Kabil
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Akuma no mi
Varios
¿Cuanto tiempo había pasado desde que había partido del reino Momochi? Mucho tiempo, muchísimo tiempo ya. Había partido cuando tenia, más o menos, 20 años y ahora tenia 25 años, realmente el tiempo pasaba volando. Me levanté del suelo, mirando el cielo azul y las nubes que lo adornaban, grandes y densas nubes blancas que no mostraban nada más que tranquilidad y armonía. En cambio, nubarrones al horizonte, mostraban que tras la calma, siempre venia la tormenta. Pronto llovería, de eso no había duda alguna. Me froté los ojos con las dos manos y miré alrededor. - ¿Dónde se supone que estoy? – Dije mientras caminaba sin rumbo alguno. Claramente, no sabia donde estaba y eso me ponía de los nervios. Yo que solía posicionarme bastante bien, estaba perdido en una isla de no se qué mar. Frustrado, me senté en el suelo, escupiendo al suelo y pensando en qué hacer. – Un segundo… ¡mis armas! ¡X/Y Guns! – El peor de mis temores se hizo presente. Mis armas, las cuales siempre me acompañaban, tanto en las buenas como en las malas, no se encontraban en su lugar, cosa que me descolocó. - ¡DONDE COÑO ESTAN MIS ARMAS! ¡LAS QUIERO! – Diría tras buscar desesperadamente por el suelo, como si un miope buscara sus gafas.
Me levanté bruscamente, con el ceño fruncido y una mueca muy, muy, muy enojada. Mi semblante, el cual acostumbraba a ser fúnebre, tétrico y frio, había adoptado una faceta que hasta el momento pocas personas pudieran ver. - ¡Quiero mis armas, AHORA! – Mi eco sonó por todo el lugar, cosa que hizo sino enfurecerme más y más. Empezaba a odiar todo. Entre los arboles pude escuchar un ruido, haciendo que me volteara a ver que es lo que pasaba ahí. Una ardilla con una bellota que doblaba el tamaño de su cabeza apareció, haciendo aquel ruido tan típico de ellas. – Me cago en la puta, donde están, donde pueden estar. – Por unos instantes pensé en que me las habían robado. Pero no era posible, no había tenido ningún encuentro desde que había partido del reino de mi padre. El reino de mi, posiblemente, padre muerto. Más allá del bosque, pude ver humo negro. - ¿Una civilización? – Sin titubearlo ni un instante mas, entré en aquel frondoso bosque, con la intención de llegar al lugar de donde salía aquél humo.
Anonadado me quedé al ver como una panda de gente en bolas bailaba en torno a mis ARMAS, las cuales estaban a unos metros de la hoguera que tenia encendida en el centro. – Dejar de rezarle a mis armas, dádmelas de una vez. – Dije enfurecido, saliendo de entre los arbustos con un aura hostil. Como hijo de rey que fui alguna vez en mi vida, me había criado en un ambiente donde la cultura y el conocimiento prevalecían. Aparté a los indígenas y tomé mis armas del suelo, apuntándoles. – Donde se supone que estoy. – Pregunté, aun con aquél aura hostil. De entre ellos, salió uno que al parecer hablaba mi idioma, pues lo demás solo murmuraban cosas en un lenguaje que solo ellos entendían. – Estas en la Isla Kumate. Estamos alejados de todo rastro de humanidad, en nombre del pueblo te pido que te retires. Al menos de este territorio, que es considerado como hogar. – Los miré de reojo y me moví, metiéndome de nuevo en el bosque, pero esta vez acompañado de mis armas. – A ver como salimos de aquí -
Me levanté bruscamente, con el ceño fruncido y una mueca muy, muy, muy enojada. Mi semblante, el cual acostumbraba a ser fúnebre, tétrico y frio, había adoptado una faceta que hasta el momento pocas personas pudieran ver. - ¡Quiero mis armas, AHORA! – Mi eco sonó por todo el lugar, cosa que hizo sino enfurecerme más y más. Empezaba a odiar todo. Entre los arboles pude escuchar un ruido, haciendo que me volteara a ver que es lo que pasaba ahí. Una ardilla con una bellota que doblaba el tamaño de su cabeza apareció, haciendo aquel ruido tan típico de ellas. – Me cago en la puta, donde están, donde pueden estar. – Por unos instantes pensé en que me las habían robado. Pero no era posible, no había tenido ningún encuentro desde que había partido del reino de mi padre. El reino de mi, posiblemente, padre muerto. Más allá del bosque, pude ver humo negro. - ¿Una civilización? – Sin titubearlo ni un instante mas, entré en aquel frondoso bosque, con la intención de llegar al lugar de donde salía aquél humo.
Anonadado me quedé al ver como una panda de gente en bolas bailaba en torno a mis ARMAS, las cuales estaban a unos metros de la hoguera que tenia encendida en el centro. – Dejar de rezarle a mis armas, dádmelas de una vez. – Dije enfurecido, saliendo de entre los arbustos con un aura hostil. Como hijo de rey que fui alguna vez en mi vida, me había criado en un ambiente donde la cultura y el conocimiento prevalecían. Aparté a los indígenas y tomé mis armas del suelo, apuntándoles. – Donde se supone que estoy. – Pregunté, aun con aquél aura hostil. De entre ellos, salió uno que al parecer hablaba mi idioma, pues lo demás solo murmuraban cosas en un lenguaje que solo ellos entendían. – Estas en la Isla Kumate. Estamos alejados de todo rastro de humanidad, en nombre del pueblo te pido que te retires. Al menos de este territorio, que es considerado como hogar. – Los miré de reojo y me moví, metiéndome de nuevo en el bosque, pero esta vez acompañado de mis armas. – A ver como salimos de aquí -
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