Eris Takayama
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Hacía un par de días que había parado en Villa Orange para que el barco en el que viajaba pudiese acondicionarse para proseguir con su travesía. Llevaba algunos días de viaje, por lo que le costaba bastante mantenerse en pie de una manera ortodoxa. Cierto andar patizambo del gato le recordó lo poco que había dormido esos días y precisamente eso se dispuso a hacer. Alquiló una habitación en una taberna de tres al cuarto que encontró no demasiado lejos del puerto. Desde allí podía observar con facilidad todo el puerto, también por el hecho de encontrarse en una segunda planta pero, en sí, podía ver su barco. “Su” por denominar de alguna forma al barco en el que viajaba como ayudante de médico. Porque así se ganaba ella la vida, curando heridas poco profundas y dando ungüentos y curas a los marineros.
Después de dormir todo un día y una noche despertó, hambrienta y capaz de comerse casi cualquier cosa que se le pusiera delante. No solo ella, sino que el leopardo hiperactivo todavía por lo pequeño que era iba dando saltitos por el escueto mobiliario de la habitación. Maullaba como si fuera un gato, casi desesperado porque le abriera la puerta y le dejara salir a jugar pero, como toda buena madre, Eris, le cortó las alas a aquel que consideraba casi como un retoño. Le puso su collar y le colocó aquella fina tira de cuero a modo de correa, muy resistente, que su padre le había regalado antes de partir. Eso mantendría al gato cerca suya aunque que estuviera cerca no significaría en ningún momento que estuviera controlado. Porque control y Gato -que así se llamaba el leopardo- no podían ir de la mano.
Y por eso bajó a la parte de abajo de aquel cutre local, dispuesta a pedirse una doble ración de desayuno de lo que fuera, cuando la avisaron de que había un espectáculo fuera. ¿En serio? ¿Tarta gratis para los participantes? Eris no tardó demasiado en tomar aquella pluma para, con un delicado trazo, inscribirse en aquel concurso. Durante el mismo tendría que comer toda la tarta posible con las manos atadas a la espalda. En su regazo -pues como buena mujer era precavida- dejaría a Gato. Y así fue como la dirigieron hasta aquella tarima que habían colocado para elevar a los participantes un poco más de lo normal, haciéndolos destacar, y la indicaron una silla. Así tomó asiento en aquella mesa corrida de mantel a cuadros, blancos y rojos, con un montón de tartas de crema y nata sobre la misma.
Su estómago rugió, haciendo denotar que llevaba casi un día sin comer y aquello era tan malo como haberse dado un atracón antes de empezar: quizás podría comenzar a comer con demasiadas ansias, pero pronto se cansaría de ello. Por lo que comenzó a plantearse si aquello había sido una buena idea aunque… ¡Comida gratis! Sí, a todo eso, ella ni siquiera había reparado en los participantes, aunque desde su regazo Gato lanzaba pequeños zarpazos a diestro y siniestro, tratando de ser amenazante aunque rozara más el hecho de parecer una cosa tierna y achuchable.
Después de dormir todo un día y una noche despertó, hambrienta y capaz de comerse casi cualquier cosa que se le pusiera delante. No solo ella, sino que el leopardo hiperactivo todavía por lo pequeño que era iba dando saltitos por el escueto mobiliario de la habitación. Maullaba como si fuera un gato, casi desesperado porque le abriera la puerta y le dejara salir a jugar pero, como toda buena madre, Eris, le cortó las alas a aquel que consideraba casi como un retoño. Le puso su collar y le colocó aquella fina tira de cuero a modo de correa, muy resistente, que su padre le había regalado antes de partir. Eso mantendría al gato cerca suya aunque que estuviera cerca no significaría en ningún momento que estuviera controlado. Porque control y Gato -que así se llamaba el leopardo- no podían ir de la mano.
Y por eso bajó a la parte de abajo de aquel cutre local, dispuesta a pedirse una doble ración de desayuno de lo que fuera, cuando la avisaron de que había un espectáculo fuera. ¿En serio? ¿Tarta gratis para los participantes? Eris no tardó demasiado en tomar aquella pluma para, con un delicado trazo, inscribirse en aquel concurso. Durante el mismo tendría que comer toda la tarta posible con las manos atadas a la espalda. En su regazo -pues como buena mujer era precavida- dejaría a Gato. Y así fue como la dirigieron hasta aquella tarima que habían colocado para elevar a los participantes un poco más de lo normal, haciéndolos destacar, y la indicaron una silla. Así tomó asiento en aquella mesa corrida de mantel a cuadros, blancos y rojos, con un montón de tartas de crema y nata sobre la misma.
Su estómago rugió, haciendo denotar que llevaba casi un día sin comer y aquello era tan malo como haberse dado un atracón antes de empezar: quizás podría comenzar a comer con demasiadas ansias, pero pronto se cansaría de ello. Por lo que comenzó a plantearse si aquello había sido una buena idea aunque… ¡Comida gratis! Sí, a todo eso, ella ni siquiera había reparado en los participantes, aunque desde su regazo Gato lanzaba pequeños zarpazos a diestro y siniestro, tratando de ser amenazante aunque rozara más el hecho de parecer una cosa tierna y achuchable.
