, fuera vivo o muerto, por lo que hizo sufrir a mi madre.
"Bar & Restaurante Mino" decía el cartel; me le quedé mirando por unos momentos, con las manos posadas a los lados de mi cintura. Solté un pequeño resoplido por mis fosas nasales y luego entré. Me estaba rugiendo bastante la panza a decir verdad así que podría ser que me diera los lujos de ordenar algunas cosas. — ¡Eh! ¿¡Quien hace la comida por aquí!? — cuestionaba yo apenas entré al local. Su apariencia era un tanto rupestre, más bien antigua, como los viejos bares con taburetes de madera, mesas redondas en donde jugaban Poker y juegos de azar, entre demases cosas. Se podría decir que era agradable, aunque el olor rancio a tabaco y alcohol mezclado con vómito era nauseabundo.
Suspiré un poco y me acerqué a la barra, no sin antes acomodarme la ropa. Estaba vistiendo una camisa azul arremangada, un pantalón de vestir negro sujeto con un cinto, y zapatos de vestir negros estilo mocasín. Había pasado por Loguetown para comprar ropa, cortarme el pelo y afeitarme; Me senté en una banca, y abriéndome uno de los botones de mi camisa, llamé la atención del bartender. Este se acercó a mi haciendo una mueca de expectativa. — ¿Qué se le ofrece, joven? — preguntaba este a la par que fregaba algunas jarras y las secaba, notándose los años encima que tenía este. Un bigote robusto y gracioso decoraba su cara, su cabeza calva y un cuerpo que se notaba musculoso y tatuado.
— Deme una pierna de ternera asada, así como venga bien jugosa. Tengo tanta hambre que me comería una ballena igual. — dije soltando una leve risotada, para luego sacar el dinero suficiente, entregándoselo al contrario.
Este contó rápidamente y asintió contento, sonriendo igual de complacido que yo. Rápidamente se dirigió a la cocina para que los cocineros hicieran la orden. Y ahí me quedé esperando en silencio, viendo a mis alrededores si algo bueno u interesante se cocía, tenía ganas de ... bueno, entretenerme un poco, tal vez hacer algún encargo a alguien que lo necesitara, quien sabe, las posibilidades eran infinitas a estas alturas.
Divisamos el puerto con la luz del alba, habiendo pagado mi viaje y bajado por el puerto. El día estaba parcialmente nublado, algo tormentoso más allá del horizonte aunque eso me daba lo mismo sinceramente, no le prestaba atención al clima, al menos por ahora. Caminaba a pasos agigantados teniendo en cuenta mi altura, la gente me miraba raro ya a mi pasar, el cual taciturno y petulante, denotaba mi presencia inmediatamente. Era conocido en el East Blue gracias a mis acciones pasadas, pero poca gente las recordaba teniendo en cuenta el tiempo de ausencia que tuve. ¿Qué asuntos tenía en Shelltown entonces? Buscar cualquier pista, por más pequeña que fuera, que me llevara al paradero de Von Karma, y así de una vez y por todas capturarle, fuera vivo o muerto, por lo que hizo sufrir a mi madre.
"Bar & Restaurante Mino" decía el cartel; me le quedé mirando por unos momentos, con las manos posadas a los lados de mi cintura. Solté un pequeño resoplido por mis fosas nasales y luego entré. Me estaba rugiendo bastante la panza a decir verdad así que podría ser que me diera los lujos de ordenar algunas cosas. — ¡Eh! ¿¡Quien hace la comida por aquí!? — cuestionaba yo apenas entré al local. Su apariencia era un tanto rupestre, más bien antigua, como los viejos bares con taburetes de madera, mesas redondas en donde jugaban Poker y juegos de azar, entre demases cosas. Se podría decir que era agradable, aunque el olor rancio a tabaco y alcohol mezclado con vómito era nauseabundo.
Suspiré un poco y me acerqué a la barra, no sin antes acomodarme la ropa. Estaba vistiendo una camisa azul arremangada, un pantalón de vestir negro sujeto con un cinto, y zapatos de vestir negros estilo mocasín. Había pasado por Loguetown para comprar ropa, cortarme el pelo y afeitarme; Me senté en una banca, y abriéndome uno de los botones de mi camisa, llamé la atención del bartender. Este se acercó a mi haciendo una mueca de expectativa. — ¿Qué se le ofrece, joven? — preguntaba este a la par que fregaba algunas jarras y las secaba, notándose los años encima que tenía este. Un bigote robusto y gracioso decoraba su cara, su cabeza calva y un cuerpo que se notaba musculoso y tatuado.
— Deme una pierna de ternera asada, así como venga bien jugosa. Tengo tanta hambre que me comería una ballena igual. — dije soltando una leve risotada, para luego sacar el dinero suficiente, entregándoselo al contrario.
Este contó rápidamente y asintió contento, sonriendo igual de complacido que yo. Rápidamente se dirigió a la cocina para que los cocineros hicieran la orden. Y ahí me quedé esperando en silencio, viendo a mis alrededores si algo bueno u interesante se cocía, tenía ganas de ... bueno, entretenerme un poco, tal vez hacer algún encargo a alguien que lo necesitara, quien sabe, las posibilidades eran infinitas a estas alturas.
Eris Takayama
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Y al tercer día, ella se desesperó. Estaba cansada del mismo té aguado al despertar y de la insulsa comida de aquella taberna. En general cocinaban con poca sal y con pocas especias para lo que estaba acostumbrada. Y ya le había pasado factura en el estómago. Estaba molesta y dolorida, pensando en qué haría las siguientes horas si le seguía doliendo la tripa de aquella manera. Pero eh, no adelantemos consecuencias: le dolía por hambre. Le rugía porque no había comido nada decente en días. Aunque al contrario que ella, el pequeño leopardo seguía saltando -como de costumbre- de un lado para otro. Maldecía Eris mientras se vestía con parsimonia su estúpido sentido de la moderación: estaba todavía enfadada con su hermanastro por haber dicho algo que no estaba carente de razón y es que ella era un peligro. Uno además de los grandes. Alguien que ni sabe controlarse ni en sí sabe muy bien la naturaleza de su poder no es más que una bomba de relojería a punto de estallar. Y ella no quería ser así. El control debería formar parte de su vida y desde ese mismo instante, trataría de imponerlo a todas las situaciones a las que se enfrentara.
Se ajustó la falda negra, coronada por el cinturón. Se colocó la camisa blanca, mayormente desabotonada y el corsé granate pareció sujetarla del todo. Ni se cerró las mangas, que le llegaban por el codo, ni se abrochó el cuello de la camisa. Podría ser de las primeras veces de las que admitiera la cicatriz que tenía sobre su pecho, en forma de cruz y que asomaba por su camisa sin ningún tipo de rencor. Aquello era importante, porque decía que aquel día tendría un humor casi estupendo. Y entendamos el “casi” por rápidamente variable, ante todo, Eris es una mujer que hace poco dejó de ser adolescente pero que sigue teniendo las hormonas a flor de piel. Calcetines y botas tomó ambas katanas que solía llevar colgadas a la espalda, aunque la que solía usar siempre le habían dicho que era grande -respecto a su propia altura- para llevarla de semejante manera. Salió entonces de la habitación, con el felino y sus saltitos sujeto por una correa para que no se escapara y se puso a buscar un sitio mejor en el que desayunar.
Como comida más importante del día la pelinegra sabía bien que tomaría. Las costumbres no cambiaban y, a pesar del hambre que tenía ella siempre había desayunado un par de cosas estando en casa. Encontró una taberna con un hombre de aspecto rudo en la barra pero que se podía ver, solo por algunos elementos que había tras aquella separación entre ambos, que sabía de lo que le iba a pedir. No era típico pedirlo en los puertos, pero cuando le pidió unas galletas y un té supo de manera inmediata que ella ni era de allí ni solía encajar en el mar. El calvo llamó a una chica, rubia y de aspecto frágil a la cual le susurró algo que Eris no llegó a escuchar, pero que la hizo desaparecer en lo que supuso la cocina y, mientras su pedido se hacía de rogar, ella se giró para observar el loca. No, desde luego no tenía la mejor pinta del mundo e incluso algunas sillas seguían ocupadas por lo que parecían ebrios marineros dormidos en medio del jolgorio que anoche se dio por aquellos lugares. Ella ni preguntaba ni olía, respiraba por la boca, con los labios entreabiertos, por lo que inmediatamente no pudo notar el nauseabundo olor del lugar.
Pero sí que se giró ligeramente cuando escuchó a aquel peliazul irrumpir en el lugar aunque fue “distraída” por aquella chica rubita, que debía rondar más o menos su edad, cuando esta le trajo una taza de té con algunas galletas. Le dio las gracias, quedamente, mientras trataba de esgrimir una de sus mejores sonrisa. No, no era muy dada a tener aquellos gestos pero el reconfortante gesto de la pequeña le ayudó a entender que no solían ir de las personas más amables a aquel lugar. Pero algo volvió a llamarle la atención. El caballero al que había ignorado cuando había llegado la muchacha pidió una pierna de ternera, haciéndola reparar entonces en que no serían más de las ocho de la mañana. Se giró hacia él, observándolo con curiosidad mientras mordisqueaba una de sus galletas, meciendo las piernas en el aire como si de una cría se tratara solo por la gran altura de la banqueta que había escogido. —¿Un desayuno ligero para empezar bien el día?— dijo, irónica, aunque sin ánimos de ofender. —No me malinterprete, admiro de verdad a alguien capaz de comer algo como lo que están a punto de sacarle a estas horas de la mañana— siguió, para que aquello no terminara en la normal riña de bar.
Se ajustó la falda negra, coronada por el cinturón. Se colocó la camisa blanca, mayormente desabotonada y el corsé granate pareció sujetarla del todo. Ni se cerró las mangas, que le llegaban por el codo, ni se abrochó el cuello de la camisa. Podría ser de las primeras veces de las que admitiera la cicatriz que tenía sobre su pecho, en forma de cruz y que asomaba por su camisa sin ningún tipo de rencor. Aquello era importante, porque decía que aquel día tendría un humor casi estupendo. Y entendamos el “casi” por rápidamente variable, ante todo, Eris es una mujer que hace poco dejó de ser adolescente pero que sigue teniendo las hormonas a flor de piel. Calcetines y botas tomó ambas katanas que solía llevar colgadas a la espalda, aunque la que solía usar siempre le habían dicho que era grande -respecto a su propia altura- para llevarla de semejante manera. Salió entonces de la habitación, con el felino y sus saltitos sujeto por una correa para que no se escapara y se puso a buscar un sitio mejor en el que desayunar.
Como comida más importante del día la pelinegra sabía bien que tomaría. Las costumbres no cambiaban y, a pesar del hambre que tenía ella siempre había desayunado un par de cosas estando en casa. Encontró una taberna con un hombre de aspecto rudo en la barra pero que se podía ver, solo por algunos elementos que había tras aquella separación entre ambos, que sabía de lo que le iba a pedir. No era típico pedirlo en los puertos, pero cuando le pidió unas galletas y un té supo de manera inmediata que ella ni era de allí ni solía encajar en el mar. El calvo llamó a una chica, rubia y de aspecto frágil a la cual le susurró algo que Eris no llegó a escuchar, pero que la hizo desaparecer en lo que supuso la cocina y, mientras su pedido se hacía de rogar, ella se giró para observar el loca. No, desde luego no tenía la mejor pinta del mundo e incluso algunas sillas seguían ocupadas por lo que parecían ebrios marineros dormidos en medio del jolgorio que anoche se dio por aquellos lugares. Ella ni preguntaba ni olía, respiraba por la boca, con los labios entreabiertos, por lo que inmediatamente no pudo notar el nauseabundo olor del lugar.
Pero sí que se giró ligeramente cuando escuchó a aquel peliazul irrumpir en el lugar aunque fue “distraída” por aquella chica rubita, que debía rondar más o menos su edad, cuando esta le trajo una taza de té con algunas galletas. Le dio las gracias, quedamente, mientras trataba de esgrimir una de sus mejores sonrisa. No, no era muy dada a tener aquellos gestos pero el reconfortante gesto de la pequeña le ayudó a entender que no solían ir de las personas más amables a aquel lugar. Pero algo volvió a llamarle la atención. El caballero al que había ignorado cuando había llegado la muchacha pidió una pierna de ternera, haciéndola reparar entonces en que no serían más de las ocho de la mañana. Se giró hacia él, observándolo con curiosidad mientras mordisqueaba una de sus galletas, meciendo las piernas en el aire como si de una cría se tratara solo por la gran altura de la banqueta que había escogido. —¿Un desayuno ligero para empezar bien el día?— dijo, irónica, aunque sin ánimos de ofender. —No me malinterprete, admiro de verdad a alguien capaz de comer algo como lo que están a punto de sacarle a estas horas de la mañana— siguió, para que aquello no terminara en la normal riña de bar.
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Tranquilidad y fineza era lo que me caracterizaba, buscando enojar a los demás con mi soberbia y obvia superioridad. Perfección sería la palabra a la que habría encarnado en esta vida, sin duda alguna; Escuché una voz frágil pero a la vez bastante firme, algo raro en las mujeres de hoy en día o al menos en Shelltown. Volteé muy lentamente mi cabeza hacia un lado, virándola para encontrarme allí a mi lado con una belleza peculiar. Sonreí, como uno sonríe educadamente cuando le hablan a uno. Sí, sus palabras eran curiosas, pero no me ofendían en lo más mínimo, sino todo lo contrario, hasta me lo tomaba como un halago, cada una de sus palabras por más que fuesen con cierta notable ironía, me parecían de lo más chistosas. A lo que yo a modo de respuesta inicial solté un resoplido leve por mi nariz como risa, para luego renegar un poco con la cabeza, apoyando las muñecas contra el borde de la barra de madera en aquella taberna, volteando un poco mi cuerpo sobre la banca para poder enfrentar un poco mejor a la fémina de cabellera azabache que se encontraba a mi lado.
— Descuida, difícilmente pueda ofenderme ante tal halago proveniente de una bella mujer como tú. — fue lo primero que de mis labios salió.
Podría decirse que además de caballeroso, me gustaba ser 'amigable' con las mujeres pero sin propasarme hasta el punto de parecer un maldito Casanova. A fin de cuentas, amo las mujeres como me amo a mi, perfectas.
— Como usted admira el hecho de que vaya a devorar una pierna de ternera a tales horas matutinas, yo admiro que usted guste de mantener una figura esbelta bebiendo té y comiendo galletas... ¿pero no has pensado tal vez en comer algo un poco más contundente? Habiendo tantas posibilidades para ordenar. — comentaba en un tono tranquilo a la par que me cruzaba de brazos. Sentía el aroma levemente dulce, caramelizado de esa pierna asada mientras iba saliendo de la cocina. Mi atención rápidamente se enfocó en este platillo simple pero delicioso para mi, una de las pocas cosas que yo mismo sabía cocinar en mis tiempos libres cuando andaba solo como ermitaño.
Pusieron la carne frente a mi en un plato bastante grande, o mejor dicho una bandeja de acero pulido. Me dejaron unos cubiertos un tanto escuetos en tamaño, pero simplemente giré los ojos en blanco y agarrando aquel buen trozo de carne roja por los huesos que sobresalían a ambos costados con ambas manos firmemente, le di un contundente mordisco de esos que a cualquier persona normal lo ahogarían al instante, pero yo mastiqué rápidamente y tragué como alma que le lleva el diablo. Tenía tanta hambre que me había olvidado completamente de que debía mantener ciertos modales ante las damas, o bueno, frente a la gente en sí. Tal vez esta era una de las pocas cosas que aún mantenía de haber sido un ermitaño tanto tiempo en una isla despoblada. Di un par de mordiscos más pero no fueron los suficientes para quedar satisfecho, aunque obvio... tenía a alguien a mi lado, no podía ser tan mal educado de dejarle hablando sola. Como si cambiara de ser repentinamente, me enderecé dejando la carne en la bandeja, agarrando una servilleta que me habían pasado, limpiando mis manos y mi boca con bastante porte. Luego de eso, volteé a mirar a la chica, sonriendo muy levemente, hasta se podría decir que "avergonzado".
