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Akuma no mi
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Puede ser que todos merezcamos unas vacaciones, pero en mi caso era la excepción. Tenía que ganarme el derecho de piso en la marina, y como tal recluta que era, debía esforzarme el doble, no... el TRIPLE para poder merecerme un puesto un poco más alto en la organización a la que había entrado. Baterilla, isla donde posiblemente Gol D. Roger tuvo su amorío con Portgas D. Rouge. Seguramente ahora mismo sería un lugar famoso, lleno de recuerdos e historias inimaginables provenientes de los más ancianos. Y lo que decían era cierto, cuando llegué a la isla, me recordaba mucho a los lugares de ensueño que uno podría desear. Parecía un reino realmente, con calles de piedra y casas grandes, elegantes. Aquel lugar desprendía realmente un aura de tranquilidad que inclusive llegaba a ser envidiable y raro a la vez teniendo en cuenta el Mar en el que nos encontrábamos ahora mismo. No sabía muy bien qué hacer, me dijeron que mantuviera los ojos abiertos por cualquier posible pirata que divisara, y si me era posible, lo llevara a la justicia luego de pelear con él y capturarlo. Vaya, mucho peso en mis hombros para solamente ser una Recluta. ¿Qué sucedería si de repente me aparecía alguien poderoso y mi cuerpo no pudiera soportar ni dos golpes contra este? De todos modos, no estaba allí para preocuparme por pequeñeces.
Me dirigí a la taberna más cercana del lugar. ¿Porqué esa mala costumbre de ir a ese tipo de antros de poca monta cuando llegaba a una isla? Tal vez por el simple hecho de que allí era donde más se concentraban los maleantes, piratas entre otras ratas rastreras. O solamente porque quería tomarme un tiempo para mi, analizar la situación de la isla lo más minuciosamente. Las caras que se pueden llegar a ver en una taberna cuentan mucho de la isla y su gente. Difícilmente haya pocos borrachos, y si los hay pocos significa que no es una isla donde se den el lujo de tener tiempos libres. Cuando entré a dicho lugar, pude notar música... no era demasiado movida, pero sí lo suficiente como para que algunos borrachos tumbados en una esquina del bar se pusieran a cantar un tanto desafinados, vomitados encima y con la ropa manchada seguro por la misma razón.
Fui caminando hacia una mesa vacía. Me senté en la silla y quien parecía ser un mesero se acercó a mi, sacando una pequeña libreta y fijando su mirada en mi, esperando a ver qué le pedía, pero antes entonó algunas palabras en tono tranquilo, sereno y servicial. — Buenas tardes señorita. — empezó diciendo. Eran aproximadamente las tres y media, así que era adecuado saludar así. — ¿Qué le puedo servir? — preguntaba después, sosteniendo su bolígrafo con firmeza. Aclaré mi garganta, levantando mi mirada, parpadeándo lentamente, batiendo mis largas pestañas debido a esto con cierta elegancia. Me crucé de brazos y puse mis manos sobre la rodilla que quedaba encima, dirigiéndole la palabra. — Si es usted tan amable, tráigame un té Oolong sutilmente endulzado con una cucharada pequeña de miel. Y para comer, unas galletas dulces a base de manteca, he escuchado que son la especialidad de la casa... ¿O me equivoco, garçon? — preguntaba yo.
El muchacho, impresionado por mi impecable manera de hablar por más que tuviese el uniforme de Marine puesto, hizo que una leve sonrisa animosa y contenta se dibujara en su rostro, pocas veces eran las que le trataban así de bien y educado al parecer. — Está en lo cierto, señorita. Es un placer servirle esta tarde... inmediatamente le traeré la orden, lo más pronto posible. — respondió mirándome aún, terminando de anotar y cerrando la libreta, poniendo el número de la mesa en una esquina del papel. — Gracias, cielo. Eres un encanto. — le contesté sonriendo con sutileza, regalándole una encantadora y seductora mirada de soslayo. Este reverenció y se dio media vuelta, retirándose. Suspiré aún acomodada en la silla, mirando a mis alrededores, ciertamente el ambiente en esa taberna era turbio, como si el aire se pudiera cortar con un cuchillo de mantequilla sin mucho esfuerzo. Sentía muchas pesadas miradas sobre mi, posiblemente muchas de ellas con lascivia. Pero ninguna que me preocupara, demasiado al menos.
Me dirigí a la taberna más cercana del lugar. ¿Porqué esa mala costumbre de ir a ese tipo de antros de poca monta cuando llegaba a una isla? Tal vez por el simple hecho de que allí era donde más se concentraban los maleantes, piratas entre otras ratas rastreras. O solamente porque quería tomarme un tiempo para mi, analizar la situación de la isla lo más minuciosamente. Las caras que se pueden llegar a ver en una taberna cuentan mucho de la isla y su gente. Difícilmente haya pocos borrachos, y si los hay pocos significa que no es una isla donde se den el lujo de tener tiempos libres. Cuando entré a dicho lugar, pude notar música... no era demasiado movida, pero sí lo suficiente como para que algunos borrachos tumbados en una esquina del bar se pusieran a cantar un tanto desafinados, vomitados encima y con la ropa manchada seguro por la misma razón.
Fui caminando hacia una mesa vacía. Me senté en la silla y quien parecía ser un mesero se acercó a mi, sacando una pequeña libreta y fijando su mirada en mi, esperando a ver qué le pedía, pero antes entonó algunas palabras en tono tranquilo, sereno y servicial. — Buenas tardes señorita. — empezó diciendo. Eran aproximadamente las tres y media, así que era adecuado saludar así. — ¿Qué le puedo servir? — preguntaba después, sosteniendo su bolígrafo con firmeza. Aclaré mi garganta, levantando mi mirada, parpadeándo lentamente, batiendo mis largas pestañas debido a esto con cierta elegancia. Me crucé de brazos y puse mis manos sobre la rodilla que quedaba encima, dirigiéndole la palabra. — Si es usted tan amable, tráigame un té Oolong sutilmente endulzado con una cucharada pequeña de miel. Y para comer, unas galletas dulces a base de manteca, he escuchado que son la especialidad de la casa... ¿O me equivoco, garçon? — preguntaba yo.
El muchacho, impresionado por mi impecable manera de hablar por más que tuviese el uniforme de Marine puesto, hizo que una leve sonrisa animosa y contenta se dibujara en su rostro, pocas veces eran las que le trataban así de bien y educado al parecer. — Está en lo cierto, señorita. Es un placer servirle esta tarde... inmediatamente le traeré la orden, lo más pronto posible. — respondió mirándome aún, terminando de anotar y cerrando la libreta, poniendo el número de la mesa en una esquina del papel. — Gracias, cielo. Eres un encanto. — le contesté sonriendo con sutileza, regalándole una encantadora y seductora mirada de soslayo. Este reverenció y se dio media vuelta, retirándose. Suspiré aún acomodada en la silla, mirando a mis alrededores, ciertamente el ambiente en esa taberna era turbio, como si el aire se pudiera cortar con un cuchillo de mantequilla sin mucho esfuerzo. Sentía muchas pesadas miradas sobre mi, posiblemente muchas de ellas con lascivia. Pero ninguna que me preocupara, demasiado al menos.
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