Mark Kjellberg
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Podría decirse que mis andar por el mundo se había reanudado. Afirmativo, de nuevo mis andanzas como Caza Recompensas eran palabra de los demás, al menos en los mares cardinales, en el East Blue especialmente. Sentía como si el tiempo se hubiera detenido toda la temporada en la que me sentí un completo ermitaño. ¿A donde me llevaría mi destino esta vez? Al parecer, a Villa Orange. Un lugar bastante tranquilo a decir verdad, simplemente quería distenderme un poco, mantenerme despreocupado de todo lo demás antes de recomenzar la búsqueda de Von Karma. Había llegado relativamente temprano, me tomé unos tragos en una taberna cercana al puerto y me dormí una siesta un tanto larga de unas horas luego de alquilar una habitación. Sí, el lugar no era demasiado bueno, en realidad era bastante decadente, pero cumplía con su cometido principal: Brindar un buen servicio aunque fuera.
Desperté ante el aroma agobiante dulce de los pasteles, sabía perfectamente de qué provenía... masa levemente tostada, endulzada con azúcar, un relleno más que delicioso que me hacía babear hasta el extremo. Comenzaba a salivar, se me escurría por los labios y rápidamente me levanté. Acomodé mi ropa la cual consistía de una sudadera negra, bermuda del mismo color que llegaba hasta un poco más abajo de mis rodillas, zapatillas cómodas y como para adornar todo, unas muñequeras negras. ¿Demasiado oscuro, cierto? Por favor, con mi perfección no puedo darme el lujo de ser uno de esos deprimidos que usan ropajes negros todo el tiempo porque así quieren dar a saber a la sociedad que son unos fracasados que solo quieren llamar la atención.
— Ah, que rico huele... ¿De qué será? ¿cerezas, frambuesas, o tal vez manzanas? ... Oh, calabaza con canela... — murmuraba relamiéndome.
Tanto hablar de comida evidentemente me abrió el apetito, por lo que me levanté tomando mis pertenencias que eran pocas a decir verdad, como mucho los guanteletes de rayo que había comprado hacia un tiempo ya atrás y el dinero que siempre llevaba conmigo. Bajé las escaleras velozmente y cuando salí de la taberna me percaté de que había una tarima un tanto elevada para los participantes, y un cartel que decía de comer tanto pastel que se pudiera para cada participante. El que ganaba... ¡¿Qué, pastel gratis?! ¡El premio me daba igual! Avancé a paso acelerado, sintiendo ciertas presencias conocidas aunque no les di demasiada atención, mi estómago gruñía cual leopardo hambriento como para concentrarme en otras cosas. Me acerqué a la mesa de anotaciones y definitivamente me inscribí. Mi nombre y una firma comprobante. Nada más. Me dieron un número que tendría que pegar en mi sudadera, era pequeño así que no resaltaría demasiado.
Tomé asiento en mi respectivo lugar, cruzándome de brazos y sonando mi cuello al mover la cabeza de un hombro al otro, quedándome ahí esperando a que los demás concursantes faltantes se anotaran y acercaran a la mesa dispuesta para todos. Ya mi boca excedía en saliva, debido al hambre que me estaba entrando, lo goloso que me ponía en estas situaciones era de no creer.
— ¡Que vengan las tartas! — exclamé, impaciente, hambriento y sobre todas las cosas, emocionado, ¿de qué? Pues de ganar, obvio. ¿O pensaban que ganaría otra persona y yo tendría competencia? ¡Hah! Me hacen reír.
Desperté ante el aroma agobiante dulce de los pasteles, sabía perfectamente de qué provenía... masa levemente tostada, endulzada con azúcar, un relleno más que delicioso que me hacía babear hasta el extremo. Comenzaba a salivar, se me escurría por los labios y rápidamente me levanté. Acomodé mi ropa la cual consistía de una sudadera negra, bermuda del mismo color que llegaba hasta un poco más abajo de mis rodillas, zapatillas cómodas y como para adornar todo, unas muñequeras negras. ¿Demasiado oscuro, cierto? Por favor, con mi perfección no puedo darme el lujo de ser uno de esos deprimidos que usan ropajes negros todo el tiempo porque así quieren dar a saber a la sociedad que son unos fracasados que solo quieren llamar la atención.
— Ah, que rico huele... ¿De qué será? ¿cerezas, frambuesas, o tal vez manzanas? ... Oh, calabaza con canela... — murmuraba relamiéndome.
Tanto hablar de comida evidentemente me abrió el apetito, por lo que me levanté tomando mis pertenencias que eran pocas a decir verdad, como mucho los guanteletes de rayo que había comprado hacia un tiempo ya atrás y el dinero que siempre llevaba conmigo. Bajé las escaleras velozmente y cuando salí de la taberna me percaté de que había una tarima un tanto elevada para los participantes, y un cartel que decía de comer tanto pastel que se pudiera para cada participante. El que ganaba... ¡¿Qué, pastel gratis?! ¡El premio me daba igual! Avancé a paso acelerado, sintiendo ciertas presencias conocidas aunque no les di demasiada atención, mi estómago gruñía cual leopardo hambriento como para concentrarme en otras cosas. Me acerqué a la mesa de anotaciones y definitivamente me inscribí. Mi nombre y una firma comprobante. Nada más. Me dieron un número que tendría que pegar en mi sudadera, era pequeño así que no resaltaría demasiado.
Tomé asiento en mi respectivo lugar, cruzándome de brazos y sonando mi cuello al mover la cabeza de un hombro al otro, quedándome ahí esperando a que los demás concursantes faltantes se anotaran y acercaran a la mesa dispuesta para todos. Ya mi boca excedía en saliva, debido al hambre que me estaba entrando, lo goloso que me ponía en estas situaciones era de no creer.