— Siento mucho el haberte dejado hablando sola y haber ignorado tu presencia por unos segundos, tenía hambre... espero sepas disculparme... — hice una fugaz pausa y solamente enarqué una ceja, recordando que no nos habíamos presentado, vaya... hoy sí que estaba bastante pasado de rosca. No podía entender cómo la vida como ermitaño me había afectado tanto, pero ahí estaba, siendo tan descortés como un maldito cavernícola. — Señorita, mi nombre es Mark Kjellberg, un placer. — me presenté haciendo una leve reverencia con mi cabeza para luego tomar educadamente una de sus manos, de manera gentil con mis grandes dedos, para luego depositar un extrañamente delicado en el dorso de esta. Uno se esperaría que fuese un bruto neandertal salido de las cavernas teniendo en cuenta mi tamaño corporal y la manera en la que había comido la carne, pero... digamos que son dos cosas diferentes, mi amor hacia la carne y mi amor por los demás. Y obvio, en primer lugar estaba el amor hacia mi mismo. — ¿Tendré el gusto de saber tu nombre, o me quedaré con la duda en este fugaz encuentro? — ¿fugaz? Sí, porque apenas terminara de comer, seguramente seguiría mi camino, quien sabe a donde en Shelltown, pero definitivamente a un lugar donde pudiese encontrar información sobre Von Karma, la que fuera, por más poca que fuese... Todo servía en esta contienda interminable.
— Descuida, difícilmente pueda ofenderme ante tal halago proveniente de una bella mujer como tú. — fue lo primero que de mis labios salió.
Podría decirse que además de caballeroso, me gustaba ser 'amigable' con las mujeres pero sin propasarme hasta el punto de parecer un maldito Casanova. A fin de cuentas, amo las mujeres como me amo a mi, perfectas.
— Como usted admira el hecho de que vaya a devorar una pierna de ternera a tales horas matutinas, yo admiro que usted guste de mantener una figura esbelta bebiendo té y comiendo galletas... ¿pero no has pensado tal vez en comer algo un poco más contundente? Habiendo tantas posibilidades para ordenar. — comentaba en un tono tranquilo a la par que me cruzaba de brazos. Sentía el aroma levemente dulce, caramelizado de esa pierna asada mientras iba saliendo de la cocina. Mi atención rápidamente se enfocó en este platillo simple pero delicioso para mi, una de las pocas cosas que yo mismo sabía cocinar en mis tiempos libres cuando andaba solo como ermitaño.
Pusieron la carne frente a mi en un plato bastante grande, o mejor dicho una bandeja de acero pulido. Me dejaron unos cubiertos un tanto escuetos en tamaño, pero simplemente giré los ojos en blanco y agarrando aquel buen trozo de carne roja por los huesos que sobresalían a ambos costados con ambas manos firmemente, le di un contundente mordisco de esos que a cualquier persona normal lo ahogarían al instante, pero yo mastiqué rápidamente y tragué como alma que le lleva el diablo. Tenía tanta hambre que me había olvidado completamente de que debía mantener ciertos modales ante las damas, o bueno, frente a la gente en sí. Tal vez esta era una de las pocas cosas que aún mantenía de haber sido un ermitaño tanto tiempo en una isla despoblada. Di un par de mordiscos más pero no fueron los suficientes para quedar satisfecho, aunque obvio... tenía a alguien a mi lado, no podía ser tan mal educado de dejarle hablando sola. Como si cambiara de ser repentinamente, me enderecé dejando la carne en la bandeja, agarrando una servilleta que me habían pasado, limpiando mis manos y mi boca con bastante porte. Luego de eso, volteé a mirar a la chica, sonriendo muy levemente, hasta se podría decir que "avergonzado".
— Siento mucho el haberte dejado hablando sola y haber ignorado tu presencia por unos segundos, tenía hambre... espero sepas disculparme... — hice una fugaz pausa y solamente enarqué una ceja, recordando que no nos habíamos presentado, vaya... hoy sí que estaba bastante pasado de rosca. No podía entender cómo la vida como ermitaño me había afectado tanto, pero ahí estaba, siendo tan descortés como un maldito cavernícola. — Señorita, mi nombre es Mark Kjellberg, un placer. — me presenté haciendo una leve reverencia con mi cabeza para luego tomar educadamente una de sus manos, de manera gentil con mis grandes dedos, para luego depositar un extrañamente delicado en el dorso de esta. Uno se esperaría que fuese un bruto neandertal salido de las cavernas teniendo en cuenta mi tamaño corporal y la manera en la que había comido la carne, pero... digamos que son dos cosas diferentes, mi amor hacia la carne y mi amor por los demás. Y obvio, en primer lugar estaba el amor hacia mi mismo. — ¿Tendré el gusto de saber tu nombre, o me quedaré con la duda en este fugaz encuentro? — ¿fugaz? Sí, porque apenas terminara de comer, seguramente seguiría mi camino, quien sabe a donde en Shelltown, pero definitivamente a un lugar donde pudiese encontrar información sobre Von Karma, la que fuera, por más poca que fuese... Todo servía en esta contienda interminable.
Eris Takayama
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Cuando escuchó reírse de aquella manera peculiar al peliazul, Eris ya supo que no tendría que preocuparse de haberlo ofendido. Sí, porque si lo hubiera hecho se habría girado de mala manera para contestarla. Pero no lo hizo. Le vio girarse, quedando en la misma dirección en la que se encontraba para enfrentarse cara a cara con su interlocutor. Ella le miraba a los ojos, aunque no desafiante, sino por el simple hecho de que solía gustar poder mirar a los ojos a aquel con el que hablaba. Pero sonreía, todavía mordisqueando a ratos aquellas galletas. Negó con la cabeza, encogiéndose con suavidad de hombros. —Hay un momento para cada cosa y hoy, es el momento del té y las galletas— respondió ella. Solo estaba comiendo aquello porque había conseguido encontrar algo bueno que comer y beber, dado que raramente cerca de los puertos sabían preparar algo que no contuviera alcohol. La palabra “restaurante” en el cartel de aquel lugar le daba más caché.
Se quedó callada casi automáticamente cuando llegó la comida de él, dado que pudo interpretar en su gesto que se encontraba bastante hambriento aunque, por su forma, podría haber adivinado que no era de los que pasara hambre a menudo. Por cosiguiente, ella esperó pacientemente hasta que el hombre pareció reparar en la presencia -de nuevo- de la chica a su lado, limpiándose bien las manos y la boca. Volvió Eris también a recuperar la sonrisa sobre sus labios y negó con la cabeza pues realmente no le había dado importancia: realmente le había gustado poder observar -aunque fuera raro- a alguien que parecía gozar comiendo. La pelinegra nunca había pasado hambre, pero nunca había tenido un apetito tan voraz como el de él. —Carece de importancia, ya vi que estaba ocupado— le contestó, quitándole hierro al asunto. Y le pareció un chico tremendamente educado, cosa que no se esperaría mirándole directamente. Aunque cuando hizo aquella reverencia tras presentarse y tomarla la mano, para besarla con suavidad, el felino saltó sobre las piernas de ella.
Se apoyó sobre el brazo extendido de la chica para mirar con atención al peliazul, curioso y quizás algo molesto porque otra persona tocara a su dueña pero, tras un corto bufido y una zarpazo al aire. —No se. ¿Tú que opinas, Gato? ¿Le dejamos con la duda de mi nombre?— preguntó, agachando la cabeza hacia el gato y comenzando a rascarle la cabeza y el lomo con su mano libre, mientras volvía a tomar un pequeño sorbo de té. Pero cuando terminé dedicó ambas manos a partir una galleta, dándole la mitad al leopardo pequeño que se debatía más entre jugar con ella que en comérsela, gruñendo algo ofuscado. —No estoy segura de que eso haya sido un sí rotundo— bromeó la chica, observando de reojo al animal, revolviéndose entre sus piernas. Pero finalmente accedió, tentando la idea de darle un nombre falso solo por simple divertimento. ¿Quién no ha pensado ser otra persona por un día o ser invisible? ¿Era el momento?
—Eris, Takayama— dijo, dudosa aunque certera, creando un pequeño espacio entre ambas palabras que fue colmado por una respiración antes de poder pronunciar su apellido. No creía poderse llamar de otra manera pero durante dos segundos había planteado tres opciones: decir su apellido, no decirlo o inventárselo. Finalmente, había tomado el camino sencillo pues, de ninguna manera, tenía algo que esconder. —¿Siempre posee tal apetito u hoy se ha levantado de alguna manera especial?— preguntó, dado que había pocas cosas que la pelinegra se callara si lo dudaba, pero últimamente y dadas las hazañas que estaba empezando a acometer en su vida, se estaba dedicando a tratar de ser más discreta y amable.
Se quedó callada casi automáticamente cuando llegó la comida de él, dado que pudo interpretar en su gesto que se encontraba bastante hambriento aunque, por su forma, podría haber adivinado que no era de los que pasara hambre a menudo. Por cosiguiente, ella esperó pacientemente hasta que el hombre pareció reparar en la presencia -de nuevo- de la chica a su lado, limpiándose bien las manos y la boca. Volvió Eris también a recuperar la sonrisa sobre sus labios y negó con la cabeza pues realmente no le había dado importancia: realmente le había gustado poder observar -aunque fuera raro- a alguien que parecía gozar comiendo. La pelinegra nunca había pasado hambre, pero nunca había tenido un apetito tan voraz como el de él. —Carece de importancia, ya vi que estaba ocupado— le contestó, quitándole hierro al asunto. Y le pareció un chico tremendamente educado, cosa que no se esperaría mirándole directamente. Aunque cuando hizo aquella reverencia tras presentarse y tomarla la mano, para besarla con suavidad, el felino saltó sobre las piernas de ella.
Se apoyó sobre el brazo extendido de la chica para mirar con atención al peliazul, curioso y quizás algo molesto porque otra persona tocara a su dueña pero, tras un corto bufido y una zarpazo al aire. —No se. ¿Tú que opinas, Gato? ¿Le dejamos con la duda de mi nombre?— preguntó, agachando la cabeza hacia el gato y comenzando a rascarle la cabeza y el lomo con su mano libre, mientras volvía a tomar un pequeño sorbo de té. Pero cuando terminé dedicó ambas manos a partir una galleta, dándole la mitad al leopardo pequeño que se debatía más entre jugar con ella que en comérsela, gruñendo algo ofuscado. —No estoy segura de que eso haya sido un sí rotundo— bromeó la chica, observando de reojo al animal, revolviéndose entre sus piernas. Pero finalmente accedió, tentando la idea de darle un nombre falso solo por simple divertimento. ¿Quién no ha pensado ser otra persona por un día o ser invisible? ¿Era el momento?
—Eris, Takayama— dijo, dudosa aunque certera, creando un pequeño espacio entre ambas palabras que fue colmado por una respiración antes de poder pronunciar su apellido. No creía poderse llamar de otra manera pero durante dos segundos había planteado tres opciones: decir su apellido, no decirlo o inventárselo. Finalmente, había tomado el camino sencillo pues, de ninguna manera, tenía algo que esconder. —¿Siempre posee tal apetito u hoy se ha levantado de alguna manera especial?— preguntó, dado que había pocas cosas que la pelinegra se callara si lo dudaba, pero últimamente y dadas las hazañas que estaba empezando a acometer en su vida, se estaba dedicando a tratar de ser más discreta y amable.
Mark Kjellberg
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Primeramente el felino casi me abre la cara de un zarpazo. ¿Qué, piensan que siendo tan pequeño no tienen filo? Los huevos me arriesgo de todos modos. Me enderecé rápidamente antes que llegara a hacerme algo de lo que me fuera a arrepentir el resto de mis días. Ya tenía tres cicatrices en el lado izquierdo de mi cara, sinceramente no quería más. — Vaya, un milímetro más y me hubiese abierto la cara en tres. — comentaba soltando una risotada un tanto irónica. Sentándome mejor en la banca, dándole otro mordisco bastante grande y suculento al trozo de carne frente a mi, realmente jugoso y apetitoso... a la par de delicioso; "Eris Takayama" por ese nombre se presentó. Paré de comer, limpiándome de nuevo y aclarando mi garganta antes de hablar. — No tengo manera cierta para poder saber que me dices tu verdadero nombre como tú no tienes la certeza suficiente de que yo te haya dado el mío. Pero confiaré en tu cara bonita y lo agradable que eres al hablar, Eris... — comentaba en un tono tranquilo antes de notar que alguien se acercaba por detrás de ella aunque no le di mucho interés, digamos que parecía un hombre, algo mayor, aproximadamente 40 años a juzgar por su apariencia inicial, que solo quería beber algo al haberse sentado en una de las bancas de la barra, curiosamente al otro lado de donde la fémina estaba.
— ¿Siempre posee tal apetito u hoy se ha levantado de alguna manera especial? — cuestionó ella. A lo que yo reí un poco, asintiendo con la cabeza ante la primera opción que ofreció.
— Siempre, es tal mi pasión por la comida que no tengo un estómago lleno casi nunca. De hecho, tengo tal apetito que pocas veces me he sentido lleno hasta el punto de no poder comer más a lo largo de mis años. — contestaba yo en un tono tranquilo. Como para "demostrárselo" aunque de por sí ya había quedado más que claro con los primeros bocados que le di a la pierna, empecé a comer más y más, dejando el medio de la pierna en el hueso, ya quedaba menos carne, de hecho solo los costados restaban. Me limpié como tantas veces antes lo hice, y volví a dirigirle la mirada y palabra a Eris, afortunadamente podía dirigirme a ella por su nombre y no por algún pronombre "halagador" como belleza, lindura y esas cosas que tan mal suenan, aunque prefería "señorita" a secas. — Mi pasión por la comida parte desde pequeño... si es que te interesa la historia, obvio. — hice una pausa, ya que noté algo peculiar, detrás de Eris. El tipo que se había sentado a un lado de ella, de repente llevó su mano diestra para tocarle el trasero.
Primero me quedé callado, iba a reaccionar pero... vamos, que ella fuese mujer no significaba en absoluto que fuera una inútil defendiéndose, tenía apariencia frágil o más bien un cuerpo delgado, pero su porte y mirada firme me dejaba sospechar que sabía perfectamente cómo reaccionar en situaciones como esa. Y sucedió lo que me imaginaba, el hombre mayor no le tocó, le APRETÓ un glúteo. Pero fue de tal modo que inclusive parecían habérsele desaparecido los dedos entre la fina tela de su ropa y la carnosidad de su retaguardia. No solo se conformó con tocarle el cuerpo de esa manera, invadir su privacidad con tanta violencia. Se levantó de su banca, inclinándose hacia ella y sin soltar su porte trasero, le susurró tras el oído. Si ella ponía atención o mejor dicho, afinaba su olfato, se podría sentir un aroma rancio, ácido pero sobre todo, similar al excremento humano, debido a que ese sujeto fumaba. Mezclado con vino, cerveza, inclusive un dejo a vómito de podría decir, de ahí lo ácido.
— "Este tipo quiere morir, a mis manos o a las de ella... pobre diablo." — pensé, renegando muy levemente con la cabeza.
El hombre osó hablarle, con un tono de voz tan petulante que me daba asco inclusive a mi. Soberbia le sudaban por los poros, con esa piel tostada por el frío marítimo. Arrastraba las palabras, cual alcohólico con un 40% de sus neuronas quemadas a culpa de su adicción. — Preciosa... ¿qué te parece si nos vamos para el callejón, dejas a este esperpento de mono con esteroides, y nos hacemos un festín? ... — hizo una pausa empezando a reír vagamente, como todo borracho. — Yo pongo mi morcilla y tú pones tu bacalao. ¡Jajaja... *hip* ... jajaja!~ — hasta hipo tenía el patético. Solo llegué a ponerme una mano en la frente. Vaya, así que hasta llegaba a envidiar mi bello cuerpo escultural y voluminosos muscularmente. Que bajo cae la gente intentando cortejar a una mujer, de ese modo tan patético y bajo. No le dije nada a él, más aún así me concentré en otra cosa. Agarré la taza de té de Eris, y el platillo con las galletas que estaba consumiendo.
— Con permiso... — fue lo único que llegué a decir. Esperaba que ella solucionara el problema de tal calaña que estaba teniendo entre manos. Si no podía hacerlo por si sola, bueno... ahí intervendría yo. ¿Porqué la curiosidad de agarrar el té y las galletas? Solamente por educación, para que por tanto lío accidentalmente no se le echara a perder quizás su único alimento del día u la tarde. Además, mera caballerosidad, para que ella quedara con las manos vacías... a ver si hacía algo o no. Esperaba que sí, sonaba a divertido aquello. A principio de esas peleas de escalas apoteósicas, en las que los dos que empezaron salen caminando inmaculados mientras los demás se tiran las sillas por la cabeza o salen volando por la ventana rompiendo los vidrios...
— ¿Siempre posee tal apetito u hoy se ha levantado de alguna manera especial? — cuestionó ella. A lo que yo reí un poco, asintiendo con la cabeza ante la primera opción que ofreció.
— Siempre, es tal mi pasión por la comida que no tengo un estómago lleno casi nunca. De hecho, tengo tal apetito que pocas veces me he sentido lleno hasta el punto de no poder comer más a lo largo de mis años. — contestaba yo en un tono tranquilo. Como para "demostrárselo" aunque de por sí ya había quedado más que claro con los primeros bocados que le di a la pierna, empecé a comer más y más, dejando el medio de la pierna en el hueso, ya quedaba menos carne, de hecho solo los costados restaban. Me limpié como tantas veces antes lo hice, y volví a dirigirle la mirada y palabra a Eris, afortunadamente podía dirigirme a ella por su nombre y no por algún pronombre "halagador" como belleza, lindura y esas cosas que tan mal suenan, aunque prefería "señorita" a secas. — Mi pasión por la comida parte desde pequeño... si es que te interesa la historia, obvio. — hice una pausa, ya que noté algo peculiar, detrás de Eris. El tipo que se había sentado a un lado de ella, de repente llevó su mano diestra para tocarle el trasero.
Primero me quedé callado, iba a reaccionar pero... vamos, que ella fuese mujer no significaba en absoluto que fuera una inútil defendiéndose, tenía apariencia frágil o más bien un cuerpo delgado, pero su porte y mirada firme me dejaba sospechar que sabía perfectamente cómo reaccionar en situaciones como esa. Y sucedió lo que me imaginaba, el hombre mayor no le tocó, le APRETÓ un glúteo. Pero fue de tal modo que inclusive parecían habérsele desaparecido los dedos entre la fina tela de su ropa y la carnosidad de su retaguardia. No solo se conformó con tocarle el cuerpo de esa manera, invadir su privacidad con tanta violencia. Se levantó de su banca, inclinándose hacia ella y sin soltar su porte trasero, le susurró tras el oído. Si ella ponía atención o mejor dicho, afinaba su olfato, se podría sentir un aroma rancio, ácido pero sobre todo, similar al excremento humano, debido a que ese sujeto fumaba. Mezclado con vino, cerveza, inclusive un dejo a vómito de podría decir, de ahí lo ácido.
— "Este tipo quiere morir, a mis manos o a las de ella... pobre diablo." — pensé, renegando muy levemente con la cabeza.
El hombre osó hablarle, con un tono de voz tan petulante que me daba asco inclusive a mi. Soberbia le sudaban por los poros, con esa piel tostada por el frío marítimo. Arrastraba las palabras, cual alcohólico con un 40% de sus neuronas quemadas a culpa de su adicción. — Preciosa... ¿qué te parece si nos vamos para el callejón, dejas a este esperpento de mono con esteroides, y nos hacemos un festín? ... — hizo una pausa empezando a reír vagamente, como todo borracho. — Yo pongo mi morcilla y tú pones tu bacalao. ¡Jajaja... *hip* ... jajaja!~ — hasta hipo tenía el patético. Solo llegué a ponerme una mano en la frente. Vaya, así que hasta llegaba a envidiar mi bello cuerpo escultural y voluminosos muscularmente. Que bajo cae la gente intentando cortejar a una mujer, de ese modo tan patético y bajo. No le dije nada a él, más aún así me concentré en otra cosa. Agarré la taza de té de Eris, y el platillo con las galletas que estaba consumiendo.
— Con permiso... — fue lo único que llegué a decir. Esperaba que ella solucionara el problema de tal calaña que estaba teniendo entre manos. Si no podía hacerlo por si sola, bueno... ahí intervendría yo. ¿Porqué la curiosidad de agarrar el té y las galletas? Solamente por educación, para que por tanto lío accidentalmente no se le echara a perder quizás su único alimento del día u la tarde. Además, mera caballerosidad, para que ella quedara con las manos vacías... a ver si hacía algo o no. Esperaba que sí, sonaba a divertido aquello. A principio de esas peleas de escalas apoteósicas, en las que los dos que empezaron salen caminando inmaculados mientras los demás se tiran las sillas por la cabeza o salen volando por la ventana rompiendo los vidrios...
Eris Takayama
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La exageración del hombre no pasó desapercibida para Eris, que frunció el ceño levemente pensando en todo aquello que había pasado y no dando crédito pero después, simplemente, extrapolándolo un poco para darse cuenta de que no parecía haberlo dicho con sarcasmo, sino a modo de broma. Aunque poco después algo la asombraría. Sí, el hombre estaba en su total derecho a pensar que ese no era su nombre de verdad -o podía no serlo-, como la pelinegra estaba en su derecho de pensar que el que él le había dado no era el propio del peliazul. Pero ciertamente, “confiar en una cara bonita” no era lo más adecuado. Fue así como ella se molestó en pensar si sería adecuado decírselo o no. Porque realmente había parecido suficientemente amable como para decírselo… Pero no. Se reservaría su comentario para después, para el momento más oportuno que, seguramente, llegaría.
Apoyó un codo sobre la barra, silenciosa, cuando el hombre comenzó a responder a su última pregunta. Sí, aquello resultaba interesante porque no había conocido nunca a nadie comer de aquella manera tan voraz y no saciarse. Seguía comiendo mas no resultaba maleducado en su habla pues sí, aquello también resultaba un punto importante. De nuevo, las dudas se agolparon en la mente de la dueña del leopardo. ¿Debía decirle que sí que le interesa -obvio-, o por el contrario debía de darse la vuelta y dejarle comer con tranquilidad? Quizás, pensó, que debía tener otros asuntos que ocupar después de comer, así que… ¿Qué mejor momento ahora, si no resultaba demasiada interrupción? —Me interesaría escucharla, por supuesto. Todos aquellos que venimos de familia humilde no nos podemos permitir ese hambre voraz— sonrió, tratando de no ofenderle con sus palabras pero queriendo dejar dicha una verdad.
Aunque iba a abrir de nuevo la boca cuando sintió algo que no se esperaba. Quizás no fue tan malo el apretón como sentir aquel grasiento, espeso, empalagoso y húmedo aliento contra su oreja y su cuello. Sí, peor fue la sensación que el apretón y las palabras fuera de tono que resonaron entre sus oídos como si su cabeza se tratara de una campana que acaba de ser golpeada. Pero cuando Eris alzó la mirada para ver como el hombre que tenía delante tomaba su té y sus galletas, separándolas de sus manos supo que podía reflejarse en su cara la pesadez. Porque no, no era ira. No podía tener ira contra un personaje semejante, borracho hasta la médula como iba. No se movió, en un inicio. Su piel -mortecina de forma natural- podía denotarse aún más apagada y sin brillo sobre su cara. Sus ojeras -también bastante normales- se recrudecieron. Cualquiera podría haberse dado cuenta de que aquello había molestado mucho a la mujer y no, nunca molestéis a una mujer que tiene un arma muy afilada más grande (casi) que ella.
Y fue así como apretó los puños sobre sus muslos, planteando lo que hacer. ¿Girarse, golpearle y pedir que se alejara? ¿Pedirle amablemente que se marchara del lugar? Si había algo que tenía la espadachina era fuerza en los brazos, resistencia en las muñecas. Si no, ¿cómo podría explicarse que pudiera blandir durante horas una espada que de largo medía más de la mitad de su tamaño? Porque no, por muy buena aleación que tuviera no podía pesar menos de novecientos gramos o de un kilo. Así que sí, Eris podía dar buenas tortas, aunque no tanto como una persona entrenada para eso -por supuesto-. Así que sus pies tocaron el suelo a la par que su torso se giraba ligeramente, ladeando así el resto de su cuerpo para, con el puño enguantado y cerrado, golpear al hombre con un puñetazo sobre la mandíbula [AB] que cualquier habría podido jurar que produjo cierto destello azulado. Sí, del azul del color de los ojos de la chica. Aquel puñetazo, aturdidor en sí por haber usado su poder hizo que el hombre se golpeara la cabeza contra la barra con bastante brutalidad, no solo creando una muesca en la misma, sino que además abrió la cabeza del mismo.
—Discúlpeme un segundo, señor Kjellberg— susurró a la par que se volvía a ajustar los guantes, haciendo con un gesto que el felino se subiera algo asustado a la banqueta donde ella había estado, para quedarse quieto cual esfinge. Miró al tabernero y frunció los labios. —Siento haber importunado— murmuró ella, antes de agacharse y tomar una de las piernas del desmadejado hombre. Lo agarró por la altura del tobillo con suerte de que no tuvo que tocar su piel, dado que llevaba puestas unas botas. —No te preocupes, muchacha, lo hacía demasiadas veces como para que siempre le saliera bien— le contestó el hombre calvo. Mas ella se dio cuenta que quizás lo había dicho por miedo a la acción anterior. —Si no le molesta, entonces, sacaré la basura— susurró de nuevo, pues si, quería mantener un tono bajo en tanto a lo que había hecho. Estiró -y no sin dificultad- del hombre hasta la entrada del local y un poco más fuera, dejándolo apoyado sobre el muro y revisando con rapidez su herida, que no le quedaría mas que el mareo y el dolor. —Todo merecido— siseó. No, aquella herida no necesitaría puntos dado que apenas había rozado el mueble y, seamos sinceros, fue una suerte pues podría haberlo esnucado.
Pero entonces la mujer volvió a entrar, como si no hubiera pasado nada, tomando al felino algo nervioso y sentándose en su lugar, dejándolo reposar de nuevo en sus piernas para recuperar su té, bebiendo un pequeño sorbo con tranquilidad. —Disculpe. Estaba usted a punto de contar...— comenzó ella.
Apoyó un codo sobre la barra, silenciosa, cuando el hombre comenzó a responder a su última pregunta. Sí, aquello resultaba interesante porque no había conocido nunca a nadie comer de aquella manera tan voraz y no saciarse. Seguía comiendo mas no resultaba maleducado en su habla pues sí, aquello también resultaba un punto importante. De nuevo, las dudas se agolparon en la mente de la dueña del leopardo. ¿Debía decirle que sí que le interesa -obvio-, o por el contrario debía de darse la vuelta y dejarle comer con tranquilidad? Quizás, pensó, que debía tener otros asuntos que ocupar después de comer, así que… ¿Qué mejor momento ahora, si no resultaba demasiada interrupción? —Me interesaría escucharla, por supuesto. Todos aquellos que venimos de familia humilde no nos podemos permitir ese hambre voraz— sonrió, tratando de no ofenderle con sus palabras pero queriendo dejar dicha una verdad.
Aunque iba a abrir de nuevo la boca cuando sintió algo que no se esperaba. Quizás no fue tan malo el apretón como sentir aquel grasiento, espeso, empalagoso y húmedo aliento contra su oreja y su cuello. Sí, peor fue la sensación que el apretón y las palabras fuera de tono que resonaron entre sus oídos como si su cabeza se tratara de una campana que acaba de ser golpeada. Pero cuando Eris alzó la mirada para ver como el hombre que tenía delante tomaba su té y sus galletas, separándolas de sus manos supo que podía reflejarse en su cara la pesadez. Porque no, no era ira. No podía tener ira contra un personaje semejante, borracho hasta la médula como iba. No se movió, en un inicio. Su piel -mortecina de forma natural- podía denotarse aún más apagada y sin brillo sobre su cara. Sus ojeras -también bastante normales- se recrudecieron. Cualquiera podría haberse dado cuenta de que aquello había molestado mucho a la mujer y no, nunca molestéis a una mujer que tiene un arma muy afilada más grande (casi) que ella.
Y fue así como apretó los puños sobre sus muslos, planteando lo que hacer. ¿Girarse, golpearle y pedir que se alejara? ¿Pedirle amablemente que se marchara del lugar? Si había algo que tenía la espadachina era fuerza en los brazos, resistencia en las muñecas. Si no, ¿cómo podría explicarse que pudiera blandir durante horas una espada que de largo medía más de la mitad de su tamaño? Porque no, por muy buena aleación que tuviera no podía pesar menos de novecientos gramos o de un kilo. Así que sí, Eris podía dar buenas tortas, aunque no tanto como una persona entrenada para eso -por supuesto-. Así que sus pies tocaron el suelo a la par que su torso se giraba ligeramente, ladeando así el resto de su cuerpo para, con el puño enguantado y cerrado, golpear al hombre con un puñetazo sobre la mandíbula [AB] que cualquier habría podido jurar que produjo cierto destello azulado. Sí, del azul del color de los ojos de la chica. Aquel puñetazo, aturdidor en sí por haber usado su poder hizo que el hombre se golpeara la cabeza contra la barra con bastante brutalidad, no solo creando una muesca en la misma, sino que además abrió la cabeza del mismo.
—Discúlpeme un segundo, señor Kjellberg— susurró a la par que se volvía a ajustar los guantes, haciendo con un gesto que el felino se subiera algo asustado a la banqueta donde ella había estado, para quedarse quieto cual esfinge. Miró al tabernero y frunció los labios. —Siento haber importunado— murmuró ella, antes de agacharse y tomar una de las piernas del desmadejado hombre. Lo agarró por la altura del tobillo con suerte de que no tuvo que tocar su piel, dado que llevaba puestas unas botas. —No te preocupes, muchacha, lo hacía demasiadas veces como para que siempre le saliera bien— le contestó el hombre calvo. Mas ella se dio cuenta que quizás lo había dicho por miedo a la acción anterior. —Si no le molesta, entonces, sacaré la basura— susurró de nuevo, pues si, quería mantener un tono bajo en tanto a lo que había hecho. Estiró -y no sin dificultad- del hombre hasta la entrada del local y un poco más fuera, dejándolo apoyado sobre el muro y revisando con rapidez su herida, que no le quedaría mas que el mareo y el dolor. —Todo merecido— siseó. No, aquella herida no necesitaría puntos dado que apenas había rozado el mueble y, seamos sinceros, fue una suerte pues podría haberlo esnucado.
Pero entonces la mujer volvió a entrar, como si no hubiera pasado nada, tomando al felino algo nervioso y sentándose en su lugar, dejándolo reposar de nuevo en sus piernas para recuperar su té, bebiendo un pequeño sorbo con tranquilidad. —Disculpe. Estaba usted a punto de contar...— comenzó ella.
Mark Kjellberg
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Su reacción fue justamente la esperada, o mejor dicho la que yo deseaba que sucediera. Sonreí complacido a lo que seguía sosteniendo la taza de té con su platillo, y el plato con las galletas que estaba consumiendo la fémina. ¡Bam! Contra la barra, solté una irrisoria carcajada que escapó del fondo de mi pecho, llegando inclusive a sentir cierta incomodidad en el abdomen. Mis ojos emitían un par de lágrimas a lo que respiraba jadeante, intentando calmar la gracia que me había dado. La gente en la taberna vitoreaba la acción de la chica, a lo que inclusive yo empecé a aplaudir una vez dijo que se iba a sacar "la basura", una música más animosa empezó a sonar en el lugar, haciendo de ese momento uno más entretenido inclusive, por más que ya hubiera terminado. — Que mujer, benditos sean quienes le parieron. — murmuraba hablando conmigo mismo al verle pasar el umbral del local para dejar el inconsciente cuerpo del hombre aquel que tuvo la suficiente osadía de prácticamente meterle mano hasta la coronilla; Una vez la joven se libró de aquel usurpador de privacidades, volvió a la barra, tomó su té, las galletas y se puso de nuevo a su felino en el regazo. Me le quedé mirando con una leve sonrisa dibujada en mi rostro, bebiendo un trago de la nueva jarra de cerveza que me había pedido, igual y hasta como la décima no empezaría a notarse ninguna diferencia.