— ¡Que vengan las tartas! — exclamé, impaciente, hambriento y sobre todas las cosas, emocionado, ¿de qué? Pues de ganar, obvio. ¿O pensaban que ganaría otra persona y yo tendría competencia? ¡Hah! Me hacen reír.
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El dulce y suave balanceo al que estaba sometido por una hamaca en mi navío era de lo mejor que me estaba pasando en varios días. Hacía fresco y me encontraba a la sombra, oh, dulce sensación de que no había nada que me pudiera estropear la relajante mañana. Me encontraba en La Perla, agotado y cansado de encontrarnos siempre en movimiento y de tener que dar esquinazo a la marine, parece que me tienen rencor por haber recuperado a Perla de sus garras. En fin, que tras muchos días de espada en mano, por fin iba a poder descansar un poco. Ahora nos encontrábamos en el East Blue, un lugar que ya apenas tenía secretos para mi, había pasado tantos años en este mar, que hasta me resultaba nostálgico verlo. Ojee por la ventana y pude comprobar que nos acercábamos a la isla de Villa Orange. Bonito lugar, aquí fue donde conocí al médico de ese… Cómo era… Sí, al médico de ese Yonkaikyo, aunque ya no sabía si seguía siéndolo. Decidí salir de mi relajante hamaca, para vestirme y salir del camarote. Con mi habitual camiseta negra, mis cortos y una cazadora por encima de color blanco, decidí salir. Avisé a Perla de que fuera a la isla, es posible que allí hubiera algo interesante que hacer. Decidí dejar mi katana y mi cinta en el navío, pues no pensaba que pudiese haber ningún peligro en tierra.
Cuando hubimos llegado al puerto, “guardamos” nuestras velas negras y avisé a mis tripulantes que podíamos hacer turismo, era bueno cambiar de aires. Lo primero que hice, como de costumbre cada vez que paramos en una isla era pasarme a alguna taberna cercana. O había desayunado todavía, así que tenía hambre. Caminé por las calles arenosas, en pleno sol, con la gente paseando. Si mi memoria no fallaba, algo que dudaba, la taberna se encontraba siguiendo la calle del puerto a la tercera esquina dos calles a la derecha. Sin embargo, me detuve porque en la esquina contraria noté que había algo de barullo. Me acerqué para poder ver de qué se trataba, y un cartel blanco me contestó: “¡Participa en el concurso de comer pasteles! ¡Come todo lo que puedas y gana…” ¡Tarta gratis! ¡Perfecto! Con mi gran afición a los dulces y mi estómago vacío, sería bueno comenzar la mañana con ricas tartas. Al parecer abrieron una nueva taberna allí, y esta sería una de sus innovaciones. Corriendo decidí apuntarme al concurso. Por si las moscas puse un nombre falso, por si alguien me pudiera reconocer. Me llamé Karletto Hammer, que fue lo primero que se me ocurrió. Y rápidamente subí a la tarima en la que se encontraba una mesa enorme, rodeada de un par de sillas para los participantes, a los cuales ni siquiera miré. Me senté y empecé a ver los tipos de tarta y pastel que ofrecían los cocineros y cocineras del lugar cuando… Alguien me agarró las manos y me las ató a la espalda.- ¡Eh! ¿Qué hacen?- Le grité a aquella persona.- ¿Es que acaso no ha leído las condiciones? Debe comer con las manos atadas a la espalda señor… Hammer.- Me dijo mirando su libreta. No me había dado cuenta… Eso me pasa por dejarme llevar por mis emociones, y mi estómago…
Ahora que lo pensaba, también decía el cartel algo de un premio… Pero igualmente no le presté mucha atención. En fin, me tocará comer como un puerco, o un perro, o un gato... Hacía mucho que no lo hacía así, me recordaba a la niñez. Así pues, ya listo, sentado, y esperando a los platos y de que comenzara el concurso, alcé la vista para ver a los demás participantes, todos juntos en una mesa, comiendo rápido y sin tragar… Sería algo divertido de ver. Me llamó la atención un chico, con buena masa muscular. Era peliazul, de larga melena. Lo que de verdad me llamó la atención de él era la enorme baba que se le iba cayendo, y también que iba de negro… Pobre, debería de tener calor, pues el negro lo atraía. Aunque tampoco debía hablar, pues yo portaba una camiseta del mismo color… Ah, ahora entendía el por qué de los calores que sentía… Aunque eso no explicaba los zarpazos que sentía mi rodilla izquierda. Moví la cabeza por debajo de la mesa en busca de un culpable, aunque me encontré con un “mini culpable”. Se trataba de un felino, bastante mono por cierto. Si no estuviera atado lo hubiera achuchado y aplastado contra mi pecho. El precioso felino estaba situado encima de unas bonitas rodillas. Elevé mi cráneo, no sin antes darme con el borde de la mesa, para ver a su dueño, o en este caso, dueña. Era una muchacha de cabello corto, oscuro… Que me miraba fijamente y me hizo apartar la vista. Parecía ser que le causaba algo de incomodidad, o al menos eso me causó su mirada. Fuera lo que fuese, el concurso estaría por empezar, y yo tenía un enorme apetito. No recordaba del premio, pero esperaba ganar, así tendría algo que decirles a los muchachos cuando volviese a La Perla, pensaba mientras me relamía.