— Disculpe. Estaba usted a punto de contar... — empezó ella. Parecía que no terminó su frase como era adecuado, por lo que manteniendo una expresión tranquila y algo risueña debido a lo que había sucedido hacía segundos atrás, decidí completar su frase. — ... el porqué de mi apetito voraz y mi pasión por la comida, ¿cierto? — musité mientras me acomodaba en mi asiento, apoyando el codo derecho sobre la barra aunque también mi brazo, dejando colgando solo la mano. Por unos segundos miré a su pequeño felino, se me antojaba saber qué tanto se había espantado por culpa de su ama, pero no hice esperar demasiado mi pequeña "historia". — Soy... hijo huérfano, adoptado por el hermano mayor de mi tal vez difunta madre. Mi padre adoptivo, el Marçois du Goa, uno de los nobles con más renombre en el Reino de Goa... me crió como si fuese su hijo, su único hijo de hecho ya que... creo tiene gustos "diferentes" si sabes a lo que me refiero. — le comentaba en un principio, inquiriendo que el Marçois tiraba para el otro cuadro, en vez de jugar con autos de juguete, prefería jugar con muñecas. ¡En vez de dar, recibía! Vamos, creo que con tantas indirectas, una habría que captar. — Me enseñó modales, a comportarme como alguien de la realeza. Me enseñó a disfrutar de los más deliciosos manjares, a apreciarlos cada uno como si fuesen la última comida que consumiría en la vida... porque es así, ¿cómo podemos saber si mañana despertaremos muertos, con una cuchilla clavada en el esternón? — cuestionaba yo inclinándome unos centímetros hacia adelante, acercando mi rostro al de ella mientras la miraba fijo.
Volví a acomodarme en la silla, esta vez cruzándome de brazos luego de hacerle fondo blanco a la cerveza de la jarra de vidrio que tenía a mi lado. El tabernero la tomó ya para limpiarla, no le pediría más. Preferí seguir contándole aquella historia curiosa, corta pero que personalmente me parecía interesante a decir verdad, modestia aparte, toda mi vida era interesante en cierto sentido. — Pero no fue allí cuando más empecé a sentir esa necesidad incesante de comer todo lo más delicioso que me encontrara delante, no... fue cuando mi padre adoptivo me confesó que era adoptado, que mi madre era una prostituta y mi padre un borracho. Pero... vamos, ¿qué te puedo decir? Me quiso asesinar... ¿Ves estas tres marcas que van hasta mi oreja izquierda? — pausé mi hablar, apartando mi azulada cabellera de lo que vendría siendo mi cara y oreja del lado izquierdo, dejándole ver aquellas tres cicatrices. — Fueron tres flechas que el asesino personal del Marçois lanzó con la intención de errarle por gusto, tal vez... algo en su interior hizo que no me quisiera matar. No sé qué fue de él, pero el Marçois sonaba muy enfurecido cuando me alejaba del castillo aún vivo, sangrando, herido... pero vivo al fin y al cabo. — hice una fugaz pausa, soltando un resoplido por mi nariz a modo de risa irónica, renegando levemente con la cabeza y desviando la mirada por unos segundos, preguntándome ahora porqué mierda me habría dejado vivir, si siempre acotaba al pie de la letra cada orden del Marçois. Huh... curiosidades de la vida.
— De todos modos, mi pasión por comer nace de la necesidad, necesidad de vivir en el bosque de Dawn, tuve que aprender a sobrevivir. Y heme aquí, vivito y coleando. Tienes frente a ti un excelente ejemplar de muchacho que tuvo que criarse gran parte de la vida, solo. — agregué por último, soltando un fugaz suspiro profundo, para luego renegar con la cabeza, recordar viejos momentos por más que me dieran igual ahora mismo, no era agradable de todas formas. Aclaré mi garganta, volviendo mi mirar amarronado hacia las orbes ajenas y sonreí de nuevo, animoso, algo risueño y juguetón. — Y dime, Eris... ya que he confiado en ti para contarte parte de mi pasado, o casi todo de hecho... ¿qué me puedes contar de ti, cual es tu historia? ... Claro, si quieres decírmelo, eres libre de mentirme e inventarte una historia fantástica llena de suspenso y emociones. A no ser que, en verdad ese sea el caso con tu trasfondo. — le dije acercando muy gentilmente una mano hacia su felino. Con cuidado, eso sí, no quería terminar con una mano menos, siempre hay que ser precavido, y no solo con los animales, sino con las personas que uno tiene en frente, nunca se sabe con qué sorpresas te puedas encontrar. Prudencia... no es cobardía, dice un dicho. Y con una mujer, nunca se es demasiado prudente.
Volví a acomodarme en la silla, esta vez cruzándome de brazos luego de hacerle fondo blanco a la cerveza de la jarra de vidrio que tenía a mi lado. El tabernero la tomó ya para limpiarla, no le pediría más. Preferí seguir contándole aquella historia curiosa, corta pero que personalmente me parecía interesante a decir verdad, modestia aparte, toda mi vida era interesante en cierto sentido. — Pero no fue allí cuando más empecé a sentir esa necesidad incesante de comer todo lo más delicioso que me encontrara delante, no... fue cuando mi padre adoptivo me confesó que era adoptado, que mi madre era una prostituta y mi padre un borracho. Pero... vamos, ¿qué te puedo decir? Me quiso asesinar... ¿Ves estas tres marcas que van hasta mi oreja izquierda? — pausé mi hablar, apartando mi azulada cabellera de lo que vendría siendo mi cara y oreja del lado izquierdo, dejándole ver aquellas tres cicatrices. — Fueron tres flechas que el asesino personal del Marçois lanzó con la intención de errarle por gusto, tal vez... algo en su interior hizo que no me quisiera matar. No sé qué fue de él, pero el Marçois sonaba muy enfurecido cuando me alejaba del castillo aún vivo, sangrando, herido... pero vivo al fin y al cabo. — hice una fugaz pausa, soltando un resoplido por mi nariz a modo de risa irónica, renegando levemente con la cabeza y desviando la mirada por unos segundos, preguntándome ahora porqué mierda me habría dejado vivir, si siempre acotaba al pie de la letra cada orden del Marçois. Huh... curiosidades de la vida.
— De todos modos, mi pasión por comer nace de la necesidad, necesidad de vivir en el bosque de Dawn, tuve que aprender a sobrevivir. Y heme aquí, vivito y coleando. Tienes frente a ti un excelente ejemplar de muchacho que tuvo que criarse gran parte de la vida, solo. — agregué por último, soltando un fugaz suspiro profundo, para luego renegar con la cabeza, recordar viejos momentos por más que me dieran igual ahora mismo, no era agradable de todas formas. Aclaré mi garganta, volviendo mi mirar amarronado hacia las orbes ajenas y sonreí de nuevo, animoso, algo risueño y juguetón. — Y dime, Eris... ya que he confiado en ti para contarte parte de mi pasado, o casi todo de hecho... ¿qué me puedes contar de ti, cual es tu historia? ... Claro, si quieres decírmelo, eres libre de mentirme e inventarte una historia fantástica llena de suspenso y emociones. A no ser que, en verdad ese sea el caso con tu trasfondo. — le dije acercando muy gentilmente una mano hacia su felino. Con cuidado, eso sí, no quería terminar con una mano menos, siempre hay que ser precavido, y no solo con los animales, sino con las personas que uno tiene en frente, nunca se sabe con qué sorpresas te puedas encontrar. Prudencia... no es cobardía, dice un dicho. Y con una mujer, nunca se es demasiado prudente.
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Después de toda aquella poco inocente interrupción Eris se sentía mal, sobre todo, porque no había podido dejar hablar al hombre con la normalidad que debía fluir una conversación. Quizás salieran en algún momento de aquella taberna y no se volvieran a ver nunca, carentes de su interés el uno por el otro, mas durante esos segundos tendría toda la atención de la chica. Y cuando estaba focalizada en algo, no le gustaba que la interrumpieran. Tomaba el té con su mano izquierda a pesar de que era diestra, ¿la razón? Ella era espadachina, no luchadora. Si no hubiera llevado guantes seguro que aquel golpe habría magullado la piel delicada de sus nudillos. Sobre todo por ser delicada más que por la dureza del golpe. Aunque por ello terminó apoyando la taza con su platito en la mesa, sobre todo para que el hombre que ya había comenzado su historia no se diera cuenta de que sus manos temblorosas parecían sacadas más de un anciano que de una joven de veinte años. Tomó otra galleta, mirando con atención a su interlocutor, partiéndola y dándole la mitad al gato. Pronto este se volvería a tomar las mismas confianzas que antes con ella como para apoyar las patas sobre su hombro, intentando que ella le rascara el lomo como fuera.
Pero fue guardando datos importantes: era huérfano pero con un sentido de lealtad grande por la familia, noble y gay. Aunque no, eso último no tenía importancia, pero le hacía gracia a la joven. Hasta ahí, cualquiera podría interpretar que quizás Mark sufriría algún abuso en su infancia por ese motivo. Pero no había más que verle para saber que aquella ocurrencia era errónea. Pero ella le dio la razón, asintiendo con gravedad mientras volvía a tomar su taza de té y darle otro trago. “Nadie nos asegura estar vivos mañana”, pensaría la joven después. Por lo que sonrió a modo también de asentimiento silencioso y siguió escuchando. Se sintió ligeramente identificado al saber que su padre era un borracho y su padre era una prostituta. Prostituta por Haine, porque su madre lo era o lo había sido, y borracho... Porque su propio padre era un cabrón, simplemente. Pero asintió, gravemente, mientras se inclinaba un poco para ver las tres cicatrices. Ella también sabía lo que era ver que tus seres queridos deseaban verte sin vida.
Aunque su historia se volvió triste. Hambre, bosques, vida... Todo un luchador, o eso pensó ella. Pero aquello no hizo más que preguntarse cómo lo había hecho. No mucha gente sobrevive sin nada después de tenerlo todo. Aunque había algo que el peliazul no sabía de ella. — No se me da bien mentir — dijo ella de forma un poco apagada, pero después continuó mordisqueando su galleta, pensativa. — Sin duda, te acoplas perfectamente a la definición de “superviviente” que tenía en mente, felicidades por ello y felicidades por llegar aquí. La gente que pasa de tenerlo todo a no tener nada no suele sobrevivir demasiado— dijo la chica, mientras entornaba los ojos, terminando con su galleta después y dando otro trago de té, pequeño, para bajar la galleta. Acarició el lomo del felino y entornó los ojos. —No pienses que esquivo el contarte mi historia, solo que estoy pensando cómo empezarla para que entiendas cómo he llegado hasta aquí —le confesó ella a media voz, mientras con su mano libre revolvía su propio pelo liso, negro y lacio, pero brillante.
— Nací en North Blue y me crié allí, en una isla donde las clases sociales se separaban mediantes grandes muros y generalmente, no nos entremezclamos... A menos que nos pagaran por ellos. Supongo que mi historia comienza con los recuerdos, unidos a los de un hermano no consanguineo del peor de los distritos, un peliblanco al que mis padres les pagaban por alimentarlo y que por cierto, no lo hacían. Lo trataban peor que tratarías a un perro callejero y, aun con eso, conseguimos llevarnos bien. Hasta que en un "nosequé" hormonado, él mató a un chico de clase alta que me regaló esta espada— dijo señalando el mango con adornos metálicos que sobresalía detrás de su hombro, al lado de su cabeza — . En su marcha, también se llevó casi mi vida —dijo, bajando su mano para enseñarle las dos cicatrices más pegadas al cuello, entre su camisa blanca algo desabotonada, aunque no del todo, dado que aquellas cicatrices bajan en cruz entre sus pechos. —, aunque siempre pensé que fue por error. Allí es cuando reparé en lo mala que había sido yo, mis padres, mis hermanos... Y casi morí, pero me di cuenta que aferrarme a la vida para redimirme por él era lo mejor que podía hacer... Y eso busqué. Me enriquecí un poco, de una maneras y de otras, compré a Gato— siguió, señalando al felino que alzó las orejillas al escuchar su nombre, mirando hacia todos lados y bufando —, y salí al mar. Se pelear, pero también se curar... Y me gusta más curar que pelar, seamos sinceros. Me muevo en barcos ofreciendo mis conocimientos de medicina que suelen servir bastante al menos para el diario de un barco. Y sí, hace poco encontré a mi “hermano”. Supongo que acabé en este restaurante en busca de un buen té como forma de tomarme un descanso en mi trabajo de redimirme— se encogió de hombros.
Pero entonces se rió. Se dio cuenta de que había hablado demasiado pero, ¿qué se podía esperar? Era una mujer a la que le habían dado pie a ello. —Como ves, no hay criaturas mágicas y maravillosas, ni aventuras asombrosas... Pero así es mi vida, normal y plana — aunque sabía perfectamente que no lo era. Había consumido una Akuma no Mi que la hacía extraordinaria a ojos de muchas personas, no quizás a los de ella. —Pero, después de la necesidad y del hambre... ¿A qué te dedicas? No puedo imaginármelo— inquirió de nuevo, tratando de sonreír.
Off. Perdona en general el retraso y la falta de color dw letra :<
Pero fue guardando datos importantes: era huérfano pero con un sentido de lealtad grande por la familia, noble y gay. Aunque no, eso último no tenía importancia, pero le hacía gracia a la joven. Hasta ahí, cualquiera podría interpretar que quizás Mark sufriría algún abuso en su infancia por ese motivo. Pero no había más que verle para saber que aquella ocurrencia era errónea. Pero ella le dio la razón, asintiendo con gravedad mientras volvía a tomar su taza de té y darle otro trago. “Nadie nos asegura estar vivos mañana”, pensaría la joven después. Por lo que sonrió a modo también de asentimiento silencioso y siguió escuchando. Se sintió ligeramente identificado al saber que su padre era un borracho y su padre era una prostituta. Prostituta por Haine, porque su madre lo era o lo había sido, y borracho... Porque su propio padre era un cabrón, simplemente. Pero asintió, gravemente, mientras se inclinaba un poco para ver las tres cicatrices. Ella también sabía lo que era ver que tus seres queridos deseaban verte sin vida.
Aunque su historia se volvió triste. Hambre, bosques, vida... Todo un luchador, o eso pensó ella. Pero aquello no hizo más que preguntarse cómo lo había hecho. No mucha gente sobrevive sin nada después de tenerlo todo. Aunque había algo que el peliazul no sabía de ella. — No se me da bien mentir — dijo ella de forma un poco apagada, pero después continuó mordisqueando su galleta, pensativa. — Sin duda, te acoplas perfectamente a la definición de “superviviente” que tenía en mente, felicidades por ello y felicidades por llegar aquí. La gente que pasa de tenerlo todo a no tener nada no suele sobrevivir demasiado— dijo la chica, mientras entornaba los ojos, terminando con su galleta después y dando otro trago de té, pequeño, para bajar la galleta. Acarició el lomo del felino y entornó los ojos. —No pienses que esquivo el contarte mi historia, solo que estoy pensando cómo empezarla para que entiendas cómo he llegado hasta aquí —le confesó ella a media voz, mientras con su mano libre revolvía su propio pelo liso, negro y lacio, pero brillante.
— Nací en North Blue y me crié allí, en una isla donde las clases sociales se separaban mediantes grandes muros y generalmente, no nos entremezclamos... A menos que nos pagaran por ellos. Supongo que mi historia comienza con los recuerdos, unidos a los de un hermano no consanguineo del peor de los distritos, un peliblanco al que mis padres les pagaban por alimentarlo y que por cierto, no lo hacían. Lo trataban peor que tratarías a un perro callejero y, aun con eso, conseguimos llevarnos bien. Hasta que en un "nosequé" hormonado, él mató a un chico de clase alta que me regaló esta espada— dijo señalando el mango con adornos metálicos que sobresalía detrás de su hombro, al lado de su cabeza — . En su marcha, también se llevó casi mi vida —dijo, bajando su mano para enseñarle las dos cicatrices más pegadas al cuello, entre su camisa blanca algo desabotonada, aunque no del todo, dado que aquellas cicatrices bajan en cruz entre sus pechos. —, aunque siempre pensé que fue por error. Allí es cuando reparé en lo mala que había sido yo, mis padres, mis hermanos... Y casi morí, pero me di cuenta que aferrarme a la vida para redimirme por él era lo mejor que podía hacer... Y eso busqué. Me enriquecí un poco, de una maneras y de otras, compré a Gato— siguió, señalando al felino que alzó las orejillas al escuchar su nombre, mirando hacia todos lados y bufando —, y salí al mar. Se pelear, pero también se curar... Y me gusta más curar que pelar, seamos sinceros. Me muevo en barcos ofreciendo mis conocimientos de medicina que suelen servir bastante al menos para el diario de un barco. Y sí, hace poco encontré a mi “hermano”. Supongo que acabé en este restaurante en busca de un buen té como forma de tomarme un descanso en mi trabajo de redimirme— se encogió de hombros.
Pero entonces se rió. Se dio cuenta de que había hablado demasiado pero, ¿qué se podía esperar? Era una mujer a la que le habían dado pie a ello. —Como ves, no hay criaturas mágicas y maravillosas, ni aventuras asombrosas... Pero así es mi vida, normal y plana — aunque sabía perfectamente que no lo era. Había consumido una Akuma no Mi que la hacía extraordinaria a ojos de muchas personas, no quizás a los de ella. —Pero, después de la necesidad y del hambre... ¿A qué te dedicas? No puedo imaginármelo— inquirió de nuevo, tratando de sonreír.
Off. Perdona en general el retraso y la falta de color dw letra :<
Mark Kjellberg
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Mi rostro demostraba interés absoluto por la posible historia que me pudiera decir la contraria, y aunque tal vez no fuese tan dramática o pintada de oro como la mía, seguramente sería igual de interesante. Me le quedé mirando cruzado de brazos, expresando suma seriedad aunque siempre estaba esa sonrisa muy leve dibujada en mi rostro, casi como una firma de mi parte realmente, exceptuando en muy pocas ocasiones, pero realmente el 99% del tiempo estaba así, con esa sonrisa de medio labio plasmada en mi cara. Los minutos iban pasando muy lentamente, como un caracol que intenta llegar a un tronco mojado, o una planta de hojas verdes y frescas para poder comer. Su historia era de lo más extraña y si bien poseía matices de posible traumatismo, abusos en su juventud y demases, eso no significaba que fuese a tratarle como una mujer especial, que la vida le dio una segunda oportunidad y tendríamos que ser más cuidadoso con estas. — Se ve que eres una mujer fuerte, Eris. Prefiero tenerte como aliada que como enemiga... Pero ya sabes lo que dicen, a los amigos hay que tenerlos cerca, y a los enemigos aún más cerca. Y no me malinterpretes, — empecé diciendo una vez la fémina terminó su relato, no quise interrumpirla ni un solo momento, emitiendo sutiles "Mhm" o "Claro..." A lo sumo, para darle a entender que estaba captando su historia, su pasado, todo aquel trasfondo que extrañamente, depositaba con confianza en mi. Sí, seguro emitía detalles que prefería guardárselos para ella misma, pero no le culpaba, lo mismo hice yo... y estaba en todo su derecho de reservarse toda la privacidad que quisiera.
— La vida ha sabido tratarte bien aunque hayas pasado por todo eso, como me has dicho a mi... tú también eres una sobreviviente, tal vez ambos sigamos teniendo nuestras luchas que terminar, pero definitivamente eso somos, luchadores. — comenté casi como si fuese un discurso inspirador, algunos inclusive se me quedaron mirando fijo, el tabernero sobre todo. Apreté mi puño derecho, poniéndolo frente a mi, para luego escuchar la susodicha pregunta de la joven de cabellera azabache. Sonreí, soltando una leve risotada, renegué con la cabeza como si estuviese negando algunos pensamientos tontos que rondaban por mi mente, cerré los ojos y bufé por mi nariz a modo de risa aún, estaba entretenido, debía admitir que no intercambiaba palabras con una fémina tan interesante desde hacía mucho tiempo ya. La mayoría de las veces a fin de cuentas, eran los clásicos piropos, tragos por aquí y por allá, y a la cama nos vamos. Pero no, esta vez el fin era diferente con ella, no sentía siquiera las ansias de encamarme con la joven, es más... simplemente me apetecía seguir charlando. Raro en mi, disimuladamente me pellizqué un brazo a ver si era un sueño, una simple fantasía o era la realidad, y que yo me estaba enfocando en lo que salía de su boca, y no en lo que podría entrar luego.
— Tal vez me debería avergonzar del simple hecho de que vivo a costilla de otros. — hice una pausa, mirando hacia un lado y llamando al tabernero. Antes de seguir con aquella respuesta, le pedí algo rápido. — Una jarra de cerveza oscura. — comenté dándole el respectivo dinero, para luego voltear la mirada nuevamente hacia ella, y seguir hablándole. — No, no soy un vividor... Soy un cazador de recompensas. Si veo una recompensa suculenta y me interesa... podría ir por ella, pero yo no soy así. Inclusive si de repente me dices que eres una Pirata y tienes una recompensa de medio billón de Berries... Te admito que no me interesaría tu valor, no te cazaría... Pero por razones totalmente ajenas a mi "trabajo". — le guiñé un ojo casi como siendo un halago aquello que había dicho. Pero no, no intentaba cortejarla, solamente estaba dejándole en claro que no cazaba por dinero, dino solamente por mero interés, no me gustaba mucho cazar peces gordos o gente que directamente no podría defenderse a si misma, a no ser que claro... terminaran molestándome en demasía. El tocarme los huevos y discutirme me merma la moral, seguro terminarían con la yugular arrancada. ¿Y porqué no le capturaría a ella en tal caso? Por la simple razón de que prefería hablar con ella, que pelear. Me había caído bien, ¿qué puedo decir? Las mujeres son mi debilidad a fin de cuentas.
— Te sorprendería saber que prefiero mantener un perfil bajo. Pero... ¿y tú, a qué te dedicas? Luego de tal pasado, sería sorprendente que me dijeras que vendes tu cuerpo al placer. — murmuraba en un inicio, llevando mi mano zurda a su antebrazo derecho, apretándolo muy suavemente. — Con permiso... — inicié mis palabras. Miraba fijo aquel músculo, tanteando la firmeza de este. Se notaba que era duro, más no voluminoso. Parecía trabajado aunque no de la manera que todos se creerían, al menos no como yo me esperaría. Sus reflejos eran óptimos, me lo dejó saber a la hora de darle la cabeza contra la barra a aquel imbécil que osó manosear su retaguardia, y a juzgar por sus delgados dedos, luchadora no era. — Músculos firmes más no hinchados, un cuerpo de apariencia delicada como el de una muñeca de porcelana. Piernas finas, solamente torneadas por tu caminar... Me arriesgaría a decir, que eres una espadachina. O al menos, manejas armas de filo... — murmuraba casi que hablando conmigo mismo, como si tuviera un monólogo con una fémina imaginaria, aunque no. Eris estaba ahí, frente a mi, y era bastante real a decir verdad.
— Ah, disculpa... espero no merecer el mismo destino que ese tipo que quedó afuera, simplemente quise adelantarme a los hechos. De hecho, podría explayarme halagando tu belleza, Eris... pero temo ser muy imprudente y desubicado, tal vez tu novio esté esperándote a la vuelta de la esquina, aunque yo desconocería de su existencia aún... ¿No tienes, cierto? — cuestioné por último, soltando una sutil risotada entretenida, aquella gutural y ronca risa que retumbaba un poco en la taberna, aunque se tapaba bastante bien con la música que sonaba. Poco y nada faltaba para que ambos termináramos nuestros pedidos, y quien sabe... luego cada uno se iría por su lado y nunca más cruzaríamos caminos. Eso solo lo sabría el destino.
— La vida ha sabido tratarte bien aunque hayas pasado por todo eso, como me has dicho a mi... tú también eres una sobreviviente, tal vez ambos sigamos teniendo nuestras luchas que terminar, pero definitivamente eso somos, luchadores. — comenté casi como si fuese un discurso inspirador, algunos inclusive se me quedaron mirando fijo, el tabernero sobre todo. Apreté mi puño derecho, poniéndolo frente a mi, para luego escuchar la susodicha pregunta de la joven de cabellera azabache. Sonreí, soltando una leve risotada, renegué con la cabeza como si estuviese negando algunos pensamientos tontos que rondaban por mi mente, cerré los ojos y bufé por mi nariz a modo de risa aún, estaba entretenido, debía admitir que no intercambiaba palabras con una fémina tan interesante desde hacía mucho tiempo ya. La mayoría de las veces a fin de cuentas, eran los clásicos piropos, tragos por aquí y por allá, y a la cama nos vamos. Pero no, esta vez el fin era diferente con ella, no sentía siquiera las ansias de encamarme con la joven, es más... simplemente me apetecía seguir charlando. Raro en mi, disimuladamente me pellizqué un brazo a ver si era un sueño, una simple fantasía o era la realidad, y que yo me estaba enfocando en lo que salía de su boca, y no en lo que podría entrar luego.
— Tal vez me debería avergonzar del simple hecho de que vivo a costilla de otros. — hice una pausa, mirando hacia un lado y llamando al tabernero. Antes de seguir con aquella respuesta, le pedí algo rápido. — Una jarra de cerveza oscura. — comenté dándole el respectivo dinero, para luego voltear la mirada nuevamente hacia ella, y seguir hablándole. — No, no soy un vividor... Soy un cazador de recompensas. Si veo una recompensa suculenta y me interesa... podría ir por ella, pero yo no soy así. Inclusive si de repente me dices que eres una Pirata y tienes una recompensa de medio billón de Berries... Te admito que no me interesaría tu valor, no te cazaría... Pero por razones totalmente ajenas a mi "trabajo". — le guiñé un ojo casi como siendo un halago aquello que había dicho. Pero no, no intentaba cortejarla, solamente estaba dejándole en claro que no cazaba por dinero, dino solamente por mero interés, no me gustaba mucho cazar peces gordos o gente que directamente no podría defenderse a si misma, a no ser que claro... terminaran molestándome en demasía. El tocarme los huevos y discutirme me merma la moral, seguro terminarían con la yugular arrancada. ¿Y porqué no le capturaría a ella en tal caso? Por la simple razón de que prefería hablar con ella, que pelear. Me había caído bien, ¿qué puedo decir? Las mujeres son mi debilidad a fin de cuentas.
— Te sorprendería saber que prefiero mantener un perfil bajo. Pero... ¿y tú, a qué te dedicas? Luego de tal pasado, sería sorprendente que me dijeras que vendes tu cuerpo al placer. — murmuraba en un inicio, llevando mi mano zurda a su antebrazo derecho, apretándolo muy suavemente. — Con permiso... — inicié mis palabras. Miraba fijo aquel músculo, tanteando la firmeza de este. Se notaba que era duro, más no voluminoso. Parecía trabajado aunque no de la manera que todos se creerían, al menos no como yo me esperaría. Sus reflejos eran óptimos, me lo dejó saber a la hora de darle la cabeza contra la barra a aquel imbécil que osó manosear su retaguardia, y a juzgar por sus delgados dedos, luchadora no era. — Músculos firmes más no hinchados, un cuerpo de apariencia delicada como el de una muñeca de porcelana. Piernas finas, solamente torneadas por tu caminar... Me arriesgaría a decir, que eres una espadachina. O al menos, manejas armas de filo... — murmuraba casi que hablando conmigo mismo, como si tuviera un monólogo con una fémina imaginaria, aunque no. Eris estaba ahí, frente a mi, y era bastante real a decir verdad.
— Ah, disculpa... espero no merecer el mismo destino que ese tipo que quedó afuera, simplemente quise adelantarme a los hechos. De hecho, podría explayarme halagando tu belleza, Eris... pero temo ser muy imprudente y desubicado, tal vez tu novio esté esperándote a la vuelta de la esquina, aunque yo desconocería de su existencia aún... ¿No tienes, cierto? — cuestioné por último, soltando una sutil risotada entretenida, aquella gutural y ronca risa que retumbaba un poco en la taberna, aunque se tapaba bastante bien con la música que sonaba. Poco y nada faltaba para que ambos termináramos nuestros pedidos, y quien sabe... luego cada uno se iría por su lado y nunca más cruzaríamos caminos. Eso solo lo sabría el destino.
- OFF-ROL:
- Tranquila, fue tal la calidad del Post que me dio lo mismo que tus diálogos no tuviesen color. Me ha encantado. Vale la pena la espera ^^
Eris Takayama
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—A una persona corriente no se le puede tratar como aliado ni como enemigo, sino como conocido o amigo. No me suelo poner en contra de nadie con facilidad— sonrió ella, tratando de calmar los pocos nervios que tenía en la boca del estómago previos a la idea de contar su historia. Pero cuando la contó, su cuerpo se relajó totalmente. Sí, contársela a alguien totalmente ajeno a ella podría decirse que le había sentado bien, dado que eso solía hacer que las cosas tomaran una perspectiva diferente con los comentarios que estos podían hacer. Mas no esperaba comentarios del joven, solo unos oídos dispuestos a escuchar su historia. Fue así como la mujer sonrió ladeadamente cuando terminó de contarla, formulando aquella pregunta distraída acerca del trabajo de él y riéndose someramente cuando el hombre hizo gala de una expresión que hasta el momento no había escuchado. Pero el hecho de que fuera una cazador de recompensas hizo que ella se sintiera ligeramente turbada. Se le creó un agujero en el estómago que intentó suplir de forma rápida con un trago de té. Siguió sonriendo, disimulando.
Ella también se había mantenido de perfil bajo -de hecho, aquella era la expresión que Haine utilizaba para lo que hacían- mas a veces tenía que hacer algunas cosas como robar para sobrevivir. Todo el dinero que ella había ganado había sido así, con pequeños hurtos a la gente que tenía, lo justo para viajar o sobrevivir. No, ella no había vendido su cuerpo -de hecho, que él sugiriera la idea la hizo reír- porque no se sentía ni guapa, ni atrayente, ni sexy… Ni nada por el estilo. Pero ante aquella recíproca pregunta, la mujer se mantuvo calla dejando que él elucubrar sobre su verdadero oficio. Le dejó maniobrar con su brazo, sin ningún reparo. Después de todo, él toque de él era bastante suave y casto en comparación con lo que momentos atrás había vivido. Pero se rió, por que joder, había acertado en todo, la verdad. Tenía unos brazos torneados per delgados, y unas piernas finas y poco definidas. En general, se podía asimilar que era una chica delgada y paliducha. —También podía haberlo sabido por el hecho de que llevo una espada en la espalda y, si se fija un poco más, verá el cuchillo en el interior de mi bota— sonrió ella, no queriendo ser demasiad pedante. Pero se removió ligeramente en su banqueta.
—Las vidas de la gente que viajamos no están hechas para tener pareja. En todo caso, mi hermanastro. La última vez que me vio acercarme a un hombre entró en cólera… Mas creo que en su caso poco podría hacer. Parece doblarlo en tamaño— trató de ironizar la chica, pero se dio cuenta de un punto bastante importante. ¡Él la había tocado, y no se había electrocutado! Sonrió, mordiéndose el labio para retener la ilusión que sentía. No se lo contaría, porque podría parecer confuso después de haber omitido la información de que se había comido una akuma, pero después simplemente negó con la cabeza. —Y sí, tenía razón, soy espadachina… O lo intento. Todo en esta vida es práctica y destreza y hasta el momento no me ha ido nada mal. Al menos, desde que lo estoy intentando con ganas. Pero no, no espere ver un cartel con una recompensa por mi cabeza. No soy fan del trabajo que realiza la marina porque creo que cada uno pretende imponer y defender la ley desde su punto de vista y por tant eso no es justo para los demás pero… No, no soy una criminal. Y si en algún momento lo soy, y nuestros caminos se vuelven a cruzar, no olvide darme un merecedor golpe— sonrió ella.