Cuando hubimos llegado al puerto, “guardamos” nuestras velas negras y avisé a mis tripulantes que podíamos hacer turismo, era bueno cambiar de aires. Lo primero que hice, como de costumbre cada vez que paramos en una isla era pasarme a alguna taberna cercana. O había desayunado todavía, así que tenía hambre. Caminé por las calles arenosas, en pleno sol, con la gente paseando. Si mi memoria no fallaba, algo que dudaba, la taberna se encontraba siguiendo la calle del puerto a la tercera esquina dos calles a la derecha. Sin embargo, me detuve porque en la esquina contraria noté que había algo de barullo. Me acerqué para poder ver de qué se trataba, y un cartel blanco me contestó: “¡Participa en el concurso de comer pasteles! ¡Come todo lo que puedas y gana…” ¡Tarta gratis! ¡Perfecto! Con mi gran afición a los dulces y mi estómago vacío, sería bueno comenzar la mañana con ricas tartas. Al parecer abrieron una nueva taberna allí, y esta sería una de sus innovaciones. Corriendo decidí apuntarme al concurso. Por si las moscas puse un nombre falso, por si alguien me pudiera reconocer. Me llamé Karletto Hammer, que fue lo primero que se me ocurrió. Y rápidamente subí a la tarima en la que se encontraba una mesa enorme, rodeada de un par de sillas para los participantes, a los cuales ni siquiera miré. Me senté y empecé a ver los tipos de tarta y pastel que ofrecían los cocineros y cocineras del lugar cuando… Alguien me agarró las manos y me las ató a la espalda.- ¡Eh! ¿Qué hacen?- Le grité a aquella persona.- ¿Es que acaso no ha leído las condiciones? Debe comer con las manos atadas a la espalda señor… Hammer.- Me dijo mirando su libreta. No me había dado cuenta… Eso me pasa por dejarme llevar por mis emociones, y mi estómago…
Ahora que lo pensaba, también decía el cartel algo de un premio… Pero igualmente no le presté mucha atención. En fin, me tocará comer como un puerco, o un perro, o un gato... Hacía mucho que no lo hacía así, me recordaba a la niñez. Así pues, ya listo, sentado, y esperando a los platos y de que comenzara el concurso, alcé la vista para ver a los demás participantes, todos juntos en una mesa, comiendo rápido y sin tragar… Sería algo divertido de ver. Me llamó la atención un chico, con buena masa muscular. Era peliazul, de larga melena. Lo que de verdad me llamó la atención de él era la enorme baba que se le iba cayendo, y también que iba de negro… Pobre, debería de tener calor, pues el negro lo atraía. Aunque tampoco debía hablar, pues yo portaba una camiseta del mismo color… Ah, ahora entendía el por qué de los calores que sentía… Aunque eso no explicaba los zarpazos que sentía mi rodilla izquierda. Moví la cabeza por debajo de la mesa en busca de un culpable, aunque me encontré con un “mini culpable”. Se trataba de un felino, bastante mono por cierto. Si no estuviera atado lo hubiera achuchado y aplastado contra mi pecho. El precioso felino estaba situado encima de unas bonitas rodillas. Elevé mi cráneo, no sin antes darme con el borde de la mesa, para ver a su dueño, o en este caso, dueña. Era una muchacha de cabello corto, oscuro… Que me miraba fijamente y me hizo apartar la vista. Parecía ser que le causaba algo de incomodidad, o al menos eso me causó su mirada. Fuera lo que fuese, el concurso estaría por empezar, y yo tenía un enorme apetito. No recordaba del premio, pero esperaba ganar, así tendría algo que decirles a los muchachos cuando volviese a La Perla, pensaba mientras me relamía.
Eris Takayama
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Notó como finalmente alguien le ataba las manos a la espalda, no demasiado fuerte. Si lo hubieran hecho así, se hubiera sentido bastante incómoda. Se dedicó un segundo para mirar a sus competidores, sorprendiéndose de ver de nuevo a Mark allí. Sí, aquel hombre al que había visto comerse una pierna de ternera para desayunar… Y allí se rió, porque sabía que la competición ya estaba algo perdida antes de comenzarla. Pero se giró para observar al segundo -dado que solo habían sido tres valientes los que habían tenido las narices de apuntarse a un concurso donde hundir tu cara en una tarta era el objetivo-, viendo a aquel joven de cabello oscuro y aparentemente bien formado. Parecía que Gato estaba además tomándose toda la atención para con aquel chico pues, había que tener en cuenta que el otro otro ya era un conocido anterior. ¿Que por qué no le había dicho nada a Mark? Pues porque ya le había visto comer en otra ocasión: concentrado, con devoción hacia la comida. Entornó los ojos, observando la primera tarta y tratando de plantear un plan.
No podría comer más de dos tartas, a lo sumo, casi adivinando que tras terminar la primera habría sido suficiente (demasiado, en realidad) para ella. No obstante, bufó, moviendo ligeramente las piernas para llamar la atención del felino que, tras entender que su dueña se había enfadado un poco se agazapó, tumbándose alargado por las mismas y dejando sus patitas fuera, mordisqueando la tela de la falda de ella sin llegar a romperla, resignado.
Y tras un discurso que no logró escuchar porque el latir de su corazón había inundado sus oídos, pudo apreciar que todo el mundo estaba esperando a que los tres participantes hundieran la cabeza en sus tartas. Sonrió, ladina, agachándose para dar una ligera probada, extendiendo su lengua para recoger un poco de la nata que formaba la cobertura de la misma, tragándola después de saborearla con los ojos entornados. Así supo que quizás podría comerse dos, solo porque en el fondo tenía un regusto a cereza (por lo menos las suyas) que le parecían hacer más fácil aquella labor. Y eso hizo. ¿Cómo podía comer una señorita una tarta sin quedar destrozada por la misma? Desde luego, tendría que mancharse un poco… Aunque optó por hacerlo despacio. ¿Tenía prisa? ¿Más tartas en menos tiempo? No, realmente no había entrado en el concurso por el premio sin por comer tartas gratis. Y entonces… ¡Pum! Toda la cara contra la tarta. Eris no pudo evitar reírse mientras notaba el dulzor del merengue dentro de la boca, comiendo con parsimonia y levantándose para respirar de vez en cuando.
Y así acabó con la primera tarta, relamiéndose los labios y alzándose Gato apoyando las patitas delanteras contra su pecho para lamer su mejilla. Sí, puede que la mejilla no fuera el único lugar donde tuviera tarta, pero eso no fue lo que pensó cuando le dio unas cuantas lamidas a la cobertura de la siguiente tarta. Aunque dio un respingo, sentándose bien y forzando la presa que mantenía sus manos cuando el felino saltó sobre la mesa, para comenzarse a comer la segunda tarta que ella había empezado.
No podría comer más de dos tartas, a lo sumo, casi adivinando que tras terminar la primera habría sido suficiente (demasiado, en realidad) para ella. No obstante, bufó, moviendo ligeramente las piernas para llamar la atención del felino que, tras entender que su dueña se había enfadado un poco se agazapó, tumbándose alargado por las mismas y dejando sus patitas fuera, mordisqueando la tela de la falda de ella sin llegar a romperla, resignado.
Y tras un discurso que no logró escuchar porque el latir de su corazón había inundado sus oídos, pudo apreciar que todo el mundo estaba esperando a que los tres participantes hundieran la cabeza en sus tartas. Sonrió, ladina, agachándose para dar una ligera probada, extendiendo su lengua para recoger un poco de la nata que formaba la cobertura de la misma, tragándola después de saborearla con los ojos entornados. Así supo que quizás podría comerse dos, solo porque en el fondo tenía un regusto a cereza (por lo menos las suyas) que le parecían hacer más fácil aquella labor. Y eso hizo. ¿Cómo podía comer una señorita una tarta sin quedar destrozada por la misma? Desde luego, tendría que mancharse un poco… Aunque optó por hacerlo despacio. ¿Tenía prisa? ¿Más tartas en menos tiempo? No, realmente no había entrado en el concurso por el premio sin por comer tartas gratis. Y entonces… ¡Pum! Toda la cara contra la tarta. Eris no pudo evitar reírse mientras notaba el dulzor del merengue dentro de la boca, comiendo con parsimonia y levantándose para respirar de vez en cuando.
Y así acabó con la primera tarta, relamiéndose los labios y alzándose Gato apoyando las patitas delanteras contra su pecho para lamer su mejilla. Sí, puede que la mejilla no fuera el único lugar donde tuviera tarta, pero eso no fue lo que pensó cuando le dio unas cuantas lamidas a la cobertura de la siguiente tarta. Aunque dio un respingo, sentándose bien y forzando la presa que mantenía sus manos cuando el felino saltó sobre la mesa, para comenzarse a comer la segunda tarta que ella había empezado.
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Era agradable ver que había alguien conocido aunque fuera en aquella competencia. Eris... que bonita sorpresa. Sonreí de medio labio y luego solté una sonora carcajada, a lo que parecía ser que venía un tipo a atarme las manos tras mi espalda. No me molestaba en absoluto porque era una regla del asunto así que no dije nada más que un "Adelante" sutil cuando me pidieron las manos, en un tono de voz casi que inaudible debido a que no era muy necesario hablar demasiado fuerte; Luego de que cada uno de los concursantes estuvieron aparentemente listos, dieron un discurso no demasiado extenso por un megáfono, solamente para animar a las masas de gente que se concentraban frente al pequeño escenario casi que improvisado. — ¡Señoras y señores! ¡Bienvenidos sean al Concurso de Tartas #1 en toda Villa Orange, no acepten imitaciones! — empezó diciendo moviendo los brazos de manera bastante frenética, como si quisiera llamar la atención de todos los que nos rodeaban. Yo solamente solté un bufido por mi nariz, olfateando más aún aquellos pasteles, parecía ser que todos estaban rellenos de lo mismo y cubiertos con una clase de merengue cocido o crema batida, no llegaba a identificar bien qué era con la simple apariencia lejana. — "Tengo hambre... que se calle ya y traigan las tartas." — pensé yo mientras miraba de soslayo a Eris y al otro de los concursantes que más curioso parecía.