No era demasiado fan de hacer partícipe a la gente de su propia ideología, pero la consideraba bastante neutra. Con ella podría hacerse pirata o podría hacerse Marine. Podría entrar en CP o, directamente, podría convertirse en alguien como él. El hecho de acceder a grandes cantidades de dinero hacían que su mente delirara. Pero fuera como fuera, ella no estaba dispuesta a caer en las trampasa de la riqueza o el sedentarismo. —De todas formas, somos jóvenes, las cosas cambian— susurró, en bajo, no sabía si para ella o para los dos. No era una advertencia, era una verdad inalienable. No obstante, volvió a sonreír. —De todas formas, la idea del dinero no me atrae. En muchas ocasiones me he pensado el formar parte del gremio de la gente como usted y, hasta el momento, no he podido decidirme. El dinero no me hace falta, se vivir con poco— se encogió de hombros.
Ella también se había mantenido de perfil bajo -de hecho, aquella era la expresión que Haine utilizaba para lo que hacían- mas a veces tenía que hacer algunas cosas como robar para sobrevivir. Todo el dinero que ella había ganado había sido así, con pequeños hurtos a la gente que tenía, lo justo para viajar o sobrevivir. No, ella no había vendido su cuerpo -de hecho, que él sugiriera la idea la hizo reír- porque no se sentía ni guapa, ni atrayente, ni sexy… Ni nada por el estilo. Pero ante aquella recíproca pregunta, la mujer se mantuvo calla dejando que él elucubrar sobre su verdadero oficio. Le dejó maniobrar con su brazo, sin ningún reparo. Después de todo, él toque de él era bastante suave y casto en comparación con lo que momentos atrás había vivido. Pero se rió, por que joder, había acertado en todo, la verdad. Tenía unos brazos torneados per delgados, y unas piernas finas y poco definidas. En general, se podía asimilar que era una chica delgada y paliducha. —También podía haberlo sabido por el hecho de que llevo una espada en la espalda y, si se fija un poco más, verá el cuchillo en el interior de mi bota— sonrió ella, no queriendo ser demasiad pedante. Pero se removió ligeramente en su banqueta.
—Las vidas de la gente que viajamos no están hechas para tener pareja. En todo caso, mi hermanastro. La última vez que me vio acercarme a un hombre entró en cólera… Mas creo que en su caso poco podría hacer. Parece doblarlo en tamaño— trató de ironizar la chica, pero se dio cuenta de un punto bastante importante. ¡Él la había tocado, y no se había electrocutado! Sonrió, mordiéndose el labio para retener la ilusión que sentía. No se lo contaría, porque podría parecer confuso después de haber omitido la información de que se había comido una akuma, pero después simplemente negó con la cabeza. —Y sí, tenía razón, soy espadachina… O lo intento. Todo en esta vida es práctica y destreza y hasta el momento no me ha ido nada mal. Al menos, desde que lo estoy intentando con ganas. Pero no, no espere ver un cartel con una recompensa por mi cabeza. No soy fan del trabajo que realiza la marina porque creo que cada uno pretende imponer y defender la ley desde su punto de vista y por tant eso no es justo para los demás pero… No, no soy una criminal. Y si en algún momento lo soy, y nuestros caminos se vuelven a cruzar, no olvide darme un merecedor golpe— sonrió ella.
No era demasiado fan de hacer partícipe a la gente de su propia ideología, pero la consideraba bastante neutra. Con ella podría hacerse pirata o podría hacerse Marine. Podría entrar en CP o, directamente, podría convertirse en alguien como él. El hecho de acceder a grandes cantidades de dinero hacían que su mente delirara. Pero fuera como fuera, ella no estaba dispuesta a caer en las trampasa de la riqueza o el sedentarismo. —De todas formas, somos jóvenes, las cosas cambian— susurró, en bajo, no sabía si para ella o para los dos. No era una advertencia, era una verdad inalienable. No obstante, volvió a sonreír. —De todas formas, la idea del dinero no me atrae. En muchas ocasiones me he pensado el formar parte del gremio de la gente como usted y, hasta el momento, no he podido decidirme. El dinero no me hace falta, se vivir con poco— se encogió de hombros.
Mark Kjellberg
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Si bien no era la expresión que me esperaba por parte de ella, de todos modos le seguí la corriente. Reí cerrando los ojos por unos momentos, llevando mi zurda hacia mi rostro y renegando levemente con la cabeza. A veces podría llegar a ser bastante distraído con las cosas que no eran tan importantes, y si bien sí, podría haber visto aquella espada, o con más atención la pequeña cuchilla en su bota, no son cosas que con mucho esmero se noten. Estaba más enfocado en su ser, y no en lo que llevaba encima. Claro, su pequeño animal también estaba con ella, pero a la vista que era demasiado receloso con ella, tendría que andarme con cuidado. De hecho, aún me pregunto porqué no me arrancó la mano cuando tanteé el brazo de su dueña, pero esas son preguntas que no necesitan respuesta, a fin de cuentas no me moriré por no saberlo. — A juzgar por lo que me has demostrado esta ocasión, no creo que seas alguien que le guste destacar demasiado entre la gente. Prefieres mantener un perfil bajo, como yo. — reía confiado de lo que yo decía estaba en lo cierto. Aunque podría salirme el tiro por la culata, que Eris me mirase feo y me dijera con un rotundo "No, no nos parecemos en nada." lo tan equivocado que estaba realmente.
— Siéndote franco, no creo que en un futuro me encuentre con un cartel tuyo el cual ponga un precio elevado por tu cabeza. Podría decirte que me sentiría decepcionado, más aún así... dudo que este comentario haga que te lo preguntes dos veces antes de hacer las cosas. A fin de cuentas... eres una mujer libre, independiente. — fue lo único que le dije referido a ese tema, bebiéndome el último trago de cerveza Stout que quedaba en la jarra nueva servida por el tabernero. Volteé a mirar como tantas otras veces a Eris, esta vez con una expresión un poco más seria, aunque solté una entretenida risa. — Me aseguraré de todos modos de darte una merecida paliza si es que veo precio por tu cabeza en un futuro. Solamente esperemos que no. — mencionaba yo, sonando mis nudillos aunque solamente era para bromear. No estaba del todo seguro si a ella le agradarían ese tipo de bromas, pero ella misma me había pedido que le diera un merecido golpe si en alguna ocasión nuestros destinos se cruzaban de nuevo. Aclaré mi garganta, y lentamente me fui levantando de la banca, pronto ambos habríamos terminado nuestros pedidos. — Para variar, no soy de esos cazadores que gustan de la fama y riqueza que pueda traerle el ser uno. Como dije antes, mantener un perfil bajo es básicamente una obligación para mi... Mucho más cuando paso por Dawn... Digamos que no quiero que se enteren de mi llegada al instante los guardias del Marçois. — iniciaba diciendo.
Levantaba los brazos, estirándome hacia arriba y luego colocando las manos en mi nuca, emitiendo un sutil bostezo, aunque tapándome la boca con la diestra. — Esperaré a que termines, no tengo mucho para hacer hasta dentro de una semana. No me molestaría acompañarte un poco más, antes que nuestros caminos se separen, Eris... He de admitir que ha sido un grato encuentro el que hemos tenido. — musité en un tono de voz bastante más tranquilo. Sí, se denotaba siempre aquel ego, esa superioridad, pedantería de mi parte. Pero vamos, debía bajar un poco la guardia con tal belleza frente a mi, y por más que no me fijara demasiado en ello -no del modo que creen al menos- las cosas obvias deben ser admitidas siempre, si alguien es bello... lo es y ya, sin más vueltas; La gente se nos quedaba mirando, de hecho, aquel tipo que la fémina había abatido contra la barra de puro milagro y había recobrado el sentido. Arrastrándose como perro lastimado, llegó hasta la Base Marine, en la cual informó -omitiendo mucha información obviamente- lo que había sucedido en la taberna. Siendo acompañado ahora por un par de uniformados reclutas, se adentraron de golpe al lugar, interrumpiendo la tranquilidad de todos.
La música se detuvo, e inmediatamente se notó al tipo señalar a Eris. — ¡E-ella fue! ¡Fue... la que me dio contra.. la barra sin razón alguna! — decía el hombre. A lo que los Marines, cegados por las mentiras rastreras del sujeto, alzaron sus rifles y apuntaron directamente hacia la fémina de cabellera oscura. — ¡Alto, en el nombre de la Marina! Usted vendrá con nosotros, ahora mismo. Si osa rechistar, le llevaremos a la fuerza. No tememos el usarla en absoluto. — decía uno de los Marines. Miré de reojo a Eris, queriendo ver sus reacciones evidentes, aunque hice una pausa en todo aquello, y le palmeé el hombro suavemente, sonriéndole con cierta picardía. — Déjamelo a mi... suficiente ya tuviste antes con él. — dije eso bastante seguro. Cuando tanteé sus músculos, pude denotar cuan en tensión estaba, fue imposible no percatarme de cómo temblaban sus manos, por más que haya mostrado un temple envidiable ante esa situación, la incomodidad había estado de todos modos. ¿A quien no le incomodaría y dejaría así que le toquen el cuerpo y hablen de ese modo tan irrespetuoso? Aprovechando que estaba parado ya, empecé a acercarme a los Marines. Estos se vieron obligados a levantar sus miradas, aún con los rifles apuntando a Eris.
— Muchachos... todo tiene una explicación evidente. La chica aquí solamente se defendía, ¿de qué? Pues de que este hombre, el que tienen tras de ustedes, chicos... Le siguiera metiendo mano hasta las zonas en las que no da el sol. — empezaba diciendo. Los Marines se veían un tanto intimidados por mi altura y presencia, eran simples reclutas a fin de cuentas, rango Patata en definitiva. El hombre que había sido abatido por Eris también temblaba, ya de terror, pensaba que ahora el que le pegaría sería yo. Y sí, le dediqué de refilón una mirada sumamente fría y maquiavélica, con una macabra sonrisa dibujada en mi rostro. — Pero... igual nos deberá acompañar. Deberá declarar en contra de este hombre si... si lo que ha dicho es verdad. — respondía de inmediato a mis palabras otro de los Marines que se adentraron a la taberna. La gente del lugar miraba expectante de la situación, en silencio, chusmas de mierda. La música inclusive había parado al segundo que la Marina hizo presencia en el local. Me encogí de hombros, renegando con la cabeza y luego virando esta hacia mi hombro derecho, mirando por encima de reojo a la chica. Volví mi mirar hacia los agentes de la Marina, y proseguí hablando.
— No creo que sea necesario, miren a este pobre diablo... ya está temblando siquiera haber entrado a la Taberna. Las cosas que le dijo, cualquiera de los presentes puede darle la razón. Todos aquí son testigos de lo que hizo ese hombre... ¿Y la culpan a ella, porqué? ¿Por ser mujer, porque les omitieron datos importantes a la hora de venir hasta aquí? Ustedes tienen a la persona equivocada... Viren sus cabezas, el que está atrás es el verdadero malhechor. — terminé por decir. Los Marines bajaron lentamente sus rifles, y miraron las caras de varios presentes en la taberna. Todos asentían con la cabeza, plasmando una expresión de odio hacia el sujeto que había manoseado a Eris. Yo solamente sonreí levemente, asintiendo con la cabeza a modo de entender, cuando pidieron disculpas haciendo una educada reverencia. Aquel hombre temeroso y pervertido salió corriendo aunque su torpeza y lo mal parado que estaba le hicieron tropezar y caer varias veces en el camino. Toda una vergüenza.
Suspiré, emitiendo un bufido por mi nariz y luego me acerqué nuevamente a Eris, tendiéndole una mano para que se levantara de su banca, siempre caballeroso con las mujeres, por más que me consideraran muchos un Casanova, respeto hay que tener de todos modos. — Señorita Eris... Gato, ¿gustarían entonces de acompañarme en una pequeña caminata, antes de separarnos? — cuestioné yo, sonriendo de medio labio, con esa expresión encantadora, o lo que más se podía teniendo en cuenta mi altura y tamaño corporal. Le miraba fijo a los ojos, expectante de su respuesta, aún con mi mano ahí, abierta, ofrecida para que ella le tomara.
— Siéndote franco, no creo que en un futuro me encuentre con un cartel tuyo el cual ponga un precio elevado por tu cabeza. Podría decirte que me sentiría decepcionado, más aún así... dudo que este comentario haga que te lo preguntes dos veces antes de hacer las cosas. A fin de cuentas... eres una mujer libre, independiente. — fue lo único que le dije referido a ese tema, bebiéndome el último trago de cerveza Stout que quedaba en la jarra nueva servida por el tabernero. Volteé a mirar como tantas otras veces a Eris, esta vez con una expresión un poco más seria, aunque solté una entretenida risa. — Me aseguraré de todos modos de darte una merecida paliza si es que veo precio por tu cabeza en un futuro. Solamente esperemos que no. — mencionaba yo, sonando mis nudillos aunque solamente era para bromear. No estaba del todo seguro si a ella le agradarían ese tipo de bromas, pero ella misma me había pedido que le diera un merecido golpe si en alguna ocasión nuestros destinos se cruzaban de nuevo. Aclaré mi garganta, y lentamente me fui levantando de la banca, pronto ambos habríamos terminado nuestros pedidos. — Para variar, no soy de esos cazadores que gustan de la fama y riqueza que pueda traerle el ser uno. Como dije antes, mantener un perfil bajo es básicamente una obligación para mi... Mucho más cuando paso por Dawn... Digamos que no quiero que se enteren de mi llegada al instante los guardias del Marçois. — iniciaba diciendo.
Levantaba los brazos, estirándome hacia arriba y luego colocando las manos en mi nuca, emitiendo un sutil bostezo, aunque tapándome la boca con la diestra. — Esperaré a que termines, no tengo mucho para hacer hasta dentro de una semana. No me molestaría acompañarte un poco más, antes que nuestros caminos se separen, Eris... He de admitir que ha sido un grato encuentro el que hemos tenido. — musité en un tono de voz bastante más tranquilo. Sí, se denotaba siempre aquel ego, esa superioridad, pedantería de mi parte. Pero vamos, debía bajar un poco la guardia con tal belleza frente a mi, y por más que no me fijara demasiado en ello -no del modo que creen al menos- las cosas obvias deben ser admitidas siempre, si alguien es bello... lo es y ya, sin más vueltas; La gente se nos quedaba mirando, de hecho, aquel tipo que la fémina había abatido contra la barra de puro milagro y había recobrado el sentido. Arrastrándose como perro lastimado, llegó hasta la Base Marine, en la cual informó -omitiendo mucha información obviamente- lo que había sucedido en la taberna. Siendo acompañado ahora por un par de uniformados reclutas, se adentraron de golpe al lugar, interrumpiendo la tranquilidad de todos.
La música se detuvo, e inmediatamente se notó al tipo señalar a Eris. — ¡E-ella fue! ¡Fue... la que me dio contra.. la barra sin razón alguna! — decía el hombre. A lo que los Marines, cegados por las mentiras rastreras del sujeto, alzaron sus rifles y apuntaron directamente hacia la fémina de cabellera oscura. — ¡Alto, en el nombre de la Marina! Usted vendrá con nosotros, ahora mismo. Si osa rechistar, le llevaremos a la fuerza. No tememos el usarla en absoluto. — decía uno de los Marines. Miré de reojo a Eris, queriendo ver sus reacciones evidentes, aunque hice una pausa en todo aquello, y le palmeé el hombro suavemente, sonriéndole con cierta picardía. — Déjamelo a mi... suficiente ya tuviste antes con él. — dije eso bastante seguro. Cuando tanteé sus músculos, pude denotar cuan en tensión estaba, fue imposible no percatarme de cómo temblaban sus manos, por más que haya mostrado un temple envidiable ante esa situación, la incomodidad había estado de todos modos. ¿A quien no le incomodaría y dejaría así que le toquen el cuerpo y hablen de ese modo tan irrespetuoso? Aprovechando que estaba parado ya, empecé a acercarme a los Marines. Estos se vieron obligados a levantar sus miradas, aún con los rifles apuntando a Eris.