— ¡Tenemos en esta ocasión a tres valientes concursantes, den un fuerte aplauso! — dijo luego, a lo que mucha gente hacía lo que se le era pedido, principalmente por la fémina que estaba participando en esa ocasión, para muchos su belleza era suficiente razón para ver el asunto. — Dejémonos de palabrerías, ¡que traigan las tartas ya! — vociferó emocionado. Yo ya empezaba a removerme en la silla, acomodándome lo mejor que pude, inclusive me incliné apenas un poco hacia adelante para que mi rostro estuviese lo más cercano a la mesa posible y así tomarme menos tiempo en terminar un pastel para así pasar al siguiente. El sujeto alzó una mano a medida que nos ponían los pasteles adelante, o al menos uno y cuando termináramos ese, pasarían al siguiente. Me relamía deseoso, sin poder aguantarme demasiado en comenzar. Hizo una cuenta regresiva y sin preámbulos, cuando emitió un "¡Ya!" empecé a comer como alma que le lleva el diablo. Abría la boca dando potentes bocanadas de aire aparte de grandes mordiscones al pastel que estaba frente a mi, afortunadamente estaban ya desmoldados y solo estaba el platillo en el que se encontraban apoyados, sino seguramente sería capaz de comerme hasta el molde.
Comía sin parar, terminando un pastel cuando Eris andaba por la mitad del suyo. Respiraba lo mejor que podía relamiéndome los labios rápidamente y jadeando un poco, riendo emocionado y entretenido. Sí, toda mi educación y fineza de perfección se había ido al mismísimo infierno, pero poco y nada me importaba mientras los pasteles siguieran cayendo ante mis fauces. Por el lado de la fémina, su manera de probar y consumir los pasteles daba para los jóvenes de hormonas revolucionadas al menos unas dos semanas de material para ya saben qué. Todos se paraban con los ojos abiertos de par en par, en cualquier momento se les saldrían las orbes oculares de sus respectivas cuencas. Con las bocas levemente abiertas y babeando cuales perros hambrientos y en celo. Sonreían complacidos y extasiados ante cada lamida de la ajena. El otro concursante también devoraba sus pasteles con gran agilidad. Sería una competencia ardua... entre ellos, obvio, para mi esto ya estaba más que ganado por lejos. Pan comido.
Reí un poco, y como para volver el asunto un tanto más divertido, de repente mi cuerpo empezó a transformarse, mi piel se transformó en grandes escamas azuladas y de apariencia cristalina. Mi rostro se deformó y estiró, dando una apariencia de reptil. De mi espalda surgieron dos grandes alas que se desplegaron de inmediato, mis ojos se rasgaron y emití un fuerte rugido a la par que terminaba de comer de un solo mordisco el segundo pastel que me habían puesto delante. — ¡Traigan cinco, pónganlos uno encima del otro como una torre! — ordenaba yo. Reglas no habían, y la gente más que asustarse gritaba vitoreando lo emocionante que era el asunto. No solamente por mi parte, todos seguramente estábamos compitiendo de maneras diferentes para salir victoriosos. Fuera cual fuera el resultado de aquella competencia, seguramente todos quedaríamos sin ganas de comer tarta al menos por unos cuantos meses. Me trajeron los pasteles como había dicho, y abriendo mis fauces ahora más grandes que antes, devoré al menos unos tres pasteles de un solo bocado, masticando y quedando mi hocico totalmente embadurnado en nata. Me había decepcionado a mi mismo, pensaba que podría con esos cinco pasteles sin esfuerzo alguno, tal vez debería bajar un poco el ritmo... ¡BAH! Ni de coña.
— ¡Tenemos en esta ocasión a tres valientes concursantes, den un fuerte aplauso! — dijo luego, a lo que mucha gente hacía lo que se le era pedido, principalmente por la fémina que estaba participando en esa ocasión, para muchos su belleza era suficiente razón para ver el asunto. — Dejémonos de palabrerías, ¡que traigan las tartas ya! — vociferó emocionado. Yo ya empezaba a removerme en la silla, acomodándome lo mejor que pude, inclusive me incliné apenas un poco hacia adelante para que mi rostro estuviese lo más cercano a la mesa posible y así tomarme menos tiempo en terminar un pastel para así pasar al siguiente. El sujeto alzó una mano a medida que nos ponían los pasteles adelante, o al menos uno y cuando termináramos ese, pasarían al siguiente. Me relamía deseoso, sin poder aguantarme demasiado en comenzar. Hizo una cuenta regresiva y sin preámbulos, cuando emitió un "¡Ya!" empecé a comer como alma que le lleva el diablo. Abría la boca dando potentes bocanadas de aire aparte de grandes mordiscones al pastel que estaba frente a mi, afortunadamente estaban ya desmoldados y solo estaba el platillo en el que se encontraban apoyados, sino seguramente sería capaz de comerme hasta el molde.
Comía sin parar, terminando un pastel cuando Eris andaba por la mitad del suyo. Respiraba lo mejor que podía relamiéndome los labios rápidamente y jadeando un poco, riendo emocionado y entretenido. Sí, toda mi educación y fineza de perfección se había ido al mismísimo infierno, pero poco y nada me importaba mientras los pasteles siguieran cayendo ante mis fauces. Por el lado de la fémina, su manera de probar y consumir los pasteles daba para los jóvenes de hormonas revolucionadas al menos unas dos semanas de material para ya saben qué. Todos se paraban con los ojos abiertos de par en par, en cualquier momento se les saldrían las orbes oculares de sus respectivas cuencas. Con las bocas levemente abiertas y babeando cuales perros hambrientos y en celo. Sonreían complacidos y extasiados ante cada lamida de la ajena. El otro concursante también devoraba sus pasteles con gran agilidad. Sería una competencia ardua... entre ellos, obvio, para mi esto ya estaba más que ganado por lejos. Pan comido.
Reí un poco, y como para volver el asunto un tanto más divertido, de repente mi cuerpo empezó a transformarse, mi piel se transformó en grandes escamas azuladas y de apariencia cristalina. Mi rostro se deformó y estiró, dando una apariencia de reptil. De mi espalda surgieron dos grandes alas que se desplegaron de inmediato, mis ojos se rasgaron y emití un fuerte rugido a la par que terminaba de comer de un solo mordisco el segundo pastel que me habían puesto delante. — ¡Traigan cinco, pónganlos uno encima del otro como una torre! — ordenaba yo. Reglas no habían, y la gente más que asustarse gritaba vitoreando lo emocionante que era el asunto. No solamente por mi parte, todos seguramente estábamos compitiendo de maneras diferentes para salir victoriosos. Fuera cual fuera el resultado de aquella competencia, seguramente todos quedaríamos sin ganas de comer tarta al menos por unos cuantos meses. Me trajeron los pasteles como había dicho, y abriendo mis fauces ahora más grandes que antes, devoré al menos unos tres pasteles de un solo bocado, masticando y quedando mi hocico totalmente embadurnado en nata. Me había decepcionado a mi mismo, pensaba que podría con esos cinco pasteles sin esfuerzo alguno, tal vez debería bajar un poco el ritmo... ¡BAH! Ni de coña.
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Y llegaron las tartas. La primera para mi era un pastel helado, de vainilla con una capa de nata por encima, fresas apuntando al cielo y una capa de caramelo por los bordes. Dios, se me caía la baba sola. Empecé a zampar como un muerto de hambre que en su vida se alimentó de algo que no fuera comestible. Sin embargo, mientras a mi barbilla se le apegaban trozos de la torta, alcé la mirada para ver como se me escapaba el premio. No tenía ni idea de cuál sería el premio, pero aún así, el muchacho peliazul ya se había terminado sus primeras tartas, mientras nos dejaba a la muchacha y a mi como perdedores. No me había apuntado para ganar… Pero es que tampoco me gustaba perder. Así pues me relamí el caramelo de por encima y empecé a comer como un cerdo y un guarro para seguir con la siguiente tarta.
El otro pastel era rectangular, de unas proporciones algo estratosféricas. “¿Y en vez de darle ese tipo de pasteles a ese gigante, me los dan a mi?”. Esta vez era una tarta de chocolate, de distintos chocolates. La parte inferior era de bizcocho de chocolate, por encima tenía una capa de chocolate con leche y encima de él chocolate negro con avellanas derretido. Lo mejor de todo es que había dispersos por el chocolate fundido virutas y trocitos de Lacasitos, una famosa marca de dulces circulares de chocolate. Y mientras devoraba esa monstruosa tarta, vi como el tipo que iba a dejar sin descanso al cocinero, empezaba una especie de metamorfosis y se iba transformando en una enorme bestia… ¿Dragón azul? No lo sabía, lo único de lo que me percataba en ese momento es de que de golpe se comió un par de pasteles enteros, con sus enormes fauces, ahora con dientes que te podrían causar al muerte. ¿Akuma? En realidad me daba lo mismo… Pero es que estaba haciendo trampa. Con esa enorme bocaza, no le costaría terminarse las tartas en cero coma.
Dejando de estar embobado por la “grandeza” del ser, decidí hacer yo también algunas “trampas”. Simplemente, emané desde mi un poco de ceniza, en mi VentForm, para que acabara en la cara de aquél “dragón”. ¿Qué quería conseguir con ello? Muy sencillo, molestarle, dejarle ciego y que no pudiera comer a gusto, además de aprovechar de poder robarle algunas de sus tartas para comérmelas yo. No recuerdo que hubiera normas, por lo cual eso no sería ilegal, o eso creía. Era muy gracioso verme intentando llegar al otro lado de la mesa para poder “robarle” pastel, cosa que de nuevo, gracias a la ayuda de mi control de ceniza pude hacer. Le robé una tarta de nata, la cual empecé a comerme lo más rápido que pude, aunque no me gustaba mucho la nata pomposa… Al menos eso se arregló cuando obtuve una tarta de rico merengue, oh sí, eso sí que estaba bueno.
El otro pastel era rectangular, de unas proporciones algo estratosféricas. “¿Y en vez de darle ese tipo de pasteles a ese gigante, me los dan a mi?”. Esta vez era una tarta de chocolate, de distintos chocolates. La parte inferior era de bizcocho de chocolate, por encima tenía una capa de chocolate con leche y encima de él chocolate negro con avellanas derretido. Lo mejor de todo es que había dispersos por el chocolate fundido virutas y trocitos de Lacasitos, una famosa marca de dulces circulares de chocolate. Y mientras devoraba esa monstruosa tarta, vi como el tipo que iba a dejar sin descanso al cocinero, empezaba una especie de metamorfosis y se iba transformando en una enorme bestia… ¿Dragón azul? No lo sabía, lo único de lo que me percataba en ese momento es de que de golpe se comió un par de pasteles enteros, con sus enormes fauces, ahora con dientes que te podrían causar al muerte. ¿Akuma? En realidad me daba lo mismo… Pero es que estaba haciendo trampa. Con esa enorme bocaza, no le costaría terminarse las tartas en cero coma.