— Muchachos... todo tiene una explicación evidente. La chica aquí solamente se defendía, ¿de qué? Pues de que este hombre, el que tienen tras de ustedes, chicos... Le siguiera metiendo mano hasta las zonas en las que no da el sol. — empezaba diciendo. Los Marines se veían un tanto intimidados por mi altura y presencia, eran simples reclutas a fin de cuentas, rango Patata en definitiva. El hombre que había sido abatido por Eris también temblaba, ya de terror, pensaba que ahora el que le pegaría sería yo. Y sí, le dediqué de refilón una mirada sumamente fría y maquiavélica, con una macabra sonrisa dibujada en mi rostro. — Pero... igual nos deberá acompañar. Deberá declarar en contra de este hombre si... si lo que ha dicho es verdad. — respondía de inmediato a mis palabras otro de los Marines que se adentraron a la taberna. La gente del lugar miraba expectante de la situación, en silencio, chusmas de mierda. La música inclusive había parado al segundo que la Marina hizo presencia en el local. Me encogí de hombros, renegando con la cabeza y luego virando esta hacia mi hombro derecho, mirando por encima de reojo a la chica. Volví mi mirar hacia los agentes de la Marina, y proseguí hablando.
— No creo que sea necesario, miren a este pobre diablo... ya está temblando siquiera haber entrado a la Taberna. Las cosas que le dijo, cualquiera de los presentes puede darle la razón. Todos aquí son testigos de lo que hizo ese hombre... ¿Y la culpan a ella, porqué? ¿Por ser mujer, porque les omitieron datos importantes a la hora de venir hasta aquí? Ustedes tienen a la persona equivocada... Viren sus cabezas, el que está atrás es el verdadero malhechor. — terminé por decir. Los Marines bajaron lentamente sus rifles, y miraron las caras de varios presentes en la taberna. Todos asentían con la cabeza, plasmando una expresión de odio hacia el sujeto que había manoseado a Eris. Yo solamente sonreí levemente, asintiendo con la cabeza a modo de entender, cuando pidieron disculpas haciendo una educada reverencia. Aquel hombre temeroso y pervertido salió corriendo aunque su torpeza y lo mal parado que estaba le hicieron tropezar y caer varias veces en el camino. Toda una vergüenza.
Suspiré, emitiendo un bufido por mi nariz y luego me acerqué nuevamente a Eris, tendiéndole una mano para que se levantara de su banca, siempre caballeroso con las mujeres, por más que me consideraran muchos un Casanova, respeto hay que tener de todos modos. — Señorita Eris... Gato, ¿gustarían entonces de acompañarme en una pequeña caminata, antes de separarnos? — cuestioné yo, sonriendo de medio labio, con esa expresión encantadora, o lo que más se podía teniendo en cuenta mi altura y tamaño corporal. Le miraba fijo a los ojos, expectante de su respuesta, aún con mi mano ahí, abierta, ofrecida para que ella le tomara.
Eris Takayama
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Destacar era malo, destacar significaba acabar muerto. Sí, al menos lo era en su propio lenguaje. Mantenerse en una discreta posición la hacía mantenerse fuera del alcance de la ley. Eris no quería tener nada que ver con ellos. Y por lo visto puede que sí, que la joven y el peliazul podrían parecerse un poco. Por eso, en exclusiva, volvió a sonreírle de soslayo, asintiendo levemente con la cabeza. Pero después se rió. Se rió porque hablaba de que ella era una mujer libre e independiente, que puede que físicamente pareciera así, pero mentalmente no lo era. Y todo dependería de lo que hiciera aquel con el que se hubiera atado para saber que iba a deparar su futuro. Ella se lo cuestionaría cientos de veces y se replantearía sin dudar sus acciones, pero si él las realizaba, seguramente ella acabaría de la misma manera. Sus sueños no la harían tener ninguna esperanza, por lo que... ¿Por qué no ayudar a los demás? Entornó los ojos. —Todo se verá a su debido tiempo, supongo— musitó ella, no quería decir que fuera a pasar lo uno o lo otro pero él al menos la habría conocido antes. Pero el chico volvió a arrancarla una sonrisa de los labios cuando dijo que le daría una merecida paliza. Sí, ella lo esperaría con ansia.
Y así fue como se levantó junto a él después de terminar todas aquellas contiendas, dejando unas monedas sobre la mesa -con una pequeña propina, claro, por el indicendete- mirando hacia la puerta. —Lo cierto es que últimamente solo se encuentran personas con las que pelear. Se vuelven absurdas las situaciones en las que te enemistas con alguien a quien ni siquiera conoces... — porque por norma general era así. Sito al que se llega sitio en el que tienes una o dos peleas. No, aquella no era vida para la chica. Pero ella no había apartado su vista de la puerta, ligeramente perdida, hasta que vio entrar aquellos hombres vestidos de azul y blanco. ¿Están de broma? pensó ella, bufando en cuanto escuchó como hablaban. Encima de manosearla iban a detenerla. Ciertamente se había pasado con el guantazo pero al menos había cumplido su misión de protegerla y desperezar al hombre. Era una pena que se hubiera preocupado tras él cuando lo sacaba por la puerta. Y pesaba. Pero después de toda aquella charla del marine y la breve acusación del borracha, el peliazul la interrumpió antes si quiera de que pudiera abrir la boca. Asintió, ladeando la cabeza para tratar de centrar su vista en ambas partes.
Cuando él se acercó a los hombres me di cuenta de la diferencia de altura. Kjellberg era un hombre grande en comparación de ellos, pero también en comparación de la chica. Así que mientras veía como los marines seguían apuntándola y el borracho temblaba tras ellos, aprovechando la ventaja de tener delante de ella a su nuevo “protector”, ella activó su poder, dejando a Gato en el suelo. No, no saldría muerta si tenía que desafiar a la Marina porque un tipo cualquiera la había sobado. Aquello no está bien. Pero parecía que a parte de fuerza, el chico tenía labia. Consiguió hacer que aquellos hombres armados bajaran sus armas. El hombre, saldría corriendo avergonzado mas ella sabía no sería la última vez que lo viera. Un borracho sobrio al que había avergonzado dos veces, en un puerto... No, desde luego que aquella no sería la última vez. Pero tras las reverencias de los marines y que Mark se volviera hacia ella, desaparecias las fuerzas de la ley, ella asentiría. Las enguantadas manos de Eris protegerían al chico de ella y de su poder, aunque estaba segura de que no le haría mucho daño de intentarlo.
Por eso tomó la mano que le extendía, estirando el brazo contrario hacia Gato, que volvió a saltar sobre ella. Se pudo escuchar un pequeño pitido que sonar del collar del felino. Aquel era el indicador que decía que el collar se había tenido que encender para hacer al gato inmune a su poder. Y aún con eso, ella pensaría que quizás soltarlo... No, mejor cerca que lejos. Y se apresuró unos cuantos pasos, esperando que el hombre la siguiera para salir de allí.
El sol estaba ya casi en lo alto, por lo que frunció el ceño y miró a todos lados. —Gracias por lo de antes. Tengo que ir al final del puerto, no está muy lejos de aquí...— susurraría Eris después, poniendo rumbo hacia allí. No es que tuviera prisa, sino que si se distraía después la echarían la bronca. Ella no era de las que llegara tarde nunca, pues no tenía motivos para ello. —La gente tiende a quedarse callada en este tipo de situaciones. De no ser por usted muy seguramente hubiera acabado en el Cuartel sin más tardar— mentira, seguramente ahora mismo estaría donde estaba, pero andando más deprisa y colocándose una capa que le habría quitado a algunos de los marines para añadir distracción a su marcha. Pero entonces escuchó una sola palabra monosílaba de aquella voz gangosa después de unos cuantos pasos corriendo hacia ellos, de espaldas. Y esa era la razón por la que la chica no había dejado de estar alerta y no había hecho que toda su energía se apagara. Gato daría un respingo sobre su pecho, mientras ella sentía como algo rompía los enlaces eléctricos que se habían abierto en su pecho. Todavía no estaba muy acostumbrada a la intangibilidad, por lo que cuando aquella bala le atravesó el pecho la joven paró en seco, como si la hubieran golpeado de verdad.
El gato, en su brazo libre, maulló ahogadamente. Soltaría así la mano de Mark que sostenía, colocándola por la zona donde se había clavado la bala, observando después como del extremo de la oreja del felino salía un pequeño borbotón de sangre. Jadeó ligeramente, al darse cuenta de que no había respirado desde que aquello la había atravesado y soltó al gato al suelo -que correría hasta las piernas de Mark, escondiendose y lloriqueando entre ellas-para ella no dar más de un paso hacia aquel borracho, quitándose un guante que agarraría directamente su desnuda mandíbula. —Es triste ver como alguien está dispuesto a matar por defender un honor que él mismo ha desechado— siseó ella, antes de hacer que aquel hombre pusiera los ojos en blancos tras recibir una descarga, cayendo al suelo entumecido con un agónico gemido de dolor. Se giró, sin saber realmente como mirar a su acompañante, pero quitándose el pañuelo que tenía a un lado del corsé. Menos mal que había dado por una abertura propia de la camisa, se hubiera cabreado de tener que coserla. Recuperó al felino como pudo y le puso el mismo pañuelo sobre la oreja, apretándolo. —Puede que esa paliza acabe siendo real, señor Kjellberg. La efectividad de la Marina en caso de que alguien dispare suele ser mayor que cuando es un simple golpe y un poco de sangre, por lo que le recomiendo que desaparezca cuanto antes— dijo ella. No habló ni de la “mala puntería” del tipo que no la había dado a ella sino al felino, cuyo cuerpo estaba tapado por el de la mujer. O como le había dejado allí tirado sin a penas tocarle. Sonrío quedamente.
Y así fue como se levantó junto a él después de terminar todas aquellas contiendas, dejando unas monedas sobre la mesa -con una pequeña propina, claro, por el indicendete- mirando hacia la puerta. —Lo cierto es que últimamente solo se encuentran personas con las que pelear. Se vuelven absurdas las situaciones en las que te enemistas con alguien a quien ni siquiera conoces... — porque por norma general era así. Sito al que se llega sitio en el que tienes una o dos peleas. No, aquella no era vida para la chica. Pero ella no había apartado su vista de la puerta, ligeramente perdida, hasta que vio entrar aquellos hombres vestidos de azul y blanco. ¿Están de broma? pensó ella, bufando en cuanto escuchó como hablaban. Encima de manosearla iban a detenerla. Ciertamente se había pasado con el guantazo pero al menos había cumplido su misión de protegerla y desperezar al hombre. Era una pena que se hubiera preocupado tras él cuando lo sacaba por la puerta. Y pesaba. Pero después de toda aquella charla del marine y la breve acusación del borracha, el peliazul la interrumpió antes si quiera de que pudiera abrir la boca. Asintió, ladeando la cabeza para tratar de centrar su vista en ambas partes.
Cuando él se acercó a los hombres me di cuenta de la diferencia de altura. Kjellberg era un hombre grande en comparación de ellos, pero también en comparación de la chica. Así que mientras veía como los marines seguían apuntándola y el borracho temblaba tras ellos, aprovechando la ventaja de tener delante de ella a su nuevo “protector”, ella activó su poder, dejando a Gato en el suelo. No, no saldría muerta si tenía que desafiar a la Marina porque un tipo cualquiera la había sobado. Aquello no está bien. Pero parecía que a parte de fuerza, el chico tenía labia. Consiguió hacer que aquellos hombres armados bajaran sus armas. El hombre, saldría corriendo avergonzado mas ella sabía no sería la última vez que lo viera. Un borracho sobrio al que había avergonzado dos veces, en un puerto... No, desde luego que aquella no sería la última vez. Pero tras las reverencias de los marines y que Mark se volviera hacia ella, desaparecias las fuerzas de la ley, ella asentiría. Las enguantadas manos de Eris protegerían al chico de ella y de su poder, aunque estaba segura de que no le haría mucho daño de intentarlo.
Por eso tomó la mano que le extendía, estirando el brazo contrario hacia Gato, que volvió a saltar sobre ella. Se pudo escuchar un pequeño pitido que sonar del collar del felino. Aquel era el indicador que decía que el collar se había tenido que encender para hacer al gato inmune a su poder. Y aún con eso, ella pensaría que quizás soltarlo... No, mejor cerca que lejos. Y se apresuró unos cuantos pasos, esperando que el hombre la siguiera para salir de allí.
El sol estaba ya casi en lo alto, por lo que frunció el ceño y miró a todos lados. —Gracias por lo de antes. Tengo que ir al final del puerto, no está muy lejos de aquí...— susurraría Eris después, poniendo rumbo hacia allí. No es que tuviera prisa, sino que si se distraía después la echarían la bronca. Ella no era de las que llegara tarde nunca, pues no tenía motivos para ello. —La gente tiende a quedarse callada en este tipo de situaciones. De no ser por usted muy seguramente hubiera acabado en el Cuartel sin más tardar— mentira, seguramente ahora mismo estaría donde estaba, pero andando más deprisa y colocándose una capa que le habría quitado a algunos de los marines para añadir distracción a su marcha. Pero entonces escuchó una sola palabra monosílaba de aquella voz gangosa después de unos cuantos pasos corriendo hacia ellos, de espaldas. Y esa era la razón por la que la chica no había dejado de estar alerta y no había hecho que toda su energía se apagara. Gato daría un respingo sobre su pecho, mientras ella sentía como algo rompía los enlaces eléctricos que se habían abierto en su pecho. Todavía no estaba muy acostumbrada a la intangibilidad, por lo que cuando aquella bala le atravesó el pecho la joven paró en seco, como si la hubieran golpeado de verdad.
El gato, en su brazo libre, maulló ahogadamente. Soltaría así la mano de Mark que sostenía, colocándola por la zona donde se había clavado la bala, observando después como del extremo de la oreja del felino salía un pequeño borbotón de sangre. Jadeó ligeramente, al darse cuenta de que no había respirado desde que aquello la había atravesado y soltó al gato al suelo -que correría hasta las piernas de Mark, escondiendose y lloriqueando entre ellas-para ella no dar más de un paso hacia aquel borracho, quitándose un guante que agarraría directamente su desnuda mandíbula. —Es triste ver como alguien está dispuesto a matar por defender un honor que él mismo ha desechado— siseó ella, antes de hacer que aquel hombre pusiera los ojos en blancos tras recibir una descarga, cayendo al suelo entumecido con un agónico gemido de dolor. Se giró, sin saber realmente como mirar a su acompañante, pero quitándose el pañuelo que tenía a un lado del corsé. Menos mal que había dado por una abertura propia de la camisa, se hubiera cabreado de tener que coserla. Recuperó al felino como pudo y le puso el mismo pañuelo sobre la oreja, apretándolo. —Puede que esa paliza acabe siendo real, señor Kjellberg. La efectividad de la Marina en caso de que alguien dispare suele ser mayor que cuando es un simple golpe y un poco de sangre, por lo que le recomiendo que desaparezca cuanto antes— dijo ella. No habló ni de la “mala puntería” del tipo que no la había dado a ella sino al felino, cuyo cuerpo estaba tapado por el de la mujer. O como le había dejado allí tirado sin a penas tocarle. Sonrío quedamente.
Mark Kjellberg
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Luego de que haya pasado todo el embrollo con la Marina, era evidente que todo el mundo quedaría callado. Pero no, siguieron hablando en sus cosas, la música reanudó su marcha tan animosa, y Eris tomó mi mano con suma delicadeza. Sentí que mis pelos se ponían en punta y la piel de gallina... como si tuviese estática. Arrugué un poco el ceño, extrañado más aún así preferí ignorar aquella simpleza, posiblemente solo era el roce de nuestras extremidades y el cuero. Una vez se levantó del asiento, empezamos a caminar tranquilamente hacia fuera de la taberna. Pagamos nuestros respectivos dividendos así que no quedábamos debiendo nada. Cada paso era un segundo menos en la cuenta atrás para que nuestros caminos tomaran rumbos diferentes nuevamente. — No hay de qué agradecer, Eris... a fin de cuentas, tus manos temblaban demasiado luego de que te encargaste de ese sujeto. ¿Quien en su sano juicio no ayudaría a alguien así? — cuestionaba yo en un tono un tanto intranquilo.