Dejando de estar embobado por la “grandeza” del ser, decidí hacer yo también algunas “trampas”. Simplemente, emané desde mi un poco de ceniza, en mi VentForm, para que acabara en la cara de aquél “dragón”. ¿Qué quería conseguir con ello? Muy sencillo, molestarle, dejarle ciego y que no pudiera comer a gusto, además de aprovechar de poder robarle algunas de sus tartas para comérmelas yo. No recuerdo que hubiera normas, por lo cual eso no sería ilegal, o eso creía. Era muy gracioso verme intentando llegar al otro lado de la mesa para poder “robarle” pastel, cosa que de nuevo, gracias a la ayuda de mi control de ceniza pude hacer. Le robé una tarta de nata, la cual empecé a comerme lo más rápido que pude, aunque no me gustaba mucho la nata pomposa… Al menos eso se arregló cuando obtuve una tarta de rico merengue, oh sí, eso sí que estaba bueno.
- Off:
- Disculpad la escasez y el que no sea muy bueno, pero no quería dejaros sin tarta y bueno, tampoco ha estado mal, creo.
Eris Takayama
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Características
fuerza
Fortaleza
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Destreza
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Akuma no mi
Varios
El espectáculo había comenzado de forma precipitada y no había dejado lugar a error en tanto a quien sería el ganador de aquel concurso. Pero Eris, después de haberse terminado aquella tarta de rico merengue con nata era una de las personas más felices de aquella isla. Seamos sinceros, viendo a los tres contrincantes -en su forma humana- se podía deducir que cualquiera de los dos chicos saldría victorioso. Pero entonces, transformado en una criatura mitológica azul, Mark se proclamaba casi ganado. Así pues, el otro chico parecía dispuesto a plantarle cara en aquel duelo. Ella se echó hacia atrás, contemplando el poder de las akumas de los chicos con una media sonrisa mientras que sus pasteles eran devorados por su gato con avidez, subido sobre la mesa. Se recostó, alzando una ceja. Uno era discreto pero el otro no. Evidentemente, al que le achacaba una falta de discreción era al dragón. Pero sonrió, no daría más material para pasar los momentos de soledad a los hombres que observaban aquel concurso.
—¡Parece, señores, que tenemos un interesante concurso! Un hombre, un gato y… ¿Un dragón?— gritó el comentalista mientras se paseaba por la tarima. —La señorita y su gato han devorado un total de cuatro tartas… Espera, ¿Eso es legal? Tres se las ha comido el gato...— dijo en bajo la última parte, pero olvidándose de quitarse el micrófono de la boca. Sí, ahí demostraba su gran inteligencia. —El dragón se ha comido un total de… ¿Cuántas malditas tartas se ha comido?— preguntó en alto, tratando de contar las tartas que se había comido Mark y que se habían comido el chico, pero resultó en un estropicio pues alguien lo increpó desde debajo del escenario, tirándole algún tipo de objeto que provocó que se precipitara contra una tarta de cara. Y así es como aquel concurso de pasteles había pasado del porno a la comedia en un segundo. Todo lo raro que podía parecer. Per aún así la gente comentaba, murmuraban y se preguntaban los unos a los otros qué diantres estaban viendo en aquel lugar.
Porque no es común ver a un chico compitiendo contra un dragón. Porque no es común ver a un dragón. Fue así como, en un pequeño control del propio poder, Eris lanzó dos pequeñas bolitas de energía totalmente inofensivas -serían como un calambre- y teniendo en cuenta que la del dragón debía de ser un poco más grande para que le supusiera algo, hacia los dos chicos. — Mas discreción, señores… Todos os están mirando extrañados— dijo ella, tratando de alcanzar después con la lengua algo de nata que le quedaba en la mejilla, sin demasiado éxito.
Off. ¿Soy a la única que le entra hambre leyendo estos post? xD Perdonad lo corto.
—¡Parece, señores, que tenemos un interesante concurso! Un hombre, un gato y… ¿Un dragón?— gritó el comentalista mientras se paseaba por la tarima. —La señorita y su gato han devorado un total de cuatro tartas… Espera, ¿Eso es legal? Tres se las ha comido el gato...— dijo en bajo la última parte, pero olvidándose de quitarse el micrófono de la boca. Sí, ahí demostraba su gran inteligencia. —El dragón se ha comido un total de… ¿Cuántas malditas tartas se ha comido?— preguntó en alto, tratando de contar las tartas que se había comido Mark y que se habían comido el chico, pero resultó en un estropicio pues alguien lo increpó desde debajo del escenario, tirándole algún tipo de objeto que provocó que se precipitara contra una tarta de cara. Y así es como aquel concurso de pasteles había pasado del porno a la comedia en un segundo. Todo lo raro que podía parecer. Per aún así la gente comentaba, murmuraban y se preguntaban los unos a los otros qué diantres estaban viendo en aquel lugar.
Porque no es común ver a un chico compitiendo contra un dragón. Porque no es común ver a un dragón. Fue así como, en un pequeño control del propio poder, Eris lanzó dos pequeñas bolitas de energía totalmente inofensivas -serían como un calambre- y teniendo en cuenta que la del dragón debía de ser un poco más grande para que le supusiera algo, hacia los dos chicos. — Mas discreción, señores… Todos os están mirando extrañados— dijo ella, tratando de alcanzar después con la lengua algo de nata que le quedaba en la mejilla, sin demasiado éxito.
Off. ¿Soy a la única que le entra hambre leyendo estos post? xD Perdonad lo corto.
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