Me refería al sonido de repiqueteo causado por la taza de té que ella bebía contra el platillo de apoyo. Era demasiado evidente a decir verdad; Pero, toda la tranquilidad se vio interrumpida ante un sonido que me dejó pitando el oído derecho, un pitido bastante agudo y molesto que me aturdió levemente. Un poco de sangre se veía brotar de la oreja de su felino. No moví ni un músculo, sería de mala educación entrometerme entre una mujer y su presa. Y eso logró realmente, dejarlo más maltrecho que antes. Tomó al felino en brazos, mirándome esta vez con una expresión más que seria. Sus palabras fueron claras, debíamos separarnos en ese momento. — Es una verdadera lástima que debamos separarnos bajo estos términos, Eris... — pausé mis palabras empezando a escuchar algunos quejidos y alaridos de la gente que presenciaba aquello, horrorizados por lo ocurrido. Los Marines aún no se habían percatado, pero seguro no se harían esperar demasiado para aclamar presencia en aquel lugar. Sonreí de medio labio y volví la mirada a la fémina, tomándola en brazos y transformándome rápidamente en la forma híbrida de Dragón Azul que poseía gracias a mi Zoan Mitológica. Sentía mis músculos entumecerse un poco, tal vez debido a su extraña habilidad para emitir electricidad como había visto hacía un rato atrás. La bala le había atravesado sin causar herida alguna, así que seguro se trataba de una usuaria de una Akuma no Mi del tipo Logia, pero... podría estar equivocándome.
Volé lo más rápido que pude hasta el puerto. Ya los pesqueros me miraban atemorizados y aunque me conocieran por allí, no significaba que se acostumbraran aún a la vista de tener a un humano-dragón surcando los cielos celestes. Parecía ser que había un barco pesquero que se alejaba rápidamente de la costa, posiblemente dirigiéndose a otro mar para cazar peces de más prestigio y buen sabor, así podrían sacar una buena pasta. Sonreí confianzudo, y volé rápidamente hasta aquel. Por un momento pensé que Eris se me zafaría de los brazos debido a que los sentía más que entumecidos ahora, me incomodaba un poco aquellos choques eléctricos leves que emitía la fémina de manera constante, tal vez era solamente una novata en ello. Aterricé rápidamente en la cubierta del barco, el cual se tambaleó un tanto no por el impacto, sino por mi peso aumentado en aquella forma. Moví mis brazos rápidamente para sacarme el entumecimiento, y luego reí un poco. — Eris... tienes cierta chispa, que me preocupa un poco. — le decía a modo de doble sentido, guiñándole un ojo y luego virando la mirada hacia el que parecía ser el capitán de la embarcación. — ¡Oye, tú! ¡Asegúrense de que la chica llegue a salvo a donde quiera dirigirse! ¡Toma, por las molestias! — vociferaba como orden, agarrando una pequeña bolsa de dinero, con unos 40.000 Berries dentro. Se notaba pesada, pero para mi era simple cambio, propina.
El sujeto tomó la bolsa, impresionado de la cantidad de dinero que le había dado, y luego tragando duro, haciendo sonar su garganta a medida que la saliva pasaba por su esófago, asintió con la cabeza dispuesto a acotar mi orden. Giré mi cuerpo nuevamente hacia Eris, y acariciando suavemente la cabeza de su herido felino, me le quedé mirando fijo a los ojos, aún en mi forma híbrida algo "intimidante" de Dragón. — Ha sido un placer compartir esta mañana contigo, Eris... Y más aún ha sido mi placer el poder conocerte. Espero que nuestros caminos se crucen de nuevo... estoy seguro que así será, nos debemos un reencuentro. — antes de retirarme y seguir mi rumbo, volví a mi forma humana, tomando su mano izquierda volviendo a sentir esos espasmos eléctricos en mi cuerpo. Le saqué sin previo aviso su guante, y sin más preámbulos, inclinando mi cuerpo bastante hacia adelante, agachando mi torso, deposité un educado, caballeroso y suave beso en el dorso de esta. Mis labios se adormilaron por unos segundos, pero con enderezarme y volver a colocarle el guante lo mejor que pude, sonreí de medio labio, guiñando un ojo y sin más que decir luego de que ella igual se despidiera si es que lo hacía con palabras, volví a transformarme, retomando vuelo al aire, agitando las alas con intensidad levantando una fuerte ventisca mientras lo hacía.
Posterior a estar en el aire, me alejé del barco rápidamente, sin mirar atrás, solamente con una leve sonrisa en mi rostro. ¿Porqué no dije nada, si podría haber dicho mucho más que eso? Pues porque cuando besé su mano, fue tal el entumecimiento, que se me durmió la lengua por completo. Habría parecido un hombre con problemas mentales hablando. Preferí mantener mi integridad, mi honor e irme con la frente en alto; Un muy agradable encuentro se había llevado a cabo ese día. Tal vez uno muy curioso, quien sabe si realmente en un futuro nos volveríamos a encontrar, pero me gusta dejarle eso al destino, y querer que así fuera...
Me refería al sonido de repiqueteo causado por la taza de té que ella bebía contra el platillo de apoyo. Era demasiado evidente a decir verdad; Pero, toda la tranquilidad se vio interrumpida ante un sonido que me dejó pitando el oído derecho, un pitido bastante agudo y molesto que me aturdió levemente. Un poco de sangre se veía brotar de la oreja de su felino. No moví ni un músculo, sería de mala educación entrometerme entre una mujer y su presa. Y eso logró realmente, dejarlo más maltrecho que antes. Tomó al felino en brazos, mirándome esta vez con una expresión más que seria. Sus palabras fueron claras, debíamos separarnos en ese momento. — Es una verdadera lástima que debamos separarnos bajo estos términos, Eris... — pausé mis palabras empezando a escuchar algunos quejidos y alaridos de la gente que presenciaba aquello, horrorizados por lo ocurrido. Los Marines aún no se habían percatado, pero seguro no se harían esperar demasiado para aclamar presencia en aquel lugar. Sonreí de medio labio y volví la mirada a la fémina, tomándola en brazos y transformándome rápidamente en la forma híbrida de Dragón Azul que poseía gracias a mi Zoan Mitológica. Sentía mis músculos entumecerse un poco, tal vez debido a su extraña habilidad para emitir electricidad como había visto hacía un rato atrás. La bala le había atravesado sin causar herida alguna, así que seguro se trataba de una usuaria de una Akuma no Mi del tipo Logia, pero... podría estar equivocándome.
Volé lo más rápido que pude hasta el puerto. Ya los pesqueros me miraban atemorizados y aunque me conocieran por allí, no significaba que se acostumbraran aún a la vista de tener a un humano-dragón surcando los cielos celestes. Parecía ser que había un barco pesquero que se alejaba rápidamente de la costa, posiblemente dirigiéndose a otro mar para cazar peces de más prestigio y buen sabor, así podrían sacar una buena pasta. Sonreí confianzudo, y volé rápidamente hasta aquel. Por un momento pensé que Eris se me zafaría de los brazos debido a que los sentía más que entumecidos ahora, me incomodaba un poco aquellos choques eléctricos leves que emitía la fémina de manera constante, tal vez era solamente una novata en ello. Aterricé rápidamente en la cubierta del barco, el cual se tambaleó un tanto no por el impacto, sino por mi peso aumentado en aquella forma. Moví mis brazos rápidamente para sacarme el entumecimiento, y luego reí un poco. — Eris... tienes cierta chispa, que me preocupa un poco. — le decía a modo de doble sentido, guiñándole un ojo y luego virando la mirada hacia el que parecía ser el capitán de la embarcación. — ¡Oye, tú! ¡Asegúrense de que la chica llegue a salvo a donde quiera dirigirse! ¡Toma, por las molestias! — vociferaba como orden, agarrando una pequeña bolsa de dinero, con unos 40.000 Berries dentro. Se notaba pesada, pero para mi era simple cambio, propina.
El sujeto tomó la bolsa, impresionado de la cantidad de dinero que le había dado, y luego tragando duro, haciendo sonar su garganta a medida que la saliva pasaba por su esófago, asintió con la cabeza dispuesto a acotar mi orden. Giré mi cuerpo nuevamente hacia Eris, y acariciando suavemente la cabeza de su herido felino, me le quedé mirando fijo a los ojos, aún en mi forma híbrida algo "intimidante" de Dragón. — Ha sido un placer compartir esta mañana contigo, Eris... Y más aún ha sido mi placer el poder conocerte. Espero que nuestros caminos se crucen de nuevo... estoy seguro que así será, nos debemos un reencuentro. — antes de retirarme y seguir mi rumbo, volví a mi forma humana, tomando su mano izquierda volviendo a sentir esos espasmos eléctricos en mi cuerpo. Le saqué sin previo aviso su guante, y sin más preámbulos, inclinando mi cuerpo bastante hacia adelante, agachando mi torso, deposité un educado, caballeroso y suave beso en el dorso de esta. Mis labios se adormilaron por unos segundos, pero con enderezarme y volver a colocarle el guante lo mejor que pude, sonreí de medio labio, guiñando un ojo y sin más que decir luego de que ella igual se despidiera si es que lo hacía con palabras, volví a transformarme, retomando vuelo al aire, agitando las alas con intensidad levantando una fuerte ventisca mientras lo hacía.
Posterior a estar en el aire, me alejé del barco rápidamente, sin mirar atrás, solamente con una leve sonrisa en mi rostro. ¿Porqué no dije nada, si podría haber dicho mucho más que eso? Pues porque cuando besé su mano, fue tal el entumecimiento, que se me durmió la lengua por completo. Habría parecido un hombre con problemas mentales hablando. Preferí mantener mi integridad, mi honor e irme con la frente en alto; Un muy agradable encuentro se había llevado a cabo ese día. Tal vez uno muy curioso, quien sabe si realmente en un futuro nos volveríamos a encontrar, pero me gusta dejarle eso al destino, y querer que así fuera...
Eris Takayama
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La bala, la descarga, Gato lloriqueando en sus brazos… Ella observaría la herida para ver como el felino había perdido parte de un lado de la oreja. No sería demasiado llamativo y al menos, no había perdido el extremo de la misma que era donde más terminaciones nerviosas tenía. Le daría unos puntos cuando estuviera en un lugar seguro y eso rápidamente cicatrizaría. Era un animalillo fuerte. Pero no se esperaba que aquel hombre la rodeara con los brazos y menos que pronto estuvieran surcando los cielos. ¿La estaba ayudando a escapar? Sonrió ladina, al pensar que no tendría que enfrentarse a la marina y, sinceramente, menos mal. Pero suspiraría, cerrando con fuerza la boca y apoyando a Gato con fuerza sobre su pecho al adentrarse en el agua de mar. Si la dejaba caer ella quedaría completamente estática y sin poder moverse. Muerta. Alzó la cabeza hacia arriba para observar aquel azulado dragón. No sabía como podía haber aquel tipo de criaturas tan mitológicamente hermosas. Zoans… Sí, él era como ella. Al final iban a resultar ser más parecidos de lo que ambos podrían creer. Pero no tardó demasiado en posar sus pies en las láminas de un barco. Suspiró tranquila, mirando hacia aquel dragón. —Deberían preocuparte, pero son tan pequeños que no creo que realmente puedan hacerte daño...— porque simplemente había entrado en contacto con su piel distribuída de energía. De ser un ataque directo, quizás un poco más de daño, sí.
Pero entonces vio como le lanzaba a un marinero una bolsa tintineante. ¿Estaba pagándole un viaje y encima ayudándola a escapar? Era realmente sorprendente. Pero ella, de tal sorpresa, no pudo decir nada. No, ni siquiera dar las gracias por todo aquello… No creía en la generosidad. Al menos, hasta ahora. A Gato le gustaba, quizás porque no había dicho nada en ningún tono que pudiera intimidarlo, pero cuando le acarició la cabeza y se acercó un poco a él Eris tuvo miedo de que levantara una zarpa. Pero no lo hizo, solo la llevó hasta su propio hocico, como si tratara de decirle al hombre-dragón que estaba apenado y dolorido. A ninguno de los dos parecía intimidarles. —Por supuesto, estoy segura de que nuestros caminos se volverán a cruzar— asintió ella, porque en ese justo momento supo que lo buscaría de nuevo. Sí, no se tienen demasiados “amigos” en un solitario mundo como aquel. Pero cuando ella quiso retirar la mano, él la tuvo bien agarrada. La retiró el guante y… Temió. Por un momento pensó que le haría daño, pero después se acordó que él había sido capaz de volar con aquellos pulsos subiendo por sus brazos.
Un educado beso llegó entonces a su piel, haciéndola despertar en su gesto otra sonrisa. Había perdido la cuenta de cuantas veces había sonreído ya. Pero entonce, simplemente hizo una reverencia y se marchó. Eris se quedó completamente estática durante unos segundos viendo a aquel majestuoso dragón batir sus alas en el cielo azulado, con el mar bajo su cuerpo. Era peligroso y hermoso a la vez, fascinante, además. ¿Cómo podía darse una criatura semejante? Eris debía de preguntárselo la próxima vez. Sería bastante llamativo, seamos sinceros. Y entonces se giró, cuando un hombre la dio la bienvenida y le preguntó dónde iba. Estuvo a punto de musitar que a donde ellos quisieran llevarla pero por el peso de aquella bolsa sabía que podía ir bastante lejos de forma relativa. Así que eso haría. Volvería a aquel mar, lo sabía… Le gustaba. Además, tenía un dragón que buscar. ¿Creen que un dragón es fácil de esconder? No, nadie que tuviera el pelo azul y fuera grande y fuerte resultaba poco llamativo.
Continuará.
Pero entonces vio como le lanzaba a un marinero una bolsa tintineante. ¿Estaba pagándole un viaje y encima ayudándola a escapar? Era realmente sorprendente. Pero ella, de tal sorpresa, no pudo decir nada. No, ni siquiera dar las gracias por todo aquello… No creía en la generosidad. Al menos, hasta ahora. A Gato le gustaba, quizás porque no había dicho nada en ningún tono que pudiera intimidarlo, pero cuando le acarició la cabeza y se acercó un poco a él Eris tuvo miedo de que levantara una zarpa. Pero no lo hizo, solo la llevó hasta su propio hocico, como si tratara de decirle al hombre-dragón que estaba apenado y dolorido. A ninguno de los dos parecía intimidarles. —Por supuesto, estoy segura de que nuestros caminos se volverán a cruzar— asintió ella, porque en ese justo momento supo que lo buscaría de nuevo. Sí, no se tienen demasiados “amigos” en un solitario mundo como aquel. Pero cuando ella quiso retirar la mano, él la tuvo bien agarrada. La retiró el guante y… Temió. Por un momento pensó que le haría daño, pero después se acordó que él había sido capaz de volar con aquellos pulsos subiendo por sus brazos.
Un educado beso llegó entonces a su piel, haciéndola despertar en su gesto otra sonrisa. Había perdido la cuenta de cuantas veces había sonreído ya. Pero entonce, simplemente hizo una reverencia y se marchó. Eris se quedó completamente estática durante unos segundos viendo a aquel majestuoso dragón batir sus alas en el cielo azulado, con el mar bajo su cuerpo. Era peligroso y hermoso a la vez, fascinante, además. ¿Cómo podía darse una criatura semejante? Eris debía de preguntárselo la próxima vez. Sería bastante llamativo, seamos sinceros. Y entonces se giró, cuando un hombre la dio la bienvenida y le preguntó dónde iba. Estuvo a punto de musitar que a donde ellos quisieran llevarla pero por el peso de aquella bolsa sabía que podía ir bastante lejos de forma relativa. Así que eso haría. Volvería a aquel mar, lo sabía… Le gustaba. Además, tenía un dragón que buscar. ¿Creen que un dragón es fácil de esconder? No, nadie que tuviera el pelo azul y fuera grande y fuerte resultaba poco llamativo.
Continuará.
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